Azul de Sueños

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Capítulo IV

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El cielo raso era dominado por un Sol abrasador que no parecía ceder ante el tiempo, daba la impresión de que se había quedado detenido a medio camino, quizás encerrado en la misma jaula en la que Hinata estaba, de modo que el crepúsculo ya tintaba el firmamento de colores cálidos. En el otro extremo se podía apreciar la Luna, pálida e inerte, a la espera de que su compañero decidiera irse para darle paso finalmente.

Por supuesto, solo Oikawa tenía los ojos puestos en la bóveda celeste. Los demás miraban extasiados a Kageyama Tobio, con sus ojos achicados desbordando azul. Hinata Shouyo, por su parte había dejado de gritar injurias y de removerse como la ave enjaulada que era, así su piel dorada le daba un aire irreal al encontrarse bañado por el Sol, con su alborotada cabellera rojiza-anaranjada dándole el aspecto de un niño que ha cometido una travesura.

Pese a la temperatura del lugar Oikawa podía decir que se encontraba fresco. Inclusive más ligero, sus dedos parecían tener una conexión directa con su mente, con lo más profundo de su alma. La música que nacía de él flotaba en el aire caliente, como finos hilos de oro, ascendían lentamente desde el piano y se transportaban con un vaivén sumiso hacia el público, penetraban por sus oídos y destruían todo aquel preconcepto sobre la belleza y la eternidad. Oikawa sentía que en ese ínfimo instante estaba por fin consiguiendo todo aquello con lo que había soñado: llegar verdaderamente a los demás, tocar las fibras más sensibles de su ser y cambiarlos. Hacerles ver y sentir el mundo que él quería. Aquel que era gobernado por sus tiernos sentimientos hacia un chiquillo.

Kageyama, de acuerdo al plan proyectaba imágenes acordes a la melodía, sin esfuerzo alguno pues cada nota parecía salir de él mismo. De un momento a otro se dejó llevar, dejando que la música se apoderara de su parte racional, las meras ilusiones pasaron a ser tangibles ante la incrédula mirada de los científicos, de la reina y de todos los presentes.

Los guardias, con sus grandes cascos de buzos miraban embelesados la escena. No importaba que los cascos hubieran sido creados para no perderse en la ilusión que Kageyama pudiera crear. Ellos mismos se retiraron los armatostes de sus cabezas. La belleza del momento acarició sus pómulos rosados por el calor. El vientecillo suave les llevó la música de Oikawa y los hizo olvidarse del lugar, del tiempo, incluso de quienes eran ellos.

Kenma y Kuroo, pese a todo, solo tenían ojos para los guardias y el público. Todo su plan se resumía al momento apropiado para escapar, para crear la confusión. Y la oportunidad era esa. Kuroo comenzó a toser más alto de lo permitido, pero ni siquiera eso pudo hacer que los demás dejaran de mirar con asombro a Kageyama. Sin embargo, tanto él como Oikawa sabían lo que eso significaba.

Los dedos de Oikawa descendieron la velocidad, acariciando las teclas con lentitud para ayudar a crear una atmosfera más soporífera, también para facilitarle la tarea a Kageyama, sabía de antemano que el menor era terrible recreando sus canciones.

Kageyama se esforzó por visualizar a Tooru sobre el piano, para hacer que su memoria repitiera la canción sin que los demás lo notaran. Borró la presencia de Kuroo y Kenma, quienes tentativamente se pusieron de pie, sinceramente ni ellos sabían muy bien cómo funcionaba el poder de Tobio, y las ilusiones los confundían casi con la misma facilidad que a los otros. Kageyama hacía su mejor esfuerzo porque Kenma, Kuroo, Oikawa y Hinata no se vieran bajo los efectos de sus visualizaciones. Era demasiado trabajo, tenía que concentrarse en mostrar algo, en ocultar otra parte, en hacer que sus ilusiones pasaran al plano tangible. Él no podía verse, pero Tooru sí. Para el castaño todo era tensión, el azul comenzaba a evaporarse del cuerpo de Tobio, el azul dominaba el blanco de la esclerótica, los ojos se veían más grandes. El gesto de concentración del joven rostro llenaba de arrugas la frente otrora lisa, curvaba los labios hacia abajo, la nariz se contraía.

