Frente a la tumba de Edmunds, Amelia dejó a un lado su tabla de apoyo y procedió a arrodillarse. Con las manos sobre ambos muslos, mordió sus labios y sintió como sus ojos comenzaron a humedecerse, hasta derramar una, dos, tres lágrimas. Con sus dedos, rozó la placa con el nombre del primer astronauta que hubo de pisar este planeta, como antesala del recuerdo. Mientras acariciaba los bordes, trajo a su mente aquel momento en que le encontró, al segundo día de su propio arribo con el ranger. Luego de bajar y encontrar la nave cubierta de rocas, ella y CASE entraron a la nave para encontrarlo acostado, en el suelo, inerte.

Su rostro estaba evidentemente envejecido y según cálculos del robot, debía haber muerto ya hacía años, de un accidente vascular. En el momento exacto del reencuentro, Amelia decidió no cuestionar su muerte y, sencillamente, proceder a darle merecido descanso. Ahí, se arrodilló y lo rodeó con sus brazos, un abrazo largo y silencioso que guardaba para él hace más de un siglo terrestre. Luego, lo envolvió en una frazada y lo trasladó al monte más cercano, donde, con la ayuda de CASE, cavó una tumba. En los días posteriores a su entierro, muchas preguntas comenzaron a perseguirla: ¿por qué Wolf no utilizó el módulo de hibernación?, ¿por qué limitó su mensaje a datos sobre el planeta y nada más sobre él?, ¿qué había ocurrido con GALA?

Esta última, se encontraba al fondo de la nave, de pie, resguardando su forma rectangular, guardando en perpetuo silencio la respuesta a todos aquellos últimos acontecimientos. Pese a los intentos de CASE, GALA no reaccionó como robot autómata y lo único servible, fue su estructura de metal (que más tarde hubo de utilizar como prototipo de una nueva antena, para transmitir a la tierra, sólo en caso de ser necesario). Todo el hallazgo, motivó a Brand a tomar una firme decisión: primero, dedicaría su estadía a buscar información empírica que garantizara la vida humana. Y segundo, si no la encontraba, no transmitiría una señal. Punto.

Fue por esa semana, también, que el astronauta del atardecer comenzó a visitarla, justo cuando los días y las noches tomaron una cotidianidad estremecedora y la soledad comenzó a hacerse tan real como el polvo y las rocas del planeta Edmunds.

—Miller, Romney, Mann, mi padre, Doyle… todos están muertos, Wolf. Todos ellos... —Amelia sacó un mechón de cabello de su rostro, ante una brisa repentina— Cooper… él viajó rumbo a Gargantúa con TARS, con la esperanza de resolver la gravedad, con… —tragó saliva, dejando caer nuevas lágrimas, emocionándose hasta los huesos— con la esperanza de encontrar un nuevo hogar.

En su puesto, Amelia se acomodó, lo cual produjo una mueca de dolor ante el roce con pierna derecha. Continuó:

—Cooper dijo… que para avanzar, debemos dejar algo atrás, Wolf. Lo dijo minutos antes de marcharse junto con TARS y Endurance. No sé si es verdad, pero… hay cosas que simplemente no se van nunca, Wolf. Aunque lo intentes.

Amelia dejó caer sus lágrimas por las mejillas, sin detenerlas, contemplando cómo caían en el suelo seco, donde formaron una sombra rojiza de humedad. —Jamás podré olvidarte, Wolf.

Sin meditar en el origen de sus acciones, la mujer entrelazó sus manos en el centro de su pecho, trayendo a su mente un desfile de imágenes y rostros: sus padres, Murph, el equipo Lázaro, Endurance, Miller, Mann, los ojos azules de Doyle, Cooper. En silencio, deseó que, sea donde ellos se encontraran, tuvieran sus almas en completa serenidad, en la forma que fuese. Bien era hora ya que todos ellos la encontraran. Luego de años y años luchando contra lo inminente, el único consuelo resultaba aquello: paz.

—¿Por quién estás rezando? —Doyle susurró. Amelia abrió los ojos y le vio a su lado, también arrodillado.

—Por Edmunds, por ti… por Cooper.

El astronauta del atardecer se acercó un poco más, pasando su brazo derecho por sobre sus hombros. Amelia se rindió y no dudó en hundir su rostro en su pecho varonil. Posó también su mano en el atuendo de Doyle, tomando con fuerza el traje blanco, aferrándose. Su acompañante bajó la cabeza y la recibió en un abrazo, donde Amelia lloró largo y tendido.

