Disclaimer: Ni Los Juegos del Hambre ni sus personajes me pertenecen; son propiedad de Suzanne Collins.


Capítulo treinta

El sonido de sus nudillos golpeando la puerta resuena en el pasillo desierto. Lo hace tres veces, igual que siempre, anunciándose. Igual que siempre no recibe respuesta alguna, así que se limita a quedarse parado frente a ella, apoyándose en el bastón nuevo que le han dado.

Algunas heridas todavía escuecen, pero no le importa demasiado. Los parches de piel más clara que el resto apenas son visibles utilizando el uniforme gris del distrito trece. Sí se notan algunas quemaduras en su rostro, sin embargo no son nada trascendental. Probablemente queden algunas cicatrices, y va a llevar un buen tiempo antes de que los parches de piel tomen el mismo color que el resto, pero no importa. Está vivo.

Pasa media hora hasta que la puerta finalmente se abre. Peeta, apoyado en su bastón frente a ella, no parece notarlo. De hecho no parece notar muchas cosas. El pinchazo que siente en la prótesis cada mañana cuando se levanta ha quedado olvidado, igual que la picazón que a veces le genera la piel nueva. La expectación crece para finalmente terminar desapareciendo, como un globo que se infla tanto hasta terminar explotando.

Suelta un suspiro decepcionado cuando ve salir a Prim con la misma expresión de siempre.

Culpa.

— Está muy cansada — es todo lo que dice la niña de trenzas rubias con una sonrisa culpable que no le llega a los ojos.

Peeta asiente, cansado. Otra vez la misma excusa, y sin embargo no tiene fuerzas para culparla del todo. Katniss, al igual que él, ha sufrido bastantes quemaduras, algunas un poco más graves. Tardó dos días enteros en despertar y desde entonces la respuesta siempre ha sido la misma. Una puerta cerrada y luego Prim saliendo con alguna excusa. Cansancio, dolor, a veces simplemente malhumor. Katniss, según le ha dicho su hermana pequeña, no ha emitido ni una sola palabra desde que despertó, pero aún así se hace entender perfectamente.

No quiere verlo.

— Oye Peeta… — Prim comienza suavemente. Son sus ojos azules repletos de lágrimas sin derramar los que lo devuelven a la realidad.

— No pasa nada Prim —. Se esfuerza en dibujar una sonrisa y, aunque tan solo logra una pequeña, el rostro de la niña se relaja visiblemente —. Volveré mañana.

— Realmente lo siento.

— No es tu culpa Prim — repite —. Yo también estoy cansado, regresaré a mi habitación. Hasta mañana.

— Hasta mañana.

Se marcha lo más rápido que su pierna se lo permite, sin mirar hacia atrás. Dobla a la derecha y se sumerge en el océano de pasillos elegantes y sinuosos que resultó ser la mansión del ex presidente Snow, hasta llegar a la habitación que le han asignado. La mansión es tan grande que la mayoría de los rebeldes han terminado alojados allí, mientras esperan por el juicio y la ejecución del tirano que gobernó Panem durante tantos años.

Y aunque la mansión en sí misma es un lujo con el cual la mayoría de ellos nunca llegó a soñar siquiera, en estos momentos no le genera interés alguno. Otrora quizás le generase repulsión, pero ahora es simplemente una sensación de vacío que nada, ni todos los lujos que aquellos muros revisten, pueden llenar.

Cuando llega a su habitación se tira en su cama intentando olvidar la mirada de Prim, porque cada vez le resulta más insoportable. Día a día se repite a sí mismo que la niña no tiene la culpa de nada, pero las ganas de gritarle que deje de mirarlo de esa forma son cada vez mayores. Prim no tiene la culpa de nada, pero su mirada, llena de culpa y condescendencia lo saca de quicio.

Cada vez que se ve reflejado en aquellos ojos azules, tan distintos a los propios, siente una tristeza infinita y una sensación de vacío equivalente. Le recuerda todo aquello que daría la vida por olvidar.

Que Andrew ha muerto y Katniss no quiere verlo más.

Ha pasado una semana y su mente no deja de repetir los hechos. Cada vez que cierra los ojos ve lo mismo: a Andrew tirándose sobre Katniss, las bombas explotando, a su amigo muriendo, funcionando como escudo humano de la chica que ama. Entonces entiende un poco a Katniss y por qué no quiere verlo.

