Un día más, o un día menos, según como se mire, tratando de sobrevivir a esto, aunque ya no encuentre motivos por los que hacerlo. Tanto en la naturaleza humana como en la naturaleza de la mayoría de los animales está en el instinto de supervivencia, eso está escrito en la mayoría de los libros de ética con los que te encuentres. Lo que no es natural y por ello ya se considera patología mental, es no encontrar un motivo por el que seguir luchando, eso ya se encuentra en libros de auto-ayuda, de psicología y de psiquiatría. Eso también es señal de que si no he acabado de perder la cabeza, me queda poco.
Pensamientos así de negativos los fomenta la soledad. Llevo tantos días sin contacto humano que he perdido la cuenta. Estoy completamente sola desde el día que atacaron la prisión. No sé los días exactos pero sé que hace ya meses de eso. Desde aquello no sé quienes de los míos pudieron seguir. Aunque tampoco sé si quiero saberlo.
Estoy sentada en medio del bosque, es por la mañana y hace mucho mucho frío, o al menos a mi me lo parece. Día tras día siento mis manos y mis pies más débiles que el día anterior. Me las he apañado para hacer un pequeño fuego y así intentar entrar en calor. Además voy a aprovechar también para hacerme un caldo con los huesos de un ave que cacé y comí hace un par de días y cuyos huesos aún guardaba.
Mientras lo preparo todo, y aunque mi cabeza decida abandonarme durante la mayor parte del día, mis oídos me advierten de que una rama se ha roto a mis espaldas, un sonido que significa que hay alguien detrás de mí. Con una rapidez que me sorprende hasta a mí, me levanto y alcanzo mi arco y una flecha para apuntar a lo que sea que hay detrás de mí, vivo o muerto. Me encuentro con un chico, de pelo castaño oscuro y piel clara cuyos ojos y manos en alto me intentan transmitir tranquilidad, pero la vida me ha enseñado a dosificar las dosis de confianza que pongo en los demás, así que aunque lo vea desarmado sigo apuntándole.
-¡Ey! Tranquila, no vengo con la intención de atacarte. Sólo quiero hablar. Mi nombre es Aaron y vengo a hablarte de Alexandría. ¿Me dejas bajar las manos y buscar unas cosas en mi mochila que enseñarte?
Yo no le contesto, de hecho mis manos empiezan a temblar solo por el hecho de tenerlas alzadas y tener que aguantar el peso del arco. El tal Aaron baja las manos despacio y empieza a buscar algo en su mochila, como había dicho que haría. Oigo más ruido detrás de un árbol y apunto hacia allí, este chico no viene solo, de hecho le acompaña alguien que sale de su escondite apuntándome con una ballesta. La ballesta me es familiar, las flechas también y la persona que está detrás de esas dos cosas me es mucho más familiar aún. No dejo de apuntar, porque no puede ser real lo que estoy viendo justo enfrente de mí, mi mente me tiene que estar jugando una mala pasada.
-Daryl, baja el arma. Algo me lo dice que ella no es peligrosa.
Al oír su nombre dicho por el otro chico dejo caer mi arco y la flecha al suelo.
-Yo también te lo digo.- dice él con un hilo de voz
El chico, Aaron como ha dicho que se llamaba, se queda parado viendo la escena. Yo sigo clavada en el suelo sin moverme mientras que a Daryl se le descompone la cara, tira la ballesta y se acerca con dos pasos grandes hacia mí, para darme un abrazo de esos que duelen de lo fuerte que te aprietan. Yo tardo en responder con el mismo gesto. Durante el abrazo cierro y aprieto mucho los ojos y contengo la respiración, Daryl, por su parte tiene la respiración agitada y ahogada. Cualquiera diría que este hombretón se va a echar a llorar.
-Bueno, por lo que veo ya os conoceís.
Y crees bien, Aaron. Crees bien.
Los tres llevamos un buen rato en el coche, yo diría que incluso un par de horas. Aaron conduce y me habla de "Alexandría", sus murallas, su protección, la gente que vive allí y las oportunidades que ofrece algo así. Habla maravillas de un sitio que me parece imposible y que solo creeré cuando yo lo vea con mis propios ojos.
