Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

Advertencia: Rated M, lemmon explícito. Diferencia de edades muy marcada entre los personajes, si lees esto, no critiques.

El summary de ésta historia estuvo llamando la atención bastante cuando lo publiqué en Facebook, así que finalmente decidí ponerme en ello.

A leer.

Capítulo 1: 336 Horas.

Pienso en ello cuando te abrazo

Cuando te miro a los ojos, no lo puedo creer

Y no necesito saber la verdad

Guardala para ti

¿Te acaricia mejor que yo?

¿Te mira mientras duermes?

¿Le hiciste todas esas cosas que me hacías a mí?

Si estás jugando conmigo mantenlo en secreto

Porque mi corazón no lo soportaría

Baby, no quiero saber.

Niego con la cabeza cuando Alice termina de hablar.

–No –digo sin admitir otro comentario de su parte– No voy a hacer eso.

Al momento, el Mercedes negro se estaciona a solo unos metros de donde Alice y yo estamos sentadas. Me levanto y la beso en la mejilla.

–Sobrevive, cariño –me alienta– Vendrán tiempos mejores.

En mi camino hacia el asiento trasero del auto, quiero creer que eso sucederá. Saludo a Hex dándole las buenas tardes, pero como siempre, no recibo respuesta. Tiene terminantemente prohibido dirigirme la más mínima palabra.

A cinco manzanas de casa, mi celular vibra. Es un mensaje de Rose.

"Hoy hay fiesta en la Villa ¿vienes? Mira que Black estará aquí ;)"

"¿A qué hora?"

"A las 10. Será F-A-N-T-Á-S-T-I-C-O"

Deseando poder responderle una cosa diferente, le confirmo que ahí estaré. Recuesto la cabeza en el respaldo y me balanceo de lado a lado en un intento por evadir la terrible mezcla de cansancio y tristeza que he estado sintiendo durante los últimos meses.

Al llegar a casa me voy directo a la habitación y me cambio el uniforme por unos pantalones cortos y una blusa vaporosa, estamos a casi treinta grados aquí. Me tiendo de cabeza en el sillón con los audífonos puestos y una revista de la semana pasada frente a mis ojos. Leo artículo por artículo, e incluso leo los pies de página en el que se menciona el nombre de quien tomó la foto o la marca de la falda que la modelo está usando.

Con todo y esto, no logro que mi banal lectura dure lo suficiente y termino con mi actividad mucho antes de que el sol comience a ponerse. Dot, la sirvienta, me llama a comer.

Pasta, carne y tarta de cereza. Todo un banquete calórico que no me llama la atención comer por el simple hecho de que, desde hace mucho tiempo, la silla al otro extremo de la mesa está vacía, recordándome que a excepción de Dot y Hex, yo soy la única que vive en esta casa… porque a final de cuentas los fines de semana Dot visita a su familia, al igual que Hex.

Todo el mundo tiene una vida, nadie está solo.

Empiezo a arreglarme para la fiesta cuando dan las ocho. Me doy un baño de burbujas con todo y aceites relajantes, me hago toda la rutina de belleza y escojo mi outfit con especial cuidado. Me moldeo el pelo con el secador y anudo unas trenzas en mi cabeza, atorándolas con horquillas. Empujo los zapatos de tacón de siete centímetros en mis pies y me aliso el vestido blanco que estoy usando.

Rose me mensajea:

"Puedo pasar por ti, si quieres"

"Ok. Gracias"

Acomodo mi ropa en las perchas y media hora más tarde, el chofer de Rose aparca frente a la casa. Bajo las escaleras.

–Voy a ir a una fiesta Dot. No llegaré tarde.

Dot sale corriendo de la cocina limpiándose las manos en el delantal– Pero mi niña, ¿y si el señor llega?

Tuerzo la boca– No lo creo. Lleva casi un mes que no se aparece por aquí. De todos modos no te preocupes, llegaré temprano ¿bueno?

En el auto, saludo con un beso doble a Rose, que parece una Barbie con todo y vestido rosa.

–Va a ser la fiesta del siglo –hace un gesto con las manos– Y todo el equipo de futbol del colegio de chicos va a estar ahí. ¡Qué emoción!

