Prompt por sheblunar: Regina está enferma pero no lo quiere aceptar, hasta que termina desmayándose. Los chicos la tienen que cuidar y termina siendo toda una aventura.

~OQ~

El cambio de estación

Robin despertó sobresaltado por el estruendoso estornudo de Regina. Aquello había sonado fuerte y retumbante. Regina, en su lado de la cama, se sonaba la nariz con un pañuelo desechable. No tenía buen aspecto por lo que Robin pudo notar.

—Salud, amor —musitó Robin, incorporándose, con los ojos todavía a medio cerrar.

Regina no pudo responder, otro estornudo interrumpió sus palabras, seguido de otro y otro más. Robin se incorporó y la miró con un gesto de preocupación.

—¿Estás bien?

—Sí… es sólo… ale… ale…

Y Regina volvió a estornudar. Se cubrió la nariz con el pañuelo y miró a Robin con los ojos llorosos.

—Alergia —terminó de decir ella con la voz áspera.

—No parece eso —siguió Robin, dubitativo, mientras palpaba la frente de Regina—. Tienes fiebre.

Regina negó con la cabeza.

—Estoy bien —dijo ella levantándose de la cama.

La alcaldesa tenía que preparar el desayuno de los niños y luego salir corriendo a la oficina del ayuntamiento donde debía alistar la junta municipal de aquella tarde; sin embargo, en cuanto se levantó de la cama un repentino mareo casi la hizo caer. Robin corrió para sostenerla y la obligó a sentarse de nuevo en la cama.

—No, no estás bien —siguió él, reprendiéndola con suavidad, como a una niña pequeña—. Estás enferma y necesitas descansar.

—Yo nunca me enfermo, Robin —respondió Regina, tomando rápidamente otro pañuelo de la mesita de noche antes de soltar un sonoro estornudo.

—Bueno, siempre hay una primera vez —sonrió él, acariciándole una mejilla—. Tómate el día para descansar, yo me encargaré de todo.

—No puedo, los niños…

—Yo lidiaré con ellos. Tú quédate aquí, prepararé el desayuno.

Regina miró la sonrisa encantadora de Robin, la de los hoyuelos, esa que tanto le gustaba. Ella sonrió también, se sentía fatal, y no podía hacer otra cosa más que confiar en él.

—Está bien, sólo recuerda que a Henry le gustan los huevos revueltos con dos claras y…

—…una yema, entendido —asintió Robin.

—Y no lo dejes tomar café, por mucho que insista.

—Bien.

—Y asegúrate de que Roland use calcetines.

—Sí, su majestad —sonrió Robin como cada vez que la llamaba así para hacerla reír.

Regina apenas si esbozó una sonrisa y se acomodó entre las suaves almohadas. Robin la cubrió con las sábanas y le dio un beso en la frente. Era cierto: ella nunca se enfermaba y aunque no le gustaba verla así, le alegraba que por un momento permitiera que él estuviese al mando; además, era su oportunidad para demostrar que también podía ser un hombre de labores domésticas.

Así que en cuanto la dejó reposando, se apresuró hacia las habitaciones de los chicos. Henry dormía plácidamente, encima de las sábanas estaba un libro abierto. Robin intuyó que había pasado la mitad de la madrugada leyendo. Si Regina se enteraba iba a tener problemas, pues normalmente el muchacho estaba muy cansado al día siguiente y no quería despertarse para ir a la escuela.

Robin tomó el libro, lo cerró con cuidado y lo depositó en la mesita de noche, luego carraspeó un poco y revolvió el cabello de Henry con sutileza.

—Henry, despierta… hora de ir a la escuela.

Henry abrió un ojo y miró a Robin con extrañeza, se incorporó de la cama con el cabello revuelto. Era raro que su madre no estuviese ahí, normalmente Regina lo despertaba con un beso en la mejilla; así había sido desde que era pequeño y continuaba haciéndolo hasta entonces.

—¿Robin? —preguntó Henry, confundido.

—Buenos días, amigo —saludó Robin, mirando el reloj de cabecera—. Tenemos cuarenta minutos antes de ir a la escuela. Vamos, a desayunar.

