CAPÍTULO 48: ESTANQUE DE AGUA

POV KATNISS


Empiezo a escuchar ruidos y abro los ojos alerta. Mi cabeza sigue entre el hombro y cuello de Peeta. Su pecho se mueve acompasadamente y cuando levanto un poco la cabeza me doy cuenta que sigue dormido y está amaneciendo. Sin moverme demasiado miro a mi alrededor ubicando el arco con mi mano que está cerca de mi esposo. Me tranquilizo al notar que los ruidos vinieron de nuestros aliados. De Eithan, Thresh y Rue.

Eithan me mira con una sonrisa socarrona al darse cuenta lo que hice por instinto. Estaba agarrando el arco para atacar de ser necesario.

-Hey, tranquila, Chica en Llamas. No somos enemigos.

-Lo siento. –Me disculpo, aunque por el momento seamos aliados, no sabemos cuánto durará la tregua. No puedo confiar en nadie de esta arena porque eso expondría a Peeta, la persona que más apreció y amo en el mundo y estoy dispuesta a sacrificar mi vida por él. –Me asusté por los ruidos.

-Todos nos asustamos. –Me dice. –Pero fue una noche tranquila por suerte. Por eso nadie los llamó a que hicieran la guardia.

-¿Kat? ¿Amor?

Escucho la voz de Peeta a mis espaldas y como él me sujeta de la cintura obligándome a recostarme nuevamente.

-Buenos días, amor. Lamento haberte despertado.

Cuando hablo, Peeta abre los ojos con pereza y los fija en los míos. Pero los vuelves a cerrar cada tanto por el sol que lo encandila.

-¿Pasó algo?

-No. No debes preocuparte, no fue nada. Me desperté por los ruidos.

-Y yo porque sentí que te alejaste y te removiste de mis brazos.

Peeta me dijo muchas veces que sus pesadillas suelen ser sobre perderme. Y ahora en los Juegos del Hambre con esa realidad tan cercana, ni siquiera quiere que me aparte un centímetro de él.

Estamos empatados. Yo tampoco lo quiero ni un milímetro lejos de mí.

Peeta junta nuestras frentes.

-Perdón por no saludarte. Buenos días, Princesa.

Imagino a la gente del Capitolio pegados a la pantalla viendo como Los Trágicos Amantes actúan al despertar después de sobrevivir al primer día. De verdad espero que no hayamos llamado la atención de nadie en la madrugada.

Y tan pronto como dice eso me besa. Un beso suave y tierno, pero capaz hacerme olvidar hasta de mi nombre y que nos están mirando.

-Oigan. Hay menores aquí. –Nos interrumpe Eithan.

Peeta fulmina con la mirada y le contesta.

-Todos somos menores. –Responde Peeta.

-Pero ninguno se ha casado, excepto ustedes con su extraña tradición. Dejen los besos intensos para cuando estén solos ¿sí?

-No era intenso. –Contradigo.

-Si eso no fue intenso… No me quiero imaginar lo que hacen cuando están solos. –De nuevo sale a luz su sonrisa socarrona y tono burlón. Y no puedo evitar pensar en lo mucho que se parece a su primo. Igual que Finnick y Haymitch con sus comentarios embarazosos, Eithan consigue ruborizarme e incomodarme.

¿Por qué sigo siendo tan inocente para algunas cosas?

-Eso no te incumbe. –Contesta Peeta.

Peeta se pone de pie y me ayuda a levantarme.

-Mi primo me dijo que eras tan tímida, como letal. En realidad así te definió tu mentor. Y que Peeta resulta igual de mortífero, si te tocan.

¿Haymitch? ¿Qué hace hablando de nosotros a nuestras espaldas? Si lo tuviera en frente lo mataría.

-¿Y que más te dijo? –Pregunto molesta.-

-Nada más ¿Por qué? ¿Hay algo que debamos saber?

-Si lo hay, no lo sabrás. –Le devuelvo la misma sonrisa torcida matándolo con la mirada.

Peeta decide que es tiempo de dar la conversación por terminada y pregunta que haremos a continuación. Mientras tanto agarro mi abrigo y me lo pongo. No fue una noche fría y entre la abrigada bolsa de dormir y el cuerpo caliente de Peeta a mi lado, terminé por quedarme con la blusa. Rue se acerca a mí me abraza y me pasa una botella de agua para compartir con Peeta. Yo tomo unos sorbos y le paso a mi esposo el agua para que se hidrate. Después volvemos a compartir y guardamos la botella en nuestra mochila. Cada distrito tiene la suya.

