Omake: Hestia

Saga de Géminis caminaba inquieto alrededor del pasillo principal de su Templo. Se acercaba la noche y ni Milo ni su hermano regresaban al Santuario. Del segundo lo esperaba —suponía que no lo haría sino entrada la noche—, pero el hecho de que el Santo de Escorpio aún estuviese en Cabo Sunión le preocupaba.

El muchacho llegó a Géminis hacía poco más de una hora preguntando por su hermano. Por supuesto que Saga se mostró renuente a responderle. Kanon fue a Cabo Sunión a despejar su mente por un tiempo y sospechaba que no vería con buenos ojos la irrupción a su refugio marítimo. Mucho menos si dicha irrupción era provocada por aquel que causó tanto caos en la de por sí turbada mente de su hermano.

Siendo sinceros, aquella situación le parecía más cómica que dramática. La reacción de Kanon ante los desplantes de Milo fue tan exagerada que le fue difícil mantener un rostro serio mientras trataba de confortarlo. Por su parte, la actitud de Milo se le antojaba caprichosa e infantil. Así como Kanon, Saga supuso que el muchacho tenía interés en su hermano. Era difícil no creerlo. El mayor estaba de cierta forma acostumbrado al efusivo modo de ser del Escorpión; sabía que Milo no se molestaba en controlar o disimular su coquetería nata y que muchas de sus actitudes debían ser interpretadas con cautela. Sin embargo, había algo en su interacción con Kanon que le hizo suponer que había algo más.

Milo admiraba a su hermano y eso ya era suficiente para decir que su relación era diferente a las demás. La deferencia del orgulloso Santo de Escorpio pocas veces se fundaba en algo más que el simple respeto. Aunque solía encontrar lo mejor de las personas, pocas veces Milo consideraba a alguien mejor que él y Saga sospechaba que su hermano era uno de esos pocos afortunados.

Además, era difícil ignorar el destello que aparecía en los ojos de Milo cada que se encontraba con Kanon. Aquellos fulgores parecían pertenecerle a un par de brasas ardientes, chispeantes y listas para incendiarse en cuanto Milo les diese la oportunidad. Saga confiaba en que el joven terminaría por aceptar lo que tan claramente sentía por su hermano. Sólo era cuestión de que conquistara a su petulante orgullo y que se sobrepusiera a sus miedos.

¿Cuánto tiempo tomaría? Saga sabía que Milo era temerario y que tarde o temprano tomaría la decisión correcta. Se daría una oportunidad con Kanon y, con suerte, Saga ya no tendría que aguantar los melodramáticos suspiros de su hermano menor. Para él, todo aquello era cuestión de esperar.

Aun así, era normal que Saga sintiera rencor hacia el muchacho. Después de todo, él era el responsable de la melancolía de Kanon y no estaba seguro de que confesar su ubicación fuese la mejor idea del mundo.

Pero entonces Milo repitió su petición con los puños fuertemente cerrados y una voz tan desesperada que ni siquiera Saga tuvo el valor suficiente para ignorarla. Así pues, decidió decirle en dónde se encontraba su hermano y esperar a que Kanon no decidiera matarlo y que Milo no hiciese nada estúpido.

Era por eso que ahora deambulaba frente al portal de su Templo esperando que al menos uno de los involucrados apareciese frente a él.

Afortunadamente para su salud mental, Milo regresó a la Casa de Géminis a tan sólo unos minutos de que el sol se ocultara. Saga suspiró y pasó sus manos a través de su largo cabello para disimular su nerviosismo. Dio varios pasos hacia la entrada y no tardó en encontrarse con el Santo de Escorpio.

—Sigues vivo —señaló con la voz más grave que pudo—. ¿Será esa una buena o mala señal?

Sin verse afectado por la severidad de Saga, Milo sonrió tímidamente.

—Te dije que sólo quería disculparme con él. Aún no tienes por qué matarme.

A pesar de que el mayor frunció el ceño, no pudo evitar sentirse aliviado por su tranquila respuesta. A diferencia de hacía unas horas, la conciencia de Milo parecía limpia y sospechaba que la plática entre él y su hermano había resultado del mejor modo posible.

—Aún.

Milo quiso reír, pero sólo unos entrecortados sonidos salieron de su garganta. Aparentemente Saga todavía era lo suficientemente talentoso como para intimidarlo.

—Debes odiarme en estos momentos.

—No te odio, Milo —aseguró—. Sólo estoy desilusionado.

El menor entrecerró los ojos y bajó la mirada. Aunque por unos segundos buscó las palabras adecuadas para defenderse, la falta de inspiración le obligó a permanecer callado.

—Te creía más valiente que esto —continuó Saga—. Sin embargo, preferiste herir a mi hermano antes de enfrentarte a tus temores. ¿Qué culpa tiene él de que seas incapaz de lidiar con tus propios sentimientos?

—¿Qué es lo que esperas de mí, Saga? —preguntó sin alzar su rostro—. Cometí varios errores y estoy dispuesto a enfrentarme a sus consecuencias. No hay más que pueda hacer por el momento.

