Ambos encontraron el dolor y el abandono como punto en común, sin embargo, ellos eran muy distintos entre sí. Sus diferencias los llevarían a enfrentarse y a aliarse a través de la historia mientras el hilo del destino se iría estrechando hasta fundirse en un destino marcado de rojo.
Nota Autor: Hola, ¿qué tal? Como ven estoy de vuelta con un proyecto que de hace tiempo vengo escribiendo x3 Bueno, ya deben haber caído en cuenta que esto forma parte de una trilogía. Lo pongo en cursiva, porque si bien siguen la misma temática y línea, son tres historias paralelas de la pareja en cuestión que hayan escogido :P Así que no se preocupen, si leen éste no hay necesidad de leer los otros ;) (dependerá de si les gusta o no la pareja, o si bien, si quieren darle una oportunidad y pasar a leer de todas formas xD) Los tres parten de la misma manera: desde que China los conoce hasta avanzar en el tiempo y llegar a la Guerra Fría, donde relación alcanza su máximo apogeo, y al final, terminar con su relación actual :P De antemano aviso que habrán temas bélicos y políticos que espero tratar con cuidado xP Estos tres fics fueron hechos con la única intención de proporcionar un momento de entretención a quienes gusten de estas parejas y/o personajes :P En cualquier caso, cualquier duda, comentario, corrección o sugerencia será bienvenido y contestado cuanto antes :3
Disclaimer: Hetalia no me pertenece. Todos sus personajes son propiedad de Hiramuya Hidekaz.
Advertencias: Temas bélicos; Violencia. Participación de personajes históricos.
El cruel aire frío del invierno ha llegado,
los vientos del norte son despiadados y amargos.
La pena más sútil conoce noches largas
(...)
Un viajero que llegó de lejos
me trajo una carta.
Arriba dice "Te amaré siempre"
Y abajo "Mucho tiempo estaremos separados"
(...)
Antiguo Poema chino de amor. El cruel aire frío del invierno, anónimo.
.:1234 -El norte de China es conquistado por Mongolia:. .:1237 -Mongolia invade Rusia:.
Capítulo I: La nación del invierno
Humillado.
China no podía encontrar otra palabra que describiera su estado de ánimo. Era simplemente humillante que el mongol lo venciera en tantas ocasiones para poder instalarse en su casa, y de paso, dejarlo a él en condiciones tan deplorables. Con miles de los suyos muertos a causa de las invasiones, China pensó que quizás nunca encontraría la manera de liberarse de aquel bárbaro, y se vería expuesto a sus constantes opresiones y tiranía por el resto de sus días.
Pero Mongolia no era su única preocupación; muchos conflictos acaecían entre su gente, provocando innumerables pérdidas que lo mantenían al borde del colapso como nación.
Estaba harto. Ya no quería más guerras.
Así fue, como sus pensamientos lo abrumaron de tal forma, que lo sometieron en un extraño trance donde sólo se dedicaba a arrastrar los pies por el terreno y a mantenerse cabizbajo, sin ver hacia donde iba realmente.
La milenaria nación había emprendido una larga caminata en dirección al norte en busca de encontrar algo de paz. Ya estaba cansado de ver al mongol deambular por su casa como si fuese el amo y señor de todo. Por lo tanto, en un momento de distracción de éste, aprovechó de escapar sin que se diera cuenta.
Lo pagaría después claro estaba.
Pero en aquel momento no le importaba.
.
.
China no supo durante cuanto tiempo estuvo caminando sin rumbo. Sólo se dio cuenta que el terreno había cambiado, y por ende, detuvo su marcha para contemplar lo que lo rodeaba como si acabara de despertar de un sueño.
Ahora se daba cuenta que no había más que nieve bajo sus pies y a su alrededor. Miles de kilómetros se extendían en torno suyo mostrando un manto blanco con escasos árboles y rocas cubiertos de nieve.
Una brisa helada le azotó sus ropas, y a los pocos segundos, empezó lo que sería una leve tormenta.
¿Dónde demonios estoy?, se preguntaba el chino con el semblante desorientado. Jamás se había aventurado a caminar tan lejos.
