Título: look at me (fall alone)
Tema: 24:00 am–Viviendo en un sueño
Cantidad de Palabras: 4.849
Notas: AU. Ignoro completamente muchos hechos del canon para adaptarlos a… esto.


La última mañana de Rin en Iwatobi, inicia con el canto de un pájaro. Su primera reacción, es preguntare si Haruka es alguna especie de Blancanieves, dada la forma en que los animales simplemente gravitaban a su alrededor. Está a punto de preguntárselo, cuando Haruka coloca un plato de comida frente a él.

—Desayuno en la cama —logra decir Rin al cabo de un minuto—. Romántico.

Haruka entrecierra los ojos y se aleja sin decir palabra alguna. A Rin le gustaría bromear, tiene varias ideas y un montón de respuestas que darle a Haruka, comentarios para hacer una vez estén sentados en la sala, uno leyendo y el otro dibujando.

Hay algo melancólico en el sabor del pescado, un tinte de agobio en el té; incluso en la forma en que los platos están organizados en la bandeja, Rin siente algo raro, como un hueco dentro de él. Y de repente, no siente ganas de seguir comiendo, quiere correr, sumergirse en el mar no muy lejos de allí y jamás salir, todo con tal de evitar el evento que se acerca a él con terribles pasos.

Rin va a desaparecer, sin dejar un solo rastro en Iwatobi, ni en los amigos que allí hizo.

. . . .

Aya Matsuoka había conocido a Toraichi durante su último año de secundaria. Era un joven activo, sonriente y pésimo para cualquier cosa que no incluyera una piscina. No había notado su presencia en un principio, hasta que lo vio caer de bruces contra el suelo durante un partido de fútbol. Se acercó a él en medio de carcajadas y preguntándole si estaba bien, Toraichi había respondido que sí, a pesar del hilillo de sangre resbalando por su nariz.

Luego, lo había visto nadar, y a pesar de su horrible torpeza, Toraichi parecía haber estado hecho para el agua. Avanzaba con brazadas fuertes y seguras, abriéndose paso a través del agua como si la estuviese cortando con la punta de sus dedos y cuando salía, despeinado, húmedo y cansado, sonreía. Siempre, siempre, con una expresión más cálida de la que Aya se había acostumbrado a ver.

—No creo que esté bien —le había dicho Toraichi, durante su último día de secundaria. Aya lo había llevado a un rincón solitario de la escuela, y le había confesado sus sentimientos.
—Tú… no tienes amigos.
—¿Eso qué tiene que ver con lo que me acabas de decir?
—Quiero decir que tienes miedo. Que ocultas algo. Que no quieres que nadie se de cuenta, no sé por qué. Y quiero averiguarlo.
—No es necesario.
—Es absolutamente necesario—. Aya hizo una pausa para tomar aliento—. Quiero estar contigo.
—¿A pesar de todo?
—No sé qué sea "todo". Pero, sí, a pesar de todo —respondió ella. Las manos apretadas en puños y la mirada fija en los de Toraichi.
—A pesar de todo —repitió él y se acercó a ella. Aya solo pudo abrazarlo, sin saber por qué lloraba.

Para cuando cumplieron veintidós años, Toraichi y Aya se trasladaron a Iwatobi, una pequeña ciudad marítima, tranquila y pacífica. Toraichi se dedicaba a la pesca y Aya trabajaba desde su casa, mientras cuidaba del pequeño Rin, de tres años y su hermana Gou, un año menor que él.

Era una buena vida y poco a poco, Toraichi había dejado atrás las aprehensiones que tuvo al principio de la relación, encantado con su pequeña familia, y con los dos pequeños, que hacían sus días un poco mejores. Tanto Rin como Gou habían heredado el color de cabello de su madre, un rojo intenso, que era similar al de sus ojos; ambos eran tan hiperactivos como su padre unos años atrás, sin embargo, Gou parecía tener la cautela que Toraichi carecía y, en cuanto a Rin, éste había heredado el entusiasmo que tanto amaba ver en Aya.

Toraichi era feliz, suponía que Aya también, aun sabiendo lo que sabía. Se lanzó sin dudar al riesgo más grande de su vida y lo ignoró, hasta que escuchó tres fuertes golpes en su puerta. Aya lo miró, nerviosa y él solo pudo morderse un labio.

