Disclaimer: los Juegos del Hambre no me pertenecen, tampoco Panem o los personajes de la saga de Collins. Sin embargo, la mayor parte de las ideas de esta historia, son mías.
17. El pozo de los deseos
Día 6
Oberón Gave, isla Diamante
—Deja de llorar— ordeno y mi voz retumba en la sala, haciéndolo encogerse, pero no sirve de nada, pues los gimoteos continúan. La mayor parte del tiempo, Cavyll se comporta como si tuviera dos años en lugar de doce. Resulta agotador y, definitivamente, no tengo tiempo para esto.
—Tal vez pudimos darle una armadura o algo, tío Oberón —insiste y yo elevo la mirada al cielo.
—Se acordó que utilizaríamos trajes de tela, resistentes como para soportar la vida a la intemperie, pero nada que ralentizara la dinámica de los Juegos más allá de lo necesario, Cavyll. Te lo dije hace meses.
—Pero… pero Lis está muerta. ¡Muerta!
Me lleva el demonio. ¿Acaso cree que no me he dado cuenta de que nuestras posibilidades de gobernar ahora penden de un maldito hilo? Henrik es fuerte y su popularidad ha crecido como la espuma después de que se apuntó la primera muerte de los Juegos, pero Elisabeth fracasó cayendo casi al mismo tiempo que él nos puso en la cúspide.
Mi mano se convierte en un puño que se estrella contra la mesa en nuestra residencia. No me gusta la idea de tener que estarme ausentando de la sala en que nos reunimos todos los líderes, pero Cavyll me estaba poniendo de los nervios con tantas llamadas y mensajes, así que no me ha quedado más opción que venir al otro lado de la maldita isla para hacer entrar en su estúpida cabeza algo de sentido común.
No es que no sienta afecto por él. Es mi sobrino, algo de mi sangre corre por sus venas pero, definitivamente, no tiene madera para ser un rey.
—Cavyll, los reyes no lloran.
Él levanta su rostro redondo y me mira con los ojos abiertos como platos.
—Pero…
—Elisabeth tiene familia y amigos que pueden llorar por ella, pero, de todas formas, eso no va a cambiar el hecho de que ya no está. Está muerta.
Él hace un mohín y sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas. Sorbe, ruidosamente, por la nariz y utiliza las mangas de su pijama de seda para secarse las mejillas.
—¿Va Henrik a estar bien?
Suspiro y pongo una mano sobre su espalda, mis dedos rozan su cuello y fantaseo, solo por un momento, en cómo sería la vida sin tener que velar por los intereses de esta criatura que ha resultado tan poco apta para el destino que le ha correspondido. Suelto otro suspiro y hago que se siente en el sillón, de manera que pueda ver la transmisión de los Juegos.
Es de noche. La luz de la luna envía reflejos a través del agua y han encendido farolas con luces blancas dentro del domo sumergido porque, de otra manera, no podrían ni siquiera moverse por la envolvente oscuridad.
Después de que aceptaran el último "tributo de sangre", como lo han llamado, en su teatralidad, los Titiriteros; decidieron guardar un obstinado silencio. Ya es casi medianoche y la mayor parte de los campeones se ha rendido con la idea de esperar a que les enviemos provisiones a pesar de que la mayoría de las arcas están razonablemente llenas. Los que están en alianzas se toman turnos para echarse a dormir.
Los que están solos, como el zafiro y la rubí que quedan, se sumergen en un sueño inquieto del que despiertan, cada pocos minutos, para revisar el radar y determinar si hay algún campeón acercándose. Posiblemente, cuando amanezca estarán más cansados que cuando decidieron irse a dormir.
—¿Qué estamos esperando? —pregunta Cavyll unos minutos más tarde cuando, asumo, se aburre de ver la transmisión.
Aprieto los dientes por unos segundos antes de girarme y responderle:
—A que pase algo que cambie las cosas. Pensé en esperar contigo, pero si quieres, me voy y tú te acuestas a dormir.
Sus pálidas mejillas se tiñen de escarlata y él tira de los puños de su pijama y se endereza, como si quisiera parecer más alto.
—No, no estoy cansado— y lo veo morderse el labio para evitar un bostezo—. De hecho, estaba pensando, tío, que tal vez mañana podría acompañarte a la sala. Con los demás líderes. Después de todo, yo seré el rey.
—No— digo, categórico.
—Pero…
—Ese no es el lugar para ti. No sabemos cómo van a reaccionar los otros gobernantes conforme vayan perdiendo a sus campeones. No voy a exponerte a ese peligro— lo que no le digo es que no voy a exponerme a mí mismo a la vergüenza que, estoy seguro, me hará pasar si está ahí.
Hay un reloj de péndulo en medio del salón. Cuando ambas manecillas llegan al doce, las campanas retumban por toda la casa, sin embargo, su sonido se ve opacado por las campanas de la iglesia dentro de la Arena. Me enderezo, pensando que se trata de una nueva muerte, pero no es eso.
Las han accionado para despertar a todos los tributos.
Algunos se enderezan como gatos asustados. La chica de Makemba, aún herida después de su batalla, se arrima a su compañero de isla. La chica de Esmeralda, una de las aliadas de Henrik y quien se ha estado encargando de hacer guardia, se pone de pie de un salto. No entiendo como esta muchacha, que dista mucho de ser brillante, fue la única que consiguió descifrar el uso de los radares. Los dos chicos la imitan y escudriñan la penumbra.
—¡Comienza la temporada de regalos! —me cuesta trabajo reconocer la voz ¿es un hombre o una mujer? Un hombre, decido al final, el expatriado de Veronique al que echaron de su isla por sus prácticas homosexuales. Suena casi contento, aun y cuando está anunciando algo positivo para los campeones—. Les sugerimos buscar el pozo más cercano antes de que alguien se les adelante.
Estática y no dice nada más. La pantalla se parte en siete recuadros para poder ver a todas las alianzas enfrentarse al nuevo reto.
