No voy a decir que he pasado frío escribiendo este capítulo para vosotros... porque mentiría como una cosaca ;9 Y tampoco voy a decir que he decidido saltar a este capítulo porque me parecía más interesante... Aunque eso sí que puedo decirlo, ciertamente.

A pesar de la ingente cantidad de material homoerótico (rozando el PWP, pero qué se le va a hacer) de este capítulo, ciertamente hay una parte que el POV John de Un crucero me obligó a omitir, y que sin embargo me parece bastante interesante, y es la parte en la que Sherlock entra en la sala del capitán para recoger información. ¿Tiene una relevancia significativa para con la historia? Sí y no. La relevancia es relativa. Tiene su aquel, pero ciertamente no es vital para la historia principal ya que no aporta nada particularmente nuevo y porque si fuera realmente relevante, figuraría de algún modo en la historia original.

Así que, si habéis llegado hasta aquí en esta NA, os habréis dado cuenta de que os estoy soltando un rollo tremendo sin ninguna finalidad más que intentar justificar mis pervertidas actividades de ocio :3 Supongo que si leísteis el fic original esto no debería sorprenderos demasiado.


Fiesta de disfraces

Las manos de John estaban en todas partes al mismo tiempo. Era simplemente enloquecedor.

No podía pensar en nada. Mi cerebro había perdido su funcionalidad de nuevo.

Al principio había sido fácil mantenerme distanciado de los mensajes erráticos y contradictorios que enviaba mi cuerpo, simplemente distrayéndome: apretando las sábanas entre las manos, retorciéndome un poco en un intento de canalizar las sensaciones por medio del ejercicio muscular, o incluso hablando de lo primero que me pasaba por la cabeza, que solía ser el nombre de John o una orden inesperada. John había resultado ser bastante solícito y complaciente en lo que al tema mandos se refería. Solo tenía que decir una parte del cuerpo, y John acudía a ella directamente. Tan fácil como un suspiro. Ahora era imposible pensar en algo mínimamente coherente. No con el aliento de John erizándome la piel cada dos por tres.

Los labios de mi compañero estaban en mi cuello, las manos tirando de los mechones de pelo de mi nuca, manteniéndolos en tensión. Podía notar los esporádicos roces húmedos de su lengua en mi piel, haciéndome estremecer. Sus dedos presionaron mis pezones y me arqueé sin darme cuenta, abriendo los ojos como platos con un jadeo. Sentí su sonrisa en mi piel.

— Bien. Eso es, Sherlock. Pierde el control.

¿El control? ¿Qué control? Todo se estaba desvaneciendo, a penas podía recordar como respirar, como hablar... Control, control, control...

Te quiero... abajo...

— ¿Sí?

Sus caderas se movieron contra las mías, sus manos afianzándose en mi cuerpo, sin dar señales de ir a moverse o de querer hacerlo. Retorció de nuevo mi pezón entre su índice y pulgar y el destello de dolor que recorrió mi espalda me hizo reaccionar. John sabía lo que se hacía, claro que sí. Era un maldito casanova. Quería hacer que me perdiera, y sabía cómo perfectamente. Estaba deseando que me rindiera y le diera poder. Eso no iba a pasar.

Enredé las piernas en su cintura y le hice una llave para poder girar y dejarle a mi merced. Debía recuperar el control, el ansiado y necesario dominio. La única forma de hacerlo era estar por encima de la situación. Por encima de John. No iba a negar que temía perder el control, aunque fuera con él. Nunca había cedido hasta ese extremo. No iba a empezar a hora. No podía. No sabía. No quería. Me sentía tan vulnerable así...

Y estar abajo no era un problema. Estar arriba tampoco debía serlo. Podía distanciarme. El problema era que no podía hacerlo con John. La sola idea de sus manos sobre mi era demasiado, y el pensamiento de estar tan cerca de él... hacía colapsar mi mente.

Se rió por el cambio de tornas, pero sus manos tomaron mis caderas, los pulgares acariciaron los huesos sobresalientes de mis caderas y subieron por mi estómago. Seguían algo resbaladizas por el lubricante, y subían poco a poco por mi torso. Sentí que los ojos se me ponían en blanco, y decidí que era el momento de cortar las cosas cuando sus manos, que volvieron a bajar, se posaron en mis caderas, empujándome y moviéndome sobre él, haciendo notar su erección. Como si aún no supiera que estaba ahí.

Me levanté, zafándome de él, y corriendo al baño, con la respiración agitada.

De pronto, estaba en New Scotland Yard, con un montón de papeles sobre la mesa. Era un caso real, un caso frustrantemente imposible. Mi respiración estaba agitada. No entendía por qué, pero recuerdo estar en una habitación con John y...

— ¿Sherlock?

John entró en el despacho, con su camiseta de rayas y los tejanos que siempre llevaba. Me miró desde la puerta, con sus ojos azules observándome, dispuestos a cualquier cosa, a hacer lo que fuera, con tal de que saliera de mis labios. Un ronroneo me subió por la garganta. Me picaban las manos, deseando ponerlas encima de su piel. Su pelo estaba desordenado, y había una mancha de carmín en su cuello. Venía de estar con una de esas mujeres. Venía de estar con una de ellas. Y parecía satisfecho.

— He leído tu mensaje. ¿Qué hago?

Sonreí. Yo iba a ocupar el lugar de esas mujeres. Yo sabía lo que John quería. Yo era lo que John quería. Lo supiera él o no. Y se lo iba a demostrar.

— Oh, John...

Esperé a que se acercara, y una vez le tuve delante de mí, le tomé por la camiseta y lo aprisioné entre la mesa de la oficina y mi cuerpo. Coloqué sus manos sobre la mesa, delante de él para que le sirvieran de apoyo y me cerní sobre su espalda, aprovechando mi altura. Pasé mi nariz por su cuello, oyendo como tomaba una profunda respiración. Sus ojos se cerraron cuando mordí su oreja, tirando de ella sin ninguna consideración. Una de mis manos se perdió bajo su cintura, desabrochando el botón de sus pantalones y deslizando la cremallera hacia abajo muy despacio.

— Sabes que me perteneces... Sabes que soy lo que quieres... No esas mujeres aburridas... solo yo...

Un "sí" tembloroso salió de sus labios entreabiertos, y siseó cuando mis dedos acariciaron la piel hinchada de su pene bajo su ropa interior.

— Te gusta seguir órdenes, ¿verdad? Te gusta que te diga qué hacer...

Bajé mi boca sobre la marca labial de su cuello y lamí, notando el sabor del carmín en la lengua. Quitaría esa marca como quitaría todas las demás, poniendo las mías en su lugar. John era mío, solo mío. No tenía derecho a irse por ahí sin mi permiso... Sus caderas se echaron atrás cuando hundí la mano bajo sus bóxers, rodeándole con mis dedos. Su gemido fue música en mis oídos.

— Sherlock...

Desperté agitado, con el pulso acelerado y el deseo espoleando la sangre a través de mis venas. Parpadeé en la oscuridad del camarote, confuso por el sueño, resoplando en un vano intento por luchar contra el calor asfixiante. Me removí, incómodo de repente por la posición en la que estaba, y gemí cuando me di cuenta de por qué estaba así de incómodo. John había acabado incrustado en mí, con su espalda y retaguardia pegadas a mi cuerpo, sus piernas enredadas contra las mías. Su cabeza descansaba sobre mi (extremadamente dormido por la falta de sangre circulando y alarmantemente flácido) brazo derecho, imposibilitándome la huída si no era despertándole. Al parecer, el responsable de esa postura había sido yo, ya que mi brazo libre rodeaba la cintura de John y mi mano descansaba en su estómago, subiendo y bajando al ritmo de su respiración.

