Los personajes de Frozen, así como este mismo no me pertenecen.
๑۩۞۩๑ Dios salve a la reina ๑۩۞۩๑
Cálida, como una ironía, resultaba la mañana en Arendelle, el dulce otoño tocaba sus límites con suavidad, el aire cargado con el viento risueño se volvía más ligero, la tranquilidad envolvía al reino que se mecía en un ensueño. El invierno se abría paso entre la maleza del tiempo, la nieve aún no caía pero amenazaba con hacerlo.
El empedrado camino hacía el imponente castillo producía un sonido agradable contra los cascos de los caballos blancos que jalaban la carroza. Una mujer de mediana edad, miraba a través de la ventana, el cabello rojizo caía en pequeños mechones sobre su cara, vestía un elegante vestido verde amarelado con detalles más oscuros en los pliegues, sus hombros al descubierto le daban un aire juvenil y soñador, los ojos azules veían distraídos el paisaje las pecas en su rostro acentuaban el aspecto juguetón de sus demás rasgos.
Era con exactitud el medio día, las calles se encontraban bastante vivas, la actividad comercial había aumentado con gran medida después de que la nueva reina había sido coronada. La ciudad se veía animada, aún desde las afueras, los niños corriendo con risillas agudas, los gestos gentiles de los demás habitantes eran las causantes de tal expresión.
Anna suspiró.
No había querido abandonar su hogar, pero dada las circunstancias lo mejor es que fuera así. Tenía trabajo qué hacer. El aire era demasiado fresco para su gusto, se reprochó por no haber llevado a la mano algún abrigo que la pudiese proteger en caso de que el clima empeorara.
Y por lo que había escuchado era probable que así fuese.
Su nuevo trabajo consistía en ser una dama de compañía. Y no una simple empleada a tiempo parcial, ella sería una cortesana de su majestad, naturalmente implicaba que debía cuidar de los aspectos personales de la reina, ayudarle a vestir, arreglar su cabello y demás actos que le parecían triviales.
No sería agradable, pero tendría que hacerse. En parte le alentaba su curiosidad, no se imaginaba como luciría Elsa, la famosa Salvadora de Arellende Según rumores que había escuchado antes su poder era tan maravilloso como aterrador. No imaginaba su aspecto.
Anna fue sacada de sus pensamientos cuando el cochero anunció que ya había llegado a las puertas del castillo, era menester, según el hombre, que bajase del carro y el recorrido que restaba se hiciera a pie. Ella bufó un poco molesta. Bajó de la carroza con pequeños gruñidos bastante graciosos, al posar su pie derecho en la baldosa rústica su vestido se atoró de alguna manera en el penúltimo escalón, provocándole una pérdida de equilibrio, era evidente que se caería, sin embargo logró recuperarlo un poco para trastabillar nuevamente, los gruñidos infantiles que profería al bajar ahora eran pequeños alaridos, después de una vuelta sobre su pie lo evidente sucedió, cayó al suelo sintiendo como si hubiera chocado con una pared, después se hizo el impacto sobre el suelo con un sonido sordo.
-¿Por qué no te fijas por dónde vas?.-Escuchó gritar. La voz áspera y varonil se notaba molesta, Anna abrió los ojos y se dio cuenta de que había caído junto a un hombre corpulento y rubio, destacaba de él su nariz, a ella le pareció bastante graciosa y no pudo evitar soltar una risa audible.
-¿Qué es tan divertido?.-Insistió el hombre con tono molesto, sus ropas invernales no encajaban con el cuadro que se hacía alrededor del castillo.
-Lo siento… es sólo…. Que me ha tomado por sorpresa.-Repuso la pelirroja.
-¡Deberías tener más cuidado! Debería hacerte arrestar.-Dijo el hombre.
-¿Perdona?.-Preguntó con un tono escéptico borrando cualquier síntoma de risa en ella.
-Como lo has oído, debería hacerte arrestar.-Él volteó a su alrededor, aparentemente buscando un guardia.
-¡Qué prepotente! ¿Y por qué harías eso? Ha sido un accidente, es obvio… Quizá tu enorme nariz no te deja ver lo obvio de la situación.-Como solía hacerlo sus palabras impulsivas salían disparadas de su garganta, proyectándolas con una voz enérgica.
