Notas Importantes:

-La traducción del título de la historia al español es "Extraño Lenguaje", sin embargo, desde la presentación en el preview e incluso ya dentro del escrito, lo encontrarán en 3 idiomas diferentes: francés (título principal), ruso (antes de la frase que la inspiró) e inglés.

-Como Sesshōmaru y algunos otros personajes son de complejo manejo, es posible que haya un poco de OoC.

-Los pensamientos se encontrarán en cursiva a lo largo de todo el texto.

-La historia contiene escenas eróticas, violencia y lenguaje adulto/vulgar.

-Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.


Advertencia: El presente capítulo contiene material sexual explícito –también llamado lemon– que puede resultar ofensivo para algunas personas. Si eres menor de edad o no te gusta este tipo de contenido, se sugiere que hagas caso omiso de éste y esperes el siguiente capítulo.


Stranno Yazyk

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".

Federico García Lorca

Strange Lenguage: El Lenguaje de los Demonios

Sesshōmaru observó el cuerpo inerte de la humana entre sus brazos con toda una mezcla de emociones en su interior. El desgarrador grito de angustia que había salido de sus labios todavía le resonaba en la cabeza y los oídos, entremezclándose con la serie de palabras inconexas que la bestia no había dejado de gruñir.

No podía concentrarse. Rastros de la presencia del Ser flotaban en los alrededores del campo muerto y estéril donde había encontrado a la mujer, rastros que Sesshōmaru sabía que debía seguir antes de que perdiera la oportunidad y que, sin embargo, no podía obligarse a rastrear.

La chica se retorció ligeramente entre sus brazos y Sesshōmaru cerró sus manos en torno a su delgada figura, enterrando sus garras en la mullida piel y apretando los dientes con fuerza. Cada pequeño movimiento de ésta desprendía más y más de la esencia que lo había obsesionado y su autocontrol ya pendía de un delgado hilo.

No. —gruñó la bestia.

Y Sesshōmaru no discutió. Tan grande como era la necesidad de alejarse de la humana, también lo era permanecer. Amo y Bestia habían llegado a un acuerdo durante la marcha forzada de vuelta a la Fortaleza y el Lord no podía permitirse cambiar de idea. Tal vez ni siquiera quería hacerlo.

La mirada dorada volvió a posarse en la carga entre sus brazos y la presión de sus garras sobre ésta se redujo ligeramente. Sosteniéndola con firmeza, el daiyokai se apartó del páramo muerto y se condujo por los pasillos hasta sus propias habitaciones.

A un nivel de llegar a su terreno privado, uno de los yokai de los niveles inferiores salió a su encuentro, arrastrándose por una de las paredes. Sesshōmaru se detuvo y lo miró con frialdad.

—¿Cuál es el problema?

El yokai siseó sin responder antes de deslizarse más cerca de ellos, la pequeña cabeza cuidadosamente ladeada a modo de sumisión. Los ojos del Lord lo siguieron sin emoción pero sus garras volvieron a cerrarse con fuerza en torno a la humana.

—Peligrossssso. —siseó esta vez.

Sesshōmaru sintió el frío halo de su presencia acercándose cada vez más a ellos mezclado con su cautela. La criatura estaba evitando tocarlos. Cuando finalmente llegó a centímetros del rostro de la chica, Sesshōmaru se tensó.

Dooookkkkuuuu. —siseó a continuación, moviendo su cabeza en dirección a los labios de la chica.

Luego retrocedió y desapareció por la pared opuesta. El Lord lo observó partir antes de bajar la mirada a los labios entreabiertos de la humana, inspeccionando con cuidado cada minúscula parte de la aterciopelada zona.

Ahí. —gruñó Yako.

Sesshōmaru se concentró en el casi imperceptible punto que bordeaba la comisura de los rosados labios, frunciendo el ceño. No había forma de que alguien hubiera podido inyectarle veneno a la chica en ese punto en particular a menos que-

¡Beso! —rugió la bestia con una rabia incontrolable.

El daiyokai dudó. ¿Eso hacían los humanos? ¿Daban esos besos libre y descaradamente? Irritado ante la idea, reemprendió la marcha rumbo a sus aposentos y aseguró la puerta tras ellos. Recostó a la humana en el futón que raramente utilizaba y se acercó a la ventana, dejándose iluminar por los pálidos rayos de la luna.

No está muriendo. —declaró Yako.

No, no lo estaba. El veneno no tenía la intención de acabar con su vida, de eso estaba completamente seguro Sesshōmaru. La bestia comenzó a gruñir incoherencias nuevamente, el tipo de palabras que pretendían ser teorías al respecto pero que carecían de todo sentido en el lenguaje real.

Sin embargo, el gemido de la chica atrajo su atención de vuelta a ella y Yako finalmente se calló. La cincelada nariz del daiyokai se movió ligeramente olfateando y el choque de la esencia lo abrumó.

Átala. —ordenó roncamente la bestia.

Reacio a obedecer una orden de la bestia, Sesshōmaru esperó unos momentos. Cuando la esencia de la mujer comenzó a incrementarse, optó por el menor de los males.

