Dejo a su consideración este cuarto y último capítulo en el cual me refiero a Sasha. No sé si sea posible que el humano que es reencarnación o receptáculo de un dios pueda oponerse por completo; Shun trató, pudo deshacerse del poder de Hades durante un breve tiempo, pero ¿una humana normal podría? Me resultó interesante imaginar que sí, que muchas veces el miedo es tanto que puede dominar a quien lo siente. Aquí las consecuencias de ese miedo.

Originalmente, este sería el final de la primera parte de esta larga y ambiciosa historia, sin embargo, dado mi estado de ánimo, casi permanente, debo anunciar que será el final del fic, uno de los que cancelé hace ya tres años, o poco más, y a fin de cuentas tuve la inquietud de continuarlo al menos hasta este punto. Espero que se asomen, que les guste, muchas gracias a quienes me leyeron mientras estuve aquí, InatZiggy-Stardust, Mel-Gothic de Cáncer, SakuraK Li, Liluel Azul, Derama 17, Geminisnocris, Tot 12, Selitte, agradezco los mensajes, el que dejaran su huella en mis historias. A ustedes va dedicado este esfuerzo último mío…

Por última vez, copyright a Shiori Teshiroji por sus personajes. Ya pueden pasar a leer el desenlace de Mazmorras.

32.- 1750, agosto 30, Sasha, en el umbral

…dos…

Sasha se muerde los labios para no gritar. Hay sangre en su comisura, una sola gota. Es como el sol rojo de ese día sin nubes. Alone ya la había pintado como una niña que recoge flores y como una joven asomada al abismo que se abre en unas ruinas sin otros habitantes que arbustos y hojarasca. Hacía un par de años que Tenma se había ido con ese desconocido de nombre Dokho, el del ropaje dorado.

…tres…

Vamos a la catedral del bosque, le dijo su hermano nada más despertar. Ella sonrió, dijo sí, fue a buscar el pan para los más pequeños, ayudó a una religiosa ya mayor a preparar el té, acomodó platos y vasos en las mesas, esperó a Alone para comer antes de que se fueran. Desde que Tenma no vivía ya en el orfanato, era Sasha quien se encargaba de ayudar al pintor, cargando sus utensilios, sentándose cerca de él para pasarle los pinceles y el polvo de óleo, para mirar sus avances, siempre adormecida por el vaivén de las pinceladas, ya fuera sobre la pared o en el lino.

…cuatro…

Esa mañana no fue la excepción. Mientras Alone caminaba con un saco al hombro, Sasha llevaba una canasta de comida. Iban a tardarse, calculó, pues el ángel de ojos rojos que hace un par de años pintara su hermano estaba descascarándose. Quizá fuera la humedad, o los óleos no eran idóneos para permanecer fijos al yeso de los muros. El muchacho rubio llevaba trabajando en aquello unas tres semanas; Sasha o cualquier otra de las niñas iba con él para hacerle más ligeras las largas jornadas. Aun así, después de darle el dinero de su pago a las religiosas, Alone se dejaba caer sobre las mantas y se quedaba dormido sin siquiera quitarse los zapatos. Su hermana no podía evitar sonreír, el rubio seguía siendo el niño pacífico y lleno de melancolía de antes; quizás un poco desobligado, pensaba en tono de broma en tanto limpiaba sus pinceles con un solvente. A lo mejor también aprendo a pintar, podría ayudarte para que no trabajes tanto, susurró la joven de la nada, y Alone la supo preocupada. Casi no necesitaban hablar.

…siete…

No es necesario, hoy es el último día que venimos, ya casi queda, me falta retocar los ojos y ya, sonrió el joven. Los ojos, se dijo, aminorando la marcha. Va a regresar pronto, lo prometió, respondió Sasha. En ese diálogo con apenas palabras estaba Tenma, su retrato falto del rojo en el entusiasmo de su mirada. Cuando vuelva vas a terminar el cuadro. Alone sonrió; estaban ya cerca de la Catedral.

