¡Historia nueva!

Primer capítulo. Espero que les guste.

Como siempre, gracias a Doña Gaby Madriz, Maritza Maddox y Manu de Marte por su colaboración invaluable.

¡A LEER ENTONCES!


Capítulo 1.

"Maldita sea, Isabella… cuando te ponga las manos encima… osaste llevarte algo que me pertenece y eso vas a pagarlo con la muerte y yo mismo voy a encargarme de eso. Te lo juro"

Inhaló profundo y apagó su móvil antes de desvalijarlo y lanzarlo río abajo. Su caudal furioso, hizo desaparecer casi al instante el aparato, el que siguió con sus ojos hasta que se perdió mar adentro. Le dolía destruir aquel teléfono que fue regalo de su padre, pero debía deshacerse de cualquier cosa con la que su verdugo pudiera seguirle la pista, y su celular era una de las primeras cosas que él rastrearía ―si es que ya no lo había hecho― y por eso era momento de comenzar a moverse.

Rápidamente, caminó por el viejo puente de concreto hacia los suburbios del pueblito en el cual se encontraba de paso desde hace tres días, buscando el siguiente lugar que necesitaba para seguir con su proceso de perder la pista.

Mientras caminaba, pensaba en el lío en el que se estaba metiendo, uno de proporciones industriales, lo sabía, incluso con la justicia, pero para ella, era más preponderante salvar al pequeño Andy, que no tenía la culpa de ser hijo de aquel hombre. ¿Y tenía ella acaso la culpa de haberse enamorado de su papá? ¡Joder! Claro que tenía la culpa, si prácticamente se le ofreció. No, no, corrección: prácticamente no, efectivamente se le ofreció a Edward Cullen, cuya voz seguía retumbando en su cabeza con la amenaza que dejó en ese último mensaje.

En el recorrido por las calles de la ciudad se metió en un callejón estrecho de construcciones viejas de adobe, repleta de todo tipo de negocios, divisando entre estos un cartel de neón, mostrándole lo que ella andaba buscando, una peluquería, en donde se metió agradeciendo la suerte de que el local estuviera vacío y que fuese una mujer la que atendiera.

―Bienvenida, cielo, ¿qué puedo hacer por ti? ―La regordeta y rubia peluquera, movió el sillón de cuero viejo, invitándola a sentarse―. ¿Un corte, tintura en el pelo quizás?

―Todo eso.

―¿Y qué tienes en mente?

Bella miró hacia todos lados y divisó en una de las esquinas del espejo la foto de una modelo que lucía el corte y el color perfecto de cabello que yo buscaba.

―Ese ―le indicó con el dedo índice hacia la mujer que destacaba por su muy corto cabello color fuego. La mujer detrás de Bella la miró alzando una ceja, sacando las tijeras de su delantal.

―¿Estás segura?

―Completamente.

―Bueno, tú mandas. Además con esa piel tan pálida y esos ojazos cafés, se te verá fantástico —aseguró sonriendo y mostrándole su dentadura amarillenta, antes de agarrar un rociador de agua que estaba en una mesita de madera blanca a un lado, con el que mojó el cabello de la clienta.

Mientras Bella la veía cómo con destreza cortaba su cabello largo y marrón y al mismo tiempo, silbaba una canción, su cabeza se fue hacia el pasado, al día que conoció a Edward Cullen, justo el día después que cumplió los diecisiete años. ¡Dios, si apenas lo vio, supo lo que significaba estar caliente por un hombre!

Suspiró entonces, acomodándose en el asiento, mientras que en su adquirido últimamente espíritu masoquista, se atormentaba con los parajes de su pasado.

1 año, tres meses atrás.

―¡¿Qué tú, qué cosa?!

Camille, que estaba trajinando el closet de Bella, la miró por sobre el hombro y se carcajeó divertida por la reacción de su hermanita. Vestía en ese momento una sencilla camiseta blanca que usaba regularmente para dormir que le tapaba apenas su trasero respingón, dejando ver sus esbeltas y largas piernas blancas. Incluso vestida así tan sencilla, se veía fascinante.

Camille, la hermana mayor de Bella, era una mujer hermosa de veintiocho años, de cabellera rubia como el oro y chispeantes ojos verdes; su cuerpo era la envidia de cualquier mujer, con curvas perfectas y el peso ideal, como las modelos de elite que paseaban por las pasarelas de alta costura luciendo su cuerpo. Era simplemente perfecta y Bella ansiaba ser como ella, aunque con su pelo oscuro y sus ojos cafés sin gracia, dudaba que siquiera algún día le pisara los talones.

―Lo que oíste —sacó uno de los vestidos y se lo sobrepuso, mirándose al espejo, para después lanzarlo hacia la cama, donde Bella estaba echada—. Ponte este el sábado, quiero que te veas perfecta.

―¡Joder, Cami! ¿Qué es eso de que vas a casarte? ¡Ni siquiera has traído a un novio a casa!

Se mordió el labio y negó ligero con la cabeza.

―Que no haya traído a mi novio a la casa, no significa que no lo tenga, y tú lo sabes.

Lo sabía, claro que lo sabía, por las innumerables veces que respondió Bella las llamadas telefónicas del dichoso Edward ese.

Siempre la saludaba con un "Qué tal, Bella" y ella por instinto, cerraba las piernas al oír esa voz ronca y sensual, haciéndose una idea de lo atractivo que podía ser ese hombre. De hecho, nadie en casa lo conocía, aunque el padre de ambas en innumerables ocasiones, le pidió a Camille que llevara al misterioso novio para conocerlo, pero ella se hacía la desentendida, diciendo que no era nada serio como para hacer tal cosa.

¿Nada serio? ¡Y ahora salía con que iba a casarse, por vida de Dios!

Aquella tarde, cuando Bella llegó a casa después de la escuela, se encontró a sus padres y a Camille discutiendo en la sala. Ellos estaban tratando de hacerla entrar en razón, pero ella ya había tomado una decisión. Pero había algo más, algo sobre lo que su papá insistía cuando decía que no era motivo suficiente para que se casara. Bella arrugó la frente cuando recordé eso:

―Pero hay algo más, ¿verdad? No te casas porque sí.

―No, no me caso porque sí. Me caso con el hombre indicado en el momento indicado…

―Hombre indicado, momento indicado… ¡Joder, Cami! ¿Lo amas al menos?

―Cuando lo veas, verás que no es difícil enamorarse de él.

―Eso no es un sí…

―Bella, en serio —se acercó y se sentó junto a ella, cruzándose de piernas—. Lo que siento por Edward, es muy fuerte, tan fuerte que me casaré con él. Además… no sólo seremos Edward y yo. Hay alguien más que viene en camino.

