¿Sorprendidos? Es comprensibles teniendo en cuenta lo que tarde en actualizar, pero como ya comenté, digamos que estoy intentando aprovechar esta carrerilla. En esta segunda parte se trata uno de los temas principales de la historia y, puesto que soy consciente que es un momento que creo que todos estabais esperando, espero cumplir con las expectativas.

Os deseo una feliz (JA) lectura :)


XIX. Castillo de naipes

PARTE II

Lo único que había en la habitación era una pequeña cama empotrada a un lado y un escritorio con una lámpara triangular. Estaba todo a oscuras y no había nadie dentro. Matsuda suspiró y volvió a cerrar la puerta al salir. Era la tercera habitación que revisaba en la segunda planta. «Puede que estén arriba» pensó, echando un vistazo a las viejas escaleras que ascendían a la planta superior. Un crujido le hizo pegar un respingo. Miró hacia el fondo del pasillo con el corazón latiéndole a mil. Nunca le habían gustado esa clase de lugares: casas antiguas y en penumbra en la que la madera cruje solo por el placer de asustar a los invitados.

Puede que los fantasmas no existieran, pero sí los Shinigamis, por lo que Matsuda se creía con derecho a ser un poco paranoico. Se rascó la nuca antes de volver a dirigirse hacia las escaleras. Había subido dos escalones cuando una voz conocida le hizo detenerse.

—¿Matsuda? ¿Qué haces?

Sayu le contemplaba a unos metros de distancia, junto a la puerta del baño, de donde debía venir. El vestido verde musgo que se había puesto esa noche se le ceñía en todos los lugares adecuados resaltando su bonita figura femenina; dos esferas brillantes colgaban de los lóbulos de sus orejas, emitiendo destellos escarlata.

A Matsuda le costó un momento reaccionar.

—Sayu —balbuceó—. Estaba… buscando a tu hermano. Hace rato que él y Ryuuzaki han desaparecido.

—No están arriba. —Matsuda la miró con curiosidad y Sayu se encogió de hombros—. Antes de ir al baño he subido para chafardear un poco… No me mires así, yo también me he dado cuenta de que no estaban en el salón y pensé…

—Ya.

Matsuda echó un último vistazo a las sombras que se arremolinaban al final de la escalera antes de bajar los escalones que había ascendido. Dio unos pasos hacia la adolescente y se quedó quieto, con las manos a ambos lados del cuerpo y sin saber si había algo más que decir o si simplemente sería más apropiado volver abajo.

Estuvieron en silencio unos segundos hasta que al final fue ella quién habló en un murmullo:

—Además tú también habías desaparecido y quería hablar contigo un segundo.

Matsuda la contempló pausadamente: tenía el ceño fruncido y la boca apretada en una línea firme mientras arrugaba la tela del vestido entre los dedos en un gesto mecánico. El hecho de que no fuera capaz de mirarle directamente a los ojos, hizo que Matsuda se sintiera fatal. Su comportamiento podría haber sido mejor, después de todo ella no tenía la culpa de nada, y estaba más que servida con sus propios problemas.

—Tenías razón —empezó a decir, rozándole el antebrazo para llamar su atención—. He sido un inmaduro, lo he hecho muy mal. He estado con muchas cosas en la cabeza con el caso Kira, con… Mi madre también me ha estado dando la lata por teléfono últimamente, ah, pero eso no importa. No tendría que haber ignorado tus mensajes como lo hice. Espero que puedas perdonarme.

Sayu le miró por debajo de las pestañas; tenía una mirada sencilla que podría movilizar ejércitos enteros.

—¿Pero por qué lo hiciste? Creí que… —Se mordisqueó el labio antes de continuar—: ¿Ya no quieres seguir con lo nuestro? Quedando, hablando. Me lo paso muy bien contigo, Matsuda, siento que de verdad…

Matsuda la interrumpió con rapidez.

—Claro que sí, Sayu. Podemos ser amigos, ya lo somos, ¿no? Podemos quedar de vez en cuando y contarnos las novedades de nuestros programas favoritos y las cosas que nos hayan pasado. No… no hay ningún problema, ya sabes que te aprecio mucho. Además —añadió con una risa—, ya sabes que soy compañero de tu padre, así que estoy seguro de que nos veremos más de una vez.

—No me refiero a eso —protestó ella.

—Ah… no hay nada más a lo que referirse.