Desató lentamente el obi amarillo de su vestimenta y se quitó la armadura de acero donde, firmemente atadas, se encontraban sus espadas. Apoyó el pesado accesorio contra uno de los rincones y sosteniendo el obi entre sus manos, se dirigió a la sacerdotisa con parsimonia.

El daiyokai la observó unos momentos, deleitándose en las delicadas curvas de su cuerpo. En todo ese tiempo, la mujer no había dejado de moverse inquietamente sobre la mullida superficie, balbuceando cosas que no podía entender y gimiendo con incomodidad.

Hazlo. —ladró la bestia.

Sesshōmaru frunció el ceño ante la demanda, destilando frialdad. La idea de no contenerla y dejar al veneno seguir su curso era tentadora, sin embargo, el autocontrol que requeriría de su parte ser un mero observador y la misma agonía y anhelo que vería en los rasgos demasiado humanos podrían ser el punto de quiebre en su propia batalla interna.

¿Dudas? —preguntó burlesco Yako.

Sonriendo como cualquier depredador saboreando el momento antes de lanzarse sobre su presa, la bestia gruñó a favor de dejarla sin restricciones y se relamió los colmillos.

No. —respondió el Lord.

Sesshōmaru frunció todavía más el ceño ante la imagen de la enorme bestia perruna riéndose con perversidad y se inclinó sobre la mujer. Enredó firmemente el obi en torno a sus frágiles muñecas y tiró del nudo con la suficiente fuerza para contenerla, asegurándose de dejar una tira larga desde la cual pudiera sujetarla de requerirse.

Cobarde. —ladró Yako sin dejar de sonreír, todo dientes y colmillos afilados.

El daiyokai estrechó la mirada más que dispuesto a silenciar a la impertinente bestia cuando la joven comenzó a balbucear más alto y la presencia de su esencia comenzó a incrementarse drásticamente. Centrándose de vuelta en ella, Sesshōmaru deslizó una de sus garras sobre la frente de la mujer y después retrocedió unos pasos con el cuerpo completamente tenso.

Está caliente. —pensó intrigado.

Ya va a comenzar. —le gruñó Yako.

Asiendo firmemente lo sobrante del obi, el Lord observó a la chica arquearse sobre el futón y abrir los ojos con un grito mudo que sintió hasta lo más hondo de sí.

Completamente desorientada, Kagome permaneció unos segundos viendo el techo sobre ella. La conversación con las sacerdotisas o con cualquier cosa que hubiera estado adquiriendo la forma de ellas continuaba resonándole en la cabeza mientras intentaba averiguar qué estaba mal.

Lo primero que llamó su atención tras ese lapso de conciencia fue su incapacidad para mover las manos y el tirón apretado sobre sus muñecas. Curiosa, bajó su mirada hasta ellas y frunció el ceño ante el trozo de tela fuertemente atado alrededor de éstas.

—¿Qué demonios?

Probando la sujeción, se sorprendió al encontrarla imposiblemente bien hecha. Entonces comenzó a tirar de ella con la finalidad de llegar a su extremo final pero algo la detuvo. Llena de incredulidad, giró incómodamente el cuerpo hacia el único otro individuo en la habitación y recorrió con la mirada la larga tira amarilla que partía de sus muñecas hasta las manos de éste.

Tiene que ser una maldita broma. —pensó enfadada.

Intentando probar su punto, Kagome volvió a tirar de la sujeción empleando mayor fuerza hasta que la tira se tensó entre ellos y Sesshōmaru cerró el puño en el extremo opuesto. No, no era una broma. El daiyokai REALMENTE la había atado.

—¿Qué significa esto, Sesshōmaru? —le preguntó desafiante.

Sesshōmaru no le respondió. A cada segundo más irritada, la joven del futuro lo fulminó con la mirada y comenzó a tirar de la tela empleando todo el peso de su cuerpo en dirección contraria. Un gruñido de irritación le alcanzó los oídos cuando finalmente pudo rodar un poco hacia la izquierda y el Lord tuvo que tirar del obi para evitar que se alejara más.

—Deja de moverte. —le ordenó con dureza.

—Ni loca. —respondió cortante la joven. —No sé qué clase de enfermas ideas se te hayan ocurrido cuando te fuiste pero jamás me he apuntado al bondage.

Sin entender ni una sola palabra del discurso de la mujer humana, Sesshōmaru asió con mayor firmeza el obi y tiró una sola vez de éste, atrayendo el delgado cuerpo de vuelta a su posición original. Negándose a dejarse vencer, la sacerdotisa continuó forcejando durante unos instantes más y finalmente se rindió.

—De acuerdo, está bien. —bufó con la respiración acelerada por el esfuerzo. —Podemos hablar civilizadamente sobre esto.

Kagome respiró hondo y volvió a girarse hacia Sesshōmaru, captando de inmediato el leve arco en una de sus cejas. Si no lo conociera mejor, podría jurar que se estaba burlando de ella.