En aquel momento sonrió con picardía y puso ambas manos sobre su plana barriga, en tanto Bella abría paulatinamente sus ojos de la pura sorpresa.

―¡¿Estás embarazada?! —gritó Bella con histeria, imitando la postura de Camille sobre la cama y agarrándose el cabello, mientras ella se reía por la sobrerreacción de su pequeña hermana mientras esta asentía

―Aquí hay un pequeñín de seis semanas. Tú sobrino.

―¡Joder! —Entonces Bella saltó sobre Camille, abrazándola por el cuello, sin que ella dejara de reírse―. ¡Joder, joder! ¡¿Voy a ser tía?! ¡Por Dios, voy a ser tía! ¡Será increíble, será perfecto! ¿Has pensando en cómo lo llamarás? ¡Hay que comenzar a comprarle un montón de cosas! La cuna, la ropita, el coche, y…

―Cálmate, Bella. —La sujetaba de los hombros para tranquilizar la híper sobrerreacción de su hermana.

¡Estoy tan feliz! ¡Un sobrinito al que malcriar! Pensaba Bella. Camille puso entonces una de sus manos sobre la cara enrojecida de Bella y sonrió con ternura —Me hace feliz que te alegres de esta forma. Estoy segura que serás la mejor tía del mundo, pues eres la mejor hermana del mundo. No puede ser de otra forma.

―¡Lo seré! Pero… ―Camille arrugó su entrecejo, suspiró y bajó sus manos a su vientre otra vez, contemplándolo. Allí había algo que seguía sin calzarle a Bella, algo que vio, opacaba la felicidad de su hermana―. ¿Por qué estás así? ¿Papá o mamá no quieren que lo hagas, que te cases?

―Bueno, no estás exultantes con la noticia de la boda, por aprehensiones naturales, pero sé que cambiarán de idea cuando conozcan a Edward.

―Seguro ellos están tan felices de tener el primer nieto, pero lo de la boda… ¿a todo esto, cuando te casas?

―Eso lo sabrás el sábado, pero creo que no tendrás que esperar mucho.

―¿Y cómo está tu novio con la noticia del embarazo?

―Bueno… ―arrugó su frente otra vez y miró hacia la ventana, como esquivando los insistentes ojos de Bella―… lo tomó por sorpresa como a mí, y se está haciendo a la idea.

―¿No lo quería? ¿Y por qué vas a casarte entonces?

―Oye, no te hagas ideas erróneas. Él está ilusionado por este bebé y pensamos que… que sería lo mejor que naciera dentro de una familia ya constituida, o sea con nosotros ya casados. Nos queremos y estamos dando un paso que quizás… era natural en nuestra relación.

―¿Natural? Siempre decías que no era nada serio lo que tenías con él y ahora sales con esto, Camille. No soy tonta, yo sé que hay algo más…

―Nena, Bella —tomó la cara de su hermana para asegurarle que le prestaría atención a lo que iba a decirle. Siempre que hacia eso era algo serio, importante, así que Bella se concentró en lo que iba a decir―, todo está bien. Estoy feliz, algo nerviosa porque esto es nuevo para mí, así que no te preocupes, ¿sí? Edward también lo está, así que te repito, no te preocupes.

―No me preocuparé —asintió a la vez que Camille retiraba sus manos del rostro de su hermana. Esbozó entonces su sonrisa característica y pellizcó su nariz

―Además, aprovecharemos para celebrar tu cumpleaños ese día, qué te parece.

Era cierto. El cumpleaños diecisiete de Bella era en tres días más, y siempre hacían una celebración en familia, aunque Bella, había pensado en salir con sus amigos, claro si su papá se lo permitía… pensó entonces en Riley y en la invitación que le había hecho para ir a bailar ese sábado, la que tendría que rechazar frente a ese nuevo y más importante compromiso con su hermana y su prometido.

―¡Seguro será una estupenda ocasión! —exclamó, lanzándose otra vez a sus brazos. Camille correspondió al abrazo, apretándole fuerte. ¡Dios, la quería tanto! Camille era como su heroína, la adoraba y sólo quería que fuese feliz y si la boda lo hacía, pues Bella sería feliz con ella.

Los días siguientes transcurrieron rápido y a medida que eso ocurría, los padres de ambas iban haciéndose a la idea de la nueva vida que Camille emprendería, comenzándose ambos a ilusionarse con el nieto que vendría pronto. Incluso se sintieron ilusionados de recibir a Edward, con quien ya se habían reunido a almorzar en un muy elegante restaurante de la ciudad. Al parecer, según lo que su mamá comentó, él era un hombre sin problemas económicos, encantador y que quería mucho a Camille, y ciertamente esperaba ilusionado la llegada de su hijo.

―¿Es guapo? ―le preguntó Bella a su madre, Renée, mientras vigilaban la cena de ese día. Finalmente Bella iba a conocerlo y eso la tenía muy nerviosa.

―No es guapo ―. Probó con una cuchara la salsa y luego la miró, sonriendo pícara―. Es muy, muy guapo.

¡Dios! Si su madre decía eso, era porque realmente lo era, y seguro era también tan fascinante como se lo pintó, pues se puede decir que se echó a Charlie, su estricto y sobreprotector padre al bolsillo, pues fue él quien llegó hablando muy bien de Edward, su futuro yerno.

Después de dejar todo andando en la cocina ―una de las pasiones de Bella― subió al piso de arriba y se encerró en el baño, metiéndose bajo el chorro de agua, comenzando así su proceso de embellecimiento para la cena.

Una hora le llevó estar conforme con su apariencia, la que evaluaba frente al espejo cuando Cami entró en su recamara vistiendo un traje recto y sin mangas de color negro, muy elegante, con su cabello rubio tomado en una moña en la nuca y su maquillaje ligero, preciso y perfecto.

―¡Estás fantástica, Bella! ―Exclamó, envolviéndole con sus brazos por la cintura y descansando su mentón sobre su hombro mientras se miraban por el reflejo del espejo.

―¿Tú crees? Quiero darle una buena impresión a Edward…

―Lo harás, nena. Va a adorarte. —Besó la mejilla de Bella y se apartó, buscando un cepillo que a continuación pasó por el cabello de su hermana…cabello o indómita maraña caoba, como decía cuando se trataba de su cabellera.

Ojala —pensaba Bella— su cabello fuera tan dócil como el de su hermana.

Estaba tranquila al menos con el atuendo elegido para la ocasión, pues fue recomendación de su hermana que lo llevara puesto aquella noche: era de color azul y tenía un discreto escote en V que se ajustaba hasta sus caderas, cayendo la tela de seda bajo una capa de tul hasta las rodillas, con una cinta atada a la cintura. Estaba usando además unos zapatos negros de tacón no muy alto que Cami me regaló el día anterior por su cumpleaños y su maquillaje era el de siempre, en los tonos rosa habituales.

