Notas: Este FanFic no tiene una cronología ordenada, pero si es claro en cuanto a como se relacionaron los personajes en capítulos futuros.

Advertencias: Clasificación T, aun que a futuro probablemente cambie a M

Disclaimer: Los personajes de SNK no me pertenecen, todos son obra de Hajime Isayama

Sin más que agregar espero sus opiniones, criticas y sugerencias, un abrazo enorme desde México.

Abaddon Dewitt


Pero llevare mi corazón en la mano, para que lo piquen los cuervos

Otelo Acto I


Temor ¡claro que sentía temor! Era un ser vivo, más no un trozo frío de mármol, él sentía, anhelaba, ambicionaba y se sometía a los bajos deseos de sus más recónditos instintos, no distaban en casi nada de ser mundanos, al final, "Dios los hizo a su imagen y semejanza" .

Sus decisiones eran firmes, él tarde o temprano se marcharía a la guerra, desencadenaría un caos de proporciones bíblicas para alcanzar un goce de pura vanidad, pero dejaba de cobrar importancia cuando las calidas manos de Mikasa se apoderaban de su ser, de su alma tan execrable que dormía todos sus pesares con el solo roce de sus dedos. Suspiro casi con un pesar apenas distinguible, aun que perfectamente sabía que ella era capaz de descifrarlo, cuando sus labios se posaron trémulos sobre los de él.

El mundo parecía desaparecer en ese mismo instante, su piel se erizo hasta el más recóndito de su cuerpo mientras en su mente sus impulsos rogaban por hacer más profundo el intimo beso casto que ella le había dado, la calidez de sus labios era la misma a la del agua tibia, o como una noche veraniega, Rivaille no era exactamente el mejor expresando su romanticismo, era alguien de pocas palabras -al menos sinceras- pero de grandes acciones, con sus dedos recorrió las hebras de cabello ébano, calidas, con ese inconfundible aroma tan de ella que nadie en la existencia podía igualar. Ignoro todo a su alrededor, ni siquiera el bullicio del interior del cuartel fue capaz de abstraerlo de ese momento, y no necesito palabras para agradecerle.

—Eres el pináculo de mi devoción, pequeña insolente

Hizo caso omiso de quien los observaba para profundizar el beso, sus labios delinearon los de ella para saberla real, sus manos apretaron la nuca de Ackerman con terso cuidado, exclusivamente para palpar que el cuerpo a su lado se entregaba por mera voluntad, y se reía en sus adentros, carcajeaba con jubilo al saberse afortunado, apostando cien vidas y quinientas más, que cualquiera de sus hermanos o enemigos, hubieran conocido alguna vez sentimiento alguno comparado a ese lleno de plenitud y libertad que solo experimentaba a lado de la "pequeña" soldado. Sus memorias se vieron adornadas con el primer recuerdo que tuvo de ella, al verla en el juicio de su hermano, dispuesta a despedazarlo en sus fauces cual titan, cuando sus gélidos pero preciosos ojos plomo se clavaron en él, ¿Quién eres? ¿Por qué me miras de esa manera? ¿Qué clase de hechizos son los tuyos condenada mujer? Tantas preguntas le rodearon la cabeza sin tener una respuesta lógica.

Fue más demandante con el beso, no deseaba soltarla y no la soltaría, porque estaba hambriento de ella, porque si moría al siguiente día, quería llevarse con él, la sensación de confort que esa dulce boca le brindaba sin costo alguno, salvo su corazón completamente sumiso ante ella. ¿Patético? ¡No! ¡Vivo! ¡Pleno!

—Me parece que esta noche no llegare a dormir Sargento

Le susurro con una complicidad que solo le pertenecía a los dos, le clavo una mirada intensa. Con sed de encerrarla con él por meses, no, por eternidades enteras en la nada donde pudiera saciar sus insanos deseos por dejarle claro que era de él, que ella había perdido toda autoridad sobre su corazón en el momento en que entro en su terreno, que ella era suya y de nadie más, y que pobre fuera aquel tonto que se atreviera a mirarla más allá de lo permisible, porque si por Rivaille fuere, jamás permitiría que la obra más bella de la creación fuera observada por las miradas indiscretas. —Eren es un mocoso imbecil —antes de que ella pudiera espetar algo más volvió a sellar sus labios en otro beso fugaz.

Sueños, eso era algo que muy pocos tomaban la osadía de poseer en un mundo post apocalíptico, las nulas esperanza de supervivencia en la situación tan tensa a la que eran subyugados, les dejaba pocas posibilidades de siquiera sonreír, y sin embargo, todos sus secretos anhelos recaían en sus hombros como una cruz. Los empolvados libros de viejos estantes en su biblioteca personal clamaban por las historias contadas en la infancia, sobre un hombre que llevo una pesada cruz desde una plaza, hasta la gólgota para luego ser crucificado, la diferencia es que el curioso personaje, limpiaba los pecados ajenos, mientras que Rivaille, debía limpiar los propios. Quizá, no estaba tan lejos de él ser crucificado aun que no como un mártir.

Sus ojos olivo se clavaron en la menuda figura a su costado, casi etérea como si se le fuera a escapar de las manos, el brillo especial de su tersa piel cremosa en la luz pálida que escapaba de las ventanas la dejaba ver casi como una deidad, al diablo con Historia Reiss, ella no se comparaba en nada a la exótica belleza de Ackerman. Suspiro profundo meditando cómo fue que llego hasta ese punto tan descolocado en su vida cotidiana, cómo fue que paso de Dite, al Empíreo. Observo con detenimiento el lienzo pálido de su espalda pintada con cautela, la constelación de Capricornio una marca de que ella le pertenecía, aun más allá de los designios divinos.