La alianza de Henrik ha estado descansando, apoyando la espalda en la piedra de uno de los pozos, así que eso resulta una gran ventaja. Cavyll se inclina hacia adelante, como si quisiera ver más de cerca las cosas.
Los tres muchachos revisan el pozo. El otro chico, Hugo, acciona la palanca y hace que la cadena con el cubo descienda. La muchacha, Amara, lanza un grito de júbilo cuando el cubo choca contra algo antes de tiempo y el agua le salpica el rostro.
—¡Agua! — se toman turnos para beber y los tres lucen aliviados cuando se han saciado.
—No creo que eso sea todo— dice Henrik llevándose la mano a la barbilla. Es inteligente, tiene que serlo para haber pasado nuestro proceso de selección, y ha mostrado ser capaz y estar dispuesto a hacer lo que se debe.
Los tres rodean el pozo, palpando las piedras, revisándolas una a una hasta que, finalmente, parecen darse por vencidos. Amara le da una patada al pozo, en apariencia frustrada y entonces la estructura tiembla. Ella se aparta un par de pasos, con los ojos azules muy abiertos. Del suelo, brota un poste que me recuerda, vagamente, a un parquímetro, excepto porque tiene una amplia pantalla en el frente. Una de las rocas que conforman el pozo se mueven hacia adelante y abre una especie de compartimento. Amara se adelanta y saca tres bolsos de tela con una correa para atarlos a la cintura. Cada uno tiene un nombre bordado: "Henrik Fjordevik", "Amara Kähler", "Hugo Neisser". Reviso rápidamente las otras particiones de la pantalla: la alianza de los ónices y el aguamarina y el muchacho de Zafiro también han logrado sacar los bolsos, apenas más grandes que un puño, del interior de los pozos.
Amara se sienta en el suelo y, muy tranquila, abre la cremallera del bolso suyo— de color verde oscuro— y deja que su contenido caiga sobre el suelo. Un montón de monedas de oro, plata y bronce caen en el suelo con un tintineo. Ella tiene cinco monedas doradas, veinte plateadas y cien de color broncíneo. Ella toma una entre sus dedos y la hace girar. Por un lado, tiene un dibujo del nuevo mapa mundial, con las islas entrelazadas y en el otro, el sello de RENOVATIO, un decágono con un ave con las alas extendidas y un ramo de olivo en la parte superior.
Los tres voltean a verse unos a otros y, sin decir nada, los otros la imitan y sacan sus monedas. Hugo tiene dos monedas doradas más que Amara, pero resulta ser Henrik el que tiene el alijo más impresionante, pues cuenta con catorce monedas de oro, veinte de plata y cien de bronce.
Debajo de cada pantalla aparece el recuento de cuánto dinero tiene cada alianza, aún y cuando no todos han podido conseguir sus monederos.
-Henrik, Hugo y Amara: 35 oros.
-Elíma y Hissène: 15 oros.
-Kheira, Raif y Maddox: 12 oros
-Carlens: 10 oros.
-Aaliya y Ankar: 8 oros
-Lenna: 6 oros.
-Mikhail y Sharik: 2 oros
Suspiro, aliviado, al ver que no hay ninguna alianza que esté mejor patrocinada que la de Henrik, aún y cuando él ha aportado prácticamente la mitad.
—Eso es bueno, ¿no tío? Significa que tienen mucho dinero para comprar comida.
Asiento.
—Es bueno, Cavyll. Es muy bueno.
Carlens Newman Cliffort, isla Zafiro
Estar solo es duro. Estar mal acompañado es peor.
Observo mis manos, ya limpias de sangre, gracias al agua que saqué del pozo que me permitió lavarme. A pesar de que sé que he tomado una vida y que allá afuera es posible que la gente me juzgue por haber asesinado a quien se suponía mi aliada, no siento culpa. No realmente.
Coral iba a hacer lo mismo conmigo y sus acciones finales fueron la última prueba que necesitaba. Ella no se tomaba esto en serio, no como yo. No sé cuáles eran sus motivos para ser voluntaria, pero prefiero pensar que eran tan estúpidos como los de Nayara.
Hago una mueca. Me he prometido a mí mismo ser un poco más respetuoso con Nayara, especialmente ahora que sé que está muerta. No he decidido si tiene sentido o no el vengar su muerte. Ella no era mi amiga. Al final, ni siquiera siento que me cayera bien, especialmente después de saber el motivo por el cual dejó una buena vida para venir a matar o morir a este lugar.
Yo no tuve opciones. No realmente. Una vida sin saber que ha sido de Aisha no es algo que pueda seguir viviendo. Nayara decidió dejar a su único hermano solo en el mundo debido, únicamente, a que la atención que le prestaban sus padres le resultaba insuficiente. Eso le costó la vida y no pienso sentirme culpable por ello. Después de todo, ella fue la que se lanzó de cabeza a un enfrentamiento, el primero en toda la Arena, sin saber el tipo de capacidades que tenía su contrincante.
Abro y cierro las manos mientras sostengo el hacha sobre mis piernas dobladas. El diamante hizo lo que deberemos hacer todos en algún momento: elegir entre su vida y la de alguien más. Nayara lo atacó, él reaccionó y, además, el contador iba en contra nuestra.
A fin de cuentas, supongo que les hizo un favor a todos contribuyendo con el tributo de sangre. Nayara y yo pudimos haber tenido una victoria conjunta según las reglas, pero, en la práctica, la historia es otra: ella no era, sencillamente, tan fuerte como lo habría requerido.
Tomo entre mis manos el monedero y lo agito, haciendo que las monedas en su interior tintineen al golpearse unas con otras.
El dispensador no resulta dificil de utilizar, al menos para mí, que he nacido y crecido utilizando este tipo de tecnología. Empiezo tocando la pantalla táctil con la punta de los dedos. La navegación es muy básica, posiblemente pensando en aquellos que han tenido poco roce con aparatos como este. Al tocarla, la intensidad de la luz de la pantalla aumenta. Hay varias opciones, ilustradas con íconos y no con palabras, como deferencia a nuestros diferentes idiomas.