―Le dije que ayer fue tu cumpleaños y quizás traiga algo para ti —comentó Camille distraída, mientras seguía con su trabajo con el cepillo—. Además, le conté de tus dotes como chef y que te encargarías de la cena de hoy. Está francamente ansioso por conocerte.

―Eso no me tranquiliza, Cami.

―¿Por qué no invitaste a Riley? Es tu novio, ¿no? Hubieras estado más relajada con él.

―Es una cena familiar… y Riley no es mi novio.

―¡No, claro que no! —exclamó con ironía, estrechando su mirada hacia Bella―. ¿Y el beso que vi anoche fue de amigo? Apostaría que su lengua llegó hasta tu garganta…

―¡Camille! ―exclamó Bella de regreso, apartándose, mientras ella se carcajeaba.

Riley no era su novio, era su amigo… amigo con ventaja, decía Bella. Se conocían desde pequeños y él decía estar enamorado de Bella, pero ella simplemente no lo veía como el hombre que le quitaba el aliento, como deseaba que ocurriera al momento de conocer al amor de su vida. Pero a veces, cuando estaban juntos y a solas, las manos de ambos cobraban vida propia y comenzaban a toquetearse y acariciarse más allá de la cuenta, y besarse con descaro. Pero era todo, porque las hormonas lo pedían. ¿No están los dos en plena edad de experimentar? Y sobre lo que su hermana vio la noche anterior… bueno, ella estaba emocionada y agradecida con el hermoso regalo que é le dio, dejándole besarla, pero no significaba nada más.

―Vale, vale, pero espero que para la próxima vez puedas traerlo y presentarlo también. ¿Ya ha pasado mucho tiempo, no crees?

―¡¿Por qué no bajas?! ―preguntó Bella, zanjando el tema. Se giró y le quitó el cepillo―. ¡¿No es que tienes que recibir a tu novio?!

―En eso tienes razón. ―Besó su frente y caminó hacia la puerta―. Y no demores, que ya está aquí. Debe estar hablando de fútbol con Charlie.

―Ya voy ―respondió Bella suspirando, lanzando el cepillo sobre la cama de cubierta azul, girándose a continuación otra vez hacia el espejo, dándose la última autoevaluación.

No podía negarlo, estaba nerviosa. Iba a conocer al galán de voz sexy en persona y estaba segura, por lo nudos en su estómago, que iba a causarle algo más que una buena impresión.

Y sin duda estuvo en lo correcto.

Cuando finalmente llegó hasta la sala y lo vi sentado frente a su papá riéndose sobre alguna broma, pensó que iba a desmayarse. Cualquier galán cinematográfico de su muy larga lista quedaba desplazado por el hombre que presintió su llegada y giró su vista hacia ella, sonriéndole. Se puso de pie enseguida y pudo ver la totalidad de su magnífico atractivo. Traje negro, camisa blanca con el primer botón abierto que estilizaba la altura y delgadez de su cuerpo. Y su rostro... frente ancha sobre la que caía algo de su cabello rubio oscuro y desordenado, de pómulos pronunciados y barbilla perfecta reluciendo una barba de unos dos días, calculó. Sus labios delgados, su nariz recta y sus ojos de un tono verde azulados, o algo así. ¡Joder! Era increíble que pudiera hacer esa descripción tan detallada de aquel hombre a quien llevaba mirando como boba al menos un minuto. Y es que ese hombre era parte de la extraña y tan escasa raza de hombres sexys que pisaba el planeta Tierra.

Después de su evaluación atinó a pestañear y relajar su postura, respondiendo a su sonrisa con una no tan hermosa como la suya.

―¡Y esta es Bella, mi hermanita! —Camille la sorprendió por detrás, abrazándole por los hombros, mientras hacía las presentaciones―. ¿No es linda?

―Es muy linda ―dijo él con esa voz sexy que Bella ya había oído por intermedio del teléfono. Caminó entonces el galán hacia las hermanas y puso una mano sobre el hombro de la menor, acercándose hasta besar su mejilla. Bella en ese momento, podría haberse desmayado―. ¿Cómo estas, Bella? Es un gusto conocerte finalmente.

―Hola —respondió, con una voz de pito para nada propia de ella. "¡Vale, Bella, te calmas o te calmas!" se auto inquirió e inspirando aire relajó sus músculos lo que más pudo antes de agregar—. Me alegra finalmente conocerte.

―A mí también me alegra. Ah, por cierto ―se giró y tomó una bolsa de cartón que estaba sobre el sillón y la extendió hacia Bella ―, Camille me dijo que estuviste ayer de cumpleaños, así que pensé en traerte algo.

―Oh… yo… gracias, me encantan los regalos ―respondí con autentico agradecimiento, diciéndose lo mucho que atesoraría ese regalo.

De ahí en adelante, la reunión familiar transcurrió muy ligera y amena. Charlie hablaba de lo orgulloso que estaba de Camille, quien era asistente de marketing de profesión, ámbito en donde al parecer había conocido a Edward. En realidad, Charlie no era el padre biológico de Cami, pero a él le daba lo mismo pues apenas la vio, supo que la amaría como si fuese de su propia sangre, y así fue. Comentó sobre lo ansioso que estaba por tener al primero nieto entre sus brazos y malcriarlo como se supone un abuelo debe hacerlo, pensando en que había sido en definitiva una buena decisión de que ambos, Camille y Edward, se casaran.

―No hay nada como criar a un niño dentro del amparo de una familia bien constituida ―aseguraba con solemnidad.

Bella, mientras los mayores hablaban, aprovechó para contemplar la forma en que los novios se desenvolvían entre ellos, no quedándole duda de lo compenetrados que estaban. Se miraban y sonreían con autenticidad, casi todo el tiempo estuvieron tomados de la mano y cuando se supone nadie los miraba, se besaban castamente.

Edward, —llegado el momento— elogió la mano culinaria de Bella, diciendo que pocas veces había probado una cena tan prolija como aquella, en otro lugar que no fuera un restaurante de alcurnia, cuestión que la enorgulleció, porque en el futuro, trabajar y tener un restaurante fino, sería una de sus metas.

Sería una estupenda chef.

A pesar de que todo con la cena marchaba bien, a Bella le pareció raro que él no hablara mucho de su familia. Apenas dijo que su padre había muerto cuando era él muy pequeño y que su madre, era directora de la empresa donde él trabajaba y lamentablemente, en aquel momento se encontraba de viaje en ese mismo momento. No ahondó en nada más, incluso pudo notarlo incómodo, pero aunque con dificultad, lo disimuló perfectamente. Quizás sólo ella se percató, pues no paró de estar atenta a él, y es que era irresistible no hacerlo.

