Hola gente de Fanfiction, por lo regular no escribo aquí, pero como HTTYD es mi más reciente obsesión, me di cuenta que no podía seguir con el resto de mis historias hasta que le diera forma a las ideas que surgían a través de leer fics de esta película.
En lo personal, me gusta escribir canon, es decir, que siga la línea temática y/o temporal de la historia, pero para saber qué sigue en la historia tendría que esperar a que salga HTTYD3 y no creo esperar tanto, así que si en algún momento algo de lo que pongo en la historia sale fuera de lo que se ha establecido en la secuencia real, lo iré reajustando.
La historia se desarrolla unos meses después de HTTYD2, pondré algunos personajes OCC, y daré mi versión de la historia de la familia de Astrid y por qué considero que tiene esa actitud, sin más preámbulos, gracias por tomar la decisión de leer esta historia.
A leer!
Nota agregada junio 2015: Está estrictamente prohibido copiar está historia aun si la compartes con mi nombre, debido a que la presente novela está registrada, después… ya saben que pasa, POR FAVOR, NO AL PLAGIO, en ninguna de sus maneras, gracias :D
Cómo entrenar a tu dragón no me pertenece, sólo a Dreamworks y a Cressida Cowell.
Resumen completo:
El pasado regresa y cambia el presente. El presente se altera y modifica el futuro que se soñaba tener. Nuevo jefe, nuevos compañeros, nuevo Alfa, nuevos dragones y nuevos invasores, además de la novedad de que Astrid no era sólo una vikinga de Berk, es más… ni si quiera era de Berk, y a todo esto... ¿quién es Camicazi?
Con tantos cambios, deberes y decisiones, ¿cómo se puede ser el jefe que todos esperan y el hombre que tu familia necesita sin que ninguno de los tuyos, ni tú, salgan lastimados? Entre la responsabilidad y el corazón, ¿cómo elegir? Un jefe protege a los suyos. Un jefe es un líder primero y una persona después… aunque el corazón se le destroce con esa decisión. POST HTTD2!
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-CÓMO ESCUCHAR A TU CORAZÓN-
Por Amai do
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"Cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda.
Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día que viniste al mundo,
sin permitir que nada te distraiga; aguarda y aguarda más aún.
Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón.
Cuando te hable, levántate y ve a donde él te lleve".
Donde el corazón te lleve –Susana Tamaro
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Capítulo 1: Ignora el ruido exterior
"Sólo puedo escuchar tu voz a través de ruido"
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Esto es Berk. Una isla que hasta hace seis o siete meses estaba cubierta de hielo, actualmente se encuentra en una reestructuración debido a grandes cambios que ha habido en la vida vikinga.
Hay más dragones, Chimuelo se ha vuelto el Alfa de todo ellos, mi madre es la principal maestra en la Academia de dragones y por si fuera poco… ahora soy el jefe de la aldea.
El resto de las islas nos consideran extraños, pues con tanto dragón, fácilmente podríamos empezar una guerra, y ganarla. Eso ha ayudado a que los invasores nos teman, aunque ellos tengan dragones, al final obedecerán al alfa, y el alfa, es mi mejor amigo. El resto del pueblo está de acuerdo conmigo, no queremos guerras innecesarias, sólo batallas personales para llegar a ser mejores personas, y así, seguir con la interminable odisea de hacer de nuestro mundo un mejor lugar.
-Todo listo, chico. –se escuchó la voz de Bocón, quien cerraba el Gran Salón a esas altas horas de la noche. –Mañana será el día tan esperado.
Hipo sólo asintió y agradeció con la mirada.
-Nuestro jefe se casa. –recordó con orgullo.
Hipo sonrió nuevamente y se dirigió con Chimuelo.
Algo importante que no mencioné, es que además de ser el jefe, sigo siendo un muchacho, un muchacho que está perdidamente enamorado de la única chica que le robó el corazón desde que era un niño, y ahora, tras varios años de relación, le he pedido que se case conmigo, y lo mejor de todo es que ella… me golpeó, sí, según esto por hacerla esperar tanto, y después, me besó. Esa rutina a la que estoy tan acostumbrado… pero de cierta forma lo veía venir, al fin de cuentas, fue una respuesta muy Astrid.
Nuestros amigos se alegraron, incluso nos dijeron que ya era hora, al igual que todo Berk. Así que ese día tan anhelado, por la Isla entera, por Astrid y por mí, llegará mañana.
Un viento helado sopló calando hasta los huesos, lo cual fue extraño porque pronto empezaría el verano, incluso comenzó a caer algo de lluvia, haciendo que los pocos vikingas que andaban fuera, ingresaran a sus casas.
-Vayamos rápido al lugar del centinela, amigo. –comentó Hipo sobre el lomo de su dragón. –Es el lugar que nos falta antes de ir a dormir. –se despidieron de Bocón y emprendieron vuelo.
Aunque estaba al otro lado de la isla, no tardó prácticamente nada en llegar al lugar en cuestión, y le fue grato encontrar a su nuevo amigo Eret con la labor de ver hacia el horizonte, haciendo la vigilia que le correspondía.
-¿Qué tal nuevo jinete de dragones? –preguntó, notando que Rompecráneos estaba con él.
-Hipo, no esperaba verte por aquí. –se sobresaltó un poco, levantándose de su silla. Esa era una nueva idea que Hipo había implementado, poner un pequeño techo de madera y una silla para hacer de la hora centinela menos pesada. Ese día le tocaba a él, después a algún otro hombre y así sucesivamente para mantener la vigilancia.
-¿Esperabas a Brutilda? –bromeó un poco, bajándose del Furia Nocturna.
-Qué gracioso. –el vikingo rodó los ojos, fastidiado.
-Chimuelo y yo sólo veníamos a ver si todo va bien.
-No hay novedades. –comentó. –Pero cómo quiera no perderé la guardia.
-Gracias, no sabemos si Drago o su armada va a volver. –comentó con preocupación.
-Teniendo un ejército de dragones como el que tenemos, lo veo difícil. –aseguró Eret, conocía al hombre.
-No está de más ser precavidos.
Los dos asintieron, al igual que sus dragones, sin embargo, ese momento de complicidad se vio interrumpido por un ruido. Los cuatro voltearon casi al mismo tiempo, al notar cierto movimiento extraño en el cielo.
-¿Sentiste eso? –preguntó Hipo mirando hacia lo inmenso de la noche.
-Claro que lo sentí, y escuché. –musitó Eret, tratando seguir con la mirada la sombra que se perdía en la oscuridad.
