Este capítulo se lo dedico a mi amiga Vanessa, porque quiero animarla y por ello me decidí a subirlo. Espero que les guste y me dejen comentarios de, tanto como lo que les agrada como lo que no, para mí es importante saber en qué me equivoco y valoro su opinión. Gracias por tomarse el tiempo de leer lo que escribo, es todo un placer para mí escribir algo que sea de su gusto.

Sin más que decir: Todo es culpa de Marvel y Disney, el que mi shipp no haya sido posible hasta ahora y todo lo terrible en mi corazón. Así que merezco que me permitan escribir esto.

Capítulo 7: Operación arañita

Así que esos son nuestros objetivos ―Natasha se hallaba pérdida observando el primer lugar a atacar, con todo el zoom que los satélites y el holograma de Stark permitían.

―Tenemos un bosque cerca de estos muros, podríamos entrar por ese lado ―Comenté, acercándome para ver lo mismo que ella y apuntando a la parte que hacía referencia.

―Eh, siento que invaden mi espacio personal ―El billonario, quien acababa de llevarse otra rebanada de pizza a la boca, alejó su cuerpo en cuanto nos encontramos muy cerca suyo.

―Me gusta tu idea, Steve ―La pelirroja lo ignoró, tomando un pedazo del alimento también y dando otro paso para quedar de nuevo a centímetros de Tony.

―Oye, viudita, dije que sólo podían tomar un trozo ―Se quejó él.

― ¿Qué te parece si entramos en las horas del atardecer? Cuando ya esté a punto de caer la noche, así nos camuflajeamos mejor ―Tomé de nuevo lugar junto a la mujer, mirando el mapa digital con atención.

―Sí, eso ayudaría ―Respondió con un puño sosteniéndole el mentón.

―No puedo creer que me estén ignorando.

―Aunque sería mejor entrar en la noche, Steve. Ellos podrían tener cámaras en el bosque.

―Tienes razón ―Asentí―. Pero, ¿Las cámaras no tendrían también visión nocturna?

―Mis satélites podrían rastrear cualquier onda de radio o electromagnética que se perciba en esa zona. Hasta tengo instalado un visor térmico.

Ambos miramos a Stark con interés, después de haberlo obviado durante un rato, y éste nos devolvía una mala cara.

―Ah, parece que ahora sí me escuchan ―Sus cejas levantadas eran señal de que se había ofendido, sin embargo, no demasiado―. Bien, sí, tengo herramientas que podrían serviles un poquito.

―Necesitamos acceso a tus satélites, Tony.

―Pues eso tiene un precio, querida arañita.

Vi a Natasha y ésta entrecerraba los ojos igual o más confundida e intrigada que yo. Teniendo en la mira a un Stark que sonreía de esa manera fastidiosa telonera de alguna idea, por lo general mala, cruzándole la mente.


―Vuelve a explicarme, porque no entiendo cómo es que supones que Pepper me va a contar todas sus penas.

El genio nos había arrastrado, principalmente a la espía, hasta quedar al frente de la doble y enorme puerta del cuarto más grande de la suite presidencial. Alegando que no era un pago como tal, que sólo le pedía ese favor a Natasha; no lo suplicaba, pero le semi-suplicaba piedad a su posible cadáver si no descubría pronto qué le molestaba a la señorita Potts.

―Tú entras, como si fueras a despedirte, la abrazas y le preguntas si está bien ―Comenzó a explicar el hombre, haciéndolo parecer todo muy fácil―. Es sencillo, ella no tiene amigas, es lógico que empiece a llorar y contarte la posible razón incoherente de su enojo.

― ¿No crees que le moleste tu forma de creer que sus razones son incoherentes? ―Pregunté levantando una ceja, lo cual era más que nada una afirmación obvia.

―Y además, ¿no se te ocurrió que podría parecerle extraño que yo me despida de esa manera tan peculiar?

―Sólo, sólo... ―El atacado levantó sus manos deliberadamente, exagerando, como siempre―. Hazme ese favor, ¿Si? ¿Acaso no eres una espía experta en interrogatorios? Estoy confundido, arañita.

Natasha resopló, y bueno, yo la miré divertido porque Stark tenía toda la razón ésta vez. Vi que ella hizo esa cara de fastidio, donde levanta las cejas por un instante y, al mismo tiempo, mantiene una expresión seria en su rostro; no le agradaba en lo que la habían metido. Sin embargo, después de lanzarnos una mirada asesina a ambos, abrió la gran puerta e ingresó al recinto con resignación.