—¿Ahora qué hi-

Las palabras nunca terminaron de salir de sus labios. Un segundo antes había estado a punto de confrontar directamente a su interlocutor y, al siguiente, parches de piel deliciosamente musculada la habían distraído de la tarea. No fue hasta un momento después que Kagome finalmente notó que el demonio no portaba ni su característica armadura, ni el largo obi que sujetaba las prendas a su cuerpo.

Lentamente, las piezas comenzaron a caer en su lugar y se quedó con la boca abierta. Lo que estaba sujetándole las muñecas no era un trozo de tela propiamente, sino el obi de la vestimenta de Sesshōmaru y, sin éste, el kimono masculino del demonio se había entreabierto a la altura del pecho, revelando duros pectorales y el asomo de más músculos en el abdomen.

OH. MI. DIOS. —pensó en con la mente en blanco.

¿A qué clase de perverso y erótico mundo la habían devuelto las sacerdotisas? ¿Acaso había muerto he ido al infierno? Un infierno dominado por el daiyokai más sexy y malhumorado que había conocido en su vida.

—Tranquilízate. —le dijo con ronquedad el magnífico espécimen.

—Estoy tran-

No, no lo estaba. Su respiración estaba tan acelerada como si hubiera estado corriendo toda una maratón y el corazón estaba latiéndole desbocado, bombeando tanta sangre que Kagome casi podía sentir a todo su cuerpo enrojeciéndose sin pudor. La piel le hormigueaba y había pequeñas perlas de sudor formándose en su frente también.

Y luego ese agudo dolor que había sentido con anterioridad la atravesó de nuevo. Sintiéndose arder nuevamente en llamas, se arqueó sobre el futón y jadeó adolorida por las sensaciones. La temperatura de su cuerpo se disparó y empezó a tener espasmos.

—Ayúdame. —murmuró ronca.

Sesshōmaru sólo la miró y, aunque Kagome se moría por mandarlo al demonio por su egoísmo, no pudo evitar distraerse nuevamente con los deliciosos trozos de piel expuesta ante ella, ni de salivar ante la idea de recorrerlos.

Cuando ese último pensamiento se transformó en una imagen sumamente erótica, la humedad entre sus piernas de la que no había sido consciente hasta entonces, comenzó a aumentar acompañada de un latido sordo que disparó nuevamente otro de esos agudos aguijonazos.

—Creo que me estoy muriendo. —gimió sintiéndose arder en fiebre.

Quizás lo estaba haciendo, de lo contrario, no había forma de explicar que estuviera sintiéndose como si la partieran por la mitad, ni como si estuviera a punto de abalanzarse sobre el delicioso pedazo de hombre en la habitación. Mmm…abalanzarse no sonaba nada mal. Sólo una probadita estaría bien.

Frotando sus muslos juntos en un desesperado intento por aliviar la incomodidad, Kagome no se perdió el profundo gruñido que inundó la habitación, ni la mirada anhelante en la hermosa mirada del demonio.

—Ven. —lo llamó, usando el tipo de voz seductora que la joven sólo había escuchado en películas.

Sabía que de no tener las manos atadas, probablemente también le habría agregado un dedo moviéndose seductoramente de adelante hacia atrás para atraerlo. Qué humillante. Aunque humillarse por tener todo esos músculos marcados contra ella bien valía la pena.

Kagome volvió a arquearse sobre el futón en agonía cuando Sesshōmaru permaneció en su lugar y el dolor volvió a ascender por su cuerpo. No tenía ni idea de por qué se estaba sintiendo tan caliente pero no tener el alivio estaba resultando mucho más duro que la falta de respuestas.

—Ven aquí, Sesshōmaru. —volvió a llamarlo cuando la oleada de dolor se detuvo.

El Lord resistió en su posición pese a que la chica vio su breve vacilación y de alguna manera, entre toda la bruma de indescriptible necesidad y calor, se sintió culpable. Intentar violar al medio hermano de su mejor amigo estaba mal. Muy mal.

Pensando en una alternativa antes de perder el control y realmente abalanzarse sobre el apuesto daiyokai, la joven del futuro se pasó la lengua por los labios resecos, tocando en el proceso un diminuto punto extraño en la comisura de éstos. Sesshōmaru volvió a gruñir, mucho más gutural y profundo que antes.

Kagome volteó a verlo y vio el deseo brillando en las profundidades doradas. Y aunque la vocecita perversa en su cabeza cantó victoria ante la posibilidad de convencerlo, su yo más racional optó por un camino más seguro. Si no tenía la ayuda del testarudo demonio, podía resolverlo sola.

—Date la vuelta. —le ordenó la chica.

Sesshōmaru enarcó una ceja, sin obedecer. Otra oleada de calor y dolor la azotó desde el centro de sus muslos hasta las puntas de sus pezones y Kagome gimió. No podía seguir esperando ni discutiendo hasta que alguno de los dos cediera. Necesitaba aliviarse. Pronto.

