Disclaimer, este fic no me pertenece a mí a su autor/a Yondaime Namikaze. Es propiedad de Cressida Cowell y de Dreamworks. Nosotros no tenemos intención de esperar algún lucro monetario.
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Capítulo 4: Reliquias familiares
Astrid despertó la siguiente mañana preguntándose si el día anterior había sido un sueño. Tuvo que recordarse a sí misma de que había escuchado bien a sus padres; finalmente podría ayudar durante los ataques. Adiós a los días en los que sus padres cerrarían la puerta de prisa, gritándole que se quedara adentro, en los que ella tendría que preocuparse por volver a tiempo, antes que ellos lo hagan.
Estaba tan feliz. Era como si fuese una persona diferente. La "pequeña Astrid" que necesitaba a otros guerreros Vikingos de Berk para protegerla, ya no existía. Por supuesto que todavía no era una "Astrid adulta", entrenada y lista para pelear contra los malvados dragones. Eso sucedería pronto y ella no podría estar más emocionada. Por ahora, estaba contenta.
Sin embargo, desde que ya no era la "pequeña Astrid", o sea, desde anoche, ella decidió que debería… cambiar. Y la primera cosa que cambiaría sería el aniñado peinado que ha usado desde que su cabello fue lo suficientemente largo como para trenzarlo. Su madre fue quien le enseñó a peinarse de esa forma hace mucho tiempo. La señora Hofferson siempre pensó que ese tipo de peinado se veía lindo en su pequeña hija. Pero Astrid ya no quería verse "linda". Ella quería verse "ruda".
Su cabello rubio era largo, demasiado como para dejarlo suelto. Cuidadosamente lo separó y lo trenzó en una sola trenza. Mientras la ataba, asintió, aprobando el nuevo estilo. Se decidió a ir al salón principal de su casa, pero un golpe en la puerta de su habitación la detuvo.
— Entren —dijo. Era su madre. Al entrar rápidamente notó el cambio de su hija.
— Me gusta lo que hiciste con tu cabello, Astrid. Te ves tan crecida.
— Gracias.
— Sabes Astrid, ahora que estás creciendo tengo un par de cosas que me gustaría que tuvieses. Espera aquí mientras las traigo.
La madre de Astrid salió del cuarto de su hija tan rápido como entró. Sentándose en el borde de la cama, Astrid esperó a que su madre regresara. La espera no fue muy larga para cuando su madre regresó con una caja de metal en las manos.
— Astrid, primero déjame explicarme un poco más sobre la sociedad que hemos creado aquí en Berk. En nuestra sociedad, tenemos nuestros hombres, como el jefe, que pelean y defienden la tribu, creando paz para todos los que viven aquí. También tenemos algunas fuertes mujeres Vikingas conocidas como escuderas. Estás mujeres son inteligentes y temidas; son fuertes y habilidosas con las armas que elijan. Yo soy una de esas escuderas, Astrid, y tú, con esa habilidad que tienes arrojando tu hacha, estás en camino para convertirte muy pronto también en una. Quizás hasta una de las mejores que se hayan visto en Berk. La primera cosa que quiero darte hoy es algo que ha sido usado y pasado de escudera a escudera. Fue de mi abuela, de mi madre y mío. Ahora será tuyo.
De la caja, la madre de Astrid sacó a la luz una banda de oro.
— Esto es parecido a los cascos que usan los hombres Vikingos de la tribu. Aunque las mujeres Vikingas también pueden usar cascos, sólo las escuderas pueden usar estas bandas. Se usan en el mismo lugar que los cascos; sobre tu frente y se atan en la parte de atrás de tu cabeza para asegurarla. Por qué no la miras primero y luego te la pongo por ti.
La banda se sintió fría en las manos de Astrid, pero se sorprendió por los sentimientos que la recorrieron mientras la sostenía, volteándolo en sus manos. Se sintió responsable; algún día ella estaría defendiendo a su tribu y a su familia. Se sintió más grande; esto no es algo que usaría un niño y, a pesar de que sólo tenía once, ya no sentía una niña. Se sintió segura, valiente y todo lo que continua (y silenciosamente) quería que Hipo se convirtiera.