—Abre la puerta —le dijo éste—. Yo traeré a Rin.
—Podemos…
—No podemos ocultarlo. Lo encontrarán, y será peor para él.

Aya suspiró, derrotada y Toraichi sintió que su corazón se rompía en pedazos. Trató de conservar la firmeza de su voz mientras llamaba a Rin desde las escaleras.

. . . .

Rin baja lentamente, midiendo cada milímetro de los pasos que da, esperando que de repente se despierte y todo esto sea un mal sueño, plenamente consciente que no debió haberse involucrado en las vidas de ninguno de ellos, pero también sabe que para alguien como él, es imposible.

Ya se lo había dicho Sousuke alguna vez, que la peor parte de su trabajo era dar su corazón a los demás, era lo menos recomendable. Tan pronto acabara su misión, sentiría el dolor desgarrador de la pérdida y ellos también; era un proceso que no se debía repetir. Y aun así, Sousuke lo había visto suceder tantas veces, que sabía que advertírselo a Rin iba a ser fútil.

—Haru —empieza, tan pronto llega a la sala. La cabeza que se voltea, sin embargo, es la de Makoto.

Y mientras Haruka es un experto en ocultar lo que siente, de manera que solamente quienes lo conocen bien sabe lo que se guarda dentro; Makoto es un libro abierto. El pesar está en sus ojos, su posición encorvada, los dedos de sus manos tensionándose contra el piso de tatami. Parece que está a punto de saltar sobre él y amarrarlo para no dejarlo ir.

Con todo, Makoto no se mueve mientras lo ve acercarse y sentarse a su lado. Sus ojos siguen cada movimiento, no lo quiere perder de vista; temeroso, quizá, de que en un segundo fuese a desaparecer.

—Makoto —saluda Rin, el aludido sonríe.
—¿Todo bien? —le pregunta.
—Haru me trajo el desayuno a la cama. Había un ramo de flores y todo.
—No había flores —protesta Haruka desde la cocina.
—Ah, sí las había —. Rin toma el celular de su bolsillo y desliza su dedo sobre la colección de su galería de fotos—. Mira —le dice a Makoto, entregándole el celular.

En la imagen, un par de pequeñas flores con centro amarillo y pétalos de color azul, descansan junto a un plato vacío. Makoto mira la imagen, como en un trance, parpadea y luego mira a Haruka, luego, a Rin.

—Vaya —dice al fin, devolviéndole el celular a Rin—. No sé si lo recuerdas, pero plantamos esas flores a principios de este año, en el jardín de Haru. Ese fue el día en que nos dijiste…

El sonido de sorpresa de Rin suena como un graznido y Makoto se interrumpe para soltar una risita.

—No lo recordaba —admite Rin.
—Es curioso, teniendo en cuenta el nombre de las flores —comenta Haruka y se sienta a su lado, Makoto asiente.

. . . .

Había más como él. Niños de familias de diversas partes del mundo, que eran reclutados por un grupo de hombres vestidos de negro. Los reunían en un gran salón y les anunciaban que a partir de allí, iniciaría su entrenamiento. Les concedieron habilidades especiales, y les enseñaron su uso y control. También les inculcaron la importancia de pasar desapercibido y lo inútil que era tener un vínculo con alguien más que no fuera miembros de la organización.

Fue allí donde Rin conoció a Sousuke, un pequeño de su edad y que hablaba tan poco, que a veces le parecía que fuese una estatua. Después de acercarse a él, en una de las pocas tardes que tenían libres, se habían hecho amigos, o lo más cercano a amigos que dos personas como ellos pudiesen ser.

—Espero que ambos seamos asignados al mismo lugar —le había dicho Rin.
—Yo también —respondió Sousuke y recibió toda la emoción de un abrazo de Rin.

Había sido un milagro, recibir la noticia de que ambos serían enviados a Japón tan pronto cumplieran once años. Rin solo sonreía después de la confirmación de lo que llamaba su "profecía", Sousuke parecía exasperado.

Cuando aterrizaron, los recibió el aroma a agua salada y la calidez del sol. Creían que todo iba a salir bien.

. . . .

No-me-olvides.