La segunda percepción llegó cuando me di cuenta de que tenía una tremenda erección, y las nalgas de John la estaban presionando con fuerza, tentando y provocando. Me mordí el labio y contuve un gemido cuando se removió en sueños, pegándose a mí y generando mayor fricción. En otras circunstancias no me habría quejado, pero aquello empezaba a ser ya un poco doloroso.

— John...

Decidí que tenía que salir de allí antes de que acabara haciendo algo de lo que pudiera arrepentirme. Aún podía recordar con meridiana claridad el sueño del que acababa de despertar, y eso no me estaba ayudando, sino todo lo contrario. Estaba agravando mi problema en épicas proporciones. Sutilmente y con delicadeza, intenté levantar la cabeza de John. ¿Cómo un kilo con cuatro podía resultar algo tan pesado de repente? Gruñí frustrado cuando tiré y tiré pero no conseguí nada. Oh, Dios. Seguiría probando un poco más.

En un movimiento sincronizado, decidí que era el momento de tirar de mi brazo dormido, y una vez lo liberé, me dediqué a aporrearlo con la mano libre, intentando que la sangre volviera a circular. No era la primera vez que me pasaba, más de una vez me había quedado dormido sobre un brazo y había despertado teniéndolo completamente muerto, colgando como algo ajeno a mí, pero no por ello era menos desagradable.

Mientras despertaba mi ahora hormigueante brazo, me dediqué a pensar en mi sueño. Extraño, sí. Y revelador también. No era que el sexo con John fuera algo nuevo, o algo que no hubiera soñado antes. Alguna noche en Baker Street había tenido ese tipo de... fantasías... con su consecuente erección matutina, pero todas habían sido controladas con cuidado y relegadas a un lugar de mi mente en el que no pudieran resultar dañinas. Además, ni siquiera yo era capaz de controlar el material que aparecía en mis propios sueños, de modo que atribuí la aparición de éstos a la confianza que se había desarrollado entre nosotros. Y tal vez una advertencia de mi cerebro de que había encontrado atractivo a John, y de algún modo compatible conmigo. Y, siendo sinceros, siempre había pensado que John era un hombre bien parecido. Podía ver exactamente lo que todas esas aburridas féminas veían en él. Incluso más.

Una vez le había dicho a John que la belleza era una construcción basada enteramente en las impresiones de la infancia , las influencias y modelos a seguir. Siendo así, John me recordaba bastante a mi padre. De hecho, si me ponía a pensar, nuestra relación se parecía mucho a la de mis dos progenitores. Madre era la lista, la matemática. El cerebro de la familia hasta que Mycroft y yo aparecimos. Mi padre era un hombre extraordinario en su simplicidad. Alguien destacando entre lo común, sin llegar a brillar del todo pero titilando, arrastrado irrevocablemente por una luz mayor que a menudo lo eclipsaba, pero no parecía que eso le importara. Incluso llegaba a gustarle. Mi padre siempre había dicho que mi madre había sido siempre su mayor privilegio, porque cómo iba alguien tan avispado aceptar pasar toda su vida aguantando a un tonto como él. Mycroft y yo también nos lo habíamos preguntado. Si nunca habíamos tenido amigos, había sido por considerar idiotas a nuestros semejantes. Con el tiempo mi madre se había ido adaptando a mi padre y viceversa, llegando a un estadio de convivencia y sincronía absoluta en casi todo lo que hacían. Contrariamente a otras familias, era mi madre quien manejaba las facturas, no mi padre. Era mi padre quien cocinaba y hacía la compra, y quien se había quedado más veces a cuidarnos, pues el trabajo de mi madre no siempre se lo había permitido.

Mi padre era alguien tremendamente especial entre la gente común, no solo porque vivía con mi madre, sino porque la amaba. Y nos amaba a mi y a Mycroft, lo que era más sorprendente aún, pues la sangre no hace el cariño. Mi padre era exactamente igual que John Watson.

Así que, de alguna manera, mi canon de belleza se había ajustado a lo que había conocido (mis padres), y John parecía cumplir todos los requisitos. Parecía inevitable que la atracción no surgiera.

Lo único que seguía sin estar del todo claro, era la naturaleza de mi sueño.

Sabía que no me gustaba perder el control de la situación. Las pocas veces que lo había hecho, había acabado malhumorado, desquiciado o colocado, tan herido que no había sabido cómo manejar la situación. Una vez recuperé la movilidad en mi brazo, decidí que era el momento de ponerme a reflexionar un poco.

Me dejé caer sobre John cuan largo era, encontrando en él un descanso cómodo. Apoyé la cabeza en su hombro y miré al techo, respirando con normalidad, esperando que mi erección bajara por su propia cuenta y riesgo. Si John despertaba y por algún casual se encontraba de humor yo no le iba a hacer ascos a que se ofreciera para echarme una mano, pero no estaba dispuesto a malgastar mi tiempo de reflexión onírica haciéndome una paja, sin importar lo mucho que lo deseara o lo muy molesto que resultara mi estado actual. Podía ignorar a mi cuerpo y lo haría tanto como fuera necesario.

Quizá la noche anterior había tenido relevancia significativa sobre el contenido de mis sueños. Sin duda la inagotable actividad que John y yo habíamos llevado a cabo podría haber influido de manera brutal en ello. Hacía mucho tiempo que no tenía tanto sexo seguido y tan variado, con un participante plenamente dispuesto y dedicado en su tarea. El recuerdo del regalo de Mycroft acudió a mi mente, y me hice una nota mental para investigar el tema más adelante. Sospechaba que la misión en el barco no era más que una ridícula jugada por parte de mi hermano para incentivar y promover mi relación con John Watson. Me avergonzaba un poco comprobar que su plan estaba funcionando bastante bien.

El contenido de mi sueño era bastante concreto: no quería perder el control, y trataba de someter a John. Tendría que hacer más pruebas, pero estaba bastante seguro de que, por primera vez en mi vida, deseaba realmente a alguien, más allá de la satisfacción de una necesidad.

Demonios, me había enamorado perdidamente de John. Igual que un adolescente. Ni siquiera podía pensar con normalidad ¿Sería eso normal? ¿Sería eso lo que le pasaría a la gente normal y aburrida como Anderson? ¿Estarían enamorados todo el tiempo y por eso no eran capaces de pensar? Era una hipótesis plausible. La anoté cuidadosamente. Le preguntaría a John cuando despertara.

Estando así, tumbado sobre su cuerpo, notando como subía y bajaba al compás de su respiración, recordé la noche anterior, en la bañera del baño. Después de mi quinto orgasmo de la tarde (y su cuarto, debido a su demasiado largo periodo refractario), habíamos decidido de mutuo acuerdo darnos un respiro. John había caminado hasta el baño dando tumbos mientras yo le observaba con una sonrisa, y llenó la bañera con agua tibia para que no llegara a hacer vapor. Oí el ruido del agua cundo se metió dentro, pero como dejó la puerta abierta, le seguí al interior y me deslicé dentro del agua con él. He de admitir que la sensación del agua caliente en la piel fue relajante, pero nada comparado con tener la espalda apoyada en el pecho de John, sintiendo su respiración tras de mí. Mis pies se salían de la bañera porque me había escurrido para salvar los catorce centímetros que nos separaban, y tenía la cabeza apoyada en el hueco de su cuello, con los ojos cerrados.

Me gustaba tomarme mi tiempo en los baños. Reflexionar entre el agua caliente era algo tremendamente cómodo. Mucho mejor que estar tirado en el sofá de cuero. Solía pasarme horas metido dentro del agua pensando, perdido en mi cerebro, hasta que se me arrugaba la piel de los dedos y decidía que era mejor salir. Con John detrás de mí como un foco de calor constante, marcando los tempos de mi respiración con la suya, y peinándome el pelo con los dedos, podría haber dormido allí toda la noche sin ningún tipo de problema.

Estaba a punto de sugerirlo cuando John me interrumpió.

— ¿En qué piensas?