Tooru pasó unas raíces de un gran árbol de cerezo, levantando la pierna y sosteniéndose de la corteza, Tobio podía hacer su mejor esfuerzo, pero era obvio que tenía ciertos fallos. A Tooru le sorprendería que no se desmayara de un momento a otro. O quizás sí lo hacía cuando se diera cuenta de que no tenía forma de sacar a Hinata de la jaula.

—¿Y ahora cargamos esta cosa entre los tres? — inquirió Oikawa cuando los otros dos llegaron junto a Hinata.

Shouyo les miró con desconcierto, luego hacia Kageyama, se mordió los labios con fuerza, no era rápido de pensamiento, pero suponía que su amigo estaba con los extraños. Una alianza prometedora aunque quizá no ventajosa.

—¡Claro! Vamos a cargar esta porquería en brazos. Es más, yo solo puedo — ironizó Kuroo. Extendiendo su sonrisa de gato. Ocultando con ello que la desesperación comenzaba a afectarlo.

—¡Oh, genial! Pues andando, porque Tobio-chan no durara mucho más tiempo.

—Quizá Kageyama pueda recrear una llave, o quizás solo necesite verlo fuera de la jaula. Eso es lo que hace su poder, ¿no es cierto? — musitó Kenma, removiéndose incomodo en su sitio al sentir un fino polvillo plateado caer en su cabeza.

Oikawa asintió, sí, eso era parcialmente cierto. Sin embargo dudaba que Kageyama pudiera dividir su mente en más fragmentos para poder encargarse de todo sin ceder al cansancio o a los errores. Y siendo un poco más paranoico, al colapso. Tooru no estaba seguro de cuáles podrían ser las consecuencias de sobreexplotar el don de su pequeño Tobio. Ni siquiera estaba seguro de si no estaba consumiendo la vida del menor con ese esfuerzo.

Kuroo pensaba lo mismo que Oikawa, era demasiada la carga para el moreno. ¿Pero qué otra opción tenían? Dependían completamente de aquel chiquillo que no sabía nada del mundo. Aquel que parecía estar consumiendo su vida solo para conseguir un mundo para él, para poder realizar sus sueños y poder tenerlos de forma tangible en las palmas de sus manos. Quiso reír francamente porque entrar en pánico era la peor opción de todas. Arriesgarse era todo lo que le quedaba, jugarse la vida por aquello que anhelaba era lo único que podía suponer un cambio. Kuroo haría que valiera la pena el esfuerzo. Sin mediar palabra se dirigió hacia Kageyama, el chico no pareció notar su presencia, ni siquiera cuando le tocó el hombro. No hizo caso de ello, se limitó a agacharse y susúrrale al oído: ¿Por qué no ves al pequeñito fuera de la jaula, eso debería ser suficiente, no?

Su respuesta, en cambio, fue una onda azul que le empujó medio metro del moreno. En ese momento fue evidente para todos que una esfera clara rodeaba el cuerpo del menor. Kuroo se giró inmediatamente hacia el pelirrojo, viendo como el pequeño dejaba de estar entre los barrotes de la jaula.

Y lo que ninguno de ellos fue capaz de prever con la suficiente anticipación, fue el inminente colapso de Tobio.

Para Kageyama su cuerpo paradójicamente había comenzado a enfriarse pese al Sol. El frío nacía de él, de su estómago, ascendía principalmente hacia su cabeza, pero igualmente bajaba como un chorro de agua invernal por sus extremidades, entumeciendo sus sentidos. Supuso que esa era la razón por la cual su respiración se hizo más superficial, más rápida, sintiendo que el oxígeno que llegaba a sus pulmones le era insuficiente. Su tórax subía y bajaba dificultosamente, respirar comenzaba a dolerle. La cabeza le pesaba, pero su cuerpo se sentía demasiado ligero, como si de no ser por el peso extra en su cabeza fuera a flotar, a desligarse de la Tierra para por fin llegar a lo que siempre había querido. A lo que su abuelita le había enseñado.