…once…

Antes de llegar a ese rincón hecho con torres en punta y portones alargados, el cielo se llenó de presagios de tormenta. Grises, saturados de agua que de un momento a otro golpearía la tierra, haciendo intransitables los caminos. Los dos hermanos corrieron hasta llegar a la portada de la Catedral. Sasha vio las torres, llenas del repicar de las campanas. Sería un bonito cuadro, pensó la joven, lo blanco de la construcción y las nubes grises, alguna sombra verde que el viento alarga para dejarla vacía de frutos y de hojas. De pronto ese viento imaginado fue real, cada vez más intenso.

…dieciséis…

Alone aferró sus utensilios; Sasha, la canasta. Pero la tormenta pronto se reveló como algo más. Como el capullo de una mariposa negra. ¡¿Tú?!, gritó el pintor; su hermana soltó la canasta y el pan y la fruta rodaron por el pasto, la bota de vino se derramó. Frente a ella había un rostro pálido, de cejas finas, coronado por cabellos tan oscuros como el plumaje de los cuervos; un vestido negro, largo, ondulante. Llegó la hora, mi señor Hades, he venido por usted, dijo ese rostro antes de inclinarse, de completar la reverencia que se le dedica a un rey, a un príncipe.

…dieciocho…

Como antes, cuando siendo chicos su hermano recibía en silencio las burlas y los golpes de otros niños, Sasha se interpuso entre Alone y la desconocida, los brazos abiertos. ¿Quién eres, qué quieres?, creyó preguntar, pero sólo sintió las ropas de su hermano, que se había adelantado unos pasos. ¿La conoces, Alone? El mundo se apagó al rozar aquella tela un poco rugosa; los árboles, la catedral, la tormenta antes tan inminente, se fundieron en un resplandor blanquísimo, en medio del que Alone volvió a encontrarse con aquella mujer.

…veinte…

En ese ensueño su hermano era más joven. Había ido a buscar el rojo verdadero. Quizá fuera el de aquellas bayas. Pero no, no era ese el único tono; al pintor le agradaban los rojos que el mundo le mostraba, aunque fueran tildados de falsos por el sacerdote que antes lo viera trabajar. Te haré un retrato, le dijo al cachorro blanco, luego acomodó su lienzo y sacó los pinceles. Una tormenta como la de ese día lo rodeó; la misma mujer salió a su encuentro, igual de pálida, en un vestido negro idéntico, el viento sumaba sus cabellos a la nubosidad gris del cielo. Mi señor Hades, dijo, eco anticipado, y le puso en los labios un beso de sangre, y le dejó como recuerdo de su amenaza el colgante que Tenma intentó levantar del piso cuando el río se desbordó. Antes había matado al cachorro blanco sólo con la mirada. Y ahora estaba de vuelta.

…veinticuatro…

Lo llevaré a su castillo, mi señor Hades, dijo la desconocida. Sasha avanzó hasta casi tocarla. Es mi hermano, no lo harás; no sé quién eres pero no te lo llevarás, yo voy a defenderlo, gritó su garganta sin que ella se percatara. La joven sentía como si hubiera un segundo cuerpo dentro de su cuerpo, como si con alzar el dedo y nada más pudiera disipar cualquier tormenta, cualquier amenaza, por peligrosa que se presentara. Aquel segundo cuerpo tomó posesión de sus miembros durante un instante, y esa intención de levantar un dedo y con él subrayar el "no te lo llevarás" se hizo realidad.

…veintiocho…

Sasha lo vio todo desde un rincón de su piel: esa fuerza en el viento, el resplandor chocando con la sombra que arrastraba consigo al adormecido Alone, haciendo pedazos uno de los muros de la catedral del bosque, los gritos, no supo si de ella si de la desconocida o de su hermano. Y tuvo miedo. ¿Qué era eso, esa destrucción, ese terror encerrado en voces antes calmas? ¿De estar con ellos Tenma le habría advertido sobre esa fuerza en su interior, le habría dicho "no lo hagas, Sasha yo te ayudo, vamos a encerrarla, a controlarla, vamos los dos a buscar a nuestro hermano"?

