Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

Bueno, voy a ahorrarme las tres páginas de disculpas que amerita el haberme desaparecido tantísimo tiempo. Pasaron muchas cosas en mi vida, unas buenas y otras muy malas, pero como siempre regresé a mi refugio que son mis novelas con mis mundos que siempre agradezco que les gusten tanto.

Sin más, las dejo con el capítulo (espero que todavía se acuerden de lo que pasó en el último) y que lo disfruten.

Las adoro, muchas gracias por continuar aquí apoyando esta locura.

Capítulo 23: Cautiverio Pt. I

"No pedí prácticamente nada, solo un poco de sinceridad.

Un trato a la altura del mío. Y recibí silencio. La mayor de las decepciones.

De todas maneras creo que entendí tu respuesta.

Era un: «No me importas».

Y duele."

-Anónimo

Bella's POV.

Ríndete, Isabella. Eres mía.

Las puntas de sus dedos recorren el borde de mi rostro hacia mi escote, de manera casi tímida rozan mi pecho izquierdo y se detienen en mi costado.

—Ayúdame a encontrar el cierre de tu vestido —su tono es demandante y aún así suave, como si supiera que estoy en el borde de todo y estoy a punto de colapsar.

¿No sería mejor, me pregunto a mí misma, solo dejarlo quebrarme? Quizás entonces dejará de quererme y se dará cuenta que ya no valgo la pena ahora que ya no lucho contra él.

Bajo esta fantasía, en la cual me permito a mí misma ignorar mis ansias de golpearlo y correr, guío su mano hacia mi otro costado y hago una ligera presión para que pueda sentir la pequeña luneta del cierre.

Se muerde el labio por un segundo antes de que el sonido del vestido abriéndose y finalmente deslizándose sobre mi cuerpo hasta el suelo interrumpa el abrumador silencio en la habitación.

No tengo otra salida. Debo darle todo lo que demande de mí y solo así podré salir de aquí, y lo primero que haré será correr a los brazos de Jacob Black y rogar por que me salve. ¿Qué son un par de confesiones? Después de todo, qué más podría descubrir él que no supiera ya.

—Ve y siéntate en el sofá —ordena y el aire de su aliento choca con mi piel, haciéndome consciente de que estoy completamente desnuda a excepción de los tacones y la pulsera de Tiffany's en mi tobillo.

Avanzo en zancadas largas hacia mi destino y tomo asiento con toda la gracia que puedo, cruzando las piernas por los tobillos y con mis manos en mi regazo, tratando de cubrir mi cuerpo. De pronto me siento más pudorosa de lo que me sentí con Jacob.

—Separa tus piernas y pon las manos detrás de ti —demanda sin moverse un centímetro de su lugar. Sé que debe encontrar esto fascinante; nunca le había permitido manejarme como si fuera un títere y ahora que tiene la oportunidad, no va a desaprovecharla.

Abro mis piernas con parsimonia y cruzo mis manos en la espalda, esperando su siguiente instrucción.

Él toma asiento en el sofá frente al mío y me mira largamente. Trato de ignorar mi completa desnudez y lo vulnerable que me siento, la preocupación que me da que Louise vaya a quedarse toda la noche con Anthony, y me concentro en mi objetivo: conseguir esos 10 malditos números y salir de aquí. Lo que sea que vaya a hacer después no es problema ahora.

—¿Cómo conociste a Jacob Black? —habla finalmente.

—¿Eso contará como confesión? —no voy a facilitar información si no voy a obtener nada de ello.

—¿Qué pasa si no?

—No te responderé entonces.

Él sonríe y no se me ocurre momento más inapropiado que lo haga. Yo he olvidado la última vez que sonreí de verdadera felicidad.

—Me lo imaginaba. Sí, Bella, tendrás tu número al final.

—De acuerdo. Lo conocí gracias a una amiga que hice en las oficinas de migración. Me dijo que ella podría apoyarme, como yo sé de finanzas ella me daría el dinero para invertir en la empresa de Jacob y me daría una parte, una vez que tuviera la visa de trabajo me daría un empleo formal —es lo suficientemente cierto, de todas maneras.

