¡Hola! Heme aquí aportando mi primer fic al fandom de esta genial serie. Sinceramente no planeaba escribirlo tan pronto, pero como siempre mis impulsos me ganas y bueno, el resto es historia. Antes de dejarlos ir a leer he de aclararles unas cuantas cosas, hacerles advertencias y blah blah blah.

Primero, ésta historia está ubicada después de los tiempos de Karasuno, o sea todos los chiquillos que conocemos son prácticamente adultos. Segundo, hay mención de violación e mpreg, así que si estos temas no son de tu agrado será mejor que la dejes aquí. Tercero, al principio podrá verse confuso y probablemente no entiendan todo en un santiamén, pero no se preocupen que todo saldrá a la luz en su debido momento. Cuarto, puede parecer que será un drama cargado de cursilerías y tal pero créanme que esto les sacará más risas que llantos. Y por último pero menos importante, las parejas con la que iniciaré serán Kageyama/Hina y Tsukishima/ Yamaguchi, al menos por lo pronto, y una vez la historia de ambas parejas esté más avanzada meteré otra mediante una votación.

En fin, sin más que agregar, ¡espero que sea de su agrado!


Prólogo.

Hinata Shoyo no tenía suerte.

Y pese a saberlo de buena tinta duró 17 años sin sucumbir a la ruina. Si bien lo supo desde que, midiéndose en clase de educación física, cayó en cuenta de que su estatura estaba por debajo del promedio, reanimase con el dicho de "las mejores cosas vienen en empaques pequeños" y continuó con su cometido de ser igual o más grande que El Pequeño Gigante. Y cuando la chica que le gustaba le pidió que le entregara una carta de amor a su mejor amigo, roñando sus ganas de lloriquear como de costumbre, se convenció a sí mismo de que ella no era la indicada para el gran Shoyo Hinata, que cuando su altura creciera tan desmesuradamente como su habilidad en el vóley que apenas y podría soportar tener tantas chicas lindas aglomerándose a su alrededor. Luego de perder de manera no solo vergonzosa sino humillante en demasía contra El Rey y sus plebeyos, después de haber tardado meses en reconstruir su ego de talla pequeña, y viéndose preparado para tener su tan ansiada revancha, arribó con euforia lo que sería su nuevo templo de superación solo para toparse cara a cara con el individuo que lo dejó deshilachado en su primer y último partido. Pero Hinata era paciente y dejó que una extraña amistad entre él y Bakeyama fluyera tardía, dando rienda suelta a meses llenos de adrenalina, triunfos dulces y derrotas amargas, pero al fin y al cabo rodeado de amigos dispuestos a darlo todo con tal de ver a su equipo resurgir de las cenizas.

Sin embargo, reiterando, Hinata no tenía ni una pizca de suerte. Luego de ese pequeño lapso de felicidad, reinó la angustia en su pecho.

Allá donde estaba los años habían pasado, su característica jovialidad parecía haberse quedado en el gimnasio y sin un trozo de lo que una vez había sido una fuerte voluntad, el peli naranja había aprendido por las malas que la vida tiene más momentos amargos que dichosos, y lamentablemente su época de victorias, risas y vida se había escurrido por sus dedos, perdiéndose en un vacío latente que últimamente lo envolvía. Todo lo que un día fue Shoyo ahora solo eran reminiscencias.

Y cuando su hermana le llamó a las ocho en punto para pedirle un favor descabellado y sin precedentes, Hinata desconocía que volvería a respirar.

. . .

Entre brocados de leones y estampados de rayas coloridas, aferrada a un balón de peluche babeado y ruñido, con los cabellos extendidos a lo largo de su almohada rosada, una pequeña infanta de mejillas rosadas y regordetas dormía con placidez envidiable, como si ninguna fuerza sobre este mundo pudiese turbar las tranquilas aguas de su sueño. O al menos eso creía hasta que una réplica suya en varón le saltó encima con el propósito de hacerla rabiar desde temprano.

— ¡Haruhi, despierta! ¡Mamá preparó hot cakes y si no te levantas ya me los comeré todos yo solito! —Los gritos del pequeño eran definitivamente ensordecedores, tanto que el felino que reposaba junto a la niña le clavó las garras como venganza por haberlo despertado. — ¡AUCH! ¡Dante! —Gritó como reproche sobándose el área afectada. La mujercita, quien había permanecido con la manta hasta las sienes, sacó un puño con tal rapidez que tomó desprevenido a su fastidioso hermano y lo estrelló con tal ímpetu en su pequeña nariz que logró tirarlo de la cama, recuperando un poco el orden que mantenía con tanto recelo en su alcoba.

—Cállate Shota, ya te he escuchado —Y una cadena de tirones, insultos y rabietas infantiles se dieron como consiguiente de su acto. Les pareció escuchar unos pasos apresurados por el pasillo, pero era tal sus ganas de matarse en ese momento que no le dieron la menor importancia. Grave error.