-¡Tú no sabes quién soy yo!.-Dijo el hombre.-Yo… Soy el Proveedor de Hielo real.-Su timbre al decir esas últimas palabras denotaban un orgullo marcado.
-¿Un vendedor de hielo?.-Cuestionó Anna, estaba a punto de decirle lo ridículo que resultaba un vendedor de dicho elemento teniendo en la corona a una reina de la cual se especulaban innumerables dones mágicos y en específico talentos fríos, sin embargo, fue interrumpida al ver que un animal enorme y con grandes cuernos golpeaba al rubio.
-¡Ouch!... ¡Sven! ¡Ya no hay más zanahorias para ti no tengo….!.-Volvió a recibir un golpe, el miró al animal a los ojos y suspiró.- Está bien, está bien… no más peleas.-El vendedor la miró de nuevo y rodó los ojos en una señal de fastidio, siguió caminando con el alce dirigiéndose al castillo. Anna que veía con genuina incredulidad la escena pronto recapacitó sobre donde se encontraba, ella vio con confusión y luego asombro las puertas enormes que le daban la bienvenida, talladas con habilidad innegable.
Con paso lento y armonioso puso en marcha hacia el impotente castillo de roca sólida y ligeramente ónice que brillaba al sol. La calidez del aire que goleaba su rostro le arrebató una sonrisa. ¡Cuán maravillosa le resultó la vida en ese instante!
Aquellos aldeanos moviéndose de un lado a otro con prisa, siempre alegres.
Los niños nuevamente jugando, era como estar congelada en un instante de mera felicidad, calma, paz, tranquilidad.
-¡Anna!.-Escuchó a su espalda, volteó de inmediato reconociendo la voz.
Se abalanzó sobre él dueño de la voz y le rodeo el cuello con los brazos.
-¡Te he echado de menos!.-Gritó ella conmocionada.
-No sabes cuánto yo también.-Él la miró con familiaridad.-Pero, oye…. No vayas a llorar.-Bromeó ganándose un pequeño golpe por parte de la pelirroja.-Ven, de prisa. Debes conocerla.-La tomó de la mano con suavidad.
Al cruzar las puertas imponentes del castillo sintió un pequeño escalofrío, los guardias perfectamente alineados con las miradas densas parecían no parpadear, Hans hablaba con soltura mientras su cabello suave se alborotaba, su traje banco impecable le distinguía de las demás personas que integraban a los servidores de la reina. Caminaron todavía un poco más, Hans le devolvía un poco de calor hogareño, de su casa que comenzaba a extrañar.
-Por aquí.-Siguió dirigiéndola.-Falta poco, el salón principal.
Entraron a una habitación enorme, con ventanales sublimes, grandes extensiones de terciopelo, candelabros gigantes, un enorme trono se erguía solitario en un extremo.
-Elsa... Es decir, su majestad.-Hans compuso su tono al percatarse que otras personas que esperaban una audiencia le miraban.-Es amante de la rectitud, de las buenas costumbres.-Él bajó su voz, susurrante.-No quiero problemas Anna.-Ella suspiró y notó como un halo cálido salió de su boca, entrecerró los ojos, sintió un poco de frío pero lo achacó a que estaba nerviosa y respiraba con rapidez. Hans la miró , el salón había callado.
Las puertas se abrieron con fuerza, el sonido de los tacones sobre la alfombra larga y roja hicieron eco, una figura femenina cruzó de manera elegante, estaba acompañada por un hombre musculoso de cabello platinado, casi blanco, así como de un joven mucho más pequeño y con maneras más agradables, los hombres se quedaron expectantes en la puerta.
La reina había llegado.
-Mi reina.-Dijo Hans.- Ella es mi hermana pequeña, Anna.
La mujer mayor la miró con un porte que le pareció altanero, aunque sus expresiones serias resultaban atractivas, el mentón afilado,los pómulos, la piel nívea y probablemente tersa, así como el cabello platinado eran un conjunto en armonía.
Anna se apresuró a hacer una reverencia un poco torpe, sólo hasta entonces supo que la habitación se había vuelto fría a causa de su majestad, recordó aquellas historias fantasiosas que escuchó tiempo atrás, la fantasía según las evidencias era con seguridad inexistente.
Ella aborrecía el frío.