Antes de que el aerodeslizador se llevara el cuerpo de Marvel, le quitamos su chaqueta (previo a matarlo) y todas las armas que llevaba encima bajo la ropa y cerca al lado de una árbol descubrimos su mochila y una campera gruesa muy abrigada.

Marvel fue muy idiota para enfrentarnos solo y creer que saldría ileso.

Cuando me agarró de sorpresa, no me pude liberar de sus brazos. Nunca sentí tanto miedo y rabia en mi vida. Veía a mis aliados preocupados, a Peeta desesperado intentando encontrar una forma de salvarme y temiendo que un movimiento suyo acelerara mi muerte, lo que impedía que actuara impulsivamente. Lloré de frustración por no poder liberarme sin el riesgo de ser decapitada, también porque Marvel me apretó con tanta fuerza que estoy segura, me dejaran enormes cardenales donde me aplastó. Lloré por Peeta y por mí, sabía que nuestro fin llegaría pero no esperaba que fuera tan pronto. Porque irremediablemente si yo era asesinada, Peeta se hubiera suicidado después de cobrar venganza. Y no quería que eso pasara. No soportaba ese pensamiento.

Nuestro amor es como el de Romeo y Julieta, fiel, incondicional y sacrificado. Lo único que nos mantiene vivos aquí es que aún tenemos la posibilidad de protegernos y estar juntos. Cuando esa ventaja llegue a su fin, no importa que tanto hagamos por convencer al otro de sobrevivir, la vida del que queda vivo llegará a su fin inmediatamente después. Para que en la muerte nos volvamos a reunir.

Aunque duele aceptar que la muerte de uno significará la del otro, es una realidad innegable.

Antes de seguir caminando comemos una galleta salada cada uno y un poco de las ardillas que Peeta ha cazado mientras yo descansaba y cocinamos en minutos en un fuego que duró solo lo que tardó en cocinarse. Comer carne cruda es lo peor que podríamos hacer en estos momentos.

Peeta insiste en cambiarme el vendaje y busca lo que necesita en el botiquín. Me pone un poco de pomada y utiliza las hojas que recolectó Rue para cubrir mi herida y después la venda.

-Se pondrá bien, Kat. Solamente recuerda que debemos hacerte las curaciones cada ciertas horas.

Asiento y él besa mis labios unos segundos. Les pregunta a los demás si necesitan que los curemos, pero ya lo hicieron mientras Peeta y yo dormíamos.

Esta mañana la búsqueda es más intensa y desesperada. El bosque empieza a evolucionar a medida que nos adentramos más y los pinos se mezclan con una variedad de árboles, algunos reconocibles y otros completamente desconocidos para mí. En cierto momento oigo un ruido y preparo el arco a pesar del dolor de mi brazo, pensando en protegerme a mí o los demás, pero resulta ser un conejo asustado. Peeta que estaba tomado de mi mano hasta hace unos segundos, se detiene en seco y se relaja al darse cuenta que es un inocente conejo gris.

-Me alegro de verte –susurro. Donde hay un conejo, podría haber cientos esperando a que los cace, y más allá de un par de ardillas no hemos visto otros animales hasta ahora. Además eso significa que…

-Debe haber una fuente de agua cerca. –Comenta Peeta siguiendo el hilo de mis pensamientos.

Thresh y Demi le dan la razon y yo pido que avancemos. Unos metros más y el suelo baja en pendiente, eso no me agrada en mi situación actual, porque los valles me hacen sentir atrapada. Quiero estar en alto, como en las colinas que rodean el Distrito 12, desde donde puede verse venir a los enemigos. En cualquier caso, no tenemos elección.

Peeta no me suelta la mano durante esas subidas y bajadas. Los tres chicos sujetan a las chicas para ayudarse mutuamente a pasar por las zonas difíciles y no caerse, muy pocas veces nos soltamos, excepto cuando resulta más conveniente movernos por cuenta propia.

Lo curioso es que no me siento demasiado mal; me han venido bien los atracones de comida de los últimos días. Puedo mantenerme aunque esté falta de sueño, y estar en el bosque me resulta revitalizante. Agradezco la soledad y tranquilidad del mismo, aunque no sea más que una ilusión, ya que es muy probable que ahora mismo estemos en pantalla, no de continuo, pero sí de vez en cuando. Hay tantas muertes que mostrar y repetir mil veces analizando si la persona tenía posibilidades y las desaprovechó, si era débil y luchó hasta el final. Un grupo de de tributos caminando por el bosque solos no resulta demasiado interesante, teniendo en cuenta que los profesionales deben cazando tributos que no formaron alianzas grandes y siguen vivos, cuando ellos mueran vendrán por nosotros y debemos prepararnos. Sin embargo, nos sacarán lo bastante para que la gente sepa que seguimos vivos, casi ilesos y en movimiento.