Sonreí. Interesante cuestión. ¿En qué estaba pensando realmente? En todo y en nada. En él y en nadie. En mí y en ellos.

— En que tendría que haber hecho esto hace mucho. Pero no creo que hubiera obtenido los mismos resultados, así que supongo que está bien.

— Ah —dijo, simplemente. Sus manos no se detuvieron en ningún momento. Empezaba a sentir el cuerpo pesado y el sueño cubriéndome cuando escuche el tono sorprendido de John — ¿Sherlock? No puedo creerlo... ¡Te estás quedando dormido! Vamos.

— John...

Se había levantado, moviéndome, y se secó con una toalla antes de hacerme salir y envolverme en una con la que me secó. Yo no estaba nada colaborador, por lo que dejé que hiciera lo que quisiera. Me dejé hacer hasta que me cogió en vilo para mi total sorpresa.

— ¿Qué haces?

— Llevarte a la cama. Me niego a que te duermas en la bañera. No quiero despertar y tener que examinar tu cadáver, gracias.

Gruñí, cansado, y dejé que me llevara. No obstante, se estaba cómodo entre los brazos de John, así que cuando llegamos a nuestro destino, tubo que pelear para desengancharme de su cuello. Lo último que recuerdo, no obstante, es que se acostó metiéndome bajo las mantas, tapándome con ellas y permitiendo que me acurrucara contra su costado, buscando su calor.

He de admitir que estaba más cansado de lo que lo había estado nunca, y la serotonina en mi cerebro, abundante por la intensa sesión de sexo previa, y los numerosos orgasmos habían terminado por agotarme. Si había dormido, no había sido totalmente por voluntad propia.

Fui arrancado de mi ensoñación cuando el sol me dio de lleno en la cara, entrando por el ojo de buey. Parpadeé, molesto, hasta que finalmente decidí apartarme un poco de la trayectoria de la luz. Me quedé mirando los rayos de sol entrando por el cristal, embobado, hasta que me di cuenta de la hora que debía de ser ya. Teníamos trabajo que hacer ese día.

— John… John, despierta.

— Mmmm…

Su murmullo dormido me sacó una risa entre dientes. Noté el sutil cambio en su respiración cuando despertó completamente, y reprimí un ronroneo cuando sus dedos se enterraron en mi pelo, peinándolo. Seguía estando sensible, pero por mucha intimidad que pudiéramos tener ya, no iba a ronronear delante de John. Simplemente no.

— John. Hay que trabajar.

— ¿No puedes dejarlo estar un ratito? Carpe diem, Sherlock.

No pude evitar reírme de nuevo. Qué comentario tan gracioso. Desde que nos habíamos subido al maldito barco, si algo no habíamos hecho, había sido trabajar.

— Creo que anoche tuvimos mucho de eso — el movimiento de su pecho cuando se rió hizo que me agitara. Giré la cabeza para poder mirarle, y lancé la primera orden del día, aunque John no parecía muy dispuesto a colaborar, y para ser sinceros, yo tampoco —. Vamos. Arriba.

Me dedicó una sonrisa radiante que casi podría catalogar de traviesa y pícara. Y, como conocía a John y prácticamente podía leer su mente, la propuesta no me resultó para nada sorprendente o inesperada. En absoluto.

— Convénceme.

Mi polla saltó ante esa simple palabra, viendo su oportunidad tras pasarse Dios sabe cuanto tiempo completamente desatendida. Curioso. ¿Todo eso era capaz de provocar John con una simple palabra? Tendría que replantearme unas cuantas cosas.

— Oh, ¿quieres un argumento? Está bien —deslicé mi mano hacia abajo por mi estómago muy despacio, consciente de como su mirada estaba fija en el recorrido que ésta hacia por mi cuerpo. Sonreí, satisfecho por el control que aún ejercía sobre John. La anticipación de mis movimientos hacía que mi estómago se contrajera en un nudo.—. Si te levantas ahora, nos vestimos y nos vamos, podremos encontrar más datos nuevos con los que preparar el desembarco en Marruecos de mañana —empecé, apreciando el cambio brusco de tono en mi propia voz. Mi mano se movía despacio. Estaba cerca de terminar pero no quería hacerlo, y si lo que realmente quería era provocar una respuesta en John, necesitaba un poco más de tiempo que aquel del que dispondría si me limitaba a masturbarme tal y como deseaba hacerlo. Había momentos en los que realmente agradecía tener tanto autocontrol. No perdí el contacto visual con John en ningún momento, disfrutando de cómo sus pupilas se dilataban a medida que el deseo iba creciendo en él. Cuando llevé mis dedos a sus labios para que los lubricara por mí, a penas estaba pensando con una tercera parte de mi cerebro, porque sé que de haberlo hecho, no le hubiera dejado utilizar esa talentosa lengua en mí. Sabía que si lo hacía corría el riesgo de descontrolarme, pero necesitaba lubricarme de alguna manera, y el bote que Mycroft tuvo tan a bien proporcionarnos la noche anterior parecía estar demasiado lejos. Bajé mis dedos hacia mi trasero cuando consideré que m cordura estaba al límite de desaparecer, y comencé a introducir un dedo, pero no parecía ser suficiente. Por lo visto mi cuerpo aún no se había resentido de las actividades de la noche anterior. Decidí introducir dos dedos más, de golpe y porrazo, y ahora sí, no voy a negar que sentí la presión de los dedos contra el duro y fuerte músculo del esfínter, presionando. Sabía que no estaba reparándome para una penetración, aún parecía demasiado pronto para eso y, a pesar del estado de John, no creía que fuéramos capaces de llevar a cabo una buena sesión de sexo tal y cómo estábamos ambos. De modo que obvie la dilatación y pasé directamente a buscar mi próstata. Tal vez no fuera médico, tal vez mis conocimientos sobre la anatomía humana fueran bastos, pero sabía lo suficiente, y tenía experiencia bastante como para encontrar mi punto erógeno por excelencia sin necesidad de dar demasiadas vueltas. Reprimí un gemido mordiéndome el labio cuando rocé la zona en cuestión con uno de mis dedos. Mis movimientos se aceleraron sin que fuera consciente de ello, y pude escuchar el jadeo de John detrás y debajo de mí, enardeciéndome. Analizándolo con perspectiva y fríamente, ignoro como fui capaz de hilvanar una frase coherente después de eso—. Si te levantas ahora, podremos acabar con lo esencial para la hora de comer, y tendremos toda la tarde para nosotros solos… oh, Dios… y podremos estrenar la fusta con un poco de suerte, si te ves con… ganas… John

Podía sentir lo cerca que estaba en la punta de los dedos de los pies, lo que era inusual e intenso. Sabía que tenia que parar si quería seguir con el dichoso juego mañanero, pero mi cuerpo parecía tener otras ideas, y esa vez parecía llevar todas las de ganar...

Me levanté con un resorte en un golpe de sentido común, y me alcé de la cama, apartando mis manos de mí.

— ¿Vas a venir a la ducha, o tendré que ir solo?

Cuando vi su expresión de sorpresa, se me arqueó una ceja. ¿Acaso estaba tan convencido de su influencia sobre mi comportamiento que no imaginaba que pudiera liberarme de mi propia provocación? Oh. John estaba equivocado... no mucho, la verdad. pero lo estaba, que era lo importante. Me agaché a coger una de las toallas con las que John me había secado anoche antes de meterme en la cama, perfectamente consciente de la vista que eso le ofrecería a John, exagerando los movimientos para darle una mejor visión de mis cualidades anatómicas que estaba seguro, él no despreciaría.

Me dirigí al baño, sabedor de que no tardaría en seguirme. Dejé la toalla por ahí tirada, y acababa de abrir el agua caliente y la fría cuando se coló detrás de mí, corriendo la mampara opaca de la bañera. Cuando noté sus dientes desnudos sobre la piel de mi hombro, presionando, sonreí. Por lo menos aún tenía un poco de control de la situación, y eso me gustaba. Me gustaba mucho.

