A ella le gustaba tener sexo cuando él estaba enojado. Claro, que no era para nada fácil conseguir hacerlo enfadar, especialmente si lo quería tener en la cama. Pero una vez lo conseguía, todo el esfuerzo valía la pena.

Lo mejor de sacarlo de sus cabales, era esa fuerza bruta con la que se manejaba, la falta de detenimiento y pasividad que siempre le acompañaban en todo y que la enloquecía especialmente en la cama. Cuando estaba así, enojado, la emoción cruda se dibujaba en su ceño fruncido, en su mutismo y en la fuerza de sus agarres. Y hoy, estaba realmente fuera de sí.

Le gustaba fuerte, duro y sin miramientos y cuando lograba que la tratara así, se le escapaban unos cuantos gruñidos porque a duras penas lograba reprimir lo que realmente pensaba y quería decir; que fuera más rápido, que lo hiciera más fuerte, que no parara nunca, que lo amaba.

No podía dejarle saber lo mucho que le gustaba que la penetrara con esa rabia porque entonces él usaría ese conocimiento a su favor, como siempre lo hacía y lo transformaría en alguna lenta técnica de tortura sexual que ella igual terminaría amando, pero que en su orgullo jamás admitiría.

A ella le gustaba hacerlo de rodillas, pero había comprobado que muchas veces le fallaban sus brazos cuando él estaba perdido en su enojo sexual. Lo sentía todo tan profundo e intenso desde esa posición, que terminaba acabando dos y tres veces antes que él. Y él, en su cólera, prolongaría su propio goce, la embestiría sin piedad y la tocaría ingeniosamente en su centro para desatar la locura y la perdición. No la dejaría descansar hasta no terminar en ella y dejarla sin fuerza alguna tan siquiera para arrepentirse.

Ella nunca se arrepentía, a pesar de las marcas y mordidas que descubría en su piel al día siguiente, y todo porque entonces vendría él, avergonzado de su comportamiento y su falta de moderación y la tocaría con dulzura en las áreas que habría lastimado. Se disculparía en silencio todo el día y dejaría besos suaves sobre su piel magullada. La amaría una vez más, de la forma más dulce, tortuosa y delicada que un hombre podría amar a una mujer. Y era absurdo este arrepentimiento genuino e inocente porque ella lo provocaba deliberadamente y él era consciente de ello. Aún así, después de perder el control, la volvía a amar como la primera vez, y a ella eso le gustaba tanto.

Sabía que sonaba estúpido e infantil, pero le gustaba sentirlo fuera de control, salvaje y enojado, como nunca se mostraba en público, porque en ese entonces era solo suyo. El hombre brusco y agresivo que la tomaba sin delicadezas ni excusas era exclusivo de ella y de sus días de alcobas secas y calientes. Nadie más le conocería a este hombre dentro de él, porque nadie más sabría cómo sacarlo de sus casillas. Solo ella y sus técnicas de mujer de arena podían con la pasividad de él y sus sombras. Y solo a sus sombras dejaría ver su verdadera fragilidad.


NA: Adivine los personajes :P. Gracias por leer.