Cuando intento continuar, la pantalla lanza un zumbido y un mensaje va pasando, en diferentes idiomas, en la pantalla
"INSERTE SU DISPOSITIVO DE IDENTIDAD"
Dudo por unos segundos. En Zafiro, hasta hace un par de décadas, implantaban un pequeño chip de identificación en la base del cráneo, con información básica como nombre, padres, lugar y fecha de nacimiento, pero lo retiraron antes de que yo naciera. Es una lástima, habría sido muy útil para encontrar a mi hermana.
Si no tengo el dispositivo, existen dos opciones: o tengo que conseguirlo o ya me lo han dado, pero no lo reconozco como tal.
Me detengo, intentando pensar de qué se puede tratar hasta que, finalmente, me llevo las manos a las caderas, como hago cuando me quiero concentrar, y siento el bulto que forma el radar en uno de mis bolsillos. Es como si encendiera una bombilla en mi cabeza.
Acercó el radar y, ante su proximidad, una nueva ranura se abre con la forma exacta para empujar el objeto en su interior. En la pantalla, la información es reemplazada con una ficha con mis datos, incluyendo cosas como mi arma y –se me revuelve el estómago– la cantidad de muertes que se me han adjudicado, seguido por el nombre de Coral.
Golpeó el botón de continuar y se despliegan, de nuevo, los submenús y las instrucciones ahora aparecen, únicamente, en mi idioma.
Las categorías de compras son alimentos, hidratación adicional –que resultan ser sueros orales y compuestos vitamínicos–, medicamentos, armas y herramientas.
Mi necesidad más acuciante en este momento es la alimentación, así que empiezo a seleccionar cosas del menú de comida: una cena a base de proteína y algo de azúcares, agrego una barra de pan y un par de botellas de agua enriquecida que pueda llevar conmigo sin necesidad de tener que estar acercándome al pozo, sospecho que no siempre será posible el realizar las compras. Agrego un pequeño botiquín que tiene el precio más elevado, un oro y, por último, elijo un par de hachas pequeñas, como las que habría usado Nayara, en caso de que pierda la mía. Golpeo la opción de comprar y la máquina me da el total: dos oros y tres platas. Tendré que andarme con cuidado, pero imagino que, si mantengo un buen ritmo y doy un buen espectáculo, iré obteniendo más patrocinios. Selecciono las monedas y vuelvo a dudar… no hay ranura para colocar el dinero.
Me quedo pensando por largos minutos hasta que recuerdo una historia que contaba madre sobre uno de los países que antes conformaba lo que se conocía como Europa. Una fuente a la que se arrojaban monedas para pedir deseos.
Con algunas reservas, decido correr el riesgo y empiezo a soltar las monedas que no emiten ningún sonido al caer en el agua.
Espero, nervioso, hasta que, por fin, la máquina suelta un pitido y una de las rocas que compone el pozo empieza a desplazarse hacia mí, como si fuera alguna especie de cajón. Adentro, encuentro mi botín. Mis deseos hechos realidad.
Ankar Ozivit, isla Amatista
Noa está muerta. Aaliya ha tenido que matar ya. Y yo… yo he sido absolutamente inútil.
Aaliya sostiene el cubo de agua que hemos sacado del pozo contra su pecho, como lo haría una niña pequeña con uno de sus muñecos de felpa. Ha dejado de llorar, pero tiene la mirada perdida y la mandíbula apretada. No ha dejado que yo revise las heridas que ha obtenido de su pelea contra la diamante y el rostro se le ha inflamado un poco después del golpe que le ha dado el Ámbar. Me imagino que yo no tengo un aspecto mucho mejor, ese chico es fuerte.
–Puedes dormir, si quieres– le digo en voz baja.
Ella me ignora por unos segundos antes de negar con la cabeza.
–No quiero dormir.
La entiendo. Yo tampoco quiero. No quiero soñar con la muerte de Noa.
—Alguno de los dos tiene que descansar. No creo que la tregua dure mucho tiempo y…
—Entonces duérmete tú— dice con dureza. La observo con la boca abierta y, al cabo de unos segundos, asiento y me recuesto en el suelo.
Tengo un dolor molesto bajo una de las costillas. Lo mejor sería vendarla cuanto antes, pero a pesar de que encontramos la forma de sacar los saquitos con el dinero del pozo, aún no sabemos cómo hacer las compras. El aparatejo que ha surgido del suelo tampoco ayuda mucho que digamos, así que ambos hemos tenido nuestros estómagos gruñendo y no hemos podido cuidar de nuestras respectivas heridas. Aun así, si en este momento, por arte de magia pudiéramos arreglar a alguno de los dos, pediría, sin dudar, que fuera a Aaliya.
Me pongo de lado y cierro los ojos, en un intento de quedarme dormido.
No es tan fácil, porque lo único que logro ver tras mis párpados cerrados es el cuerpo sin vida de mi compañera caída.
—Lo siento— dice Aaliya al cabo de unos minutos.
Me enderezo de inmediato.
—¿Qué?
—No he debido desquitarme contigo. Perdón. No es tu culpa que yo… que yo— gracias a las grandes luces en lo alto de la cúpula, soy capaz de verla bien. Ella retuerce sus manos, una contra la otra, del mismo modo en que lo hizo hace un rato para quitarse la sangre de encima. La de Noa, la de la diamante…
—Yo tampoco pude salvarla— digo en voz baja—. Yo también le fallé.
Ella agita la cabeza.
—No es solo eso. Es que ella no quería mi ayuda. Estaba tan desesperada por conseguir aliados que nunca se me ocurrió pensar si Noa se sentía cómoda conmigo en el equipo. Le di tanta importancia a mi propio bienestar que le robé el suyo. ¿Habrían sido diferentes las cosas si yo nunca… si yo…?