De pronto, el ruido ascendente de un fuerte galopeo interrumpió todos sus pensamientos. Algo se aproximaba y podría jurar que no se trataba de nada bueno.
Efectivamente así era.
Jinetes.
Una caballería entera iba hacia él. Enseguida se apresuró a ocultarse tras unas rocas que estaban cerca. Era deshonroso hacer un acto como ése, pero su última pelea con Mongolia lo había dejado demasiado debilitado como para poder enfrentar a alguien más. Optó por lo más prudente; quizás el ejército de extraños pasaría de largo, y una vez se hubieran ido, él podría marcharse tranquilo.
Pero sus esperanzas se vieron derrumbadas al darse cuenta de la identidad de esos extraños.
A principio le costó reconocerlo en medio de la neblina, pero la fornida figura a caballo y las toscas voces que lo acompañaban eran tan claras para él como el cielo mismo.
Mongolia.
China tuvo que taparse la boca para ahogar un grito, aunque no pudo evitar soltar un violento respingo. Seguido de eso, el temor y la incertidumbre se apoderaron de su ser mientras una interminable lista de torturas —de las que era víctima— se montaba en su cabeza una tras otra sin poder decidir cuál era peor.
Él sabía que no debía haber escapado, pero el deseo por querer alejarse del mongol lo llevó a cometer tal acto imprudente del que ahora no saldría ileso.
Estoy perdido, aru, esta vez sí que me mata.
Pese a su temor, se asomó a observar al ejército mongol por un costado de la roca. Calculó cerca de unos treinta y cinco mil jinetes(1), todos armados hasta el cuello. Esto era extraño… ¿Por qué Mongolia vendría con un ejército tan numeroso a buscarle? Tarde o temprano tendría que regresar y sufrir el dolor de su pueblo. Esa era una de las mayores desgracias de ser una nación; no podían abandonar sus casas por más que quisieran.
Entonces se dio cuenta que no era a él a quien perseguían.
Unos metros más allá de donde se ocultaba el chino, podía verse a un niño vestido con ropas harapientas y una bufanda envuelta al cuello, huyendo aterrado de los jinetes que iban tras él.
Segundos después, la persecución acabó cuando una flecha lanzada por Mongolia rozó el hombro del pequeño y lo hizo caer al suelo.
El pecho de Yao se contrajo al ver cómo el infante se quejaba por el dolor. Éste estaba completamente aterrado, indefenso y a merced del peor de los imperios. Desde su sitio, la milenaria nación de Oriente había sido testigo de aquella atrocidad sin poder hacer nada al respecto.
Mongolia en tanto, satisfecho con su labor, bajó de su caballo y se dirigió hacia el pequeño, quien aún seguía tendido sobre la nieve, incapaz de moverse de su sitio. Una vez Gansukh se encontró parado frente a él, lo miró con una sonrisa maliciosa que estremeció el rostro ya asustado del menor.
—Vayan al pueblo, yo me haré cargo aquí —ordenó a sus hombres, quienes después de soltar un grito de guerra se lanzaron en dirección a la ciudad de Riazán.
Ya con la tropa mongola fuera de vista, Mongolia se agachó a la altura del pequeño y acercó su cara a éste en busca de querer intimidarlo con su maquiavélica expresión.
—Pequeño Rusia, no te esperabas verme tan pronto ¿verdad? —decía maliciosamente, contemplando de más cerca a su presa, quien a su vez, escondía el rostro del de su agresor.
El corazón de la milenaria nación dio un vuelco cuando vio esos penetrantes ojos clavarse sobre los de su víctima. Conocía bien aquella mirada del bárbaro; estaba deseoso de sangre... y ahí estaba el indefenso cordero, listo para ser sacrificado.
El otro en tanto, siguió con su cruel juego.
—¿Qué pasa? ¿No te atreves a mirarme de frente? —susurró con burla mientras acercaba más su rostro al del menor—. Creo que fuí claro cuando dije que volvería y te haría sufrir si no aceptabas rendirte por las buenas(2) —proclamó con una voz siseante y amenazante.
El pequeño, a pesar de estar asustado y seguir en el suelo, levantó su mirada hacia el mongol. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y no disimulaba en mostrar su temor y agonía. Sabía que no le esperaba nada bueno.