Se siente culpable.

¿Cómo sabía Andrew lo qué pasaría? Es un misterio, igual que el por qué de sus acciones. Aquel chico bromista, que nunca tomaba nada en serio y que cada vez que veía a Katniss soltaba algún comentario irónico con el único fin de ponerla incómoda. Aquel muchacho al que había prometido que podría irse con ellos, no importaba a donde fuesen.

Ya no van ir a ningún lado. Ni siquiera Katniss y él.

Por la noche las pesadillas llegan con mucha más fuerza que antes. No bastó ver su distrito arder y quemarse hasta los cimientos, no bastó ver a cientos de ciudadanos ser aniquilados simplemente por vivir en un lugar diferente, por haber crecido con ideales diferentes a los suyos. Ahora los recuerdos son mucho más vívidos, y cada vez que cierra los ojos aparecen frente a él como luces brillantes de las que no puede escapar. Gritar no sirve de nada, si no hay nadie que lo escuche.

Sin embargo por la mañana, después de dejar intacto el desayuno que les sirven en una de las cocinas, se encuentra de nuevo frente a la habitación de Katniss, golpeando tres veces la puerta.

Prim sale con la misma mirada de siempre, como si fuera una especie de siniestro dejavú.

— ¿Podemos hablar? — le pregunta con timidez, como si él fuese a gritarle. Quizás haya sido demasiado evidente; quizás debió controlarse porque después de todo Prim no tiene la culpa de nada.

Nuevamente se siente una persona horrible.

— Claro.

Caminan juntos un buen trecho, hasta salir del área que han montado como hospital. Llegan a uno de los salones y salen por una puerta lateral directo hacia los jardines. Los recibe un día frío, pero soleado. A su alrededor la nieve se está fundiendo y en los rosales poco a poco la escarcha se derrite. Peeta no puede evitar preguntarse cómo es que las rosas han sobrevivido, algo totalmente impensable con aquel clima. Cuando se gira a ver a Prim descubre que ella también las está mirando con una mirada un tanto curiosa.

— Son demasiado antinaturales — comenta ella en un susurro, como si temiera que las flores la escucharan —. Y sin embargo no dejan de ser rosas.

Él no puede evitar pensar en la gente del Capitolio, con sus modas extrañas y las alteraciones que hacían en pos de ellas. Ellos tampoco dejaban de ser personas, ¿y al final de qué valió?

— ¿De qué quieres hablar Prim? — pregunta sonando quizás demasiado brusco.

— Ya lo sabes. De Katniss. Y de mí. Creo que ya lo sabes, pero mi intención es ir al distrito cuatro, donde van a montar un hospital y una universidad. Allí podré formarme como médica y mamá tendrá un empleo relacionado con lo que sabe hacer.

Lo sabía, pero eso no evita que la noticia le caiga como un balde de agua helada.

— ¿Me estás pidiendo permiso para llevarte a Katniss, Prim? — pregunta Peeta con tono escéptico. Por primera vez en el día se le escapa una sonrisa, aunque triste —. Sabes que tu hermana no ha querido verme desde que la guerra ha terminado y que no hay forma en el mundo de impedir que ella vaya contigo.

Prim lo interrumpe antes de seguir, negando con la cabeza.

— No te estoy pidiendo permiso para llevarme a Katniss a ningún lado Peeta. Te estoy pidiendo que la lleves contigo.

Y, aunque se ruboriza un poco al sentir la mirada inquisitiva de Peeta, continúa con firmeza, como si tuviera algo más que trece años.

— No voy a dejar que Katniss arruine lo que tenía contigo, por más necia que sea. Si insiste en seguir culpándose por algo en lo que ella no tuvo nada que ver será tu tarea convencerla de lo contrario. Váyanse al doce, dicen que lo van a reconstruir. O a donde ustedes quieran. Pero no voy a dejar que mi hermana sea infeliz a mi lado culpándose de la muerte de Andrew cuando puede ser feliz contigo.

La sola mención de Andrew hace que algo se remueva en el pecho de Peeta, y en cuestión de segundos se encuentra abrazando a la no tan pequeña Prim como si la vida se le fuese en ello. Incluso se permite llorar, algo en lo que no había hecho desde hacía tiempo. Se aferra a Prim como si fuese un náufrago aferrándose a la tabla que salvó su vida.