«Si vas por el cielo, a volar, si quieres besar las estrellas… recuerda pequeño Tobio, ve siempre por todo. Mantén los pies en la tierra para que no vayas a perder el norte, pero deja que tu alma sueñe. No lo olvides pequeño Tobio, si puedes verlo, puedes hacerlo realidad».

Oikawa se precipitó hacia Tobio, con los brazos extendidos desde un inicio, deseando llegar antes de que el cuerpo se golpeara contra el piso. No lo logró. El golpe sordo del cuerpo de Kageyama reverbero en la mente de Tooru. La escena se repitió en cámara lenta para el castaño, aun sin poder creer que todo estaba perdido.

—¡Corran! —gritó Kuroo. Siendo él quien se encargó de levantar el cuerpo del menor, echándoselo como buenamente pudo en la espalda. Peso que inmediatamente le fue arrebatado por un aturdido Oikawa, quien necesitaba sentir al menor entre sus brazos para saber que seguía ahí con él. Para intentar alejar todos sus temores.

Las visualizaciones era aún tangibles, eso no significaba que durarían mucho más. Hinata hizo caso omiso a lo caliente del piso, a lo doloroso que era sentirlo contra las plantas de sus pies. Sujetó la mano pequeña y sudorosa de Kenma y echó a correr hacia la salida más cercana, la del lado este. El guardia, sin casco y todavía contemplando los resquicios de las visualizaciones estaba dos metros enfrente de su posición original. Lo que les daría el espacio suficiente para pasar a su lado. No obstante, Kenma se percató de inmediato de que aquello era mala idea.

Las ilusiones se desvanecieron en un silencio pasmoso, silencio que fue acribillado con estridentes gritos provenientes de los científicos, los primeros en salir de su estupor para caer en cuenta de que su mayor logro ya no estaba en el escenario.

La primera bala que se dirigió hacia ellos apuntaba directamente a Kenma, su pecho se vio iluminado por un puntito rojo que luego derivó en una mancha carmín y gotas de sangre que mojaban el suelo bajo el cuerpo de Kenma.

Hinata giró el rostro un segundo más tarde, escuchando el eco atronador de la bala quemar el aire hasta impactarse con el cuerpo delgado del otro chico. La sangre que brotó de la herida era escandalosamente abundante y brillante, el hierro hedía el aire, los quejidos de Kozume rasgaban la cordura endeble de Shouyo, quien no atinó a hacer otra cosa salvo dejarse caer de rodillas. Su oxígeno se hizo plomo dentro de su cuerpo, una sustancia pesada y venenosa corroyendo sus venas y arterias, nublando su juicio. Suponía que respiraba, que el dolor naciente en su pecho significaba que aún inhalaba y exhalaba, pero en ese momento no sabía si eso era una buena señal.

Nuevamente el punto rojizo se cernió sobre otra persona, esta vez el mismo Hinata, que no dejaba de mirar a Kenma.

—Corre…— balbució Kenma, sintiendo como su sangre se acumulaba en su boca, y dada su postura eso amenazaba con ahogarlo. Y morir así, de esa forma, ahogado con su sangre le pareció ridículo. Quiso ponerse de lado para así al menos poder escupir, pero el dolor del hoyo que la bala había dejado era demasiado, insoportable. Aún así Kenma estaba agradecido por la escasa distancia que existía entre el tirador y él; la bala se limitó a hacer un agujero de entrada y otro de salida, por lo que estaba seguro de que no tenía nada dentro de él, así como también sabía que los daños a órganos internos no eran demasiados, aunque lamentablemente había ido a dar a su pulmón izquierdo, eso lo mataría rápido, sí, pero duraría lo suficiente como para ser útil por última vez. Y eso de alguna forma le pareció razonable. Incluso algo heroico. ¡Como si a él le importaran esas cosas! Empero, ya que sabía cuál sería su destino, el ser recordado como alguien valiente y, de cierto modo, un guerrero, era un consuelo aceptable.

