Perdón por la tardanza. Cuando estaba escribiendo esto no pensé que fueran a ser más de mil palabras y al final, intentando responder todos los interrogantes que se me planteaban para cerrar de verdad la historia, me he alargado mucho. Espero que os guste, sigo escribiendo esa historia que me rondaba por la cabeza pero no tengo mucho tiempo últimamente y necesito tener varios capítulos adelantados para publicar, que si no tenéis que esperar mucho y no me agrada.

De verdad que mil gracias por todos vuestros comentarios, va por vosotras. ¡Así da gusto! Un besazo, mis niñas.


DISCLAIMER: Los personajes son de nuestra amada Meyer, el resto corre todo a cargo de mi imaginación.

Summary: Edward ha perdido a su madre y su familia se ha desmoronado por la terrible pérdida. Las reuniones familiares han dejado de ser primordiales e importantes. El dolor en su pecho parece incrementarse cada día y cuando empieza a sentir de nuevo, su esperanza de año nuevo está comprometida.

Una decisión equivocada la obliga a ir a la cena de la familia Cullen y ser testigo de peleas, reproches y rencores por parte de los miembros de la misma. ¿Podrá el tiempo curarlo todo o será tarde para sentir de nuevo?


Cuando yo tenía 5 años, mi madre me decía que la felicidad era la clave de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron que quería ser cuando fuera grande. Yo respondí "feliz". Me dijeron que yo no entendía la pregunta y yo les respondí que ellos no entendían la vida.

John Lennon

EDWARD POV

Estoy orgulloso de ser un Cullen. No es que hace veinte años no lo estuviera, es que ahora, tras todo lo que hemos vivido, lo estoy mucho más. Mi familia es mi inspiración a seguir y gracias a ellos he sido capaz de aprender y superar muchas cosas.

No todo es blanco o negro, existen esos matices que hacen de las personas seres únicos. Nunca vamos a saber cómo va a reaccionar alguien ante una situación determinada pero hay que intentar ponerse en su lugar y entender sus sentimientos.

No fue fácil para mí restaurar por completo mi relación con Emmett. En ocasiones, volvía a sentir ese resentimiento injustificado en su contra, pero siempre tenía a Bella que parecía saber en qué momento ponerme en mi lugar.

Bella… La amo tanto. Ella y yo también pasamos por nuestros altibajos. Descubrí que era una persona con una capacidad de adaptación inmejorable. Es capaz de ser completamente seria cuando la situación lo requería y, sin embargo, entre nosotros nunca lo es.

Nuestra relación se puede definir como extraña. Nos gusta demasiado jugar al gato y al ratón continuamente. En cada una de nuestras reuniones familiares, mi padre me hacía saber lo alegre que le manteníamos y es que, según él, éramos un espectáculo digno de ver.

Carlisle estaba tratando de enderezar su vida. Él es consciente de que hace cinco años ya del fallecimiento de su esposa, pero aún no encuentra a alguna otra persona especial. Eso sí, ha hallado en la pintura su hobbie oculto y es realmente bueno en ello.

Mi hermanita Alice con el tiempo perdió esa obsesión por el orden. Todavía sigue añorando mucho a mamá y es que se siente una niña pérdida. Lo sé porque al fin me animé a hablar con ella del tema. Ella y Bella se han hecho muy amigas también, y sé que entre las dos el apoyo es constante. Además, siempre cuenta con Jasper, quien me confesó su dolor oculto por el tema. Parece ser que él sufrió como el que más a consecuencia de la enfermedad de Esme. Su abuelo falleció por el mismo motivo y yo ni lo sabía. Probablemente si no hubiera estado centrado en mi propio culo, me lo habría contado. Al final, hemos logrado formar una gran camaradería y las cenas en parejas son semanales.

Luego está mi dulce Rose. Bueno, dulce generalmente. Ahora no es mi persona favorita en el mundo puesto que me está quebrando la mano.

—¡Te odio! Te odio, te odio, te odio, te odio…

—Rose, ¿no hemos hablado ya de eso? No es a mí a quien odias. Puede ser al pitufo o al grandote pero no a mí —le digo con sorna.

—¿Es que nunca vas a callarte? —cuestiona dirigiéndome una muy fea mirada.

Iba a contestarle pero de nuevo vino otra contracción. No soy médico pero el que fueran tan seguidas tenía que significar algo.