-Chimuelo alúmbranos. –pidió el jefe, pero el dragón no hizo caso, al contrario, estaba sonriendo, él sabía quién era. –Amigo…
Los hombres también se tranquilizaron al notar un sonido peculiar de cierta Nadder.
-No se alteren, soy yo. –comentó la rubia mientras ella y Tormenta aterrizaban.
-¿Qué haces despierta tan tarde, y con esta llovizna? –preguntó el chico, después de ayudarla a bajar de su dragón.
-Fui a dar un vuelo con Tormenta, se lo debía. –explicó, acariciando la mandíbula de la dragona. –Además que tuve que ir por ciertos detalles que me faltaban, mismos que usaré el día de mañana. –informó, mostrando una pequeña mochila que cargaba, mientras dejaba que Hipo rodeara su cintura.
-¿Detalles? –preguntó curioso.
-No seas tan entrometido. No fui lejos, y no me tardé mucho que digamos. –defendió.
La lluvia comenzó a caer con un poco más de fuerza, por lo que tanto dragones como jinetes se abrigaron bajo el pequeño techo de madera.
-¿Y qué dicen?, ¿Listos para el gran evento? –preguntó el antiguo cazador.
Los chicos sonrieron con algo de pena, aunque también de emoción.
-Vengo del Gran Salón y no faltaba nada. Si todo sale bien, mañana a esta hora estaremos casados. –habló el jefe, con felicidad.
-Y vaya que es a lo grande. Hoy empezaron a llegar jefes de otras Islas, parecen todas unas celebridades.
-Bueno, la ganadora invicta de las Carreras de dragón, mejor guerrera de la Isla; y el mejor jinete de dragones, jefe de la aldea, controlador del dragón alfa… supongo que no es algo que ocurra todos los días, seguro que hablaran de esto por varias semanas. –comentó Astrid, divertida.
Los tres rieron un poco, al igual que los dragones, aunque con un estilo diferente.
Hipo miró hacia el oscuro horizonte y algo llamó su atención, haciendo que se separara del lado de Astrid.
-¿Sucede algo, Hipo? –preguntó la rubia, al notar la seriedad con la que de repente el chico quedó.
-Creo que vi algo. –comentó, acercándose al catalejo que había sido instalado en ese lugar años atrás, éste era de mayor tamaño y era capaz de ubicar un objeto a mayor distancia.
Con cautela dirigió el aparato hacia lo que había en el horizonte. Astrid también prestó atención, y sólo logró divisar un pequeñísimo destello borroso, lejos, muy lejos de Berk.
-Parece un galeón. –opinó la rubia.
-Sí creo que sí. Aunque no se ve bien. –agregó.
-Tal vez sólo van pasando, y están muy lejos, les tomaría toda la noche llegar hasta Berk, y más con este clima. No creo que haya problemas. –sugirió Eret. –No hay que ser tan paranoicos.
El jefe dejó ese asunto por la paz. Debía aprovechar que la lluvia había disminuido en intensidad, para retirarse.
-Sí, tienes razón, de cualquier modo, si ocurre algo, suena la alarma. –recordó el muchacho.
-Claro jefe. Buenas noches, que descansen, mañana será un día largo.
Hipo y Astrid se despidieron del vigilante, y, junto a sus dragones, se marcharon.
Caminaron rápido ante el frío, además que la ropa de la muchacha estaba algo húmeda debido al vuelo nocturno que había dado y lo que Hipo menos quería es que ella se enfermara.
-¿Por qué no me dijiste que ibas a salir? –preguntó el chico, curioso sin soltarle la mano.
-Pensé en decirte, pero vi que estabas ocupado resolviendo el problema entre los hombres que no sabían repartir sus tierras y decidí irme, además… quería pensar algunas cosas. –comentó, con seriedad las últimas palabras.
-¿Qué clase de cosas?
Astrid resopló con algo de tristeza. Guardó silencio y pensó muy bien sus palabras. Hipo notó un deje de tristeza y melancolía en su mirada, jugó un poco con su cabello y tomó aire para hablar.
-En que mis padres no están conmigo. Que necesito a mi mamá. –manifestó de golpe, incómoda por revelar sus pensamientos, aunque se tratara de Hipo. –Sabes que murieron cuando era muy chica y… los extraño. Mañana es un día importante en mi vida, y la verdad es que… me gustaría que estuvieran conmigo... con nosotros.
"Con que era eso"
-Sé cómo te sientes. –dijo Hipo, con amargura, desviando su mirada, incapaz de mantenerla con la rubia.
Astrid se arrepintió al instante por hablar del tema.
-Ay, amor, lo siento… no debí mencionarte esto. –corrigió al notar que su novio también se entristecía. Por lo que se detuvo, dejando de caminar y lo miró de frente.
-Es obvio, he pensado en mi padre a todas horas. Él tenía tantas ganas de que este día llegara.
-Lo sé. –Astrid bajó su mirada. Por más que intentara animarlo, en esta ocasión no podría. Hipo, al notar esa mirada perdida y llena de culpa por no saber cómo actuar, decidió intentar con ciertas palabras.
-Pero… algo que me dijo en una ocasión y que se me quedó grabado; es que no siempre tendremos a las personas que amamos a nuestro lado en un momento especial, ¿y qué podemos hacer? –preguntó, sabiendo que no obtendría respuesta, Astrid sólo lo miró dubitativa. –Celebrar y vivir felices por ellos. Estoy seguro que tanto mi padre, como los tuyos, querrían eso. –sonrió ante el cambio en la expresión de su novia. –Así que mi lady, mañana ni tú ni yo vamos a estar tristes, nuestros padres estarán en nuestros corazones y eso es lo importante. –trató de alegrar. Si él lo tenía difícil tras perder a su padre, no sabía cómo la pasaría Astrid, quien había perdido a los dos cuando era muy chica, quedando al cuidado de sus tíos.
-Gracias. –musitó tras acariciar el rostro de su novio. –Siempre sabes que decirme.
El chico sólo sonrió de manera tierna, acercándose a su chica.
-Aprendí de la mejor.
Los dragones, acostumbrados a ese comportamiento entre ellos, sonrieron para sus jinetes y más cuando el tradicional beso se hizo presente en ellos.
Un beso que empezó siendo como un consuelo, pero que incrementó a cada segundo hasta convertirse en algo mucho más pasional y emocionante, sobre todo cuando Hipo rodeó la cintura de la rubia y ella, el cuello de él con sus brazos. Sabían que debían detenerse, al menos en ese lugar, porque estaban a unos metros de la casa de la vikinga, pero ya no podían esperar mucho más, necesitaban ese momento, anhelaban ese instante y vivirlo de una forma distinta que no fuese sólo en sueños.