De modo que, sin la cooperación del fastidioso demonio, Kagome cerró los ojos e hizo un muy grande esfuerzo por ignorar su presencia. Sin resultado. Y, aunque nunca se había planteado realizar un acto tan íntimo en presencia de otro ser, comenzó a deslizar lentamente las manos atadas hacia su entrepierna.

Cuando las puntas de sus dedos ya estaban por rozar finalmente su montículo y proporcionarle el más pequeño de los alivios, un brusco tirón al obi las apartó de su destino, haciéndole gruñir de frustración. ¡Maldita sea! Si el imbécil no iba a cooperar con la tarea que tampoco la interrumpiera.

—No. —le gruñó Sesshōmaru y algo bestial saturó la habitación.

—Déjame. —le suplicó sin abrir los ojos. —Esto es el infierno. Por favor.

El apretón en sus muñecas se intensificó y Kagome supo que no iba a conseguir ninguna misericordia de él. Frustrada y resistiendo el embiste de otra oleada más dolorosa que las anteriores, comenzó a frotar sus muslos intentando obtener algún placer sin conseguir nada más que lágrimas de desesperación.

Está sufriendo. —dijo con pesadez la bestia.

Sesshōmaru lo sabía, lo estaba viendo directamente y cada lágrima de la chica lo estaba afectando de una manera extraña. Quería ayudarla pero no podía. Incluso viendo sus intenciones de satisfacerse a sí misma en su presencia había tenido que intervenir. De lo contrario, la joven mujer habría terminado corriéndose y la saturación de su esencia lo habría vuelto loco. En todo el mal sentido de la palabra.

Podemos ayudarla. —gruñó Yako a continuación, incapaz de ocultar su propia excitación ante el estado de la hembra.

Sí, podían hacerlo. Sesshōmaru sabía lo terriblemente fácil que sería deslizarse entre los cremosos muslos de la mujer humana y lamerla hasta que terminara en su lengua. Y lo sencillo que resultaría desprenderse del resto de sus vestimentas y enterrarse profundamente en su interior hasta que ambos llegaran al clímax.

No. —respondió Sesshōmaru sin vacilar.

Sería la solución perfecta para terminar con la larga tortura que había estado viviendo desde que la encontró y el mejor elixir para la toxina corriendo en esos momentos por sus venas. Pero no ayudaría en nada para la meta final.

El Lord del Oeste había decidido establecer una conexión con la chica y tomarla cuando ésta agonizaba por alcanzar una liberación que su cuerpo pedía pero a la que su mente seguramente se resistía, no iba a cimentarla. Además, su propio orgullo le impedía tomarla sin tener su pleno consentimiento.

Pronto. —le dijo a la bestia para apaciguarla.

Pronto. —repitió Yako, retrocediendo.

Kagome no supo cuánto tiempo más duró la completa agonía de sentirse tan caliente y sexualmente despierta, antes de que volviera a perder la consciencia. Recordaba vagamente haber sentido que el dolor creció hasta niveles que la hicieron gritar durante mucho tiempo y que en algún momento empezó a pelear de verdad contra sus sujeciones, tirando del obi con tanta desesperación que incluso Sesshōmaru tuvo problemas para contenerla.

Recordaba haber maldecido a Inu no Taisho y a toda su descendencia, haberse arqueado hasta el punto en que su columna crujió aterradoramente y haberle hecho toda clase de propuestas indecentes al demonio en la habitación. Sin embargo, había visto todas esas imágenes como en una película, como si no hubiese sido ella la protagonista.

En algún punto, finalmente su cuerpo se había apagado y el dulce alivio de la inconsciencia la había dejado respirar. Durante ese periodo no soñó con nada y, en cambio, recorrió los fragmentos de esos recuerdos sintiéndose increíblemente avergonzada. Ni siquiera los afrodisiacos de los que había escuchado alguna vez en su época le habían parecido tan intensos. Y, si lo eran, Kagome deseaba nunca tener que ser drogada y/o tentada a probar alguno. Podía vivir perfectamente sin vivir esa experiencia otra vez.

Cuando despertó, Sesshōmaru ya no estaba en la habitación. El obi seguía atado en torno a sus muñecas pero el nudo había sido aflojado lo suficiente para dejar respirar las rojizas marcas que se habían formado tras el forcejeo.

Kagome se reincorporó en el futón y dio un rápido repaso a su cuerpo. La blusa del uniforme había perdido el moño verde y rojo en alguna parte, la falda estaba completamente volteada y sus calcetas habían desaparecido. Su cabello se sentía como un revoltijo que intentó domar pasando sus dedos entre los mechones y, aunque el calor en su cuerpo había casi desaparecido, sentía las mejillas ruborizadas, como si hubiera pasado mucho tiempo al sol.

Más allá de eso, todo parecía estar en calma. Su pecho subía y bajaba con la calma habitual, ya no sentía lava corriendo por sus venas y su corazón latía al compás de siempre. Todo había pasado.

—¡Que vergüenza! —chilló antes de dejarse caer de vuelta sobre el futón.