— Por lo que veo, has sido razonable. Hubiera detestado tener que gastar mis diez horas restantes de control en algo como el trabajo.

— Seguro. Pero has usado trucos sucios, Holmes.

Sus palabras me hicieron girarme. Su cara era divertida en esos momentos. Molesta. Adoraba esa cara. Sabía que podría hacerle rabiar durante horas solo para que pusiera esa mueca de disgusto tan característica, con la nariz redonda arrugada y su cara de perro contrariado. Observé su expresión, deleitándome en las líneas de su rostro. John era un hombre mayor (no demasiado viejo, pero tampoco un jovenzuelo), y las marcas de expresión y las primeras arrugas hacían aparición en su tez, ligeramente más bronceada que la mía por los años de servicio en Afganistán. Mi mirada se detuvo en los labios, apretados y sobresalientes, tentadores. Lo que podría hacer esa boca...

— Todo vale en el amor y en la guerra, John —murmuré, perdido en la contemplación de mi blogger. Finalmente, liberé la última franja de mi autocontrol, y descendí sobre su boca para besarle.

Los labios de John debían de tener algo adictivo, segregando un tipo de encima que los volvía irresistibles. No podía separarme de ellos, y fingir que no me gustaba besarle me daría más trabajo que admitir lo contrario, de modo que decidí no perder mi tiempo con semejante tontería. Adoraba besar a John, probar su boca, sentir su lengua invadirme y presentar batalla. Además, siendo los labios una parte tan sensible de la anatomía humana, era algo que merecía la pena aprender y almacenar a largo plazo. Estaba altamente convencido de que podría llegar a hacer que John se corriera solo con un beso, y estaba dispuesto a lograr mi objetivo. Pero para eso necesitaba información y práctica, y nunca era un mal momento para conseguir más.

Besar era algo biológicamente fascinante. Innecesario para realizar el acto sexual por sí mismo, sin más función que para generar excitación o para establecer relaciones sociales entre individuos. Y solo por eso, treinta y cuatro músculos eran necesarios, trabajando juntos para tan simple movimiento. Una actividad curiosa y laboriosa donde las hubiera. Normal que llamara mi atención. Podría haber pasado toda mi vida con John sin sexo, solo viviendo a base de besos. Para mí hubiera sido más que suficiente.

No obstante, no podía pensar en nada más que en el hecho de que John estaba demasiado lejos, demasiado separado de mí como para que eso me gustara, así que bajé mis manos por su espalda y le apreté contra mí. La erección de esa mañana había vuelto a su turgencia inicial y empezaba a resultarme molesta y dolorosa. Podía ignorarla si hacía un gran esfuerzo, pero con John allí conmigo, intoxicándome con su presencia y su olor, con sus caricias, no era necesario tomar ese tipo de medidas.

Cuando se separó de mí para respirar, creí yo, estuve muy cerca de quejarme hasta que vi como sus piernas se doblaban y su cuerpo se apoyaba sobre sus rodillas, frente a mí. Sus dedos rodeando mi pene fue simplemente lo que me llevó al límite. El mundo explotó tras mis ojos en un destello blanco que me dejó repentinamente ciego cuando noté el primer roce de su lengua, caliente y húmeda, y sentí que perdía el equilibrio, mis piernas luchando por sostenerme cuando la fuerza se les escapaba por momentos. Cerré los ojos, enterrando las manos en el pelo de John, posándolas sobre su cabeza solo para tener un punto de equilibrio en caso de que mis gemelos decidieran colapsar definitivamente. Solo había un pensamiento en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez. Más. Más. Más. El calor de su boca, la humedad, la presión... pensamientos primitivos, pensamientos sin lógica, locura en estado puro.

Y entonces, como si pudiera leer mi mente, su garganta empezó a vibrar, toda su boca temblando a mi alrededor, sobreexcitándome. Supe que, si sus dedos no estuvieran apretándome, ese habría sido el fin para mí.

— ¡John!

Un escalofrío me recorrió entero, de los pies a la cabeza, y se me puso la piel de gallina. Noté como se me erizaba el pelo del cuerpo, y un hormigueo frío y extraño me arrasó el cráneo. Perdí la noción del tiempo y el espacio durante unos instantes, todos mis sentidos sobreestimados y colapsado, saturados de información. Dejé de oír, un único pitido sonando en ellos, agudo y fuerte, hasta que el ronroneo de la voz de John volvió a mí, al principio distorsionado, como si estuviera bajo el agua, y luego claro y primitivo, masculino, viril y excitante. Grave como las notas más bajas del violín, como rozar la cuerda de sol con el arco con suavidad, sintiendo como vibraba, despertando a un gigante reverberante. Era como oír a una montaña hablando.

Definitivamente, me estaba volviendo loco. Las montañas no pueden hablar y...

¿A quién le importaba eso ahora? Ciertamente a mí, no.

Los jadeos, los gemidos y los gruñidos se entrelazaron en el espacio junto con el sonido del agua, cayendo desde la alcachofa de la ducha sobre nosotros. La sinfonía empezaba a tomar forma y, entre el éxtasis, las notas empezaron a fluir tras mis párpados.

La música no era para mí simples ritmos. era una forma de canalizar aquello que me veía incapaz de sobrellevar, una manera de organizar mi cerebro. A menudo, mi palacio mental guardaba información en forma de música, y ésta me solía servir para canalizar las emociones, una manera de purgarlas tanto como fuera posible de mí. Por eso John tenía su propio álbum. Por eso había pistas cuyo nombre no quería pronunciar por miedo a que esperan de su prisión acústica. Por eso había una pista que se llamaba "Love" y "Hero" en la carpeta de John, junto a la de "Loyal". Porque eso era lo que John representaba, lo que John era, incluso antes de conocerme. Y John saturaba mi mente de forma constante, incluso mientras no estaba físicamente presente a mi alrededor. Necesitaba sintetizar a John e todo lo que representaba y canalizarlo para sacarlo de mi cabeza tanto como me fuera posible para poder pensar.

Así que la melodía fluyó, y juraría que podía escuchar las notas del violín en mis oídos cuando sentí el éxtasis acercarse, arrasando. Mis piernas flaquearon y tuve que afirmar mi agarre en John, temeroso de caer. Una vez hubo pasado todo, aún con la respiración agitada y los músculos débiles, me sentí rodeado y sostenido por los fuertes brazos de John y me quedé allí, recuperándome. El mundo había explotado en colores y sonidos en mi cabeza, todo mi cuerpo temblando.

No podía entender qué era lo que lo había hecho diferente. No era el primer oral que me hacían, pero lo había sentido completamente diferente, ni punto de comparación con las experiencias anteriores. Y no era que John tuviera una técnica muy depurada que dijéramos, de modo que no se había debido a su destreza.

Un nuevo frente de investigación se abría ante mí.

— Tengo una nueva composición —dije contra la piel de su hombro, cuando recuperé el aliento. Nada más decirlo me pregunté si había hecho bien. No pude evitar tensarme al pensar que John vería eso como algo extraño. La gente normal no compone música mientras tiene sexo con su pareja. Además, podía interpretar eso como una señal de que aquello no me había gustado o interesado si quiera, cuando no era así. Me reprendí mentalmente por mi descontrol verbal. Al parecer después de los orgasmos, mi cerebro tenía poco que decir respecto a nada en particular.

Pero, como siempre, John me sorprendió gratamente.

— ¿Puedo preguntar como se va a llamar?

Sonreí sin poder evitarlo, y tiré de él hasta que el agua nos cubrió a ambos.

— "Frenesí".