―Bien, ahora tú y yo tendremos una pequeña charla.

Observé extrañado al castaño egocéntrico que me acababa de tomar por un hombro, no entendiendo a lo que se refería con pequeña charla; ya habíamos hablado bastante en presencia de Nat. Pero alguna idea loca llegó a mi cabeza y, al momento, me preocupé.

―Traje algunas cosas extras, porque supuse que no les habría sido posible a ustedes hacerlo ―Comenzó a caminar con esa usual relajación de divo, en dirección a un cuarto cercano.

― ¿Cosas extras? ―Creí que lo estaba pensando, pero en realidad lo había dicho en voz alta.

―Sí, mi perfecto capi-paleta ―En ese momento alcanzó la perilla de la -no tan grande- puerta blanca con detalles dorados y volteó sonriente―. Deberías empezar a considerarme tu superhéroe favorito.

Rodé los ojos, cuestión que a él de hizo carcajear, mientras abría con lentitud la habitación que ya se volvía un misterio para mí.

Era un espacio pequeño, usado como closet, que aún así seguía siendo apto para que alguien pudiese meter una cama y dormir allí. Incluso era más amplio que el cuarto de hotel donde había dormido con Natasha la noche anterior. Después de dar una ojeada superficial, me percaté de que Tony se acercaba a una esquina donde había una manta blanca tapando algo.

―Y esto... ―Atrapó un costado de la misma con sus dedos―. Es mi acto bondadoso del día ―De inmediato lanzó a un lado la tela y dejó ver mi escudo pulido con sus típicos colores patrióticos.

Sonreí, pues sí me era emocionante tener ese implemento tan característico e importante en mi labor como el Capitán América. Que no dejaba de ser bastante útil para batallar también.

―Vaya... ―Le di una palmada en el hombro, como forma de gratitud, y me acerqué hacia el disco tricolor de vibranium. Cuando lo tomé en brazo, recordé algo―. ¿Te metiste a mi departamento?

El nombrado levantó ambos hombros con inocencia, portando esa sonrisa de magnate insoportable a la cual comenzaba a acostumbrarme.

―Iba a traer tu horrible traje, pero pensé que sería muy llamativo e innecesario para la ocasión.

―Gracias, Tony ―Amplié la sonrisa que le estaba regalando y le miré sintiendo que nuestra amistad acaba de dar un nuevo paso.

―Oye, si sabes que no tienes que besarme para agradecerlo, ¿No?

Sabía que ese comentario odioso no era otra cosa más que una manera de evitar poner en evidencia su preocupación por Natasha y por mí, así que me limité a asentir sintiéndome feliz en silencio.

―Está bien.

Quién hubiese imaginado que alguien como Anthony Stark, un genio billonario excéntrico e impertinente, terminaría ayudando a otro por placer. Salvar el mundo o preocuparse, al punto de arriesgarse a sí mismo inmiscuyéndose en asuntos que ni siquiera lo nombraban, por personas que bien podría considerar extraños; como lo era yo.


Gracias al aventón de Happy, estábamos cerca de la zona montañosa en las afueras de Moscú donde se suponía que estaba la primera base a atacar. Natasha no quiso decir nada de lo que había hablado con Pepper, sólo amenazó a Stark y le sugirió, con esa misma dulzura -agresividad-, que dejara de decir y hacer ridiculeces y empezara a preocuparse por atender a su prometida; porque ella lo necesitaba más que nunca.

Yo estaba curioso, por supuesto, aunque no tanto como el pensativo Iron man que dejamos horas atrás. Sin embargo, sabía -gracias a mi compañera espía- que si una mujer no quería revelar algo era mejor evitar presionarle hasta que decidiese contarlo por su voluntad.

Opté dejarle ese problema a su dueño y concentrarme en el mío propio, cuando el vehículo se detuvo en el sitio acordado.

― ¿Están seguros de que no necesitan ayuda? ―El chofer estaba mirando fijamente a Natasha a través del retrovisor, con una expresión tan seria que pude ver toda la convicción por la cual Tony lo debía apreciar tanto.

―No, Happy, estamos bien ―Le respondió ella, abriendo la puerta.

Él asintió, sin quitarnos la vista mientras bajábamos. Se volteó antes de que yo pusiera el primer pie fuera del clásico Royce negro, lo cual me detuvo.

―El señor Stark parte mañana, saben que aún pueden comunicarse con nosotros.

―Apreciamos su ofrecimiento, pero no queremos meter a muchas personas en esto ―Sonreí agradecido; sabía que ese hombre no tenía ninguna de nuestras capacidades especiales como héroes, pero su espíritu era protector.

