Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer

CAPITULO 4

El lujoso despacho de Edward puso a bella incomoda, pero lo que menos le gustaba era ver a la madre de Edward ahí vestida elegantemente y ella ataviada con una chaqueta de pana y pantalones vaqueros, se sentía bastante fuera de lugar.

-Tanya esta por dar a luz y necesita calma- dijo fríamente Edward muriéndose por ver o preguntar cuando nació su hija, ya que se entero del nacimiento de la pequeña pero no del día exacto y de los detalles, pero no podía ya que su madre estaba ahí

-por lo que te vas a tener que mudar a un departamento en Paris- completo Elizabeth.

Bella tragándose el nudo que tenia en la garganta miro a Edward con dolor y a Elizabeth con incredulidad- explíquenme por que tengo que salir del país para tranquilizar a la amante de mi marido.

-no empieces muchachita con reclamos- contesto Elizabeth –como sabemos que ya nació tu hija no puedes seguir quedándote aquí, es el momento par firmar los documentos del divorcio- dijo entregándole una carpeta – solo firma, el dinero para mantenerte a ti y a tu mocosa es un valor muy considerado tomando en cuenta lo inútil que fuiste en concebir un heredero para los Cullen

Bella tomo la carpeta, leyó los documentos y miro a Edward- el divorcio lo firmo sin ningún problema, pero Edward nunca negare a mi hija el derecho de tener un padre aunque sea solo de papel, ella es tuya y como nació dentro de nuestro matrimonio tiene el derecho de llevar tu apellido, así que señora Cullen, puede tomar esta hoja en la cual se afirma que mi hija no es de Edward y con mucho gusto me iré de esta casa sin recibir un céntimo.

Bella ya no podía soportar ver a Edward con ese papel mato en ese instante toda esperanza de que el en algún momento quiera ser parte de la vida de Vanessa ni siquiera pregunto por ella, ya que ella desde el dia que nacio su pequeña decidió luchar para Edward se acerque a su niña pero a él nunca le va a importar su hija, el solo se centraría en cuidar, amar y proteger al hijo de Tanya no sabia si por el amor que le tiene a la misma o por la maldita herencia casi se le escapa la risa al ver a esos dos esperando una herencia que nunca van a tener por que el hijo de Emmet ya se las gano y sin trampa alguna.

-que estas loca Isabella el primogénito de Edward va a ser el hijo que tanya tiene en su vientre- grito Elizabeth.

-isabella ya hablamos, tu hija no puede registrarse con mis apellidos- dijo Edward con firmeza- pero no te preocupes tu hija y tu siempre contaran con una generosa mensualidad.

Bella ya no soporto mas y con todo el odio que sintió en ese momento miro y firmo los malditos documentos y salio de ese despacho sin mirar detrás.

Edward se quedo viendo la espalda de Bella con dolor pero no podía salir a hablar con ella, le entregaría los documentos a su abogado para que continúe con el trámite, dejaría a su madre en casa y luego iria a habla con Bella y conocería a su hija.


Bella ingreso a la habitación de su hija la cual estaba siendo cuidada por Esme y Rose, daba gracias a dios por el apoyo que ha tenido por parte de ellas y por Emmet y Carlies, en esos momentos que se sentía totalmente sola.

-como te fue querida- pregunto dulcemente Esme.

-ya esta hecho, firme el divorcio- respondió bella no le conto lo de la parte de los apellidos y de como su estúpido sobrino no pregunto de su hija ese dolor lo tendría solo para ella, con ese dolor podría salir adelante ya que eso le permite odiar a Edward y puede que con ello lo olvide.

-ohh, querida lo siento mucho, pensé que talvez reflexionaría pero bueno hija que vas a hacer ahora-pregunto Esme.

-quiere que me mude a Paris y es lo que voy a hacer ahora, es lo mejor no quiero que Nessi crezca cerca de Edward y tanya-

Rose estaba callada observando a Bella hasta que escucharon que Edward llamaba a Bella

-Esme no quiero que entre en esta habitación por favor lo puedes entretener en la sala hasta que termine de darle de comer a Nessi- pidió Bella.

-claro querida te dare unos veinte minutos, pero luego baja- respondió Esme saliendo de la habitación.