— Eres la hermana que nunca tuve — le dice cuando las lágrimas lo dejan hablar.

— Y tú el hermano que yo no tuve — responde Prim riendo —. Pero no se lo digas a Katniss, no vaya a ser que se ponga celosa.

— Prim, yo entiendo tus buenas intenciones pero…

— Va a ser tu tarea convencer a Katniss de que te acompañe, y si no, llevarla por la fuerza — le dice Prim con una risita. Esta vez sus ojos también sonríen —. No digo que vaya a ser fácil, pero ella te ama. Ahora ve. He dejado la puerta sin llave sin que ella se diera cuenta.

Se marcha no sin antes abrazar de nuevo a Prim, sintiendo que se ha sacado un peso de encima. El recuerdo de Andrew va a seguir ahí, probablemente lo haga por siempre, pero ya no será una carga.

Su amigo Andrew, quien dio su vida por él en cierto modo, porque comprendía que sin Katniss no habría nada para él.

Ahora es su deber convencer a Katniss de ello.

.

Katniss se sobresalta cuando la puerta se abre bruscamente. Abre los ojos y al instante se arrepiente y los vuelve a cerrar, pero ya es demasiado tarde. No tiene caso fingir que está dormida porque Peeta ya vio que no lo está, y no tiene el valor suficiente para echarlo, aunque está bastante segura de no querer verlo. Al menos es lo que sigue insistiendo en decirse a sí misma, aunque su corazón repiquetee con fuerza debido a la presencia del chico del pan.

Con un poco de esfuerzo se incorpora sobre la cama hasta quedar sentada, con la espalda apoyada en el respaldo. Mientras observa a Peeta, que se mueve lentamente hasta sentarse en una silla a su lado, aquella que suele ocupar Prim. Su cercanía la abruma pero no dice nada. No dice nada pero lo mira, intentando que sus ojos transmitan todo aquello que no se siente capaz de poner en palabras. Sin embargo nunca ha sido buena en ello.

Empieza a impacientarse cuando Peeta no dice nada, pero ella no va a ser quien rompa el silencio. Aunque los médicos han dicho que su garganta no se encuentra dañada no ha podido emitir ni una palabra desde que despertó. No se siente capaz; no puede.

Se dedica a mirar a Peeta fijamente, examinando las heridas de una guerra que ninguno de los dos quería pelear, pero en la que terminaron involucrados. A pesar de que el uniforme cubre la mayor parte de su cuerpo nota las quemaduras en sus manos y la forma en que su mano derecha tiembla un poco al sostener el bastón. Los ojos se le llenan de lágrimas.

Peeta debe notarlo, porque se acerca a ella y con sus pulgares limpia una solitaria gota.

— No llores Katniss — le dice en un susurro estrangulado —. No fue tu culpa.

Y, aunque Katniss no sabe a ciencia cierta si se refiere a la guerra, a sus quemaduras o a Andrew, sus palabras hacen que finalmente estalle.

Primero se larga a llorar ella, sin pararse a pensar en lo mucho que detesta llorar, porque siempre le pareció que los alaridos que emite al hacerlo son algo más animal que humano, algo que siempre le pareció vergonzoso. Luego lo hace él, y Katniss siente que el corazón se le desgarra por dentro con cada lágrima derramada, con cada sollozo emitido.

Porque es su culpa. Peeta perdió a toda su familia y ella lo único que hizo fue encargarse de quitarle lo más cercano que tenía a una.

Llora hasta que las lágrimas se acaban mientras se aferra a él, desesperada. Sabe que debería apartarse, porque no lo merece, pero no puede evitarlo. Él la sostiene como si nunca fuese a dejarla ir, como si ella lo mantuviera anclado al mundo. Aun cuando ella destruyó lo último que le quedaba de mundo.

— No — le dice Peeta cuando nota sus intenciones de romper el abrazo —. No voy a dejar que te vayas de nuevo Katniss. No hagas que su muerte haya sido en vano.

— Andrew.

Es la primera palabra que pronuncia desde aquel fatídico día en que la guerra terminó, y siente que quema contra su garganta. Peeta toma sus manos entre las suyas y de esa forma evita un nuevo ataque de nervios. La culpa sigue corroyendo su corazón, pero los ojos de Peeta se encargan de decirle una y otra vez que él no la culpa por lo sucedido. Que juntos pueden afrontar cualquier cosa.