Cuando la cena finalizó, Bella se escabulló hacia la calle y se escondió en un costado de la casa, desde donde dentro de la caja del medidor de agua —su escondite— sacó una cajetilla de cigarrillos. Era su secreto vicio desde hacía algunos cuantos meses, cuando de pura curiosidad tomó uno de la cajetilla de su padre y lo fumó a escondidas en aquel mismo lugar. Era relajante y la hacía sentir mayor… una estupidez, pero así lo sentía.

Afirmó su espalda sobre la muralla cuando el cigarrillo mentolado, estuvo encendido y cerró los ojos cuando aspiró el humo, sintiendo la brisa helada de la noche sobre sus mejillas. Tenía un poco de frío, pues el material del vestido era ligero y las noches de marzo en esa parte el país solían ser frescas. De cualquier forma, disfrutaba de ese pequeño vicio placentero, a solas y en silencio.

Iba en la mitad de su cigarro cuando sintió una presencia junto a ella, abriendo los ojos de par en par y sobresaltándose sin duda por la imagen que afirmada sobre su hombro, muy relajado y divertido, le miraba fumar.

―¿No eres muy pequeña para esto? ―preguntó Edward, quitándole el cigarro de las manos, llevándoselo a su boca para darle una calada profunda, mirándola mientras, con un dejo de diversión.

¡Joder! ¡Qué sensual había sido eso!

―Yo… yo… yo, ayer cumplí diecisiete, así que creo que no soy muy pequeña para un cigarro —respondió como pudo. Él torció su perfecta boca y botó el aire por esta, mirando el cilindro de nicotina y luego a Bella.

―Bueno, pequeña Bella de diecisiete años, no abuses mucho de esto, ¿vale?

―¿Y tú abusas? ¡De los cigarrillos, digo!

―Tengo treinta y tres, así que puedo abusar de los cigarros… y de otras cosas ―guiñó su ojo y le devolvió el cigarro. Enseguida acarició el mentón de la joven con sus dedos delgados y añadió su despedida―. Nos veremos pronto, pequeña. Fue un gusto conocerte.

―Lo mismo digo ―dijo, muy atrevida, mordiendo su labio antes de llevar el cigarro a sus labios e inspirar profundo, sin quitar sus ojos del galán frente a ella, quien soltó una risa negando con la cabeza. Enseguida se giró y caminó hasta su BMW gris estacionado en la acera, y pudo decir Bella que hasta su coche era lindo, muy acorde con su dueño.

"Ya sabía yo..." pensaba mientras apagaba el cigarro y sacaba la cajetilla del escondite "ya sabía yo que ese hombre iba a causarme más que una simple impresión"

Quince días pasaron desde aquel siete de marzo, día que Bella conoció al condenadamente guapo novio de su hermana, y durante ese tiempo, aquel hombre había pasado a ser el protagonista de sus sueños más húmedos. No le costaba trabajo imaginárselo desnudo y jadeando sobre ella, ni como el protagonista de las películas porno de las que se hizo aficionada a ver en las noches de desvelo. ¡Joder! Incluso con el pasar de los días y con la confianza afianzándose entre él y su familia, Bella se ponía más coqueta con él. Cuando hablaban, ella agarraba un mechón de pelo entre sus dedos y comenzaba a juguetear con él, o se mordía el labio inferior, cuestión que leyó en alguna revista, daba mucho resultado; también comenzó a usar osadas prendas de ropa que estuvieron escondidas en su guarda ropa hasta entonces: cortas minifaldas, escotadas blusas y ajustados pantalones. Además usaba constantemente el perfume que él llevó de regalo la primera vez que fue a casa, un día después de su cumpleaños.

Aquel día, después de salir de clases, caminó pensativa entre los pasillos de la escuela recordando la entretenida noche anterior y recordó las fotos que se hizo junto a Edward y Camille con su celular. Sacó su móvil del bolsillo de su chaqueta y buscó en la galería de imágenes una fotografía que su hermana tomó donde Edward y Bella aparecíamos riéndose, después de un ataque de cosquillas de parte de Cami hacia ella. Bella recordó con un suspiro mientras contemplaba la foto, cómo Edward la abrazó por los hombros muy relajada y naturalmente… y su aroma… tan masculino, sensual, todavía pegado en sus fosas nasales.

―¡Bells!

Riley la sobresaltó con el grito a sus espaldas, decidiendo ella guardar su móvil de regreso a su bolsillo antes que su amigo con ventaja, viera la foto y comenzara con el interrogatorio. Se giró entonces y le regaló una sonrisa amistosa mientras el chico alto y delgaducho la retribuía para ella mientras se acercaba hasta que estuvo frente a ella.

―¿Qué sucede, Riley?

—Tengo la intención de llevarte a casa ahora mismo. Mis padres no están… —puso sus manos sobre los hombros de Bella y acercó sus rostro al suyo, susurrando roncamente— tendremos un montón de tiempo a solas. Estoy loco por meter mis manos bajo esos ajustados pantalones… lo del otro día, me dejó vuelto loco, nena.

Ella inspiró y mordió su labio inconscientemente, recordando sobre lo que su amigo hacía mención. Y debía reconocerlo, como a él, el último encuentro a solas entre Riley y ella la dejó a mil. Él con cada escarceo, se estaba esmerando más, pues sabía dónde morder, donde besar para arrancarle más de un jadeo de excitación, sobre todo la última vez donde él con su dedo índice metido entre los pliegues de su feminidad la hizo venirse como cree ella nunca antes. Y si el dedo índice hacía maravillas en ella, no quería ni pensar qué sería tenerlo como correspondía, por completo dentro de ella. ¡Diablos! El solo recuerdo de aquello la hizo sonrojarse, debiendo cruzar sus piernas. Riley lo notó y sonrió con suficiencia, enarcando una ceja.

—Anda, nena, ven conmigo… esta vez podemos… avanzar un poco más…

Con lo enardecida que andaba en esas últimas semanas, decir que no sería una tontería, pero es que tenía algo más importante, aunque cueste creerlo. En casa, su hermana y al novio de esta, la esperaban para ir hasta la casa que estaban decorando, pues era donde ambos vivirían después de casados y la habían invitado. Ella más que verse entusiasmada por conocer la decoración minimalista del futuro hogar de su hermana, la emocionaba más ver a su cuñado, y estar con semejante adonis, se encontraba por sobre las morbosas citas con su amigo-amante. Así que tras suspirar, se apartó y negando con la cabeza, declinó de su tentadora invitación.

—Lo siento, pero tengo algo importante ahora.

—¡Anda, Bella, no me hagas rogar!