Saga sabía que Milo tenía razón y, de cualquier forma, nada de lo que hiciese sería suficiente para él. Al menos no por ahora, no mientras su hermano siguiese sentado en alguna empolvada roca en Cabo Sunión sintiéndose solo y decaído.

—¿Le darás a mi hermano una oportunidad?

—No lo sé. Aún tengo que pensarlo.

—No entiendo qué es lo que tienes que pensar. Tú no eres así, Milo. Tú sueles seguir tu instinto; es eso lo que te hacía tan temible en el campo de batalla.

—Este no es un campo de batalla, Saga. Ya no. Lastimé a Kanon y temo hacerlo nuevamente. Merece más respeto que eso.

—Por supuesto que merece más —se cruzó de brazos y dio un paso al frente—. Mi hermano siempre ha sido un extranjero. Incluso desde que éramos pequeños siempre fue él el ignorado, el que no pertenecía a ningún lugar. Las cosas empeoraron una vez que llegamos al Santuario. A Kanon siempre le hicieron creer que era el segundo, el que no era tan fuerte, ni tan inteligente, ni tan noble. Mucho de eso fue mi culpa; no sólo porque nunca me atreví a confortarlo, sino porque llegué a creer lo que todo el mundo decía. Si Kanon se convirtió en lo que fue, fue sólo porque el mundo le convenció de que lo era.

—Tu hermano es un hombre admirable que ha demostrado su valía.

Saga asintió.

—Es ahora que puede llamar hogar al Santuario y hermanos a sus compañeros. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarle a ser feliz. Es por eso que trato de infundirte algo de sensatez y convencerte de que te enfrentes al futuro que te ofrece.

—¿Cómo puedes saber que le daré felicidad? —preguntó para sí.

—No puedo. Ni siquiera puedo estar seguro de que una relación entre ustedes funcionaría, ni sé si tú eres la persona indicada para mi hermano menor. Lo único que sé es que él quiere estar contigo y que merece una oportunidad. Merece un hogar, Milo.

—Kanon está enamorado de mí —apretó los labios—. No estoy seguro de por qué, pero es así. En estos momentos tiene una imagen sesgada de lo que soy. Tarde o temprano podría darse cuenta de que no soy lo que él cree y…

—¿Y qué?

—¿Qué pasará si decide irse, Saga? ¿Si cometo nuevos errores y lo alejo de nosotros?

—Te haces muchas preguntas innecesarias cuando la única respuesta que necesitas es si quieres a mi hermano o no.

Milo frunció el ceño y sonrió de medio lado.

—Es curioso. Camus me dijo algo semejante.

—¿Él también está metido en este embrollo?

—Tú lo estás, ¿no es así?

Saga asintió al comprender que el vínculo que lo unía a su hermano era muy semejante al que unía a Camus y a Milo. Por supuesto que el francés se involucraría de un modo u otro.

—Te prometo que buscaré la respuesta que necesito, Saga —se inclinó ante él de un modo tan solemne que por unos instantes recordó sus años en el trono del Patriarca—. Sólo necesito algunos días para aclarar mi mente, ¿de acuerdo?

—Si no queda otra opción…

Milo exhaló y continuó su camino hacia el Templo de Escorpio. Poco antes de que se perdiera entre las sombras de las columnas se detuvo y miró hacia atrás.

—¿Sabes, Saga? Estoy feliz de que tú también estés de regreso. Nos hacías falta.

Aquellas palabras amargaron instantáneamente la boca del gemelo, quien intentó señalar que, de hecho, él siempre estuvo en el Santuario. Sin embargo, para cuando su cerebro pudo armar la oración pertinente, Milo ya había desaparecido.

De cualquier forma, después de unos minutos Saga concluyó que su observación era innecesaria. El Escorpión había hablado de modo figurativo.

Saga rascó su cabeza por unos segundos y de nueva cuenta tornó su atención a la entrada de su Templo.

Suponía que Kanon no tardaría en regresar.

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Aquella tarde, el Santo de Escorpio sorprendió los gemelos en el portal del Tercer Templo. Saga quiso darle espacio a él y a su hermano, por lo que decidió adelantarse no sin antes saciar su curiosidad.

—¿Has encontrado la respuesta que necesitabas, Milo?

Éste sonrió ampliamente y asintió.

—Encontré la fuerza que necesitaba para aceptarla.

Saga asintió y siguió con su camino.

—Más vale tarde que nunca —murmuró Saga mientras escuchaba a Kanon tirar su bolsa con manzanas.

El gemelo mayor sonrió al saber que la del Fuego Sagrado les había sonreído. Su hermano finalmente había encontrado un hogar.

Comentario de la Autora: Desde el principio del fic quedó planeado hacer un omake con Hestia, la olímpica original que cedió su lugar para que Dionisio formara parte del grupo principal de dioses. No fue muy difícil decidirme a trabajar con Saga ya que es un personaje que me gustó mucho en esta historia. Así hasta da gusto, caramba. Merecía un poco más de atención. Aunque fuese un poquito nomás.

Eso es todo por ahora. Espero que hayan disfrutado este pequeño bonus. ¡Muchas gracias a todos por el apoyo!