Y ella le cree.

.

Desde entonces los días parecen diferentes, y las heridas comienzan a sanar más rápido. Luego de cinco días se anima a hacer el primer intento y levantarse de la cama. Pasan varios días más hasta que finalmente puede salir a dar un paseo, acompañada de Peeta y Prim. Los parches de piel nueva ya empezaron a cicatrizar y, aunque pican demasiado a veces, poco a poco están pasando a formar parte de su piel. No le gustan, así que se asegura de cubrirse lo más posible con el uniforme del trece.

Poco a poco se va enterando de todas las cosas que no quiso saber cuando la guerra terminó. Finnick Odair ha muerto, lo que le genera una punzada de pena a pesar de que no se conocían demasiado. Johanna se la pasa vagando por la mansión, desquiciada. Le dice a Prim que le gustaría verla, pero sabe que la vencedora no va a recibir visitas, por más que sea ella. La guerra le quitó una de las últimas personas que le quedaban, y ahora vive simplemente por la promesa de matar a Snow, en la ejecución que pronto se avecina. Se prohíbe sentir pena por ella, porque sabe que Johanna lo odiaría. Quizás algún día sus caminos vuelvan a encontrarse, se dice, cuando estén menos dañadas.

Coin ocupa el lugar de Snow. Y, aunque todos sabían que aquel sería el rumbo natural de la historia, se dice que hay mucha gente disconforme. Luego de la ejecución de Snow les dijeron que podrán regresar al trece. Katniss no puede evitar sentirse aliviada. La mansión de Snow no le gusta, la presencia del ex presidente está impregnada en cada rincón, y todo ese lujo parece una burla para aquellos que como ella nunca vieron nada más que pobreza y desolación. Además apesta a rosas, no solamente el jardín, sino toda la casa.

Por primera vez pensar en el trece como su hogar no le resulta tan desolador.

— Buttercup debe extrañarte — le dice a Prim un día, mientras su hermana revisa pacientemente sus parches de piel. — Ese gato apestoso se va a alegrar cuando regresemos. Quizás podamos regresar pronto al doce, van a reconstruirlo y podemos ayudar…

Prim le dedica una sonrisa leve y continúa con su tarea. Revisa cada parche y remueve la piel seca, que poco a poco se va saliendo. Katniss no nota sus manos temblorosas. Cuando termina se vuelve a poner el uniforme. Levanta la vista y se sorprende de ver a su hermana parada, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo. Inmediatamente se preocupa.

— ¿Qué sucede patito?

Prim espera unos segundos antes de contestar en voz baja, con la mirada todavía clavada en el suelo.

— Mamá y yo no regresaremos al distrito doce — dice despacio, casi con cautela. Luego las palabras salen como un torrente de su boca —. En el cuatro van a montar un hospital grande, con escuela de medicina incluida, donde mamá podrá trabajar y yo estudiar y además Annie Cresta está embarazada y necesita toda la ayuda posible ahora que Finnick no está…

Continúa hablando por varios minutos más, pero Katniss ya no la está escuchando. Solamente sus primeras palabras han quedado grabadas en su mente. Las repite varias veces, intentando encontrarles un sentido. Finalmente lo logra.

Su madre y Prim la abandonan. No piensan volver con ella.

— Vete.

.

— No estás siendo justa con ella Katniss — le dice Peeta con cansancio, por enésima vez.

Ella simplemente lo ignora y mantiene su mirada fija en el techo. Desde que Prim le ha soltado la bomba no ha vuelto a levantarse, pero mañana tendrá que hacerlo. El juicio ha llegado a su fin y Snow será ejecutado en el balcón de su mansión, ese mismo que usó durante tantos años para dar escabrosos discursos, ejerciendo su reinado mientras la mayoría del pueblo moría de hambre.

Luego todos podrán regresar al distrito trece, desde donde serán reubicados.

Katniss ni siquiera puede pensar en ello sin que la rabia la llene, sin que las ganas de gritar lleguen. Sin embargo se traga sus lágrimas y sus gritos. Se siente irracional, caprichosa como una niña. Sabe que no está siendo justa, pero le cuesta dejarla partir.