Kuroo abrió los ojos tanto que creyó se saldrían de sus cuencas, el ramalazo de adrenalina lo hizo ver todo en cámara rápida: el disparo que derribó a su mejor amigo, el rostro alelado del enano pelirrojo, el grito ahogado de Tooru. Sus largas piernas eliminando la distancia sin importarle que él también sería asesinado como no se detuviera.

—¡No! — bramó Kuroo, arrojándose contra Hinata al tiempo que la bala acertaba en el hombro del mayor —. Reacciona idiota, reacciona — acompañó sus histéricas palabras por una bofetada lo suficientemente dura como para que la mano le ardiera. La mejilla roja pareció devolverle un poco de color al lívido Hinata. Sus ojos avellana miraron el rostro adolorido de Kuroo. Y más allá a un inconsciente Tobio y un abrumado Tooru, el castaño ya no se movía pero seguía abrazando el cuerpo de su mejor amigo.

—¿Por qué…? — chilló Shouyo, con las lágrimas agolpándose en sus ojos.

Hinata se preguntó como una inocente ocurrencia suya se había transformado en un infierno. Solo era niños, solo querían apreciar la música. Simplemente deseaban ser libres y correr por la pradera, esperar las estaciones y jugar con la naturaleza. Querían la seguridad de sus muros viejos y su techo próximo a desvencijarse, ser calentados por la chimenea, sorber té de sus miles de flores. Y siendo un poquito más ambiciosos también desearían irse de ahí, llegar a tierras prosperas, donde la guerra no tuviera cabida y las personas no odiaran vivir. A Hinata no le parecía algo ilógico, ni inalcanzable. Sueños, sí, eso eran en su cabeza, pero eran realizables, podían ser alcanzados y volverse una realidad palpable. Un huequito en el mundo solo para ellos. Sin embargo en ese momento no era nada de eso, solo una pesadilla de plomo y sangre, de llantos interiores, de la frialdad del conformismo, del miedo a la libertad.

—Siempre quise bajar a la Tierra… — musitó Hinata, secándose las lágrimas con el dorso de la mano —. Soy solo un egoísta idiota.

El cielo otrora brillante y ardoroso repentinamente se cubrió de oscuridad. El manto denso no era la noche, ni era una visión del cielo estrellado en el que vivió. Llano y parco el negro devoraba cada resquicio de la bóveda celeste, inexorable cubrió cada uno de los puntos cardinales.

—Me enamore de una mujer de ojos azules que jugaba todos los días en un río. Ponía espejos en el agua y embelesada danzaba bajo sus artificiales arcoíris. Ella era preciosa y yo le regale el don de poder ver lo que quisiera…

Kuroo fue a decir algo, a apremiarlo para que los sacaran de ahí, porque Kenma agonizaba a escasos centímetros de ellos, y Kageyama probablemente no se encontraba en mejores condiciones que su amigo. Quería decirle que él ya sabía la historia, que Tsukishima (la Luna), finalmente lo comprendía, a él y su deseo por probar nuevas cosas, por enamorarse de un simple humano, y lo perdonaba por dejarlo solo en el cielo. Le perdonaba su inmadurez. Kuroo deseaba decirle eso, explicarle que no necesitaban volver a ser los de antes para que el mundo siguiera existiendo y girando, porque con ser ellos era más que suficiente.

—Pero ahora que estoy aquí… ¡No quiero esto! — gritó. Cerrando los ojos y dejando que toda la luz de su estrella iluminara el castillo entero.

La luz blanquecina se desparramo por cada resquicio del lugar, bañó cada cuerpo presente. Encegueció a todos aquellos que se encontraban en el lugar. Probablemente solo había durado un suspiro, pero cuando la luz se extinguió y la Luna retomo su lugar ellos ya no estaban en la plazoleta del palacio.

