Disclaimer: Victorious y sus personajes no me pertenecen.


¿Alguna vez miraste atrás y te preguntaste dónde comenzó todo?

La primera vez que cruzaste miradas con ese alguien y sentiste una punzada en medio del pecho, llenándote de adicción por saber más, por compartir más, por besar sus labios, por recorrer su piel con tus manos y no podías porque no sabías si era correcto o no, si era el momento preciso, si debías apostar porque necesitabas hacerlo, porque de lo contrario explotarías.

¿Lo recuerdas?

Yo no lo tengo claro, de verdad que no. Días como hoy trato de encontrar el instante en que supe que Tori era importante en mi vida y no puedo. Se me hace imposible pensar que hubo un tiempo en que era solo mi amiga y otro en que ni siquiera lo era.

Ahora está allí, frente a mí, concentrada estudiando para su último examen de carrera y se ve… tan linda.

Tiene el cabello recogido en un moño, ahora lo lleva más oscuro que en la secundaria, es casi negro. Le gusta experimentar con el color. Una tarde, hace como dos años, llegó con un tono más claro de su castaño natural y a unos treinta centímetros de las puntas iniciaba un decolorado que terminaba en magenta y naranja.

El estilo personal que adquirió durante ese tiempo es mi favorito, aunque todos sus juegos me gustan y mucho.

Tori no se atreve a tatuarse. Dice que la idea de sentir dolor le provoca demasiada ansiedad y prefiere los diseños que ella misma hace con tubos de pintura henna. Uno de los que más me gustó fue un par de labios que se hizo en su seno izquierdo. Ni siquiera pude verlo en persona porque viajé a celebrar el cumpleaños de mamá a Los Ángeles una semana que tenía libre y ella se quedó en Nueva York trabajando. Me envió una foto que atesoro como si fuese oro, eso fue todo. Otro de los que más me gustó era un par de tijeras que yo misma le dibujé en la parte posterior de su cuello. Los días que el tatuaje duró en su piel, me desviví pasando mi lengua por entre sus cuchillas, fue divertido, más para Tori que no podía dejar de reír por las cosquillas que le daba.

Experimenta mucho con la moda. Aunque en la mayoría de ocasiones yo preferiría que conserve un solo estilo. Mi peor pesadilla fue cuando se aficionó de los sombreros y… no es que le queden mal, bueno no taaan mal. Sin embargo prefiero a la Tori simple y con ropa floja, con un aire hippie, moderno, despreocupado.

En este momento lleva puestos sus lentes gruesos, un camisón blanco flojo con sus pantalones de pijama azules llenos de dibujos de rollos de sushi y unas pantuflas de garras de tigre blanco… adorable.

Han pasado cinco años y medio desde que vivimos juntas en Nueva York, seis desde que yo me mudé.

Los meses que siguieron a su salida del hospital esa Navidad, no fueron como un cuento de hadas.

Empezó ese año nuevo llena de ganas de cumplir sus seis meses de terapia constante y así poder viajar conmigo a principios de julio.

Habían varios cursos de verano que me interesaba tomar antes de iniciar oficialmente el semestre en octubre.

El plan era pedir alcoba compartida en los dormitorios de la universidad, vivir allí por al menos un año hasta conseguir trabajo y ahorrar dinero para mudarnos a una suite. No sucedió así.

Las terapias compartidas con su papá dieron buenos resultados. David se esforzó por crear el mejor ambiente para su hija. Resolvieron muchas de sus diferencias y él cambió completamente con respecto a sus creencias sobre la homosexualidad. Trató de incluir a Holly en el proceso, pero ella se negó rotundamente. No quería tener nada que ver con Tori, mucho menos con su cuñada, por lo que David pronto le puso el divorcio y en menos de un mes firmaron los papales.

En febrero festejamos nuestro primer día de San Valentín… en la cama.