-entonces vas a hacer lo que ellos digan o estas planeando algo- pregunto Rose

Con un suspiro miro a Rose y por el tiempo que ella la ayudado y por la amistad que le fue brindada no pudo mentir- si planeo algo, no voy a ir a parís pero no quiero que ellos se den cuenta, ya sé que no les interesa que haga yo con mi vida y mucho menos la vida de Vanessa pero querrán tenernos vigiladas para que hagamos lo que ellos quieran y quiero cortar toda relación que tengo con ellos ya basta de la Bella calmada que tiene que aguantar todo a la amante de su marido, a una suegra y cuñada malvadas que no les importaría dañar a un inocente por hacerme daño, no eso si nunca dejare que lastimen a mi hija si Edward lo permite ya quedara en su conciencia pero yo no mi hija es mi tesoro mas preciado y no dejare que la traten como a mi o peor.

-por fin mujer yo pensé que te quedarías en esta casa pudriéndote por esperar lo poco que te de Edward o recibiendo solo insultos y humillaciones- respondió Rose

-no rose mi hija no se merece un ejemplo así tengo que ser fuerte y salir adelante por ella y por mi.

-¿Qué vas hacer?

-voy a ir a Paris estar una semana como mucho y luego- miro a Rose con determinación y decisión- me desaparezco con mi hija.

-pero seria como que estuvieras huyendo de esa familia- respondió Rose- y no tienes por qué huir de ellos, quédate con nosotros, Emmet no dejara que te molesten.

- es una decisión tomada Rose, me comunicare con ustedes cuando me establezca-

-pero Bella, cuentas con el dinero para poder movilizarte- pregunto.

-si, en mi embarazo no me quede sentada sin hacer nada, luego de la fiesta en la que Tanya me agredió una dueña de una editorial me dio un trabajo de Editora, este trabajo lo puedo hacer en casa o en cualquier país y también ha publicado unos libros por lo que dinero no me hara falta, el dinero que Edward me deposite nunca lo tocare.

-estabien pero te comunicas apenas te establezcas- ordeno Rose.

-claro ustedes han sido un gran apoyo- mintió descaradamente ya que si los quería y todo eso pero no ella quería alejarse de todo relacionado con Edward Cullen, ya sea por egoísmo o por querer proteger a su hija.

Luego de darle de comer a Vanessa la dejo dormida y al cuidado de Rose, se dirigió a la sala en donde escucho que esme regañaba a Edward.


Luego de dejar a su madre en casa se dirigió a su mansión la cual Bella dejara mañana, quería conocer a su bebe estaba emocionado, quería habla con Bella y quizá lleguen a un acuerdo que los complazca a los dos.

Al llegar llamo a Bella ya que desconocía la habitación de la bebe, pero cual fue su sorpresa de encontrar a su tía Esme ahí desconocía que su esposa se relacione con ella, pero luego de 15 minutos de regaño se le paso la sorpresa y estaba enojado.

-gracias Esme –dijo Bella al Ingresar

-espero jovencito que no te arrepientas tarde de tus acciones- termino Esme y se dirigió a la habitación de vanessa.

—¿Por qué París? —preguntó Isabella luego de unos cinco minutos de tenso silencio.

—Francia tiene una legislación de prensa bastante estricta. Muchas figuras públicas se sienten menos acosadas por los medios aquí, es más fácil tener una vida privada —explicó Edward.

-¿Por qué me has comprado un departamento ahi?

—He comprado una casa para ti, no un departamento pero mi madre no lo sabe. Quiero que críes ahí a mi hija.

A Bella la anonadó el concepto y la forma de expresarlo. Mi hija, no nuestra hija. Se esforzó por tomar esa distinción como una señal positiva de su deseo de involucrarse en el futuro de la beba. Movió la cabeza lentamente y su precioso cabello, sus ojos se agrandaron de incredulidad.

—¿Quieres que me traslade a otro país y que viva dependiendo de ti? ¿Esperas que aplauda de emoción o algo así?

—Déjame explicarte cómo lo veo yo —urgió Edward.

Bella se tragó una retahíla sobre su arrogancia y audacia. Comprendía que supuestamente debía estar impresionada por aquella sorpresa que debía haberle costado millones. Tal vez pensaba que había sido hábil, generoso y creativo ante una situación difícil. Tal vez creía que ella era un problema que solucionaría con una lluvia de dinero. Aun así, se sentía humillada y ofendida; una vez más, él había subrayado las diferencias económicas, de clase y estatus que había entre ellos y optado por decidir por ella.

—¿Te apetece una copa de vino? —sugirió Edward, señalando la botella que había sobre la mesa—. Es un Brunello clásico de los viñedos Azzarini, que han pertenecido a los Torenti desde hace siglos.

