Lydia había despertado una vez más en un lugar desconocido, descubriendo un cadáver. Después de que el agente Parrish la hubiera llevado a su casa gentilmente, aun sentía en el estómago la sensación de encontrar la muerte. Se preguntó, morbosamente, cuando encontraría la de ella.

Su madre no se encontraba en la casa–como de costumbre–por lo que al cerrar la puerta solo sintió el silencio que acontece la soledad. Comenzó a enviarle mensajes a Scott, pero respondía estar en casa de Kira. Incluso la invitó sin rencores a estar con ellos, pero Lydia lo rechazó. La situación, como era de esperarse, le incomodaba. Él tenía la libertad de hacer lo que quisiese y lo entendía, pero le dolía que pudiera… ¿olvidar tan fácilmente a Allison? Si hubiera sido ella, le hubiera dado vértigo tocar otro cuerpo que no fuera el de su amiga, porque su presencia aún permanecía fresca en la memoria de todos.

¿Y Stiles? Stiles había cambiado. Ya no era el mismo de antes. O eso quería ella creer. Después de clase y todos los días, llevaba a Malia a su casa. No es que no se lo ofreciera a ella, pero era evidente que ya nadie la quería por allí. Sentía, muy a su pesar, que nadie la quería en ningún lado. ¿Y cómo si Lydia Martin era fastidiosa, cortante y sin escrúpulos? Necesitaba de alguna manera el afecto que Stiles le daba, y esa noche lo deseó intensamente, ya que se sentía sola y tenía un irrespirable nudo en la garganta. Toda la escuela pensaba y sabía que era una lunática. Sus amigos eran oficialmente parejas y ella era la tercera rueda de ambos.

Cuando se sirvió algo de agua por la noche, tocaron a la puerta. Ni siquiera se había oído el timbre, solo el retumbar de una mano golpeando la madera. Se estremeció y deseó de buena manera que fuera algo que pudiera controlar. Antes de abrir se previno con el quebrar de su voz.

–¿Quién es?

Otro golpe más.

La noche rugía allí afuera, o se suponía que hiciera eso. No hubiera sabido decirlo dado que comenzó a oír silencio. Un silencio punzante como aire en sus tímpanos, como si el pánico hubiera comenzado a revolver su corazón. No podía oír su propia voz, ni los golpes que de seguro hacían temblar la puerta. Sabía que, quien estuviera al otro lado, estaba furioso o desesperado, pero el silencio la comenzó a ahogar e impedir abrir la puerta.

Tomó la perilla con la fragilidad de sus manos y lo giró. Primero vio la noche estrellada, decorada de árboles a lo lejos de la colina. Lo segundo que notó es que su jardín no era el de ella. La cuadra no era la misma. Se atrevía a decir que parecía una ciudad diferente, con un aire frondoso y sin pureza. Lo tercero que notó lo tiene en su mente desde entonces, grabado como una cinta vieja que quiere y a la vez no quiere recordar. Era como si la hubiera pasado de alto, pero siguiera allí. En el suelo del porche, esa madera descascarada y duradera que su padre había decidido comprar, se sentaba una figura. Allí, a no más de treinta centímetros suyos. Se dio vuelta, con su cabello hasta los hombros y sus labios carmesí; como la última vez. Allison la miraba emocionada y llegó a ponerse de pie al instante.

–Te encontré–dijo con una voz dulce y a la vez determinada. Casi como si ambas hubieran estado jugando a las escondidas. Su rostro denotaba juventud, una que ni el más caro maquillaje podría haberle dado.

Solo la eternidad de estar muerta.

–Te encontré, ¿verdad?

Lydia además de afirmarse que estaba siendo víctima de un terror nocturno, se convenció de que en ese sueño vivía a las órdenes de un rompecabezas ignoto y oculto, con la oscuridad de su vida alentándolo a ser. La ciudad desconocida y la presencia de Allison la descontrolaron. Comenzó a respirar más difícilmente y a llorar por ratos. Allison, fuera su espectro, su recuerdo, su presencia o su ausencia, no hizo nada. Lydia lloraba arrodillada en el porche de su casa mientras que Allison, en la misma posición la miraba. Si hubiera titilado, hubiera creído que era un holograma. Su quietud e inexpresividad que antes no se había hecho presente volvieron a Lydia más fuera de sí.

–¿Por qué te quedas así?–suplicó entre llantos–¡Dime algo Allison! ¡Dime algo!

–Fue tu culpa–no parecía la Allison que había sonreído al principio de la aparición–¿Eso quieres que te diga? Prefiero, tú sabes, callarme antes de decir cosas malas. Porque sinceramente, fue tu culpa. Mataste a miles de personas y a mí. Por tu culpa.

–¡Basta!

–¿Lo ves Lydia? No sabes lo que quieres en tu vida. Estás siempre dudando de lo que sí y lo que no. Y te mientes tanto, te mientes de una manera que nadie entiende. Ni siquiera tus amigos te entienden. Yo tampoco te entendía.

–¿Por qué estás aquí?–pidió Lydia secándose las lágrimas. No quería escucharla realmente, pero ¿y si era la última vez que la vería con vida?

–¿Por qué estás aquí?–retrucó.

Lydia corrió dentro de su casa. Aquella no era Allison, era solo su mente jugándole una mala pasada. Eran solo recuerdos. Se metió en su cama y aguardó que todo pasara. Se quedó dormida al instante.