…treinta…

No, no, no lo hagas, pidió la joven, de nuevo dueña de su voz. A solas frente a una fachada desastrada. Inmersa en un huracán de gritos, de miedo, de dudas que buscaban resolverse: por qué aquello, acaso la ira de Dios contra los falsos devotos, el fin del mundo, un Ángel de la Destrucción derribando el mundo por los pecados de la humanidad… Su ruego, sus puños entrelazados contra su pecho, fueron el candado que devolvió, a medias, la tranquilidad a ese rincón hasta aquel día familiar.

…treinta y dos…

Cuando volvió a ver la catedral, esa construcción en mitad del bosque era otra, una consecuencia del mayor terremoto en la historia. Alone no estaba por ningún lado y la extraña también había desaparecido. Junto al portón, abierto, varias personas lloraban asustadas. Entre esos lamentos, se alzó la voz de una mujer. Gritos agudos, sollozos. Sasha, presa de una parálisis que la había convertido en mármol, centró su mirada en ella. Harapos blancos, grises, en desorden sobre el césped. ¿Qué era el bulto en sus brazos?

…treinta y cinco…

Mi hijo, escuchó la joven. Un susurro, primero. Pronto esas únicas palabras hicieron crecer a la mujer, al envoltorio de telas negras y blancas en su regazo. Otras voces se unieron al susurro inicial. Gritos, como pronto lo fue ese núcleo de murmullos. ¡Bruja, bruja, mató al niño sólo con los ojos, no, con las manos, las extendió y le exprimió la vida a la criatura, bruja, bruja! Sasha oyó todo sin poder moverse. No, no era ella esa bruja; ella había llegado con Alone para acompañarlo en su trabajo, para verlo retocar la pintura de ese ángel enorme. Pero ¿dónde estaba su hermano? Antes de que incontables manos la inmovilizaran, Sasha lo buscó. No estaba, ¿adentro acaso, ya frente al muro en tanto ella alucinaba ahí, bajo una mañana más calurosa que cualquier otra que recordara?

…treinta y ocho…

Aunque lo llamó, no hubo respuesta. En cambio, hombres de ropas oscuras se sumaron a los feligreses, la tomaron por los brazos, la arrastraron lejos de esa catedral y la encerraron en una mazmorra con apenas luz, llena de grilletes y de cadenas. Ahí, mirándose las manos como si se trataran de otras, de las de un ladrón o un asesino, volvió a ver lo ocurrido luego de que la extraña del vestido negro apareciera. Y lo subrayó con palabras, con su propia voz, para asegurarse de que no había cambiado, de que seguía siendo la aguda, la libre de órdenes roncas dictadas por alguna especie de deidad ladrona de cuerpos.

…cuarenta…

Lo llevaré a su castillo, mi señor Hades, dijo ella. Yo me interpuse entre sus brazos extendidos y mi hermano. No lo harás; no sé quién eres pero no te lo llevarás, yo voy a defenderlo, dije. Luego Alone se le acercó, me rodeó como a un obstáculo y rozó la punta de sus dedos. Entonces fue la explosión. Fue también esa alma distinta en mi cuerpo, la segunda explosión. Y los gritos, y el miedo, y la espalda de mi hermano y sus pasos yéndose. Ahí murió un niño, su madre lo abrazó, lloró sobre él y reclamó a nadie, pero su hijo no volvió a respirar.

…cuarenta y uno…

No, no murió; yo lo maté. Yo, esa explosión blanca, inmensa, ese segundo espíritu dentro de mí. Sin darme cuenta, pero yo.