—Recién di a luz, estoy dando de lactar… —apretó los labios—, beber alcohol no es buena idea —explicó al ver que él la miraba con desconcierto—. ¿Es que no sabes nada de cuando una mujer da de lactar?

—¿Por qué iba a saberlo? —Edward arrugó la frente.

—Dime por qué opinas que sería buena idea que me trasladara a Francia —bella se cruzó de brazos.

—Si sigues en Londres, Tanya no se tranquilizara como ya te dije y ahora que nos casaremos necesito que este tranquila para que no exista ningún problema con el bebe ni el parto

—Te refieres al parto de tu amante—se le encogió el estómago de incomodidad y tensión ella sufrio mucho con el suyo y el ni nadie estuvo con ella.

—Si sigues en Londres, inevitablemente, la prensa se hará eco de nuestra relación y sabes como es la prensa dejara mal a Tanya y no me puedo permitir eso.

—Te he escuchado, y ahora tendrás que escucharme tú a mí —Isabella giró hacia él con brusquedad—. Yo no he hecho nada malo y me hechas de aquí como si yo y mi hija fuéramos una vergüenza para ti y sobretodo para no molestar a tu nueva familia la cual se conformara por una mujer que se metio a la cama de un hambre casado, la que me agredió cuando estaba embarazada sin importarle que pudiera perder a mi bebe. Seguro que la prensa la acabaría.

Edward, con ojos oscuros, fríos e inescrutables, soltó el aire con un siseo.

—Cometiste un error. Ella tendrá a mi heredero, mi hijo y no tengo por que darte mas explicaciones y no te permito que hables asi de ella y en cuanto nuestro matrimonio son pocas las personas que saben que seguimos casados la mayor parte piensa que ya nos divorciamos y que tu hija no es mia que es producto de una aventura del tiempo que estuvimos separados y que yo por esclarecer si es mia o no espere a que nazca y te deje estar aquí para vigilarte, pero cuando vean que te vas y la niña no sea registrada con mis apellidos creerán que no es mi hija.

Isabella palideció y lo miró con fijeza. Mortalmente pálida, desvió la vista, sintiéndose como si la hubiera abofeteado.

—A mí me preocupa el futuro —aseveró Edward—.

—Yo no te importo, excepto en cuanto a que quieres controlar mis movimientos sin ofrecer ningún compromiso a cambio —sus ojos chocaron con los de él, destellando ira.

—La casa supone un compromiso por mi parte. Piensa en la vida que llevarías alli —Edward se acercó y agarró sus tensas manos—. Un nuevo principio, sin preocupaciones económicas y lo mejor de todo para ti y para tu hija. ¿Por qué discutes sobre esto? Es necesario solucionar estas cosas prácticas antes de ocuparnos de un ángulo más personal.

—Te dije que nunca aceptaría la opción «estilo de vida lucrativo» —su voz tembló porque estaba haciendo acopio de voluntad para alejarse de él. A pesar de que todos sus sentidos anhelaban el contacto físico, incluso si sólo era la viril calidez de sus manos. Era un puro caos, deseaba hacer lo correcto y la aterrorizaba tomar la decisión errónea.

—Isabella —musitó Edward con un tono que era pura seducción depredadora-no estarás sola. Contarás con mi apoyo.

—No estarás para lo difícil. Vendrás de visita cuando te convenga. ¿No entiendes que no quiero depender de tu mundo? No quiero que pagues mis facturas y me digas qué hacer a cada paso…

—No sería así.

—¿No? —lo retó bella—. Entonces ¿podría vivir allí con otro hombre si me enamorase de uno? Como tu, pero yo lo haría con legalidad sin engañar ni lastimaría a nadie

Los ojos de él destellaron. Le sorprendió la hostilidad y desagrado que le provocaba esa idea.

—Es obvio que no. Esperarías que viviera como una monja…

—O que te conformaras conmigo.

—Ah… —bella se estremeció y la ira tensó su espalda como un muelle a punto de saltar—. Así que no sólo pretendes ser padre a tiempo parcial. El acuerdo también implicaría ciertas obligaciones sexuales. Seriamos amantes y que pasa con la querida de tanya

—Eso es un comentario de muy mal gusto. No puedo predecir el futuro. No sé hacia dónde nos encaminamos —Edward alzó un hombro con un gesto sofisticado. Era puro ardor, pero también frío como el hielo cuando se sentía presionado.