–¿Jacob estará? –pregunto distraída.

–¡Por supuesto! Le dije que tú irías.

Abro los ojos como platos y agarro a Rose por los hombros– ¿Que hiciste qué? ¡Santo Cielo, Rose! Tú sabes perfectamente que yo…

–Oye –murmura– Tranquilízate. Él no se va a enterar de nada. En la fiesta te encontrarás con Jacob, bailarás con él, te tomarás una buena cantidad de soda y tal vez te animes y le des un besito inocente. No vas a cometer ningún pecado, Bella. –Rueda los ojos y se cruza de brazos.

–Yo hice un juramento ante Dios, así que sí es un pecado.

–Está bien. Omite la parte del beso y no pasa nada.

–Dalo por hecho.

Una vez en la fiesta no tardo en encontrar el ancho pecho de Jacob Black. Alto, moreno, musculoso y con unos ojos oscuros para morirse. Me ofrece un vaso de refresco y tira de mi brazo hasta dejarme con él en la pista de baile.

–Te ves preciosa, Bella.

Me sonrojo un poco– El blanco es el color de la temporada, un poco de moda ayuda a cualquiera.

–Así estuvieras completamente vestida de negro en pleno verano, te verías igual de linda.

–Gracias Jake. Tú también luces despampanante.

–¿Te lo parece? Me puse lo primero que encontré.

Sonrío– Ese truco es viejo. No mientas. En realidad tardaste horas en producirte ¿no?

Me muestra su blanca hilera de perfectos dientes– Tal vez haya tardado una hora.

Alzo una ceja y tomo de mi refresco– No lo creo.

–Bien, tal vez haya tardado una hora y media… o dos.

Asiento– Aceptable.

Treinta minutos después estoy con los pies metidos en la alberca, viendo a Jake jugar al waterpolo con sus amigos del colegio. Un muy pequeño porcentaje de mi se está divirtiendo, en realidad encuentro más entretenidas las ondas azules del agua que cualquier otra cosa a mi alrededor. Hallo relajante el movimiento pausado y repetido de ésta, y la sensación ingrávida de mis pies dentro de ella.

Pienso en Edward. Hace tanto tiempo que no le veo que el dolor de su ausencia se ha convertido en algo físico en mí. Hago cosas de chicas para distraerme, y me hago la fuerte porque sé que Dot sufre cuando me ve derrumbarme, pero últimamente está siendo insoportable. Él jamás se había ausentado por tanto tiempo de casa, jamás me había ignorado en absoluto… jamás se había comportado de la manera en la que lo está haciendo y punto.

Saco los pies del agua y dejo que se sequen antes de volver a ponerme los zapatos. Me despido de Jake con la mano, y él me devuelve el gesto decepcionado, pero no hace nada por detenerme.

Encuentro a Rose hablando con un chico.

–Oye, ehm… Me voy –aviso– Y no te preocupes. Llamaré a Hex para que venga a por mí.

Rose entorna los ojos y se dirige al chico rubio frente a ella– ¿Me permites un momento?

Me toma del brazo y me lleva lejos un par de metros.

–¿Qué pasó? ¿Y Jake?

–Está en la piscina. Pasé un rato agradable pera ya tengo sueño, no he hecho los deberes y mañana hay escuela.

–¿Estás segura de que solo es eso? No te creo.

–De verdad. Ahora regresa con tu conquista y te veo mañana ¿vale?

Rose se muerde la mejilla y pone los brazos en jarras– Mándame un mensaje cuando llegues a casa, quizás podamos quedar para ir al cine.

–Te lo enviaré. Adiós.

Hex llega en diez minutos por mí y parece agitado. Se apresura para abrirme la puerta trasera del Mercedes y nos pone en el tráfico antes de que yo pueda ponerme el cinturón de seguridad.

–Uhm… ¿pasa algo? –inquiero, un tanto desesperada al saber que no voy a obtener respuesta.

Hex carraspea y con la mirada fija hacia el frente, responde:

–El señor Cullen llegó a casa veinte minutos después de que usted se fuera.

El corazón parece salírseme de su lugar y un nudo se instala en mi garganta.