Terminé de salir del vehículo cargando con mi escudo al hombro, nos estaba dejando a unos cuantos metros del lugar exacto y justo en el inicio de la noche.

―Tengan cuidado ―Dijo el robusto amigo de Stark después de bajar el vidrio del copiloto.

Tanto la espía como yo asentimos y le despedimos con un suave movimiento de cabeza. Cuando ya nos hallábamos solos en esa orilla fría de una carretera rusa desolada, Natasha se dispuso a hurgar en el bolsillo interno de su chaqueta negra y sacar el dispositivo que Stark le facilitó.

― ¿Cuánto tardarás desactivando las cámaras?

―No lo sé, es la KGB, sus sistemas de seguridad no se caracterizan por ser sencillos de violar ―Tecleaba con una mano con esa rapidez que a mí me era imposible, y movía cosas en la pantalla táctil de un lado hacia otro con la misma agilidad que solía pelear. En un momento, pasados menos de tres minutos contados por mi mente, sonrió de medio lado victoriosa―. Debo admitir que Stark tiene buenos juguetes.

― ¿Lo tienes? ―Quizás mi pregunta era muy estúpida, pero me gustaba asegurarme de que el plan iba marchando a la perfección.

Ella volteó la pantalla extendiéndomela al frente, dejando su pulgar a un par de centímetros de donde se encontraba un rectángulo verde.

―Al presionar eso, Capitán, tendremos cinco minutos exactos para atravesar un kilómetro y medio de bosque congelado antes de que el sistema se restablezca ―Usó su tono coqueto, levantando la ceja para mí.

Yo esbocé una sonrisa divertida y le miré a los ojos. Entonces lo vi. En sus pupilas verdes, que se cameaban con los colores a su alrededor, distinguí esa diferencia que antes era tan común; pude observar a la Natasha Romanoff que me ayudó a desmantelar SHIELD hacia unos años atrás. Pude ver el reflejo del espíritu luchador que tantas veces había admirado desde que la impulsé con mi escudo en la batalla de Nueva York.

Así pasé a regalarle una sonrisa más nostálgica.

―Y ¿Cuándo empezamos?

―Cuando dejes de verme como si fueses a llorar y me digas que estás listo ―Se burló, supongo que para ignorar lo que me pudiese haber puesto así.

Tragué saliva y reí antes de responderle.

―Estoy listo, Romanoff.

Presionó el botón sin esperar una segunda petición, y ambos nos miramos levantado el mentón relajadamente en dirección al otro. Eso era una señal de que empezaba el juego.

Corrimos hacia el bosque, manteniendo una distancia corta y esquivando los árboles que se atravesaban en nuestro camino, al igual que las dificultades que la nieve nos ponía. Recapitulé en mi cabeza el plan que habíamos acordado dentro del auto, paso por paso.

Primero: Después de desactivar las cámaras ocultas en los árboles, gracias a la tecnología de Stark y los útiles conocimientos de la pelirroja, adentrarnos en el bosque sigilosamente.

―Faro ―Susurró Natasha en cuanto la intensa luz hacía su recorrido momentáneo justo por donde avanzábamos.

Me empujó tras un árbol situado unos metros al lado del que ella tomó para sí misma como resguardo y pegamos nuestras espaldas a los troncos correspondientes.

―Estuvo cerca ―Exhalé humo del frío y la agitación.

―Demasiado, hay que ser más cuidadosos ―La rusa se asomó desde su posición para, seguramente, cerciorarse del perímetro―. Sigamos.

Segundo: Llegar al muro y conseguir alguna manera de pasarlo antes de que se reactiven las cámaras de vigilancia.

―Es muy alto y vertical, no podemos escalarlo ―Informé tocando la pared rocosa y sucia frente a nuestros ojos.

―Tendría que haber alguna entrada por ahí. Si tienen un faro y vigilan que nadie pase por el bosque ni se entere de lo que ocurre aquí, sería lógico que hubiera una puerta que te permita salir a capturar a algún invitado inesperado.

Vi que buscaba con la mirada un indicio de que existiera esa salida que sería nuestra entrada VIP, pero los muros acaparaban más distancia de lo que la noche y nuestros ojos nos permitían observar.

Hasta que una idea llegó a mi cabeza.

―Nat ―Le susurré con una sonrisa triunfal―. ¿Los satélites de Stark no tienen esa función de percibir el calor emanado por cuerpos?