-Hey, dejen algo para mañana, chicos. –interrumpió una voz bastante conocida por ellos, haciendo que la pareja se separara de inmediato y se ruborizara, aunque no dejaron de abrazarse.
-Hola Patán. –la vikinga murmuró entre dientes.
-Hola. –animado como como andaba últimamente.
-¿Qué haces afuera? –cuestionó Hipo, él era conocedor del sueño pesado de su amigo.
-Oh, nada, sólo… sólo estoy jugando con Brutilda. La traigo loca. –informó con altanería.
Los prometidos se miraron curiosos entre sí.
-¿Y a qué jugaban? –preguntó Astrid, porque conociendo a su amiga, esperaba lo peor.
-A las escondidas. Ella debía contar y yo me escondía, y vaya que sé jugar bien porque desde la mañana que ella… no me encuentra. –dijo algo apenado. –Por eso salí a estirar un poco las piernas porque casi no las sentía, llevaba todo el día en una misma posición dentro de una carretilla.
Los chicos y los dragones se compadecieron de él.
-¿Y ustedes? –preguntó, notando lo acaramelados que estaban.
-Dando una última vuelta por Berk, y arreglando un par de detalles finales, ya sabes…para mañana.
El chico sonrió por sus amigos, esperaba el día en que él también se casara y se viera así de feliz como sus colegas.
-Bueno pues, yo seguiré escondiéndome de Tilda, mientras, no digan que me han visto. –el Mocoso se escabulló entre unos barriles que había allí.
-Descuida… ni te buscará. –murmuró por lo bajo.
Ambos se rieron ante ese caso, se compadecieron del chico. Momentos después, Hipo ayudó a Astrid a dejar a Tormenta en el establo, le dejó un poco de pollo y le quitó la montura. Una vez que terminaron con la labor, compartieron un par de palabras más.
-Nos vemos mañana, chico dragón. No vayas a faltar porque te buscaré y encontraré para matarte, o al menos cortarte la otra pierna. –amenazó, juguetonamente, aunque Hipo temía que fuera verdad, porque sabía en el fondo, que ella era capaz de eso y mucho más.
-Ni lo pensaría. Y tú, por favor, no vayas a escapar en un bote como lo hizo la novia de la última boda en Berk. –indicó, también a manera de juego.
-Ni lo pensaría. –imitó a su prometido, moviendo los brazos justo como un par de segundos atrás lo había hecho él, provocando que riera. –Me iría en Tormenta, sabemos que es más rápida.
El jefe de la aldea abrió los ojos, indignado, pero no le dio tiempo de reclamar porque la rubia le dio un último beso, de despedida para dirigirse a su casa.
-Buenas noches, jefe. –dijo desde la puerta entreabierta.
-Buenas noches, mi lady. –la chica sonrió y cerró la entrada a su casa.
Hipo sonrió ante la esperanza de que esa fuera la última noche que pasaran separados.
-Vamos amigo, hay que ir a casa, mi mamá y Brincanubes nos esperan.
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La lluvia se hacía cada vez más fuerte, sobretodo en altamar, se perdía de vista el destino que esa flota pirata llevaba.
-¿A qué hora llegaremos, Dagur? –preguntó uno de los integrantes al capitán de esa embarcación.
-Pronto. Pero tardaremos en atracar. Han cambiado un par de cosas desde la última vez que estuvimos aquí. –comentó con autoridad.
Dagur no era el mismo que cinco años atrás, durante tres años había estado encarcelado, su tonta hermana tomó el "control de Berserk" mientras él salía de un "mal" momento, pero en cuanto se aclaró, era obvio que seguía siendo loco y controlador pero pensaba mejor las cosas antes de ejecutarlas, sobretodo, porque dos años atrás, aprendió una lección que le dolió con creces, haciendo más oscuro su corazón, alimentando una venganza en contra de Hipo y de Astrid.
Uno de los pasajeros se acercó al capitán y habló.
-He escuchado que Berk tiene un ejército de dragones, mayor al de antes, incluso en el último puerto se dijo que en estos días Hipo, el nuevo jefe de la aldea se casa.
El desquiciado sonrió con maldad. –Pues seremos los invitados sorpresa de la noche. Tengo una cuenta pendiente con ellos, y no podía dejar pasar la oportunidad de su boda.
Ante ese comentario, muchos rieron con algo de ambición y complicidad.
-¿Y qué hay de los dragones? –preguntó el hombre, temeroso por lo que se decía de la isla.
-La ventaja, es que venimos preparados contra esas bestias. –comentó el jefe de la tripulación, señalando unos contenedores llenos de una planta, conocida como "Flor de dragón" y si se observaba detenidamente, podía verse también una extraña raíz, que en efecto era "raíz de dragón", armas letales para esos reptiles.
-Si nos dejan el camino libre, no habrá heridos. –comentó el capitán, viendo, a lo lejos, varias luces centellantes que se perdían en el horizonte, indicando que Berk estaba muy cerca.
-Así es, pero su regalo sorpresa tendrá que esperar un poco. –comentó con malicia.
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Cuando el sol apareció, y la luz tocó la tierra, no había rastro de la lluvia que había caído, incluso se veía un delicado rocío por el césped y la tierra de Berk.
Esos detalles, sólo hicieron más perfecta la mañana, y Astrid lo pudo notar en el momento en que Tormenta asomó su cara por la ventana.
-Buenos días, chica. –saludó alegremente la muchacha. La dragona se acercó a saludarla, dando, con movimientos, una invitación para montarla. –Hoy no podemos salir a volar, amiga. Será en otra ocasión, hoy… hoy es mi boda.
Astrid no podía creer que había dicho esas palabras. Si hacía seis años, alguien le habría dicho que estaría emocionada por casarse, y más que el novio fuera el hijo el jefe, le habría aventado su hacha. Pero el mismo Hipo cambió la vida de todo Berk, y ella tuvo el privilegio de ser la primera en cambiar. Recordó con una sonrisa de nostalgia ese periodo de tiempo en su vida, durante el cual, estaba confundida por lo que el chico rarito de Berk le hacía sentir, enojada con él por ser mejor que ella en el entrenamiento para matar dragones, y después admirarlo enormemente por las creencias y principios que tenía. No tuvo la oportunidad de perderse en sus pensamientos porque su tía llegó a su habitación.