—Sabes exactamente hacia dónde nos encaminaríamos: a ningún sitio —dictaminó bella, temblorosa

Edward la acorraló entre la ventana y la pared y la estudió con ojos destellantes de sensualidad. Pero Bella tenía demasiado miedo de su magnetismo para bajar la guardia un solo segundo.

—¿Le dijiste lo mismo a Tanya? ¿O ella era digna de un enfoque menos crítico?

—No sigas por ahí —aconsejó él con expresión impasible. El brillo travieso de sus ojos había desaparecido—.

—Entonces, ¿por qué tienes la cara dura de exigirme nada a mí? —bella estaba tan agitada que temblaba de arriba abajo—. ¡Me niego rotundamente a ser un sucio secreto en tu vida! ¡nunca dejaría que mi hija se avergüence de mi por aceptar lo que me ofreces!

—No te he pedido que lo fueras —sus ojos se encendieron como llamas de oro.

—Sí lo has hecho. Te avergüenzas de mí pero sigues queriendo acostarte conmigo. Nunca aceptaré eso. —escupió bella con furia, yendo hacia la puerta—.

—Estas siendo infantil.

—No, estoy siendo sensata —refutó bella, temiendo que su ira se debilitara.

—Tenemos que llegar a un acuerdo de futuro.

—claro y es este me iré a Paris —Isabella lo miró de arriba abajo con frialdad—. Tal vez podríamos hablar por teléfono dentro de unos meses.

—¿Unos meses? —rugió Edward incrédulo, mierda el la deseaba ahora aunque no sabia si dio a luz hace un mes deberá estar en cuarentena, no quería hacerle daño y mucho menos embarazarla —Estoy haciendo cuanto está en mi mano para apoyarte —gritó Edward, enojado.

—No, estás lanzándome dinero e intentando trasladarme a un país extranjero donde hay menos posibilidades de que te avergüence y moleste a tu querida Tanya. Si eso es lo que llamas apoyo, ¡puedes guardártelo! —bella estiró la mano hacia la puerta para poner fin a la confrontación.

—¡Diablo de mujer! ¿Y esto? ¿También te conformarás sin esto? —edward la atrapó con sus brazos y aplastó su boca con un beso apasionado y devastador.

Introdujo una mano entre su cabello para sujetarla y apretó su esbelto cuerpo contra el suyo. Consciente de su excitación masculina y del tronar de su corazón, ella se estremeció entre sus brazos y devolvió cada uno de sus besos con un hambre fiera, ardiente y letal. Pero nada podía paliar la tristeza que sentía en su corazón. Cuando por fin la soltó, se dejó caer contra la pared.

—Se suponía que iba a beber la clásica copa de vino y subir al dormitorio para celebrarlo contigo, ¿verdad? —bella seguía luchando, aunque le temblaban las rodillas—. Pero no estoy tan desesperada como para tener que compartir a un hombre, ¡y nunca lo estaré! Y ni siquiera has preguntado por tu hija aunque con lo que me has dicho talvez pienses que no es tuya.

Edward no se molestó en contestar. Su distanciamiento fue tan efectivo como una pared invisible. El silencio era sofocante. Ella se sintió apartada, rechazada, y no pudo soportarlo. Aunque estaba tan enfadada con él que habría gritado de ira, deseaba volver a estar entre sus brazos. Él abrió la puerta. Ella le concedió un segundo para hablar, dándole la oportunidad de preguntar por Vanessa pero no dijo nada. Ni tampoco le impidió salir.

—Te odio… de verdad, te odio muchísimo —susurró ella con fiereza antes de salir. En ese momento lo decía totalmente en serio.

La puerta se cerró a su espalda sin siquiera un atisbo de portazo.


QUINCE AÑOS

Valor. Una armadura es lo que necesito -se dijo Bella con determinación al ingresar en el ascensor de la sede de Industrias Cullen. Aunque fuera una armadura de color rojo, falda corta y chaqueta larga. Ese día necesitaba todas las fuerzas que lograra reunir, todos los recursos a su alcance.

Incluyendo el de la ropa. Iba dispuesta a toda, y quería que se notara. De no ser así, jamás se habría acercado a la oficina de Edward, pero tenia que hacerlo aunque talvez debió dejar que la acompañe…

«Haré todo lo que pueda, hija mía», se dijo en silencio. Si, desde luego.

