- ¿Has visto tal cosa alguna vez? Los guerreros creen que tienen al mundo a sus pies con toda su bravuconería y masculinidad, y luego los vemos aquí entre las sábanas, sabes a que me refiero.. No hay nada tan grande ni admirable en aquellos hombres.
- ¡Cierto es que abunda lo diminuto! No queda más que actuar complacida y complaciente. - Responde entre risas Aldreda, una de las cortesanas más codiciadas entre estos hombres.
Se acrecenta a lo lejos el ruido de herraduras, espigas y caballos que se escuchan llegando fuera del burdel.
- Preparensé mis niñas. Es hora de trabajar - Dice Baelish con su usual mueca de costado. - Menos cháchara.. Y menos ropa también. ¿Qué, acaso esto es un convento?
Entraron por lo menos siete hombres, guerreros del Rey, parecían venir directo del patio de entrenamiento por sus humores y olores, pronto comenzaron a escoger mujeres y se dedicaron a ser entretenidos por ellas. Entre risas y vino, poco a poco todos fueron cediendo a aquella relajación que provocaba la actividad sexual. Curiosamente esto sólo les ocurría a los hombres, ni bien terminado su deber las muchachas salían a lavarse a un cuarto común, lúcidas y tensas mientras que los grandes guerreros habían quedado reducidos al sueño entre las sábanas de seda barata de las habitaciones.
- Pongansé sus vestidos y vengan conmigo, las llevaré a la Fortaleza Roja, hay algunos guardias que necesitan de sus servicios. - Chistó Meñique. - Y mantengan una buena actitud. A nadie le gusta una puta deprimida.
SANSA
Se había levantado con hartazgo. Hoy no había sido depresión ni tristeza, sencillamente desgano y fastidio. La mitad de los días eran aburridos y la otra mitad trágicos. Si Joffrey no le infundía miedo por los pasillos entonces pasaba el día en su recámara bordando. "Bordando.. Qué niña absurda. Bordando sus iniciales ¿a quién le interesan las iniciales de la hija de un traidor?". Se hacía imposible vivir en un sin sentido. ¿Saldría algún día de Desembarco? En sus sueños más felices se veía escapando de allí, en un corcel abrazada a la cintura de un apuesto y estilizado caballero de cabellos claros y ojos centellantes. Siempre había soñado con aquello, desde niña, pero ahora eso parecía no sólo un deseo sino una necesidad. NECESITABA que la rescataran. NECESITABA imperiosamente sentir algo que no fuese dolor. "¿Cuánto más podré aguantar? ¿Será cierto que no hay más en este mundo que asesinos y brutos? No.. no puede ser"
Sumida en sus pensamientos comenzó un paseo por los pasillos. Después de tanto tiempo ya sabía por qué caminos no iba a ser encontrada. Necesitaba ver vida, proyectar en otros, abstraerse de su miserable cotidianeidad. De repente se encontró en el descansadero, una especie de subsuelo donde se juntaban algunos guardias a beber y cantar. No fue su intención dirigirse hasta este lugar, más bien todo lo contrario, no quería que nadie que tuviese que ver con el Rey la viera pero allí se encontraba, y gracias a los siete no había ningún guardia por el momento, solo tres cortesanas que charloteaban entre ellas, entre risas pícaras. Una era morena de pechos prominentes y las otras dos eran castañas más bien comunes, pero no menos hermosas. Iban con unas vestimentas color caramelo quemado. Por algún motivo esta escena le llamó la atención y se quedó a escuchar de qué iba la conversación.
- ¿Rohe dijo eso? Si el Perro jamás se acerca al burdel, ¿cómo puede saberlo con seguridad?
- Antes de trabajar en el burdel, cuando Rohesia se dedicaba fuera de la capital, en una de sus expediciones se lo cruzó. Ciego de borrachera pagó por su compañía, resulta que es un completo gigante. Aunque repugnante sus quemaduras podemos decir que no es una completa decepción. - Comentaba la más menuda de las castañas. Tratar estas cuestiones parecía ser lo único que las llevaba adelante. La vida de las cortesanas se veía reducida a dar placer sin sentirlo nunca, humillar a aquellos hombres les hacía sentir menos desafortunadas, menos vencidas. Y los cotilleos sobre la anatomía de sus clientes les generaba una sensación de poder. Baelish no lo prohibía, entendía el valor de los secretos y en algún punto saboreaba la paupérrima verdad sobre aquellos hombres aguerridos ya que él siempre había guardado el rencor de no ser fornido y belicoso. Afortunadamente Meñique no estaba aquí para escuchar el elogio al miembro de aquel grotesco personaje, esto hubiera herido su propio ego.