—No porque mi general(3) se haya ido signifique que renuncie a ti, pequeño Rusia —continuó Gansukh, malicioso—. Créeme que no es nada personal lo que voy a hacer, pero tengo que asegurarme que no pongas ninguna resistencia.
Dicho esto, el bárbaro puso su bota encima de la cabeza del infante, presionándola contra el suelo sin importar los lastimosos quejidos de su presa.
La mirada de Mongolia se mostraba llena de gozo ante el dolor ajeno. China, desde su lugar, sólo se limitaba a observar, cada vez más impotente el maltrato hacia el pequeño. Sabía que Gansukh no tomaba en cuenta edades o géneros cuando se trataba de invadir alguna región como lo era en este caso, pero esto ya era demasiado incluso tratándose de él. Aquella nación sólo debía de tener un par de siglos de vida y ya tenía que vérselas con el peor de los tiranos que había pisado la faz de la Tierra.
—Créeme que después de un rato no lo vas a sentir así que trata de no chillar demasiado —dijo el mongol con la peor de las sonrisas, y entonces prosiguió a patearlo, sin el menor reparo ante el grado de daño que le provocaba al pequeño.
Los golpes se hacían cada vez más fuertes, en tanto China, apretaba con fuerza sus puños. No podía seguir soportándolo, sin embargo, no tenía más opción. No había nada que pudiera hacer al respecto, después de todo él también era víctima de la tiranía de ese bárbaro desalmado. Pero aquello no impedía que su ira no se acumulase como un vaso lleno a punto de desbordar.
Maldito y cruel bastardo, aru.
Y entonces no pudo soportarlo más.
—¡Ya basta, déjalo en paz, aru!
La voz del chino borró la sonrisa de sorna que sostenía el mongol, y al segundo después cayó el silencio. Mientras que los ojos del niño, quien seguía tirado en el suelo, empezaron a abrirse y contemplaron la figura de aquel extraño que había aparecido de repente.
China, por su parte, quedó petrificado. En su rostro sólo figuraba una expresión de pánico y el color de su cara parecía haberse tornado pálido por el temor.
No se explicaba lo que acababa de hacer... ¿Por qué había salido en defensa de ese niño? ¡¿Acaso había perdido el juicio?! De cualquier forma, ya era tarde. Estaba parado ahí, a unos cuantos metros del tirano y sin oportunidad de escapar aunque lo intentara. Maldijo el no haber podido controlarse.
Mongolia permaneció impávido por unos segundos, hasta que pronto recobró su aire de autosuficiencia y se dirigió lentamente hacia el mayor, quien dio un violento estremezón al ver que se aproximaba hacia él.
—Vaya, vaya, vaya… ¿Tú por aquí, vejestorio? —preguntó con burla, volviendo a formar una sonrisa maliciosa.
El chino no contestó. En cambio, bajó la mirada, esperando que lo que fuera que le ocurriese pasara rápido. Claro que eso no era posible. Ahora el bárbaro tendría dos cautivos a los que aplicarle tortura y con los que saciar su interminable sed de sangre.
En menos de un minuto, el mongol estuvo frente a frente ante la milenaria nación, con ésta última hundiéndose por dentro de desesperación. Era abrumador para él soportar la presencia de su opresor a tan corta distancia. Mongolia tan sólo era unos centímetros más alto, pero cuando lo tenía delante suyo le resultaba todo un gigante.
—Esto si es una sorpresa, no imaginaba que aparecerías por estos lados. Pensé que con todos los escombros y muertos que te quedaban por recoger no tendrías tiempo de dar un paseo —prosiguió Mongolia, sin quitar su sonrisa sardónica, la que se hacía cada vez más siniestra y amenazadora.
China no hizo ninguna señal de querer responder. Estaba, quizás, más aterrado que el pequeño a quien el mongol había pateado en aquel momento.
—¿Qué? ¿No dices nada? —preguntó Gansukh, disfrutando del espectáculo de intimidación hacia el chino. Le encantaba tener ese poder y lo aprovechaba al máximo, especialmente con la nación milenaria.
Mongolia bajó la vista hacia el infante, al cual había dejado de patear hace unos segundos, lo levantó por la parte posterior del cuello y estiró su brazo para mostrárselo al chino.