Edward permanece en silencio mientras se levanta, rellena su vaso de licor y vuelve frente a mí.

—¿Y bien, el número? —reclamo.

—No voy a dártelo. Me estás mintiendo, —rechina los dientes supongo que para no gritar—, lo que me dices no explica cómo es que eres su amante.

Maldigo para mis adentros. Había olvidado que él nos había visto salir de la biblioteca.

—Es una atracción que se dio con el tiempo, pero sí estamos haciendo negocios juntos —explico.

Entonces él se levanta, rodea la mesa para venir hacia mí con los puños cerrados, pero al último momento se detiene a unos centímetros y golpea repetidamente los cojines del sofá.

—¡Maldita, maldita seas Isabella! ¡No es cierto, nada de lo que dices es cierto! —dice entre golpes.

Aterrada, me apresuro a levantarme, pero él ya me está sosteniendo el rostro firmemente. Su respiración es agitada y su cabello, antes estilizado en un pulcro peinado, ahora cae sobre su frente dándole un aspecto más salvaje.

—No voy a darte ningún maldito número si no empiezas a decir la verdad —farfulla—. Así signifique morir aquí dentro no saldremos. Deja de mentirme, deja de burlarte de mí por una vez y háblame con la verdad.

—No sé qué es lo que quieres escuchar… Ya te lo dije. Jacob y yo…

—¡No hay Jacob y tú! Tú eres mía, ¡mía! —sus dedos se hunden en mis mejillas hasta que mis muelas duelen.

—Si no me dejas voy a gritar. ¡Estás loco! Esa es la verdad, pero no quieres creerla.

—Llevas menos de dos meses aquí y ese tipo compró un collar de cincuenta mil dólares solo para tí. ¿Quieres que crea que son socios? ¿Qué le prometiste, Isabella? ¿Cómo hiciste para…

Él no va a callarse, tampoco va a creerme y entonces nunca saldré de aquí, y no puedo permitirlo. Necesito liberarme de una vez por todas.

Con mis manos lo sujeto por el cuello y estrello mis labios con los suyos. Le toma un par de segundos responderme, quizás porque nunca antes había tenido yo la iniciativa, pero luego sus brazos me envuelven y me levanta del sofá. Sus movimientos son desesperados, su lengua invade mi boca y ni siquiera puedo mover la mía, porque él lo domina todo y no me deja respirar; sus manos pasean por mi espalda, toman mi pelo en puños grandes para luego soltarlos y bajar a mis muslos, sus uñas rasguñando la piel a su paso hasta trazar un camino de ardor y dolor. Y entonces, cuando todo comienza a darme vueltas por la falta de aire, él se separa abruptamente y me lanza al sillón.

—Eres un veneno, uno que mata poco a poco —sentencia—. Te dije que iba a cogerte, pero vas a responder lo que te pregunte primero. No vas a salirte con la tuya otra vez.

Todavía me duelen los labios, todavía puedo sentirlo besándome, y cuando junto las piernas también puedo sentir la lubricación entre ellas. Estoy excitada solo por un beso. No podría estar más avergonzada de mí misma.

—¡Está bien! Quiero a Jacob por su dinero. Nadie me da trabajo sin la visa y yo necesito recursos de algún lado— reconozco que es la furia hacia mí misma la que me hace hablar, y sé que es tarde para retroceder—. Conocí a Jacob en una galería de arte y él mostró interés. Cuando supe que era un millonario lo conquisté. Soy una puta, si es lo que quieres que admita. El collar que compró planeo venderlo y utilizar ese dinero para irme de aquí ¿Satisfecho?

Él vuelve a sonreír, se aplaca el pelo con ambas manos y suspira.

—Ni un poco, pero es un comienzo. El número es cero.

Me abstengo de soltar un gemido de alivio. Al menos sirvió de algo. Ya tengo el primero, faltan nueve.