-No creí que estuvieras despierta, aún es temprano. –comentó, ingresando al espacio.
-Tormenta acaba de levantarme. –mencionó, mientras veía a la dragona regresar al establo.
La mujer, algo robusta, compartiendo ese rubio cabello le sonrió. -¿Cómo estás?
-Algo rara… no sabría describirlo. –confesó, con una sonrisa nerviosa. –Estoy emocionada, contenta, feliz. Pero también agitada y ansiosa.
-Eso mismo dijo tu madre el día que se casó. –comentó con una sonrisa melancólica.
-¿De verdad?
Cualquier información sobre su madre le calmaba un poco, más ese día.
-Sí. Vómito dos veces antes de llegar al lugar donde se iban a casar.
De acuerdo, esa información no era necesaria.
-¿Y se casaron aquí, en el Gran Salón? –preguntó curiosa, pues en pocas ocasiones se daba la oportunidad de hablar de ella.
La mujer quedó callada y decidió no hablar.
-Otro día te contaré, ya es tiempo de empezar a arreglarte. Las mujeres del pueblo no tardan en llegar.
Astrid resopló, Gylda, su tía en ley, aprovechó el momento, era hora de darle un regalo que su madre le guardó desde hacía muchos años.
-Toma. –entregó una pequeña bolsita de piel.
-¿Y esto?
-Era de tu madre. Ha estado en tu familia desde hace muchas generaciones. Cuando Bertha, tu mamá, se casó con Erick, me lo comentó.
En cuanto escuchó esa información, abrió la bolsita y sacó el contenido. Era como un medallón de oro, que tenía un emblema grabado, parecido a una flor con espinas, sin saber que en realidad se trataba de la silueta de un Nadder.
-Creo que lo recuerdo, mamá siempre lo traía. –evocó la joven con melancolía.
-Astrid. Este collar era muy especial para tu mamá. –informó mientras lo tomaba y lo colocaba en su cuello. –Tiene un significado.
-¿Cuál? –preguntó más curiosa, como si fuera una niña a la que le contaban una leyenda.
-No lo sé. Ella no me lo alcanzó a decir, pero confío en que tú podrás encontrarlo.
La muchacha apretó ese dije. Era como si de pronto sus padres estuvieran más cerca de ella.
-Muchas gracias, tía Gylda. Sin ti y sin mi tío Finn… -se le quebró la voz de repente y se odió por parecer sensible.
-Ay mi niña, no tienes nada que agradecer. –dijo la mujer, acercándose a ella. –Eres la hija que no tuve; la niña que Finn ni yo tuvimos, soy yo quien debe dar gracias por tener la oportunidad de haberte educado. Estoy segura que tus padres y también tu tío están muy orgullosos de la mujer en la que te has convertido.
La rubia sonrió, y después de esa plática, Gylda comenzó a ayudar a Astrid en su preparación, pues las mujeres de la aldea llegaron a su casa, para ser partícipe de las tradiciones vikingas, que con el paso del tiempo iban cambiando, las señoras, entre ellas Valka, fueron a darle consejos sobre cómo ser una buena esposa, claro a la rubia le pareció bastante agotador escucharlas, y más cuando le decían que no sólo sería la mujer de alguien, sino que sería la esposa del jefe, lo que significaba una responsabilidad mayor.
Hipo tampoco la estaba pasando nada sencillo, entre los varones también existían esas tradiciones, y claro que todos daban su punto de vista al jefe de Berk.
Ambos, por lugares separados, escucharon atentamente todas las palabras manteniendo una sonrisa en sus rostros en señal de gratitud, aunque en su interior estaban desesperados.
Cada uno por su lado cumplió con las tradiciones vikingas que se remontaban a generaciones atrás.
Hipo se colocó sus ropas, entre ellas una capa, demostrando ser el jefe de Berk, mientras que Astrid se colocó un vestido, confeccionado por su tía y por ella misma, y utilizó como ramo, unas flores que fue a buscar a ciertas islas la noche anterior en Tormenta, su tradicional banda en la frente y el cabello a medio recoger, aunque con su característica trenza que viajaba graciosamente por su cabeza. Brutilda, amiga más cercana de Astrid, cumpliendo otra tradición, le dio un par de arreglos en el cabello, los cuales para fortuna de Hofferson fueron discretos, para que los luciera.
En cuestión de horas, todos en la Isla estaban preparados.
Cuando Astrid entró al Gran Salón, todos los testigos se quedaron con la boca abierta por la belleza que irradiaba la rubia, incluso el mismísimo Hipo se sintió indigno de casarse con ella.
La ceremonia dio inicio, Bocón fue el orgulloso dirigente. La Isla entera había llevado presentes y se encontraban felices por la pareja. Habían sido testigos de ese primer beso que Astrid le dio al chico después de la derrota de Muerte Roja, y de los siguientes pasos en su relación, y ahora, todos podían ver la culminación de ese romance.
Cada acto de la ceremonia se llevó cabo, los novios compartieron un par de palabras y pensamientos sinceros que hicieron llorar a más de uno.
Astrid, eres la vikinga más ruda y valiente que he conocido. No te detienes ante nada ni nadie para lograr lo que te propones. Desde que era un niño te admiraba por ser así, yo deseaba ser como tú. Quería matar un dragón para que todo Berk me aceptara, pero también para impresionarte, y sin darme cuenta, lo hice de una manera diferente. Me vuelve loco la manera que tienes sobre cuidar y proteger todo lo que amas, y sé que con esa lealtad, me ayudarás a dirigir esta maravillosa aldea. Hemos pasado por muchos momentos, buenos, malos, alegres, tristes, y siempre has estado dándome tu apoyo, comprensión y las palabras necesarias para seguir adelante. Valiente, leal, guerrera, decidida e increíblemente hermosa…hasta hace un par de años eras alguien completamente inalcanzable para mí, un amor soñado, una chica que apenas y me hablaba, y ahora, esa chica me eligió para compartir el resto de nuestras vidas, juntos. Te amo Mi lady.
-Brutacio, ¿estás llorando? –preguntó su consanguínea, viendo con algo de rareza al chico.
-Claro que no torpe, el ojo me suda. –defendió, limpiando sus pupilas, después de pegarle a su hermana.
Quienes sí lloraban eran Patán y Patapez.
Ahora seguía el turno de Astrid.