De verdad, como dijo Haruka, era curioso que Rin hubiese olvidado las flores que habían plantado a principios de ese año. En su defensa, quizá, estaba el hecho de que su cabeza estaba nublada por el licor y la sonrisa de Makoto y la mirada esperanzada de Haruka, no hacían nada para mejorar sus síntomas.

Decir que no le había puesto demasiado interés al nombre de las flores o a su posible significado, sería una terrible mentira. Rin se caracterizaba por ser cuidadoso en esas cosas, lo cual lo hacía tan bueno en su trabajo como todos decían que lo era. De todas maneras, se arrepentía un poco de haber recibido precisamente ésas flores, que ahora le parecían tan ominosas.

Quizá debería prender un fuego en el jardín de Haruka. Sin querer. Seguro que Haruka no lo culparía.

—Sea lo que sea que estés pensando —dice Makoto, en tono serio—. No.
—¿De qué hablas?
—Estás pensando en algo extraño, lo sé.
—No sabes nada.
—Quizá.

Makoto mira hacia algún punto en el horizonte, más allá del jardín, más allá del pedazo de cielo que se ve a través de la cerca. Sus ojos se pierden en algún punto y allí se quedan, sin ganas aparentes de volver. Haruka apoya la el mentón en la palma de su mano, quizá consciente de lo que Makoto está mirando o de lo que ocurre en su cabeza.

Rin sólo quiere detener el tiempo. Para siempre. Quizá ese pensamiento sea alguna clase de paradoja, pero eso ahora no le importa, si pudiese lograr que el mundo se detuviera y quedarse allí, con Haruka y Makoto, en la tranquilidad de Iwatobi, rodeado de mar, sol y brisa. Si pudiera, si tan solo pudiera, lo daría todo.

. . . .

Todo lo que conocían era la organización, y ocho años los habían transformado en las armas perfectas, dedicadas a ajusticiar a criminales que se escapaban de la justicia ordinaria, aquellos a quienes ni siquiera la mano humana alcanzaba a tocar.

Sus apariciones alimentaban las leyendas de países enteros. Unos los veían como héroes, otros los veían como demonios; lo que todos tenían en común, era el respeto hacia las desconocidas figuras con poderes especiales, una especie de reverencia que se manifestaba de todas las maneras imaginables. Rin había visto templos enteros dedicados a venerarlos, y aunque era abrumador, había aprendido a no hacer caso de todo aquello.

Nunca se acostumbraría, sin embargo, al nombre que habían recibido él y sus compañeros. No era un nombre grande ni poderoso, pero escuchar la misma palabra en tantos idiomas, le había dado un sentido extraño, como si la simple mención fuese a invocar a uno de ellos. Los llamaban "Jueces", y cada vez que aparecían, vestidos de negro y con una máscara cubriendo su rostro, las expresiones de asombro se extendían por el público y no había quien los cuestionara. Su poder era más grande que el terrenal, y escapaba al entendimiento humano.

Y así como su poder escapaba al entendimiento humano, su presencia también debía hacerlo. De ahí que estuviesen obligados a vestir máscaras e idénticas capas negras; de ahí que las personas que hubiesen estado a menos de un metro de ellos perdían cualquier recuerdo de ellos al día siguiente.

Al llegar a Iwatobi, la única atadura de Rin era Sousuke, que hacia parte de los llamados Jueces, tal como él. La regla del olvido no aplicaba a él, así que no le preocupó demasiado seguir con su vida. Combinaba su trabajo con las caminatas por el pueblo y pronto sintió algo que lo llamaba, el espacio azul que se extendía por la playa parecía estar diciendo su nombre, y Rin le hizo caso. Se adentró en el mar y nadó, como si toda su vida hubiese estado allí. Se sintió como en casa, no le importó más la soledad, ni la falta de familia. Quizá, debería quedarse en Iwatobi un rato más.

Y fue allí donde conoció a Makoto, un chico más alto que él, de su misma edad. Tenía una cara amable y una voz calmada. Él fue el primero en hablarle, dedicándole un saludo inocente; Rin respondió sonriendo. Luego notó la presencia a su lado, un chico casi invisible, serio y que jamás lo miraba a los ojos; se llamaba Haruka, según Makoto.

Rin pensó que podía pasar un rato con ellos. Solo un ratito.

