Orgulloso de amar

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R Martin.

Este fic participa del Reto #53: "Festejando la diversidad" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".


II

La frescura de la inocencia

La luz insiste en bañar el rostro claro, proyectando sombras de sus pestañas al infinito e impregnando la mirada parda de una hermosa tonalidad dorada. Los rizos se derraman sobre la almohada impoluta, creando figuras sin ninguna forma aparente. Le gusta sumergir sus dedos en el mar caramelo, degustar la suave textura e imaginar que pueden encontrarse así para siempre. Margaery con una sonrisa posada en sus labios pequeños y rosados, y Sansa hablando sobre los sueños de antaño, donde rodeada por una fuerte muralla y el manto blanquecino de la nieve, un caballero gallardo y apuesto le rescataba para vivir su propio cuento de hadas.

«Hasta donde tengo conocimiento, no soy un caballero gallardo y apuesto, pero puedo rescatarte siempre que lo necesites —Es lo que acostumbra decirle la rosa ya florecida, con la mirada brillante de la frescura característica de su edad, y siempre se sale con la suya porque las mejillas de Sansa se tiñen de una tonalidad inocente—. Siempre puedes contar con mi ayuda.» Es con esas palabras que no puede evitar sentirse completamente en deuda y ella sabe que le debe mucho. Aunque los dioses le bendigan con una existencia infinita, no sería suficiente para manifestar cuán grande es el agradecimiento que siente; haberla rescatado del infierno que significa Desembarco del Rey, tratar de cerrar sus heridas con esmero y dedicación, borrar los tormentosos recuerdos para reemplazarlos con experiencias placenteras, permitirle convertir Altojardín en su propio hogar, brindarle una familia parecida a la pérdida.

A veces, la duda se aferra a las pupilas de Margaery y Sansa puede percibirlo. Su pensamiento es abordado por la fría sospecha que el amor profesado no es tal, sino que es mero agradecimiento y admiración, confundido con un sentimiento que no existe verdaderamente. «Quizás, lo fue al principio. Pero con el pasar del tiempo, lo que Margaery me produce persiste hasta el día de hoy.» Las tardes compartidas, entre comentarios inocentes y pastelillos de limón, y las noches, entre velas titilantes y labios cerezas; es suficiente para que las mariposas aleteen dentro del pecho de Sansa, causando sensaciones hondas y perdurables.

A Margaery le gusta prometer; una noche contemplando la luna llena sobre el río Mander, ángeles en la nieve cuando el invierno llegué, y una realidad donde las estrellas brillen permanentemente y nunca exista la oscuridad. Y a Sansa le gusta que ella nunca se dé por vencida y que sea ese rayo de luz en medio de la constante penumbra que es su juventud.

Ella se incorpora para alejarla de la vorágine de pensamientos que invade a Sansa y le acaricia las mejillas con una infinita ternura. Le roza como si tuviera miedo a lastimarla, como si fuera una muñeca de porcelana que se puede quebrar con el mínimo contacto. La cercanía se vuelve enloquecedora, pero es una locura que no guarda la impureza de la pasión, si no la frescura que guarda la inocencia de las doncellas.

Le gusta ese aroma; a rosas entrelazándose con jazmines, bordeando los esplendorosos tulipanes e impregnándose de los infinitos gladiolos. Simplemente, es el aroma de Margaery Tyrell.