N/A: Saludos, Darlings! Hoy vengo con un one-shot escrito de prisa porque mi mamá ahora no me quiere dejar escribir. Espero que les guste, lo he hecho con mucho sentimiento y se lo dedico a mi favorita, Nahi Shite.
ADVERTENCIAS: este es un fanfic BoltHima. Si no te gusta la pareja por favor abstente de leer, y si vas a comentar puedes sentirte libre de hacerlo sin groserías.
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Melancolía
-Por GirlBender L-
Y con toda la melancolía del caso, Himawari suspiró fuertemente. Ahí se iba otra cena desperdiciada, a causa de un amante sin relevancia con el que había quedado casualmente hoy, pero que nunca apareció. Era increíble que a sus cincuenta y tantos años de edad siguiera siendo tan solitaria, amorosamente hablando, como lo fue casi siempre; aunque aquello no le asombraba tanto como el simple hecho de que el único que pudo cautivarla al extremo fue su hermano, Bolt.
Pero si se ponía a pensarlo detenidamente, ¿Cuál era la culpa que había tenido ella? Se enamoró por primera ocasión cuando apenas alcanzaba los once, justo tres meses antes de la dichosa menarquía, y de un niño que la trataba bien. Luego comenzó a sentir cosas más fuertes con el pasar del tiempo, que nunca fueron del todo puras, o santas.
La joven niña no quería al inicio: ella se negaba rotundamente a aceptar que su corazón le pertenecía en secreto al más fuerte, valiente, popular y bien parecido de la aldea entera. Lo habría contado a todas sus amigas, se le habría declarado al muchacho incluso. Hasta a sus progenitores amados –que en paz descansen- se los habría comentado, si tan solo él hubiera sido otro muchacho. Uno que no compartiera su sangre y apellido. Uno con el cual pudiese salir, al que pudiese besar, con el que pudiera caminar día y noche tomados de la mano y hacer el amor mil veces, o hasta más.
Himawari Uzumaki lo habría mantenido en secreto durante toda su existencia; ella estaba dispuesta a volverse a enamorar de alguien diferente y casarse, tener tres hijos, vivir relajadamente y tomar el sol plantando girasoles en su patio. Con aquello su vida se hubiera resuelto, pero el destino se empeñó en darle un curso total y completamente diferente. ¡Si tan solo no se hubiera quedado sola con él en casa aquellos dos días! Ah, entonces no se habría enterado de que la chispa peculiar en los ojos de su hermano era amor, y del mismo que ella sentía. Amor nada similar al fraternal. Obviamente vinieron muchas más cosas prohibidas luego. Las caricias, los 'te quiero', cientos de abrazos y noches en vela, juntos, acurrucados debajo de las sábanas sin hacer el más mínimo ruido. Próximo a eso una que otra mentirilla para ir juntos a misiones, y poder tener buen sexo de regreso a casa, o antes de partir.
Porque resultaba que Bolt estaba tan profundamente enamorado como ella. Él la observaba con adoración cada vez que reía, y le exhortaba desde el público en todos y cada uno de sus torneos, como nadie. Limpiaba sus lágrimas con manos temblorosas siempre, como si tuviera miedo de que ella se fuera a quebrar. Le decía que la amaba tanto, y cuando lo hacía no podía evitar suspirar. ¡Y sus manos! ¡Ay, sus manos! La podían llevar al cielo e inundarla de placer. Cuando Bolt se lo proponía podía tratarle dulce, y si quería jugar rudo también podía ser el más sensual. Él la conocía tan bien que no hacía falta nada más en el planeta, porque siempre, siempre la hacía sentir viva y completa. Como si nada más fuese a faltar jamás.
Mas no como si todo lo de ellos fuera a durar eternamente. Ambos sabían que tarde o temprano debería acabar.
Tristemente un día se cansaron de estar fingiendo. Bolt se hartó de que la relación con su amada se quedara estancada, y le propuso irse a vivir lejos, a una aldea en donde no los conocieran y pudieran tener hijos tranquilos, casarse. Ella creyó que era una broma y rió con ganas; aunque jamás se habría carcajeado así de haber sabido que la reacción del rubio iba a ser tan fatal. Él se había molestado. Había golpeado la pared y le había tirado un collar en la cara, diciéndole que era un regalo. Luego había pasado dos semanas sin hablarle, y cuando al fin lo hizo nada más fue para causarle un tremendo y muy agudo dolor a su alma. Bolt le dijo a solas, una noche, que lo mejor era dejar las cosas como estaban y ya. Hasta la fecha nunca supo adivinar si le dolió más el hecho de no haber aceptado su propuesta de huir juntos, o perderlo de esta manera fatal precisamente luego de hacer el amor como nunca.
Y ni modo, como dicen siempre: la vida sigue. Lo que no mata te hace más fuerte…
Himawari no puede negarlo. Pasó noches en vela con los ojos hinchados y el pecho doliente de tanto sollozo acumulado. Tardó años en dejar de llorar al pensar en él. Sufrió con toda el alma tanto, que un día reventó y gritó a medio mundo que quería morirse, y fue tal el susto de sus padres al verla en ese frágil estado que arrastrada la llevaron a ver a Sakura. Y la tía Sakura no pudo conciliar el dolor con medicinas, porque para un alma rota no hay remedio más que el tiempo y un amor. Pero nadie podía curarla, porque cada minuto de su vida, desde que estaban desarrollándose en un vientre compartido, ella se había dedicado a darle el corazón a Bolt. Quizás era que ella ya había nacido destinada a la condena de quererlo.
Era deprimente que el muy bastardo sí había podido seguir adelante con su vida. Que había podido ocultar mejor su dolor e ignorarla siempre que era posible. A cambio de su risa de aquel día, el precio a pagar fue que su hermano se fue a vivir a kilómetros de distancia de Konoha luego de la muerte de sus padres, y por boca de terceros se enteró de que habían criaturas por ahí rondando, que podrían haberla llamado mamá, pero en fotografías le reconocían y de vez en cuando la nombraban tía.
¡Cuán miserable se sentiría siempre, siempre que se tocase el tema del amor!
Y si bien sabía que el recuerdo y la flama siempre quedarían dormidos en las mentes de ambos, esta noche tal vez Bolt hacía el amor por enésima vez con su esposa, y Himawari solo bebía vino, ahogando su hígado entre alcohol y su ánima en melancolía.