La sola idea de todo lo que había pensado hacerle a Sesshōmaru, de todo lo que le había dicho y prometido al daiyokai era suficiente para desear que la tierra se la tragara. Ni hablar de los movimientos y el comportamiento exhibido frente a él. Tal vez volver con el grupo de Inuyasha durante algún tiempo no sería tan mala idea.

Está avergonzada. —gruñó un Yako divertido y Sesshōmaru pudo verlo pensando que la chica era linda por ello.

Estaba agotado. La mujer humana había demostrado tener más fuerza y armas de seducción de las que le había creído capaz y más de una vez había estado a punto de sucumbir a la tentación. Afortunadamente, la bestia irracional y perversa había resistido mucho mejor que Él mismo la situación y lo había controlado.

Observándola con seriedad desde un rincón, no podía creer que lo hubieran logrado. La habitación entera permanecía inundada con el intoxicante aroma de su esencia y la dulzura de su humedad, poniendo a prueba el muy poco autocontrol que le quedaba. Por esa razón se había retraído a la oscuridad donde no podía verlo.

Mientras tanto, Kagome permaneció mirando el techo unos minutos más. Su poder espiritual, al que no le había estado prestando la suficiente atención, latía débilmente en sus venas como una lucecita apagándose intermitentemente, a punto de fundirse por completo. Pero no estaba inactivo, palpitaba advirtiéndole de otra presencia.

—¿Sesshōmaru?

Nadie respondió. La joven del futuro escaneó la habitación con cuidado, sin encontrar nada más que los escasos muebles en ella. Cuando realizó un segundo escaneo y un pálido rayo de luz reflejó los mechones plateados del daiyokai, algo se encendió en sus venas. No era el calor abrasador de hacer unas horas, sino uno hirviendo a fuego lento.

—Esto se siente diferente. —musitó en voz alta, confundida.

La excitación comenzó a esparcirse nuevamente por su cuerpo, fluyendo lánguidamente de una manera que incluso agradó a la chica. No tenía nada que ver con el asalto de lujuria desenfrenada, era algo más profundo y cálido.

Entonces un gruñido resonó en las paredes y Kagome enfocó su atención en el rincón donde ahora sabía que yacía Sesshōmaru. Mantuvo la mirada fija en ese punto mientras un nuevo hilo de humedad descendía de su centro y otro gruñido desataba un delicioso escalofrío por su columna.

—Vas a matarme, mujer. —gruñó imposiblemente ronco el demonio.

Kagome se reincorporó a una posición sentada, sin dejar de verlo. Mariposas revolotearon en su estómago ante la honesta declaración del daiyokai mientras su corazón se saltaba un par de latidos antes de acelerarse.

Y tú a mí. —pensó la chica.

—Ven. —lo llamó con suavidad.

—No.

—¿Por qué no? —le preguntó con curiosidad. —Te prometo que ya estoy bien.

Voy a devorarte. —respondió Yako aunque no pudiera escucharlo.

—Vete a dormir.

—No tengo sueño.

Sesshōmaru le gruñó nuevamente, un sonido que era fácil asociar al de una bestia y Kagome sonrió. Lo cierto es que no había tenido mucho tiempo para cavilar los acontecimientos más recientes pero había una parte muy segura de ella que sabía que mucho tenía que ver con el Lord acobardado en el rincón.

—¿Sesshōmaru?

—¿Qué?

—No puedo deshacer el nudo que hiciste. —mintió descaradamente.

—Puedes dormir así.

—Me duelen las muñecas.

—Ya pasará. —gruñó frustrado.

—Creo que podría haberme herido.

Desátala. —ladró Yako, preocupado.

Sesshōmaru se resistió todo lo que pudo hasta que la escuchó quejarse de dolor. Entonces se puso de pie y se acercó a ella observándola cautelosamente. Estaba seguro de no haber hecho un nudo lo suficientemente fuerte para lesionarla pero la chica había peleado duro en la cúspide del efecto del doku como para haberse lastimado a sí misma.

Kagome, por su parte, lo observó con hambre apenas velada. Por primera vez desde que la había secuestrado, se estaba sintiendo como el depredador y no la presa; analizando cuidadosamente cada pequeño detalle de su lenguaje corporal en busca de debilidades, esperando el momento oportuno para atacar.

—Por favor. —le dijo dulcemente, alzando sus manos atadas hacia él.

La chica podía ver que los movimientos de Sesshōmaru eran cautelosos, como si estuviera buscando la mejor forma de cumplir con la tarea sin tocarla o demorarse demasiado.

El Lord se inclinó ligeramente sobre ella, derramando algunos de sus largos mechones plateados alrededor de sus manos mientras buscaba el nudo. Kagome lo observó abiertamente mientras comenzaba a trabajar en éste. Trazó un camino desde las dos largas marcas púrpuras saliendo en su brazo por debajo del kimono, las afiladas garras en sus dedos, hasta la curva de su cuello. Luego recorrió los masculinos rasgos de su rostro, la nariz afilada, las espesas pestañas y la sombra del mismo tono de púrpura de las marcas en su mejilla que delineaba sus párpados. Finalmente se detuvo en la luna sobre su frente, deseando tocarla.