—¿Es esto lo que quieres? —dijo en un tono condescendiente—. Entonces tómalo.
China contempló por un instante los ojos llorosos del pequeño. No supo identificar el color de éstos, sólo pudo notar que sus facciones eran muy distintas a las suyas, a las de cualquiera que hubiera conocido.
Qué importaba... si no había nada que pudiera hacer por él.
A principio intentó levantar las manos para recibirlo, pero sabía que Gansukh no tenía ninguna intención de entregárselo. Sólo lo ponía a prueba para humillarlo una vez más. Así que volvió a bajar la cabeza, apesadumbrado.
—¿Qué pasa? ¿Ya no lo quieres? —siseó el mongol con fingida sorpresa.
Yao seguía cabizbajo, provocando una amplia y satisfactoria sonrisa en el rostro de Mongolia.
—Oh bueno, supongo entonces que me lo puedo quedar yo —expresó Gansukh, mirando de nuevo al niño con malicia.
De pronto, el pequeño empezó a quejarse por un agudo dolor en el pecho. Tras eso, le siguieron unos gritos de horror que se escuchaban en la lejanía mientras que varias filas de humo se levantaban bajo el cielo tormentoso de aquella tierra.
Era obvio lo que estaba pasando.
El ataque de la horda mongola había comenzado.
Yao por fin reaccionó y levantó su cabeza para observar con angustia el panorama. Se entristecía y al mismo tiempo lo enfurecía todo ese maltrato con el infante. Él ya había experimentado ese dolor, por lo que podía entenderlo más que nadie, pero China ya tenía sus buenos siglos encima, en cambio el pequeño no tenía mucho de existir.
Contempló la mirada de dolor del pequeño, quien seguía sufriendo con sus manos presionadas contra su pecho.
—Tal parece que mis muchachos están haciendo un excelente trabajo —comentó el bárbaro con su atención hacia donde se encontraba el pueblo.
Al mismo instante que Mongolia volteó a mirar en dirección por donde había mandado a sus hombres, China aprovechó de arrebatarle al pequeño de un violento tirón y huir con él.
—¡Hey!
La milenaria nación se largó a correr tan rápido que pronto fue un punto borroso a la vista de Gansukh.
—Bastardo... —murmuró el mongol con los ojos destellantes de furia. Y enseguida, se apresuró a subirse a su caballo para ir tras ellos. Al fin y al cabo huir era imposible para los de su tipo. Las naciones podían correr, pero no esconderse. Además, no tardaría en darles alcance.
China en tanto, corría con el pequeño en sus brazos tan rápido como sus piernas se lo permitían. Era una locura lo que acababa de hacer, y sin embargo, lo había hecho de todas formas.
Pero él sabía porqué lo había hecho.
Entre los años de humillación vividos bajo el yugo de Mongolia, y la impotencia de ver a aquel pequeño ser maltratado por éste mismo, lo impulsó a actuar en contra de su sentido común. No obstante, no por eso su acción había sido menos imprudente.
¡¿Por qué habré hecho esto, aru?! Ahora no tengo salvación ¿Y si me detengo e imploro por misericordia...? ¡No! ¡Ya no puedo seguir soportando más humillación! Además, eso no servirá de nada contra ese sanguinario, pero... ¿y el pequeño?
En medio de su estrepitosa huida, China fijó su atención en el niño que seguía entre sus brazos y buscaba cobijo en su pecho. Aún parecía sufrir por los desmanes que estarían provocando los bárbaros en sus territorios. Quería decir cualquier cosa que lo ayudara a reconfortarlo, aunque fuera inútil.
De pronto, la suerte se mostró a su favor (o en contra) cuando se halló frente a un lago congelado. Si lo cruzaban podrían seguir con su escape en busca de retrasar la ira del mongol, pero si no, éste era el fin del camino para ambos.
Vacilante, dio un paso hacia adelante y puso un pie sobre el hielo. La capa no parecía ser tan firme, ya que aparecieron leves grietas al poner todo su peso contra ésta.
No había grandes posibilidades de atravesar el lago sin que el hielo se rompiese.