—Me duele —susurra casi sin aliento la rubia.

—Tranquila, ¿vale, guapetona? —le digo empezando a entrar en pánico.

—Emmett tendría que estar aquí —dice en un susurro quebradizo.

Me doy cuenta de que va a empezar a llorar de nuevo. Pensé que ya habíamos pasado esa etapa. ¡Qué difícil es tratar con una mujer embarazada! No quiero que Bella lo esté nunca, me imagino el parto y me entran escalofríos. Aunque bueno, se supone que yo no tendría que estar aquí.

—Muñeca, sabes que ya he llamado a todo el mundo. Emmett estaba intentando coger el primer avión que saliera hacía aquí, seguro que ya está en uno. Además, Alice y Bella estarán aquí en cualquier momento para sustituirme—. Mi alivio en más que palpable.

El parto de Rosalie se ha adelantado dos semanas. Según el médico que nos ha atendido en urgencias es más que normal y no va a haber ningún problema. Pero eso es mentira. Hay un inconveniente y muy importante, ¡Emmett no está! Rose no se cortó un pelo en decírselo y es que se ve que últimamente el pitufo está haciendo que tenga trastornos de personalidad. Ella que siempre fue tan dulce…

La ausencia de mi hermano en realidad tenía una explicación. Él es inversor de bolsa para una empresa de electrónica y, según todo lo que nos había explicado, no entendí nada, era el momento ideal para ir a la bolsa de Nueva York y hacer unas transacciones millonarias. Cuando se lo contó a su esposa, ésta prácticamente le obligó a hacer la maleta. Ahora creo que no está tan contenta.

Para agregar más drama al asunto, fui yo quien encontró a Rose en su casa, en mitad del salón, retorciéndose del dolor tal cual extorsionista. Juro que pensé que se había vuelto loca. La llegué al hospital y ahora estamos esperando a que el puto médico se decida a sacar al pitufo de ahí. Iba a entrar en pánico.

—¡No! No, no, no, no, no…

—Creo que ya habíamos pasado por esto, Rose, y… —me corta y dice lo peor que se le podía ocurrir.

—Tú no te marchas de aquí, ¿me has entendido? Aunque viniera el Papa. ¡Vamos a entrar a ese quirófano juntos! —me ordena a lo servicio militar. ¿Pero esta que se ha creído?

Justo en ese momento el doctor se decide a aparecer y ordena a unas cuantas enfermeras, salen de la nada, que lo preparen todo para quirófano. Me entra el pánico.

—¿Es usted el padre? —cuestiona una de ellas con una cosa azul en las manos. Niego frenéticamente con la cabeza.

—Es mi acompañante —oigo decir a Rose. Su volumen es bajo pero su voz letal, me está amenazando si lo desmiento.

Cabe decir que a partir de ahí paso las peores 6 horas de mi vida. Me quedo sin mano derecha, aprendo a respirar —parece ser que no sabía—, corto el cordón umbilical —una cosa deforme y gorda llena de sangre— cojo a un moco en brazos —deje de llamarle pitufo en el momento en que vi su color indescifrable— y lloro como un bebé, más que el bebé. Según Rose, que parece volver a la normalidad una vez que tiene al moco en brazos, es normal por la presión del momento.

Ahora nos encontramos en una habitación pequeñita. Por suerte no la compartimos con nadie y Rose ha podido relajarse lo suficiente para dormir, estaba agotada. Yo, por tanto, tengo al moco en brazos. Aún no tiene nombre puesto que mi rubia se niega a decirlo hasta que venga su marido. Vete tú a saber por qué.

La puerta se abre de repente y mi esposa empieza a hablar frenéticamente.

—¡Lo siento, chicos! No sabéis el atasco que había para llegar hasta aquí. Nos ha llamado Carlisle y dice que también está de camino pero que tardará en llegar y…

De repente, se queda en silencio y me mira fijamente. Yo sonrío, ya he comprobado que Rose ni siquiera ha notado la intromisión. El pequeño se he removido pero nada más. Aún no abre los ojos pero me han comentado que no es normal que eso ocurra en los primeros días de vida.

BELLA POV

Es un espectáculo digno de ver. Es decir, es hermoso. Noto como mis pulsaciones se elevan y una mirada de devoción me surge en la cara. Edward y yo no somos muy del tipo empalagoso, pero en este momento tengo ganas de acercarme y simplemente darle un beso que lo tumbe al suelo.