Uno de los días más fuertes de las apuestas es el de apertura, cuando llegan las primeras bajas, aunque no puede compararse con lo que sucede conforme la batalla se reduce a un puñado de jugadores.


Al pasar unas horas escuchamos un cañonazo. Otro muerto. Once tributos caídos. Esta noche nos enteraremos quien fue el desafortunado.

El sol sube en el cielo e incluso a través de los árboles, parece demasiado brillante. Intento pensar en todo lo que sé sobre la búsqueda de agua: fluye colina abajo, así que, de hecho, seguir por el valle no es mala idea. Si pudiéramos localizar el rastro de muchos animales o alguna zona de vegetación especialmente verde, eso podría ayudarnos, pero todo parece igual. Sólo están las pendientes, los pájaros y los mismos árboles.

Conforme avanza el día, sé que vamos a tener problemas. Las reservas de agua se nos acabaran mañana o dentro de un día y medio tal vez si nos medimos. Pero no más.

De repente, avanzada la tarde, creo que hemos encontrado ayuda: veo un arbusto con bayas y corro a coger los frutos para añadirlo a nuestras escasas reservas. Deméter también lo hace, llega antes que yo y toma una con la intención de comérsela, pero Peeta se la saca y la deja caer al suelo, para después agarrarla y traérmela. La examinamos juntos.

-¿La reconoces? –Me pregunta. –Se ve extraña.

-Parecen arándanos negros. Son comestibles.

-A primera vista. Pero ¿qué hay de la forma?

-Los arándanos negros no tienen esa forma y tamaño.

-Ya me parecía. –Contesta Peeta. Y hace explotar con su dedo el jugo del fruto partiéndolo un poco y revelando su interior rojo. –Tampoco son rojas por dentro.

-No las reconozco. Nunca las he visto. –Contesto con sinceridad. Peeta se las muestra a nuestros aliados uno por uno.

-¿Alguno sabe qué tipo de bayas son? ¿Si son comestibles o venenosas?

Ninguno de los cuatro sabe, no las hemos visto en los entrenamientos tampoco.

Aunque quizá sean comestibles, me parece que es un malvado truco de los Vigilantes. Confundirnos y engañarnos es su pasatiempo favorito.

-¿Recuerdan lo que nos dijo el instructor de plantas? –Pregunto.

-Que evitáramos las bayas a no ser que estuviésemos seguros al cien por cien de que no eran toxicas. –Dice Thresh.

-Exacto. –Anuncia Peeta. –Olvidaremos que este árbol con frutos existe y no lo tocaremos más. No coman nada sin que Katniss, y yo lo veamos antes. ¿Qué tanto sabes de plantas Rue?

-No mucho, solo reconozco algunas medicinales o comestibles, y alguna que otra venenosa.

-En el Distrito Once habían unas con pequeñas flores y largas hojas que provocaban reacciones alérgicas simplemente con el leve roce accidental. –Agrega Thresh. –Y si la persona tenía problemas de alergia a ciertas plantas podía agravarse su estado y morir.

-¿Las han visto aquí?

-No, por ahora.

-Avisen si las ven para que estemos prevenidos. –Contesto yo.

-Lo haremos. –Contesta él.

-Sigamos. –Nos dice Peeta. Me pongo a su altura y camino. Nos siguen Thresh y el Distrito Cuatro va detrás. No sé porque siento que se demoran más adrede.


Después de una larga jornada de subidas y bajadas acabamos agotados. El calor resulta tan insoportable que acabamos por sacarnos todo el abrigo que llevamos puesto.

Calculo que debe ser la media tarde, cuando nos sentamos a descansar. Peeta saca la botella de la mochila, moja un poco un trapo y me lo pasa por la cara para liberarme un poco del calor asfixiante. Después lo hace con su rostro y bebe unos tragos. Y me lo pasa a mí. Me tomaría la botella entera si no fuera porque recuerdo que no sabemos cuándo encontraremos un río, o un lago.

Peeta se quita la mochila y se echa hacia atrás en el pasto. Lo imito, me recuesto a su lado utilizando su cabeza de almohada.