-Sra. Isabella Salvatore- Edward al leer, Isabella ese nombre le hizo recordar a ella pero no podía ser la misma ya que la suya es Swan ahora luego del divorcio se fue a parís y desapareció sin dejar rastro alguno llevándose a su hija.

Con un fuerte golpe en su escritorio recordó todo, la mentira de Tanya ya que al nacer su hijo resulto que no era suyo sino de su ex esposo, Laurent el cual lucho por el bebe y le quito la custodia a Tanya y él se quedo atrapado en un matrimonio, sin hijo ya que por un accidente de transito que fue consecuencia de tomar y manejar borracho al enterarse de que el hijo que el pensaba iba a ser su heredero no fue de el ya no puede tener hijos, que maldito karma.

Edward Cullen pasó una mano por la cara, y una cínica sonrisa borró su mueca agria.

Cerró su ordenador portátil y se puso a tamborilear con los dedos sobre la reluciente mesa de roble. Y luego la sorpresa en la lectura del testamento ya que su madre por su ambición tenía un plan b ja, caso a su hermana con un hombre que no amaba y esta se embarazo, tuvo al pequeño Adam antes de que sea la lectura del testamento, que contenta estaba su madre confiada que ella se adueñaría de toda la fortuna de su abuela y cual fue la sorpresa de conocer al pequeño Alexander el hijo de Emmet.

Pulsó un botón del teléfono para llamar a su secretaria.

—Jennifer -dijo—, ¿qué puedes decirme de la cita que has anotado a las diez y media? Ayer no estaba.

-Sí, señor Cullen. Llamó bastante tarde, cuando usted ya se había ido.

—¿Y? —insistió él, intentando refrenar su creciente exasperación—. ¿Sabes de qué se trata?

—Bueno, no exactamente —respondió Jennifer un tanto azorada—. Se mostró... bueno, evasiva cuando le pregunté —Edward notó que tomaba aire antes de añadir precipitadamente— La verdad, señor Cullen, es que dijo que era importante para la empresa —su voz traslucía recelo—, y que se trataba de un asunto familiar. Yo no bueno, ya sabe, después de eso, no quise insistir. ¿Quiere que la llame y cancele la cita?

—No, no, no es necesario —contestó Edward—. Sólo tenía curiosidad — añadió con aparente naturalidad— . Gracias, Jennifer.

Se recostó en la silla, ensimismado. «Así que personal será Isabella Swan la que va a venir. Dios, se caso». Extendió la mano hacia la caja de puros de su mesa, eligió uno, lo encendió y vio cómo ascendía el humo hacia el techo.

—Bella no sabría apreciar esto —murmuró, pensando en los puros y en cuánto le desagradaba a Bella el acto de fumar. Edward movió la cabeza de un lado a otro para sacudirse aquel recuerdo.

Bella sólo había estado una vez en su despacho. Aquel día, hacía quince años. El día que firmo el divorcio. Edward recordaba su perplejidad, su incapacidad para comprender lo que estaba pasando.

Bella lo había abandonado. De manera bastante decente y civilizada, cierto, pero aun así lo había abandonado. Él se habría dado por satisfecho con que las cosas siguieran como estaban. En aquel entonces la quería muchísimo. Pero desde entonces había madurado. Ya no creía en el amor. Al menos, en un amor. Se recostó de nuevo en la silla y observó pensativo cómo flotaba el humo hasta el techo. Pensando talvez tenga la oportunidad de conocer a su hija

Bella se bajó del ascensor en el séptimo piso, se acercó al mostrador de recepción y se presentó. La joven sentada tras el mostrador le indicó gélidamente dónde podía esperar.

Bella pensó que los modales de aquella mujer cuadraban a la perfección con el decorado. Industrias Cullen.

—Señora —dijo la recepcionista, teñida de rubio platino—, el señor Cullen la recibirá ahora.

—Gracias —contestó Bella, levantándose del sofá, maravillada por la claridad con que la recepcionista había dejado claro su desdén sin decir nada expresamente ofensivo.

Bella se acercó a la puerta del despacho de Edward, tocó suavemente y entró en la habitación sin esperar respuesta. Vio a Edward sentado a su mesa, tras una neblina de humo.

Él se levantó de un salto, como si su entrara lo pillara por sorpresa. Se sentía como si hubiera recibido un golpe. El aire no entraba ni salía de sus pulmones. Se llevó mecánicamente el puro a los labios una última vez antes de apagarlo en el cenicero. Se quedó parado, a sabiendas de que debía de parecer un adolescente. «Dios, qué guapa es». Aquellas palabras parecían resonar una y otra vez dentro de su cabeza.