. . . .

Rin piensa que deberían hacer algo diferente. No lo dice al notar que eso sería como ponerle un punto definitivo y final a su historia, y aunque sabe que será así, que tan pronto el reloj marque las doce la última página se habrá escrito, está convencido que no decirlo lo hará más irreal, más lejano.

De manera que se deja caer sobre el tatami y la mirada de Makoto se vuelve sobre él. Hay muchas cosas que quiere decirles, pero no puede poner ninguna en palabras, cada vez que quiere decir algo, las palabras se ahogan en su garganta y lo único que logra sacar es un sollozo. Y aun cuando logra sacar al menos una sílaba, la frase se desvanece, porque sabe que las palabras no lograrán transmitir todo lo que piensa.

—Rin, quiero hacerte una pregunta —le dice Makoto. Rin vuelve a sentarse, la seriedad en la voz de Makoto le impide hacer comentario alguno—. ¿Hay alguna regla?
—Un millón —contesta Rin—. Bueno, no es literalmente un millón, pero si hay varias. ¿Por qué?
—Quería saber… Si... Tú…
—¿Por qué? —dice Haruka, completando la idea de Makoto—. ¿Por qué nos hablaste ese día en la playa? ¿Por qué fuiste a estudiar a Iwatobi? ¿Por qué insististe en armar un equipo para los relevos?
—Demasiadas preguntas, Haru —contesta Rin.
—¿Por qué? —pregunta Makoto y aunque Rin está mirando a Haru, sabe que ambos tienen la misma mirada triste, perdida, casi a punto de llorar.

¿Por qué?

Hasta el mismo Sousuke le había preguntado lo mismo, ¿por qué se había juntado con ellos? Haruka y Makoto eran ajenos a todo lo referente a la organización, dos ciudadanos comunes y corrientes y Rin les había hablado y ellos habían contestado. ¿Por qué?

Quizá, piensa Rin y quizá lo dice, al ver la mandíbula de Makoto relajarse y las manos de Haruka descansar abiertas sobre la mesa; quizá, no quería estar solo. Quería ver más allá del enorme y frío edificio. Cuando había visto a la amable familia de Makoto, y a los calmados progenitores de Haruka, se había preguntado qué se sentiría tener algo así en su vida.

Se pregunta si su vida habría sido diferente de haber tenido un hermano mayor que la organización de hubiese llevado, en vez de él.

Y Rin tiene sueños, muchísimos sueños. Cuando sus pies tocan la arena, o cuando se lanza a una piscina compitiendo contra Haruka, o cuando simplemente se deja llevar por la corriente. Sueña con enormes multitudes gritando su nombre, viajes a través del mundo, medallas con su nombre inscrito en ellas. Rin se ve a sí mismo allí, compitiendo con lo que le apasiona y no ganándose la vida con lo que le han obligado a hacer, solo porque ha sido así por generaciones.

—¿Alguna vez…? ¿Algún día te librarás de eso? —pregunta Makoto, Rin lucha por distinguir su figura a través de las lágrimas y sin saber por qué, piensa en Sousuke.

Su amigo, el de toda la vida, que le había advertido de los peligros de crear vínculos con personas ajenas a la institución, ese mismo Sousuke que era serio e impasible, luchando incluso a pesar de una grave herida en su cuerpo, ese mismo que seguía las reglas al pie de la letra y no se atrevía romper ninguna. Sousuke, su amigo, había intentado escapar y lo habían traído de vuelta al cuartel general, con los ojos vendados y las manos y pies esposados, esa era la última imagen que Rin había visto de él.

Quizá podría escapar, pero no ahora, no sin Sousuke. Tampoco podría ocultarse con Haruka y Makoto. Por ahora, tendría que quedarse allí y esperar la oportunidad para huir.

. . . .

A pesar de haber tenido una asignación de trabajo en Australia por unos años, Rin volvió a Iwatobi como si nada hubiese sucedido. E Iwatobi también parecía estar igual.

Sólo Haruka y Makoto parecían haber cambiado, Makoto era más grande y corpulento, Haruka, por su parte, era un poco más bajo que Rin, pero había crecido de todas maneras.