Peeta mantiene sus ojos cerrados respirando profundamente. Me voy acercando más hasta dejar mi cabeza junto a su cuello. Cuando eso ocurre Peeta me rodea con sus brazos.

-¿Te sientes bien?

-Sí. –Contesto y él acaricia mi trenza. – ¿Tú?

-También. ¿Cuánto tiempo más crees que debamos caminar?

-Espero que no mucho, nuestras reservas de agua se acabaran en algún momento. Somos seis personas y el calor no ayuda.

-Al menos no hace frío, ni nieva.

Yo cierro los ojos sonriendo, mientras él esté vivo todo estará bien para mí.

-¿Por dónde seguimos? –Pregunta Rue minutos después.

-Para el oeste. –Indica Thresh. –Parece hace más vegetación.

-Descansaremos un rato y seguiremos caminando. Necesitaremos agua. O no podremos resistir mucho más. –Dice Peeta.

-Me parece bien. Estoy agotada. –Murmura Deméter.

-Dem… No sabía que eras tan débil. –Bromea Eithan.

-Cállate, tonto. –Le responde ofendida. –Lo dices como si tú estuvieras mejor. Por poco jadeas como perro sediento.

-Eso es mentira.

-Bueno tal vez exageré un poco con lo perro sediento, pero el caso es que estás tan cansado como cualquiera de nosotros seis.

Todos miramos a ese par, sorprendidos cuando ella lo golpea y él ni se mueve, hasta sonríe. Y la manera en que la observa. Peeta y yo nos miramos unos segundos sabiendo que si no hay algo ahí todavía, lo habrá muy pronto.

¿Ellos serán acaso la segunda pareja de amantes trágicos?


Pasa un día más y seguimos sin encontrar nada. Dos días después cuando cae la tarde y el sol se oculta, me desvanezco en el suelo a causa del cansancio físico y emocional, la poca cantidad de agua ingerida y las escasas horas de descanso que hemos tenido. Peeta también debilitado, me ayuda a sentarme, me moja un poco el rostro y me da la botella de bebida energizante, que mezclamos con agua para que no quedara tan concentrado y durara más para todos. De todas formas es tan poco líquido que lo tomo todo, mientras Peeta toma de otra botella unos sorbos controlándose para después dejar la botella en su mochila.

Me dejo caer en el suelo quedando en posición fetal, intentando recomponerme.

¿Es este nuestro fin? ¿Cuánto falta para que encontremos agua? Ningún paracaídas nos ha llegado nuevamente. No creo que quieran vernos muerto ¿verdad? Me tiemblan las piernas y el corazón me va demasiado deprisa. Se me olvida continuamente qué estoy haciendo. Al igual que algunos de nosotros, me tropiezo una y otra vez, y, aunque consigo levantarme con y sin ayuda, cuando por fin se me cae el "bastón" que no es más ni menos que una lanza, me derrumbo por última vez y sin planes de levantarme por un rato. Dejo que se me cierren los ojos.

No pasa nada. Aquí no se está tan mal. Se siente mucho mejor estar entre la fresca hierba.

Peeta me da vuelta y me toma entre sus brazos, me da aire con una grande hoja de árbol.

Me da los dos últimos tragos de agua y procuramos no tomar que hay en una botella intentando que me recupere.

-Resiste, amor. –Pega su frente a la mía. –Sólo un poco más. –Y me besa. Un beso necesitado, porque él no quiere perderme.

Mientras me besa siento el aire menos caluroso, a pesar de estar ardiendo y con la garganta seca, lo que significa que la noche se acerca y será fría. Hay un suave aroma a dulce que me recuerda a los nenúfares.

Peeta deja mis labios en paz y apoya mi cabeza en su regazo, inconscientemente, acaricio la suave tierra y deslizo las manos fácilmente sobre ella.

Dibujo remolinos en la tierra fresca y resbaladiza.

Me encanta el barro ¿Cuántas veces he podido seguirle la pista a una presa gracias a esta superficie suave y fácil de leer? También es bueno para las picaduras de abeja. Barro. Barro. ¡Barro!

Abro los ojos de golpe y hundo los dedos en la tierra. ¡Es barro! Levanto la nariz y huelo: ¡son nenúfares! ¡Plantas acuáticas!

-Peeta… –Murmuro. Mi esposo no entiende nada, pero me observa atentamente y me acaricia el rostro. –Hay nenúfares.