Yo estaba cubierta en un sudor frío y ella tratando de alimentarme sopa de pollo. Me dio la peor gripe que había tenido en la vida. No podía hablar de lo afónica que estaba y solo recuerdo temblar toda la noche mientras tratábamos de ver una película. Pero para qué nos engañamos, apenas me quedé dormida, ella fue a jugar Mario Kart con mi hermano.

Seis días después y casi sin ánimo por la enfermedad, la ayudé junto con Meg y Ryder a mudarse de regreso a casa de los Vega. Su hogar de toda la vida.

Nya y Sophie habían empezado los tratamientos para quedarse embarazadas y Tori no quería «estorbar» —como si pudiera hacerlo—, no era como si las inyecciones de fertilidad y la inseminación artificial necesitaran de un ritual de apareamiento, pero… ella quería volver a casa antes de tener que mudarse definitivamente al otro lado del país por el tiempo que duraría su carrera. Además, su papá se lo había pedido varias veces y ella todavía cargaba con la nostalgia de que todo volvería a ser como antes de que su familia se cayera en pedazos; otra cosa que no sucedió. Esa primera noche de regreso en casa debió darnos pistas de que las cosas no estaban bien.

Tori me llamó a eso de las dos de la mañana. No había podido conciliar el sueño, quería charlar de algo, tal como solía hacerlo en el Centro Juvenil —cuando decayó completamente—, pero lo dejamos pasar. Pensamos que era la novedad de dormir en un sitio que se sentía ajeno, los nervios de regresar a sus cuatro paredes que ahora estaban completamente desnudas de sus posters o sus fotos, de los libros de sus repisas, de sus peluches… despejado de todas las cosas que convertían a ese cuarto en su habitación.

Pasaron unos días y volvió a llamarme. Intentaba hacerlo los viernes o los sábados para que no me desvele un día de escuela. Sin embargo, no porque no me llamaba significaba que dormía, tampoco que no había regresado a sus íntimas sesiones con el inodoro.

Después de varias semanas, su cuerpo finalmente la venció y se desmayó caminando a la biblioteca. Yo estaba en clases al otro lado de la escuela cuando el consejero estudiantil entró alterado al aula pidiéndome que lo acompañe a su oficina, donde me interrogó sobre lo que sabía.

Yo no tenía idea de nada. No lo presentía y es que Tori no mostraba señales de tener problemas. Lo ocultaba tan bien, mucho mejor que antes. Tenía siempre un buen ánimo, comía conmigo en el almuerzo, no se sobre ejercitaba, ni iba al baño de la escuela en la mañanas; no se escondía.

Su desorden llegaba en las noches, especialmente cuando su papá tenía que salir por algún caso a la comandancia de policía, lo cual solía ser muy seguido en esos días.

Tori había desarrollado un sistema. Hacía esfuerzo por no perder demasiado peso. En su lógica pensaba que, si no se salía de control, estaría bien. Se permitía bajar un par de libras y, si perdía un par más, se colocaba unas delgadas pesas en los muslos y así equiparaba el peso que debía tener cuando Gayle la hacía subir en la balanza. De esta manera no levantaba sospechas y, durante el día, se comportaba de manera normal.

Ese fue uno de los grandes problemas en su recuperación. Tori se había ganado la confianza de todos durante su tratamiento, mucho antes de que sucediera el envenenamiento con escopolamina. Gayle había dejado de pesarla en ropa interior y confiaba que estuviese siguiendo la dieta, que durmiera las horas recomendadas, que la mantuviera informada si algo sucedía. Tori violó todas las reglas y perdió completamente el control.

Cuando llegué al hospital ese día y entré a emergencias estaba llorando sin control, acariciando el catéter en su brazo. No quería hablarme, no sabía como explicarme lo que había pasado. Después me confesó que tenía miedo de que quisieran obligarla a ir a la clínica aunque era poco probable, Tori ya era mayor de edad, cumplió los dieciocho dos días antes de mudarse con su padre y para ingresar allí debía hacerlo voluntariamente.