—¿Y ahora qué hacemos, aru? —preguntó perturbado el chino para sí mismo.
Los cascos del caballo de Mongolia se escuchaban cada vez más fuertes, y cuando el mayor volteó, ahí estaba él, con una expresión que clamaba por sangre.
No tenía tiempo para pensarlo más. Así que, encomendándose a todos los dioses y al destino mismo, se lanzó a cruzar el lago con el infante en sus brazos. Dio largas y veloces zancadas esperando que el trayecto fuera lo más corto posible. Y con un último salto, pisó tierra firme.
Lo lograron. Habían cruzado a... ¿salvo?
Cuando Mongolia se dispuso a hacer lo mismo, su caballo dio un fuerte relinchido en el que frenó en seco al tiempo que levantaba sus patas delanteras. La posición de la bestia era obvia; se abstenía totalmente de cruzar.
—Maldita sea... —bufó Gansukh, ceñudo. Por más que lo odiara sabía que el instinto del animal era el acertado. Sin embargo, no desistiría de su caza.
Así que tomó su arco y sacó una flecha del carcaj, atado a su espalda, para apuntar hacia la nación milenaria que se encontraba al otro lado del lago.
China se paralizó. Darle la espalda y echarse a correr sólo lo convertiría en un blanco aún más fácil. Cerró sus ojos con fuerza a la vez que estrechaba al niño contra su pecho. De nada le había servido apartarlo de las garras del mongol. Había sido un estúpido, pensó con amargura. Más tarde o temprano, tanto él como el pequeño tendrían que volver con el tirano que ahora mandaba en sus tierras.
Justo entonces, cuando Mongolia creía tener la partida ganada, una figura espectral descendió del cielo en forma de un hombre viejo, que trajo consigo una poderosa ventisca que cayó sobre ellos.
—Pero, ¿qué...?
La brisa helada era casi insoportable. La milenaria nación sintió su cuerpo colapsar por el frío. Jamás sintió algo parecido. Le costó abrir sus ojos a causa del viento, pero cuando lo hizo, pudo apreciar la apariencia del espíritu que había impedido que su perseguidor lanzara su ataque.
—General Invierno... —musitó débilmente el niño, abriendo a medias los ojos para contemplarlo.
—¡Maldición...! Es él de nuevo —rezongó el mongol. Aún así no tenía de que preocuparse, ya que él era de los afortunados a quien no afectaba su poder. Por otro lado... ¿qué podía decir el viejo Yao? Apenas parecía sostenerse con la tormenta de nieve que se desataba en torno a ellos.
Gansukh sonrió con malicia.
No obstante, la sonrisa del bárbaro se esfumó cuando el paisaje se cubrió por una extensa neblina, impidiéndole la visión de sus presas.
Maldijo con furia, y sin importar la escasa visión, lanzó una flecha tras otra hacia el otro extremo del terreno donde debían de seguir el chino y el pequeño Rusia. Pero la neblina le impedía ver su objetivo con claridad, y pareció que no le había acertado a ninguno de los dos.
Furioso, tuvo que desertar.
China en cambio, no lo pensó dos veces. Tan pronto vio la primera flecha rozar cerca de él, se echó a correr nuevamente, lejos del alcanze del mongol.
Antes de que se perdiera completamente de vista, Mongolia, quien ya había bajado su arco, gritó:
—Escúchame bien, Yao. Ese niño será tu perdición, ¿me oyes? ¡Ese niño será tu perdición!
La tormenta seguía cayendo, hasta que luego de un momento, la neblina desapareció, pero Yao y el pequeño ya no se veían por ningún sitio.
Gansukh maldijo una y mil veces. Sin embargo, sabía que tarde o temprano el chino tendría que volver a su casa... y entonces él estaría ahí, esperándolo.
Antes de volverse, mirando en dirección a donde había desaparecido la nación milenaria, con voz melosa agregó:
—Te esperaré en casa, querido.
.
.
Luego de escapar, China encontró un pequeño refugio entremedio de unas rocas para poder descansar de su carrera.
No daba más. La tormenta de nieve había disminuido un poco desde que dejaron al mongol y a aquel espíritu invernal atrás. No obstante, el terreno se había cubierto de nieve lo suficiente como para hacerle difícil su desplazamiento ante éste, y ahora sentía sus piernas como plomo.