–¿Él preguntó por mí? ¿Te… te mandó por mí?

Hex niega con la cabeza.

–¿Está enojado?

Repite el gesto. Entonces imagino lo peor.

–Llegó con una mujer ¿verdad?

Hex suspira y presiona sus manos alrededor del volante. Esa es toda la respuesta que necesito.

.

.

.

Me bajo del Mercedes y me quito los zapatos en el porche de la casa. Dot me abre la puerta antes de que toque el timbre y me recibe con una sonrisa.

–Hola, mi niña.

–¿En dónde está? –pregunto en un susurro muy bajo.

–En el comedor, una señorita está con él –murmura.

–Ya –bajo la cabeza– No le avises que llegué, no quiero importunarlo. Estaré en la habitación de invitados.

Dot cierra la puerta con sigilo y se va a la cocina.

Subo a mi alcoba para ponerme el pijama y lavarme los dientes, luego bajo a la primera planta y me meto en la habitación para invitados.

Una vez tapada con las cobijas hasta la barbilla, le envío el mensaje a Rose.

"Llegué a casa. Estoy bien"

La respuesta llega dos minutos después.

"Te veo en la escuela. Jake me está preguntando por ti! ;)"

"¿Qué le dijiste?"

"Que te sentiste enferma y te fuiste. Le invité al cine con nosotras y dijo que sí!"

"Rose! ¿Qué intentas hacer?"

"Solo es un coqueteo inocente! Deja de hacer preguntas. Hasta mañana :*"

Dejo el celular en la mesita de noche y me acuesto boca abajo para sofocar el sonido de mis lágrimas.

Edward está en casa y ni siquiera le he visto, no sé por cuánto tiempo va a quedarse y además está con otra mujer.

Los celos son como fuego en mi vientre, quiero golpear al mundo y desgarrarlo hasta que no quede nada.

Afortunadamente, la presencia de Edward en casa me hace que el insomnio de estos días me pase factura. Me quedo dormida rápidamente.

OoO

El despertador suena a las seis de la mañana, me toma un poco de tiempo recordar lo que sucedió a noche.

Mientras salgo de la alcoba, rezo para no encontrarme con él. Debo de estar terrible.

Encuentro el uniforme planchado y limpio sobre la percha, me apresuro a colocármelo y me sujeto el cabello en una coleta, cubriendo la goma elástica con otro mechón de pelo. Me pongo unos aretes en forma de lágrima de cristal y, en cuanto tengo la mochila en el hombro, me golpeo mentalmente. No hice los deberes y ahora tendré que hacerlos en el auto camino a la escuela.

Dot toca la puerta. Trae el desayuno.

Solo me tomo el jugo y me como una tostada.

–¿Él está allá abajo?

Dot niega– El señor no se ha levantado.

Por supuesto que no lo has hecho. Pienso.

–Me voy a la escuela.

–¿Quieres que te prepare algo especial, mi niña?

–No Dot. Gracias.

En el Mercedes hago la tarea de matemáticas en un santiamén, sin preocuparme por si los resultados son correctos.

En el salón, Rosalie termina de contarme lo que pasó en la fiesta:

Se besó con el tipo rubio, se prometieron verse el sábado en el cine y Jacob aceptó ir siempre y cuando yo también fuera. Susan Lowe, la chica sentada hasta el fondo, se cayó en la piscina y arruinó su vestido. Elena Wilson vomitó en el ponche y Rose la llevó a casa.

–Emocionante –digo cuando termina de hablar– A excepción de esa parte que nos incluye a Jacob y a mí en una sala de cine.

–¡Oh, vamos! Será divertido. ¿Qué otra cosa podrías tener que hacer?

Suspiro– Tal vez anoche Edward llegó a casa.

Rose se lleva una mano a la boca– ¿Es en serio?

Asiento con los ojos cerrados– Y no lo he visto siquiera. Ya sabes, pasa de mí. –Omito el hecho de que llegó con una mujer.

–¿No has pensado en incentivarlo?

–¡No! Alice me dijo lo mismo ayer, pero no voy a hacer eso. Sería como terminar de tirar a la basura mi dignidad. ¿Y qué si me rechaza? Todo habrá servido de nada.