Lo hago, no me pienso quedar con las ganas. Él se sorprende por un momento pero enseguida me sonríe con cariño.

Le quito al pequeñín de sus brazos para mecerlo en los míos. Es una cosa tan tierna, que creo que me ablanda el corazón. Muy pocas veces he tenido el placer de conocer a un recién nacido.

En ese momento, mirando a Edward sólo se me viene a la mente mi recuerdo favorito. Creo que lo he rememorado tantas veces que estoy segura de nunca olvidar ningún detalle.

.

.

.

.

.

Era nuestra primera cita y yo estaba nerviosa, por decir poco. Pretendía seguir haciéndome la difícil pero no sabía cuánto iba a durar nuestro juego. Simplemente quería saber todo sobre Edward Cullen, ver dentro de él y conocer sus más profundos secretos.

A las ocho menos dos minutos suena el timbre de mi puerta. Sonrío, el muy impaciente no pudo esperar ni a la hora adecuada. Me agrada mucho el pensamiento.

Estaba muy guapo. Vestido con unos vaqueros y una camisa verde oscura que resaltaba su mirada. Esta estaba un poco opacada cosa que me sorprendió y no de buena manera.

—Hola —saludó con una sonrisa triste. Me miraba con resignación.

—Buenas tardes —le respondo con timidez. No es como esperaba nuestro primer encuentro.

Durante el trayecto ninguno dice ni una palabra. Me lleva a un restaurante italiano en el centro de la ciudad. Es muy sencillo pero de esos en los que te sientes en casa.

Soy extremadamente tozuda y no pienso permitir que esto sea así durante las próximas horas, así que intento saber la causa de lo que ocurre.

—Entonces pequeñín, ¿me dices qué te pasa?—. Veo cómo se sorprende por mi cuestión directa pero no estoy dispuesta a esperar demasiado.

—Nada, enana —sonríe levemente.

—¿Me estás diciendo —alzo una ceja— que este eres tú en la realidad y que el otro día sólo tenías un buen momento de diversión? —. Sí, opto por ser franca con él.

Él sonríe, ahora sí de forma sincera. Veo que ha captado mi mensaje. El otro día fue muy excitante y se lo hago saber.

—¿Lo pasaste bien el otro día, pequeña?—. Malditos egos masculinos. Y qué guapo está en su actitud chulesca.

—¿Qué día? —le devuelvo la pregunta con sorna.

A partir de ahí toda la cena la pasamos entre comentarios picantes. No es hasta que me deja en casa que vuelvo a notar esa actitud tan desconcertante. Antes de que tenga tiempo a insistir en el tema me da un beso en la mejilla y se marcha. Así, sin más, se va.

Siento un poco de pánico porque esto se acabe. No me ha pedido una cita nuevamente y tampoco mi número de teléfono.

Bella, puede pedírselo a Emmett. Me auto convenzo.

A los seis días estoy que me tiro de los pelos.

A los quince empiezo a perder la esperanza.

Al mes, simplemente la decepción no abandona mi cuerpo.

Intento decirme que es sólo un chico que apenas conozco. ¿Podría haber sido una buena oportunidad? Cierto, pero tampoco estaba cien por cien segura.

Llega el veinte de junio. En ese momento he perdido la cuenta del tiempo que hace del suceso. Sigo soltera y es que ahora mis exigencias parecen ser más altas. Me lo reconozco a mí misma, no logro sacármelo de la cabeza.

Cuando recibo la llamada de Alice me extraño. No he hablado con ella desde la cena, de hecho, ni siquiera he charlado con Emmett desde hace una buena temporada. Supongo que, aunque sabía que podía encontrar en ellos unos grandes amigos, yo aún estaba dolida con los Cullen en general y con uno en particular.

Nuestra charla, acaba siendo un monólogo de la pelinegra sobre los motivos por los que he de ir a su fiesta que está celebrando ese día. Yo me resisto, pero la mujer parece tener una persistencia infinita, es por eso que acabo aceptando. Aunque antes, le pregunto disimuladamente por el pequeño de la familia y con una risa sospechosa me dice que no me preocupe por eso. Lo hago, y mucho.