Fatigado, se dejó caer de rodillas mientras depositaba al pequeño a un lado de las rocas. Necesitaba apoyarse de brazos para no caer rendido sobre la nieve, sin contar que toda la adrenalina a causa de la persecución lo había dejado exhausto. Por su parte, el infante, se acercó a su salvador con el fin de contemplarlo más fijamente. Estaba dudoso sobre si tocarle el rostro o no. A menudo recibía el rechazo directo de todo ser viviente con el que quería hacerse amigo, y en caso contrario, los que iban trás él, sólo era para maltratarlo tal y como hacía Mongolia.
China, después de recuperar el aliento, dirigió su mirada al pequeño de ojos amatistas. Ahora podía apreciarlos bien al igual que el resto de sus rasgos.
Se parece a esa gente de Occidente, aru.
China pensó que no había tratado mucho con las naciones occidentales, tampoco es que quisiera, ya que él estaba a gusto con los suyos. Al menos lo estaba antes de que Mongolia fuera a invadirlo y a causar desmanes en su tierra, terminando por someterlo y por dejarlo en su situación actual.
Dejando de lado esos pensamientos, se volvió con una sonrisa sincera hacia el menor, y más relajado comentó:
—Parece que te encuentras mejor, aru.
Pese al cansancio y al frío insoportable, Yao se alegraba en verdad que el pequeño mostrara un mejor aspecto. Después de la paliza dada por el bárbaro, era sorprendente que se pusiera tan pronto de pie.
Quizá algún día se convierta en un país muy fuerte, aru pensó profundamente.
En vista que el niño no hizo ningún comentario para romper el silencio, la milenaria nación, empleando el mismo tono amistoso, preguntó:
—Te llamas Rusia, ¿no es así?
El menor asintió débilmente.
—Da.
—¿Qué? —El chino pareció no comprender.
—Digo... sí —corrigió un poco avergonzado al tiempo que bajaba su cabeza.
China notó que el pequeño era de carácter suave y un poco asustadizo. Probablemente no sólo tenía que vérselas con el mongol como agresor, aunque sin duda, él era el peor de los abusivos.
Sintió ternura de ver esa carita tratando de ocultarse de su vista.
—Yo soy China —sonrió éste, amigable. La misma sonrisa que le había regalado a Japón de pequeño, ahora también se la entregaba a él—. La milenaria y próspera nación de Oriente, aru —agregó con orgullo.
Al momento, la expresión del mayor cambió por una embarazosa, ya que verse vestido con ropas desgastadas y rotas no demostraba lo próspero que era. Milenario tal vez, pero próspero no.
—Siento que tengas que conocerme en estas condiciones, aru —se disculpó apenado, esbozando una sonrisa al mismo tiempo que ponía una mano por detrás de su cabeza—. Hace un par de siglos atrás habría sido distinto, pero supongo que en ese entonces no habrías nacido.
El pequeño quedó mirándolo fijamente unos segundos, y quizás fue por la cómica expresión del mayor, lo que lo hizo sonreír con total naturalidad. Pronto, de sus labios salió una leve risita, demostrando una agradable sensación de alegría, la cual por mucho tiempo le había sido negada.
Extrañado, China no supo muy bien que había hecho para hacer reír al pequeño, quien hasta hace poco se lamentaba y padecía a causa de los golpes de Mongolia, y ahora, reía alegre como si nada hubiera pasado.
De cualquier modo, la sonrisa de los niños siempre lo reconfortaba, más aún el escuchar a uno reír; razón por la que no tardó en hacer lo mismo.
Sí, era agradable compartir un momento así, en tiempos donde la esperanza para las naciones de Asia y Europa Central parecía perdida a manos del imperio mongol.
Ese niño será tu perdición.
La voz del mongol dentro de su cabeza hizo que de inmediato se esfumara esa aura pacífica y agradable a la que se había entregado hace unos momentos.
Aquellas palabras le hacían eco y escocían en el interior de su mente desde que las escuchó de boca de Gansukh. Era una tontería, así que ¿por qué dejaba que le afectara?
¿Cierto?