La miraba con fijeza, consciente de ello, sin poder remediarlo. Lo alegraba verla, cosa que sin duda era mala señal. Su presencia no debía inspirarle sentimientos positivos. Y, sin embargo, el hecho de verla, de tenerla allí, delante de él, lo llenaba de asombro. Hacía muchísimo tiempo. Ya no se acordaba de ella... ni tampoco de su ausencia. Ahora, sin embargo, no dejaba de pensar: «Es preciosa, sencillamente preciosa».

Bella, desde luego, había sido siempre guapa, aunque ella no parecía notarlo. En los últimos quince años había madurado, y la mujer que Edward tenía ante sí era la culminación de cuanto antes estaba sólo en potencia. Llevaba todavía el pelo, muy largo. Sus reflejos color caoba brillaban incluso, a la luz artificial del despacho. Sus ojos relucían aún, parecían traspasar aún el alma de Edward. Su piel refulgía. Su boca, siempre tan suave como los pétalos de una rosa, se alzaba en las comisuras como si estuviera en todo momento a punto de sonreír. Nada de eso había cambiado.

Y, sin embargo, todo era distinto. Bajo el rubor, su tez parecía pálida; bajo sus ojos se adivinaban vagas manchas grisáceas. Sus ojos rebosaban sombras que Edward no había visto nunca, y su boca se crispaba con una tensión que acompañaba siempre a su pronta sonrisa. A pesar de sus curvas evidentes, parecía más delgada de lo que esperaba Edward. Se la veía cansada; incluso extenuada.

«Algo no va bien», pensó Edward de pronto, y lo sorprendió ser capaz de descubrir todos aquellos indicios en Bella después de tanto tiempo. Necesitaba mantener cierta distancia, incluso cierta animosidad, pensó, si quería que Bella se llevara la impresión de él que deseaba: la de que era un hombre templado .y seguro de sí mismo que no se dejaba conmover por la llegada de una ex esposa que para él ya no era más que una extraña. Incluso si esa imagen era lo opuesto de lo que sentía.

Edward poseía, no obstante, la habilidad de ocultar sus sentimientos tras una fachada formal. En el mundo de los negocios tenía que hacerlo continuamente.

—Hola, Edward —Bella esbozó una sonrisa indecisa y se sentó en el sofá sin tenderle la mano—. Cuánto humo hay aquí comentó, mirando el humo que flotaba sobre sus cabezas. Edward siguió mirándola fijamente, sintiéndose al mismo tiempo irritado e impotente—. Da igual, Edward

—¿Quieres beber algo? —preguntó él de mala gana.

—Un poco de agua, gracias. No voy a quedarme mucho tiempo.

Edward pulsó una tecla de su teléfono.

—Jennifer, por favor, tráiganos un vaso de agua con hielo y un café —se recostó en la silla y fijó de nuevo los ojos en Bella, entornándolos. Tenía que intentar descomponer su aplomo como ella había descompuesto el suyo—. ¿A qué has venido? Jennifer dice que negocios y por motivos familiares —cruzó los brazos sobre el pecho, fingiendo una actitud hastiada y hostil—. Ella se sobresaltó ligeramente.

-en realidad he venido porque... Bueno, es cierto que se trata de un asunto familiar. Espero que podamos... dejar de lado nuestras diferencias y hacer lo necesario —se interrumpió al oír que llamaban a la puerta. Jennifer entró empujando un carrito con, una cafetera, una taza, una jarra de agua y un vaso con hielo.

Allí estaba él. Medía más de metro ochenta de estatura y seguía siendo delgado y fibroso, a pesar de que había ensanchado un poco desde que no lo veía. Tenía leves arrugas alrededor de los ojos, arrugas que seguramente eran de la risa. En ese instante, desde luego, no sonreía, de modo que Bella no podía sacar conclusiones al respecto. Todo en torno a él le resultaba familiar y, sin embargo, ajeno. Ya no sabía si lo conocía. quince años cambiaban a una persona. A ella, ciertamente, la habían cambiado.

Edward la vio juntar las manos alrededor del vaso de agua. Se fijó en los detalles: las uñas cortas y cuidadas, posiblemente pintadas con un ligero brillo; las manos competentes, pensó. Con anillos. No los que él le había regalado hacía años. Aquel cambio lo molestó. No podía, o no quería, considerar el porqué.