Él reacciona algo tarde, entonces mira hacia el frente unos árboles y arbustos tapan nuestra visión. Vemos a nuestros aliados agotados en el suelo intentando recuperar fuerzas, pero no las tendremos sin agua.

-Espérame aquí. No te muevas.

Peeta se mueve medio arrastrándose medio gateando. Después de tantos días sin agua este es el resultado.

Obedezco, no le pasara nada mi esposo por moverse unos metros.

-Llegamos. –Nos grita Peeta. –Es un estanque y hay mucha agua.

Agarro mi mochila y me empiezo a arrastrar sobre el lodo hasta llegar al lado de Peeta que está a unos ocho metros de mí. Atravieso una maraña de plantas que dan al estanque. En la superficie flotan unas flores amarillas, mis preciosos nenúfares.

-Tenías razon. –Murmura Peeta, arrodillado y tocando el agua. –Está… medianamente fría.

Resisto la tentación de meter la cara en el agua y tragar toda la que pueda, porque me queda la suficiente sensatez para no hacerlo. Peeta tampoco lo ha hecho.

-¿Tienes alguna idea, Kat? No podemos tomarla así.

Con ayuda de Peeta me siento sobre mis piernas y con mis manos temblorosas abro la mochila y sacó la botella de la que me dio de beber Peeta las últimas gotas.

-Cárgala de agua, al igual que las otras cinco botellas. En una mochila venía un frasco grande de yodo.

A ambos nos cuesta hablar coherentemente y continuado.

Peeta obedece con las pocas fuerzas que le quedan. Las llena y después le digo que coloque el número correcto de gotas por litro. Utilizamos un cronometro electrónico que Deméter pudo robarle a un profesional, para saber cuándo se cumplirá la media hora.

Los demás se van acercando a dónde estamos y nos pasan sus botellas para repetir el proceso. Al final las seis botellas acaban llenas, dos de ellas son cantimploras de un litro que cómodamente se pueden llevar en la mano, las otras son las que nos enviaron con líquidos.

-No se les ocurra tomar hasta se los digamos. –Les indico.

Todos asienten.

La media hora de espera es una agonía, pero la aguantamos. La primera botella está lista y compartimos de ella mientras esperamos que se complete el tiempo estipulado de las siguientes.

«Ahora, poco a poco», me digo. Doy un trago y me obligo a esperar. Después otro y otro. Me obligo a pasárselo a Peeta y él hace lo mismo con nuestros aliados. A lo largo de las tres horas siguientes nos bebemos al menos dos litros de agua cada uno. También nos mojamos para refrescarnos. Volvemos a llenarlas nuevamente para tenerlas preparadas por si acaso después no volvemos a encontrar agua en otro lugar.

Durante la noche nos quedamos en el lugar durmiendo, bebiendo y comiendo mientras nos turnamos la vigilancia. Cada vez que se acaba una botella la llenamos nuevamente y le añadimos yodo para purificarla. Limpiamos nuestras ropas sucias en el estanque de agua clara y nos lavamos con el agua purificada. Primero, las mujeres y finalmente los hombres.

Cuando suena el himno, me siendo mucho mejor. Esta noche no sale ninguna cara en el cielo, hoy no han muerto tributos. Mañana en lo posible nos quedaremos aquí, descansando, pescaremos más peces que hemos visto en el estanque y desenterraré las raíces de los nenúfares para preparar una buena comida.

Esta noche nos toca vigilar juntos. Me acurruco en el saco de dormir junto a Peeta y la botella de agua a nuestro lado si llegamos a necesitar beber en algún momento.

Ninguno de los seis se siente descompuesto, ni molestos, lo que significa que ya estamos listos nuevamente para enfrentar todo y que el agua era apta para nosotros. Por eso no se molestaron enviarnos más agua cuando sabian que la encontraríamos por nuestra cuenta.


A/N: Santa Claus llegó. ¡Feliz navidad, lectores! Espero que hayan pasado una hermosa noche junto a sus seres queridos. Les dejo este capítulo, me adelanté a terminarlo antes de lo previsto por ser Navidad. ¿Qué les gustaría que pase en el siguiente capítulo? ¿Igual a lo del libro, las bolas de fuego? ¿O un día de tranquilidad? ¿o una narración diferente desde fuera de la arena? Ustedes eligen.

Felices fiestas, espero publicar otros capítulos antes de año nuevo si me dejan reviews con sus suposiciones, e ideas. Como ya se habrán dado cuenta habrán cambios.

Lucy.