Daryl me habla de todos los que están allí: Rick, Carl, Judith, Carol, Maggie, Glenn... Cuando le pregunto por Beth, ya que es la única a la que no ha nombrado, el gesto le cambia. No me hace preguntarle nada más para saber que ella no lo ha conseguido. Yo no articulo ni una palabra más en todo el trayecto.
Llegamos y las murallas me dejan boquiabierta y cuando entramos y veo las casas y la gente haciendo allí su vida normal, yendo de aquí para allá, me quedo más muda de lo que estaba antes. Esto es como volver al pasado, cuando nada había sucedido aún, y ver un vecindario cualquiera en un día cualquiera. Todo normalidad. Aaron aparca el coche y apaga el motor, ambos salen primero del coche y Daryl me abre la puerta , se me queda mirando mientras salgo y me da otro abrazo. ¡Vaya con este chico! Qué cariñoso se ha vuelto en el tiempo que llevo sin verle. Oigo de fondo como Aaron me llama:
-Emma, esta es Deanna Monroe, líder de Alexandría. -Aaron tiene a su lado a una mujer adulta, cruzada de brazos, con el pelo corto y claro que me sonríe y me tiende la mano, estrechándomela a modo de presentación- Deanna ella es Emma, perteneció al grupo de Rick y de Daryl.
-¿¡Emma!?
Alguien grita mi nombre a mis espaldas. Me giro y veo a un chiquillo corriendo hacia mí. Tardo en reconocerlo porque ha crecido desde la última vez que le vi, de echo Carl me supera un poco en altura ahora. A la siguiente que veo venir a lo lejos es a Maggie, que imita a Carl dándome la bienvenida con un abrazo.
-Oh... Cariño... Gracias a Dios que estás aquí y que estás bien.
A estas alturas, las lágrimas que se me han ido acumulando en los ojos no se pueden contener más, así que caen a su libre albedrío por mis mejillas. La abrazo muy fuerte, porque Maggie fue como mi hermana en la prisión, al igual que Beth. Cuando noto que alguien me toca la cabeza, en un gesto cariñoso, abro los ojos veo a un hombre a nuestro lado, vestido con uniforme y una placa. Tardo en reconocerlo sin su barba. Me sonríe y me mira como sin poder creerse lo que ve. Maggie se separa de mí y es Rick el que ahora me estrecha contra él, en un abrazo muy parecido al que me ha dado Daryl antes, un abrazo de los que duelen, en los que los ojos se te cierran solos y en los que, en mi caso, tengo sentimientos encontrados. Cuando abro los ojos y miro a mi derecha, veo a una chica joven, rubia que nos mira a Rick y a mí con el ceño fruncido. Una mirada rara, como desconfiada, eso no es buena señal. Tiene una bebé en brazos, Judith, que también ha crecido y mucho.
Rick se separa de mí después de un buen rato, y al verme mirando a Judith y a la chica rubia se ve en obligación de presentármela. La sonrisa de Rick no desaparece de su cara mientras me acerca a las otras dos con él.
-Emma, esta es Jessie. Jessie esta es Emma, estuvo con nosotros en la prisión.
Judith llama mi atención cuando empieza a hacer pequeños gemidos y gestos con las manos para que la coja en brazos, ha pasado tiempo pero este bichillo sigue recordándome. Jessie me deja que la tome y la peque me da un abrazo también. Le empiezo a hacer gracias a Judith cuando oigo decir a Jessie algo que no puedo ignorar, con un tono de voz de reproche.
-Rick, cariño, no me habías hablado de ella.
Y no oigo a Rick responder a eso.
Bueno, bueno, bueno... Algo me dice que a Jessie no le caigo bien, y que Rick, en cuanto a mí, ya ha pasado página. Está claro que ahora tiene una relación con ella y yo, a pesar de que me duela, tengo que encontrar el modo de que no me afecte. Me he vuelto inmune a demasiadas cosas como para que esto me afecte.
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