Me remuevo incómodo antes de decidirme a moverme un poco más cerca, entonces estiro el brazo y se lo paso por encima de los hombros, atrayéndola hacia mí. Su piel se siente caliente y a pesar de que inicialmente se mantiene rígida, pasados unos cuantos minutos, sus músculos parecen desbloquearse y su cuerpo se afloja lo suficiente como para que sujete la pechera de mi camiseta con una de sus pequeñas manos.
—Ha sido culpa de ambos. Le hemos fallado, pero hay que seguir adelante.
—Pudieron haber ganado juntos, ustedes dos. Yo les quité eso.
Agito la cabeza.
—Tal vez, pero ya nunca lo sabremos. Y además….
—¿Además…?
—Además me alegro de no estar solo. Me alegra que tú y yo podamos seguir juntos ¿sabes? Me agradas, creo que eres una buena persona.
—No lo sé… Pensé que estaba preparada para la parte de matar, pero…
—Siguen siendo personas— le digo, comprendiéndola—. Al final, todo se resume en un ellos o nosotros. No te sientas mal por elegirte a ti misma por sobre esa otra chica. Después de todo…
—Estamos aquí para eso— completa ella—. No le temo a la muerte, no realmente. La vida es mucho más difícil, pero resulta aterrador… el ver como la vida se va en un segundo ¿sabes?
—Puedo imaginarlo, pero seguro es mucho más horrible vivirlo.
—Lo haría de nuevo— añade, sombría—. Lo peor es que ni siquiera puedo odiar a esa chica, a la ámbar. La eligieron. Ellos la eligieron para matar— Aaliya alza la vista al cielo, como si pudiera ver a través de la cúpula a aquellos que se hacen llamar a sí mismos los titiriteros, como si fueran niños monstruosos que nos usan a nosotros como pequeños soldaditos de carne y hueso.
—Yo tampoco puedo odiar al ámbar. Él trataba de proteger a su compañera, igual que yo lo hacía con las mías.
Aaliya asiente.
—Eres valiente— dice finalmente—. Él luce muy fuerte.
—¿Te duele? —pregunto intentando tocar con delicadeza el punto en su rostro que se ha inflamado por el golpe.
—Mañana nos encargaremos de esto— me dice con calma—. ¿Te molesta si trato de dormir un poco?
—En lo absoluto. Debes estar agotada.
En lugar de apartarse, ella apoya la cabeza contra mi hombro.
—Gracias— dice con los ojos cerrados.
—¿Por qué?
—Por no odiarme. Por estar conmigo. Por cuidar de mí. Gracias, Ankar.
—Descansa— susurro, pero su respiración lenta y pausada me dice que ya ha conseguido dormirse.
Raif Abdallah, isla Ónice
Dos duermen y uno vigila, ese es el trato que hemos hecho. Kheira ha hecho la primera guardia. Me ha despertado hace apenas un par de horas y debe estar lo suficientemente extenuada como para poder dormirse en cuestión de segundos.
Maddox sigue siendo de lo más desconcertante. No se ha despertado, como lo he hecho yo durante mi tiempo de descanso y como supongo que lo hará Kheira dentro de poco, para verificar que todo se encuentra en orden. En su lugar, se ha ovillado y se ha dormido, con esa facilidad pasmosa que mostraba fuera de esta Arena.
Me pregunto si alguien con menos honor que yo, sería capaz de matarlo mientras duerme. Después de todo, Maddox no es como Kheira y yo. Él ya no puede lograr una victoria conjunta. Agito el brazo, de manera que mis armas tintinean y me pregunto si sería siquiera necesario que me levantara o si simplemente podría lanzar uno de mis chakrams y acabar así con él.
Sacudo la cabeza y me tallo los ojos, intentando mantener apartados ese tipo de pensamientos. Me quedo así por unos instantes y luego suelto un fuerte suspiro.
—¿Planeando mi muerte tan pronto?
Cuando me volteo, observo, ligeramente pasmado, que Maddox no solo ya no está durmiendo, sino que se encuentra sentado justo frente a mí.
Sonríe, condescendiente, ante mi expresión sorprendida.
—Eres un mal vigía ¿sabes?
Levanto la barbilla, intentando que no se note lo avergonzado que me siento por sus palabras.
—No soy un mal vigía. Estabas muy cerca y, además, la gente por norma general no se mueve como si fuera…
—¿Una increíblemente sensual pantera?
Él se ríe ante mi expresión sorprendida.
—Cálmate, aflójate un poco ¿quieres? Solo estoy jugando contigo.
—No estoy acostumbrado a que la gente juegue conmigo— replico, muy serio.
—Sí, es tan evidente como ese palo que tienes metido en el…
—¿Qué quieres, Maddox?
—Ya he dormido suficiente.
—Mi ronda apenas va por la mitad.
—Entonces puedo hacerte compañía si no quieres dormirte aún.
—Como quieras— digo mientras tomo una de las barritas de cereales que Maddox se ha ingeniado para sacar del pozo. La abro y le doy un mordisco. Apenas si hemos tocado nuestra reserva de dinero, a Kheira y a mí nos preocupa que el dinero dure más bien demasiado poco. Maddox, por otra parte, se lo ha tomado con la misma tranquilidad que parece tomarse todo. Lo cierto es que lo envidio un poco.
Estoy esperando a que vuelva a interrumpir mis pensamientos, pero Maddox se mantiene en silencio. No ignorándome, precisamente, sino como si la quietud que nos rodea no le resultara inquietante. Estamos cerca de uno de los bordes del domo y gracias a la buena iluminación, vemos pasar a una mantarraya, de color gris perlado, con su boca abriéndose y cerrándose mientras se impulsa hasta perderse de vista.
Nunca había visto una desde esta perspectiva, con aquella superficie blanca y lisa y esa hilera de pequeños dientes alrededor de su boca. A Jamal y a Kadin les habría encantado.
—¿Qué ha sido ese último pensamiento? —pregunta de repente.
Parpadeo.
—¿Perdón?
—Estabas muy serio, pero de repente pensaste algo que te hizo sonreír.