Makoto le habló de una chica que estudiaba en la misma escuela, en primer año y era casi idéntica a él. Se llamaba Gou y, según le comentaba Makoto, había perdido a su padre unos años atrás en un accidente en el mar. Aparentemente, no vivía muy lejos de allí y cuando Makoto insistió para que la visitara, solo para asegurarse que fuera quien ellos creía que era, Rin se negó.

También se negó a conocer a los otros miembros del club de natación. Nagisa ya lo había olvidado y el tipo de gafas no le parecía interesante; tenía suficiente con ellos dos, aseguraba. Tanto Makoto como Haruka lo habían entendido y aunque Rin estaba seguro que el tema volvería a sus conversaciones más adelante, no lo hizo y tal vez, se sintió más tranquilo. Solo un poco.

Al año siguiente, durante la primavera, decidió contarles a ambos los verdaderos alcances de lo que hacía. Aunque ambos sabían que trabajaba para alguna clase de organización secreta, y que tenía alguna clase de habilidad especial; ninguno sabía a qué se dedicaba en realidad. Suponía que merecían saber la verdad y por si alguna vez algo le sucedía, quería que al menos dos personas en el mundo lo supiesen.

—Si les digo no lo olvidarán, ¿verdad? —le preguntó a Sousuke. Su compañero levantó la mirada del libro que leía.
—Nunca lo he intentado. ¿No quieres que te olviden? —. Rin negó con la cabeza.
—Rin… —Sousuke le lanzó una mirada de reproche—. Normalmente, te olvidarían al cabo de una o dos semanas. Cuando regresaste de Australia…
—Ambos me recordaban. Makoto no tanto, pero Haru sí. Estábamos en la piscina del antiguo club de natación y… Bueno, después de eso, me recordaron.
—Ya veo. Quizá los jefes no los dejaron olvidar, porque sabían que volverías. Pero cuando te tengas que ir definitivamente…
—Por eso quiero saber si hay una forma de que no me olviden. Nunca. Jamás. ¿Lo conoces?
—No sé para qué quieres eso. Lo mejor es…
—No me interesa qué es lo mejor, Sousuke.

Sousuke se había puesto de pie, para rebuscar algo entre sus cosas. Después de un rato de revolver, le entregó un pequeño sobre blanco.

—Alguien que conozco intentó esto. Dice que nunca lo olvidaron.
—¿Alguien que conoces?
—No soy yo. Y tampoco te voy a decir quién es.

Rin jugueteó con el sobre en su mano y tras darle las gracias a Sousuke, partió a la casa de Haruka. Después de escuchar los planes que tenían para el futuro, Rin abrió un pequeño hoyo en la tierra, dejó caer las semillas una a una y narró su propia historia.

. . . .

A veces, cuando está aburrido, Rin juega con fuego, literalmente. Esa fue la habilidad que recibió de la organización, el elemento que usa para juzgar y que se dice es sagrado. Poco a poco ha aprendido a usarla delante de Makoto y Haruka, para tareas mundanas, así ellos se han acostumbrado también al enorme abismo que los separa.

La llama danza entre sus dedos y Rin no deja de mirarla mientras piensa en qué responderle a Makoto: la verdad dura, una verdad a medias o una completa mentira. Quiere protegerlo, de alguna u otra forma, pero también sabe que no sería sano mentirle, hacerlo sufrir más.

—No me puedo librar de esto —responde al fin y la llama en su mano crece un poco, como para acentuar su respuesta.
—Esa es una habilidad un poco sádica —comenta Haruka, tratando de desviar el tema.
—Lo sé. Pero tenemos que trabajar con lo que nos dan.

La llama desaparece y con ella, la sonrisa tranquilizadora de Makoto. Rin quiere tomarlo de la mano, quiere tomarlos a ambos de la mano, decirles que todo estará bien, que mientras no descuiden la planta en el jardín él seguirá vivo en sus recuerdos. Que el vacío en sus corazones podrá ser llenado después, que el dolor en la herida se curara con una mirada al azul delicado, casi etéreo de los pétalos de las flores.

Rin cree, sinceramente, que mientras ellos piensen en él, su recuerdo jamás desaparecerá. Las flores, mientras sigan creciendo, sanas y fuertes, susurrarán su nombre con el viento y que cada ola del mar, que se escucha a lo lejos, traerá con ella el sonido de su risa. Lo cree fervientemente y cuando Makoto se sienta frente a la planta, acariciándola suavemente, con Haruka a su lado; está convencido que ellos también.