Después de una mañana bastante tranquila en la que todo pensamiento que fluía por mi mente era rápido, veloz y claro como el hielo más puro del invierno (Recordar anotar nuevo tema de investigación: cómo la serotonina puede afectar a los procesos cognitivos), mucho más ágiles que de costumbre, incluso después de un chute de cocaína, encontramos a la capitana Rogers. Yo sabía que la única manera de encontrar los nombres de los proveedores, los destinos y la información completa de la ruta sería accediendo a la sala de mando, pero para eso necesitaríamos una distracción lo suficientemente formidable como para mantener ocupadas a tres cuartas partes de la tripulación y los pasajeros. Semejante señuelo sería complicado de llevar a cabo, de modo que quedó descartado...

... hasta que mis ojos se toparon con los carteles que anunciaban las actividades de esa tarde, entre las que figuraba la fiesta de disfraces por parejas del crucero. El plan empezó a tomar forma en mi cabeza. Lo único que no me cuadraba era la forma en la que íbamos a asegurarnos de que Rogers estaba fuera del área en cuestión, pero eso era algo que podría solucionar sobre la marcha.

Por otro lado, mi deseo por John no había mermado un ápice desde nuestro encuentro en la ducha esa mañana. Había desarrollado una teoría (relativamente plausible), a cerca de cierta reacción posesiva por mi parte frente a John, o la simple idea de que estaba retro alimentando en mis sueños algún tipo de kink o fijación por las órdenes. Sobre todo si era John quien las impartía... Sabía que mi extraña obsesión por darle órdenes en la cama era una forma de saber que tenía el control absoluto sobre lo que hacía y sentía, aunque no fuera yo el proveedor directo del estímulo. Me había planteado diferentes escenarios en los que me ofrecía como parte sumisa y simplemente me dejaba hacer, tanto con John como con otro individuo al que no me había molestado en poner género, cara o nombre. Mis reacciones no eran las mismas —ni físicamente ni anímicamente— frente a uno u otro sujeto. El pensamiento de dejarme dominar por John era estimulante y excitante, mientras que frente a cualquier otro era simplemente una amenaza y una rendición. La idea de cederle el control a John me atraía de una manera oscura y animal, prácticamente imparable. Era como entrar en el radio de atracción de un agujero negro, o en el campo gravitacional de un sol.

No obstante, seguía sintiéndome incómodo ante la idea de ceder, de perder todo control. Las emociones que estaba sintiendo últimamente eran demasiado intensas, demasiado acaparadoras para mí. Y mientras que mi lado racional me decía, me exigía, que diera por terminada esa locura y volviera a la cordura, una parte de mí deseaba entregar los mandos a John y simplemente disfrutar, dejarse llevar. Que mi cuerpo podía ser transporte, pero se podía disfrutar del paseo.

En esos pensamientos me encontraba cuando salí de la ducha envuelto en una toalla, viendo a John acabar de ponerse su disfraz de Kirk. Sabía que cogería esos porque conocía su seguimiento de la serie. Me bastó un vistazo a su cara cuando los vio, y analizar su comportamiento frente al material de la serie y película para saber que había sido un gusto de juventud que había prevalecido.

Observé la manera en la que la ropa se le ceñía como si fuera lycra aunque claramente no lo era, y por una vez agradecí la entrometida y larga nariz de mi hermano por atender a los asuntos ajenos. Aquella caja había sido el elemento definitorio de nuestra relación, si bien estaba seguro de que el mérito no era completamente de Mycroft, pues era demasiado reservado como para enviar todos aquellos elementos de su propio criterio y elección. La fusta, por ejemplo, era una posta clara de que la mano de alguien más había intervenido en el envío y preparación del paquete. Pensé en Irene Adler, pero la descarté rápidamente. Dudaba mucho que mi hermano se pusiera en contacto con ella solo para buscar asesoramiento en cuanto a temas sexuales. Las alternativas eran aún más ridículas... Molly no podía haberle dicho nada simplemente porque no habría sabido qué decir, Lestrade no tenía tanta información de mí, y la Señora Hudson ya estaba mayor para estas cosas. Además de que dudaba que Mycroft hubiera ido a pedirle consejo a la buena mujer.

Después de secarme con la toalla y ponerme el traje, me marché de nuevo al baño para ajustarme las orejas de silicona con el pegamento para disfraces soluble con agua. Tuve que recogerme el pelo con pinzas para no engancharme, pero no parecía muy complicado. Podía oír a John haciendo ruidos divertidos en la habitación mientras respondía a los mensajes. Probablemente se trataba de Lestrade, preguntando si ya nos habían matado o algo.

Una vez terminé de ajustarme las orejas volví a la habitación. John dejó el teléfono en cuanto me vio, y pude ver como se lamía los labios, de esa forma en que lo hacía cuando veía a alguien que le resultaba atractivo. Le había visto poniendo esa cara una vez con Sarah, la chica del hospital. Era la expresión de la lujuria reprimida en estado puro.

Después de que le explicara el funcionamiento de las armas (que esperaba no tener que utilizar porque eran muy escandalosas y podrían delatarnos), John me expuso su plan. Tengo que admitir que era brillante, y estuve pensando un buen rato por qué no se me habría ocurrido a mí antes. En cualquier caso, me tendió su alianza, y yo la deslicé en mi dedo corazón junto con la otra. Admitiré que verle devolviéndome el anillo me produjo cierta sensación de pérdida. Sabía que ahora su parte de la operación consistía en flirtear con nuestro objetivo y mantenerlo distraído, pero la sola idea de que otro tocara lo que ya era mío, o siquiera creyera que tenía una pequeña oportunidad de poseerlo... hacía que me rechinaran los dientes. Era algo que no podía controlar y que me empezaba a resultar un poco molesto. John decía que eso eran celos. Tendría que creerle.

Entre la multitud disfrazada, localicé a mi blanco: un guardia de seguridad con el pase a todas las zonas de abordo. Conseguir la tarjeta en su bolsillo no podía ser mucho más complicado que conseguir el pase a Baskerville de la americana del segundo mejor traje de Mycroft, así que me acerqué a él siguiendo el ritmo de la música con el cuerpo, interactuando esporádicamente con la gente a mi alrededor (sobre todo aquellos solteros que podían ofrecerme cierta cobertura en caso de ser necesario), y poco a poco llegué hasta él. Chocamos, y mi mano se deslizó dentro de su chaqueta mientras me ayudaba a mantenerme en pie. Me disculpé repetidamente, intentando mantener mi cabeza gacha, fingiendo vergüenza, evitando así que más tarde pudiera identificarme. Ayudado por el traje azul, escapé entre la multitud con la tarjeta en mi poder, oculta en mi manga.

Mientras escapaba de la marabunta aglutinada en la cubierta, bajo las parpadeante luces estetoscópicas, vi a John en la pista de baile, extremadamente cerca de la capitana. Asentí una vez cuando sus ojos se encontraron con los míos y me sonrió con orgullo y admiración. Si en algún momento había tenido dudas sobre John, se disiparon en ese momento. Aún así seguía sin gustarme que estuviera tan cerca de Rogers en aquella tesitura, por falsa que fuera, de modo que me apresuré a recabar la información y largarme con él de allí.

Empezaba a sentirme incómodo entre tanta gente.

Subí las escaleras secundarias, pisando con cuidado para evitar hacer mucho ruido en el metal húmedo, deteniéndome cuando escuchaba pasos y avanzando cuando veía las siluetas recortadas de los guardias desaparecer por los pasillos adelante. Finalmente alcancé mi objetivo en menos de dos minutos. La cubierta superior, donde estaba la sala de mando, estaba completamente desierta. Me acerqué a la puerta, deslicé la tarjeta por el lector de la puerta, y entré en la habitación, agachado. El piloto automático estaba activado, y el Primer oficial dormitaba en una silla, con los pies apoyados sobre la mesa de control, con la gorra cubriéndole la cara. Roncaba suavemente. Me deslicé, agachado, entre las mesas y los armarios, buscando los papeles, intentando hacer el menor ruido posible para no despertarle.