—Sabes que no sería necesario rogar, pero de verdad tengo algo importante que hacer. Se trata de mi hermana y su boda, y todo eso. Debo estar con ella…

—La boda de Camille, claro —rodó los ojos y bufó, con su lívido entusiasmo cayendo hasta sus pies—. ¿Cuándo me dijiste que era la boda?

—Dentro de quince días, el 4 de abril. Recuerda que estás en la lista de invitados como mi acompañante.

—Me honra tu invitación —bromeó, haciendo una ridícula reverencia, que a Bella le pareció muy graciosa—. Bueno, ya que ahora no puedes acompañarme, tendré que llegar a casa y hacer los deberes de la escuela, ¿no?

—Eso es muy juicioso de tu parte.

―¿Y mañana? Mis padres no regresan sino hasta el domingo… —volvió a guiñarle el ojo y alzó su mano hasta que sus largos dedos acariciaron el lóbulo de la oreja de ella, logrando estremecerla ante aquella tan delicada caricia. Torció su boca y poco a poco ensanchó su sonrisa.

—Mañana al atardecer estaré por ahí.

—Estupendo —susurró Riley, acercando su rostro una vez más al de ella, dejando un suave beso en sus labios—. Te veo mañana entonces, sexy Bells.

Lo vio alejarse por el pasillo desierto, con sus pasos largos y decididos, pensando expectante lo que le esperaba al día siguiente en la casa de su amigo con beneficios. Cuando Riley desapareció del todo, sacudió la cabeza y caminó directo a la salida para ir hasta el aparcamiento de bicicletas, sacar la suya y pedalear hasta casa, donde sabía su hermana, ya la esperaba.

—¡Demoraste más de lo habitual, Bella! —Exclamó Camille cuando ella, veinte minutos más tarde, entró a su casa—. Tendríamos que estar en camino ya, tenemos un montón de cosas que hacer.

—¡Lo siento, lo siento! —alzó las manos y rodó los ojos, entrando a la cocina, donde su hermoso y sexy cuñado hablaba por teléfono. Sin dejar de hacerlo, se sonrió y le guiñó un ojo, derritiéndose ella en el acto.

—¡Anda, Bella, ve a cambiarte para irnos de una vez! ¡Qué esperas!

—¡Ya voy! —protestó a tiempo que subía de dos en dos los peldaños de la escalera de su casa hacia su dormitorio. Entró y se quitó la camiseta gris, rebuscando entre sus cajones una roja de tirantes, sobre la que se puso una camisa de mezclilla abierta. Se cepilló el pelo, se lavó los dientes, agarró una chamara de cuero y su teléfono móvil para rápidamente regresar al piso de abajo.

—¿Ves? Te lo dije, Bella no nos haría esperar tanto —dijo Edward en cuanto ella reapareció en la salita.

—Perdonen la demora, pero me entretuve después de clases —se excusó, sintiendo que tenía que hacerlo. Otra vez Edward le guiñó el ojo y apretó levemente su hombro cuando pasó junto a ella hacia la puerta de salida. Camille detrás de él abrazó a su hermanita y juntas caminaron tras el novio, hacia el coche.

—¿Y se puede saber qué te entretuvo? ¿A caso llegaron más libros de cocina a la biblioteca de tu escuela?

—Pues no… mañana tengo una cita.

Camille sonrió con picardía, abriéndole la puerta trasera del coche para que Bella subiera. Ella rodeó el vehículo y se sentó junto a Edward, y una vez instalada, se giró hacia él.

—¿Oíste lo que dijo esta descarada?

Edward soltó una carcajada y miró a su abrumada cuñadita por el espejo retrovisor.

—Estoy ansioso por oír quién es el afortunado, ¿será acaso el buen Riley?

—¿Co-cómo sabes de Riley? —preguntó aturdida, mirando luego a su hermana, quien ensanchó su sonrisa, alzando juguetonamente sus cejas.

—Edward, me preguntó sobre el chico que te estaba besando afuera de la cafetería de la plaza, ¿verdad, cariño?

—Estuve a punto de bajar del coche y correr a rescatarte de los brazos de ese hombre, pero es tu novio, ¿no?

—Pues no… es sólo un buen amigo…

—¡joder, Bella! No puedes decir que son sólo amigos, si andan por ahí besuqueándose… y quizás que otras cosas sucias harán en privado…

—¡Camille, joder, cierra el pico! —exclamó furibunda, cruzándose de brazos y desviando su vista hacia la ventana, mientras su jodida hermana y su novio se reían a costa de ella. Después de un rato, Camille extendió su mano hacia ella y apretó su rodilla para que la mirase, pero Bella, tan orgullosa como era, se hizo la desentendida.

—Anda Bella, no te pongas así…

—Déjame en paz, ¿quieres?

—Vamos, Bella, cuéntame lo de tu cita con Riley…

—¡No lo pienso hacer, así que déjame en paz! —volvió a exclamar indignada. Camille y Edward se miraron, haciendo entre ellos una mueca de arrepentimiento, y respetando el enfurruñamiento furioso de la pequeña Bella.

Hablaron entonces de lo que les quedaba por hacer esa tarde, lo que en realidad eran más cosas de chicas con citas con la modista y la peluquera luego de ir hasta la casa donde ya se acercaban. Era un complejo residencial muy exclusivo por supuesto en donde se alzaban casas de todo tipo de diseños fabulosos y sin duda de gran costo.

Cuando Edward se estacionó, Bella abrió los ojos como platos y su boca formaba una perfecta O producto de la pura impresión.

—¿Es… es esta?

—¡Es hermosa! ¿Verdad? Y eso que no la has visto por dentro aún —acotó Camille, bajándose del coche al igual que el resto de los ocupantes.

Ella, que poco y nada sabía de arquitectura y por lo que ellos le habían dicho antes, el estilo de la vivienda era de un elegante y minimalista: una moderna casa de dos pisos de techos altos, con ventanales destacando en todas las habitaciones, dejando entrar la luz diurna en gran medida. Los muros eran de color blanco que contrastaban con vigas de madera oscura, y el suelo era de madera y cubierto de alfombras de color marfil.

El jardín estaba cubierto de césped perfectamente verde y palmeras aquí y allá, sobresaliendo una gran piscina rectangular en donde ella se imaginó nadando desnuda de punta a cabo. Era una casa de ensueño, una casa que su hermana, se merecía.

―Esto es… jodidamente increíble, Cami… —dijo Bella extasiada, mirando hacia el jardín que en realidad parecía un parque.

―Y eso que no has visto los dormitorios —comentó la novia muy entusiasmada ganándose junto a su hermana—. El cuarto que hemos dispuesto para mi pequeñín aún no lo acabamos de decorar, de cualquier forma ya hemos traído algunas cosas, ¿quieres subir a verlo?