–El que una mujer se ponga lencería sexy o encienda velas aromáticas por la casa no ha significado jamás, en la historia de una pareja, humillación. Al contrario, si lo haces y no funciona al menos sabrás que lo intentaste y que no sólo te sentaste a ver en primera fila como otra mujer con más agallas que tú te lo quita.

Me tapo la cara con las manos y comienzo a llorar– Lo estoy perdiendo, Rose. ¿Qué voy a hacer sin él en mi vida? Él es todo lo que yo amo, lo que yo quiero.

–Lucha, Bella. Ya te diste cuenta que con lágrimas no has logrado provocar ni una sola reacción en él. Prueba ser sexy.

–¿Y eso cómo se hace?

–Un toque inocente de vez en cuando, un escote más profundo de lo habitual, masticar lento… hay tantas opciones.

–¿Tú lo has hecho?

–No muy a menudo, pero sí. Y funciona.

–Claro que funciona –respondo– Tú eres una Barbie que respira.

–No digas tonterías. Toda mujer en algún punto de su vida necesita hacer un esfuerzo por el hombre que quiere.

–No puedo, Rose. No está en mí ser sexy. Soy demasiado… tímida para esas cosas.

Rose me alza una ceja– ¿Me vas a salir con que eres virgen?

El recuerdo de las manos de Edward sobre mi cuerpo me hace sentir escalofríos– Claro que no. He estado con Edward varias veces. Pero desde hace meses que… nada.

–No lo comprendo. Eres preciosa, Bella. ¿Cómo es que se puede resistir a tocarte?

–Tal vez terminé de hartarlo con mi inexperiencia. Él es muy… apasionado en ese sentido y jamás supe cómo estar a la par.

–No te menosprecies. ¿No crees que si Edward no supiera lo irresistible que eres te tendría en una escuela normal? Y en cambio te tiene en este colegio para señoritas para asegurarse de que ningún chico pueda verte.

–Ah, Rose. Es difícil… difícil.

.

.

.

Durante el receso me encuentro con Alice, a ella es a la única a la que le tengo la confianza suficiente. Ella es la única que sabe exactamente lo que está pasando en casa.

–¿Y la viste? –pregunta, inclinándose hacia adelante.

–¡No! Si ni siquiera le vi a él.

–Aún no logro comprender cómo es que puedes ignorar a una persona que vive en tu misma casa –musita pensativa y se toca la barbilla con el dedo índice– Debe de ser complicado.

–Para él no –mi voz suena como si dijera un reclamo.

–Ah… cariño ¿Qué puedo decirte yo? ¡No tengo idea de lo que debe hace en un matrimonio!

–Como debe ser –respondo con desgana. Justo como debe ser.

OoO

Al llegar a casa, súbitamente siento el impulso de echar a correr hasta mi cuarto, pero Dot se hace presente frente a mí con una sonrisa maternal.

–¿Quieres comer, mi niña?

Me siento en el comedor, estrujándome los dedos a escondidas bajo la mesa. Edward seguramente ya no está en casa, se habrá ido un par de horas después de mí a la empresa y ella… la mujer que trajo a noche, a ella la habrá llevado a su casa cuando ambos despertaron, el uno junto al otro. En la misma cama. Cama en la que yo no he estado por un largo, muy largo tiempo.

Dot llega con un plato de pastel de pollo recién hecho. Estoy por arrancarle el tercer bocado cuando el susurro de unos pasos me llega a los oídos. No me he percatado que estoy tan concentrada en mi plato de comida hasta que, por el ángulo de mi vista, veo que tengo la cabeza demasiado gacha.

Levanto el rostro y el tenedor se me cae de las manos, haciendo un estrepitoso ruido contra el suelo de madera. Me levanto de la mesa y me limpio la comisura de la boca con la manga de mi suéter.

–Baby –estoy entre sorprendida y asustada. Mi corazón late, por menos, tres veces por segundo. No le he visto en tanto tiempo, y está increíblemente guapo. Como si el estar lejos de mí le favoreciera estupendamente.