Hipo, eres el hombre más raro que he conocido. –todos se rieron un poco ante el comentario, incluyendo a los festejados. –Rompes con cada estereotipo e idea que se tiene de un vikingo. Yo también, desde que era una niña te admiraba por ser diferente, no podías evitarlo, y tampoco te daba miedo serlo. Aunque no lo creas, ni lo crea Berk, yo te observaba, y fue por eso que me di cuenta del secreto que guardabas: tener un amigo dragón. Ese día, al invitarme o mejor dicho obligarme a volar contigo y Chimuelo, confirmé algo que sabía y que me daba miedo aceptar, que estaba loca por ti; y desde ese entonces no sólo cambiaste a la isla entera, sino que también a mí. Hiciste de mis pensamientos, sentimientos y vida algo diferente, y por eso, estaré en deuda siempre. Eres decidido, aventurero, soñador, creativo, piadoso y, aunque lo dudes, un excelente líder, te amo por ser como eres y también por lo que logras que yo sea cuando estoy contigo. Te amo, mi chico dragón.
-De acuerdo, ahora si estoy llorando. –confesó Brutacio, recargándose en una de las cabezas de su dragón.
Todos los presentes aplaudieron ante las palabras que los novios se dijeron y tras aceptar sus juramentos, Hipo colocó su capa encima de la espalda de Astrid como analogía a la protección que de ahora en adelante recibiría por parte de él e intercambiarse los anillos, la fiesta dio inicio.
Chimuelo llenó de baba a los novios, él también estaba feliz por su jinete.
-Gracias amigo. –comentó Astrid, abrazándolo.
Tormenta también se acercó a Hipo, siendo correspondido por la dragona. Tenían suerte que incluso entre sus compañeros existiera esa amistad tan bonita.
-Estoy tan orgullosa y feliz que seas la esposa de mi hijo, Astrid. Puedes contar conmigo para lo que necesites. –dijo la defensora de los dragones, acercándose a la muchacha. –Estos meses que he tenido la oportunidad de tratarte, te has convertido en la hija que no tuve.
Las mujeres se tomaron las manos en señal de apoyo mutuo.
-Gracias, Valka.
La mujer sonrió nuevamente, observando a la rubia con orgullo, sin embargo, su semblante se volvió serio.
-¿Y éste medallón? –preguntó, tomándolo delicadamente en sus manos.
-Mi tía me lo dio hoy en la mañana. Era de mi mamá. –comentó con alegría.
Valka no dijo nada más, debido a que llegaron más personas a abrazar a la nueva esposa del jefe. La madre de Hipo había olvidado lo que su amiga Bertha le había dicho tiempo atrás, sobre su pasado y el de Erik, su esposo. A Erik lo conocía desde niño, crecieron juntos, pero Bertha… ella era todo un caso distinto, del que sólo la familia de él, Bocón, Estoico y ella conocían.
Ya habían pasado más de veinte años desde entonces, incluso fue de lo último que se enteró cuando seguía en Berk, antes de irse con los dragones, pero ya era otra historia, ni debía preocuparse, porque estaba en el pasado, y la única prueba que quedaba de esa historia era ese medallón, y claro, Astrid.
La fiesta fue espectacular, los jefes de otras islas allegadas y aliadas de Berk estuvieron felices y reconocieron el buen trabajo de Hipo como líder. Los bailes y la comida estuvieron de lo mejor, chicos, grandes y dragones disfrutaron de esa unión tan esperada por todos.
Pasó la tarde y casi toda la noche de ese día, hasta que ya bien entrada la madrugada, los vikingos comenzaron a retirarse. Incluso los jefes y sus familias que venían de invitados retomaron camino a sus islas. Estaban verdaderamente cansados y agotados, pero también felices por la dicha de la nueva pareja que estaría al mando de la aldea.
Los recién casados también se fueron a su casa, la casa del jefe. Afortunadamente, un par de años atrás cambiaron las tradiciones vikingas, en las que ya no era necesario que se testificara sobre la consumación del matrimonio, porque sin duda, ambos chicos se habrían muerto de la pena, por lo que ahora sólo estaban nerviosos entre sí.
Valka, conociendo a la perfección lo especial que esa noche debe ser, decidió dormir en la Academia junto con los dragones y darles privacidad a los muchachos.
Hipo y Astrid dejaron en el establo a los dragones, Chimuelo dormía de vez en cuando dentro de la casa porque quería mantener el orden por si había algún problema con los reptiles.
El jefe dio un último vistazo a la aldea, después de que Astrid entrara a la casa, para asegurarse que, al menos de vista, no hubiera problemas.
Suspiró y entró a la casa, a su casa.
-¿Astrid? –preguntó al entrar y notar que no lo esperaba en el recibidor, escuchó un par de ruidos en la segunda planta e infirió que estaba allí.
Conforme subía las escaleras su corazón latía con fuerza, como si quisiera decirle algo, o gritarle algo, pero no podía concentrarse por los ruidos que traspasaban las paredes de madera, muchos dragones seguían revoloteando y muchos vikingos seguían de fiesta.
Dejó de pensar, ya habría tiempo de hacerlo, de momento… de momento lo único que importaba era su esposa y él.
Entró a la habitación y sonrió al ver a la rubia acomodando un par de cosas que estaban desordenadas, como un pantalón, un libro y un par de objetos a los que ella no le encontró mucho uso. Había estado en la habitación de él en pocas ocasiones, pero a partir de ese día, sería la suya también. En la mañana había olvidado ordenar su cuarto y poner todo en su lugar, por lo que le dio algo de pena ver a la chica hacerlo.
-Deja eso, yo lo acomodo. –comentó con rapidez y nerviosismo en su voz. La muchacha se asustó un poco, pues no escuchó cuando entró al cuarto.
-Como ama de casa haré eso y mucho más, Hipo. No te sorprenda, aunque no lo hago bien. –garantizó, sonriendo y advirtiendo. –Además también buscaba un lugar donde poner esta bolsa que mi tía dejó en el recibidor, es un cambio de ropa y objetos personales.
El varón hizo a un lado esas pertenencias y le tomó la mano, para después besarla delicadamente.
-Muchas gracias por tus palabras en la boda. No me esperaba algo así.
-Fue la verdad, no tienes nada qué agradecer. –respondió, pegando su frente a la de él.
Estuvieron unos segundos así, viéndose a los ojos, disfrutando del momento.
-No puedo creer que ya estemos casados. Me parece un sueño. –comentó la rubia, con la voz entrecortada, hecho que sólo le permitía a él, él era el único al que la había sacado lágrimas.
Ese momento se vio interrumpido por un rayo que iluminó fugazmente la habitación que era alumbrada por una vela que Hofferson acababa de poner, y posteriormente un trueno ensordecedor.