Tooru fue incapaz de decir en que sitio se hallaban; hacia donde mirara lo único que podía ver era negro, no el mismo de hacía unos instantes, esta era más bien tranquilizador, no asfixiante. Además el menudo cuerpo de Hinata irradiaba luz propia, por lo que podía ver a los demás.

Kuroo, arrodillado en lo que se suponía era el suelo, abrazaba con desespero el cuerpo flácido de su mejor amigo. Oikawa tuvo que desviar la vista de la escena, no podía creer como las cosas habían acabado así. Cansado dejó resbalar el cuerpo de Tobio hasta que este estuvo en el suelo, Oikawa acarició la frente fría del menor y besó los párpados tensos. Entonces se dio cuenta de algo, sus manos paseando por el rostro del menor también emitían una luz firme, no blanca como la de Hinata, más bien algo verdosa; ladeó el rostro para ver a Kuroo, el chico también tenía una tonalidad diferente a la suya, un rojo claro; Kenma no poseía color alguno… y Kageyama era una titilante luz azul que parecía extinguirse.

—No… por favor… — Oikawa se inclinó hacia el frente, tapando con su cuerpo el rostro del menor. Sus manos cálidas presionando las mejillas blancas buscando darle parte de su calor. Sus labios presionándose contra los resecos de Tobio, sintiendo con esfuerzo el aliento del chiquillo. Aquello simplemente no podía estarle pasando, no a él, no a lo que esperaba fueran ellos. No cuando estaban tan cerca de lograr lo que siempre, a su manera, habían soñado.

—No, no puedes irte así — chilló quedamente, sorbiendo por la nariz, tallando su rostro contra el cabello negro del menor —. ¿Tienes idea de lo mucho que espere este momento? ¿Te haces una idea de lo mucho que te amo? Este día no regresará jamás, no puedes marcarlo así.

—Tú puedes hacer algo, no es así…

Hinata asintió débilmente hacia Kuroo, quien fue el que habló.

—Puedo hacerlo… pero solo puedo regresar a uno.

—¿Bromeas? ¡Eres el Sol! ¿Cómo puedes decir que solo uno?

—La vida nace gracias al Sol, al agua, a la oscuridad… debe haber siempre un equilibrio — intervino Kageyama, con su voz débil crispando los nervios de Tooru —. Yo… siempre quise volver realidad todo aquello con lo que soñaba, quería cumplir todo lo que visualizaba — Tobio estiró una mano hasta posarla en la mejilla de Tooru —. La libertad con la que uno anhela desde que sabe de qué va la vida, al menos la clase de vida en la que nos hacen creer. Lo que esperan todos los demás, cumplir un rol y no salirte de esa línea que trazan para cada uno.

—Ya no hables — pidió Tooru, sabiendo de antemano que cada palabra estaba destinada a la condena. Preparándolo para lo inminente.

—Creía saber qué era lo que quería — una sonrisa surcó su rostro, un gesto sincero solo para Tooru —. Pero ahora sé que no era algo que en verdad me haría feliz para siempre… porque la eternidad no existe.

—Ya déjalo, por favor. Ya no.

—Eres el regalo que la vida tenía para mí, Oikawa-san. Mi más bello presente.

—Pero me vas a dejar — musitó con desesperación Tooru.

—Eso no va a cambiar mis sentimientos por ti. Es solo un hasta luego…

Tooru quiso decirle que su amor tampoco cambiaría, que seguiría queriéndolo incluso si ya no estaba ahí junto a él. Mas todas las palabras de amor que algún día imaginó decirle se atoraron en su garganta junto a su dolor y sus sollozos. Agachó la cabeza abrazándose más al chico que tanto amaba, viendo a través de las lágrimas que el azul de su vida se evaporaba hasta solo quedar la impresión de que existió. Cerrando sus ojos a esa eternidad de la que no regresaría, ignorando las palabras no dichas.

—Pero seguramente ya lo sabes… — susurró para nadie en particular.

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Kenma abrió los brazos, con su rostro de cansancio habitual, solo Kuroo fue capaz de ver el brillo especial de los ojos dorados de su mejor amigo al recibir entre ellos a un saltarín Hinata.

Más atrás iba Oikawa Tooru, avanzando con lentitud entre los pasillos de adoquín que rodeaban los jardines del palacio del Reino de Sur. Llevaba unas desgastadas botas altas, pantalones de algodón y un chaleco contra el que mantenía un telescopio portátil; un aparato de forma cónica que se doblaba sobre sí mismo hasta medir lo que un brazalete ancho. A su lado caminaba Iwaizumi Hajime, un joven capitán de naves aéreas. Llevaba el saco azul rey cuidadosamente doblado bajo el brazo, y en la mano sostenía su sombrero de capitán. Su cabello negro iba despeinado y lucía unas terribles ojeras bajo los ojos. Orbes pequeños y severos. El mejor amigo de Oikawa.

—¡Eh! Tooru — saludó Kuroo, alzando una mano —. Iwaizumi — el aludido respondió con un apretón de manos.

—¡Kenma, tienes que venir con nosotros! Iremos a las Tierras de Drakthos — chilló emocionado Hinata, arrastrando de la mano al chico rubio que, pese a no demostrar el mismo nivel de entusiasmo, prestaba verdadera atención a toda la verborrea del pelirrojo.

—Con que a Drakthos…

—Es el lugar donde, según las leyendas, nacieron los dragones — añadió Iwaizumi. Echándose la chaqueta hacia la espalda despreocupadamente. Empezando a andar hacia los más bajos —. Además es un lugar hermoso… No deberíamos necesitar una razón para recorrer el mundo y disfrutar de la vida, ¿no?

—Iwa-chan eso fue demasiado profundo para alguien como tú.

—¿A qué te refieres con alguien como yo? ¡Eh, Kusokawa! — un golpe en el brazo de Tooru fue la venganza del moreno, quien después de chasquear la lengua decidió irse con Hinata y Kenma, a ver si al menos así conseguía algo de comer.

Una vez solos Kuroo se dedicó a contemplar el rostro del castaño, cierto que ya no lucía demacrado, ni tenía los ojos hinchados, sus pómulos se tintaban de un saludable rosa con el Sol, su cuerpo nuevamente tenía condición y sus ojos chocolate habían recuperado por completo el mismo brillo que tenía cuando hablaba de Kageyama Tobio. Solo tardó tres años en volver a parecer persona.

—Deja de mirarme, Tetsu-chan — se mofó Oikawa, mirándolo de refilón.

—Oh no, a mí no me vas a añadir esa cosa molesta.

—Bueno, pues deja de verme como si esperaras descubrir que yo no soy yo. Es incómodo.

Kuroo regreso su mirar al camino, dejando la plática a medias, sin siquiera saber si de verdad era importante saber si Oikawa por fin superó a Tobio.

—Porque déjame decirte que sí. Sigo siendo yo — Oikawa dudó un instante, se cruzó de brazos y añadió —: sigo enamorado de Tobio-chan — sonrió —, sigo queriéndolo como desde el momento en que lo vi cuando era solo un niño. Lo echo de menos, por supuesto. Pero… estoy seguro de que volverá a mí. Y cuando eso suceda ¡no soltaré su mano nunca más!


¡Al fin termine! No estoy segura de que este fuera el final que ustedes estaban esperando. Pero es lo que yo pensé desde un principio. El que Kageyama haya muerto se veía venir desde el capítulo pasado. Una vez leí en alguna parte que no podemos decidir cuándo morir, pero sí podemos elegir como hacerlo. Así fue como lo hizo Kageyama, siendo libre y consiguiendo el mundo que había visualizado.

La verdad es que creo que hay mucho simbolismo en cada personaje y espero que se pueda interpretar. Ya sé que no soy muy buena escribiendo.

Nos seguimos leyendo… Tengo en mente una especie de epilogo para este fic, aunque más bien sería una historia nueva. Y no, no sería una parte dos. Sino un fic que se base en parte de este, en otro universo, de otra forma. ¡Con un Oikawa que pueda viajar a otros mundos! (Ya no debo ver películas).