Lo que más le preocupaba es que ya estábamos a finales de marzo y esos tres meses de tratamiento y «estabilidad» —que se supone que tenía—, se reducían nuevamente a cero. No podría ir conmigo a Nueva York a principios de verano. Si lograba mantenerse dentro de las condiciones adecuadas podría, quizá, mudarse en octubre, justo uno o dos días antes de iniciar el semestre. Eso si la universidad llegaba a la conclusión de que estaba en condiciones favorables y mantenían su cupo, de lo contrario, tendría que esperar al siguiente semestre que iniciaba en febrero, casi un año después.

No fue internada, ella se negaba y accedió a iniciar doble sesión con Gayle —es decir, cuatro días a la semana—, para descubrir qué era lo que había desencadenado sus compulsiones. Pronto descubrimos que tenía que ver con su mamá.

Desde el momento que llegó a casa había sentido una ansiedad terrible por su ausencia. La culpa de la separación de sus padres la perseguía, además de los recuerdos de la «familia feliz» que tuvo antes de salir del closet. Otro de los detonantes habían sido las palabras que Holly le había dicho cuando declaró que la prefería muerta antes que lesbiana. Todo contribuyó a sus dudas, a sus miedos, a sus frustraciones… a su desorden.

Su papá buscó inmediatamente una nueva vivienda. Vendió la casa, dividió el dinero con su ex esposa y compró un departamento en el oeste de Los Ángeles. Era cómodo, pequeño, pero lo suficiente para dos personas, más que nada, era una hoja en blanco. Cero recuerdos en sus pasillos, no había presiones, no existían ataduras de ningún tipo y Tori pudo concentrarse en mejorar, aunque ya nadie le creía cuando decía que cumplía con el tratamiento —bueno, teníamos razones para no hacerlo—, por supuesto, esto solo hacía que ella se sintiera más desilusionada y pasara la mayoría del tiempo molesta. Su genio era insoportable.

Junio llegó con bastante rapidez, los exámenes y proyectos finales consumieron todo nuestro tiempo. Pasamos muy pocos días juntas, lo que sólo trajo más estrés, pero Tori se las arregló para continuar con su progreso. Haría todo lo que fuese necesario para viajar a Nueva York en octubre.

Cuando el baile de graduación llegó, planeamos tener la noche más increíble y disfrutar de nuestra compañía. Esa sería la última fiesta a la que iríamos antes de separarnos por tres meses y no escatimaríamos en nada.

Yo compré un vestido que, tengo que decir, ha sido el más sexy que he usado en la vida. Tori hizo lo mismo y se veía des-pam-pa-nan-te. Sí, hermosa.

Hicimos la típica foto de amigos antes del baile y subimos en la limusina que compartimos con Meg y Ryder, pero el momento en que llegamos al coliseo y pusimos un pie fuera del coche, nos miramos los unos a otros y nos dimos cuenta no había nadie allí con quien realmente quisiéramos festejar, por supuesto, aparte de nosotros mismos… y Cat, quien, por cierto, en esos meses, se había hecho más a nuestro grupo que al de nuestros viejos amigos. Ella todavía estaba saliendo con Robbie, así que fue al baile con él, pero nosotros no teníamos razones para quedarnos. Subimos nuevamente a la limusina y fuimos a encontrarnos con los chicos del Magic Box Café.

Una vez que cerró el local, pusimos música en la sala de empleados y bailamos con ellos, pedimos unas pizzas y amanecimos allí, riéndonos de todo lo que había pasado ese año. Cami también fue, ella consiguió un trabajo a medio tiempo en otra cafetería. No le pagaban mal y decidió aprovechar su despido para enfocarse otra vez en sus estudios, le faltaba poco para terminar su carrera de administración. Ya no tenía una mala relación con Nya, ella se disculpó por todo y volvió a ofrecerle trabajo, pero Cam no quería romper el compromiso que había hecho con la otra empresa y resolvió no volver.

En la mañana fuimos a nuestras casas a ponernos algo más cómodo y nos reencontramos en la playa, donde se nos unió Cat, por suerte sin Robbie. Fue un buen fin de semana.