Tiene puesto un traje azul marino y camisa blanca abierta dos botones, sin corbata. La barba de tres días lo hace lucir increíble y endurece sus, ya de por sí, cuadrados y perfectos rasgos; sus ojos verdes, brillantes como dos esmeraldas. Se ve radiante; sin sombras oscuras alrededor de sus ojos, sin tristeza en su corazón.

Él no me extraña. Duerme igual de bien cerca o lejos de mí. En cambio yo…

Avanza hasta apartar la silla al otro extremo del comedor, ya no me está mirando.

–Sigue comiendo –ordena con timbre oscuro. Parece estar enojado.

Me inclino y recojo el tenedor, tomo asiento de nuevo y pincho el pastel con un nuevo cubierto, aunque sé que ya no seré capaz de comer un bocado más. Edward imita mi movimiento y suelta el botón del saco para poder sentarse con los brazos apoyados sobre la mesa. Sus ojos me queman, puedo sentir que me está mirando.

–¡Dorotha! –grita hasta que el sonido hace eco.

Dot aparece de inmediato con el plato en sus manos.

–¿Gusta vino, señor Cullen?

–Tinto –responde distraídamente, cortando el pastel con tenedor y cuchillo. Mastica elegantemente. Es como si todos sus movimientos fueran medidos, como si su persona entera se rigiera por la marca del traje que está usando.

Todos deben de pensar en él como el perfecto caballero. Siento una súbita alegría al saber que nadie le conoce como yo, a pesar de todas esas mujeres con las que se acuesta. No. Ni siquiera ellas.

Me pica la lengua por preguntar, por saber dónde ha estado, por simplemente hacer que hable conmigo. Pero siempre he sido muy tímida ante él, no puedo llevar la iniciativa.

Luego de diez minutos en completo silencio, recargo las manos en el borde de la mesa y me empujo hacia atrás. Me levanto.

Añoro que él me pida que me quede, pero por supuesto no lo hace y me deja seguir, libre, mi camino.

Una vez en mi habitación, marco el número de Alice.

–Está aquí –murmuro luego de que ella me pregunte si lo he visto–. Pero solo me ha dirigido un par de palabras, y no para saludarme, si no para darme una orden.

–¿No has pensando que quizás él quiera que ésta vez seas tú la que tome el control? Él es un hombre de negocios, cariño. Tiene que estar dando órdenes todo el tiempo, ¿te imaginas el peso que carga sobre sus hombros? Tal vez solo quiere liberarse contigo, dejar de ser responsable por lo menos una vez.

–Él adora tener el control, Al. Lo encuentra terriblemente estimulante.

–No seas fatalista. ¿A dónde quieres llegar? Sé que en el fondo crees saber la razón de su comportamiento. Piensas que él ya no te quiere.

Sus palabras son como dagas que me rebanan la piel centímetro a centímetro. Una cosa es pensarlo y otra escucharlo directo de los labios de otra persona.

–Es así ¿verdad? –me limpio una lágrima con el dedo índice– Claro que es así –continúo– ¿cómo podría él…?

–Me has contado la historia, cariño –Alice me habla como seguramente una madre lo haría, y ella solo es un año mayor que yo– Y encuentro muy difícil que Edward deje de amarte. El amor no aparece de la noche a la mañana, y tampoco desaparece de ese modo. Pregunta Bel, habla con él. Tal vez te lleves una sorpresa.

–No puedo. Es como si la lengua se me enredara en un nudo cuando lo tengo en frente. Hoy, durante la comida, tuvimos todo el tiempo del mundo para hablar, pero nadie lo hizo. Él no quiere saber más de mí, Al. Y yo me siento incómoda con el hecho de que tal vez solo está conmigo por lástima, para no desampararme. Él sabe que yo sin él, literalmente, no tengo ni en donde caer muerta.

–¿Vas a dejarlo ir?

Asiento con la cabeza, como si ella pudiera verme.

–Hasta que él me lo pida, no antes.

–Sabes que yo estoy aquí ¿verdad?

–Claro Al. Y gracias por eso.

–Hablando de otra cosa, Rose me contó a cerca de tú y Jacob en la fiesta –hace un chiflido– Ese chico está que se muere por ti, Bella.