¿Completo gigante? ¿Será que acaso están hablando de..? Sansa había sido educada por su Septa para evitar los pensamientos acerca de lo carnal, es decir promiscuos. Siempre le habían enseñado que hasta que tuviese que encamarse con su marido no había necesidad de ocupar sus pensamientos con estas cuestiones. Decidió irse rápido de aquel lugar, ya era hora del tentempié tardío y probablemente su sirvienta estaría dirigiéndose a la recámara para preparar la comilona. Pero algo detuvo su camino, estaba llegando un tonel de especias y uno de los pasillos se vió colapsado, debió tomar otra senda y se topó con una escena que la estremeció. El Perro Clegane llevaba en su mano la cabeza de un hombre, completamente ensangrentada. Corrió su mirada hacia otro lado pero no logró sacarse la imágen de su mente. Quedó paralizada unos momentos hasta que recordó que debía volver a sus aposentos y continuó el camino. Al llegar se bañó y procedió a alimentarse, aunque en realidad no tenía apetito. Lo que había visto hace un rato todavía hacía ruido en su cabeza. Ni siquiera podía procesarlo, ¿cómo alguien podía ser tan bestial? Conocía de esto, todo Desembarco del Rey estaba poblado de bestias disfrazadas de hombres.
- Lady Sansa - exclamaba su sirvienta del otro lado de la puerta - Lady Sansa, ¿acaso puedo entrar?
- Claro - respondió rapidamente, estaba tan ensimismada que no se había percatado del llamado.
- No ha comido casi nada hoy. ¿Desea que deje algo de cordero en la mesa por si el estómago cruje en medio de la noche? - preguntó atentamente Amandbel, con su trato cordial habitual. Se había acostumbrado a su compañía, la pensaba como una de sus pocas aliadas en aquel horrible lugar.
- No es necesario. Hoy no necesito ver más sangre, aunque provenga de un cordero. - dijo sin pensar. Se arrepintió al instante, jamás compartía sus verdaderos pensamientos, aunque sabía que Amandbel era de fiar no podía arriesgarse a que surgieran preguntas innecesarias sobre dónde pasaba sus días, alguien podría enterarse, prohibirselo y todo volvería a la rutina del bordado, o peor Joffrey encontraría alguna manera de castigarla por todo ello.
- ¿Sangre? - la criada no quiso interrogar pero no quiso desalentar la actitud de la pobre niña que nunca se abría con nadie y decidió compartir parte de su día con ella - Parece que todos hemos visto sangre hoy.
- ¿A qué te refieres, Amendbel, si no es molestia mi pregunta?
- Claro que no, niña. Un escudero enloqueció hoy frente al mercado que bordea la Fortaleza, al momento en que el carro de Lady Margaery Tyrell, nuestra futura Reina, salía de visita camino al refugio de huérfanos, se violentó con el carro y tomó a una de las servidoras que a propósito es mi hermana, parecía fuera de sí.
- ¡Qué imprevisto! - ¿Solo bestias por doquier? pensó Sansa mientras asentía para seguir escuchando la historia - ¿Le ocurrió algo a su pobre hermana?
- Afortunadamente no. El escudo juramentado de nuestro Rey actuó rápido y asesinó al muchacho. - Dijo la criada con nerviosismo - No me tome a mal, Lady Sansa, aquel muchacho parecía necesitado de ayuda, desbordado de problemas pero si el Perro Clegane no hubiese cortado su cabeza mi hermana hubiese sido violada y maltratada. No festejo su muerte pero le aseguro que una muchacha siempre recibirá más injusticias en este mundo que un pobre muchacho, por miserable que sea.. - trataba de enseñarle una lección, aunque a veces creía que esta niña jamás entendería la cruel realidad que los rodeaba - Espero no haberla abrumado con este relato.. Lady Sansa.. ¿Necesita algo más?
- No, Amendbel, puedes retirarte. ¿Se le cortó.. su.. la cabeza, verdad? - balbuceó mientras su servidora se retiraba.
Por algún motivo la muerte de aquel muchacho le dejó de parecer tan espantosa como hace un rato. No quiso reflexionar acerca del asunto, no quería admitirse que aquella brutalidad le pareciera natural. Apagó una a una todas las velas de su habitación y se recostó en la cama, finalmente sopló la última llama encendida en su mesilla de luz y se rindió al sueño.