Entre unas carpetas de expedientes y cartas náuticas poco actualizadas, encontré el listado y el alvarán con las cargas y los proveedores. Hice una fotografía con el móvil para tener pruebas, y después volví a dejarlo donde estaba. En el mapa doblado en la mesa se veía marcada en rojo la ruta que iban a seguir las barcazas con el contrabando. Vi unos planos del barco, donde el segmento mostraba las zonas del crucero, y vi los puntos señalados con pegatinas amarillas y azules. En la esquina inferior derecha estaba la leyenda. Los colores clasificaban las zonas por capacidad de almacenaje y víveres para los días de viaje. Así que finalmente también iban con personas. Bueno, según aquello todavía no habían cargado. No tenía sentido investigar algo que aún no había sucedido.

Sobre la mesa había un e-mail impreso para Elisabeth Richards. Interesante.

Después de conseguir todas las imágenes, tuve que ocultarme en un conducto de desagüe bastante ancho en el suelo, mientras dos tripulantes mantenían una estúpida conversación sobre el frío y la humedad, y lo mucho que odiaban navegar en esa época del año mientras las colillas caían una detrás de otra frente a mis ojos. Me encogí, aburrido, hasta que terminaron. Me deslicé fuera de allí y volví a bajar a la cubierta de fiestas. Deslicé la tarjeta de seguridad dentro del bolsillo del pantalón del guardia, y me dirigí a la barra, divisando a John. Arqueé las cejas al ver la cercanía entre le y la capitana, sorprendido por su capacidad para atraer al sexo femenino. Si en todo ese tiempo ella no se había movido de allí, tendría que empezar un estudio sobre las técnicas de seducción de John Watson.

Cuando me vio me siguió a la barra, y tuve que reprimir mis ganas de besarle para marcar territorio. Puede que él hubiera estado celoso de la niña que nos coló en el túnel del terror, pero una cría estúpida no podía competir con él, mientras que yo aún tenía dudas sobre si John podría cambiarme por cualquier mujer mínimamente interesante que encontrara, mientras tuviera generosos atributos.

Cuando me puso una mano en el hombro, con una sonrisa cálida, todas mis preocupaciones desaparecieron, aunque seguía necesitando una reafirmación de mi posesión sobre él. Deslicé su alianza de vuelta a su lugar.

— Afirmativo, Capitán ¿Le parece si deja sus actividades y volvemos a las comunes? —invité. Un plan empezaba a tomar forma en mi cabeza. Asintió.

— Me parece perfecto. Voy a deshacerme de mi nuevo ligue, y en seguida estoy contigo.

Vi como recogía las bebidas y, justo cuando se marchaba, me vi en la tesitura de reforzar mis planes. No quería que pasara más tiempo allí con ella. Elisabeth Richards me daba mala espina. Mi mano se estrelló contra su culo con fuerza.

— ¡No te entretengas!

Sonriendo por su reacción, dejé el recado en las sabias y celestinas manos de la simpática camarera, y marché rumbo al camarote, con los primeros indicios del plan para esa tarde entretegiéndose en mi mente.

Lo único que tenía que plantearme ahora era: ¿Hasta donde estaba dispuesto a llegar esa vez?

De todo lo que habíamos hecho hasta el momento, nada me había supuesto una cesión completa del control. John parecía bastante satisfecho cumpliendo mis demandas, y no parecía tener planes inmediatos por cambiar esa situación. El único problema era que yo sí deseaba cambiar ese estado. El único problema era que, si únicamente con el tacto, John había sido capaz de socavar mi autocontrol, una vez pasáramos a la tercera base, no tenía ni idea de qué esperar. Obviamente podía analizarle a él y analizarme a mí, y a partir de los datos obtenidos "predecir" qué era más probable que ocurriera, pero no había que ser Einstein para poder perverlo. Sabía que el siguiente paso me dejaría completamente vulnerable, expuesto. No había lugar ni cabida para el control en esa situación.

Entrar en el camarote y ver la cama hecha me hizo apretar los labios. Ahora John podría entrar en el cuarto y yo podría pedirle que nos pusiéramos a trabajar. Estaba seguro de que no se quejaría. Pero no estaba seguro de querer trabajar. Al fin y al cabo, una gran parte de la investigación ya estaba hecha, y podía preparar el desembarco durante la noche sin ningún problema. El tiempo no era un inconveniente.

Me agaché bajo la cama y deslicé la caja de cartón fuera de su escondite. Abrí la tapa y, sentado sobre los talones, revisé de nuevo el contenido. Los preservativos descansaban en una esquina, doblados sobre si mismos en una tira compacta. Eran condones básicos, látex normal y corriente, sin ningún extra que pudiera hacerlos extraños o de resistencia cuestionable. Ni grandes ni pequeños. Talla estándar. El dildo rojo contrastaba contra el oscuro fondo, donde se suponía que debían estar los trajes que llevábamos puestos. La botellita de lubricante naranja con el dispensador estaba empezada, con el envoltorio desgarrado por el uso que le dimos esa noche. Había algo similar a una peonza con un pequeño mando. Lo saqué y empecé a mirarlo por todos los lados. Eso no lo había visto el primer día. Humm. Con que un vibrador, ¿eh? Podría darle un uso satisfactorio más adelante.

El plan que había estado tomando forma en mi cabeza comenzó a surtir efecto cuando vi el negro cuero trenzado de mi fusta, cruzada dentro de la caja con sumo cuidado para evitar deformaciones. La tomé en mis manos, flexionándola, comprobando su resistencia. Me golpeé la palma de la mano a modo de prueba, observando como la sangre acudía a la dermis y luego se disipaba lentamente, desapareciendo, disolviéndose en la piel de nuevo.

John ya había dejado claro esa noche que no estaba preparado aún para tomar el papel de sumiso en la relación física, y yo podía entenderlo. Ya era bastante sorprendente que hubiera tardado tan poco tiempo en aceptarse y comenzar a explorar, así que no quería forzar sus límites. Yo había sido la parte pasiva un par de veces, y sabía qué podía esperar. También sabía que era más fácil al principio que el que no tenía experiencia ejerciera de miembro activo. Así que, si quería hacer aquello (y de veras que lo deseaba), tendría que conformarme supeditar el placer al control. Mantener el deseo a raya.

Miré mi reloj. Sabía que Joh no tardaría en llegar. Probablemente la chica ya le hubiera pasado el recado, así que tenía poco tiempo para prepararme. Tenía que decidirme, y tenía que ser ya.

Dos minutos más tarde, la caja había sido cerrada y había regresado de nuevo a su lugar bajo la cama, mientras que el bote de lubricante y una tira de condones había sido depositada en el interior del cajon de la mesilla. Yo me había sentado en el filo del colchón, con la fusta sobre las piernas, mirando a la puerta, sabiendo que en cualquier momento, John iba a aparecer. Podía notar mi respiración acelerándose con la anticipación, el corazón latiéndome a mil en el pecho. Me estaba costando quedarme quieto y respirar con tranquilidad. Mis manos estrujaban el cuero, intentando canalizar así los nervios que me comían. Vi que había demasiada luz, así que me levanté y la apagué, sintiéndome más cómodo en la repentina oscuridad. Mucho mejor que no veía la primera reacción de john al verme así. Crucé las piernas, aburrido de esperar. Si no aparecía en cinco minutos, abortaba la misión. No quería estar allí perdiendo el tiempo, de todas formas. Y tendría más tiempo para pensar con claridad, eso seguro.

Mi plan de escape quedó completamente arruinado cuando John abrió la puerta del camarote con algo de prisa, como si estuviera esperando a que algo le asaltara. Vi su postura congelada, con la mano en el pomo de la puerta, detenido en el quicio.