— ¡Niños! No son ni las ocho y ya tienen la casa hecha un escándalo, ¡hasta la señora Suoh los ha escuchado! —Parado al filo de la puerta, con un cómico pero adorable delantal de encajes rosas pastel, sartén y pala en malo, un hombre que no parecía superar los 21 miraba con reprensión a sus retoños. Ese hombre es Shoyo Hinata, quien para su mala suerte solo creció cinco centímetros y permaneció con prácticamente la misma masa muscular que en su adolescencia. Los críos voltearon hacia su figura materna, y sin pensarlo dos veces hicieron lo que cualquier niño de su edad haría; culpar a su hermano de todo.

— ¡Ella fue la que empezó! - ¡Él fue el que empezó! — Gritaron en unísono, dejando más sordo de lo que ya estaba al mayor. Hinata se limitó a suspirar con pesadez, negar ligeramente y devolverles a cambio una mirada de ternura mezclada con el más puro amor.

—No importa ya, mejor vengan a desayunar que preparé jugo de naranja y hot cakes. A menos que quieran que me los coma yo… —Lo último lo dijo con tintes de provocación, consiguiendo despertar ese brillo que destilaban los ojos almendrados de los pequeños cuando un reto se presentaba. Y sintió una punzada de recuerdos.

— ¡El que llegue primero se queda con el último pedazo de pastel de ayer! —Hinata no pudo ni parpadear cuando sus retoños ya habían empezado la clásica guerra matutina por ver quién llegaba primero a la mesa.

Hinata apreció su energía desde el pasillo y sonrió. Eran como clones suyos en todos los sentidos, tanto en apariencia como en actitud. Y entonces, como cada día desde que los tuvo en sus brazos por primera vez, vio que no todo estaba perdido.

Sintió una vibración en el bolsillo de su delantal, y colando una mano hasta alcanzar su celular, vio que en la pantalla ponía "Desconocido", pero para Hinata aquel teléfono no era para nada desconocido.

—Natsu, te he dicho muchas veces que no podré ayudarte… —Al contestar fue directo al grano, hablándole a su testaruda hermana sin tapujos. Del otro lado de la línea se hizo oír un respingo, seguido de lagrimeo falso y palabras que el chico no pudo entender. Suspiró; su hermana nunca cambiaría.

—Pero Shoyo-chi, te pagaré y podrás tener a mis sobrinos en el plantel para vigilarlos, ¡estás siendo muy injusto, niiii! —Reprochó con su característica voz chillona. —Además, he sabido de mamá que has estado teniendo problemas para cuidarlos. —Dio en el blanco. —Tu trabajo implica mucho de tu tiempo y no confías en nadie desde… Lo siento toqué un tema que no debí, como te decía, ellos están mejor acá, no es que no estén bien allá contigo, digo eres una madre-padre excepcional y eres muy lindo sin mencionar que…

—Bien bien, ya entendí. —Cortó de tajo el embrollo de su hermana. —Pero debo pensarlo mejor. Yo no soy muy bueno cuidando niños, no soy tan carismático como antes y lo sabes. —Respondió con un deje de melancolía. — Además, ¿por qué decidiste de buenas a primeras abrir una guardería? ¡Ni siquiera la atenderás tú! —Renegó Hinata.

—Claro que yo me haré cargo de ella, pero como la directora tontito. Ya he contratado a una chica adorable para que ayude como cuidadora junto a ti. Y antes de que preguntes por qué te he escogido es porque eres un adorable doncel y eres mi hermano y... y porque sí.

—Los donceles abundan por doquier…

—Shoyo, sabes que no aceptaré un no por respuesta. Te conseguí un departamento cerca de mi casa, el chico que atiende el complejo es monísimo, con suerte y ligues. —Habló con un tono de picardía. —En fin, te doy hasta la noche para que pienses bien todo, y cuando decidas algo me llamas. ¡Goodbye! —Antes de poder si quiera despedirse la menor colgó, dejando a un Hinata hecho líos y marañas.

Su hermana seguía viviendo en el mismo vecindario en el que él solía vivir antes de que aquello ocurriera, y mudarse allá implicaría recordar, y recordar implicaría sentir. Y Hinata a esas alturas no se podía dar el lujo de sentir.

. . .

La noche transcurrió normal, entre juegos de mesa y programas de televisión infantiles. Las yemas de sus dedos repicaban en un compás desesperante la mesa de noche, como si aquello lograra apaciguar su dolor de cabeza. Estaba entre la espada y la pared; por un lado tenía el hecho de que su tiempo y su trabajo no se llevaban bien, sus hijos y él en medio, y los recuerdos de su pasado albergados en su antigua ciudad asfixiándolo. Pero en esos momentos para Hinata era primordial tener a sus hijos bien. Después de todo ellos eran lo único que lo mantenían vivo.

Tomó el teléfono con nerviosismo, casi frenético, tanteando los botones del aparato con tal inquietud que por un momento creyó haberlos descompuesto. Si de algo estaba seguro era que la decisión que había tomado lo encarrilaría a un camino lleno de sucesos impredecibles, no obstante ya era demasiado tarde para echarse hacia atrás. Estaba en espera, sudando la gota gorda, mordiéndose los labios.

— ¿Shoyo? —Contestó Natsu con ansias en la voz.

—Lo haré. Regresaré.


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