Una vez los ansimos se redujeron, la mujer tomó distancia de su cuerpo y le contempló a los ojos, acariciando su barba. Recordó el día en que ella y Cooper se reencontraron con Romney, luego de la travesía en el planeta Miller, donde el físico había salido a su encuentro, manifestando una espera de 23 años. 23 años. Aún dicho número hacía nacer una molestia en su pecho. Con sus pulgares, rozó las mejillas de Doyle, observando como éste, bajo el ritmo de su caricia, cerraba los ojos.

Nadie merece esperar tanto, nadie, pensó. Nadie merece dedicar su vida a empresas imposibles. Nadie merece amar, sin ser amado.

—Tengo que dejarte ir, Doyle… —habló, al mismo tiempo que una lágrima volvió a aparecer.

El astronauta abrió sus ojos, concentrado. Luego de tragar saliva, asintió con la cabeza. Finalmente, él tomó su mano derecha y la besó, despacio. —Lo sé.

Amelia esbozó una sonrisa, sintiendo la tibieza en sus manos, producto del gesto. Doyle continuó, alzando una ceja. —Lo nuestro jamás habría funcionado.

La mujer dejó caer una risa pequeña. —¿Tú crees?

—Por supuesto, tienes debilidad por astronautas que lucen como cowboys.

Esta vez, Brand estalló en una risa, acompañada por Doyle, quien volvió a abrazarla, largo. Amelia lo apretó con fuerza, inspirando con profundidad. Se quedó así por un momento. —Temo que no volveré a despertar nunca...

Con un dedo, el hombre quitó una lágrima floreciente. —Para serte honesto, nunca fuiste la mejor astronauta, Amelia. Tu corazón solía hablar siempre más que tu razón.

La mujer se separó de su cuerpo masculino y le miró, atenta. Él cerró sus palabras:

—Tal vez, es hora de entregarte a lo que sientes.

Horas más tarde, de regreso al ranger, Amelia comenzó a resguardar datos e información acumulados durante toda su estadía en Edmunds. La labor le tomó el resto de la tarde y noche, especialmente por su cojera y la dificultad de moverse dentro de la nave. Comenzó por el registro geológico, luego por la información relativa a la atmósfera y, por supuesto, sus propias conclusiones al respecto. Según sus apreciaciones iniciales, el planeta podría ser apto para una colonia humana, siempre y cuando se encontrara una solución a su ciclo sísmico y la liberación de gases nocivos.

En este contexto, Amelia escribió: "se hace prudente el establecimiento de un equipo multidisciplinar de reconocimiento en terreno". En pocas palabras, había una alta posibilidad que el lugar donde Edmunds y ella había establecido su base, estuviese sobre una falla tectónica de alto riesgo, tal como la falla de San Andrés, en Estados Unidos. Y, tal vez, en otros lugares del planeta, los ciclos fuesen más estables. Sin embargo, debido a su propia condición física actual, la tarea resultaba actualmente imposible.

Momentos más tarde, Amelia reunió sus papeles y los dejó envueltos en un cuaderno, sonriendo. Su padre siempre criticó su aversión a tomar notas en aparatos eléctricos. Sin embargo, dentro de la estación, del ambiente de reclusión de Lázaro y Endurance, eran precisamente ése tipo de detalles no tecnológicos, los que le permitían recordar su propia humanidad. Pese a la última tecnología, los laboratorios, las naves, los computadores y robots, el proyecto estaba hecho completamente de personas, de seres vulnerables de carne y hueso.

Brand abrió el clóset más cercano y guardó el cuaderno dentro del compartimento superior. De ahí también sacó una camiseta y pantalones de lycra grises, los cuales serían su nuevo atuendo, quien sabe por cuánto. Una vez acomodada, consultó el último reporte impreso generado por la reserva de información genética, almacenada en la parte inferior del ranger. Repasó hojas de números y datos químicos, asegurándose, una vez más, que todo se encontraba bien. Finalmente, firmó el reporte, agregando fecha y hora.

Cuando cerró el documento, dio una última vista al lugar que la rodeaba, repleto de blanco. Sin pensar mucho, se puso de pie y comenzó a avanzar, cojeando, hacia la cabina de mando, donde se encontraba CASE. Luego, con un poco de dificultad, se sentó en el asiento del piloto y habló:

—CASE, por favor, activar modo de grabación.

El robot accedió inmediatamente, iluminando una pequeña luz roja, que indicaba que ya podía comenzar a hablar. En un comienzo, Brand tragó saliva y se mantuvo en silencio, sin mirar de frente a la pantalla, cruzada de brazos. Mordió sus labios y, ante la súbita emoción, carraspeó para tomar valor.

—A las personas que vean este mensaje. Soy la Dra. Amelia Brand —suspiró y dirigió su mirada al robot— código de seguridad en estación NASA: ABRAND66X38. Actualmente, soy parte de la misión secreta de NASA Endurance, la cual tuvo como objetivo confirmar la habitabilidad de tres planetas con posibles condiciones para la vida: Mann, Miller y Edmunds. Si desean más información del proyecto, por favor consultar la caja negra que se encuentra en el compartimento 3-B del ranger.