— Pensé que cuando la guerra terminara volveríamos a casa y haríamos que todo vuelva a la normalidad — le dice a Peeta, y se avergüenza, porque suena como una niña teniendo un berrinche.

Él sonríe y le acaricia la cabeza con suavidad. Está acostado a su lado y aunque la cama resulta algo pequeña para los dos, su presencia resulta lo más reconfortante en ese momento.

— No puedes impedir que Prim crezca, Katniss. Si no quieres acompañarla vas a tener que dejarla partir, porque es lo que ella quiere. Además no es como si nunca más fueran a verse. No debes temer por ella, es una niña inteligente y madura. Y tiene a tu madre.

Katniss frunce el ceño.

— No es por ella por quien temo — farfulla con tono malhumorado.

— ¿Entonces?

— Temo por mí. Y más aún por ti.

— ¿Por mí? — pregunta Peeta con tono divertido —. ¿Por qué por mí?

— Porque no tienes a nadie más que a mí.

Peeta la mira con algo parecido al reproche por unos segundos y luego, inexplicablemente, sonríe. Le sonríe con la boca y con los ojos, como una promesa de que todo irá bien. Él también tiene miedo, pero le promete que juntos van a poder enfrentar todo.

— Con eso es más que suficiente.

Y sella la promesa con un beso que parece interminable. Ambos desean que lo sea.

.

La guerra como tal termina el día de la ejecución, cuando Johanna clava su hacha en el pecho de la presidenta Alma Coin en lugar de en el de Snow. Una comandante del distrito ocho es elegida presidenta mediante votaciones y después del juicio de Johanna, en el que Katniss declaró diciendo que la vencedora había quedado demasiado traumada y desquiciada luego de ser sometida a tantas torturas, todos regresan al distrito trece. Sin embargo ya no hay horarios para imprimir con tinta morada en la piel, y las actividades comienzan a controlarse un poco menos. Es un buen cambio, se dice Katniss, que ha regresado a sus labores de rotulación de medicamentos en el hospital. La gente, a pesar de sus pérdidas, luce un poco más relajada.

Un largo mes pasa antes de que los dejen marchar definitivamente. Primero deben anotarse en un listado junto a las demás personas que quieren volver y luego tienen que completar todo tipo de formularios, como si estuviesen yendo a un lugar desconocido. Katniss protesta y protesta, pero rellena cada formulario con la esperanza de estar pronto en su casa.

Claro que su casa tal y como ella la conocía ya no existe. Les son asignados nuevos hogares, y tanto Katniss como Peeta se sorprenden al comprobar que su nuevo hogar está ubicado en la Aldea de los vencedores, justo al lado de la casa de Haymitch Abernathy, una especie de compensación por haber participado ambos de manera activa en la guerra. Peeta tiene que soportar el mal humor de la chica durante varios días por ello, y convencerla de no elevar una queja, ya que de ese modo tendrían que soportar más papelerío. Finalmente Katniss acepta, aunque no se cansa de repetir hasta el cansancio que espera que ese borracho viva encerrado en su casa y no los moleste.

El día de la despedida es sin duda el más duro. Katniss llora y se arrepiente un poco mientras abraza a Prim. Luego desvía la mirada hacia Peeta, que espera con una sonrisa su turno de despedirse. A su lado su madre mira a sus hijas con algo de nostalgia, pero con una sonrisa en los labios también.

— Promete que no te meterás en problemas — le pide, más bien le suplica mientras la abraza fuertemente.

— Lo prometo — responde Prim con una risita, aunque también llora —. Tú promete que estarás bien. Sabes que cuando quieras puedes venir a visitarnos.

Katniss asiente, y con una mano intenta limpiar las lágrimas que corren por sus mejillas. Dejar ir a Prim es muy doloroso, aunque sabe que más doloroso sería obligarla a quedarse con ella. Debe recordárselo varias veces a sí misma, porque hay una parte de ella que todavía desea cuidar a su hermanita, encerrándola en una caja de cristal si es posible. Fue difícil dejar de estar enojada con ella por su decisión. Dejarla ir lo es aún más.

— Lo prometo patito.