— Me gustaría usarlo ahora —le dijo finalmente a su madre, y la mujer, que se veía muy parecida a Astrid y era todo lo que su hija quería convertirse algún día, se acercó y tomo la banda.
Con facilidad experta, la madre de Astrid colocó la banda sobre la frente de su hija y la sujetó por debajo de la trenza de su hija. Ella se sintió tan importante e invencible. Cuando usaba está banda, nada podía detenerla o derribarla. No había forma en la que ella pudiera salir de su casa sin esa cosa. Entonces recordó que su madre había dicho que esa era la primera cosa. ¿Eso significaba que había más? Ella, honestamente, no necesitaba nada más. Esto era suficiente, pero no quería decepcionar a su madre, así que preguntó:
— Dijiste que esta era la primera cosa que querías darme, ¿hay algo más?
— Sí. Hay otra cosa que tengo aquí. De nuevo, tengo otra historia que explicar. Antes de que los dragones invadan nuestra tierra, éramos una sociedad muy diferente. Aclaro, Astrid, que esto era mucho antes de que yo llegara a este mundo. Esta sociedad es los tiempos cuando tus tátara-tátara abuelos eran niños.
La quijada de Astrid cayó. ¡Eso fue hace tanto!
— Fuimos invadidos por esos dragones y sus ataques hace cerca de 300 años. De cualquier forma, Astrid, durante esos tiempos, los Vikingos eran conocidos por otra cosa además de matar dragones. Eran saqueadores, invadiendo tierras lejanas y trayendo botines y esclavos de guerras cuando volvían a casa. The una tierra habitada por personas conocidas como británicos es de donde estos objetos vienen —de la caja sacó un par de hombreras. Parecían estar hechas de algún tipo de armadura. Astrid esperó a que su madre explicase su significado—. En una batalla contra esa gente, nuestros ancestros los derrotaron y tomaron las hombreras e las armaduras que llevaban puestas. Cuando volvieron, rediseñaron las piezas y este es el resultado. También pasamos esto de generación en generación, y ahora quiero que tú las uses, especialmente cuando estés afuera en los ataques.
Astrid suavemente tomó las hombreras de las manos de su madre y se las puso sobre su camiseta.
— ¿Así que los Vikingos de Berk ya no hacemos eso? Invadir otras tierras, pelear y quitarle las cosas a la gente, quiero decir.
— No. No lo hemos hecho en 300 años y Estoico el Vasto no parece muy dispuesto a volver a la vieja tradición… incluso si derrotamos a los dragones. Tampoco su sucesor lo hará —su voz tuvo un tono de disgusto, como siempre lo hacía cuando hablaba del hijo de Estoico—. Hipo definitivamente nunca nos guiaría en semejante expedición. ¡Dioses, se mataría antes de que los barcos siquiera dejen nuestras costas! Honestamente agradezco a los dioses de que yo probablemente ya no esté cuando él sea jefe de Berk.
Astrid casi frunció el ceño por el disgusto de su madre hacia Hipo. Si ella sólo lo conociese, vería que él no es lo que ella cree que es. Aunque, supongo que yo no puedo decirlo porque tampoco lo conozco realmente. De cualquier forma, Astrid no frunció el ceño porque no quería que su madre piense cualquier cosa. Su madre cerró la caja.
— Bien, eso es todo lo que tengo que darte, Astrid —dijo y caminando para irse pero se detuvo—. Oh, y ahora que estamos con esto de crecer, oí que el mercader Johann estará en Berk pronto. Quiero que comiences a pensar en nueva ropa. Por supuesto, primero ve lo que tiene, pero necesitas nueva ropa.
Cuando su madre se fue, Astrid se acostó en la cama. Se levantaría y saldría pronto, pero por ahora sólo quería un rato para pensar en todo lo que había aprendido. ¿Pensar sobre la ropa que quiero? No es necesario. Ya sé lo que quiero. La última vez que el mercader Johann vino a Berk, Astrid le echo un vistazo a lo que ofrecía y encontró unos artículos para vestir que inmediatamente le gustaron. Espero que aún estén disponible para cuando Johann vuelva a Berk.