Por más que lo pensaba, China no podía ver ninguna amenaza en ese niño indefenso y maltratado que tenía frente a él. Mongolia debía de estar equivocado.
Aunque...
Mongolia me dijo las mismas palabras sobre Japón, aru.
Repentinamente, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo ¿Era idea suya o la temperatura del lugar parecía haber disminuido? Volteó a contemplar la tormenta; había apaciguado notoriamente desde que había aparecido ese espirítu al que el pequeño llamaba General Invierno. No, no era frío lo que estaba sintiendo.
—T-Tengo que irme, aru —dijo de pronto, poniéndose de pie para disponer a retirarse cuanto antes. Tarde o temprano lo tenía que hacer de todos modos. Debía aprovechar ahora que la nevasca había amainado y el camino a su casa sería más sencillo. Rogó que el pequeño no notara el temor que lo había invadido, al menos hasta que se pudiera marchar.
Pero el infante mostró un gesto de angustia, y enseguida se apresuró a agarrar el pantalón de la nación asiática, impidiéndole irse.
—Nyet.
Yao volteó a observar al pequeño y sintió que el corazón se le oprimía al ver esa carita triste de nuevo.
—No puedo quedarme aquí, pequeño Rusia, aru.
—Nyet —volvió a repetir éste, angustiado, aferrándose con más fuerza a la pierna del chino.
—Escucha... —empezó el mayor con un tono y expresión compasivas, agachándose a mirar al niño—. Mi gente me espera, al igual que la tuya a ti, aru. Debemos volver y cumplir con nuestro deber; es nuestro destino.
Terminado de decir esto, puso una mano sobre la cabeza del eslavo.
—No sé que nos depare la vida más adelante, pero no te des por vencido, aru. No dejes que Mongolia destruya lo bueno que hay en ti. Nuestra voluntad es lo único que ese bárbaro no puede destruir fácilmente.
El niño asintió, aunque algunas lágrimas se asomaron en sus ojos amatistas. Iba a ser duro, aún no era lo suficientemente fuerte para hacer frente al imperio mongol, pero puede que algún día lo fuera y consiguiera deshacerse de su opresor. Hasta ese día, resistiría como le fuera posible.
Ya más reconfortado, China le dedicó una sonrisa sincera y se puso de pie.
—Cuando esta pesadilla termine quizás nos volvamos a ver, aru —dijo el asiático con una sonrisa amigable.
Y se giró, alejándose del refugio entre las rocas, antes de dar una última mirada al pequeño que dejaba atrás. No volteó a mirarlo, o de lo contrario se le haría más difícil irse. Era débil con las miradas tristes de los niños. Cuando los pequeños hermanos Corea o Hong Kong se mostraban así, siempre terminaba accediendo a sus caprichos. Le dolía tener que irse, pero salvar al pequeño había sido una imprudencia la cual pagaría caro cuando se encontrara nuevamente con el mongol. Sólo quería que Mongolia lo dejara de golpear ¿Lo había conseguido? Sí. Pero no por eso estaba a salvo. Estar bajo el dominio de ese tirano significaba sufrimiento seguro... y ellos como naciones debían soportarlo.
Pese a eso, tenía la esperanza de que algún día lograría su tan anhelada libertad. Era extraño; antes de llegar a esas frías tierras del norte pensaba que todo estaba perdido, pero al consolar al menor había logrado animarse y pensar que sus palabras podrían ser verdad.
Ese niño será tu perdición.
Otra vez volvían aquellas odiosas palabras ¿Por qué se dejaba influenciar por ellas? Mongolia sólo quería buscar la forma de amedrentarlo. Sin embargo, cuando pensaba en Japón, la inquietud y la duda se apoderaban de su ser. Su hermano había cambiado desde que lo encontró por primera vez en ese campo de bambús. Y al igual que el pequeño Rusia, también lucía inofensivo y adorable. Claro que el carácter del japonés era más directo —incluso podía ser clasificado de grosero— a diferencia del pequeño eslavo, quien temía hasta de su sombra.
No obstante, no podía confiarse.
Nunca se sabía cuando una nación que recién comenzaba a surgir podía volverse en contra de uno. Por ahora, quería conservar la imagen inocente de aquel dulce niño, y el espíritu del invierno que lo acompañaba.