Cuando Sesshōmaru terminó de deshacer el nudo y la fría mirada dorada se encontró con la suya, Kagome se dio cuenta que su corazón se había detenido. No de la manera en que sucede en un infarto, sino como cuando algo te roba el aliento y el cuerpo entero se congela en un vano intento por detener el tiempo.

Nerviosa por el camino que estaban tomando sus pensamientos y la cercanía del cuerpo masculino, Kagome se dispuso a retroceder. No había conseguido apartarse ni un milímetro antes de que uno de los dedos del daiyokai le acariciara la mejilla con delicadez, su mirada suavizándose.

—Eres…diferente. —le susurró.

El corazón de la chica se aceleró de repente y las mismas mariposas que habían revoloteado en su estómago explotaron en éxtasis, volando sin parar. El demonio no le había dicho nada romántico, no le había declarado amor eterno, ni la había alagado, pero todo en esa pequeña escena había tenido un profundo significado.

La suave mirada de sus orbes dorados, la sutil caricia con el dorso de los dedos para evitar rasguñarla, el susurro bajo y la declaración honesta, en el Lenguaje de los Demonios, lo significaba todo. Sesshōmaru probablemente nunca dejaría de ser un daiyokai frío y parco, pensar lo contrario sería una tontería, pero podía sentir emociones. Definitivamente podía sentirlas.

—Lo diferente no es malo. —le dijo ella.

Kagome tomó entonces una decisión. Llámenla tonta pero en las pocas semanas compartidas con Sesshōmaru, la sacerdotisa se había sentido más viva y retada que nunca, más como la Kagome real, la mujer del que chismorreaba con sus amigas y tenía la clase de apetitos sexuales de cualquier otra chica de su edad; y menos como la perfecta sacerdotisa que la mayoría de los residentes de esa época esperaba.

Para Sesshōmaru la chica no era la reencarnación de la poderosa Kikyo, no era la que destruyó la perla por accidente, ni la chica del futuro que no podía controlar sus poderes espirituales. Para él, Kagome sólo era una humana y en un mundo donde había tenido que aprender a defenderse y ser puesta a prueba, eso era la gloria. Porque, de hecho, Kagome era y siempre sería humana.

Darse cuenta de ello mientras se hundía en un mar de oro, la dejó sin palabras. La chica siempre había estado muy consciente de su atracción por el daiyokai pero realmente no había pensado que pudiera desarrollar otra clase de sentimientos por él. Descubrir hasta ahora que éstos habían estado creciendo lenta y secretamente se sentía raro.

—No lo es. —respondió el demonio, sin apartar la mirada.

Yako aulló para sí ante las palabras de su contraparte. Sin dejar de mirar atentamente el desarrollo de los hechos, comenzó a retroceder en su prisión, despejando la línea frontal del daiyokai con sigilo, sin dejarse notar. Este no era su momento pero era probable que el orgulloso Lord de las Tierras del Oeste estuviera a punto de dar un enorme paso hacia adelante.

Ajena al hecho anterior y sin dejar de ver a los ojos a Sesshōmaru, Kagome percibió una sombra más brillante de dorado cruzar por éstos antes de desaparecer y, sin estar del todo segura del por qué, sonrió levemente. Luego besó a Sesshōmaru.

Poco dispuesta a dejarlo escapar en caso de que lo intentara, introdujo sus manos ahora libres entre los largos mechones plateados y sostuvo su nuca contra ella mientras sus labios se deslizaban una y otra vez sobre los de éste. La mano con la que Sesshōmaru la había estado acariciando se extendió para acunar su rostro y le correspondió el beso.

Poco a poco la realidad se desdibujó a su alrededor y Kagome sólo fue consciente del continuo vaivén de los labios del demonio y su traviesa lengua abriéndose paso entre los suyos. Haberle enseñado a besar estaba resultando ser una de las mejores decisiones de su vida. El hombre estaba hecho para ello.

Pronto, las manos de Sesshōmaru comenzaron a descender por su cuerpo, trazando los costados de su figura hasta llegar al extremo final de su falda escolar. Sin vergüenza alguna, el daiyokai deslizó una de sus afiladas garras por el costado de la tela y empezó un camino ascendente por el uniforme, cortando en línea recta todo material a su paso.

—Hmm. —se quejó Kagome en medio del beso antes de apartarse ligeramente, con la respiración agitada. —¡Espera!

Demasiado tarde intentó detener al demonio. Un segundo después tanto blusa como falda se abrieron en dos, revelando toda su piel. Sesshōmaru devoró la visión con la mirada a pesar de los enojados sonidos de la chica y se dispuso a proceder de la misma manera con las dos extrañas prendas que todavía cubrían los senos y entrepierna de la mujer.

—No, no, no. —lo sostuvo Kagome por la muñeca. —Mi ropa interior no. Tardaría mucho en conseguir otro conjunto y usar falda de este modo sería incómodo. Aunque bueno, ya no tengo una falda ¿verdad?