—Quiero una marca que me identifique como tuya

—¿De qué mierda hablas?

—Si mueres allá afuera, quiero algo que me recuerde cada noche que soy solo tuya

Tatuaje, un tatuaje que mancho la preciosa espalda de la chiquilla insolente, pero no era la única con esa marca especial, él de igual manera poseía un tatuaje que le recordaba que ya no solamente luchaba por la humanidad o por obligación, también debía pelear por ella con todas sus fuerzas y regresar a casa.

—¿En qué tanto piensas? —la sedosa y directa voz de la fémina lo saco de sus cavilaciones

—Nada importante —contesto con ese tono helado tan distintivo de él

No era un hombre cursi, pero no por eso menos romántico, le gustaba cuando en la intimidad de sus aposentos, musitaba su nombre con ese acento marcado, cuando en medio de los relámpagos y estruendosos desgarros del cielo la atraía a su pecho, no necesitaba sus sonrisas, porque aun que no podía verlas, las sentía en cada beso depositado en su piel, no necesitaba de palabras tiernas porque en cada acción le mostraba cuan infinito era lo que sentía por ella. Ni necesitaba un anillo en su dedo, cuando en la espalda mantenía esa promesa de amarla por toda la eternidad… pero… ¿Cuánto duraba la eternidad? Quizá un parpadeo, apenas unos segundos, quizá nada y solo era una epopeya liberada de su profunda necesidad de sentirse amada, aun que cuando él la amaba, ya nada importaba.

Removió su cuerpo para quedar de frente, perderse en sus irises que eran como el universo. Entrelazo sus dedos para indicarle que estaba allí, que no se iría como el resto, y entonces nuevamente era callada de sus pensamientos con un apasionado ósculo que le robaba el oxigeno, estrujando con posesión sus pulmones. Abrió los ojos sorprendida por el acto tan repentino y apasionado, Rivaille solo se limito a exhalar el aroma de su piel antes de que las palabras llegaran.

—Mañana tengo una misión fuera de las murallas

Mikasa no dijo nada, no podía espetar palabra alguna cuando su acuerdo era seguir siendo ellos mismos fuera de esa habitación que escondía sus más íntimos secretos.

—¿Peligrosa? —cuestiono casi incrédula

—No lo sé, todo lo que implica recuperar a Maria es peligroso —inquirió con estoicidad y acida en sus palabras

Se quedaron callados, dejaron que el tiempo pasara.

¿Cómo paso? ¿En que momento Rivaille se volvió su motor de vida? ¿Cuándo dejo la prioridad de Eren a un costado izquierdo para seguir con fe ciega al sargento?

Cada pregunta formulada cuidadosamente se quedo ahogada solo en su cabeza, no se atrevía a preguntar de manera directa, no por temor, más bien por su tranquilidad, prefería los besos largos y demandantes del soldado más fuerte de la humanidad. Sin esperar más se subió sobre su cuerpo dejando que sus suaves senos se acunaran en el duro pectoral de él, un suspiro inquieto y su rostro impasible solo se detenía a mirarla con fastidio fingido, porque no había nada más exquisito que tener ese cuerpo sobre el suyo.

—¿Y ahora qué bicho te pico? —pregunto enarcando una ceja

—Si se te ocurre morirte allá afuera, juro por las diosas que conseguiré a otro hombre —su tono fue directo sin miramientos, áspero y crudo como solían ser cada una de sus oraciones

—Oh mira que aterrado estoy —suspiro cansado disfrazando desinterés

—Siempre dices que la vida debe continuar y que bla bla bla —nuevamente insistió

Rivaille la miro de reojo con la mirada afilada, amenazante, pero continuo en silencio, mientras palpaba la piel de Mikasa, quería llevarse con el cada recuerdo de ella, su textura, su aroma, su voz, todo ello grabado en su memoria, porque si no regresaba, si él no volvía, necesitaba que su ultimo recuerdo, fuera ella, aun si su muerte era encarnizada e indigesta, aun si era lenta y dolorosa o fulminante.

Despertó desnuda, con el lado derecho de la cama vacío, suspiro profundamente mientras maldecía por lo bajo "Enano idiota", se levanto para tomar un baño en la tina de cobre, mientras miraba su reflejo en el espejo, dejando caer la bata a sus pies, observo su cuerpo con detenimiento, ya no era una niña, las recientes marcas de los perfectos dientes del sargento seguían ardiendo en sus clavículas, pequeños rastros de sangre mezclados con saliva permanecían como una marca endeble que se borraría con el tiempo, y era por esa razón que adoraba el lienzo en su espalda, las preciosas estrellas dibujadas por pulso de Rivaille. Era curioso como es que él, un amante de la limpieza, se permitía esa clase de actos indecorosos al dejarla llena de marcas y oliendo a su ser, aun sentía entre las piernas la semilla viscosa que había depositado en ella antes de entregarse al sueño, el aroma de su sudor en cada rincón de su cuerpo.

Dejo de pensar en cuanto se introdujo en el agua, mientras enjabonaba su cuerpo, el ardor de las fieras marcas era de cierto modo una señal de que él continuaba allí y así sería por un largo tiempo.