EPÍLOGO
Japón se volvió loco cuando supo que dos de sus estrellas favoritas llevaban casi ocho años casados. El país entero enloqueció y empezó a alucinar, preguntándose cómo es que habían podido mantener un secreto de esa naturaleza tanto tiempo.
Pues llevando una vida discreta, por supuesto.
Había habido rumores, porque siempre los hay, claro. Especialmente cuando trabajaban juntos: la química se disparaba y desbordaba la pantalla. El espectador sentía, de alguna manera intuitiva, que las emociones desplegadas entre ellos eran auténticas, y no tan solo una actuación.
Pero ahora que el vientre de Kyoko iba a delatarlos, mejor hacer explotar la bomba en condiciones controladas, ¿verdad?
Déjenles a Yashiro y a Lory la gestión del circo mediático. La gente quería derretirse con dulces aaaww y oooh, ¿sí? Y que no faltaran ni flores ni corazones enamorados, no. Pues hala, los tendrían…
Las cámaras habían sido estratégicamente colocadas, el coro estaba en su sitio, las flores también, los invitados (entre ellos la famosa estrella internacional Hizuri Kuu y su señora, amigos de la pareja) lucían sus mejores galas y la turba que colapsaba las calles alrededor de la iglesia ansiaba morir de fangirlero moe enamorado. A tal efecto, se había colocado una pantalla gigante fuera. ¿Dije ya lo del circo? Ah, sí, lo dije…
Bien, pues la ceremonia cumplía dos objetivos: dar metafórico pan a las masas hambrientas y renovar sus votos matrimoniales en un acto público.
Ren (Kuon) aguarda junto al altar. Está nervioso, igual que la primera vez. Su padre (ejem, es decir, su buen amigo Kuu), justo a su lado. El corazón le da un vuelco en el pecho y mil mariposas le vuelan por dentro cuando ve a Kyoko, radiante y hermosa (más cada día) avanzar hacia él con una sonrisa en los labios y su hijo (¡Su hijo!) en el vientre. ¿Puede acaso un hombre morir de felicidad? Y como la otra vez, Kyoko reza por no tropezarse con el vestido y hacer el ridículo. Inspira, suspira, y avanza hacia su príncipe de las hadas.
Las manos de Kyoko tiemblan un poco, y Kuon las cubre con las suyas. Entonces, y como siempre, él se pierde en el oro de sus ojos. El mundo se torna borroso a todo lo que no sea ella, los sonidos se apagan y no existe más que ese dorado y su piel bajo sus manos. Las palabras salen de su boca, nacidas del corazón, y repite, renovando aquel juramento de hace tantos años que un niño le declaró a una pequeña:
—Jamás nos separarán…
Y ambos saben que es absolutamente cierto. Ni la muerte podrá separarlos.
—Jamás nos separarán… —repite Kyoko, poniéndose de puntillas para cerrar su promesa con beso.
Siempre se volverán a encontrar.
- - FIN - -
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NOTA: Gracias, mil gracias, por todo su apoyo a esta historia. Sin ustedes, jamás se hubiera convertido en lo que es hoy.