A finales de septiembre Tori rindió una serie de exámenes psicológicos que determinarían si podía, o no, entrar a la universidad ese semestre. Pasamos dos días de espera con todas las expectativas arriba y fue una lástima que el decano de la facultad le informara, con pena, que la junta educativa no creía que estaba lista aún, mas reservaría un cupo para febrero y esperaban que siguiera con la actitud positiva que parecía tener.

La noticia desató un arranque de ira que en mi vida había esperado de ella. Estaba cansada de esperar que las cosas salieran como quería y, cuando regresó a Los Ángeles con Nya, comenzaron a hacer planes para poner en marcha el plan de negocios que había presentado como aplicación a la universidad.

Su tía tenía la idea de expandir el negocio desde hace mucho tiempo y había intentado abrir una sucursal en San Francisco —lo que nunca sucedió después de todo el drama de ese año—, así que contaba con el capital necesario para hacer la inversión.

A principios de enero vinieron juntas con todos los trámites y permisos necesarios e iniciaron la búsqueda de un local.

No había duda que todo lo que tuviese que ver con su proyecto ponía a Tori de buen humor. Su actitud era completamente diferente a la que había tenido apenas cuatro meses atrás.

No tardaron en dar con el lugar perfecto. El local había sido una panadería hasta hace unos meses. Su dueño era un viejito que no tenía hijos o gente interesada en continuar el negocio y él quería viajar y disfrutar de su jubilación, por lo que cerró el negocio y puso el local bajo arriendo. Lo mejor de todo es que venía junto con «esto», el lugar donde vivimos ahora.

Es un departamento tipo estudio que él usaba como oficina y bodega. Nosotras le dimos nuestro propio estilo y, bueno, aquí estamos.

—¡¿Ya son las tres?! —me pregunta alarmada dejando el libro a medio leer sobre el sofá.

Regreso a ver la hora en mi teléfono y lo confirmo. Estamos tarde para preparar la cena. Tenemos a Cam y Nat de invitadas hoy, están festejando dos años de vivir en la gran ciudad.

—¡Tengo que ir a chequear a los chicos en el Café! —dice recogiendo rápidamente sus cosas para ponerlas sobre el escritorio y se refriega la frente como si hubiese olvidado algo—. ¿Compraste el vino?

—Sí, Tori, traje todo ayer. Ve a bañarte tranquila.

Continua, mirando a todo lugar, buscando qué es lo que está olvidando.

—¿Segura? No sé que falta… algo falta.

—Falta que te bañes, te vistas y vayas a trabajar antes de la cena. Yo prepararé la ensalada y meteré las lasañas al horno, ¿okey?

Vuelve a mirarme y me sonríe. Toma un respiro y, dándome un beso corto en los labios, sale disparada a tomar una ducha.

No puedo creer que ya sean dos años desde que nuestras amigas vinieron a hecharle una mano a Tori en el negocio y terminaron quedándose indefinidamente.

Lo que sucedió entonces nos tomó por sorpresa a todos, más a mí, que no supe darme cuenta de lo mucho que ciertas cosas aún la afectaban y podían hacerla recaer.

Una noche me despertó con un susurro. Solo pronunciaba mi nombre y yo, la verdad, estaba más allá que acá. Mi sueño era bastante pesado por toda la carga de trabajo y la universidad, que ni siquiera me desperté por completo.

Unas horas después sentí un sollozo a mis espaldas y giré para verla, estaba totalmente perdida en la acción de morder sus dedos. Los tenía rojos y entallados con las huellas de sus dientes, sus mejillas estaban llenas de lágrimas y lucía completamente desesperada.

Le quité las manos de la boca y las cubrí con las mías pidiéndole que me diga qué era lo que le pasaba y a quién tenía que matar. Tal vez terminaba en suicidio, pero necesitaba saber quién le hizo daño, así fuese yo la culpable.

Le costó hablar. Por minutos lo único que hice fue escuchar su llanto y abrazarla, impedirle que siguiera haciéndose daño.