-Al menos comenzó una tormenta ahora y no durante la fiesta. –comentó Hipo, aprovechando para soltar las manos de ella y dirigirlas a su cintura.
-Sí.
La habitación estaba casi a oscuras, sólo una pequeña vela que alumbraba de manera romántica a los enamorados.
Otro trueno se escuchó justo en el momento en que Hipo dijo algo.
-Con ese ruido ni te escuché. ¿Qué dijiste?
Hipo rio, a veces Astrid podía ser la chica más tierna e inocente que se conociera.
-Dije... que ignoremos ese ruido de la lluvia y nos concentremos en nosotros. –se acercó más a su rostro, susurrando sobre sus labios. -¿Qué opinas?
La rubia sonrió con un aire de sensualidad, mordiéndose el labio inferior. –Me parece perfecto.
Ahora sí no se hizo esperar el beso. Era un beso repleto de ternura, de amor, de comprensión, pero también se sentía una pasión desbordante en cada caricia. Hipo dejó de besar los labios de su amada para comenzar a descender lentamente por su barbilla y después por el cuello, obteniendo uno que otro suspiro por parte de la rubia.
Olfateó ese aroma, olía a flores, seguramente había cumplido con la tradición de bañarse en pétalos de flores, e incluso detectó cierto olor a… quemado… debía ser por la flecha de fuego que arrojaron como símbolo de su llama eterna de amor.
Poco a poco, ella comenzó a desabrochar las prendas de su esposo, calmadamente, disfrutando del momento, aprovechando para acariciar el torso de él, o la piel que fuera quedando al descubierto, haciéndolo estremecer un poco, mientras que él hacía lo mismo con los lazos de su vestido, aunque primero quitó la capa que horas atrás le había colocado
-Te amo, Astrid. –comentó en el momento en que la capa tocó el piso.
-Yo también te amo, Hipo.
Con la ropa medio suelta siguieron besándose, de una manera pasional y tierna a la vez. Aunque, de repente Hipo se separó.
-¿Sucede algo malo? –preguntó Astrid, agitada, al notar que su esposo se alejaba.
Hipo, sofocado, negó con la cabeza.
-Es sólo que… sé que me has visto usar la prótesis. –comentó señalándola, a lo que la rubia no entendió.
-¿Y? –preguntó impaciente, volviendo a lo suyo, pero Hipo la detuvo de nuevo.
-Pero… nadie ha visto mi pierna… lo que queda. –sinceró con voz baja.
La fémina entendió, por lo que decidida, tomó los cordones de su pantalón y los jaló, abriendo esa prenda.
-Astrid… es un palmo debajo de la rodilla… en lo personal me sigue impactando y… -apurado trató de advertir.
La rubia sonrió, pero le puso un dedo en la boca para que no siguiera hablando. –Sólo quítatela y supéralo. –pidió con diversión.
Hipo sonrió y le obedeció.
-Tú dijiste que ignoráramos todo, ¿no? –preguntó dándole besitos por su rostro entre cada palabra. –Ignoremos también el pasado y una prótesis que te hacer ver más guapo y atractivo. –pidió, recibiendo como respuesta un abrazo que la levantó por los aires.
Ambos rieron por esa acción, después de todo Hipo medio se tambaleaba por la falta de equilibrio, pero tanto él como ella lograron estabilizarse.
Lentamente, el muchacho fue recostando a la rubia en la cama, posicionándose encima de ella, dándole la oportunidad de que pasara sus manos por el cabello de él y acariciara su espalda.
Se separaron un poco para tomar aire. Hipo la miró directamente a los ojos y le sonrió, la besó acercándose nuevamente a la chica, ésta le respondió con la misma intensidad que él. El castaño acarició la espalda de la muchacha, obteniendo uno que otro suspiro entrecortado por parte de ella, ya que sus labios seguían ocupados.
Finalmente, entre besos, caricias, movimientos y jalones, el vestido de Astrid quedó fuera de su cuerpo, así como las prendas de Hipo. Se observaron unos momentos, sonrieron con amor, inmediatamente se besaron, salvo que en esta ocasión fue un beso mucho más apasionado y lleno de necesidad dando pie a una noche que sería inolvidable para ambos.
No era la primera vez que se besaban de esa manera, pero sí la primera ocasión en la que podían llegar a hasta el final, ese momento que sus corazones anhelaban a gritos de entregarse mutuamente, de darle al otro su cuerpo, su vida, su amor.
Afuera había mucho ruido por la tormenta, pero lo que a ellos realmente les importaba eran los besos, caricias y palabras que se decían, porque eran una manera de demostrar el inmenso amor que se profesaban desde tiempo atrás.
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Ya habían pasado un par de horas desde que la fiesta terminó, Patán estaba verdaderamente cansado, había bailado y comido mucho durante la boda de sus amigos, pero también tenía un compromiso. Hipo le había asignado la responsabilidad de ser centinela dos noches a la semana, y lamentablemente esa era una de ellas.
Se caía de dormido, incluso su dragón le ayudó a mantenerse despierto aventándole una que otra llamita de fuego al trasero para despertarlo.
Todo empeoró en el momento en que una fuerte lluvia comenzó, pues además de que el agua que caía se volvía un arrullo, la visión se dificultaba mucho.
-Si sigues así terminarás dormido y fácilmente tendremos una emboscada. –escuchó la voz de Patapez.
Patán se despertó, tratando de parecer lo más bravo posible.
-Sólo descansaba los ojos… -volviéndolos a cerrar.
El vikingo regordete rio por su amigo.
-Ve a descansar, si quieres yo te relevo por ahora, el día de mañana me toca a mí, puedes hacerlo tú y estamos a mano. –propuso, ante lo cual el chico al que le faltaban un par de dientes asintió.
Era curioso cómo la amistad de ellos creció en esos años, aunque se disputaban el amor no correspondido de Brutilda, ellos era buenos colegas.
-Si no fuera porque me estoy durmiendo te diría que no. Gracias Patapez, te debo una. –el castaño le dio unas palmaditas al amigo y se dirigió a donde estaba el catalejo para tomar su casco, sin embargo, algo llamó su atención.
La lluvia no permitía ver bien, pero se podía apreciar fácilmente un volumen extraño, acercándose a tierras de Berk.
-Patapez, mira esto. –pidió el centinela. El mencionado se acercó y observó, incrédulo.
-No puede ser. –comentó tras observar lo que se veía. Tal vez la visión se dificultaba por la lluvia y por la noche, pero se distinguía un color mucho más oscuro en el mar. -Toda una flota viene hacia acá.