Oscuridad, solo una pila de fuego ardiente se veía a lo lejos. Se sentía cubierta en gotas de sudor, sentía una fuerte presión en el sur de su cuerpo, sentía como toda la zona palpitaba, cada vez más, intentaba hacer presión como queriendo adentrarse en su propio cuerpo. No aguantaba más, necesitaba. Lo necesitaba. De pronto una figura masculina, de tamaño desproporcionadamente grande apareció entre las sombras, era tan alto, tan fornido, tan.. gigante. Le pidió ayuda, no entendía qué le sucedía, solo entendía que necesitaba algo. "Por favor ayuda, lo necesito" decía, se sentía a sí misma ardiendo, jamás había experimentado esa sensación. Aquel hombre se acercaba cada vez más aunque su cara seguía siendo una sombra, una mano levantada se iba acercando a su pecho, era enorme y sucia. Ella seguía pidiendo ayuda, "por favor, ayúdeme, no sé cómo.. no sé qué neces.. ayuda", ahí es cuando sintió sus dedos entre medio de sus pechos limpiándole el sudor, dejando un rastro de suciedad, se sentían ásperos como una lija. Sintió que era tan repulsivo que le había fascinado, quería volver a sentirlo pero no quería eso, no era eso lo que necesitaba, sin embargo quería sentir su piel de nuevo pero no, quería todo y nada, ese contacto alimentó el ardor, no lo calmó y quería calmarlo pero quería acrecentarlo también, se sintió delirar por completo hasta que escuchó a aquel hombre decir con voz carrasposa y tono viril "¿qué necesita el pequeño pajarito?"
De repente se sentó en la cama, su respiración estaba agitada como nunca, no entendía lo que había ocurrido. Había tenido sueños antes pero jamás uno que se sintiera tan real, recordaba que se sentía humeda y miró su almohada, sus sábanas que parecían estar tan mojadas como ella. Se levantó para refrescarse el rostro, aún era la mitad de la noche, de repente una corriente de frío se sintió pasar y volvió a la cama. "Fuego" pensó y ahí es cuando recordó "¿qué necesita el pequeño pajarito?", esto la había descolocado. "Sand.. es simplemente la impresión de hoy.. qué desagradable, tan.. ¡por los siete!" Se prohibió a sí misma volver a escuchar conversaciones ajenas, su Septa siempre había tenido razón, por inmiscuirse y escuchar cotilleos baratos había corrompido su sueño. Se culpaba a sí misma, a la historia de su criada, a la charla de temprano por haber tenido un sueño tan horrible pero en el fondo sabía que tan horrible no había sido.
SANDOR
Abrumaba el pleno sol del mediodía, se encontraba bebiendo vino de una bota, luego del entrenamiento matutino. Estaba gruñón porque los escuderos no paraban de cantar y portarse como idiotas. Siempre había tenido aversión por el hombre promedio, aquel que no admite su situación, aquel que piensa que a alguien le importa su estúpida provocación.
- Hay lugar para todos, Perro, ven a tomarte una bota entre guardias - dijo un escudero hinchando el pecho, queriendo hacerse el galán con las cortesanas que rondaban en el lugar
- ¿Acaso tú, pequeño pedazo de mierda, me dirás si en este sitio hay lugar para mí o no? ¿Crees que tienes autoridad porque llevas una espada colgada en tu cinturón? Veamos si tienes idea sobre cómo usarla.
- Yo.. señor.. no quería.. mi intención era - dijo titubeando el jóven mientras se acercó a Sandor y le alcanzó una jarra de vino en la mano con notable nerviosismo - Tome, yo me hago cargo de la cuent..
Antes que terminara de hablar el Perro ya había hundido el acero de su espada en su vientre. Un silencio pobló la habitación - Un idiota menos - dijo el perro con una sonrisa falseada - Y todos se echaron a reír. De esta manera Sandor se retiró del lugar, fue a controlar los pasillos, de todos modos ya le tocaba la hora de su ronda. Mientras limpiaba la sangre fresca de su espada vio pasar detrás de una columna una silueta femenina, llevaba un vestido color lavanda y el cabello rojizo. Se dirigió hasta donde estaba en silencio y sorprendiéndola por detrás preguntó con su característico tono entre honesto y cínico: - ¿Qué necesita el pequeño pajarito?