―¡Seguro!

—Anda, por allí está la escalera, yo voy a buscar a Edward y enseguida te alcanzamos.

—Vale —asintió y corrió rumbo al segundo piso, que era tan espacioso y elegante como el de abajo.

El pasillo era amplio y las puertas de cada habitación eran de madera brillante y oscura. Las fue abriendo de una en una, percatándose que eran todas de dimensiones generosas, hasta que llegó a una de color amarillo pálido, en donde una hermosa cuna con dosel blanco, adornaba el centro de la estancia. Había algunos cuadros infantiles apilados en los muros aun sin colgar, bolsas de cartón llenas de ropa infantil, muñecos de peluche y otros juguetes para recién nacidos, además de una silla mecedora blanca a un costado de la habitación. Inspiró entonces y deseó que el tiempo pasara rápido para poder conocer finalmente a su sobrinito a quien mimaría todo lo que más pudiera, estaba ansiosa de que llegara pronto y tenerlo entre sus brazos de una vez.

Después de un rato de deambular por el piso de arriba y viendo que su hermana y su cuñado demoraban mucho en subir, decidió Bella regresar al primer piso, deseando comentarles lo hermoso que hasta el momento le había parecido todo, pero una discusión entre los novios —que estaban en la cocina— la hizo caminar con sigilo para oír algo de eso.

—Las jodidas cosas van a cambiar, Camille —oyó que Edward decía entre dientes en un tono amenazante, para nada afable como hasta ahora ella lo había escuchado—, recuerda de quien estás esperando un hijo y de quien vas a convertirte en esposa. Llevarás mi apellido…

—No lo he olvidado, joder. Además, fuiste tú quien decidió esto del matrimonio, Edward, yo no te exigí nada…

—¡¿Y dejar que un hijo mío naciera fuera de este?! ¿Estás loca?

—¡Por supuesto! —Se oyó exclamar a Camille con ironía—. A tu santa madre le daría un ataque, ¿no?

Bella dio un respingo cuando oyó algo como una mano furiosa cayendo sobre alguna base dura, como si Edward de pura rabia hubiera empuñado un golpe sobre alguna mesa. Decidió entonces correr hacia la sala, abrir el ventanal y refugiarse en el jardín, pensando en lo confundida que la dejó aquella discusión entre la pareja.

Ya a ella le había parecido raro todo aquel asunto del casamiento. El noviazgo entre su hermana y Edward no había sido para nada normal y muy probablemente el embarazo, sorprendió a todos, incluyendo a los mismísimos padres de la criatura, los empujó a este compromiso que salió de la noche a la mañana. Y qué decir cuando se hizo mención a la madre de Edward, que hasta ahora era un ser etéreo que nadie conocía y del que él, muy poco hablaba… ¡Diablos! Su cabeza era un lio ahora, con un montón de conjeturas… ¡Pero quién la manda a escuchar peleas ajenas!

—¡Ey, Bella! Te estaba buscando. ―El llamado de su hermana la hizo girarse rápidamente y cerciorarse si en los rasgos finos de su había rastros de la anterior pelea, pero nada. Sus ojos estaban luminosos como siempre y su sonrisa ancha era la misma que la de hace unas horas, como si la pelea con su novio nunca hubiera ocurrido. Bien, ella sabía que las discusiones entre parejas eran normales, pero no sobre lo que ella escuchó, y eso la hizo sentirse confundida.

―Uhm… yo… no me aguanté de venir aquí y…

—Es increíble, ¿no te parece? —se giró Camille sobre sus talones, observando el entorno del jardín. Bella mientras tanto se fijó que Edward las miraba con una sonrisa desde la terraza a unos metros de distancia. Parecía divertido y su postura era relajada, y al igual que su hermana, él no denotaba haber discutido. Pensó Bella entonces que eran figuraciones suyas y que no debía preocuparse, aunque estaría atenta por cierto. Pero nada raro encontró después de oír la discusión. Edward y su hermana seguían comportándose de la misma forma de siempre: se miraban como si se hablaran con la mirada, se mantenían cogidos de la mano durante todo el tiempo que les era posible, y qué decir de cuando se besaban. Ella era testigo incógnito de las despedidas entre ambos y debía reconocer lo caliente que la ponía verlos besarse así, como si alrededor no existiera nada, como si tuvieran hambre el uno del otro. Y si los besos en la entrada de la casa eran así, no se quería ni imaginar cómo era el sexo entre ambos. Ese hombre debía de ser todo un semental en la cama… ¡Joder, qué ganas de estar en el lugar de su hermana!

En la noche de mismo día, antes de dormirse, Bella recibió la visita de Camille en su recamara como cada noche. Hablaron de la casa y los detalles que faltaban para la decoración de esta, además de la visita a la modista que habían hecho y algunos detalles del atuendo de Bella como dama de honor, pero Bella seguía estando inquieta por la discusión que oyó esa misma tarde, y su hermana supo que algo raro le pasaba.

—Puedes contarme lo que sea, nena —le animó Cami, tomándole la mano. Bella tragó grueso y se lo dijo, porque no guardaba secretos con su hermana… al menos hasta aquel momento. Le dijo entonces lo de la discusión que escuchó, y lo preocupada que quedó porque por su cabeza pasaban una y mil teorías al respecto. Camille entonces soltó una sonrisa y acarició el rostro de su hermana con ternura.

—La familia de Edward está compuesta sólo por su madre y él. Son… gente de poder, de la cúpula social, por eso nos preocupa que… si nuestro hijo nace fuera del matrimonio, no sea bien visto, que sean crueles —arrugó el entrecejo y bajó la cabeza—. Lo hacemos para proteger al bebé. Yo cedí cuando él me lo propuso porque no quiero que mi hijo sufra. La madre de Edward es… especial, y será cruel con mi bebé si no nace dentro de los cánones establecidos. A veces me siento presionada por eso y pues… estallo, ya sabes. Además supongo que la presión normal de los novios recae sobre Edward y yo, pero eso no significa que no queramos a nuestro hijo o que no nos queramos. Sólo quiero que lo entiendas y que no te preocupes, ¿está bien?

Bella inspiró profundo y asintió despacio, mirando el rostro serio y sincero de su hermana. No le estaba mintiendo, lo sabía, pero sabía también que había información que le estaba ocultando, y respetó entonces el secreto de su hermana.

—Lo entiendo, no te preocupes.

—Edward, nuestro bebé y yo seremos un muy buen equipo, ya lo verás.

―Estoy segura de eso.