A partir de ese momento, elaboro mi plan. Voy a la fiesta de cumpleaños, felicito a Alice y le doy mi presente. Me marcho con una escusa. Así que me preparo y salgo con tiempo para comprar un perfume. Imagino que le gustará.

Cuando llego allí empiezo a extrañarme. No hay bullicio, no hay coches, por no haber faltan hasta personas. Pienso en marcharme pero una fuerza me obliga a ir. En el fondo tengo la esperanza de ver a Edward aunque sea de pasada. Así que todo el timbre.

Alice está preciosa. Con un look veraniego e informal y con una barriga muy grande. ¡Debe de estar de doce meses por lo menos! Ella suelta una risilla.

—¡Bella! Cuanto me alegro de que hayas venido. Te has adelantado pero es estupendo. Así me ayudas con unas cosas —comenta radiante.

Miro mi reloj con disimulo. He venido a la hora que ella me dijo. Ahora empiezo a ver esa actitud alocada de la que Emmett siempre me hablaba y la cual no noté en nuestro primer y único encuentro.

—Felicidades, Alice —la saludo acercándole el paquete.

—Estoy enorme, ¿verdad? Es que son gemelos, pero muchas gracias. Espero que vengas al bautizo —comenta. Yo intento arreglar el malentendido, me refería a su cumpleaños. Pero ella, sin dejarme hablar e ignorando el regalo de mis manos, me lleva al salón y me pide que vaya arreglando unas cosas.

Yo lo hago sin chistar aún extrañada al no ver a nadie. Cuando me acerco a la cocina para comentarle que he terminado de ordenar la oigo hablar en susurros. Parece ser que intenta apaciguar a alguien. Voy a entrar cuando oigo la voz de él.

—¿Cómo me has podido hacer esto? Te he dicho que no quiero verla ni en pintura, joder. Conoces mis motivos —le habla en un susurro furioso.

—Es que estás siendo idiota, como siempre. Además, mírate, estás hecho mierda por tonterías. Ya sabes lo que te ha repetido Emmett mil veces —le dice Alice mostrando de igual modo su enfado.

—O se va ella o me voy yo —le da un ultimátum.

Esto es el colmo. Me duele, pero me derrumbaré luego, antes tengo que dejarle algo claro a este canalla.

—¡Me voy yo! —grito abriendo la puerta de un tirón, con bastante dramatismo, he de reconocer.

Ambos se quedan boquiabiertos al verse descubiertos pero yo no pienso dejar pasar esta oportunidad.

—Mira, Edward Cullen, tu falta de modales ya es más que impactante. Pero es que además, no conozco a alguien tan cobarde como tú. ¿Cómo fuiste capaz de dejarme así la última vez que nos vimos? —Veo a Alice salir por la puerta, pero yo no pienso parar ahora—. Además, sin ningún tipo de explicación. ¿No querías nada conmigo? ¿Decidiste jugar un rato? Lo acepto, pero lo que no te pienso permitir es que me trates así y me humilles delante de nadie sin motivo. Te exijo una explicación, justo ahora —termino.

Él se queda boqueando como un idiota sin decir nada. Puede que me haya pasado pero venía sintiéndome muy dolida desde hace demasiado tiempo. Siento que mis fuerzas me han abandonado. Así que dándole una sonrisa resignada me dirijo a la puerta de la casa.

Me intercepta en el salón cuando estoy cogiendo mi bolsa. Me hace un placaje, tal cual suena, para tumbarme en el sofá y ponerse el encima. Mi cara tiene que ser de alucine. Pero, ¿qué coño se cree?

—¿Tan enfadada estás porque no te llamé, enana? —me pregunta con una sonrisa juguetona.

—¿Cómo? Tú eres subnormal, ¡suéltame ahora mismo!

Lo último que me faltaba es tener que soportarlo en esa actitud socarrona que tanto me deleitaba. Eso probablemente me haría derrumbarme y no iba a hacerlo en frente suya.

—Pequeña, sé que soy irresistible pero no te tenías que poner así.

—Edward —le digo con un tono mortal que hace que me mire fijamente—, te he dicho que me sueltes justo ahora.

Lo hace pero no me permite levantarme del sofá. Me niego a mirarle y así que me sujeta suavemente de la barbilla y clava su mirada en la mía.

—Te he hecho daño, enana. No sabes cuánto lo siento —noto la sinceridad en sus palabras.