—Siguiente pregunta —ésta vez ya no vuelve a su antiguo lugar, el sillón frente al mío, sino que viene a sentarse a mi lado, peligrosamente cerca, y todo lo que puedo hacer es alejarme hasta que mi espalda choca con el reposa-brazos del sofá. Cual león, él me persigue y pone sus brazos a cada lado de mi cuerpo; su pecho a centímetros del mío—. Ese accidente que tuviste cuando eras joven, quiero saber todos los detalles.

Ni en un millón de años esperaba esa pregunta. ¿Cómo podía algo así ser tan importante para él? Alguien se lo dijo, lo averiguó de alguna manera. Mi pulso se acelera pero me reprendo de inmediato por la paranoia. Por supuesto que no, nadie en este mundo además de mí lo sabe; ni siquiera a Jessica se lo conté.

—No entiendo por qué te interesa algo tan insignificante. Estás gastando tus oportunidades para averiguar más sobre mí —digo en tono de burla, aunque lo menos que me provoca esta situación es gracia.

Se me escapa el aire por entre los dientes cuando él pasa la uña de su dedo índice por mi pezón derecho y encorvo la espalda como único medio para alejar mi cuerpo de él, pero de inmediato responde al acto torturando de nuevo mi seno, esta vez pellizcándole hasta el dolor.

—¡Agh! — golpeo su mano con fuerza y él la retira, mordiéndose el labio para que no se note su sardónica sonrisa. Maldito sádico.

—Contéstame, Isabella. De lo contrario temo que tendré que seguir torturándote, y aunque tú no lo disfrutes a mí me excita... muchísimo —dice la última palabra en un susurro ronco.

Levanto el mentón y me aclaro la garganta— Bien, pero que sepas que es un total desperdicio.

—Eso lo decido yo. Y más te vale no mentirme. Por si no te has dado cuenta, en todo este tiempo que te fuiste pude aprender mucho sobre tí, te he conocido más en estas semanas que en los años que estuve contigo —me acaricia el pelo que hay en la frente y lo lleva detrás de mi oreja—. He dominado el arte de descifrar las mentiras de Isabella Swan —deposita un beso en la punta de mi nariz—. Dime lo que pasó en ese accidente, quiero saberlo todo.

No hay manera en que él pueda averiguar si estoy mintiendo, ¿cierto? No si lo hago bien. Solo quiere intimidarme, pero no voy a dejar que toda esta parafernalia de palabras amenazantes al mismo tiempo de caricias eróticas se meta en mi cabeza.

—Me escapé de casa para ir a una fiesta y el chico que conducía el auto estaba demasiado ebrio; tuvimos un accidente y yo perdí mucha sangre. Cuando me hospitalizaron el doctor me explicó que uno de mis riñones no estaba funcionando bien debido a eso, y estuve en tratamiento por bastante tiempo, hasta que me recuperé por completo —como mentirosa profesional sé que no hay mejor manera de engañar a alguien si es con un poco de verdad, además mantengo mi mirada fija y sin denostar cualquier señal de nervios.

—Hum, comprendo —musita, pero algo en él me hace pensar que en realidad comprende más de lo que debería, más de lo que le dije. ¿De verdad ha adquirido de pronto un don para leer mentes?—. Sin embargo, te he visto desnuda demasiadas veces, he memorizado cada milímetro de tu cuerpo… —cierra los ojos por un momento y las puntas de sus dedos vuelven a mi pecho, pero esta vez se colocan de manera estratégica sobre tres de mis lunares—, no necesito verte para saber lo que estoy tocando. Y por tanto sé que no tienes ninguna cicatriz o rastro de que alguna vez hayas estado tan herida como para desangrarte.

—Pasó hace demasiado tiempo —señalo un punto en el costado de mi abdomen—. Aquí está, no es muy grande, solo fue un pedazo de metal del auto que se enterró.

Él la mira un segundo antes de ponerse de pie.

—Acuéstate —dice suavemente.

Sé que debo elegir mis batallas, así que esta vez no me opongo y obedezco, extendiéndome en toda la longitud del sofá, que es tan masivo que aún queda espacio para que él pueda sentarse. En lugar de hacerlo se arrodilla sobre el suelo y vuelve a centrar su atención en mi abdomen.