Se forzó a sonreír, el gesto había parecido más nervioso de lo que en realidad era, y mucho más descuidado. El azul de los ojos resplandecientes de Elsa Monarca de Arendelle le provocaron un estremecimiento, el celeste claro asemejaba a grandes extensiones de hielo puro, penetrantes y en medida resultaban amenazadores, la pelirroja sintió hervir un sentimiento dentro de ella, un bullicio creciente que le provocaba apretar la mandíbula, sus dientes hicieron un pequeño chasquido.
Ella aborrecía a Elsa.
Se obligó a reír con inocencia.
-Es un placer, mi reina.-Dijo finalmente intentando componer su postura.- Y disculpará, yo… suelo ser muy torpe a veces, mil disculpas.
Su majestad se limitó a mirarla, parecía que no pestañease si quiera, como aquellos guardias tensos y planos, Anna temía perder el control que le quedaba de sí misma, la situación se tornaba desesperante.
-Por favor, muéstrenle el castillo y pónganla al tanto de los horarios.-Ordenó Elsa a un grupo de mujeres que se encontraba a su izquierda, dicho esto sin más reparos dio media vuelta. Hans se limitó a asentir y repetir las órdenes de la rubia. Le sonrió a Anna y siguió a la reina con paso apresurado.
Anna suspiró con satisfacción tan sólo para ser inmediatamente abordada por aquellas mujeres, que entre inclinaciones y algunas palabras evidentemente emocionadas la sacaron del salón.
-Hans.-Dijo entonces Elsa que había cuidado detalle en hablar tan sólo cuando la pelirroja se hubiese marchado.-No veo la necedad de desafiar las decisiones de tu reina.
-Su majestad.-Contestó el hombre con la delicada sonrisa que le caracterizaba.-Si lo he hecho es sólo por su bienestar, no por una rebeldía infantil, me hiere que pueda pensar en algo así, mi lealtad es para con usted, hasta la muerte.-Dijo firme.
La emperatriz evaluó la expresión del hombre, el aura brillante que desprendía era generalmente infalible. Ella no lograba comprender a ciencia cierta como aquel hombre tenía cautivada a toda su corte con tan sólo la pulcritud de su rostro, bastó una mirada y un pestañeo para que se rindieran ante él. Era un príncipe encantador en toda la extensión de la frase.
-Espero entonces que no cause ningún problema. Sabes bien que no me gustan los problemas.-Elsa seguía con su porte imponente y fría.
-No. No hay de que preocuparse.-Hans le hizo una reverencia, Elsa debía realizar algunas audiencias con ciertos ciudadanos de su reino, dio media vuelta pero se volvió para ver al pelirrojo que seguía con la postura sumisa.
-Y Hans… No más osadías.-Continuó su camino a la Cámara de la corte, su vestido azul ondeaba con gracia, imitaba esos movimientos su capa tintineante destellando bajo la luz del gran candelabro.
Él se irguió por completo y dibujó una mueca de satisfacción plena, tal cual lo había hecho Anna momentos antes.
La tarde no había sido en realidad amena, las mujeres que creía cortesanas se demoraron en enseñarle todo el castillo de una manera superflua como se empeñaron a dejar en claro. Fueron quisquillosas, sin embargo, en señalar con firmeza los horarios que debía seguir.
-Como un reloj.-Le dijo una mujer regordeta y pelirroja con expresiones sencillas.
-Como un reloj.-Repitió Anna ahora sola. La hora de la comida había concluido mucho antes, el atardecer se demoraba en dormir, probablemente eran las horas más aburridas de su vida, quería un respiro.
Un amplio jardín se erguía con generosa amplitud, los árboles no tenían flores pero sí hojas moribundas, el paisaje deprimente de alguna manera la relajaba. Escuchaba con atención las pequeñas aves cantar y despegar sus alas, el viento musitante les acompañaba en los coros mientras se deslizaban a través de él.
El sol tocaba los límites del cielo, pronto oscurecería. Cerró los ojos y respiro con profundidad, con lentitud. Sintió el latir de su corazón en las cienes. Volvió a repetir mentalmente lo que con tanto ahínco aquellas personas le habían dicho. "Como un reloj" "Hace tic tac como un reloj".
Soltó una pequeña carcajada.