. . . .

La asignación para su nuevo trabajo, llega durante su cumpleaños número veinte. Unos años antes, el duro papel blanco le habría traído emoción, ganas de empezar una nueva aventura. Esta vez, solo trae miedo y tristeza. La certeza que un desastre está a punto de llegar.

El nuevo trabajo no es temporal, como el de Australia. Va a tener que irse definitivamente de Iwatobi, para establecerse en alguna ciudad de Europa, pues va a ser nombrado líder del escuadrón de Jueces que allí residen. Un enorme ascenso para alguien tan joven, comentaron los jefes; Rin sintió que algo dentro suyo dejaba de funcionar.

. . . .

La noche cae sobre Iwatobi. Según el reloj, faltan treinta y cinco minutos para la media noche y Rin no sabe cómo el tiempo pudo haber pasado tan rápido si estuvieron todo el día allí sentados, contemplando las flores de no-me-olvides y solo moviéndose para comer o ir al baño.

Habían conversado bastante, reviviendo los recuerdos graciosos, los intentos de cocina de Makoto, la frustración de Rin y la paciencia casi cómica de Haruka. Hablaron de las competencias a escondidas en Samezuka, la negativa de Rin a pertenecer al club de natación y sólo nadar cuando estuviesen los tres. La fiesta de graduación de una de las compañeras de salón de Makoto, que había sido testigo de un par de escenas escandalosas durante la noche; esa misma noche, el mismo Makoto había dejado que Haruka y Rin lo convencieran para meterse al mar en medio de la noche, sin ropa.

Rin lee el mensaje de texto que le acaba de llegar, un recordatorio de parte de Sousuke, que le dice que ya está bien y le menciona que cuando den las doce, debe partir, sin importar qué.

No quiere irse, de nuevo quiere detener el tiempo y conservar lo que tiene para siempre. La forma en que su corazón parece agrandarse cuando los ve, la sonrisa que no duda en asomarse con las rarezas de Haruka, la calma al lado de Makoto. Quisiera quedarse, le encantaría quedarse.

—Quizá, mañana me olviden —murmura y delicadamente, enciende una pequeña fogata en medio de los tres. Si Haruka y Makoto lo escuchan, no dan muestras de ello, más bien, Makoto sigue enfrascado en una anécdota del invierno anterior, en la que Haruka no había estado presente, pues estaba en cama gracias a una gripe.

En uno de esos extraños milagros de la vida, cuando Makoto termina y ríe, Haruka también suelta una carcajada. En un segundo, saca su teléfono y toma una foto. Sonríe satisfecho con el resultado y les aconseja a los dos que es hora de irse a dormir.

Makoto lo abraza fuertemente y Haruka hace lo mismo, después de que Rin tomase la iniciativa. El camino hacia la habitación de Haruka es largo y lleno de silencio, Rin aún no encuentra las palabras para decirles lo que quiere, espera que las flores sean suficientes

Se sienta junto a ellos, mientras ambos caen dormidos y, cuando finalmente caen las doce, aparta el desordenado cabello de Makoto de su rostro y la punta de sus dedos roza la mejilla de Haruka. Es toda la despedida que necesita.

. . . .

Un corto descanso durante el sexto mes de su nuevo trabajo, le da una excusa para volver a Iwatobi. Algo le dice que debe volver, así como durante su niñez sintió que el mar lo llamaba. Se dice a sí mismo que es temporal, uno o dos días, quizá una semana, que es lo máximo que puede tardar. Alemania ha sido divertida, lo admite, pero el estrés de liderar un escuadrón tan grande y la soledad de sus días le han pasado la cuenta, y siente que debe cambiar de ambiente, así sea durante un corto rato.

Quince horas después, el calor primaveral de Iwatobi lo saluda como a un viejo amigo, Rin recorre las calles que hicieron parte de su infancia y asciende las colinas que antes recorría en una bicicleta, en una acelerada carrera con Haruka. Los vecinos barren el frente de sus casas y lo saludan con cortesía, la señora Tamura ya no lo llama "Rin-chan", pero le dedica una sonrisa amable de todas maneras y mientras asciende los escalones, se pregunta qué dirán Haruka y Makoto cuando lo vean.