Mocoso perdió el sueño de repente.
-Hay que dar aviso de esto a todos, hay que avisarle a Hipo. –sugirió. –Aunque se acabe de ir a su casa. –sintiendo lástima por él.
Patapez tomó aire y sopló por el cuerno, señal de alarma ante una invasión. Cuando terminó, notó que el resto de los vigilantes también emitían señales de aviso. En cuestión de segundos, los vikingos aparecieron con armas y dragones, listos para defender su tierra.
Cuando el jinete de Albóndiga ubicó quiénes eran los acechantes tomó una decisión.
-Iré a avisarle a Hipo y Astrid… aunque sea su noche de bodas.
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Lo único que se escuchaba eran las apacibles respiraciones de los dos. Ya se habían detenido el tiempo suficiente para apaciguar sus suspiros y retomar el pulso normal de sus corazones. Astrid estaba al lado izquierdo de Hipo, recargada en su pecho mientras lo acariciaba tiernamente, siendo rodeada por uno de sus brazos, dándole leves caricias a su espalda, ambos, compartiendo un manto de tela que los cubría.
-Gracias. –irrumpió la vikinga acurrucándose un poco más.
-¿Por? –preguntó, volteando a verla.
-Por todo. –respondió con una sonrisa que siempre derretía al chico. –Por hacerme tan feliz.
Su esposo le besó la frente de una manera muy tierna.
-No tienes nada qué agradecer, mi vida.
Se abrazaron un poco más, sumergiéndose en un agradable silencio, hasta que la rubia soltó una risita traviesa.
-¿Qué sucede?
-Tú corazón. –dijo, volteando a verlo. –Aquí donde estoy se escucha a la perfección. –volviéndose a recargar sobre su pecho.
-Pues escucha bien, porque tiene algo que decirte.
Astrid sonrió y le siguió el juego. –A ver…
Pegó su oído nuevamente y esperó.
-Tum, tum… tum, tum… tum, tum...-dijo el hombre, haciendo que Astrid sonriera nuevamente.
-Ay, pero que gracioso. –reclamó y le dio un ligero golpecito en el costado.
-¿Qué? –reprochó, fingiéndose ofendido. –Mi corazón late gracias a ti. Tú me lo dijiste, que todo lo que busco está aquí, y tú estás dentro.
La rubia sonrió feliz nuevamente, ya le dolían las mejillas por sonreír tanto en el día. Recostó nuevamente su cabeza en su pecho, acariciándolo con delicadeza, recordando todo lo que había pasado en ese día, en concreto, las últimas horas.
Observó con detenimiento el pecho de su esposo, una ligera mata de vello que jamás había visto, tenía algunas cicatrices, infirió que serían por la fragua o por la pelea de Muerte Roja, pero hubo una que le llamó la atención, una que la hizo sentir culpable. La marca de una cicatriz en el medio del pecho, una que ella misma tuvo que atender debido a la gravedad de la herida, dos años atrás.
Su mirada se oscureció de pronto, e Hipo supo a qué se refería.
-No te atormentes por eso, ¿sí?. Ya ha pasado mucho tiempo. –le tomó la mano, haciendo que ella lo mirase.
-Ese día casi te matan... por mi culpa. –recordó con dolor, desviando la mirada.
-No, fue por culpa de Dagur... Y tú me salvaste e incluso lo salvaste a él, y gracias a eso es que quedamos a mano con Berserk.
-A veces creo que lo malo que te pasa es por mi culpa. –comentó con amargura.
-Hey… no es verdad y lo sabes. Hace dos años y medio, aunque Berk lo ignoré, bien sabes que tú y tu valentía salvaron la isla entera, y mi vida, Astrid. Así que ni digas eso, ¿de acuerdo? -pidió con una carita que hacía que Astrid no pudiera negarse.
La fémina sonrió complacida ante la insinuante mirada.
-De acuerdo.
No pasó ni dos segundos para que se volvieran a besar, salvo que en esta ocasión fue Astrid la que se fue posicionando sobre Hipo, para después bajar un poco y darle un par de besos en el cuello.
El castaño acarició y situó sus manos en las caderas de ella, para después dirigirlas a la espalda de la rubia mientras se dejaba hacer lo que ella quisiese, momentos antes ella le había dado esa oportunidad a él, ahora era su turno; sin embargo, desde que era jefe de Berk, sus sentidos estaban más alerta y a la defensiva, por lo que escuchó algo que llamó su atención. Agudizó su oído, esperando que fuera producto de su imaginación, pero el tener a su esposa encima de él, escuchando cómo lo besaba y sintiendo esas caricias enloquecedoras no facilitaba las cosas.
-Astrid, amor… ¿escuchas eso? –interrumpió, tratando de apartarla.
La rubia resopló, no le gustó para nada que la interrumpiera cuando estaba tan concentrada.
-Tú fuiste quién dijo que ignoremos los ruidos de afuera. –recordó con coquetería, envolviéndose en la sábana y dejándose caer a un lado.
-Lo sé, pero hay ruidos que no puedo ignorar. –argumentó serio, apartándola un poco y enderezándose.
Ambos se sentaron en la cama, Astrid se cubrió con la manta aún más, puso atención también, y fue cuando entendió a lo que se refería el ojiverde. Abrió los ojos sorprendida, miró a Hipo, compartieron un mismo pensamiento, asintieron con la cabeza y se dispusieron a vestirse.
La alarma de invasión se escuchaba por todo Berk, aun por encima de la lluvia torrencial.
-Mataré personalmente a cualquiera que haya venido. –Astrid comentó con rabia mientras se colocaba la muda de ropa que traía en su morral, lo más rápido que se le permitiese.
Hipo se entretuvo un poco debido a que tenía que ponerse la prótesis, la rubia se culpó un poco debido a que ella insistió en que se la quitara.
Estaba a punto de acomodar su cabello, mientras se ponía el filet en su cabeza, acomodaba su flequillo antes de hacerse la trenza (ya que Hipo la despeinó por completo) pero notó algo en su cama marital.
Se ruborizó un poco, cayendo en cuenta de lo que había pasado.
Según las costumbre vikingas no podían abandonar la habitación hasta la mañana siguiente en que los testigos dieran fe de que el matrimonio había sido consumado, y para eso estaban las mantas que ahora estaban manchadas.
Las dobló cuidadosamente y las puso encima del buró, mientras Hipo se ponía de pie.
Con una última mirada de confianza, se retiraron de la habitación donde no sólo habían consumado su matrimonio, sino también su amor.