Nuevamente, un arranque de emoción. Amelia bajó la mirada y esbozó una sonrisa nerviosa, sacando una lágrima.

—Según el código X65-2, es mi deber informar que mi misión en el proyecto… ha fracasado. Si bien, he recolectado una cantidad de datos importantes sobre el perfil del planeta Edmunds, he debido detener mi rol de exploración debido a circunstancias especiales, como lo son la falta de oxígeno y la inmovilidad de pierna derecha, producto de una caída, como podrán consultar en la bitácora. En estos momentos, me preparo para entrar en el módulo de hibernación-

La pequeña luz roja cambió a azul, con lo cual sólo quedaban unos treinta segundos de registro.

—Antes de entrar al módulo, sólo quiero dar un breve mensaje… —Brand guardó silencio y, luego de sacar una lágrima, volvió a mirar a la pantalla de CASE, tratando de no quebrar la voz— Cooper… si alguna vez puedes ver esto. Sólo quiero decirte que, cierta parte de mi dice que lo lograste. Que lograste entrar a Gargantúa. Que lograste resolver la ecuación de gravedad.

La luz azul comenzó a parpadear. Sólo veinte segundos más.

—Siempre lo supimos, ¿sabes? Si bien, en un comienzo, la lógica decía a mi padre que no te escogiera como piloto, él siempre supo en su corazón que tú lo lograrías. No importaba cómo. Y luego que lograste salvar a Endurance de su inminente destrucción, yo lo supe, Cooper. Tú podrías salvarnos. Salvar todo esto. —Salvarme, pensó, sin ser lo suficientemente valiente para decirlo, para pedirlo en voz alta— Sólo quiero decir: Gracias.

Y entonces, la luz se apagó. Amelia suspiró largo y posó su palma en su mejilla, sonriendo por primera vez, mirando a CASE. En cierto sentido, el haber dicho tales palabras logró cubrirla con un manto de completa aceptación, de entrega a la situación, a los años de soledad que se veían venir, al silencio, a la espera. Acto seguido, se puso de pie, soportando el hilillo de dolor de su extremidad y caminó lento hacia el módulo, ya ubicado al medio de la nave. El robot la acompañó y le sirvió de apoyo al momento de ingresar dentro, donde percibió el agua tibia.

Una vez sentada, miró a su único acompañante, que habló: —Dra. Brand, ¿desea establecer una fecha de término para su hibernación?

—Indefinida —musitó.

—Entendido —el robot se inclinó y, lentamente, emergió su pequeño brazo rectangular, apretando botones. Luego, recobró posición.

De inmediato, Amelia sintió como el aparato comenzaba a repletarse de agua tibia, primero sus piernas y después, su estómago. En un acto libre, alzó su mano y tocó la superficie del robot, siempre cubierta de un polvo cobrizo, a simple vista, más desgastado. Sonrió, emocionada.

—Gracias por todo, CASE.

—No hay de qué Dra. Brand —el aludido respondió— Usted siempre fue una de mis favoritas.

Mientras esperaba la luz que indicara que CASE estaba haciendo uso de su registro de humor, sintió cómo la cabina comenzaba a bajar, cubriendo su estómago y hombros con agua. No alcanzó a verle de vuelta y sólo cerró los ojos, percibiendo cómo su corazón latía con fuerza.

Ante la inminente oscuridad, sintió cómo desde su pecho, desde su corazón emergía el último pensamiento consciente, el anhelo de volver a despertar, de volver a la vida. Pensó en Edmunds, Doyle y Cooper. Junto a sus imágenes y a sus sentimientos, recordó, aunque fuese por un segundo, en su propia teoría: el amor trasciende el tiempo y el espacio.

Hoy, ella lo pondría a prueba.


Comentario: Los últimos minutos de Interstellar son realmente fascinantes, justo después del reencuentro de Cooper con su hija. Magistralmente, Nolan invierte una ley natural, donde no son los padres los que dejan ir a sus hijos, sino que es Murph quien pide a su padre continuar, vivir su propia vida. Esos mismos minutos me dejaron por muchas semanas imaginando más, sobre qué sucedió con Brand y bueno... todo lo que sentí lo he resumido en este humilde relato. Si bien, tenía en mi mente escribir un epílogo final con un estilo distinto, la historia, oficialmente, llega hasta aquí. Sin embargo, ya veremos si la musa creativa me ataca en un futuro cercano juju. Me entregaré a ese misterio. A todos aquellos que hayan dedicado unos minutos en leer este escrito: ¡Muchísimas gracias por leer!