— ¿Sherlock? —preguntó, y pareció alarmado. En la oscuridad del camarote aún no podía verme, probablemente porque estaba deslumbrado por la luz del pasillo.

La puerta se cerró con un chasquido después de que encendiera la luz y se quedara mirándome. Mi resolución se reforzó totalmente cuando supe que estaba dispuesto. No pude ni quise controlar las reacciones que se sucedieron en mi cuerpo en ese momento. No quise contener el cosquilleo que me anudó el estómago, o la presión en mi cintura. No quise detener la tormenta de imágenes que estaba inundando mi mente, o el escalofrío que me recorrió la columna por la anticipación. Tampoco el aceleró de mi corazón cuando se liberaron las primeras dosis de adrenalina ni la dilatación de mis pupilas.

Que se le escapara una carcajada atentó con destruir mi atmósfera, pero lo solucioné rápidamente, poniendo en práctica las enseñanzas de La Mujer. Si algo había sacado de ese caso que pudiera serme útil en el día a día, era aquello. Yo encontraba los juegos de dominación un poco absurdos, pero si a John le ponían (y al parecer en el fondo a mí también), no había motivo para no intentarlo. Además, quien fuera que hubiera metido la fusta en la caja intuía que era lo mío. Todo fuera por la ciencia.

— Capitán, ha sido usted muy malo hoy.

— ¿Se puede saber qué he hecho, señor Spock?

— El artículo 4576 del reglamento de la Flota Estelar estipula que un Capitán no puede establecer contacto emocional con un local, ya sea real o ficticio —dije, con firmeza. Ahí van esos cinco años en la academia de arte dramático, madre.

— Vamos, Spock. Lo hice por el bien de la misión. Concédame eso, al menos. Sabe que soy todo suyo.

No todavía. Pero no falta mucho, John... No falta mucho.

Hasta ese momento, mi actuación no había sido más que un tanteo, una prueba para ver si eso realmente estaba tomando el camino deseado. Si podía seguir por ese rumbo o tenía que cambiar de estrategia. John estaba respondiendo de una forma absolutamente favorable al juego, y yo no podía simplemente dejarlo. Había algo que me estaba controlando, algo primitivo y necesitado. Acerqué la fusta a su pecho, rozándolo con el cuero, siguiendo sus movimientos con los ojos antes de clavarlos en los suyos. Observé las mismas reacciones que en mí mismo, y eso me satisfizo.

— Debería apuntar eso en mi informe... pero podría hacer una excepción... si usted decidiera compensarme. Y recuerde que aún me quedan horas de control, Capitán–moví la fusta y le golpeé en la cadera, con mucha más suavidad que la que solía ejercer sobre los cadáveres de Bart's. El gemido reprimido que dejó escapar me dijo que no le había hecho daño—. Venga aquí, sáquese los pantalones y la ropa interior, y recuéstese, o me veré obligado a relevarle justificándolo como que se ha visto comprometido emocionalmente. Y no queremos eso en el diario de abordo...

Obedeció como si le hubiera dicho que ganaría un millón de libras por ello. Su ropa estuvo fuera de su cuerpo en menos de lo que tardé en parpadear cinco veces. Se recostó en la cama boca arriba, dispuesto. La luz difusa del fluorescente brillando sobre su piel. Le hice voltearse, y cuando estuvo boca abajo, observé su espalda, firme y curvada. La cicatriz rosada en su hombro llamó de nuevo mi atención, como una señal de lo resistente que John podía llegar a ser... y lo muy vulnerable que era el cuerpo humano, solo un recipiente de piel y huesos. Admiré los desniveles de su columna vertebral, los hoyuelos del final de su espalda, donde el hueso de la cadera creaba suaves olas de un mar de oro en el que podía perderme para siempre. Su cuerpo subía y bajaba lentamente en una respiración que a todas luces era controlada y comedida, intentando tranquilizarse. No queríamos eso, ¿verdad?

Después de admirar las nueves nalgas, redondeadas pero sin llegar a ser demasiado voluptuosas, más bien escasas. Nalgas que empezaban a dar muestras, como muchas otras zonas del cuerpo de John, de la vida sedentaria de un civil acomodado, con un puesto laborable permanente y prácticamente oficinista que le obligaba a permanecer muchas horas sentado. La parte más pálida del cuerpo de John. Parte virgen a la que el sol nunca había tenido acceso. Piel que nunca había sido besada por la luz natural.

Zona que se enrojecía bajo los jueves golpes certeros de la fusta. Observar cómo la sangre acudía a los pequeños cuadrados en los que el cuero importaba era fascinante. Los golpes cayeron con cuidado y meditación, en zonas donde nunca lo habían hecho. Aunque no estuviera golpeando excesivamente fuerte, sabía que si repetía la zona de impacto, podía llegar a hacerle daño. Sentí la contracción de los músculos de sus hombros cuando caían los golpes, pero no parecía dolerle en absoluto, simplemente sorprenderle. Y tras el, no tan sutil como él pensó que sería, movimiento de recolocación que hizo con las caderas, supe que le estaba gustando.

Me detuve cuando toda la piel que antes había sido blanca se tornó de un agradable tono rosado. Pasé mis dedos por encima en un suave masaje, prácticamente sin llegar a tocarle, para aliviar el escozor. Cuando terminé le hice girarse y me senté sobre él, notando la firmeza de la carne blanda bajo mi cuerpo.

— Creo que no podré volver a azotar nunca ningún cadáver en nombre de la ciencia sin pensar en esto —confesé, pues mi cerebro no había encontrado ningún problema a la hora de realizar la asociación John-equivale-a-fusta-y-fusta-equivale-a-sexo. Hice una mueca cuando me acomodé sobre su cuerpo y mi incipiente excitación, cercada bajo mis pantalones, sufrió las consecuencias de dicho movimiento. Capitán, me tiene muy abandonado...

— ¿Sabes que estamos representando exactamente lo que una parte de los trekis considera un canon, no? Los primeros slash de fans empezaron con esta pareja —observó, distraído. ¿Cómo podía estar pensando en eso ahora? Por suerte, empezó a desabrocharme los pantalones.

— Dudo que el señor Spock le diera con una fusta en las nalgas a Kirk —repliqué. Decidí mostrar mi molestia golpeando uno de sus pezones, lo que le hizo gemir, mordiéndose el labio. Me estaba gustando esto de la fusta. Era una buena forma de mantener el control de la situación de una manera... elegante.

— Te sorprendería la de cosas que hacen esos dos en las historias de internet…

Le callé sacándome la camiseta, repentinamente acalorado, con sus manos aún peleando con los botones de mis pantalones. Me agaché para pasar las manos por su pecho y besándole con desesperación, incitándole a darse prisa. Sus manos se alejaron de su preciado objetivo y revolotearon por mi espalda, indecisas.

— ¿Tienes lo que buscábamos?

Gruñí. No era el momento de pensar en trabajo. Y encima tenía la osadía de dudar de mí. Temerario soldadito...

Cuando volví a besarle, le alcé las manos por encima de la cabeza para evitar que se moviera, y estiré una mnao hasta el cajón. Sabía que la resolución me duraría poco, ya que soy dado a no ceder frente a los impulsos, pero quería hacer aquello más de lo que había querido nada en mi vida y sabía que, si no empezaba ya, si no lo hacía ahora, no lo haría y probablemente me arrepentiría durante el resto de mi vida.