No tardaron más que unos momentos y empezaron a bajar rápidamente las escaleras mientras que Hipo terminaba de amarrar sus ropas y Astrid de trenzarse el cabello.
-Hipo, iré por mi hacha a casa de mi tía. –informó, a punto de abrir la puerta. –Aun no traigo todas mis cosas.
El jefe le asintió. –Te mucho cuidado. –pidió. –Recuerda que si es necesario, ocuparé que tú y los jinetes resguarden a las mujeres y niños.
Estaban punto de salir, pero antes de hacerlo, se dejó ver a su amigo Patapez que ingresaba a la choza con los ojos tapados.
-¿Se puede pasar? –preguntó sin atreverse a quitar su mano de la mirada, pues sabía lo que podía estar ocurriendo entre los dos.
La mujer resopló con fastidio tras rodar los ojos, en definitiva ésa no era la manera que había soñado su noche de bodas, y menos Hipo.
-No te preocupes, adelante ¿qué pasa?
El rubio abrió los ojos y se encontró a la pareja en posición de batalla, listos para la guerra, ante lo cual suspiró de tranquilidad, quizás no habían empezado con su noche.
-Hipo, malas noticias… los Berserkers vienen a atacar.
Los recién casados se miraron, tenían cuentas pendientes con Dagur desde hacía mucho tiempo. Asintieron y salieron de su hogar.
Chimuelo y Tormenta estaban algo inquietos, pero llegaron a tiempo para calmarlos y montarlos. Salieron en sus dragones rumbo a la costa donde se veían la flota.
La lluvia no ayudaba en nada a la visión, y mucho menos para que los dragones pelearan, pues con las cabezas mojadas les era imposible echar fuego.
-No creo que sea tan idiota como para romper el pacto de paz que se firmó. –espetó Astrid, recordando lo que había ocurrido dos años atrás.
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El barco principal de la flota llegó a la costa de Berk.
Dagur sonrió con malicia, realmente ese ataque era sólo para dar un susto a los Hooligans, pero también para ver a cierta rubia que lo traía loco. No iba a permitir que Hipo le quitara más de lo que tenía. Ya le había quitado el prestigio de tener un Furia Nocturna, que ahora era bien conocido que era el Alfa, se decía entre otras tribus lo buen jefe que era y eso le hacía reventar. No entendía por qué con tanto poder, no lo aprovechaba para controlar a los demás. Por eso, es que Dagur venía por la debilidad de Hipo. Había descubierto hace años que su padre, el Furia Nocturna y Astrid era de donde Hipo flaqueaba, así que ahora usaría esas posibilidades para sacar provecho de la situación.
El jefe levantó el hacha y dio la orden de atacar.
Los invasores ya sabían a lo que iban. E incluso iban preparados contra los dragones.
Dagur caminó con decisión, viendo cómo los hombres y algunas mujeres de Berk se aglomeraban para impedir el paso, pero a él no le daba miedo.
Llegó a tierra firme, la lluvia comenzó a bajar de intensidad, como si el clima quisiera ayudar en la batalla.
Vio claramente a los jinetes y sus respectivos dragones, un cremallerus con los gemelos locos, el Cuernatronante de Estoico que ahora lo cabalgaba un hombre musculoso cuyo nombre desconocía, así como el Pesadilla Monstruosa y el Gronckle de Patán y Patapez; pero no a los que quería ver, hasta que un sonido peculiar de dragón se escuchó, situándose justo frente a él.
El jefe en el Furia Nocturna, y su esposa, en un Nadder llegaron, para tranquilidad del pueblo. Astrid aterrizó, despegando su hacha doble mientras que Hipo preparaba su espada de fuego.
El jefe invasor sonrió maliciosamente, e Hipo, con resistencia. No iba a permitir que maltrataran su aldea.
-¿A qué has venido? –preguntó con poderío.
Las miradas de todos los habitantes presentes estaban sobre Dagur, ni hablar de los dragones, que guardaban resentimiento por algo que él había hecho en el pasado a uno de los suyos.
-A darles un regalo de bodas a ti y a Astrid. –comentó con cinismo, haciendo ademán de mostrar la flota entera.
Los mencionados se vieron entre sí.
-Aquí tienen su regalo. –levantó su mano y varias piedras aparecieron, llegando desde los barcos, atacando un punto en cuestión… El Gran Salón, dañando la estatua en honor al gran jefe que fue Estoico.
-¡No! –gritó Valka, que recién llegaba en su dragón.
La estatua no fue derribaba por completo, pero sí resultó muy dañada.
Eso aumentó la furia en el pueblo, y del líder.
-Acéptalo, Hipo. Jamás serás un jefe vikingo.
El castaño bajó de Chimuelo y caminó hasta Dagur. Una batalla por honor acababa de comenzar.
Escuchó tras sí los comentarios de ambos bandos, pero los ignoró, lo único que importaba en ese momento era el daño que le habían causado al recuerdo del antiguo jefe de Berk, su padre.
Los Berserkers empezaron a atacar, no mataban a nadie, sólo causaban daños materiales. Sabían que recién se levantaban de un ataque que destruyó casi toda la aldea, por lo tanto estaban algo vulnerables, pero al notar esa actitud en los atacantes, los Hooligans se empezaron a defender.
-Esto lo pagarás muy caro. –amenazó el jefe de Berk, apuntando con su arma de fuego. –Y no sólo porque has roto el pacto de paz que estableció entre las islas del archipiélago.
-No Hipo, tú pagarás cada humillación que me has dado. –contradijo, volteando a ver de una manera vengativa a una rubia que peleaba contra un hombre para defender a dos niños que estaban asustados al ver su casa ser custodiada.
Esa acción, sólo hizo enfurecer más al jefe de Berk.
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Notas de la autora:
Espero que les haya gustado el inicio de esta historia, aprovecho para agradecer a quienes leyeron mi fic de "Apariencias", sus comentarios me gustaron mucho y me animaron a escribir esta historia.
Decir que lo que en la historia se dice sobre "dos años atrás", es porque tengo pensado escribir una pre-cuela en la que se diga la historia de cómo Astrid e Hipo formalizaron su relación, además del porqué de esa cicatriz... tal vez debí publicar aquella historia primero, pero la inspiración me llegó para esta.
He de avisar que mis actualizaciones tardan debido a muchas ocupaciones que tengo, pero haré todo lo posible por escribir pronto y publicar.
Muchas gracias por leer
Dios los bendiga
**Amai do*
Publicado: 15 de julio 2014