Disclaimer: Digimon no pertence ni a SkuAg, ni a mí.

REACCIÓN


En química, una solución perfecta es una mezcla de dos elementos, en proporciones ideales.


Babe, this wouldn't be the first time and it will not be the last time.

Oil and Water, Incubus


Sus dedos tocaban nerviosamente el aparato celular y ella no sabía si llamar de nuevo, aun sabiendo que la respuesta sería la misma. La casi certeza de una respuesta negativa nunca había sido suficiente para detener a Tachikawa Mimi. Los sonidos de ollas, cucharones, la tetera burbujeando — todas estas cosas llamaban su atención, pero Mimi no podía quitar los ojos del pequeño aparato celular.

—Sólo una vez más —murmuró bajo su aliento, presionando el botón para marcar cuando el teléfono le fue arrebatado en un fluido movimiento—. ¡Oye!—exclamó, indignada—, lo estoy usando.

Motomiya Daisuke le devolvió la mirada impaciente, sus cejas fruncidas en un gesto de irritación. En una mano tenía su celular y en la otra, un cucharón de madera con una salsa color blanco.

—Dijiste que me ayudarías —el joven se quejó, torciendo los labios.

—Estoy ayudando —Mimi se defendió, alzando un dedo y pasándolo por la cuchara antes de llevarlo a su boca.

—Esto —Daisuke dijo, gestionando a Mimi y el teléfono—, no es 'ayudar'.

—Mucha sal —la chica dijo, parándose y caminando hacia la cocina. Tomó un poco de crema y la agregó a la pequeña olla. Daisuke la siguió a la cocina, dejando que tomara la cuchara y cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Hacer mi trabajo por mí tampoco es ayudar, Mimi —le dijo—, ¡no es a ti a quién evaluarán!

Mimi lo ignoró, tomando un par de cebollinas y cortándolas en finos trozos con una rapidez verdaderamente impresionante. Daisuke torció los labios de nuevo, viendo con envidia como ella manejaba con mucha más gracia que él sus propios cuchillos. Ella, notando su mirada, rio.

—Está en la muñeca —dijo, provocando que al moreno se le enrojecieran las mejillas y volteara a ver hacia otro lado, avergonzado.

—¿Te puedes salir de mi cocina?—masculló molesto. Mimi achicó los ojos, tiró sus cebollinas perfectamente cortadas en una sartén y ofreció su mano, palma arriba.

—Mi teléfono —exigió.

—Te lo daré—el moreno dijo—, pero sólo si prometes no llamarla.

—Daichi—Mimi dijo, su rostro denotando la misma preocupación de antes—, han pasado tres días ya. No sé nada de ella.

Daisuke la ignoró, metiendo el aparato en su bolsillo del pantalón y pasando a lado de Mimi quien, resignada, se sentó en un banquito al otro lado del desayunador.

Sus manos eran ligeras, delicadas a pesar de su tamaño y aparente torpeza. Cortaba, pelaba, condimentaba con velocidad y precisión. Mimi apoyó los codos en el mármol, descansando su mejilla sobre su palma al verlo pasar de una esquina a otra en la pequeña pero inmaculada cocina; él único rincón de la vida de Daisuke que siempre estaba ordenado e impecable. Observaba sus movimientos; juzgaba sus medidas, la fluidez de sus manos, la manera en la que incorporaba, poco a poco, cada ingrediente dentro del platillo. No le dijo nada, pero su mirada nunca lo abandonó, y él lo sabía. Cuando al fin volteó a verla, Mimi parpadeó un par de veces antes de ofrecerle una torpe sonrisa.

—Dilo —dijo, irritado—, sé que lo estoy haciendo mal.

—En realidad —Mimi le dijo—, se ve muy bien.

Y él, como si hubiese esperado críticas e instrucciones, se sorprendió una vez más de no saber qué esperar de ella. Sus mejillas se tintaron de nuevo y Daisuke pasó su pulgar por su mejilla, distraído.

—¿La comida?

Mimi rio.

—Tú.