—¿Esta es la cicatriz, dices? —toca la lesión indicada y yo acepto.

Él se dobla hasta que su nariz toca mi ombligo; acto seguido su lengua traza la cicatriz en cuestión y una sensación eléctrica me recorre desde la punta de los pies hasta mi vientre. No puedo impedir que mis manos se cierren en puños o el ignominioso siseo de mis labios.

Edward repite la acción con las otras marcas en mi piel, que no son otra cosa que estrías; todas ellas. Luego besa cada una y por dentro soy un desastre de estrógenos, músculos tensos y latidos en cada rincón de mi cuerpo.

Por favor, detente.

—En tu carta escribiste que la pasión entre nosotros era innegable, —musita—, y si me hubieras preguntado hace un par de meses te hubiera dicho que eras una diosa cuando hacías el amor; el problema es que tú no haces el amor, tú no te entregas nunca y esa pasión de la que hablas no es más que solo el reflejo de lo que yo te di siempre. Llegué a pensar que todo lo que tú eres para mí existía solo en mi imaginación, que tal vez no eras tan hermosa, ni tan fría, ni tan estúpida como para no darte cuenta que me habías desgarrado el corazón con tu partida.

Varias veces me habían llamado una persona "corta" de palabras; más bien me gustaba medir el alcance de lo que decía, pues en mi cerebro siempre hay una contestación lista. Ahora mismo no hay ninguna palabra en mi cabeza, de hecho la zona de mi cerebro que se encarga del lenguaje quizá hizo corto circuito.

—Solamente una cosa es innegable aquí, y esa es tu incapacidad para decir la verdad —dice con los dientes apretados—. Esta marca que dices forma parte de las cicatrices del embarazo, Isabella. Quiero entender cómo te desangraste entonces, quiero averiguar varias partes de tu pasado esta noche de hecho. Date cuenta que mientras más rápido respondas más rápido terminaremos con esto.

—¿Cuáles son esas otras cosas que quieres saber? —no hay mejor forma más que dilatar lo inevitable, si le doy suficiente información insustancial quizá hasta lo olvide.

—¿Prefieres responder otras preguntas primero? —levanta los hombros—. Está bien, solo que sepas que no estás haciendo más que alimentar mi curiosidad por ese accidente —empieza a recorrer mis piernas con las palmas de sus manos, arriba y abajo apretando cuando llega a mis caderas—. ¿Con cuántos hombres has estado?

Ah, esa es fácil.

—Con tres.

—¿Contándome a mí, contando a Jacob? —levanta las cejas. Por supuesto que no me cree, él me tiene en un concepto de poco menos que cortesana.

—Eso son dos preguntas.

—Puedo romper el trato ahora mismo y no darte la maldita combinación, así que no me hartes. Responde.

Es preocupante la manera en la que puede ir de un extremo al otro en el umbral de estados de ánimo. Un psiquiatra tendría mucho que opinar al respecto.

Puedo responder esa pregunta y ya, después de todo no es una confesión que me pese aceptar; no más que las otras al menos.

—Sí, tres contándote a ti pero no a Jacob. No me he acostado con él y, antes de que lo digas, lo que viste en la biblioteca no es lo que piensas. Sí, tuve un orgasmo pero no tuvimos relaciones.

—¿Y entonces? —me pone una mano sobre el cuello—. ¿Qué te hizo?

—Usó su boca —admito, no agradándome el rumbo tan explícito de esta conversación.

La presión de su mano se vuelve más fuerte, aunque sin cortar mi aire por completo.

—¿Y tú lo permitiste? Recuerdo todas las veces en las que me rechazaste diciendo que el sexo oral no te agradaba. ¿Por qué el sí y yo no?

—Ya lo sabes, tenía que lograr que él se acostara conmigo esta noche.

—¿Entonces ibas a dejarlo hacer contigo lo que quisiera? ¿Ibas a darle ese poder sobre ti?

Cuando entreabro los labios para contestar él ya está ahí besándome tan brutalmente como hace un rato e, igual que hace un rato, yo le devuelvo la acción con igual violencia.