Henry salió de la cama con pesar.

—¿Dónde está mamá? —preguntó el casi adolescente mientras se ordenaba el cabello.

—Parece que no se siente bien —respondió Robin, saliendo de la habitación con Henry dirigiéndose a donde Roland—. Hay que dejarla descansar al menos hoy.

—Está bien, ¿puedo ayudar con el desayuno? —preguntó Henry, yendo hacia las escaleras.

—Creo que es una excelente idea, sólo coloca el pan en el tostador —dijo Robin, abriendo la puerta de la habitación—. Enseguida iré yo.

—De acuerdo —asintió Henry, apresurándose a bajar las escaleras de dos en dos, como Regina le prohibía.

—¡Ah, Henry! —llamó Robin—. Nada de café, ¿de acuerdo?

—Oh, vaya…

Robin entró en la habitación que ocupaba el pequeño Roland, la cual estaba decorada como si se tratara de un campamento improvisado. Para el pequeño fue difícil adaptarse a dormir en una cama cuando, prácticamente, toda su vida había dormido en una tienda en el bosque. Sin embargo, Regina tuvo la idea de acondicionar una habitación cálida y pequeña de la casa como si fuese un fuerte, lo cual le había emocionado a Roland tanto que aceptó dormir sin problemas.

Henry solía pasar una semana con Regina y otra semana con Emma y los Charming, intercalando los fines de semana para que fuese justo. Por su parte, Roland no causaba mayores problemas, así que ellos podían tener tiempo a solas, para disfrutarse y conocerse. Cosa que ninguno de los dos había experimentado antes en sus anteriores relaciones. Así que los momentos juntos eran realmente maravillosos, no sólo por todo el sexo que tenían, sino también por las charlas, los detalles, la convivencia diaria. Regina descubrió que ella era una conversadora, que en realidad le gustaba mucho platicar con el hombre con quien compartía su vida. Robin, por su parte, era un excelente conversador también. Ambos ya lo sabían, desde aquella vez que se habían encontrado en el bosque, el día en el que Regina se enfrentó a Zelena.

Robin despertó a Roland igual que a Henry, revolviéndole el cabello con cariño, pero su hijo tenía el sueño más pesado que un oso, así que le costó algunos minutos conseguir que el pequeño lograra ponerse en pie. Además, Roland tenía mal carácter cuando se despertaba.

—Despierta, mi muchacho, ya salió el sol —sonrió Robin, intentando poner a Roland de pie.

El pequeño niño murmuraba cosas incomprensibles, con los ojitos todavía cerrados. Robin hizo muchos esfuerzos para poder vestir a su hijo, pues éste parecía haberse convertido en un muñeco de trapo.

Minutos después, Robin bajó a la cocina con Roland en sus brazos, éste esbozó una sonrisa perezosa a Henry, quien preparaba los huevos revueltos como a él le gustaban y bebía un vaso de leche.

—Buenos días, amigo —sonrió Henry.

—Hola, Henry —dijo Roland sentándose frente a la barrita de la cocina con la ayuda de Robin—. ¿Dónde está Regina, papá?

—Ella no se siente bien hoy, hijo, así que nosotros nos encargaremos de todo, ¿de acuerdo?

—¡Sí! —sonrió Roland emocionado—. Pero, ¿estará bien?

—Sí, es sólo una gripe —respondió Robin calmando las preocupaciones del pequeño.

Los tres hombres de la casa prepararon el desayuno. Robin apresuró a los muchachos. Regina tenía razón: ese par perdía demasiado tiempo conversando entre bocado y bocado. Sin embargo, no podía negar que eran adorables cuando estaban juntos, como verdaderos hermanos.

—Robin, yo puedo llevar a Roland hasta la parada de autobús —dijo Henry una vez que terminó el desayuno—. Tú quédate con mamá.

Por un momento a Robin le pareció que Henry sonaba como Regina: el chico no le sugería quedarse con su madre en vez de llevarlos a la escuela, por el tono estaba casi seguro de que era una orden. Sin embargo, Robin consintió aquello, podía confiar en Henry.