Solamente se separan cuando anuncian por altavoz que los aerodeslizadores van a partir en cinco minutos. Katniss se despide con un abrazo de su madre, y promete llamarlas todos los días. Intenta no mirarla con recelo, porque sabe que va a cuidar de Prim. Los resentimientos se han quedado atrás hace tiempo.

Mientras tanto Prim abraza a Peeta con cariño, y le hace prometer que va a cuidar de su hermana. Peeta se ríe un poco y le dice que más bien Katniss va a cuidar de él, pero de todas formas lo promete. Le agradece a Prim por toda su ayuda desde el inicio, y le garantiza que será una doctora excelente, una de las mejores. Prim se sonroja y le da un pequeño golpe en el brazo antes de abrazarlo de nuevo.

Cuando anuncian que queda un minuto toman caminos diferentes. Peeta toma de la mano a Katniss, quien dedica una última mirada a su hermana y a su madre, que ya han empezado a caminar en la dirección opuesta. Las mira con nostalgia, esbozando una sonrisa. Hubiera adorado acompañarlas, pero se dio cuenta que su lugar es otro. Su lugar está en el distrito doce, en el bosque. Su lugar, sobre todas las cosas, está con Peeta. Es momento de que deje a Prim seguir su propio camino, y que ella siga el suyo.

Están por subir al aerodeslizador cuando otra voz los interrumpe.

— Catnip, espera.

Ambos se giran y encuentran a Gale con aspecto agitado, como si hubiese corrido una maratón. En su hombro lleva un bolso, seguramente su equipaje. Luce cansado, aunque en cierto modo aliviado. Sin embargo las marcas de la guerra todavía siguen presentes en sus facciones, y probablemente no desaparezcan nunca. Apenas si parece el mismo chico que cazaba junto con Katniss en el bosque del doce para alimentar a su familia.

— Te espero dentro — le susurra Peeta a Katniss, a sabiendas de que debe despedirse de su mejor amigo. No importa que lleven meses sin hablarse y que Katniss diga que él ha cambiado demasiado.

Gale se acerca hasta quedar en frente de la chica de ojos grises, y la mira como si buscara algo. Quizás busque un vestigio de la chica que solía cazar con él, o quizás algo que le indique que siguen siendo amigos. En realidad solamente busca un signo de reconocimiento. No encuentra nada. Ambos han cambiado demasiado. No sabe si en el fondo siguen siendo los mismos.

— Solamente quería darte esto — le dice mientras le tiende una caja negra.

Katniss la mira con desconfianza, pero la acepta. Abre la tapa con cuidado, como si se tratara de una bomba. Cuando ve el contenido suelta una exclamación, un grito de alegría.

— ¿Cómo lo recuperaste? — pregunta incrédula.

— No importa — farfulla Gale —. Quería que lo tuvieras antes de regresar. Después de todo es tuyo.

La chica cierra la caja con cariño. El viejo arco de su padre, el mismo que le confiscaron al llegar al trece ahora también regresa a casa junto con ella. La sensación de gratitud hacia quien fuera su mejor amigo es infinita en este momento.

— Gracias Gale — le dice con sinceridad.

— No es nada realmente. Adiós Catnip.

El cazador se da la vuelta y empieza a alejarse. Katniss aferra con fuerza la caja contra su pecho. Quizás su amistad no hay podido regresar a ser la de antes, pero lo cierto es que ninguno de los dos es la misma persona que antes. Es eso lo que la lleva a gritar.

— ¡Espero que nos veamos algún día Gale!

Gale no se da vuelta, pero levanta un brazo para hacerle saber que la escuchó. Es suficiente. Con el paso del tiempo seguramente las heridas en torno a ellos cerrarán y quizás algún día puedan volver a verse.

Encuentra a Peeta sentado en el aerodeslizador, con un asiento vacío a su lado. Katniss se sienta sin decir nada, pero abre la caja y le muestra al chico del pan el arco de su padre. Peeta esboza una sonrisa al notar la felicidad de Katniss. Ella se aferra al arco con fuerza, dejando la tapa de la caja en un costado.

El viaje no dura mucho, apenas dos horas, en las que Katniss se encarga de enloquecer al chico del pan con su ansiedad. Peeta no dice nada, pero también está un poco ansioso por regresar. Aunque no quede nada sigue siendo su hogar.