Como es su costumbre cuando visita a Haruka, hace sonar el timbre tres veces. Es algo como una clave secreta que han creado, el primer sonido el largo, el segundo un poco más corto y el tercero, tan largo como el primero; y así, Haruka sabe que está allí, Makoto les había dado la idea y ambos la habían aceptado, alegremente.

Espera unos dos minutos, casi quiere entrar a la fuerza, pensando que Haruka está en el baño. Sin embargo, recuerda que desde que los padres de Haruka están viviendo fuera del país y han dejado su hogar a cargo de su único hijo de manera definitiva, Haruka se ha vuelto un poco más responsable, los suficiente como para hacerle pensar que puede sobrevivir por sí mismo.

Para Makoto no es tan seguro, así que, por si acaso, había decidido trasladarse a vivir con Haruka tan pronto empezara la universidad. Hasta el momento, no habían tenido ningún problema, Haruka había probado su capacidad de ser independiente y Makoto había aprendido varias cosas de él.

Y es el Makoto quien abre la puerta, entre disculpas y con la voz agitada. Tiene el cabello húmedo y unas gafas que están resbalando por el puente de la nariz. Rin espera un gritito de alegría, la voz emocionada de Makoto exclamando su nombre, lo que obtiene, es otra cosa.

—¿Sí?
—Makoto —dice Rin. Makoto retrocede un poco, con expresión sorprendida.
—¿Perdón?
—Makoto —repite Rin, su voz tiembla un poco—. Soy yo, Rin.

La cabeza de Haruka se asoma por un lado y su voz resuena, firme y seria.

—Makoto, ¿quién es?
—Soy yo, Rin —dice Rin, empieza a sentirse mareado, y no lo atribuye a haber repetido lo mismo varias veces.
—¿Rin? —Haruka repite su nombre un par de veces, mordiendo el mango de un utensilio de cocina que lleva en la mano.
—Lo siento —dice Makoto, rascándose la cabeza—. No conocemos a ningún Rin, ¿quizá te confundiste de casa? Aunque es raro que conozcas mi nombre, pero supongo que es bastante común —. Termina su frase con una risita apologética que hace que la sangre de Rin hierva de rabia y frustración.

Lo han olvidado. Las flores no han servido de nada, no sabe si Sousuke le ha mentido o si ni siquiera él sabía de la inefectividad del método. Sólo sabe que quiere gritar, llorar, sacudir a Makoto por los hombros y luego a Haruka, hasta que ambos recuerden.

—Lo… siento —susurra Makoto. Rin contiene la respiración, y espera que no haya empezado a llorar.
—Quizá me equivoqué —responde Rin, tratando de imitar la risa de disculpa de Makoto. Se acomoda la gorra sobre su cabeza y suspira—. Perdón por hacerlos perder su tiempo.

—No te preocupes —dice Makoto y Rin siente su mirada sobre él mientras se aleja.

Antes de irse, se desvía por un estrecho camino, desde donde puede ver el jardín de Haruka sin dificultad. Cuidando no ser visto por los habitantes de la casa, se asoma por encima de la cerca y busca el lugar donde las flores estaban plantadas hace seis meses, cerca de la puerta de la casa, junto a un largo helecho.

Encuentra el helecho, y un montículo de comida para gatos bajo él y, justo a la derecha, donde las flores de no-me-olvides deberían estar, solo hay un espacio vacío.

Rin se deja caer en el suelo al ver el césped negro y chamuscado.


Otras notas: - Como siempre, tengo un título basado en una canción, esta vez, el turno es de Deep Blue de Scott & Brendo. Aprovecho estas líneas para recomendar la versión instrumental de esa misma canción, que es tan al estilo de Free.

- Y, bueno, pasando al AU; estuvo levemente inspirado en Code:Breaker, si alguien lo ha visto/leído, creo que reconocerá algunos elementos. De hecho, lo único que tomé de C:B fue el grupo de personas combatiendo criminales tras las sombras, y ya. De la misma manera, el nombre de la mamá de Rin tampoco es canon, no estoy segura si yo lo había usado antes o lo leí en otro fic.