Una nación protegida por el invierno... pensó. Le era casi imposible creer que existiera de no ser porque lo había visto con sus propios ojos.
Yao decidió dejar de pensar en el asunto, y mejor enfocarse en armarse de valor para cuando se encontrara con el mongol al llegar a casa. De seguro éste ya estaba esperándolo con su castigo.
Haber rescatado al niño había sido una tremenda imprudencia sin lugar a dudas; a él también le esperaría una dura venganza por parte de Gansukh, sin embargo... eso no debería importarle, ¿o sí?. Él había hecho todo lo posible por sacarlo de su agonía, trayéndole consecuencias serias en su relación con el mongol.
Por otro lado... no se arrepentía. Cuando pensaba en su sonrisa y recordaba su risa, sentía que había valido la pena arriesgarse. Afortunadamente se había marchado a tiempo antes de encariñarse con el pequeño, ya que de alguna u otra forma las palabras de Mongolia no dejaban de repetirse dentro de su cabeza... y temía que éstas resultasen ser ciertas.
(1) Las hordas mongolas primero atacaron Bulgaria de Volga (hoy parte de Rusia) con un número de treinta y cinco mil jinetes comandados por Batu Kan. Tras un año de resistencia fueron vencidos para seguir hacia Riazán.
(2) Riazán fue la primera ciudad rusa en ser saqueda y destruida. Una vez los mongoles acabaron con la resistencia de los habitantes de Bulgaria de Volga, mandaron a sus embajadores a tratar con el príncipe Yuri II de Vladimir a exigir su sumisión, y ante la negativa, atacaron la ciudad siendo totalmente destruida después de unos días.
(3) A quien se refiere Gansukh es a Genkis Khan, quien inició el vasto imperio mongol convirtiéndose en la pesadilla de Asia y algunos países de Europa Central. Después de su muerte, las conquistas a China y Rusia quedaron varadas un corto tiempo para después ser retomadas por Batu Kan (nieto de Genkis Khan)
Notas finales: Je, ¿qué les pareció? x3 Cabe aclarar que lo de conocerse en esta situación es más tirado al fanon, porque no he encontrado ninguna fuente histórica que conecte a estos dos antes de 1640 (ya llegaremos allí xD) Sobre Mongolia, aún cuando es un personaje canon, HH no ha dado ninguna información de él T.T, al menos no que yo sepa ;_; Sólo ha sido dibujado en versión chibi y creo que por eso mismo es que en el capítulo 4 de BW sale pequeñín como Rusia (cuando claramente éste es mayor que el ruso :P)
En zerochan pueden encontrar una imagen del mongol. Sólo agreguen /371512 y accederán a la página ;)
¡Ah! Una imagen/doujin que me gustó y es parecida a la que pasa en este primer capítulo, también esta en zerochan, sólo agreguen /811312 No tengo idea sobre lo que dirán en verdad los diálogos Dx, ¡En esa página hay tantos buenos comics de Hetalia sin traducción! ¡¿Por quééé?! TwT
Como sea, veremos un poco más de Mongolia en el siguiente capítulo. Tengo que aclarar que su personalidad tosca y cruel es debido a su etapa como imperio mongol, aunque ésta tiene su profundidad que aquí abarcaré ligeramente xP (la abarco en mayor profundidad en mi fic Kimchibun, pero ese es tema aparte xD)
Quiero hacer una mención importante sobre el personaje de Rusia xP En este fic planeo hacer que Rusia muestre un lado más... oscuro xP De hecho él no será el único, China, conforme vaya avanzando la trama, también mostrará un lado B, pero siempre sin tratar de salirme del carácter del personaje, que ésa es una de mis principales prioridades en este proyecto :3 También advierto que la relación China/Rusia será un tanto... complicada, con esto me refiero a que no esperen ver al ruso proclamarle amor a Yao desde el primer momento xP No voy a spoilear más, sólo diré que quiero desarrollar bien los sentimientos tanto de Yao como de Ivan, por esa razón la cosa no se dará fácil xD.
Besitos, y cualquier cosa, sugerencia, corrección pueden decírmela con toda confianza ;)