Lo primero que hacen cuando llegan es instalar sus pocas pertenencias en la casa asignada. Es una casa gigante en la que fácilmente podrían albergar a quince personas, aunque no es necesario. Apenas unas doscientas personas han regresado, y ya todas tienen un hogar asignado. En poco tiempo empezarán a construir más casas, porque seguramente habrá más gente deseando regresar.

Luego visitan la panadería, o lo que quedó de ella. Prometen empezar a reconstruirla lo más pronto posible. Katniss no sabe mucho del tema, pero le promete silenciosamente a Peeta estar a su lado todo el tiempo. Quizás no sepa hacer pan, pero puede ayudar en lo demás.

Después se encaminan hacia el bosque, donde los restos de la alambrada yacen desactivados.

Ir al lago les lleva el resto de la mañana. En ningún momento acordaron hacerlo, pero cuando entran al bosque sus pasos los llevan directo a ese sitio, sin importar nada más. Van despacio, tomados de la mano. La otra mano de Peeta sostiene su bastón. El arco del padre de Katniss cuelga sobre el hombro de la chica, aunque no lo utiliza en todo el camino. Sin embargo se siente bien en su hombro; se siente como si perteneciera allí.

— Aquí es donde todo comenzó — susurra Peeta cuando llegan a ese lugar mágico, recordando los tres días que pasaron allí, temiendo que todo terminara.

— Te equivocas — replica Katniss —. Ya había empezado antes.

Sus labios se buscan igual que siempre, pero a la vez de forma diferente. Esta vez no están en el hospital improvisado en una mansión que huele a rosas, sino en su lugar, uno que en cierto modo les pertenece a ambos. Dejarse llevar es fácil, natural. Y aunque ambos están llenos de heridas, repletos de quemaduras y parches de piel que todavía no han terminado de cicatrizar, se sorprenden al notar que encajan a la perfección, como dos piezas de un mismo rompecabezas.

Más tarde, mientras yacen tendidos sobre la hierba observando el atardecer, Katniss se da cuenta que no podría haber sido de otra forma. Por mucho que pelease contra sus sentimientos, por mucho que renegase de ellos, las cosas hubiesen terminado así.

Y la verdad es que ella no cambiaría nada.

Tampoco Peeta.

Fin.


Me prometí a mi misma que no iba a llorar y lo estoy incumpliendo. Parece exagerado, pero el cariño que le tengo a esta historia y a todas ustedes que me apoyaron a lo largo de ella es inmenso, y todavía me siento un poco reacia a dejarla ir.

Pero como todo ciclo tiene que terminar y estoy convencida de que vendrán cosas mejores.

Respecto al capítulo, creo que para bien o para mal todo ha concluido. La mayoría de ustedes pensaban que era Gale quien se había tirado sobre Katniss (precisamente porque es lo que se pasó los libros deseando xD) pero no. Decidí sacrificar a mi OC en pos de la vida de los demás, sobre todo de Prim. Creo que Katniss, de haber ido a los juegos y haber pasado por todas las cosas que pasó en los libros, no la hubiera dejado irse sola a otro lugar, pero mi Katniss es un poco más flexible, aunque le costó. Y tiene a Peeta.

Muchísimas gracias a johanna.M, Wastedyears17 y Jessi Mellark que son los reviews anónimos.

Y ahora sí.

Muchísimas gracias a todos los que se tomaron el tiempo de comentar, leer, poner la historia en favoritos o darle a follow. Lo dije muchas veces, pero sin ustedes no hubiera llegado hasta este punto. Muchísimas gracias por cada comentario, cada palabra de aliento, cada teoría. Hay personas que comentaron cada capítulo de esta historia y eso es algo que no puedo dejar de agradecer.

Gracias también a DaianaV que en su momento preguntó qué pasaría con el arco del papá de Katniss, dando lugar a la escena de despedida con Gale.

Espero de corazón que les haya gustado tanto esta historia como a mi me gustó escribirla, y espero que pronto nos leamos en otras. No sé que tan pronto, porque estoy con dos proyectos personales a los que quiero dedicar tiempo, pero tengan por seguro que voy a andar por aquí rondando, incluso con oneshots.

La verdad es que no sé si va a haber un epílogo. Por ahora, al menos, no. No descarto la posibilidad, pero como dije, tengo algunos proyectos personales para escribir.

Nuevamente gracias. Miles de gracias.

Y hasta pronto.