Se toma un momento para buscar las palabras adecuadas.

—Es tan difícil de explicar, es que me da vergüenza, ¿sabes? Tú me deslumbraste y no me dejaste pensar con claridad. Por más que Emmett dijera, no tenía lógica, además necesitaba un tiempo para mí y yo… Simplemente no era el momento, ¿entiendes?

Obviamente no lo hago y se lo transmito con mis ojos. No estoy dispuesta a decir nada, anhelo esta explicación incluso más de lo que me admitiría a mí misma.

—Te he fallado, tengo mis motivos pero entiendo que no puedas volver a confiar en mí. No hice las cosas para nada bien porque me acobardé. Supe que con una sola palabra tuya me harías cambiar de opinión. Por más que Emmett "me dejara el camino libre" —dice haciendo el gesto de comillas con las manos, para a continuación coger las mías y darles un apretón—, sabía que le iba a doler si empezábamos algo. Yo lo quería, no había cosa que me entusiasmara más, pero es mi hermano y aunque no estuviéramos en nuestro mejor momento no me parecía bien.

Lo pienso con un momento y afirmo con la cabeza en señal de acuerdo. Llevaba razón, aunque Emmett lo aceptó yo sabía que para él era dolorosa la situación. Fue todo muy precipitado, nuestra atracción fue casi instantánea.

—Ahora está con Rosalie, ¿sabes? Se están conociendo, apenas llevan un mes. Así que yo llevo el mismo tiempo pensando en buscarte y suplicarte que me perdones. Mi excusa ya no tenía sentido y quería verte pero… ¿Y si no querías nada conmigo y habías pasado página sin problemas mientras yo pensaba en lo que podríamos haber sido? Soy un cobarde.

Lo logra, me enternece completamente. Veo como está totalmente asustado por mi reacción. A pesar de que ya sabe que para mí el que me dejara así fue muy importante y que, por tanto, siento algo fuerte por mi enano. En ese momento le perdono, porque aunque sus formas no fueron las correctas, sus intenciones fueron nobles. Vuelvo a ver en él, al chico que Emmett me describía e idolatraba y que a mí, sin proponérselo, logró causarme el mismo efecto.

Así que le miro, sonrío y como una niña pequeña me levanto y me subo a su regazo. Él al principio se sorprende luego me reajusta para que esté de lado y pueda verme a la cara. Creo que tiene una fascinación por mis ojos o algo así, quizá sea porque parecemos saber comunicarnos sólo con vernos pero sonríe en cuanto me puede observar. Me estrecha muy fuertemente entre sus brazos. De repente, tengo ganas de llorar.

—Eres un estúpido, ¡niño idiota! Lo hubiéramos perdido —me estremezco. Ambos entendemos que es a esto tan grande que sentimos que va a sucedernos, a lo que me refiero.

—¿Niño? Ya ni siquiera soy un adulto enano. ¿Tendré posibilidades de cambiar eso?

Me mira fijamente. Me encanta ver cómo se pone en mis manos pidiendo una oportunidad. ¿Qué? Soy una mujer, nos gusta tener a los hombres en nuestras manos.

—Ufff —empiezo a bromear—, vas a tener que esforzarte mucho.

Sonríe, la sonrisa parece que se le va a salir de la cara.

—Gracias, gracias, gracias… —dice besando todos los lugares de mi cara, cuello y hombros que puede. Se detiene un segundo para buscar mis labios y entonces sí que le presto atención. Madre mía, este hombre tiene una cualidad para esto que el mundo no puede perderse. Bueno, mejor sí.

Sonrío por mis tonterías y él lo hace también sobre mis labios. Está feliz y yo pletórica. Ambos sabemos que tenemos un gran proyecto juntos en nuestras manos. No se me va a olvidar este día.

—Creo que este ha sido mi mejor cumpleaños y ni siquiera tenía intención de celebrarlo.

—¿Qué? ¿No hay fiesta? Espera… ¿es tu cumpleaños? —le digo totalmente sorprendida.

—¿A qué creías que venías? —pregunta divertido.

—Al de Alice —contesto. Él se larga a reír.

—Ya caíste con Alice, tranquila es tu primera vez. Habrá muchas más —me guiña el ojo—. Por cierto, ¿y mi regalo? —cuestiona, imagino que para reírse otra rato de mí. Así que yo ni corta ni perezosa me alargo para coger mi bolso y sacar el paquete. Se lo entrego.