Mis pensamientos se revuelven ante las sensaciones y antes de que me de cuenta, me encuentro comparando este beso con los de Jacob, e incluso con lo que sentí cuando él estuvo entre mis piernas; no hay comparación. Y esta misma confusión es la que provoca que me separe de su boca y lo admita.

—Sí es pasión, es atracción —jadeo—, y es tan fuerte que pensaba en ti cuando lo besaba a él.

Él se incorpora entonces y pasa sus manos por debajo de mí para levantarme del sofá, llevándome consigo hacia otro sitio de la habitación; la cama, lo sé cuando mi piel desnuda toca una superficie mullida y fresca. No estoy en control de mis sentidos, estoy borracha tal vez y esto no podría alegrarme más.

Todo lo que diga ahora mañana podré decir que no lo recuerdo, así como tampoco recordaré la forma en la que Edward me mira en este momento mientras se quita la camisa apresuradamente y se deja caer sobre mí, mis brazos yendo a sus hombros en el acto.

—Juré torturarte cuando te encontrara, juré que me pedirías perdón de rodillas… pero tú dices unas cuantas palabras y de nuevo me tienes. Como esa noche que me dejaste; planeaba poner a alguien a vigilar la puerta del apartamento, planeaba esconder tus llaves y encerrarte, asustarte de muerte para que no te fueras, pero lo hiciste de nuevo, me pediste que me quedara y como un adolescente idiota me ilusioné. La felicidad de dormir contigo esa noche me avergonzaba, porque nunca había sentido esa plenitud, y porque también sabía que todo era otra mentira tuya. Pero cerré los ojos y te abracé y creí en mi ilusión, en que tal vez aunque pareciera falso sí era cierto. Bastó que tú también me abrazaras como ahora para olvidarme de por qué no podía confiar en ti. Hoy admites que me deseas, que te gusto… y quiero dejarme llevar otra vez, creerte ciegamente —me baja los brazos de su cuello y toma mi mano derecha, la coloca por encima de cabeza y la estira. Realizo demasiado tarde que ata mi muñeca a la cabecera con una cinta de tela que no había visto—, pero tengo que volverme más inteligente que tú, Isabella. Entender que tú eres como una sirena que con su canto arrastra a los marineros a la muerte.

Esta vez caí yo. Yo… yo me dejé llevar. Sus palabras me habían embelesado tanto que bajé la guardia y ahora no tenía manera de salir de aquí si él no lo permitía; así respondiera todo lo que él quisiera.

Grito de impotencia y quiero llorar de nuevo, quiero golpearlo.

—¡Maldito, mil veces maldito! ¡Se lo diré a Tanya! ¡Voy a contarle la clase de enfermo mental que eres y el asqueroso acosador en que te convertiste!

—"Convertiste" siendo la palabra clave —sonríe—. No soy más que tu creación. De hecho eres como Dorian Gray y yo soy tu retrato, en mí aprecias toda la podredumbre de tu espíritu. Todo lo que odias de mí es lo mismo que odias de tí. Hay una pequeña diferencia, sin embargo, y es que yo tengo palabra. Respondiste mi pregunta así que te daré el siguiente número: uno.

—¿Si después de todo vas a dejarme salir por qué tienes que amarrarme?

—Muy sencillo; no confío en ti. No puedo darme el lujo de dejar que te muevas libremente y permitir que tus tentáculos me alcancen —mueve los dedos como si fueran los brazos de un pulpo.

—Me pregunto cómo es que si soy tan abominable, tan horrible como un molusco o cualquier otra criatura marina me deseas tanto.

—Quizás soy auto destructivo. Hay parejas que aunque sean miserables con la otra persona no pueden separarse; lo que me lleva a la siguiente confesión. ¿Alguna vez te has enamorado de alguien? Por favor, profundiza en tu respuesta.

OoO

Ay, ay Edward... No sé a uds. pero a mí los dos me rompen el corazón por diferentes motivos.

¿Qué creen que contestará Bella?

Dejen sus reviews y agreguen a favs.

Besitos, las aaaaamo.

Amy W.