Suspiro– Sí… Él es muy… lindo. Se portó muy bien conmigo anoche. No me presionó a nada y fue muy tierno.

–Rose me dijo que los había visto mientras él te daba un masaje en los pies, en la piscina.

–Ajá. Tiene unas manos muy grandes, pero muy suaves. Supo exactamente lo que debía tocar.

–Wow. Qué sexy. ¿Le devolviste el favor?

–¡Claro que no! ¡Dios! ¿Cómo puedes pensar eso?

–¿Qué? No hubieras hecho nada malo.

–Él me hizo creer lo contrario. Hizo todo bastante íntimo…

–¿Vas a ir al cine con él?

–Hum. No lo sé. No quiero que Jake piense algo que no es.

–Solo será una salida de amigos. Rose, su chico, yo, mi chico…

–Eso suena a una salida de parejas, y no pasará. Tengo que colgar. Debo hacer la tarea.

Casi puedo ver a Alice poniendo sus ojos en blanco– Ah… la responsable Bella. De acuerdo. Cuídate ¡y ni pienses que no irás a esa cita!

–¿Lo ves? –digo, como un detective que hubiera atrapado al ladrón– ¡Tú misma lo has confesado! ¡Eso es una cita!

–¡Agh! ¡Te odio! –se ríe– ¡Cita, salida de amigos, como sea! ¡Irás!

–Sí Al. Y Santa Claus existe. Te veo –mando un beso telefónico antes de colgar.

Me apresuro a cambiarme el uniforme y echarme sobre el estómago en la cama para hacer la tarea. Como siempre, estoy escuchando música.

Alice y Rosalie han dejado el nombre de Jacob en mi mente. Es un coqueteo inocente el que tenemos ¿no? Yo en realidad no puedo tener nada con él, tampoco es que quiera. Él es como un amor platónico o algo así. Soy una chica y tengo 16 ¡obviamente que me gusta alguien del equipo de futbol!

Las mariposas de angustia no dejan de hacer presencia en mi cuerpo. Edward está a metros de distancia de mí… sería tan fácil tocarlo. Me imagino a mi misma bajando las escaleras, buscándolo y encontrándole en el estudio. Le diría "Hazme el amor, baby" ¿Qué haría él? ¿Se reiría en mi cara y me rechazaría? ¿Me tomaría entre sus brazos y me tumbaría en su escritorio? Tan solo pensar en la primera opción me hace sentir escalofríos. El que Edward me rechace sería la gota que derramó el vaso. Lo último que yo soportaría.

Me concentro en la tarea, termino con ella cuando ya es de noche, y de nuevo el viento sopla y agita las copas de los árboles.

Dot toca a la puerta y me avisa que la cena ya está lista.

–¿Y el señor Cullen?

–Él está en su estudio, mi niña. No creo que quiera cenar.

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Una vez sentada en la mesa, extiendo la servilleta en mis piernas y me tomo el vaso de leche como si fuera agua.

–Buenas noches.

Parezco una idiota cuando escupo un poco de leche en la mesa debido a la sorpresa, me apresuro a limpiar el desastre con mi servilleta. Lo veo con ojos de disculpa y me apresuro a comer mi cena a bocados grandes.

Él no hace otra expresión y mastica su filete lentamente. Mi respiración sale entrecortada ante la imagen. Edward es sexy siempre y en todo sentido. Cada poro de mi piel está despierto, como si todo mi ser lo sintiera y se pusiera a su disposición. Pero hace tiempo que a él ya no le importa eso.

Cambió mi cuerpo joven y sin gracia por unos más generosos y tonificados. Ah, baby… Te echo de menos.

Aún no me he terminado ni la mitad del plato cuando mis ojos pican. Oh no. Voy a llorar. Diablos, diablos. Carraspeo en un intento por empujar las lágrimas dentro de mí otra vez y me levanto de la mesa.

–Ehm… Buenas noches –meto mi silla en su lugar y me retiro.

En las escaleras, las lágrimas ya bañan mi rostro. Estar cerca de Edward, sabiendo que él ya no me quiere es… difícil.

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Me despierto en la madrugada. Estoy inquieta y hay algo que me causa desesperación, y un profundo dolor. Sé exactamente qué es, pero no quiero recordarlo a cada exhalación.