Él me mira sorprendido pero abre el paquete con una sonrisa. Se extraña al ver la colonia, pero en vez de hacer algún comentario gracioso la abre.

—Quédate quieta —me susurra al oído. A continuación y con una sensualidad increíble empieza a echármela.

Primero coge mi muñeca izquierda, le da un beso en la parte interna y extiende un poco del perfume. A continuación hace lo mismo con la derecha. Todo el rato con esa mirada en sus ojos que indica que quiere comerme, poco a poco.

Para cuando pasa a besarme el cuello estoy totalmente excitada así que se me escama un gemido.

—Me encanta ese sonido —afirma.

Cuando termina de rociar la colonia, simplemente me devora la boca. Casi acabamos haciéndolo en el salón. Pero necesitaba de él. Me monté a horcajadas sobre él, nos restregamos, me toqueteó los pechos, me susurró palabras sucias… Al final, y con mucho esfuerzo, logramos subir a una habitación de invitados para terminar lo que empezamos.

Después me enteraría de que era la casa de Alice y Jasper y que ellos estuvieron a cinco minutos de pillarnos en el sofá.

Desde entonces, él guarda el perfume. Cada veinte de junio, seguimos nuestro ritual. Él lo saca, me lo rocía por todo el cuerpo y hacemos el amor. Amo sus cumpleaños.

.

.

.

.

.

Salgo de mi aturdimiento al oír un fuerte bullicio en la puerta de la habitación. Aún sigo con el bebé en brazos. Ahora estoy sentada sobre Edward que, a pesar de ese apelativo tan "cariñoso" que le ha puesto al pequeño, no para de hacerle carantoñas.

—¡Qué soy el padre! ¿No lo entiende, señorita? Me da igual la política del hospital, tengo que ver a mi mujer y mi hijo —oímos gritar a Emmett, más que exaltado.

Edward y yo nos miramos. Así que me levanto para dejarle salir.

—Enseguida vuelvo.

Y así lo hace. A penas cinco minutos después entra con un impaciente Emmett, que dirige su mirada nerviosa a Rose y luego al moco, o sea al niño. Le veo dar pasos vacilantes a la cama donde está su esposa. Le acaricia la cara con ternura. Creo leer en sus labios un "Perdona, amor". Ella sonríe, está despierta. Tras una significativa mirada busca a su hijo.

Me acerco y se lo entrego a Emmett. Su mirada de devoción hacia el bebé me pone la piel de gallina. Sonrío para mis adentros y me lleno de emoción.

Edward y yo les dejamos su privacidad. Él me pasa un brazo por los hombros y me da un beso en la nariz.

—¡Vámonos ya de aquí! No quiero ver más mocos en lo que me queda de vida —afirma con dramatismo.

Yo me empiezo a reír estrepitosamente. Ya imagino lo bien que lo ha tenido que pasar en el parto con Rose.

—Lo que te espera, majete.

Él de repente frena nuestro paseo. Se hace girar y me mira con intención.

—¿Qué has querido decir con eso? —pregunta con espanto.

—Pues que en aproximadamente seis meses y medio vas a pasar por lo mismo —le digo mientras me toco el vientre. —Pero tranquilo, podemos prepararnos con cursos preparto esta vez.

Él me mira en estado de shock. Puede que haya sido un poco mala al decírselo justo en este momento pero sólo por ver su cara merece la pena.

—Siempre te doy las mejores noticias eeh… —le digo con sorna. Su aturdimiento empieza a asustarme.

—¿Mejores? —empieza a sonreír—, ¿sólo mejores? ¡Vamos a tener un moco! —me coge en brazos y me hace girar. Temo marearme pero por suerte no me ocurre nada, eso sí todo el hospital nos mira enternecido.

—Para —le digo riéndome—, Edward el bebé.

—¡Perdón! ¿Estás bien? ¿El moco bien? —pregunta con urgencia mientras me suelta delicadamente.

—Todos bien y oye, a mi hijo no le vas a llamar moco.

—Eso ni lo dudes —afirma con esa sonrisa que me vuelve loca.

Esto es un nuevo comienzo para nosotros. Y esta aventura promete.


Mis amores, espero al menos haberos sacado una sonrisa. Estoy deseando leer vuestras opiniones. Un besazo.