Vertí una cantidad generosa de lubricante en los dedos de John, pues mis nervios podían hacer la situación algo más peliaguda de lo que normalmente habría sido. No tuve que explicarle lo que quería que hiciera. Sus dedos tentando, rozando con el frío tacto viscoso del gel el músculo tenso fue lo que me hizo jadear en su boca, muerto por la anticipación. Sentí la presión de uno de sus dedos mientras entraba, deslizándose, y se me habrían puesto los ojos en blanco si no los tuviera cerrados, más por lo que implicaba dicha acción que por el acto en sí. Jadeé en su boca y me aparté para respirar, haciendo chocar nuestras narices. Al principio, tal y como había sospechado, estaba demasiado cerrado por la tensión y al principio los movimientos de John resultaron molestos y ligeramente dolorosos, pero a medida que se iba moviendo, exasperantemente despacio, sentí el calor acumularse y subirme por la sangre. Le insté a ir más deprisa, y cuando encontró mi próstata, rozándola al principio y luego golpeándola, me olvidé hasta del proceso de respiración. Se me irguió la espalda y noté la tensión de las vértebras intentando doblarse en una posición para la que no estaban diseñadas. A penas podía respirar. A penas podía pensar. Además, ahora sus dientes habían atrapado uno de mis pezones y lo mordisqueaban, triplicando las zonas en las que estaba sintiendo ese arrollador placer. Aquello era mucho peor de lo que lo había sido la noche anterior, más intenso, más difícil de controlar... imposible de sofocar...

— Dios, John... vas a matarme...

Me perdí en el éxtasis, dejándome bambolear por las oleadas de placer que me sacudían. Quedé completamente en blanco hasta que sentí que dejaba de dilatarme y se limitaba a golpear mi próstata de nuevo. Estiré un brazo y arranqué un preservativo de la tira, ofreciéndoselo, jadeante. Me estaba costando enfocar la vista correctamente. Ahora había dos Johns desnudos delante de mí, y los dos estaban vizcos.

— Sherlock, ¿estás...? —preguntó el John de la derecha, con el ceño fruncido. Parecía asustado, igual que el John de la izquierda. Por lo menos ambos estaban de acuerdo en que se sentían preocupados.

— ¿Seguro? Sí ¿Tú? —pregunté, ignorando a John-número-dos. Esperé a que asintiera, y ambos lo hicieron de nuevo. Poco a poco mi vista se fue clareando hasta crear contornos definidos. John-número-uno se tragó a John-número-dos, que desapareció— Bien. Pues póntelo, vamos —mandé. Sabía que tenía que dejar de moverme para dejar que se pusiera el condón, pero no podía evitarlo.

Sentí el vacío cuando me liberó para deslizar el látex a su alrededor. Ibamos a hacernos la prueba del VIH cuando volviéramos a casa. Odiaba esos cacharros. Si podía evitarlos, mucho mejor. Se echó lubricante y no pude evitar reírme. Parecía que quisiera ensartarla en un anillo. Mis burlas parecieron cohibirle un poco, pero no se amilanó. Me puso las manos en las caderas, y el calor que emanaba de ellas me calentó por dentro.

— ¿Preparado? —pregunté. Notaba su nerviosismo en su voz, en la garganta ceñida.

Tenía que hecharle una mano.

Me sujeté a su cuerpo, con una mano apoyada en su pecho, y le sujeté con la otra mientras iba descendiendo. Me esforcé por no hacer muecas ante la presión del pene de John abriéndome a medida que se hundía dentro de mí. Me centré en su mirada, concentrado en él. En John. Suspiré cuando quedé sentado sobre sus piernas, notando la presión y la plenitud de estar lleno. Hacía años que no me sentía así, y esto era mucho más... profundo. Más visceral. Había algo más que el hecho de esta lo más cerca posible de una persona.

— ¿Bien?

Noté como se estaba aguantando, y decidí que tenía que pasar a la siguiente fase. Me moví y la boca se me abrió al sentir la presión en todas partes.

— Muévete, John.

Seguí moviéndome, acostumbrando mis músculos a la intrusión, pero no podía moverme lo suficientemente deprisa en esa posición. John, poco apoco, que seguía algo preocupado por la situación, decidió tomar cartas en el asunto y nos giró, quedando encima de mí, dirigiendo el ritmo. Por un momento me asusté, la opresión del miedo a perder el control de nuevo acosándome, dificultándome el respirar, pero la mirada de adoración en John me hizo anclarme al momento, y fui incapaz de perderme. Clavé las uñas en sus omóplatos, afianzándome, aferrándome a esa sensación de calidez de su cuerpo cubriendo el mío, dándome calor.

Estaba seguro.

Varias veces supliqué (lo que no había conseguido Irene lo conseguía John sin a penas esfuerzo, qué cosas), que fuera más rápido, más fuerte. John obedecía con moderación. Sentí como la estimulación constante y sus palabras susurradas en mi oído, la mayoría sin ninguna lógica, me arrastraron al borde del precipicio. Sentí su lengua lamiendo mi piel, y sus dientes se clavaron en mi hombro.

— Sherlock... no puedo... —gimió.

— Vamos, John... suéltate...

Así que el soldadito está perdido. Guiémosle, entonces.

Enredé las piernas en su cintura y nos hice girar, quedando encima de él, tumbado bajo mi cuerpo. Me empecé a mover despacio, sabiendo que esa era una forma de regular su excitación, hasta que volvía a estar en el límite de nuevo. Sentí sus estremecimientos, su temblor, y contraje los músculos para estimularle, sin importarme ya mis jadeos o mis gemidos. Cuando le oí gemir mi nombre, sus dedos clavándose en mis caderas, y la presión de su liberación, no pude evitarlo y, tras un par de estocadas, me perdí.

Tuve la intensa sensación de estar cayendo, y mi cuerpo se retorció sin mi permiso, arqueándose. Podía notar el calor en mi cara, ardiendo como si la hubiera tenido pegada al fuego de la chimenea mucho tiempo. A duras penas era capaz de contar los latidos de mi corazón, o de balbucear palabras comprensibles. Fui vagamente consciente de los dedos de John en mi espalda, rozándome la piel, cuando caí sobre su pecho, desmadejado. Noté el pegajoso calor de mi semen entre nosotros, así que, con una esquina de la sábana, nos limpié lo mejor que pude. Mis huesos eran lava y mis músculos gelatina.

Volvía a costarme ver con claridad. Estaba, incluso, ligeramente mareado. Apoyé la barbilla en su pecho para poder mirarle, todavía guardándole dentro de mí, sin ninguna prisa por moverme.

— Creo que queda perdonado, Capitán.

Sonrió. Al final no había sido tan malo, eso de perder el control. Era consciente de que al final la mayor parte de mi obsesión se basaba en una falta de confianza abismal frente a los demás, pero John me inspiraba seguridad. No había nada a lo que estar expuesto con él más que a su calidez.

— Acabamos de pervertir la mejor parte de mi infancia, ¿sabes?

Puse los ojos en blanco. Mi hombre simple de mente simple con pensamientos simples después de uno de los mejores orgasmos de mi vida...

— Venga, la hemos mejorado y lo sabes.

— Cierto. Pero no creo que pueda volver a ver esa película sin empalmarme. Eres un Spock muy convincente.

Cuando bostezó, no pude evitar seguirle. Mi mente iba lenta y espesa. Era como revolver miel recién sacada del panal. Decidí que el trabajo podía esperar.

Sentí como se deslizaba fuera de mí, y cerré los ojos, acomodándome en la cama. Cuando volvió, recordé lo muy cómodo que había estado esa mañana sobre su cuerpo, y me dejé caer sobre él son ninguna consideración. Si le molestó, no me lo dijo. Apoyé la oreja contra la zona de su pecho donde estaba su corazón, escuchando los latidos que lentamente empezaban a volver a su cadencia lenta y acompasada, sintiendo la neblina del sueño invadirme de nuevo.

Antes de darme cuenta, estaba soñando con pequeñas habitaciones blancas y camisas ceñidas.


Bueno, pues hasta aquí este momento hot. El siguiente ya será algo más dramático, a menos que me pidáis lo contrario. Creo que empezaré con Acero en la Piel, a petición de Vnik Lord, aunque ese me va a llevar tiempo.

Siento el retraso!

MH