Me entran unas ganas tremendas de leer Anna Karenina, supongo que me siento identificada con la esposa de Nikolai. Teniendo que sufrir la traición de su marido mientras él no siente el más mínimo afligimiento.

Con las pantuflas y el pijama puestos, bajo las escaleras a tientas. Todas las luces ya están apagadas.

Me cuesta un poco de trabajo encontrar la puerta del estudio, que a la vez es la biblioteca de la casa, y en el camino casi tumbo un jarrón. La puerta está cerrada, lo que me asegura que Edward no está dentro.

Tiro de la manija y entro.

Maldita sea.

Edward está frente al ordenador, tecleando como un loco. Alza su vista y me mira por entre sus pestañas. Desando un paso.

–Hum. Lo siento. Yo solo quería… solo necesito…

Edward no me responde nada, por lo que decido que entraré lo más rápido que pueda, tomaré el libro (que sé exactamente en dónde está) y me iré de inmediato.

Me pongo en puntillas para poder alcanzar el escrito, una vez que lo tengo en mis manos me doy la vuelta.

–Jesús –jadeo y sostengo el libro fuerte contra mi pecho, mientras choco contra la madera. Edward está a cinco centímetros de mí y me encarcela entre sus brazos, uno a cada lado de mi cabeza.

–Veo que ese colegio católico en el que te tengo está rindiendo frutos.

Se me ha olvidado respirar. Desde que llegó, hace técnicamente dos días, es la frase más larga que me ha dirigido.

–Me… asustaste.

–Puedo notar eso –acaricia la contraportada del libro que sostengo contra mí– Quizás deba darte un masaje para que me pierdas el miedo.

–¿Hum? –frunzo el ceño.

Edward atrapa su lengua entre los dientes. Dulce Señor. Quiero besarlo.

–Ayer en la fiesta. Jacob y sus manos, tú en una piscina.

¿?¿?

Entorno los ojos– ¿Cómo…?

–¿Importa?

Centro mi vista en mis manos sobre el libro– No fue… nada.

–¿Y por eso saldrás con él el fin de semana?

–Escuchaste mi llamada –murmuro casi retóricamente– ¿Estás enfadado?

–No vas a ir a esa cita ¡Joder que no! –no sería raro que de un momento para otro el iris de sus ojos se viera reemplazado por fuego incandescente.

–No iba a hacerlo. Lo prometo.

Niega con la cabeza, recogiendo sus labios en una mueca de desagrado– No me basta. Quiero que lo jures.

–Pero jurar es pecado.

Cierra los ojos– Carajo. Me vuelves loco.

Abrazo mi libro con más fuerza– Lo lamento. No ha sido mi intención. Y, si tanto te acongoja, no volveré a dirigirle palabra a Jacob.

–Maldita sea. Hablas como si fueras de otra época. Y te muestras totalmente sumisa…

–Juré ante Dios hacer todo lo que estuviera a mi alcance para hacerte dichoso, y así lo hago.

–¿Qué pasó contigo, Isabella? ¿Ya no soy más tu "baby"?

Reacomodo mi peso sobre mis pies– Te llamé así durante la comida y no recibí respuesta de tu parte, así que pensé que ya no te gustaba que te dijera así. Tal vez lo consideras muy infantil y… no quería hacerte sentir incómodo.

–Dilo –flexiona sus brazos y queda más cerca de mí.

Estoy a nada de perder la mesura y abalanzarme sobre él.

–¿Hum?

Baby –jadea– Dilo con esa dulce vocecita tuya.

¿A qué está jugando? Escuchó mi llamada, así que escuchó absolutamente todo lo que siento a cerca de él. Y es humillante. Ahora está jugando conmigo y yo soy la tonta que se deja.

–Baby –susurro, conteniendo el aliento.

–Joder, sí –dice cerrando los ojos un segundo con los dientes apretados– Justo así.

Dulce y sagrado Jesús. Necesito aire.

Baja las manos y uno de sus brazos me rodea la cabeza, inclinando hasta dejar mi cuello expuesto. Respiro por la boca para no caer.