Sesshōmaru ni siquiera parpadeó ante su diatriba aunque una pequeña sonrisa ladeada se extendió por sus labios. Atrapó con su otra mano las dos muñecas de la chica y repitió el mismo procedimiento que con las otras extrañas prendas en las que le quedaban a la chica. Finalizada la tarea y con una muy furiosa humana gritándole, apartó todos los restos de tela alrededor de ella y finalmente pudo apreciar el cuerpo desnudo que lo había estado tentando.

—Maldición. —juró la sacerdotisa. —¿De verdad era necesario hacer eso?

—Sí. —respondió roncamente.

Llevó sus manos hasta el par de montículos de la mujer humana y acarició con las yemas de sus dedos los picos duros de sus pezones, haciéndola gemir. Avergonzada de su voz, Kagome intentó contener los sonidos lo mejor que pudo antes de que Sesshōmaru rastrillara muy suavemente la punta de una de sus garras sobre uno de sus sensibles pezones y la chica se sintiera desfallecer de placer.

De todas las veces que se había imaginado teniendo sexo con alguien, nunca le había dedicado mucho tiempo a la zona de sus pechos pero el daiyokai definitivamente sabía lo que estaba haciendo. Y cuando dejó de acariciar uno de ellos para deslizar la mano entre sus muslos y tocó el pequeño botón de su clítoris, Kagome se convenció de que la realidad era mucho mejor que las fantasías.

—Sesshōmaru…—suspiró, enterrando el rostro en su cuello.

Sesshōmaru continuó acariciando su clítoris, rodando el pulgar sobre la carnosa protuberancia de tal manera que la tuvo gimiendo dulce y constantemente en su oído, excitándolo de maneras que ninguna yokai había conseguido.

Cuando decidió introducir uno de sus dedos en su apretada vagina para probar el canal y ésta se contrajo alrededor de su dedo, un gruñido de apreciación escapó de lo más profundo de su pecho. De ese modo, introduciendo y sacando su dedo con especial cuidado de sus garras, continuó acariciando la tersa piel de la chica, pinchando un pezón y luego otro sin ser capaz de detenerse.

Momentos después agregó un dedo más, intentando extender el canal, preparándola para el porvenir. Sin embargo, cuando la carne de su vagina se cerró fuertemente en torno a éstos mientras la joven se disparaba a su clímax, bañándolo en humedad, el daiyokai supo que no podría ir lento. No tan al borde como había estado toda esa noche, no cuando llevaba semanas luchando contra sí mismo y por fin estaba tan cerca.

La intrusión de Sesshōmaru no la tomó tan de sorpresa como el poderoso clímax que la disparó al cielo y la hizo gritar mientras se convulsionaba alrededor de sus dedos. No le había tomado casi nada lanzarla al vacío y Kagome no sabía si estar avergonzada por ello. Sí, se había masturbado en varias ocasiones y, sí, no tenía demasiada experiencia en el área sexual pero una cosa era tocarse a sí misma y otra completamente diferente era ser tocada por otra persona. Más si esa otra persona te encendía como ninguna otra.

—No seré suave. —le advirtió el daiyokai.

Kagome tampoco quería que lo fuera. Las fantasías de la primera vez con camas llenas de pétalos de rosas, velas y jacuzzis calientes eran para novelas románticas de chicas del futuro, no para una época donde lo primitivo predominaba y los instintos tenían el control. Mucho menos para experiencias calientes con demonios pura sangre.

Así que la chica asintió y observó con las pupilas dilatadas cómo el poderoso Lord se apartaba de ella y se quitaba el kimono con movimientos elegantes y fluidos que la mojaron más.

¡Madre mía! —exclamó en su mente, viéndolo con codicia.

No era la primera vez que veía el tronco superior de Sesshōmaru desnudo, ni que lo tocaba, pero sí la primera en que veía el panorama completo. Y estabamuycompleto. Casi de inmediato, sus ojos fueron arrastrados hasta la cintura del Lord y más abajo, hasta el muy despierto trozo de carne que se alzaba orgulloso contra sus marcados abdominales.

Aquella vez en el bosque en que lo había tocado hasta su liberación se había imaginado que era gran pero tenerlo ahora frente a sus ojos le generaba una mezcla de terror y emoción. Tan grande y grueso como se veía para una primeriza, Kagome tenía serias dudas de que fuera a caber dentro de ella, pese a que tenía la educación sexual suficiente pasa saber que su vagina podía ensancharse para aceptarlo.

—¿Algún problema? —preguntó casi juguetón y la chica casi se atraganta con su propia lengua.

Nunca, y repito nunca, había escuchado a Sesshōmaru hacer una broma o lo más parecido a una. Sin embargo, lo agradecía. Tal y como estaban las cosas se sentía lo suficientemente nerviosa para necesitar aligerar un poco el ambiente.

—Yo no-, quiero decir, no estoy segura de que vayas a…ya sabes.