—¿Tienes que ser siempre tan irritantemente observador?
Su sonrisa se vuelve más amplia.
—¿En quién pensabas?
—En mis hermanos— termino cediendo—. En dos de ellos, en realidad, los más pequeños.
—Suena a que tienes un montón — dice mientras se apoya sobre un codo.
—Cinco.
Él suelta un silbido bajo.
—Es lo normal en casa. Casi todas las familias son numerosas. Tu hermana es tu mentora— digo, recordándolo— ¿tienes más hermanos?
—Una hermanastra.
—¿Tus padres se divorciaron? —eso no sucede nunca en Ónice, pero sé que somos la excepción y no la regla.
—No— responde, lacónico.
Lo dejo estar. No es asunto mío.
—Gwendy es la hija biológica de mis padres.
—Oh.
No parece sorprendido por mi reacción.
—No sabía que eras adoptado— agrego con torpeza.
—¿Andas tú por ahí contando que te criaron tus padres biológicos?
—Buen punto, supongo. ¿Qué edad tiene…?
—Gwendoline. Gwendy. Cumplirá once en tres días.
Asiento.
—Jamal tiene nueve y Kadin tiene cinco. Pero tengo un hermano de doce, Husain.
Él no agrega nada al respecto. Se mantiene en uno de sus extraños silencios, hasta que lo rompe diciendo:
—Kadin es tu favorita— no es una pregunta.
—No tengo un hermano favorito.
—No deberías tenerlo— dice con un encogimiento de hombros, pero ella es la tuya. Son divertidos a esa edad. Se creen todo lo que les dices.
—No sabría decirte, no ando por ahí diciéndoles mentiras a mis hermanos menores.
Él sonríe, enigmático y caigo en cuenta de que toda mi vida les he contado una misma mentira a todos. Mis hermanos no han sido la excepción.
—Los hermanos pequeños son un incordio, pero tienen algo bueno, cuando son pequeños, son incapaces de ver a los mayores como realmente son. No deberías preocuparte por ello.
—No estoy preocupado por ello— le miento, aunque lo cierto es que sí lo estoy. ¿Qué harían ellos si se enteraran de lo que está mal conmigo?
—Te querrían igual— responde ante mi pregunta no formulada. Es desconcertante, como si yo me escribiera mis dudas en la cara. Me ve de una manera rara. La luz del domo parece reflejarse en sus ojos felinos.
Me aparto, incómodo.
—Si no quieres dormir, entonces puedes encargarte de vigilar. Despierta a Kheira en cuatro horas.
No me detengo a escuchar una respuesta. Me aparto unos cuantos metros y me acuesto a dormir. O, al menos, a fingir que eso es lo que hago.
Sharik Louw, isla Marfil
—Dioses de la Arena. Dioses de la Arena. Dioses de la Arena. DiosesdelaArena…
—Te vas a hacer daño si continúas haciendo eso— el ángel ni siquiera parece realmente interesado, continúa pasando una piedra por las púas de su extraña arma, pero sé que me habla a mí de todas maneras.
Me limpio la sangre que me corre por la cabeza, ahí donde la superficie del pozo en donde hemos estado descansando ha roto las capas superficiales de piel. Nos detuvimos aquí para descansar, aunque ninguno ha dormido realmente. El ángel no confía en mí para cuidarlo y tampoco creo que necesite dormir. Por mi parte, Dios ha llenado mi cuerpo de fortaleza. Este cuerpo es fuerte porque Dios necesita que lo sea. Prueba de ello es que la hemorragia en mi pierna se ha detenido rápidamente. Dios cuida de mí.
—Ese cuerpo que tienes ¿es mortal? —pregunto, recordando la duda que me había surgido antes.
Su mandíbula se tensa y él levanta la mirada, taladrándome con esos ojos claros.
—¿Por qué? ¿Planeas comprobarlo? —pregunta con tono afilado.
Lo observo sin parpadear.
—Sangras. Igual que un ser humano— le digo.
Me he dado cuenta cuando, al intentar accionar esa magia profana que parece controlar estos horribles pozos, se ha cortado con la piedra. Hemos conseguido agua y el ángel me ha dado algo de comida, pero ha cuidado con celo las monedas que tenemos. Las ha guardado todas juntas, diciéndome que es mejor que él se encargue de racionarlas. No me importa demasiado. En casa, siempre me he conseguido mi propia comida.
Dios proveerá.
—Me pregunto si también puedes morir— continúo diciéndole.
Él no me responde. En su lugar, se levanta y empieza a caminar, apenas unos cuantos pasos. En cuanto se ha alejado un poco, se gira, con su arma en las manos.
—¿Qué quieres, Sharik?
Parpadeo.
—Quiero la sangre de los herejes que han osado llamarse a sí mismos dioses.
—Para conseguirla, primero necesitamos salir de aquí. Te la conseguiré— agrega un instante después—, pero tienes que ayudarme, debes asegurarte de que yo gane.
—Esos no son los planes de Dios —le digo, negando con la cabeza—. Dios me ha hablado y me ha dicho que yo seré su justicia. Yo me encargaré de castigar a aquellos impuros que se han atrevido a compararse con Él. Ganar son tus planes, no los Suyos. ¿Cuál es tu destino, ángel?
—Mi destino no es asunto tuyo, Sharik. Iré a inspeccionar los alrededores, tal vez alguien ya ha descubierto como desactivar el rastreador y está acechándonos.
No le respondo. El pequeño artefacto de diez lados debe haber sido creado con la misma magia enfermiza que tantas cosas aquí adentro, porque aun y cuando lo atravesé con mi lanza de lado a lado, sigue funcionando. Lo siento vibrar de vez en cuando en mi bolsillo.
El color del agua sobre nuestras cabezas empieza a cambiar lentamente. Pasando de un negro profundo a un azul grisáceo. Este lugar es tan repulsivo que incluso se ha atrevido a cambiar el cielo por el mar. Están destruyendo la obra de Dios, cambiándola a su antojo y, sin duda, tendrán que pagar por sus pecados.