Su vida había sido así, no tendría dificultad para ello. El orden lo era todo, el caos inadmisible.
Repasó con desgana como había dado una impresión errónea. Nunca antes la torpeza le había hecho víctima en tan poco tiempo, sus impulsos le hacían ver estúpida. Eso le desagradaba, pero, ya tendría oportunidad de corregirlo.
Volvió a suspirar y su piel se erizo.
La nieve sin previo aviso comenzó a caer como una blanca lluvia ligera, los copos rozaron su nariz, abrió los ojos como si el roce le hubiera causado una desgarradora herida, tomó una bocanada de aire reprimiendo un grito de terror y rabia, apretó como de costumbre los dientes y dio una vuelta brusca hacía el castillo.
-¿Está todo bien?
La imponente reina la sorprendió en ese arranque de furia.
-Su alteza… Sí, bien. Todo.-Anna sacudió la cabeza.- Sí, todo está bien.
Elsa alzó una ceja en señal de incomprensión pero el gesto resultó más altivo para Anna. Volvió a apretar los dientes.
-¿Desea algo su majestad?.-Preguntó por fin después de un inminente esfuerzo.
-No.-Respondió la rubia de inmediato. Ella acababa de concluir sus deberes en la corte, no quedaban más pendientes en ese día que terminaba, había visto a Anna mientras se dirigía a su recámara personal, algo le impulsó a saludarle, probablemente la charla turbulenta del mediodía o la curiosidad que le producía, un sentimiento que no habría de aceptar abiertamente, se preguntaba porque aquella mujer de cabello rojizo y graciosas pecas tenía una expresión de malestar.
Las dos se miraron sin decir nada, el silencio se tornaba incómodo. Decidieron romperlo con atropello, hablaron al mismo tiempo palabras ininteligibles.
Anna se aclaró la garganta.
Elsa miró hacia el jardín nevado sin saber que expresión debía poner.
-Deberías tomar un descanso.-Quiso sugerir Elsa pero de nueva cuenta, su tono de voz daba a entender que lo ordenaba provocando un gruñido inaudible de Anna.
-Es verdad, su majestad, si no puedo ayudarle en nada más me he de retirar-Susurró forzando la voz amable, no quería dejar ver su irritación.
-Lamento si te ha resultado brusco… El cambio de tu hogar a este frío castillo. El clima, suele ser desconsiderado.-Elsa con su tono firme pero benévolo le hizo saber esas palabras, una disculpa de cortesía, una despedida por mera amabilidad.
-Le ruego si le he parecido algo desentonada con todo esto, usted pueda proveerme paciencia, en lo que adapto mis pensamientos y emociones a esta nueva tierra encantadora.
Elsa asintió y sin parpadear continúo hacia su destino.
La puerta de su habitación se cerró de un portazo.
Tenía los puños cerrados como su mandíbula, un mal hábito. Respiraba con rapidez, buscó en la recamara con un instinto voraz, de repente sus manos se abalanzaron hacía un pequeño baúl enfrente de la cama. Era de una madera parda, vieja y por ende desgastada, sus dedos finos se apoderaron de la cerradura.
No había sido abierta.
Quiso abrirle pero se contuvo y caminó con aire distraído hacía los ventanales. Ella miraba a través de ellos, la habitación era acogedora, los encajes, las telas, los muebles lustrosos, la alfombra carmín con tintes dorados que se extendía bajo sus pies y subía por las paredes hasta convertirse en un color oro cremoso y gozable.
Era como estar en casa.
-¿Qué te ha parecido?.-Susurró una voz detrás de ella, un hombre alto de cabello rojizo.
-Esperaba menos…-Contestó Anna entrecerrando los ojos.- Menos nieve.
El hombre río un poco.
-¿Quieres que la nieve se derrita? Pasará.-Él la abrazó por la espalda y recargó su mentón en su hombro.-Pasará cuando Elsa caiga…Cuando Arendelle sea nuestro.
-Sí.-Contestó ella disfrutando del tacto cálido del hombre, apreció el manto nocturno que oscurecía el bosque se percató entonces de la luna naciente, blanca y brillante, casi santa, el porte del astro le recordó a la monarca. -Dios salve a la reina.-Con una sonrisa satisfecha pronunció esas palabras que se perdieron en el frío que tanto odiaba de la noche.