Esmerald Ann, madre de Edward, fue presentada a la familia de la novia apenas un par de días antes de realizarse la boda. Aquella noche, Bella tuvo pesadillas con ella, eso seguro por su temperamento tan cortante y poco amigable con el que se presentó, incomodando visiblemente a Edward que a simple vista era lo opuesto a su madre, al menos en la personalidad, porque los rasgos físicos eran bastante similares. Esmerald, tenía alrededor de cincuenta y cinco años —adivinó Bella— y su piel blanca, lucía como la de una chiquilla de veinte. Era delgada, de estatura media, con su pelo largo y de un extraño pero hermoso color castaño dorado que caía en ondas grandes hasta la mitad de su espalda, y su perfecto rostro ovalado se caracterizaba por esa fría mirada verde oscura de sus orbes, que siempre parecían estarlo evaluando todo a su alrededor. A Bella le heló la sangre cuando Edward la presentó, pues doña Esmerald la miró de pies a cabeza y lo primero que hizo fue preguntarle la edad y lo que sería de ella en el futuro. Cuando Bella le dijo que esperaba ser una chef internacional, Esmerald rodó los ojos y rebatió que aquello no era una buena idea por unas cuantas razones que Bella ni siquiera recordó.

Decir que a Esmerald le entusiasmaba aquello de la boda, sería estar mintiendo. Oyó sobre cómo se desarrollaría todo para la boda y se alzaba de hombros cuando se le consultaba sobre algo, o a lo sumo asentía. Tampoco hizo comentarios sobre su futuro nieto, no al menos como la manera en la que Renée reaccionaba cuando hablaba de él.

—Mi madre, no… expresa sus sentimientos, lo siento si fue incómodo para ustedes. ―se disculpaba Edward ante la familia de su novia por tan pacato almuerzo de ese día, pero Renée se ocupó de que su yerno querido no siguiera atormentándose con ello. Apretó su brazo con contención cuando habló:

―No tienes que disculparte por ella, Edward, no es tu culpa. Entendemos que no siempre las relaciones entre madre e hijo son tan cercanas como la que tenemos con nuestras niñas.

―Además, ahora tendrás tu propia familia ―intervino Charlie― lo que haga o no tu madre, será sólo asunto de ella.

― ¿Qué hace exactamente tu mamá, Edward? ―Bella hizo la pregunta sin pensarlo. Es decir, sí lo pensó aunque no tenía intención de verbalizarla, pero lo hizo y al parecer Edward no tuvo problemas en contestarle.

―Ella es la gerente general de la compañía de instrumentos financieros. No vive en la ciudad.

― ¿Y tu padre? ―He ahí otra pregunta que salió de la boca de Bella sin poder contenerla, pero Edward reaccionó diferente a lo hizo con la pregunta anterior. Arrugó su frente y miró a Camille que estaba sentada junto a él en el sofá. Automáticamente se tomaron de la mano y se miraron intensamente, antes que él respondiera.

―Murió el año que yo nací. Nunca lo conocí…

― ¿Murió cómo…?

―Bella, por favor…

―Está bien, Camille —besó la mano de su novia que tenía entrelazada con la suya y respondió―. Se suicidó.

Bella sintió vergüenza entonces de ser tan bocaza. Agachando la cabeza y con su vista fija en sus botines claros se disculpó con su cuñado:

―Yo… lo siento, no quise ser entrometida ―susurró con pena. Edward entonces se levantó y fue a sentarse ahora junto a su apenada cuñada. Tomó sus manos y las apretó, obligándole con su toque, a que ella alzara la vista hacia él. Tuvo que tragar grueso y apretar sus piernas por lo que le provocó esa mirada de Edward y cómo era que estaba apretando sus manos.

―Está bien, pequeña Bella. Puedes preguntarme todo cuanto quieras.

―Gracias, Edward ―respondió, torciendo su boca.

Y eso era todo lo que Bella sabía del novio de su hermana. Que tenía treinta y tres años, que era guapo como el infierno, que trabajaba en una oficina de una de las empresas de su madre, que su padre se había suicidado y no tenía hermanos. ¿Era suficiente? Bueno, si para su hermana lo era, pues para ella también debía de serlo… aunque en un futuro se hubiera arrepentido de aquello.

La fecha de la boda, cogió a todos por sorpresa. El lugar elegido era un privado club campestre con un increíble jardín de cerezos con sus árboles en flor, y se encontraba dispuesto para la boda del único heredero de la compañía de valores más importantes del país. Varios medios del país estaban interesados en cubrir semejante noticia social, pero la seguridad alrededor de la familia Cullen, les impidió siquiera una foto de kilómetros de distancia.

Y mientras todo el ajetreo propio de la boda ocurría, desde la ventana de la habitación donde su hermana estaba recibiendo los últimos toques, Bella observaba a toda la gente tan elegante que llegaba al evento. Estaba feliz sin duda por su hermana pero además experimentaba otra clase de sentimientos, y es que para ella sería muy duro dejar de convivir a diario con su adorada hermana y eso la entristecía. Camille ya había sacado todos sus objetos personales de la casa y las había trasladado a la nueva residencia donde vivirían después del viaje de luna de miel. Cuando eso ocurrió, Bella se encerró en su dormitorio a llorar por la dolorosa pena que la embargaba por la partida de su hermana. Y era una ridiculez, porque ni siquiera se movería de la ciudad, sin embargo aun así, ya la extrañaba.

―No me digas que otra vez estás llorando ―se acercó la novia ya vestida y abrazó a su hermanita desde la espalda, afirmando su barbilla en el hombro desnudo de la joven, que lucía un vestido straples de color lila ajustado hasta la cintura, y caía liviano hasta sus pies. Su cabello iba tomado del todo en su nuca y su maquillaje era delicado, nada recargado.

―Te dije que hoy no lloraría…

―Anda, voltéate y dime como me queda el traje —le dijo y por los hombros la giró. Bella lo hizo y su respiración se atoró en la garganta por la impresión. Su hermana parecía un hada con aquel vestido blanco sin hombros, lleno de pedrería que la iluminaba, pero no más que su sonrisa abierta y radiante que iluminaba su rostro como si fuera un sol.

― ¿Te gustó como quedó? Le hicimos los arreglos en el busto y…

―Es maravilloso, Cami… ―reconoció con su voz quebrada. La hermana mayor sonrió y se acercó para besar la frente de su hermanita.

―También te ves maravillosa, nena. Ahora, has algo por mí, ve y asegúrate que mi novio esté listo. Está a dos puertas hacia la derecha por el pasillo. Después regresa aquí, pues nos pondremos en marcha.

―Entendido.