Escucho un movimiento detrás de mí y me muevo con rapidez. En un instante hay una cola moteada moviéndose, intentando beber agua del pozo y al siguiente, el pelaje está cubierto de sangre cuando atravieso su cuerpecillo con mi lanza.
No sé qué clase de animal es, sin duda, alguna aberración que han creado en estas tierras malditas. Parece una mezcla extraña entre un gato y un roedor. Pero está caliente y corre sangre roja por su cuerpo. Sonrío, confiado en que, como siempre, Dios se está haciendo cargo de mí y mis necesidades. Le fracturo el cuello con un movimiento rápido, pues el animal no merece un largo sufrimiento. Después de todo, solo es un medio para un fin y está entregando su carne y sangre para mantenerme fuerte.
Para cuando Mikhail vuelve, me he encargado de despellejarlo por completo y de encender una pequeña fogata utilizando las ramitas que he encontrado, alimentadas con algunas hojas secas para encender la chispa.
—¿Qué estás haciendo?
—Me alimento.
—¿Has recibido más dinero en mi ausencia?
—No.
Mikhail me observa mientras ensarto el cuerpecillo en una rama que he afilado usando la punta de mi lanza y luego empiezo a cocinarlo.
Se sienta cerca del fuego, colocando el arma paralela a su cuerpo mientras observa como el agua se va aclarando, anunciando la llegada del alba, pero de manera incorrecta.
Cuando termino de cocinar, estira la mano, como si pidiera su parte. Le dedico una mirada breve.
—Si los ángeles comen, estoy seguro de que Dios se encargará de alimentarte a ti también.
—Naturalmente— replica. Retira la mano y vuelve a sujetar su arma.
La carne es jugosa y tiene la grasa suficiente para que, cuando lo muerdo, se deslice por mi barbilla. Él me observa comer en silencio durante unos instantes para después devolver su atención a esa extraña arma.
—Quiero verte pelear — digo después de unos cuantos bocados—. El Arcángel Miguel siempre aparece con una espada en su mano. ¿Por qué has decidido cambiar tu arma?
—Este— dice él, alzándolo hasta dejarlo en vertical—, es un lucero del alba. Fue el arma que elegí entre las opciones que teníamos cuando nos inscribimos en Rubí.
Mi piel se eriza cuando escucha el nombre.
—Lucero del alba es el nombre que recibía Lucifer antes de ser expulsado del Cielo. ¿Qué hace un ángel con un arma con un nombre tan impío?
Su sonrisa parece inspirada en el mismo demonio que lleva en la mano. No responde mi pregunta con nada más que eso.
Bien, no tiene que decírmelo. Yo mismo me encargaré de averiguarlo.
Amara Kähler, isla Esmeralda
La última guardia de la noche me corresponde a mí, de manera que, mientras los chicos duermen, Hugo aovillado y Henrik completamente estirado, con brazos y piernas apuntando hacia todas las direcciones posibles, yo veo como el mar se tiñe de suave rosa y luego, pasa a un impactante color azul.
No ha pasado nada durante la noche. Supongo que los que han tenido enfrentamientos realmente duros han tenido tiempo para reponerse, pero eso solo indica que se vienen momentos de alta tensión.
Como si quisieran darme la razón, las campanas empiezan a tañir. Me agrada ver que Henrik y Hugo no se despiertan sobresaltados, confiando en que, si se tratara de algún peligro, yo me habría encargado de avisarles.
—¡Buenos días, avecillas mañaneras! — esta vez, la voz es otra. Un hombre, aunque no logro identificar cuál de ellos—. Esperamos que hayan sabido valorar la tregua que les hemos dado para que repongan sus fuerzas pues ¡ahí vamos de nuevo!
Esa es toda la advertencia que nos dan. De repente, el mundo se pone de revés. Literalmente al revés. Mis pies se despegan del suelo y a pesar de que intento sujetarme, me vuelvo ingrávida. Siento como si fuera uno de esos globos de cristal que coleccionaba mamá, con el muñeco de nieve en medio del pueblo, con algún niño agitándolo en el aire para ver caer las motas blancas.
Solo que, esta vez, yo soy esa mota blanca.
Apenas si tengo tiempo para compartir una mirada aterrorizada con Hugo, que es quien se encuentra más cerca de mí, antes de perderlo de vista. De Henrik no tengo más que la oportunidad de ver un último atisbo de sus botas.
El movimiento es tan rápido y violento que mis pulmones parecen quedarse sin aire. Chillo, más por instinto que por ninguna otra cosa. Luego, cuando el huracán que parece haberse formado aquí adentro me arroja sin piedad contra uno de los extremos del domo, grito de dolor.
Me deslizo, sintiendo como una de mis rodillas se ha resentido de manera especial por el impacto. Aterrizo, con un quejido, en el suelo. Sin aire en los pulmones y con los ojos llenos de lágrimas. En mi bolsillo, el dispositivo de rastreo empieza a vibrar, avisándome que me encuentro cerca de otras personas.
Me levanto, colocando tentativamente la pierna que tiene la rodilla lastimada. Suspiro, de alivio, cuando noto que no hay nada fracturado ni fuera de su lugar. Lo primero que hago es recoger mi cabello en un moño, asegurándolo de sacarlo de mi vista, evitando que se meta en mi campo de visión en medio de una pelea. En el entrenamiento, me enteré de la enorme desventaja que supone que alguien te tire del pelo.
Los dos puños de acero siguen bien asegurados en mi bolsillo, cerrado con una cremallera. En cuando mi cabello deja de ser un problema, los coloco en mis manos y saco el dispositivo y lo activo para estudiar el panorama.
La ónice y la rubí están cerca.
Lo primero que hago es replegarme, ocultándome entre un montón de palmeras. No va a hacer nada por sacarme del mapa de los demás, pero, con algo de suerte, me hace quedar menos expuesta y, además, lo más probable es que no todos mis contrincantes hayan encontrado la manera de ampliar la función del mapa para saber quién es quien.