…cuarenta y tres…

Un niño pequeño; el único hijo del verdugo, lo dicen ahora el dolor y los grilletes, clavándosele en el cuerpo. El hombre sigue contando, aunque su voz no siga el ritmo de los azotes, lluvia de fuego sobre su espalda y sus piernas. Piedad, perdón, susurra Sasha, dos palabras que se pierden al fondo de los gritos, de los de ella y de los de quienes asisten a su tortura, a la tortura de la buja malvada, asesina de niños. No se atreve a más, en tal pecado no hay espacio para pedir piedad o perdón; la muerte lo abarca todo.

…cuarenta y cuatro…

Y así, apretando los dientes, de cara a la picota, ve al niño en el momento de morir. Una fuerza los sacude a él, a su madre, a alguien que se acerca corriendo. Los adultos caen, la mujer intenta alcanzar la mano de su hijo. Pero él ya está lejos de ese intento de protección. Su cuerpo se ha estrellado contra el muro de la catedral, que comienza a desgajarse. La cabeza choca, se sacude, como las de esos muñecos animados por hilos. Mientras, la tormenta que nace de la desesperación de Sasha por detener a la desconocida, por ayudar a Alone. Su hermano y su captora desaparecen por un agujero que ella ha abierto en el aire. Y Sasha vuelve a gritar. Y la furia de la tormenta es mayor. Y el niño se hunde en los escombros de la pared. Y la conciencia dentro de ella lo nota. Y se hace casi inofensiva la tormenta. El niño cae en tierra, muñeco sin hilos; su madre se arrastra hacia él, lo acuna, le habla, acaricia sus cabellos oscuros, lacios, se da cuenta de que ahí no anida ya espíritu alguno. Y comienza a llorar. A susurrar: mi hijo. Después son los gritos: ¡Bruja, bruja, mató al niño sólo con los ojos, no, con las manos, las extendió y le exprimió la vida a la criatura, bruja, bruja!

…Cuarenta y siete…

Esa escena sólo puede cubrirse con otra igual de espantosa que la muerte de alguien de pocos años, piensa la prisionera, sus brazos apretándose más a la picota, sus dedos como clavos en esa madera burda. ¡Cincuenta! El verdugo la azota otras dos veces antes de soltar el látigo. Sasha siente unas manos liberándola, siente caer su cuerpo. El hombre uniformado de negro se le acerca al oído; le dice algo, pero ella no lo entiende. Sólo, en mitad de una respiración entrecortada, acierta a pedir perdón una vez más. Perdón, lo siento, no era mi intención. Un escupitajo y después el regreso al encierro en un carro tirado por mulos.

Lo merezco, llora la joven, apenas cubierta por andrajos, sobre el jergón. Aunque no haya sido yo, se hizo por mi mano. Llora con unas lágrimas mucho más lentas que las de la madre huérfana, silenciosas entre los gritos que vienen de las otras mazmorras. Le arde el cuerpo. Ahora descifra lo que le dijo el verdugo. Vas a quemarte. Ya empieza: quema la culpa, el dolor quema. La quemarán en una hoguera hasta morir, acusada de brujería.

Es justo; no puede explotar esa fuerza blanca, no de nuevo, piensa la prisionera, adormecida. De pronto, como la otra noche, comienzan a escucharse ruidos chirriantes a la entrada de su celda. Sasha apenas si puede moverse, voltea. Allí están, contrastan con la luz de una tea. Esta vez son cuatro sombras, no tres. Tomarán su turno, teme Sasha; castigarán de nuevo su espalda presionándola contra las baldosas; abrirán otro camino en su cuerpo maltrecho. Al fondo del último rincón de su garganta, la prisionera encuentra el volumen adecuado para los gritos.

–¡No!–, pide, –¡sus compañeros ya lo vieron, las brujas tienen lo mismo entre las piernas!

Y mientras así ruega, las cuatro sombras permanecen inmóviles, de pie en el umbral.