—Entonces —comenzó—, ibas a hablarme de algún asunto familiar.

Ella suspiró y apartó la mirada. Tomó otro sorbo de agua antes de dejar el vaso.

—Sí, Edward —contestó—. No hay modo fácil de decir esto, así que creo que... lo mejor será ir al grano —se encogió de hombros nuevamente.

—Ése es un buen modo de empezar —dijo él. Bella lo miró a la cara y afirmó:

—Necesito tu ayuda, Edward.

—¿Mi ayuda? —él levantó las cejas—. ¿Te hace falta dinero?

—No, Edward —contestó ella con paciencia—. Tu dinero no me interesa. Nunca te lo he pedido, ni pienso hacerlo. Lo que necesito es algo más... personal, supongo —hizo una pausa, tomó aliento y añadió precipitadamente—: Tenemos una hija, Edward. No se si te acuerda tiene quince años. Está enferma. Tiene leucemia. Necesita un trasplante de médula ósea —interrumpió un instante lo que era sin duda un discurso cuidadosamente ensayado y que, sin embargo, le estaba costando trabajo soltar—. La quimioterapia ha hecho lo que ha podido. No pueden seguir aplicándosela. Y, aunque los trasplantes de médula antes eran el último recurso, ahora son mucho más frecuentes, sobre todo cuando el paciente entra en remisión. Son eficaces en los adolescentes, y se utilizan muy a menudo en el tipo de leucemia que tiene ella. Pero... —tragó saliva— hay que encontrar un donante compatible. Por lo general, la mejor opción es un pariente consanguíneo. Pero yo no soy compatible. Y como recordaras no tengo familia. Incluso se realizo un rastreo de donantes en el hospital, pero no encontramos ninguno compatible con ella. Eso significa que tenemos que buscar otras soluciones —hizo amago de pasarse la mano por el pelo, pero se detuvo al recordar que lo llevaba recogido en una coleta. »Hay otras opciones, medios alternativos de obtener médula ósea... pero tenemos que agotar las vías más inmediatas antes de recurrir a medios menos tradicionales. Esas vías... no serian la mejor opción, en este caso —respiró hondo—. Los hermanos, suelen ser el recurso más viable, por eso vine ... —se encogió de hombros otra vez, dejando que aquello sirviera como respuesta—. La mejor solución ahora es hacerte pruebas a ti, Edward y a tu hijo . Dado que eres su padre, es lógico que puedan ser el donante que necesita. Ella tiene tu mismo grupo sanguíneo, aunque eso no garantiza nada. Así que... —exhaló la palabra, notó que le temblaba la voz— lo que te estoy pidiendo es que se hagan las pruebas para que sepamos si pueden ser donantes cualquiera de los dos.

Edward se había quedado paralizado en la silla. Estaba tan sorprendido que no podía moverse.

-¿De qué demonios estás hablando? ¿Es que has perdido el juicio? -Bella palideció al oír el tono de Edward, pero no mostró más signos de nerviosismo.

—¿Qué es exactamente lo que no entiendes?

—Eso de que tengo un hijo. ¡Un hijo! —se echó a reír sin ganas y se levantó. Estaba tan alterado que no podía estarse quieto, y empezó a pasearse detrás de la mesa—. Bella sabes muy bien que no tengo hijos bueno varones para aclarar, si tengo una hija y es la que tuvimos y no hay mas hijos.

Estaba gritando y lo sabía, pero no podía detenerse. De pronto cayó en la cuenta de que era ella no sabia lo del Bebe de Tanya

—Claro que te oigo, Edward —respondió ella suavemente, con dignidad, a pesar de que estaba temblando—.

-¿Por dónde empiezo? —dijo con calma, intentando dominarse—.el hijo de Tanya era de su ex esposo no mio- omitió que ya no puede tener mas hijos

-Está bien, Edward y no quiero sonar insensible pero bueno quedas tu para realizarte los examines – sorprendida era quedarse corta no sabia que el hijo de Tanya era de otro hombre, pero no tenia por que desviarse del fin por el que fue- solo quiero tu medula ósea o mejor dicho, la necesita Vanessa.

—¿ Vanessa? —resopló él.

—Sí, Vanessa.—parecía cansada, pero orgullosa—. Es preciosa. Muy lista. Y cariñosa. La joven más linda del mundo. En todo caso —continuó apresuradamente—, es tu hija.