Empiezo por buscar a Hugo y a Henrik. Me siento aliviada cuando veo que ellos han caído bastante lejos de los demás y que se están moviendo, lo que prueba que no han salido demasiado lastimados, acercándose entre ellos. Uniéndose de nuevo. Deben estar más o menos a un kilómetro uno del otro. Yo debo estar a al menos cinco kilómetros de ellos. Me he movido mucho con respecto al lugar en el que estábamos en un principio.
Ahora entiendo porque nos dieron esto y no se limitaron a mantener a las alianzas juntas desde el principio. Su intención siempre ha sido separarnos, de manera que necesitaban lograr unirnos de nuevo de alguna manera.
Me detengo cuando veo un punto rojo acercándose, rápido, hacia mí.
Me han encontrado.
No hay tiempo para huir y tampoco planeo hacerlo. Si es hora de dar el tributo de sangre de nuevo, lo haré.
Por Valk, por Hugo, por Esmeralda. Por mí.
Me salgo de mi escondite, en su dirección, para que no vaya a pensar que estoy tratando de esconderme. Además, necesito un espacio más abierto para poder pelear. Me pongo en posición de batalla, separando las piernas, asegurándome de que mis botas se encuentren bien amarradas y que mi uniforme no suponga un riesgo en ningún sentido. Tropezarse o atorarse en alguna parte no es una opción.
Ella surge de entre la vegetación. Los mechones cortos de su cabello se agitan cuando corre y trae el rostro rojo a causa del esfuerzo. Lleva, igual que yo, sus armas incorporadas en sus manos, unas brillantes cuchillas que relucen bajo la luz que entra a través de la curva del domo.
La mirada que me da, me deja ver que no tenía ni idea de a quién venía a enfrentarse.
—Supongo que seremos nosotras ¿no?
Ladeo mi cuello, liberando un poco la tensión y sonrío.
—Eso parece.
De alguna manera, no siento miedo. Es como si se tratara de algún evento deportivo, de esos en los que algunos de los participantes salen sujetando trofeos. Es una mera competencia, ambas vamos a probar que somos las mejores.
—Que gane la mejor— dice ella, haciendo eco de mis pensamientos. Me doy cuenta de que, de no ser por las circunstancias, ella seguramente me habría agradado.
—Que así sea— digo, energizada.
Kira Novikov, isla Rubí. Titiritera
—Las chicas están cayendo como moscas ¿no te parece, gatita? —Amar parece esforzarse por demostrar que el destino de la ónice no le importa en lo absoluto. El problema es que lo he llegado a conocer lo suficiente como para que no pueda engañarme.
Algo curioso ha sucedido ahora que Kheira y Amara han empezado a luchar, aunque supongo que ha sido culpa de Alistair que ha decidido anunciar que la deuda de sangre les correspondía a ellas dos en cuanto se han encontrado.
Gane quien gane, habrá una chica menos en la Arena y Alkonost sigue teniendo a sus dos campeones, aunque Mikhail no durará demasiado con ese compañero tan inestable que se ha buscado. Algo raro sucede con Lenna y sus motivaciones para luchar, pero aún no logro determinar el qué. Y está sola, eso no le ayudará a descansar.
Me mordisqueo la uña del pulgar hasta que Amar me sujeta de la muñeca, apartándome el dedo de la boca.
—Eso es asqueroso, Kira-gatita.
—Déjame en paz, replico mientras clavo los ojos en la pelea.
Amara es más fuerte que Kheira, aunque esta última consigue ser más ágil y tiene, a su favor, el hecho de que no necesita que el golpe sea contundente para que cause daño. Prueba de ello es que a pesar de que ha errado en ambas ocasiones en su objetivo, Amara tiene la manga derecha de su camiseta cubierta de sangre, justo por encima del codo.
No significa nada, no aún. La pelea apenas acaba de comenzar y es evidente que esta vez ambas se encuentran en buena forma. Alimentadas, con suficiente aire, hidratas y descansadas. No es nada como las apresuradas batallas de ayer.
Se apartan, Amara saltando hacia atrás y trastabillando ligeramente. No se ha fracturado nada, pero es evidente que su rodilla está lastimada gracias al golpe contra el domo. Kheira aprovecha y le lanza un zarpazo, las cuchillas cortan el aire y no cortan la piel de Amara por muy poco, pero la ónice ha medido mal el riesgo y le ha dado a la esmeralda la cercanía que necesitaba. La rubia se agacha y le da un puñetazo, bien colocado, en el tórax.
El sistema de sonido hace de las suyas para mostrar, con todo el volumen de los altavoces, el sonido que genera una de las costillas de Kheira cuando se fractura.
Kheira grita de dolor y Amar entrecierra los ojos como única reacción. Estiro la mano y le doy un suave apretón en los dedos. Él ni siquiera parpadea.
—Ese es el momento para rematarla— dice Karan mientras se sirve una copa de algún licor, tan fuerte que me quema las fosas nasales.
En lugar de hacerlo, Amara se repliega, dándole tiempo a Kheira a reponerse.
—¿Por qué los malditos esmeraldas siempre tienen que ser asquerosamente nobles? —pregunta alguien en voz alta.
—Es algo en el agua de las montañas. Todos son unos blandengues— se burla Karan y se arrepiente de inmediato cuando Dánica deja de limarse las uñas, como ha estado haciendo desde que llegué y le dedica una mirada que presagia cosas horrorosas—. Excepto por ti, preciosa.
Como intento de arreglar las cosas, resulta penoso, pero la potencial pelea aquí adentro queda descartada cuando Kheira se endereza y carga contra Amara.
Esta vez, está a punto de alcanzarla en el cuello. Y no sé si es suerte por parte de Amara o el dolor que siente Kheira lo que la hace fallar y apenas rozarle el hombro.