Sesshōmaru la observó sintiéndose ligeramente divertido, a pesar de sus propias dudas. Cuando había introducido sus dedos en la aterciopelada cavidad se había encontrado suficiente resistencia como para preocuparse. Sin embargo, también se había asegurado de prepararla bien para el momento en que la tomara e incluso su mismo cuerpo –pese a que ella no pareciera darse cuenta– seguía derramando más y más de la humedad que lo ayudaría a deslizarle en su interior.

—Lo hará.

Kagome apretó sus muslos juntos ante la firmeza de su voz y extendió una mano para tocarlo. Músculos definidos la recibieron mientras trazaba el paquete de seis abdominales perfectamente marcados y se deslizaba seductoramente hacia su pene. Cuando alcanzó a rozar la punta con uno de sus dedos, Sesshōmaru atrapó su muñeca y se inclinó sobre ella hasta que ambos quedaron recostados sobre el futón.

—Más tarde. —le dijo y soltó su mano.

Y lo decía en serio. Más tarde se daría el tiempo de saborear todo su cuerpo, de lamerla hasta el clímax y explorar cada una de sus zonas erógenas. Más tarde le permitiría recorrerlo hasta saciar por completo su curiosidad y familiarizarse con su placer. Más tarde les daría a ambos una segunda, tercera, cuarta ronda para saciarse hasta la locura.

Por ahora, sin embargo, tenía que reclamar lo que le pertenecía. Sin juegos, sin distracciones, sin intervenciones.

—Más tarde. —repitió Kagome y abrió sus piernas para que Sesshōmaru se acomodara entre ellas.

El Lord del Oeste acarició con sus dedos la entrada a su vagina, frotando suavemente su clítoris hasta escucharla gemir duramente. Entonces se posicionó en su entrada, sosteniendo con una mano uno de los carnosos muslos alrededor de su cintura y aplanando la otra en su estómago con los dedos muy cerca del botón que le daría mayor placer.

—No seré suave. —le repitió con seriedad.

Kagome asintió descuidadamente, sabiendo que no era del todo verdad. Entonces lo sintió comenzar a abrirse paso en su interior, peleando su entrada en un canal demasiado apretado mientras sus dedos comenzaban a acariciar el botón de su clítoris en un rasgueo lánguido que la hizo arquearse.

Sesshōmaru usó la mano en su estómago para presionarla contra el futón y con un par de rasgueos más a su clítoris, se introdujo todo el camino restante con un fuerte empujón. Kagome gritó en una mezcla de poderoso placer y extraño dolor, y el Lord se quedó quieto unos segundos, maravillado por el firme agarre en su pene y la aterciopelada calidez del interior de la chica.

La sacerdotisa lo miró con ojos nublados. Se sentía imposiblemente llena y aunque había habido un pequeño pinchazo de dolor cuando Sesshōmaru se impulsó en su interior, éste había quedado rápidamente opacado por la sorprendente sensación de tenerlo apretadamente en su interior. Caliente y duro.

—Kagome. —la llamó suavemente.

La chica se apartó de sus pensamientos y volteó a verlo fijamente, sin saber por qué estar más sorprendida, si por ser una misma ahora con Sesshōmaru, o haber sido llamada por su nombre en una nota tan seductora.

—¿Si?

Sesshōmaru se inclinó más sobre ella hasta alcanzar su oído y, deslizando en una caricia terriblemente suave sus labios por el lóbulo, susurró: —Eres mía.

Kagome gimió ante la posesividad en su voz y el daiyokai comenzó a moverse. Sus embestidas comenzaron siendo cortas pero potentes, permitiéndole terminar de acostumbrarse a su grosor, pero no tardaron en convertirse en estocadas rápidas y demandantes que la dejaron al borde de un acantilado, lista para saltar.

Las manos de Sesshōmaru se aferraron a sus caderas, sus garras enterrándose en su piel sin lastimarla mientras pequeños gruñidos de placer escapaban de sus labios entreabiertos. Un pinchazo de placer se convirtieron en muchos y Kagome se aferró al cuello del Lord.

Sesshōmaru la atrajo más fuerte contra sí y continuó conduciéndose en su interior con estocadas fuertes que hacían que sus redondeados senos se frotaran contra su pecho en una exquisita tortura. Cuando sintió el sedoso canal comenzar a cerrarse alrededor de su pene, el daiyokai rodeó la cintura de la mujer y la apretó contra sí.

Un momento después, Kagome explotó en mil pedazos. Su canal se estrechó, aferrándose al miembro de Sesshōmaru y exprimiéndolo. Con el rostro enterrado en el pálido cuello del demonio, la chica del futuro gritó extasiada en medio de su clímax y enterró sus dientes planos en la vulnerable superficie.

Sesshōmaru gruñó ante el repentino movimiento de la mujer humana y con un masculino gemido, rodeado del calor húmedo de su vagina y la intoxicante esencia invadiendo sus sentidos, se corrió dentro de ella.

Un emocionado –y hasta el momento silencioso Yako– rugió entonces por la victoria, observando desde su prisión los somnolientos y saciados ojos de la hembra mientras descendía de la cima de su placer. Finalmente el Lord la había reclamado y muy pronto…

sería SU turno.