—Tan solo… no quiero vomitar más, no quiero hacerlo más… —me susurró aterrada y mi estómago decayó en lo más profundo.

Es… curioso, como las cosas importantes en la vida, aquellas de las que siempre estás pendiente, suelen convertirse en comunes y corrientes con el tiempo. Los cuidados que todos teníamos para ayudarla —para vigilarla—, se fueron desvaneciendo en el día a día, porque ella nos lo hacía tan fácil.

Tres años y medio pasaron sin un solo problema, sin una recaída. El progreso de Tori con la comida era notable. No se prohibía nada, no se preocupaba de ganar peso, es más, le gustaba estar más «rellenita», como a mí. Siempre preferiré a la Tori de 125 libras que a la de 95. Es cuestión de verlo por el lado sensual. Una mujer con curvas siempre es más sexy que una que parece tabla de surf. En todo caso, este es el tipo de comentarios que prefiero no mencionar muy seguido. Nunca sabes cómo van a afectar esas palabras a alguien con un desorden alimenticio, aunque constantemente intento que lo sepa, que se de cuenta de que lo noto y que me agrada.

Lamento tanto haberme perdido en la rutina en ese tiempo, en verla bien y no preocuparme de cómo seguía. Pensar equivocadamente que, en tan poco tiempo —o siendo más realistas, quizá en su vida entera— llegará a recuperarse del todo. Tori nunca terminó de resolver su detonante principal, su madre.

Cuatro semanas antes de esa noche, se había encontrado con ella en el centro comercial. Tori estaba haciendo algunas compras para la cafetería y se cruzaron en una de las filas del almacén de cocina.

Todavía me pregunto: ¿qué hacía Holly en Nueva York?

Ni Tori lo supo, peor yo. Solo sé que ese día comenzó todo nuevamente.

Su mamá le había preguntado si todavía seguía jugando a ser lesbiana o ya se le había pasado el gusto por contrariarla. Cuando su hija le contestó que no era un juego y que vivía muy feliz conmigo, ella prosiguió a culparla por su separación con David. Le dijo que era una egoísta, que además envenenó a su padre y que no se merecía nada bueno, que si se hubiera dado cuenta de la aberración que era y cambiaba, todos serían felices en ese momento.

Juro que no la entiendo. ¿Cómo un padre puede ser tan duro, tan cruel? ¿Para qué diablos trajo a ese hijo a la vida, si no era para darle su apoyo completo, darle su amor incondicional?

Holly era la que no merecía a Tori, no merecía a David tampoco. Él hizo lo imposible y logró aceptar una realidad que creía absurda, pero ahora entendía que su hija seguía siendo su hija y que él era su padre por sobre todas las cosas, que la amaría y la respetaría sin importar a quién diablos amara.

No, Holly merecía lo peor, merecía estar sola, merecía… morir atascada en un elevador, que le cayera un rayo y la partiera en dos, todo lo malo que cruzara por mi mente, ¡todo!

Durante esas semanas, Tori había recurrido a sus sesiones de purga en las horas que yo no estaba en casa. El trabajo la ayudaba a distraerse, pero cuando el estrés la alcanzaba, subía a casa, devoraba todo lo que encontraba y continuaba, una vez más, de rodillas en el baño, vaciando su culpa en el inodoro.

Estaba tan avergonzaba de su tropiezo y de haberse permitido caer, que solo empeoró las cosas, hasta que esa noche sintió unas ganas terribles de volver a hacerlo y se detuvo porque sabía que, si lo hacía, me despertaría y no quería que yo lo sepa.

Cuando me llamó entre sueños necesitaba que la abrazara, que la sujetara tan fuerte que no le permitiera ir al baño por nada del mundo. El problema fue que yo no desperté y, para evitar desahogarse vomitando, comenzó a hacerse daño físicamente. Sus dedos no llegaron a sangrar por las mordidas, pero de seguro le dolían increíblemente. Cada vez que los tocaba, ella retraía su cuerpo como si estuviera cortándola con un filo cuchillo. Me asustó.