Minutos más tarde, Robin despidió a los muchachos en la puerta de la casa y tomó la bandeja con el desayuno especial que los tres habían preparado para Regina. Subió hasta la habitación, abrió la puerta sigilosamente y encontró a su mujer profundamente dormida. No quería despertarla, así que dejó la bandeja en la mesita de noche. Sin embargo, no pudo evitar notar que ella temblaba debajo de las sábanas. Con sumo cuidado, para no despertarla, Robin palpó la frente de Regina y pudo notar que estaba peor que antes. Aquello no le gustaba así que tomó inmediatamente el teléfono de la habitación.

—¿Qué haces? —preguntó Regina, en un susurro, con la respiración entrecortada por la fiebre.

—Llamo al doctor Whale —respondió Robin colocando el auricular en su oreja.

—No es necesario… Estoy bien.

—No, no lo estás.

Regina no tenía fuerzas para replicar eso, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.

~OQ~

Cuando abrió los ojos de nuevo, Robin estaba de pie, a un lado de la cama, con las manos dentro de los bolsillos muy atento a lo que el doctor Whale decía. Éste guardaba algunas cosas en su maletín. En cuanto Robin se dio cuenta de que ella ya había despertado se acercó.

—¿Cómo te sientes, amor? —preguntó con un dejo de preocupación.

—Creo que bien —respondió Regina, con el ceño fruncido—. ¿Whale?

—Ah, hola, Regina —saludó el aludido cerrando el maletín—. ¿Te sientes mejor? Te he inyectado un analgésico.

Regina reparó en el parche que tenía en el antebrazo.

—¿Para qué? —preguntó Regina confundida.

—Para la fiebre —respondió el doctor Whale como si nada—. ¿Síntomas?

—Me encuentro bien, Whale.

—Regina…

—Quizá sólo un poco de mareo y dolor de cuerpo —respondió la alcaldesa de mala gana.

—Bien —dijo el doctor Whale despreocupado—. Dudo mucho que sea más que una gripe de temporada. Debe ser el cambio de estación, el otoño suele hacer eso. Probablemente tus defensas están bajas. Mientras tanto debes descansar y alimentarte bien.

Robin le dirigió una mirada que se traducía en un "te lo dije". Regina suspiró resignada.

—Gracias, Whale. ¿Cuándo podré regresar a la oficina?

—Mmm… en una semana, ¿qué te parece?

—¡¿Una semana?!

Regina exclamó incrédula y miró de reojo a Robin, éste estaba cruzado de brazos mirándola desaprobatoriamente.

—Está bien, está bien…

El doctor Whale sonrió divertido, por fin alguien había encontrado la medida de la alcaldesa (¿o la reina?), se despidió de Regina, dejó la receta médica en la mesa de noche y salió acompañado de Robin. Éste regresó a la habitación unos minutos después y casi obligó a Regina a comer un poco.

—No tengo hambre.

—¿Debo darte el bocado como a Roland? —preguntó Robin, divertido—. Anda, debes comer algo.

—¿Cómo dejaste que Whale me inyectara? —se quejó Regina.

—Era necesario, según dijo él —respondió Robin, acercándole la bandeja de comida.

—Odio las agujas —dijo ella un poco molesta.

—Ah, ya veo… ¿te dan miedo?

—No… sólo las odio.

—Bueno, a todos nos pueden dar un poco de miedo, amor.

—No me dan miedo —rezongó Regina.

—Está bien —suspiró Robin, divertido—. Come.

Regina miró el aspecto del desayuno y aunque se veía delicioso, sobre todo porque había sido preparado por las preciosas manos de sus pequeños, no pudo probar bocado. Repentinamente sintió náuseas y se cubrió el rostro con la sábana.

—Creo que mejor lo dejamos para luego —dijo Robin, alejando la bandeja de comida que se comió él mismo una vez que salió de la habitación.

~OQ~

Un par de horas después, Robin echó un vistazo en la habitación de la alcaldesa: Regina dormía profundamente, la fiebre ya comenzaba a bajar. Se sintió un poco más tranquilo, dejó que ella descansara mientras tanto podía encargarse de ciertas cosas.

