Capítulo 12 la despedida.

¿Cuánto tiempo le quedaba? Esa era una pregunta para la que Woody no tenía respuesta, al menos no una segura, los días poco a poco se iban acumulando, como los granos de arena dentro de un reloj, uno a uno. Una tortura lenta y silenciosa que atormentaba constantemente la cabeza del vaquero.

Cada mañana se levantaba preguntándose si esa sería la última mañana cerca de su niño, si ese sería el último momento feliz que compartiría con Andy. ¿Llegada la postrera hora de su despedida tendría el valor de gritar lo que por tanto tiempo sintió y que solo ahora que era completamente humano y la magia se escapaba de su ser como el agua en un cántaro roto necesitaba de poner en palabras?

Tenía miedo, estaba aterrado, pero no del final que le esperaba, no de la muerte que experimentaría, sino de la despedida trágica que se avanzaba sobre su amor correspondido.

Andy lo amaba y él amaba con todo su ser y su corazón a Andy, y a pesar de no arrepentirse en lo absoluto de haberse convertido en humano aun cuando eso concluyera en su completa extinción, si se reprochaba constantemente su cobardía pues Andy parecía estarse tomando su tiempo pensando que tendrían todo la vida por delante.

Una mentira que Woody sabia pronto caería. Pues el tiempo estaba medido para él.

El sheriff deseaba, anhelaba volver a sentir las manos de su niño sobre la extensión de su piel, dibujando cada recoveco delgado y estrecho de esa anatomía que no tuvo tiempo de cambiar por algo más digno de ser amado.

Se le hacían pocas las caricias casi inocentes que Andy le prodigaba y su cuerpo y corazón rogaban por un acercamiento como el que estuvieron a punto de disfrutar antes de saber la verdad.

Quería, deseaba volver a disfrutar del peso de Davis sobre su anatomía, con el fuego candente de la lujuria encendida en sus brillantes pupilas.

Un mes, un mes había pasado desde ese día tan lejano en que lo llevo a rozar con los dedos el cielo antes de estrellarse brutalmente contra la realidad.

Woody no era valiente por naturaleza, más bien era un líder que tomaba riesgos cuando debía hacerlo, nunca innecesarios. Pero hoy mientras caminaba de la mano de Andy supo que no había vuelta atrás, si su niño no pensaba darle lo que tanto ansiaba, él lo tomaría.

Apenas llegar a la habitación de Andy, Woody apreso entre sus delgados brazos la ancha espalda de Davis, respiro profundo grabando en sus pupilas gustativas el dulce olor de hombre entre sus brazos.

Andy se giró, sus ojos lo miraban con un amor inconmensurable que demostró con la caricia que le regalo sobre la mejilla antes de estrecharlo contra su pecho.

Esa noche Woody vio miles de estrellas. Los roces entre sus cuerpos eran electrizantes, goces rítmicos que solo eran elementos en una danza ancestral y plena que los llenaba de gozo. El vaquero se abrió sin inhibición, como nunca antes… recibió a Andy Davis no solo con el cuerpo sino con el alma, le entre de si desde el primer suspiro dolorosamente placentero que exhalo al unirse, hasta el gemido más pequeño cuando culmino en un derroche de placer extenuado.

Cada vaivén y fonema, cada gesto y caricia eran poemas endémicos y exclusivos que pertenecían solo a su relación, quedarían entre ellos porque nadie en ninguna parte podría amar a Andy como Woody lo hacía y Andy jamás prodigaría tanto cariño como ahora se lo entregaba a Woody.

Andy tembló ante su acoplamiento. La unión entre ellos iba más allá y por eso, en ese mismo instante en que percibió el temblor del cuerpo de Woody y su satisfacción al estar completamente rodeado por la calidez del vaquero le hizo saber que esa sería la cúspide, nadie lograría darle lo que solo Woody podía.

Y necesitaba más, las manos del vaquero se movían buscando tocar, marcar territorio, su boca se adueñaba de sus labios y sus piernas se estremecían de tanto placer compartido. Vibraban al unísono y sus voces en conjunto se convertían en un canto armónico que ensalzaba el grandioso milagro del amor.

No importaba la forma o postura, eran ellos en medio del tiempo, dos seres cuyo único fin era demostrar cuanto anidaba en sus centros hasta la última gota de su energía y aliento cuando con desesperada emoción sus mentes dejaban de funcionar para permitir que las partes más atávicas de sí mismos tomaran el mando.

Resuman en sudor, jadean cansados y chillan extasiados por las sensaciones que los asaltan. Sus mejillas rojas como manzanas hacen juegos con sus ojos brillantes que muestran la lujuria carnal que experimentan y disfrutan.

—Te quiero —grita Woody en un tono desesperado, entregado mientras arquea la espalda en un movimiento pro demás sicalíptico.

—Y yo a ti, mi vaquero —responde Andy siendo presa del orgasmo monumental que abarcar cada fibra de su cuerpo y lo obliga a aferrarse al cuerpo sobre él.

La compenetración y entendimiento que se profesaban estaba más allá de lo que cualquiera soñaría. Era como si el mismo destino hubiera hecho una jugarreta hozada al unir sus corazones. Una broma pesada entre la vida y el amor que resulto en uno de esos amores de leyendas. De esos que la distancia, tiempo o hasta la muerte pueden apagar.

—Mi corazón siempre será tuyo —murmuro Woody aferrándose a la piel sudada de su niño que le sonríe de forma cansada después de tan dura faena.

—Y el mío tu yo —contesta apretando al juguete devenido en ser humano entre sus brazos. —No importa lo que pase siempre te amare.

Una lagrima rodo por la mejilla de Andy porque ahora lo sabe, el alma de su vaquero le ha hecho saber que el final está cerca, le ha susurrando de manera clara quien es en realidad y que no hay forma de evitar la separación. Lo aprieta con más contra su pecho, no puede ni tiene la fuerza para dejarlo ir. Es como arrancase el corazón de tajo.

El alba pronto despuntar y esa es su última noche. Andy lo sabe, como se presiente la lluvia tras mirar el cielo encapotado.

Los pocos minutos que les quedaban pasan volando mientras contempla a su vaquero, a ese juguete que amo, ama y amaría hasta que deje de respirar. Los primeros rayos de sol los sorprende abrazados, contemplándose uno al otro.

Cuando la estela dorada del astro rey toco la cama Andy se desmorona llorando en silencio porque entre sus brazos ahora solo queda el juguete de su infancia completamente inerte… sin vida…

—Te amo —susurro besando los fríos labios del vaquero. —Gracias por todo.

Tras tan dulce gesto el vaquero se desvanece como la bruma de la mañana sin dejar rastro ni consuelo para el universitario.

Fin.

N. A.

Y como lo prometido es deuda, como verán estoy dando fin a todas mis historias y esta pasa a engrosar afortunadamente las que fueron terminadas sin morir en el intento.

Nunca me cansare de agradecerles su tiempo y dedicación al leer mis historias.

Quedo de ustedes.

Atte: Ciel Phantomhive.

Posdata: Si desean un epilogo hágamelo saber.