Salió y caminó despacio hacia la derecha para buscar a su cuñado, pero antes de llegar, algo vio que no le gustó. Una mujer muy alta, de aspecto afroamericano, vestida con un diminuto vestido rojo salió del cuarto donde se encontraba Edward, con una sonrisita de triunfo en sus labios. Bella enarcó una ceja y esperó que la extraña visitante de Edward, se alejara en sentido contrario para reanudar su paso hacia la habitación del novio. Golpeó entonces dos veces cuando estuvo frente a la puerta y entró sin esperar autorización.

Edward, quien arreglaba su corbatín mirando por la ventana, giró su cabeza por sobre el hombro y al ver a su cuñada, sonrió.

—Ahora mismo desearía un cigarro, ¿cargas con uno para mí?

―Yo…no… no llevo cartera… ¿quién era la mujer que salía de esta habitación?

Edward se giró sobre sus pies del todo para quedar frente a Bella, a quien le dio una repasada con los ojos de pies a cabeza antes de responder.

―Es Senna, una buena amiga mía, y de Camille por cierto —se acercó hasta una silla y del respaldo sacó la chaqueta de su traje Armani negro de tres piezas, con corte a la medida. Su camisa blanca de puño doble, que iba sujeto por colleras negras con aplicaciones de plata. En la escala de hombres guapos y sexys del uno al diez, Edward Cullen en ese momento alcanzaba el nivel diez pues se veía total y absolutamente apetecible. Bella tuvo que juntar sus piernas y morder su labio violentamente, incluso pasó su mano por la frente porque percibió sudor caliente. Y es que estaba muy caliente…

— ¿Bella?

―Yo, yo, yo venía porque… ―tosió para darse tiempo frente a la mirada divertida del novio― mi hermana me pidió que viera si estabas listo…y Dios si estás listo…

―Bella Swan de diecisiete años, ¿estás flirteando conmigo? —Preguntó con falso asombro, abriendo sus ojos muy ampliamente.

―No… ¡No, claro que no!... Bueno, ¿estás listo, o qué?

―No sé, tú qué dices. ―Dijo, girándose con los labios extendidos para que Bella viera el modelito completo. Otra vez su labio entre sus dientes apretándose fuertemente y el calor en su estómago. ¿Por qué él la torturaba de esa manera?

―Yo digo… yo digo que estás bueno… ¡bien, digo que estás bien!

Edward se carcajeó con verdadera gracia, echando su cabeza hacia atrás. Cuando se recompuso caminó hasta su cuñada y la tomó por los hombros.

―Te ves… alucinante, bellísima. Después de la novia, serás la chica más hermosa de la fiesta.

― ¿Tú crees?

―Claro que sí ―asintió y acarició su mejilla para luego apartarse. Las palabras de Edward y como la miró mientras se lo dijo, la hizo sentir algo así como deseada, no como se sentía cuando Riley la tocaba, sino que en un nivel más elevado. Se sintió mujer, hermosa y deseada. Pestañeó entonces y sus ojos fueron directo a los labios delgados de Edward, que verificaba algo en su teléfono antes de apagarlo.

―Quiero darte mi regalo de bodas —se le ocurrió decir de pronto. Edward alzó sus cejas y sonrió por lo dicho por su cuñada.

—Si recuerdo bien, preparaste para Camille y para mí, una cena digna de un restaurante de lujo hace días atrás como regalo de bodas…

―Hablo de un regalo sólo para ti.

―Aja…. ¿y qué quieres darme?

La valentía corría a raudales por las venas de Bella, producto del cumplido que Edward le dio, así que antes que la cabeza y el cuerpo se le enfriaran y antes de arrepentirse, caminó hacia el expectante novio, justo a milímetros de él. Se empinó sobre la punta de sus pies y colocando las manos sobre el duro pecho del hombre, llevó sus labios hasta la boca de Edward, dejando un casto beso que duró menos de dos segundos, pero que de momento para ella fueron suficientes. Enseguida se giró y salió de la habitación, con la sensación del roce aquel sobre ella quemándole los labios. Caminando de regreso al cuarto de la novia, pensó que no había hecho nada malo, por lo que no había nada de lo que arrepentirse. Y claro que no se arrepentía, pues ese roce con los labios de Edward sería de seguro, el encuentro más cercano que habría entre los dos.

Pero en eso ciertamente, Bella erraba por completo.

**OO**

Salió de la peluquería dejando que el aire helado asestara en su rostro y se colara por su cuello que ahora se veía desprovisto de la abundante cabellera que siempre la protegió. Se giró entonces hacia el reflejo de los vidrios de la puerta donde acababa de salir y volvió a mirar su nueva imagen a la que debería acostumbrarse: cabello corto y rojo sangre, muy diferente a como lo había llevado toda su vida, y que según ella la hacía verse mayor. Eso era bueno.

Sacó entones el recorte de periódico que llevaba guardado en la cartera de su chaqueta y lo abrió para ver la dirección donde ahora debía dirigirse. Se trataba del aviso de vacante para un trabajo como camarera en un restaurante familiar. La necesidad la haría trabajar en lo que fuera, pero si era en un restaurante, mucho mejor. Sabía que podía aprender mucho allí para lo que deseaba hacer de su nueva vida, y si era necesario comenzar limpiando mesas para en el futuro convertirse en una reconocida chef, le parecía estupendo en verdad.

Miró el reloj y alzó las cejas, sorprendida por lo rápido que habían pasado las horas, por lo que se puso en marcha mientras abría el mapa de la ciudad para ver hacia donde debía dirigirse. Después debía regresar a la casa donde rentó un cuarto y cerciorarse que Andrew estaba bien. Agradecía al cielo que los dueños de esa casa fuera aquella amable pareja de ancianos que se ofrecieron a cuidar del niño mientras ella salía. Enseguida apenas conocer al niño, se encariñaron con él, ofreciéndolo a ella todo tipo de ayuda.

―Ve tranquila, cuidaremos a tu hermanito Gordon ―dijo la anciana refiriéndose al niño a quien le cambió el nombre, pues debía cubrir sus espaldas y las del pequeño por quien estaba haciendo todo aquello. Y aunque ciertamente no era su hermanito como se lo hizo creer a los ancianos, lo quería como tal, y lo cuidaría como tal.

Llegó a la esquina de la calle y esperó hasta que la luz del semáforo le indicara que podía cruzar la calle. Mientras esperaba, inspiró profundo y enderezó su postura, lista para comenzar con su nueva vida:

―Muy bien, Nadia Arzak, vamos a salir adelante.

Así, como había procurado cambiar el nombre de su sobrino, lo hizo también con el propio, tomando el apellido de una de las chefs que más admiraba. Sería como ella, levantaría un imperio gastronómico, sería exitosa y feliz, y se limpiaría del recuerdo de Edward y velaría por la vida de su sobrino, lo único y más importante que ahora ella tenía en la vida.