Si bien, aquella casa no era el castillo, Regina lo mantenía como si lo fuera. Todo estaba impecable y ordenado siempre, excepto quizá las recámaras de los niños. Robin se paseó por los pasillos y las habitaciones para cerciorarse de que todo estuviera en orden, y así había sido hasta que entró en el cuarto de lavado: recordó que era jueves, el día en que Regina ponía a funcionar esas máquinas prodigiosas que hacían el jabón por sí solas y lavaban la ropa. En realidad, parecía un trabajo sencillo: aunque ambas máquinas eran iguales sabía que una lavaba la ropa y otra la secaba. Los cestos estaban repletos de ropa sucia, si Robin quería ayudar a Regina tendría que hacerlo todo por sí mismo. Después de unos minutos de intentar encender la lavadora y descubrir que en realidad ésta no hacía el jabón por sí sola, sino que el detergente estaba en uno de los gabinetes, Robin por fin pudo poner en marcha todo el mecanismo. No fue tan fácil como lo había pensado.

En cuanto terminó de colocar la ropa dentro de la lavadora, fue a la cocina para lavar el resto de los platos sucios. Eso sí que lo podía hacer, ya había ayudado en otras ocasiones a Regina. Era sencillo, de alguna manera. Sin embargo, no podía negar que toda aquella tecnología lo abrumaba un poco, como cuando Henry le intentó enseñar a usar el DVD. En cambio, Roland parecía mucho más adaptado, y podía jugar perfectamente con Henry en esa caja mágica de Xbox.

En cuanto terminó de lavar los platos, Robin sacó la basura y luego revisó la hora: ya casi era mediodía. Subió a la habitación y encontró a Regina todavía durmiendo. Robin se acercó y le acarició la mejilla, la fiebre había vuelto. Regina se quejó un poco entre las sábanas y abrió los ojos.

—Robin, tengo que ir a la junta municipal —dijo ella antes de tener otro ataque de tos.

—No lo creo, amor mío —respondió Robin con sutileza—. Estás ardiendo en fiebre.

—¿De nuevo? —dijo Regina de malagana—. Pero yo debo…

—¿Por qué no dejas que Mary Margaret se ocupe esta vez? Después de todo te ha ayudado en algunas situaciones.

—¿Qué? ¡No! Ni pensarlo —replicó Regina incorporándose un poco—. Después del desastre de la Reina de los Lácteos el ayuntamiento ha quedado bastante desfalcado. Snow… Mary Margaret… es pésima para las finanzas, no voy a dejar que…

Regina se detuvo para soltar un estruendoso estornudo. Robin le extendió un pañuelo desechable y la miró con preocupación.

—Me temo que todo el pueblo quedará contagiado, amor —dijo él.

—Ni que fuera la peste… —dijo Regina malhumorada, tocándose la frente y volviendo a recostarse.

—¿Estás bien?

—Sólo me mareé un poco. Estaré bien.

Robin frunció el ceño. Por nada del mundo dejaría que Regina saliera de casa, por su propio bien y el de todo ser vivo.

—Te propongo algo —comenzó a decir Robin, arropándola entre las sábanas—, ¿qué tal si yo tutelo la junta municipal?

—¿Tú? —preguntó Regina con la voz congestionada.

—Sí, yo —asintió Robin—. Después de todo, en nuestra tierra, yo solía ser bueno con las finanzas.

—Sí, claro —espetó Regina—, si asaltar a la nobleza era hacer finanzas…

—Intento ayudarle, su majestad —intervino Robin con una mirada insistente.

Regina lo miró de reojo, aquello podría salir mal, muy mal, pero quizá sería mucho mejor que con Snow al mando.

—Está bien —suspiró Regina, resignada—. Confío en ti.

Robin sonrió, se acercó a ella para darle un beso en la frente.

—No se arrepentirá, milady.

—Eso espero —musitó Regina cerrando los ojos—. Sólo ten cuidado, no dejes que se excedan contigo, no hagas promesas que no pueda cumplir y, sobre todo, intenta que Leroy no haga mucho barullo, suele alborotar a los demás.

—Entendido —asintió Robin tomando su chaqueta del armario—, ¿estarás bien sola?

—Sí, ve —musitó ella con los ojos cerrados.

Robin sonrió y cerró la puerta de la habitación tras de sí.

~OQ~

La sala de juntas del ayuntamiento comenzó a llenarse poco a poco de todos los habitantes del pueblo. Robin estaba un poco nervioso, nunca antes se había dirigido a tantas personas. Sin embargo, pensó en que alguna vez fue portavoz de los Hombres Alegres, quienes solían ser forajidos reacios y agrestes, por lo que una junta municipal no sería gran cosa.

En cuanto todas las personas estuvieron reunidas en la sala, Robin fue al centro de ésta y tomó la palabra. Pero incluso antes de que pudiese decir algo, Leroy se adelantó con su voz áspera.

—¿Dónde está la alcaldesa? —preguntó el enano con un tono hosco.

—Gracias a todos por estar aquí —comenzó a decir Robin, intentando seguir su propio guión—. La alcaldesa se encuentra enferma y no podrá asistir a la junta, pero yo…

—¿De qué está enferma?, ¿se encuentra bien? —preguntó Mary Margaret apresuradamente, llamando la atención de todo mundo.

—Ella se encuentra bien —respondió Robin, casi sin gesticular—. Es sólo una gripe estacional. Así que, según el orden de la lista…

—Pero ella nunca se enferma —intervino Mary Margaret, de nuevo.

Robin miró a Mary Margaret con un poco de seriedad. David, por su parte, carraspeó un poco y lanzó una mirada desaprobatoria a su esposa.

—Bueno, parece que ahora sí —respondió Robin.

—Oye, Hood, ¿podrías comenzar ya? Algunos tenemos cosas urgentes qué atender —intervino Leroy, casi con un gruñido.

—Bien —dijo Robin mirando al enano con cara de pocos amigos—. Según la lista… se ha solicitado al ayuntamiento que se despejen las áreas donde ha caído la nieve. Específicamente en…

—Mi cafetería —intervino la voz de Granny Lucas—. ¡Lleva ahí casi dos semanas! ¡Ni siquiera se derrite!

—Bien, el departamento de intendencia se hará cargo de todos los daños a propiedad pública y privada causados por la prematura nieve —dijo Robin, tachando ese pendiente de su lista—. Mañana mismo se comenzarán las obras.

—¿Mañana? —inquirió Granny enfadada—. ¿Qué parte de 'lleva dos semanas ahí' no se entendió?

Robin miró a la abuelita que parecía querer fulminarlo con los ojos. Él suspiró e hizo una anotación rápida en su lista.

—Hoy a las cuatro —añadió Robin.

Parecía que Granny y otros habitantes del pueblo estaban satisfechos con eso. A pesar de su nerviosismo, Robin lo estaba manejando bien.

—Lo siguiente es… —dijo el ex ladrón revisando de nuevo la lista de peticiones municipales que Regina había recibido hacía una semana— se ha pedido un permiso para utilizar la plaza principal para un evento. ¿Cierto?

—Sí —respondieron al unísono dos voces.

—¿Y cuál es? —preguntó Robin levantando la vista hacia la audiencia.

—El festival de luces.

—Noche de Brujas.

Robin miró confundido y comprobó que habían sido Leroy y Mary Margaret quienes respondieron al mismo tiempo.

—¡Oye, hermana, nosotros apartamos primero la plaza! —exclamó Leroy hacia Mary Margaret.

—¡Eso no es verdad! Yo envié mi petición a Regina mucho antes siquiera de que apareciera la Reina de las Nieves —recriminó Mary Margaret.

—Oh, diablos —musitó Ruby ante la mirada desaprobatoria de su abuela.

—¡El permiso es mío! —siguió Mary Margaret con malhumor.

—¡A nadie le importa el festival de las luces! —exclamó Leroy de malagana—. Es una fiesta anticuada y que nadie recuerda por qué se celebra.

—¡El festival de las luces se celebra año con año, desde el Bosque Encantado! ¡Regina lo sabe! —exclamó Mary Margaret, indignada.

—Oh, perdona, hermana, quizá me cayó una maldición y ya lo olvidé todo —respondió Leroy cruzándose de brazos con indiferencia.

—Leroy… —intentó intervenir Robin.

—Yo estoy de acuerdo con Leroy —dijo de pronto Ruby—. Nunca antes se ha celebrado la Noche de Brujas en Storybrooke. Es tiempo que hagamos algo diferente.

El resto de los habitantes comenzaron a murmurar, casi todos aprobaban la idea ante la mirada escandalizada de Mary Margaret.

—¡Orden, orden! —pidió Robin interrumpiendo los cuchicheos—. Someteremos esto a una votación. ¿Están de acuerdo? —preguntó tanto a Leroy como a Mary Margaret.

—Bien —respondió ella de malagana.

—Como digas —gruñó el enano.

—Quienes estén a favor del Festival de las Luces, alcen la mano, por favor —dijo Robin.

Sólo dos personas, las monjas y Mary Margaret alzaron la mano. Robin contó los votos y luego volvió a dirigirse a su público:

—Quienes estén a favor de celebrar la Noche de Brujas, alcen la mano, por favor.

Un puñado de manos se levantó casi instantáneamente. Mary Margaret estaba boquiabierta, no podía creerlo. Leroy la miraba con una sonrisa satisfactoria.

—Bien, está decidido. Celebraremos la Noche de Brujas.

Hubo unos cuantos gritos de emoción, incluido uno de David Nolan, quien era fulminado por la mirada de su esposa.

~OQ~

Robin salió a prisa del ayuntamiento. Ahora entendía por qué Regina terminaba con jaqueca y malhumor siempre. Subió al Mercedes, el cual había aprendido a conducir hacía sólo un par de días, cuando de pronto una voz lo alcanzó.

—¡Oye, Regina!

Robin detuvo la marcha del auto y enseguida el rostro de Emma Swan apareció en la ventana del conductor.

—¡Oh, Robin! —exclamó Emma con sorpresa—. Creí que eras Regina, disculpa.

—No hay problema —respondió Robin un poco cansado—. Ella está enferma en casa, así que he venido a ocuparme de algunas cosas.

—Vaya, con que enferma, ¿uh? —preguntó Emma un poco perdida en sus pensamientos.

—¿Sucede algo? —preguntó Robin con curiosidad.

—Oh, no… no… nada —negó Emma esbozando una sonrisa—. Espero que se recupere pronto.

—Emma, puedes decírmelo a mí —dijo Robin, casi exasperado.

—Oh, no… bueno… —dijo la rubia, mordiéndose una uña— Bien, sucede que Henry tiene una tarea, algo así como un experimento… que debimos hacer el fin de semana. Pero lo olvidamos. Así que debe entregarlo mañana mismo para que no pierda la calificación. Quería comentárselo a Regina, pero…

—Nos haremos cargo.

—¿Qué?, ¿en serio?

—Sí, yo ayudaré a Henry.

—¡Oh, gracias, Robin! Eso sería maravilloso —sonrió la rubia feliz.

—Bien, hora de irme —dijo Robin poniendo el motor en marcha de nuevo.

—Ah, sí, sí. Claro. ¡Saluda a Regina por mí!

~OQ~

Robin llegó a casa exhausto. Estacionó el auto en la cochera y rápidamente entró en la casa. Subió las escaleras y entró en la habitación compartida sigilosamente. Regina dormía profundamente. Robin se acercó con cuidado y comprobó que ella había comido un poco del plato con manzana que él le había servido antes. Sonrió. Regina tenía realmente un aspecto adorable, a pesar de estar enferma. Él le dio un beso en la frente y notó que ella sudaba. La fiebre ya había pasado.

Luego, bajó al cuarto de lavado. Abrió la compuerta de la secadora y comprobó con pánico que uno de sus suéteres se había encogido hasta el tamaño de un enano. Y no era lo único, también los calcetines de Roland y Henry estaba teñidos de rojo.

—Oh, vaya, revolviste la ropa de color con la blanca.

Robin saltó sorprendido por la voz de Henry y se pegó con la portezuela del aparatejo.

—¡Agh! —se quejó Robin—. ¿Qué quiere decir eso?

—Que debiste separar la ropa por color y también por ciclo delicado y normal, aparentemente… —añadió Henry mirando el suéter tamaño extra pequeño que Robin sacaba de la lavadora.

—¿Cómo hace tu madre para liar con todo esto? —preguntó Robin un poco fastidiado.

—Magia —respondió Henry encogiéndose de hombros.

Robin creyó que el casi adolescente bromeaba. Tomó la ropa limpia y se la entregó.

—Bueno, suerte que estás aquí para hacerte cargo de esto.

—Está bien, pero yo elegiré qué cenaremos hoy —dijo Henry asomando la nariz por encima de la ropa limpia.

—Sí, pide lo que quieras —dijo Robin, cerrando la portezuela de la lavadora.

—¡Genial! —exclamó Henry—. ¿Cómo está mamá?

—Mejor —asintió Robin—. Puedes subir a verla si quieres. Sólo no la despiertes.

—Bien —asintió Henry dándose media vuelta con la ropa limpia en sus manos.

—¡Ah, Henry!

—¿Sí?

—Haremos tu proyecto de ciencias.

—Oh, vaya…

~OQ~

Robin miraba muy sorprendido el libro que Henry le mostraba.

—Así que esta es la célula, ése es el núcleo, el citoplasma y…

—Espera, espera, espera —pidió Robin todavía sorprendido—. ¿Dices que esto está dentro de nosotros?

—Sí, de todo mundo.

—¿Y cómo es posible que lo sepan?, ¿cómo tomaron un dibujo de esto?

—Con un microscopio.

—¿Un qué?

Henry suspiró. Enseñar todo eso a Robin era peor que enseñárselo a Roland. De hecho, éste se veía muy entretenido jugando con los sobrecitos de colorante vegetal que había sobre la mesa, totalmente desentendido de ellos. Henry tenía como proyecto construir una maqueta de célula, a escala. Debía ser un trabajo original, por lo que el chico decidió hacer la suya de gelatina. Era muy sencillo: su madre le había enseñado alguna vez cómo preparar gelatina de colores. Ya tenían los moldes sobre la barrita de la cocina. Robin lo ayudó a colocar los recipientes en el fuego y a vaciar los ingredientes. Sin embargo, no podía entender las ilustraciones del libro de Biología.

—Pondré leche a hervir para hacer la gelatina del centro —dijo Henry mientras Robin seguía ensimismado en las páginas del libro.

—Sí, está bien. Ten cuidado con la flama.

Decía Robin distraído cuando de pronto se escuchó el timbre de la entrada. Robin fue a abrir la puerta y encontró el rostro de Mary Margaret.

—Hola, Robin, ¿cómo sigue Regina?

—Oh, hola, Snow… ehm, quiero decir…

—Oh, está bien. Regina también se confunde —dijo Mary Margaret con una sonrisa.

—Ella está bien, ya no tiene fiebre, pero sólo ha dormido —respondió Robin.

—Oh, vaya, pobre… ¿crees que le importe si subo a verla?

—Ehm… no creo que quiera que nadie la vea en su condición —dijo Robin dubitativamente.

—Oh, vaya… ¿por qué no dejó que yo dirigiera la junta municipal? ¿Acaso está molesta conmigo de nuevo? ¿Hice algo mal?

—Yo no creo que…

Las voces de Mary Margaret y Robin se escuchaban al fondo. Henry y Roland se habían entretenido viendo unos vídeos en la computadora. Nadie se había fijado que la leche ya comenzaba a hervir y de pronto subió su nivel, estrepitosamente, y se derramó por toda la estufa haciendo un escandaloso sonido.

—¡Oh, no! —exclamó Henry dirigiéndose rápido a apagar la flama.

—¿Qué sucede? —preguntó Robin acercándose asustado.

—¡La leche saltó, papá! —exclamó Roland señalando con su pequeño dedo.

—Oh, qué desastre —añadió Mary Margaret asomándose detrás de Robin—. La leche quemada es muy aparatosa.

—Diablos —musitó Robin, tomando los paños y guantes de cocina para levantar el recipiente que se había regado.

—Oh, y el suelo es de madera —volvió a decir Mary Margaret.

Robin sintió un tirón en el cuello. ¿Por qué todo le salía mal?, ¿por qué Mary Margaret tenía que recordarle que todo le salía mal?

—Snow… Mary Margaret… nosotros limpiaremos —dijo Robin con un poco de exasperación.

—Pero… —comenzaba decir Mary Margaret.

—Estaremos bien —repitió Robin.

Mary Margaret suspiró y sonrió débilmente.

—Bien, por favor dile a Regina que espero que se recupere pronto.

—Lo haré —asintió Robin.

Cuando por fin Mary Margaret se fue, Robin regresó a la cocina y se encontró con la sorpresa, terrible sorpresa, de que Roland se había comido al menos dos de los sobrecitos de colorante artificial mientras Henry estaba distraído.

—¡Mira, papá! ¡Lengua púrpura!

—Oh, vaya —musitó Robin, abrumado.

~OQ~

No hubo más remedio que hacer el proyecto de ciencias con pizza. No estuvo mal, Henry pidió dos más para ellos y esa fue toda la cena. Robin estaba exhausto. Él y Henry lavaron los platos mientras Roland tomaba un baño. Sin embargo, cuando Robin se asomó a la bañera para sacar a su hijo y ponerle el pijama, descubrió que éste había vaciado todo el contenido del frasco de burbujas en el agua y ahora el piso del cuarto de baño estaba inundado.

Cansado, agobiado y de malhumor, Robin se hizo cargo. Acostó a Roland y afortunadamente éste se quedó dormido casi al instante. Después de que Henry guardara su "proyecto-pizza" en la nevera también se fue a dormir.

Por fin, Robin estiró las piernas, alzó los brazos y recostó la cabeza en el respaldo del sofá. Estaba tan cansado que si cerraba los ojos en ese mismo momento no despertaría hasta una semana después.

—¿Robin?

La voz de Regina lo hizo despertarse inmediatamente. Giró sobresaltado y la vio acercándose a él, llevaba la bata de dormir y unas pantuflas que Henry la había obligado a usar. Robin sonrió: esa mujer se veía hermosa con todo lo que llevara puesto.

—¿Qué haces levantada, amor? —preguntó Robin, tallándose los ojos.

—Quería ver cómo iban las cosas por aquí —respondió Regina, aún tenía la voz un poco ronca pero por lo demás su semblante parecía ser el mismo de siempre, incluso más repuesta.

—No era necesario, todo está en orden —respondió Robin con los ojos cansados.

Regina esbozó una sonrisa y se acurrucó al lado de Robin, en el sillón. Ambos se abrazaron durante unos minutos.

—¿Dónde están los niños? —preguntó ella con curiosidad.

—Dormidos —respondió Robin frotándose los ojos.

—Demasiado trabajo, ¿no? —preguntó ella con suspicacia pero a la vez divertida.

—Oh, sí… —respondió Robin con un suspiro— lo siento, cariño, quería realmente ayudar con todo, pero… Vaya que es difícil. No sé cómo logras hacerlo todo.

—¿Magia?

—Así que Henry no mentía… —respondió Robin con la mirada perdida.

Regina sonrió y lo besó dulcemente en la frente.

—Gracias por todo lo que hiciste hoy.

—No fue nada. Fue divertido ser tú por un día.

—¿Ah, sí?

—Oye, por cierto, ¿qué es la Noche de Brujas?

~OQ~

Gracias, sheblunar, por tu prompt. Fue muy divertido de escribir pues ahora mismo me encuentro en medio de una gripe nefasta que se está llevando lo mejor de mí. Espero sobrevivir y poder continuar para ustedes… [inserte música dramática]. Recuerden: ustedes piden, yo escribo.