Demoró horas en contármelo todo y yo reaccioné tal y como Nya lo hubiese hecho. Encendí todas las alarmas y le supliqué ir a un tratamiento, que regresara a las sesiones de terapia, que volviera por un tiempo a Los Ángeles, que intente recuperarse antes de que se vuelva a hundir, ahora con algo nuevo.

Tori llamó a Gayle, quien había abierto su propio centro de trastornos mentales y acordó ir unos meses a California para internarse en su programa, que consistía básicamente en sesiones de terapia con ella y otros profesionales.

Y así fue como Cam y Nat vinieron aquí.

Los tres meses que Tori estuvo lejos, ellas manejaron el lugar y, cuando regresó, encontraron otras tareas de las cuales ocuparse, expandiendo el negocio un poco más.

Ese susto nos costó mucho. Tori retrasó sus estudios un semestre, yo decaí en notas, ambas nos vimos afectadas en nuestra relación. Lo bueno es que Tori y yo seguimos aquí, luchando aunque sea difícil. Esa es la promesa, estar en las buenas y en las malas, sin importar cuanto trabajo haya por detrás, porque si hay ese sentimiento tan grande que nosotras compartimos, ese amor, en realidad, no es trabajo. Y yo no volveré a caer en la comodidad de la rutina.

Con lo que respecta a mí, la carrera fue dura, pero creo que así son todas. Conocí a mucha gente que vino y se fue. Meg y yo todavía somos buenas amigas, aunque ella sigue viviendo en California. Ya no es novia de Ryder, hablamos con él de vez en cuando, pero nosotras nos vemos cada vez que viajo a Los Ángeles a visitar a mi familia.

Yo me gradué hace un año y medio. Comencé a trabajar adaptando obras para Broadway, escribiendo mis propios guiones y asistiendo en la producción de algunas películas independientes. Nada muy significativo. Hasta ahora.

Hace unas semanas me contactaron de un programa de televisión con mucha promesa. Inician su segunda temporada y les interesa que entre a su equipo de escritores.

La historia se asemeja mucho a una que escribí y publiqué en línea. Les gustó la forma en que manejo los diálogos, mi sarcasmo, la forma en que construyo los personajes y me ofrecieron el empleo a tiempo completo con una oferta de producir y dirigir en la siguiente temporada, claro, si es que existe una, pero yo apuesto que sí, el programa de verdad promete mucho.

Lo hablamos con Tori.

Mudarnos a Los Ángeles al terminar nuestras carreras siempre fue algo que tuvimos en cuenta como una posibilidad. Lo que, en otras condiciones, hubiese sido otra fuerte decisión que podría arruinarlo todo. Lo bueno es que Tori maneja su propio negocio y tiene a dos personas en las que confía sin parpadear, y a quienes les comunicará esta noche que serán las co-administradoras permanentes del Magic Box Café, Nueva York. Ella volverá a hacerse cargo del negocio original y en unos meses abrir una sucursal. Tori es buena en lo que hace, debo reconocerlo.

Buscamos un departamento en Venice Beach a través de una página web y llegaremos a conocerlo apenas Tori egrese de la universidad para hacer el contrato definitivo, aunque estamos convencidas que queremos vivir allí. Tiene altos ventanales, es amplio y abierto y es en la planta baja, por lo que también tiene un pequeño jardín en el que podemos jugar con nuestro bebé.

Hace cuatro meses que decidimos adoptar. El monstruo es hermoso, a pesar de que a mí nunca me gustaron los perros, pero Patas es… perfecto.

Una chica apareció por el Café dejando un volante ofreciendo cachorros en adopción y él era el único labrador amarillo que tenía un solo ojo. Había perdido el otro en un altercado con un perro adulto que vivía en la misma casa.

De primera, me recordó a ese peluche que compré para Tori cuando todavía creía que tendría al Condón Roto y, al verlo en esa foto, no pude dejar que se fuera a otro hogar que no fuese el nuestro. Tori estaba más que feliz, aunque me advirtió que la que tenía que sacarlo a pasear era yo, por lo menos en turnos. Accedí.