—Esta foto es de cuando cumplió los quince años —señaló la fotografía que había puesto delante de Edward—. La leucemia le fue diagnosticada varias semanas después. Tenía síntomas desde hacía algún tiempo, y yo empezaba a darme cuenta. Pero ese día se encontraba bien —sonrió un instante, recordando aquel día, y luego se recostó en el asiento y esperó.

Sabía que Vanessa era una niña preciosa. Había heredado el pelo de su padre, no el suyo, que era castaño. Tenía también los ojos verdes de Edward, unos ojos que a veces. Era una joven activa y decidida. Directa y curiosa. Tenía la risa fácil. O, al menos, así había sido antes de que la enfermedad empezara a debilitarla.

Edward sabía que se había quedado pálido, sentía que se le había cortado la respiración. Se reconocía en aquella niña. ¿Cómo no iba a notar el parecido?. Dios por fin tenia un rostro y nombre para su hija a la que por la ambicion de su madre no la vio crecer y ahora la puede perder pero no por terceras personas sin por una enfermedad.

—Si no lo hago, ¿qué le pasará?

Bella respiró hondo y bajó la mirada. Su voz surgió como un susurro.

—Bueno, tú no eres el último recurso. Hay otras técnicas. No creo que pueda soportar mucha más quimioterapia...

—Pero ya has dicho que la quimioterapia no estaba funcionando.

—Bueno —ella respiró hondo—, ha funcionado dentro de lo posible. Técnicamente, la enfermedad está en fase de remisión, pero ha costado más de lo que esperábamos llegar a ese punto. Vanessa está débil. Necesitaba tratamiento constante. En su caso, el trasplante de médula es el mejor...

—La gente se muere de leucemia —afirmó Edward llanamente.

—Sí —musitó Bella—, así es. Técnicamente, es un tipo de cáncer —Edward dejó escapar un largo suspiro, contempló el puro apoyado en su cenicero y decidió no recogerlo. Cabía la posibilidad de que le temblara en las manos—. También es posible que tengamos éxito con el registro de donantes. A veces pasa. Pero si no aceptas... Ella lo necesita, Edward. Francamente, sus posibilidades a largo plazo son muy pocas.

—Pero ¿este tratamiento puede curarla?

—Bueno... —ella vaciló —los médicos utilizan la palabra «curación» con mucha cautela. Pero sí, este tratamiento ayuda a los pacientes a mantenerse en remisión y a vivir libres de leucemia —finalmente levantó de nuevo los ojos hacia Edward.

—Mira, Edward, si tuviera alguna alternativa viable, no habría venido. No te habría metido en esto. No se me ocurrió involucrarte hasta que las cosas se pusieron... feas, porque nunca he recurrido a ti en nada que tenga que ver con ella.

—Si no entiendes nada más, entiende esto por lo menos: estoy dispuesta a hacer todo lo que pueda para ayudar a mi hija, incluyendo recurrir a ti. Si no me ayudas voluntariamente, entonces... —vaciló, pero enseguida añadió con más firmeza—: veré si puedo obligarte legalmente a ello. Por lo menos, para averiguar si eres un donante compatible —sabía que de aquel modo captaría su atención. Edward haría casi cualquier cosa por evitar una confrontación de ese tipo. Bella estaba segura de que no querría que aquel asunto se hiciera público. Sus padres no querrían, desde luego. Al menos, en aquellos términos—. En este momento —continuó—, te estoy hablando de esperanza. Ésa es la mejor arma que tengo... ésa y el tratamiento médico. —Bella tomó aliento y añadió:

—Tú eres su padre y no puedo ignorar ese hecho estando su vida en juego.

—Está bien, Bella, lo haré —afirmó—. ¿Cuál es el paso siguiente?

Bella dejó caer los hombros y cerró los ojos, sintiendo el escozor de las lágrimas. Se levantó de un salto y buscó un rincón donde pudiera recomponerse. Se encontró de pronto delante del bar, abrazándose, intentando tragarse el nudo que tenía en la garganta.

—¿Estás bien?

La voz de Edward la sobresaltó. Sintió su mano sobre el hombro y dio un respingo. Estaba tan concentrada intentando reponerse que no lo había oído acercarse.

—No... sí, quiero decir, enseguida estaré bien. Sólo necesito... reponerme. Dame un minuto —levantó la mirada hacia Edward.

—Está bien — dijo, tomando aire—. Tendrás que hablar con el doctor Campbell te explicará en qué consisten las pruebas y el proceso de donación.

Se despidieron educadamente intercambiando contactos.

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer