Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad del señor Himaruya.
Insomnio
Se giró hacia un lado. Se giró hacia el otro. Dio una vuelta completa sobre la cama. Se puso bocabajo abrazando la almohada con brazos y piernas. Nada. Finalmente levantó el torso, se quedó sentado sobre el colchón y liberó su frustración arremetiendo a golpes contra la almohada.
No podía dormir.
Italia del Sur, también conocido como Romano, se dejó caer nuevamente sobre el colchón y buscó a tientas en la mesilla de noche su teléfono móvil. Maldijo la cegadora luz que lo deslumbró en la oscuridad de la noche y miró la hora: las tres y media de la madrugada.
Apartó el teléfono de su vista y gruñó molesto por ser incapaz de conciliar el sueño a pesar de ser tan tarde. Por desgracia, no era la primera vez que le ocurría aquello, casi se podría decir que se había convertido en una costumbre de la que, sin duda, España era el principal culpable.
Y es que siempre le ocurría que, después de pasar un tiempo en compañía del español, a Romano le costaba acostumbrarse a la soledad y el vacío de su cama y le atacaba el insomnio. Y en esta ocasión no era diferente. Había pasado los últimos días en su casa con España, que iba a quedarse con él un par de semanas, pero una maldita llamada urgente de su jefe a primera hora de la mañana hizo que el español tuviera que regresar a su propio país antes de lo previsto, dejando a Romano solo y con la promesa de que se lo compensaría.
El italiano suspiró pensando en ello y volvió a mirar la pantalla de su teléfono preguntándose si España tendría el mismo problema que él… concluyó que no, que al español prácticamente nada le hacía perder el sueño. Estuvo tentado de llamarlo a pesar de la hora, le importaba un pimiento despertarlo, pero descartó la idea de inmediato, cualquiera soportaría a ese pesado español como se enterara de que lo extrañaba.
Justo entonces el móvil comenzó a sonar entre sus manos, casi se le cae sobre la cara del susto. La imagen y el nombre en la pantalla revelaban que no era otro que el mismísimo España quien estaba llamando, justo cuando pensaba en él, eso sí que era coincidencia.
―Maldito bastardo, ¿qué demonios haces llamando a estas horas de la noche?
―Hola, Roma~ ―saludó el español al otro lado de la línea. Su voz sonaba cansada―. Te llamaba para hablar contigo antes de acostarme.
―¡¿A esta hora?! ¿Qué demonios estabas haciendo levantado?
―¿Eh? ¿Qué hora es?
―Casi las cuatro de la madrugada, idiota.
―¡¿Tan tarde?! Joder… Acabo de terminar todo el papeleo que me ha encasquetado mi jefe y no me he dado cuenta. ¡AHÍ VA! ―gritó al auricular―. ¡No me digas que te he despertado!
―N-No, maldita sea ―se sonrojó al pensar en el motivo por el que no podía dormir―… Seguía despierto.
―¿Estabas pensando en mí?
―¡CLARO QUE NO, BASTARDO!
Romano se incorporó de un salto en la cama, con el corazón latiéndole a mil y las mejillas rojas y encendidas, era increíble cómo España había acertado de pleno con lo de que estaba pensando en él. Pero por más que así fuera, Romano jamás lo admitiría en voz alta (aunque con el grito que dio prácticamente se hubiera delatado a sí mismo). Suerte que España no se percató de ello.
―Ooh… bueno, será que hoy te has tomado más cafés de la cuenta y por eso no puedes dormir.
―No me he tomado más cafés de la cuenta ―replicó Romano volviendo a echarse sobre la cama ya más tranquilo.
―¡Seguro que sí! Vamos, si te tomas por lo menos cinco o seis al día, seguro que uno más y no te das ni cuenta. Aunque es comprensible, el café italiano está tan bueno que resulta casi imposible decirle que no a uno más, pero hay que saber controlarse, Romano, que luego llega la noche y no puedes pegar ojo.
―Maldita sea, te repito que no me he tomado más cafés de lo normal, bastardo. Simplemente no puedo dormir, ¡joder! ¡¿Tan difícil es de entender?!
España no respondió, tan sólo se escuchó un suspiro al otro lado de la línea. Romano tragó saliva con dificultad, quizás había conseguido que el español se sintiera mal y aquello no era ni mucho menos lo que pretendía.
―O-Oye, España…
―Romano ―lo cortó el otro con un tono suave―, ¿estás enfadado conmigo porque he tenido que regresar a mi casa? Lo siento mucho…
―¿Q-Qué? ―Romano se sorprendió por la pregunta y las disculpas del español. Puede que cuando se marchó por la mañana se hubiera mostrado un tanto distante por su repentina partida, pero no estaba enfadado con él, sabía que los asuntos de trabajo (y más los referentes al que ellos tenían) no se podían posponer así como así, aunque sí que le molestó bastante la situación―. N-No, idiota, no estoy enfadado contigo…
―Sabes que te lo compensaré, ¿verdad, mi amor?
Romano no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios al escuchar las palabras del español. Activó el manos libres y colocó el teléfono sobre la almohada al lado de su cabeza, así conseguía tener la sensación de que España se encontraba a su lado.
―En un par de días, tres como mucho, estaré de vuelta ahí contigo. Además me aseguraré de dejarme el móvil olvidado en mi despacho para que nadie se atreva a molestarnos, ¿qué te parece la idea?
―Ideal para que a tu jefe le dé algo, sería divertido de ver ―sentenció Romano con malicia―. Aunque no caerá esa breva, aunque tu jefe sea tan idiota como tú, al final seguro que acabará encontrándote.
―¡Oye! ―exclamó ofendido―. ¡El Jefe España no es ningún idiota!
Romano se rio por la reacción de su antiguo Jefe y actual pareja. España no pudo evitar reírse también.
―Estoy deseando que pasen rápido estos días para regresar a tu lado cuanto antes ―Romano paró de reír y se sonrojó instantáneamente―. La cama me parece demasiado grande sin ti a mi lado, ¿no te pasa lo mismo?
Romano prefirió no responder. Y tanto que le pasaba lo mismo, ¡hasta le quitaba el sueño! Pero eso no significaba que lo fuera a reconocer abiertamente ¡y mucho menos al culpable de que le ocurriera aquello!
―¿Roma? ¿Sigues ahí?
―S-Síiiaaaah ―respondió bostezando, parecía que por fin comenzaba a tener sueño.
―Oh, Dios, con lo tarde que es debes estar muerto de sueño y yo aquí dándote la tabarra ―a España también se le escapó un bostezo―. Mejor hablamos mañana…
―No… sigue hablando ―dijo Romano medio dormido, escuchar la voz del español estaba consiguiendo que su ausencia fuera menos notable―. Me… gusta es…cucharte…
España sonrió enternecido imaginando a su Romano totalmente relajado a punto de quedarse dormido. Hizo lo que el italiano le había pedido y continuó hablando, contándole lo mucho que extrañaba su presencia. Después de un rato, lo único que se oía era la respiración de Romano y los ruiditos que solía hacer cuando dormía. España sonrió de nuevo y terminó de hablar diciendo:
―Te amo, Romano.
En su cama dormido, Romano esbozó una sincera sonrisa y respondió inconscientemente:
―Ti amo, Spagna.
Romano durmió plácidamente hasta el día siguiente.
Y es que, al fin y al cabo, el único que podía resolver el problema del insomnio de Romano no era otro que el mismo que se lo había provocado.