Ahora bajaremos al Café a visitar a mamá y decirle que todo está listo para la cena y, de paso, comprar un café para ir a dar una vuelta por el parque.

—Hola, buenos días. Me ayudas con un café, por favor —le digo a la chica que me reconoce sin mucho esfuerzo.

Da media vuelta y se acerca a la cafetera, vertiendo una taza del exquisito café colombiano, tan icónico del Magic Box. Delicadamente vacía la porción de crema dibujando una figura con un gesto suave de su mano. Toma un palillo y traza detalles que harán el café más especial. Ralla un poco de nuez moscada en lugar de canela y, con cuidado, gira, colocándolo en la mesa y deslizándolo hacia mí.

—Tu café está listo.

—Tijeras dibujadas en la espuma…, como la primera vez —sonrío mirándolas.

—Solo para ti.

—Gracias, Vega. ¿Cuánto te debo?

—Un beso.

Como siempre. Nunca sé que dibujará. Le encanta experimentar, pero siempre que veo tijeras es un buen día… Y, claro, ahora recuerdo donde todo empezó.

Con esa primera taza de café.


Nota de autor:

:'(

Para que negarlo, me siento triste de terminar el fic. Ha sido un año y un mes exactamente, 48 capítulos, 506 —y seguro unos más— comentarios.

Dior, no saben lo mucho que aprecio su apoyo y que hayamos querido tanto a esta historia juntos, porque yo los siento parte de ella. Gracias.

Hace unos meses pensé en exportar la historia como libro digital, para aquellos de ustedes que quieran conservarla puedan descargarse una copia bien formateada y sin mis notas de autor XD. Así que, les dejo el siguiente enlace donde pueden descargar en formato PDF y EPUB.

Me hicieron caer en cuenta que FF ya no deja hacer enlaces a tumblr, así que para que puedan descargar copien este URL y borren el espacio después del "goo."

goo. gl/KOCEe9

Si no pueden entrar con este link, pueden ir a mi perfil de FF y ahí encontrarán el enlace en mi biografía.

Nuevamente, gracias a todos los que apoyaron este proyecto, a los que leyeron, dieron favorito y follow y a los que se atrevieron a dejarme por lo menos una carita feliz. A continuación un nombramiento a cada uno de ustedes:

Panda, rustjacque12, LittleRock17, Marley Lemonhead, mica, nunzio Guerrero, Liz West Vega, Annimo, mia, Some Anonymous, Quest, No tengo, annielopsa, Guess, arandiagrande, alguien que lee, JORI4EVER, RaquelNOMBERTU, Queenwest, Pauly Vega, BrenBren Uchiha, Bants, micalove16, Raquel-Nombertu, pili20394, SraToriWest, SaraJMB, sakuritasan, aless.k, Vizho, Marilinn, JoriDomimaElMund, Muertealcori, GabSterMouse, Mart, Finnigan13, fan a ciegas, allison green, name, AshleySophia, Dazumaki, guets pokoyo, JoriLover, Desesperado, Lidia, Nat, Brendan, Tony, Black-king20, Underground Unleash, vicfan4ever, una lectora mas, vane23, FxRobalino, Lemb-20, Dani, Tijerashard69, lola, zombie girl LG, ForeverGuest, Noname, Vanes Izumi, Tomoyo-neechan, Love is a wild animal Danirock, Larisa-ts, Anny, Jun, J. A. L. W, ajsakura, miss, Layla Scarlett, Mookie fan, Spanish Reader, Raven Ailsa Weasley, mi, Jaden Ayala, yo, lucerosalvatierra96, best23, natalia aguilar 33633, Qaths10, mate, Marystef, Z, Sebas, Riovi, Clau, TheyCallMeV, Kuroneko, nilra89, erivip7, MrsAgronMichele, Sora, Guest

Buena suerte y nos leeremos en otro fic.

¡Saludos y adior!