La tela se desgarra y la sangre empieza a brotar de la nueva herida. Amara ni siquiera parece notarlo. Algo ondula en sus facciones, ya no es la chica de risa fácil que ha mostrado hasta ahora frente a las cámaras. Sus rasgos se afilan. Su determinación se afianza. Kheira está demasiado cerca de nuevo y ha cometido el error de dejar abierto su pecho.
Amara se agacha y carga contra ella, rodeándole el área bajo el pecho con las manos, lanzándola al suelo y haciéndola gritar de dolor por el impacto contra su costilla rota.
—Vamos —alzo la mirada, sorprendida por el hecho de que Amar intenta alentarla.
Amara se echa hacia atrás, inclinado su torso, lo suficiente para que los tekkokagis de Kheira no puedan cortar su cuerpo, especialmente ahora que están tan terriblemente cerca. Cambia de posición y le sujeta un brazo, presionando su rodilla contra ella, para mantenerla pegada al suelo. La mano cae, inerte, inútil, mientras que Amara le arranca el tekkokagi de la mano libre y lo arroja lejos.
Tiene los ojos azules muy abiertos y la boca apretada en una línea fina, como si intentara mantener fuera sus reacciones ante lo que está a punto de hacer.
Kheira es más pesada, pero las estadísticas en la pantalla revelan que a pesar de que Amara pesa dos kilos menos que ella, tiene un mayor porcentaje muscular. Es, indudablemente, más fuerte y Kheira ha perdido su mayor capacidad que es la agilidad, sumado a lo agotada que debe haberla dejado la carrera para encontrarse con Amara y el hecho de que la costilla fracturada ha rasgado ligeramente uno de sus pulmones.
Está a punto de colapsar y, aun así, no se rinde.
El esfuerzo que hace es casi sobrehumano, pero consigue liberarse y lanzar otro zarpazo.
Amara debe rodar por el suelo para librarse, pero ni siquiera así consigue evitar todo el daño. La pechera de su uniforme se tiñe de sangre.
—Un poco más arriba y pudo rasgar la carótida. Apenas si le ha cortado a la altura de la clavícula— se queja Dánica. Si me quedaba alguna duda de si apoyaba o no a su isla, resulta claro que, al menos en lo que respecta a Amara, no ningún candidato para que gane.
Amara no ha perdido demasiada sangre. Está en tan buena forma que, a pesar del esfuerzo físico que está realizando, su pulso no está demasiado acelerado. Supongo que es una de las ventajas de todo el trabajo físico que demanda Esmeralda.
Kheira tose y pequeñas burbujas de sangre brotan de entre sus labios.
La otra chica recupera el control de la situación dándole un golpe de revés a Kheira.
—Conmoción cerebral grado uno y pulmón derecho colapsado— anuncia Alistair como si los demás no pudiéramos leerlo en la pantalla.
—Cierra los ojos— le susurro a Amar al saber lo que se avecina cuando Amara aprovecha el aturdimiento de Kheira y le quita su última arma.
—Seré rápida— le promete Amara a su oponente.
Lo es. Su puño impacta con precisión sobre las costillas, fracturando otros huesos y luego, sentada a horcajadas sobre Kheira, une sus manos en el aire, entrelazando sus dedos y describe una línea vertical, tragándose un grito de dolor por lo que eso debe hacerle a la piel abierta en su hombro, proyecta su fuerza hacia abajo.
El golpe se descarga en un punto justo sobre el nacimiento del pelo y el sonido de su cabeza al romperse se magnifica de manera repulsiva.
No necesito escuchar el sonido de las campanas para saber que Kheira está muerta.
Y eso deja a solo trece competidores más.
Ignoro los gritos de júbilo en la sala, completamente asqueada.
—Bueno, eso ha sido asqueroso. Amar, cariño ¿me acompañarías a desayunar?
Tengo que sacarlo de aquí antes de que los demás se den cuenta de que él ha sido lo suficientemente débil como para que le importe.
—Por supuesto— dice levantándose, ocultando hábilmente la conmoción que he visto en su rostro—. Eso ha sido de lo más decepcionante.
Los demás parecen creérselo y nadie voltea a vernos cuando salimos. Es solo gracias a eso que nadie ve como sus ojos se han llenado de lágrimas.
¿Verdad que siempre aparezco cuando menos se lo esperan?
Hoy es el primer día de clases y he estado trabajando duro para traerles la actualización de este SYOT. Me he debatido mucho sobre la línea a seguir en cuanto a las muertes y he tratado de ir estableciendo peleas que estén más o menos en igualdad de condiciones. Espero que esta les haya gustado.
Vamos a cambiar un poco la dinámica de los comentarios. A partir de ahora, la primera persona en comentar se lleva cinco oros, la segunda cuatro, la tercera tres, la cuarta dos, la quinta uno y a partir de sexto y siempre y cuando comenten dentro del plazo de una semana después de la actualización, se lleva dos platas. Esto con el fin de mejorar las arcas de quienes no tienen demasiado dinero.
Valor del dinero: ¿recuerdan que les había dicho que los puntos que iban ganando iba a ser útiles? Pues bueno, esos puntos se han traducido en las monedas que recibieron sus personajes. La contabilización que hace Oberón al final corresponde a la suma de las monedas de toda la alianza.
Existen tres tipos de monedas: oros, platas y bronces, siendo el oro el más valioso. Un oro puede estar conformado por una sola moneda dorada, diez plateadas o cien de color bronce y conforme vaya avanzando el SYOT, verán los costos de los productos.Oberón ya ha hecho el recuento de cómo está el dinero hasta el momento.
Los comentaristas estrella del capítulo anterior han sido:
- Camille Carstairs
- Naty_Mu
- HikariCaelum
- Imagine Madness
- Bruxi
Ya sus ganancias están contempladas en la lista que hizo Oberón.
¿Qué opiniones tienen sobre este capítulo?
Preguntas:
1. POV favorito
2. ¿Qué crees que sacará tu personaje del pozo?
3. Alianza más unida
4. Si pudieras elegir a quien mata su tributo ¿quien sería y por qué?
Un abrazo, E.