Apagando la estufa, Daisuke tapó todo para que se asentara y tiró su toalla sobre su hombro, viéndola con una mezcla de aprensión y curiosidad.

—No deberías preocuparte tanto por ella —le dijo suavemente.

—No sé si está bien.

—Llamaría, si no lo estuviera.

—Y Yamato…

—¿Yamato?

Mimi evitó su mirada, fijándose en el reflejo de la madera pulida bajo sus codos, el libro de recetas de Daisuke abierto en una página al azar que había estado leyendo. Podía sentir su mirada sobre ella, pero no se le ocurría una manera de expresar lo que estaba pensando o sintiendo, sin que él lo tomara mal.

—No puedo creer que sigas con eso —dijo molesto, girándose fuera de la cocina y dejándola sola por unos momentos. Mimi cerró el libro, suspirando al deslizarse del taburete y acercándose al lavadero. El agua corría caliente mientras fregaba el desorden que el moreno había dejado, mientras trataba de no pensar en Sora, o Yamato, o como ya no eran Sora y Yamato.

—No significa nada.

Lo miró sobre el hombro. Daisuke se encontraba apoyado en el arco que daba entrada a su cocina, brazos cruzados sobre su pecho. Mimi le ofreció una tenue sonrisa, asintiendo.

—Lo sé, pero a veces…

Lo sintió atrás suyo, sus manos, grandes y en ocasiones torpes, acariciando el largo de sus pálidos brazos. Sentía su aliento en su nuca, haciendo cosquillas detrás de su oreja y suspiró cuando sintió sus brazos en la blanca columna de su cuello.

—¿Estarías tan tranquilo si me fuera, Daichi?

Pausó en sus cariños, frunciendo la nariz y respirando el aroma de su cabello antes de recostar su barbilla en su hombro. Su voz, la manera en la que estructuró la frase, sus manos apretando el borde del lavaplatos — Daisuke se sintió lleno de todo aquello que Mimi siempre le había provocado. Cerró los ojos y sus manos rodearon su cintura, apretándola contra su pecho.

—Yo no te dejaría ir —murmuró suavemente.

—Eso decía Yamato.

Abrió sus ojos y besó su cuello tres veces. A la tercera, abrió su boca y le clavo los incisores, enrojeciendo su piel y haciéndola resaltar de sorpresa.

—¡Daisuke!

—Yo no soy Yamato —le dijo simplemente, volteándola para poder verla a la cara—. Esto es para siempre, Mi.

Mimi lo miró hacia arriba, haciendo un puchero.

—Tendré que amarrarte a esa promesa, Motomiya.

El joven sonrió ampliamente, enseñando todos sus dientes.

—Puedes hacerlo —le dijo, encogiéndose de hombros al mismo tiempo que ella rodeaba su cuello con sus brazos para acercarlo en un beso—. A diferencia tuya, yo tengo palabra.

Ella lo soltó con un quejido, rodando sus ojos.

—Fue una vez, ¡Daisuke!

—¿Una vez? Trata mil.

—Detalles —dijo sin cuidado. Se alejó hacia la estufa, destapando ollas y sacando platos, cubiertos y vasos. Probó un bocado del estofado que el chico había preparado y sonrió ampliamente, relamiendo sus labios. Perfecto. Se volteó sobre el hombro mientras caminaba a la mesa, viéndolo con ojos grandes e inocentes.

—Trae el resto, ¿quieres? —sonrió, y él pudo ver ese brillo de picardía en sus ojos color miel—. Yo me encargo del postre.

Daisuke mordió su labio, evitando una sonrisa que moría por escapar. Y es que esa mujer podría ser el fin de su vida, y estaba tan jodidamente emocionado porque lo fuera.


Notas: Lo lamento mucho, mucho por haberme tardado tanto en subirlo; me faltaban algunos detalles que debía arreglar antes de publicarlo. Este ha sido un proyecto muy divertido y quiero agradecer a SkuAg por haberme permitido ser parte de él, lo disfruté mucho. Y gracias a ustedes, por leernos. ¡Hasta la próxima!