Ella me miró con atención, aún bajo la poca luz que nos regalaba la noche se veía el hermoso brillo en sus orbes esmeralda.

―Sí... ―Respondió casi inaudible, pensando.

―Si existe esa puerta, entonces debería haber uno o dos guardias cuidándola del otro lado y...

―Entonces podríamos activar el visor del satélite y ubicarlos ―Dijo, completando la frase que yo empecé―. Bravo, Capitán ―Lanzó su tono coqueto muy cerca de mi oído, demasiado, cosa que automáticamente me puso nervioso.

Tragué saliva, tratando de ocultar el impacto que su acción tuvo en mi interior, y le hice una seña para que procediera con el nuevo plan.

Tercero: Al encontrarnos dentro de la fábrica, habiendo pasado desapercibidos, buscar un lugar adecuado para accionar la bomba que Stark nos propició y destruir el lugar.

―Bien, creo que necesitaremos más de esa diminuta granada sedante que le lanzaste al guardia de la puerta del muro.

Lo que teníamos ante nuestras narices agachadas era un ejército de la KGB. Podía apostar con toda seguridad de que en ese galpón había más de doscientos hombres rusos armados. Entre los que trabajaban en los nanobots y los que cuidaban, era posible que todos supieran apuntar y disparar un arma.

―Tengo que bajar ―Ella no me había prestado atención, estaba inmersa en su mundo calculador y distante.

―Natasha, es muy peligroso ―Traté de no sonar como si la estuviese regañando, pues cuando la pelirroja se ponía así lo mejor era ser suave para no recibir una mirada asesina―. Pienso que deberíamos buscar un lugar aquí arriba para accionar la bomba.

―No ―Cortó sin quitarle la vista a los fabricantes de nanobots―. El radio de alcance sería insuficientemente para hacerlos polvo si la ponemos aquí. Tiene que estar muy cerca, la idea es que no quede ni rastro de su existencia.

Suspiré con pesadez, esa mujer era más terca en sus asuntos que yo cuando se trataba de defender mis ideales. Jamás la convencería, menos si la cosa trataba de ella y yo no era más que un ayudante.

―Bien, sé que no te quitaré esa idea de la cabeza ―Comencé a decir decidido a no negociar con su posible objeción―. Así que bajaremos los dos, yo te cubro mientras tú instalas todo.

―En tus sueños, Rogers ―Sabía que eso le molestaría y que se opondría de inmediato. A la Natasha Romanoff vengadora no le gustaba que otros se sacrificaran por su bienestar, por lo que, obviamente, ese plan no le agradaba―. La idea es que alguno pueda salir si algo va mal.

― ¿Tú huirías tranquila si la explosión me alcanzara o la KGB me atrapara? ―Pregunté, mirando fijo a sus ojos que se veían milímetros más grandes.

La tenía acorralada, lo sabía, esa pregunta la descolocó. En el recorrido de aquellos orbes verdosos, de aquella mirada perdida en cualquier parte de mi rostro, se hallaba una persona atrapada en su propio juego. Ya que entendía a lo que quería llegar lanzándole tal interrogante.

―Steve, desde un principio te dije que éste era mi maldito problema ―Una de sus tácticas evasivas, que ya me había aprendido, fue al ataque en mi contra―. Aquí las decisiones son tomadas por mí, si tanto quieres ayudarme, haz lo que te ordeno.

―Si me respondes, lo haré. Y debes ser sincera, Natasha.

Ahora era su turno de suspirar profundo y tragar saliva, aunque con cierta agresividad que seguramente se debía a la molestia por mi terquedad.

Tardó poco menos de treinta segundos en responder.

―No ―Había soltado apenas un hilo de voz, cuando me acerqué para oír mejor y desvió su cara a donde no pudiera cruzarse con mi mirada satisfecha―. No me iría sin ti.

Sonreí por mi victoria, estando seguro de que ya no me impediría bajar a su lado. Apoyé mi mano con cuidado en su hombro, que aunque hubiera sido letalmente entrenado, seguía temiendo ser muy brusco y lastimarla o asustarla; ella de todas formas era una mujer. No significaba que la considerara débil, al contrario, muy bien me había dejado en el suelo en varias prácticas, sólo creía que debía tratarla con respeto y cuidado. Muchas veces la toqué sin pensarlo, para decirle algo o llamar su atención, y había sentido ese ligerísimo temblor en su cuerpo.

Tenía miedo, como una niña perdida en sus pesadillas, que esos demonios le hicieran daño otra vez. Lo sabía, me pasaba a veces.

Y no iba a permitir que estuviese sola de nuevo.