Sus labios, húmedos y tibios, recorren el camino desde la parte trasera de mi oreja hasta el hombro. Está tomando todo de mí no dejar caer el libro, a penas tengo fuerzas.

Pronuncio el inicio de un gemido que termina siendo un suspiro. Edward cierne la mano en la curva de mi cintura para acercarme a su cuerpo mientras la mano que tiene en mi cabeza sujeta mi cabello y tira suavemente hacia atrás. Comienza un nuevo beso en mi barbilla y termina en el hueco de mis clavículas. Empuja la tela del camisón para dejar el otro hombro descubierto.

–Suelta ese libro, cariño –murmura.

Pongo el libro en alguna parte detrás de mí con manos temblorosas que se instalan en la parte superior de su pecho para poder desabrochar su camisa.

En cuanto termino con los botones guío mis manos a su pecho y acaricio su espalda; justo en el momento en que él sube el dobladillo del camisón hasta mi cadera y las yemas de sus dedos rozan el borde de encaje de mis bragas.

–Tu dulce, dulce sexo –gruñe– Toda la casa huele a él –aparta la tela hacia un lado y atrapa mi botón entre su pulgar y su dedo medio. Comienza a moverlo como si estuviera dándole algún tipo de masaje. Las piernas me fallan y Edward me envuelve la cintura para sostenerme en mi lugar.

«Te sientes deliciosa –musita– suave, perfecta. Justo como lo recordaba»

Estoy segura que si sigue hablando así no duraré mucho tiempo.

La palma de su mano se extiende por completo en mi sexo, abriendo mis pliegues y esparciendo mi humedad por todas partes. Me sostengo de sus hombros y echo la cabeza para atrás.

–Hhm, baby. Sí –jadeo.

Las puntas de sus dedos vuelven a colocarse en mi nudo de nervios y se mueven en círculos irregulares y rápidos. Abro mis ojos y gesticulo un grito. Oh Dios de los dioses.

–Quiero que te vengas, cariño –dice con la boca pegada a mi mejilla– Quiero que te vengas gritando mi nombre.

Estoy temblando, y las contracciones en mi centro comienzan leves, haciendo presente lo inminente. Veo luces de colores cuando Edward sumerge un dedo dentro de mí, tocando el dulce punto que sólo él conoce; la palma de su mano manteniendo los círculos en mi clítoris.

«Joder. Estás tan cerrada –muerde mi lóbulo– No puedo esperar a estar dentro»

Acaricio su pecho y paso el brazo por su cuello, obligándolo a inclinarse hasta quedar a mi altura.

–Yo tampoco, baby –le doy un beso necesitado, que me devuelve con la misma pasión– Te quiero dentro. A ti. Sólo a ti.

Me muerde el labio inferior y tira de él un poco hasta soltarlo.

–Por supuesto que solo a mí –gruñe– Tu sexo solo fue hecho para mi placer, me pertenece. Solo a mí, solo a mí.

Oh. Lo he extrañado tanto y por tanto tiempo que quiero abrazarlo. No te vayas, baby. No te vayas nunca.

Unos cuantos movimientos más y me retuerzo contra su mano, contra su pecho fuerte y pálido. Llego al orgasmo en una oleada tan tremenda que por un momento se me nubla la vista, mientras me sujeto fuerte a sus hombros.

Me mete dos dedos en la boca mientras grito su nombre, me mira fijamente y creo que sus ojos van a encenderme fuego. Tiene los labios entreabiertos y parece jadear.

Me recupero, jalo aire a mis pulmones y lentamente deslizo las manos fuera de su cuerpo.

Jadeo ante la sorpresa cuando me toma los lados de la cara y me da un beso típico de una película romántica sabatina.

Algo dentro de mí se une de nuevo. Muy seguramente mi corazón.

Me acaricia la espalda y enreda los dedos en mi cabello para momentos después ponerlo en su nariz.

–Ven conmigo, Bella –su voz de mando no está aquí, parece estar pidiendo un favor– Necesito pasar toda la noche contigo.

OoO

Espero que os haya gustado. El capi 2 ya está casi listo.

Dejen sus revises y alerts.

Un beso.

Amy Welch.