—Pero el otro día, cuando fuimos al cine, me pareció que había algo ahí —insistió con más firmeza—. Entre los dos.

—No, no lo hay. Déjalo, por favor. Hay cosas que es mejor no hablar.

El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho, Matsuda tenía la sensación de que se le iba a salir y actuar por cuenta propia; por lo que trató de calmarse. Dirigió una mirada hacia el resplandor tenue que provenía de la planta inferior.

—Vamos con los demás, aún tengo que buscar a Light —dijo con una escueta sonrisa antes de rodear a la chica y empezar a caminar hacia allí.

Pero Sayu le frenó cogiéndole del brazo con una fuerza asombrosa. Fue la sorpresa por esa fuerza, más que el gesto, lo que le hizo detenerse y darse la vuelta.

—¿Por qué demonios no quieres hablar de ello? —espetó ella casi con rabia, parpadeando con rapidez—. Está claro que hubo algo, Matsuda, si no no hubieras actuado como actuaste. Y tampoco estás siendo tú ahora: ¿intentas aparentar madurez? No entiendo qué ha pasado para que de repente todo haya cambiado tanto, ¡y no puedo entenderlo si no me lo explicas en vez de tratarme como si fuera una cría!

—¡Eres una cría! —gritó Matsuda con impotencia—. ¡Tienes dieciséis años! ¿Crees que eres lo suficientemente adulta? Porque estás equivocada: no lo eres como para salir con un tío que te dobla la edad. No solo no encajamos, sino que es ilegal. Soy policía, Sayu, y compañero de tu padre —terminó, rotundo.

Sayu retrocedió un poco, una lágrima finalmente deslizándose por su mejilla.

Era la primera vez que Matsuda se atrevía a pronunciar esas palabras en voz alta, la primera vez que tocaba un tema que solo habían tanteado y que ni él mismo había creído necesario tocar. Jesús, ¿Sayu se sentía atraída hacia él? Nunca lo hubiera imaginado; y aún si solo era una confusión, una fase, la simple idea convertía sus piernas en dos temblorosos torreones de gelatina.

Pero era peligroso. Matsuda no se permitió dudar, pero si se sintió apenado. Nunca le había gustado discutir, odiaba la tensión en los ambientes y, sin embargo, era él el que se había puesto a gritar. Viendo la expresión de Sayu se le cayó el alma a los pies, no pudo evitar limpiarle la mejilla húmeda con un dedo.

—Eres una chica fantástica, Sayu —dijo en un tono más dulce—. No… Simplemente no es el momento. Tienes que hacer tu vida, con gente de tu edad. Entiéndelo, por favor, me podría meter en un buen lío y, además, no sería bueno para ti.

Sayu le apartó la mano de un manotazo y lo miró con fiereza.

—Deja de decir que no sería bueno para mí.

Matsuda la miró unos segundos, cerró lo ojos y se apretó el entrecejo antes de suspirar.

—Está bien, solo intento que entiendas…

Pero entonces algo cálido, húmedo y blando presionó contra su boca impidiéndole terminar. Se le entrecortó el aliento y el corazón le dio un brinco errático porque, oh, eran los labios de Sayu, más suaves de lo que jamás hubiera sido capaz de imaginar. Abrió los ojos y devolvió el beso por un momento, ahuecando la nuca de ella con una mano temblorosa.

Las bocas de ambos se movieron con delicadeza y sin prisa. En un beso torpe que casi parecía avergonzado de existir. Matsuda sintió una ráfaga de placer recorriendo su cuerpo, haciéndole sentir ingrávido y borracho de sensaciones. Acarició con su lengua la blandura del labio inferior de Sayu y esta le respondió con un suspiro trémulo y un pequeño ruido de desesperación que mandó una descarga hacia la entrepierna de Matsuda.

Se alejó bruscamente de vuelta a la realidad.

Jesús.

Le temblaba todo el cuerpo, le ardía la sangre.

—Sayu —articuló—. No vuelvas a hacer eso.

La chica le miró largamente. Respiraba de forma agitada e, incluso en la oscuridad, Matsuda podía apreciar que tenía las mejillas coloreadas como dos melocotones.

—Pero te ha gustado —acusó ella.

Matsuda tragó saliva. Una parte traicionera de su mente insistió en recordarle que a menos de dos metros disponían de una habitación con cama; de que el padre de la chica se encontraba buscando a Light y nadie tenía porqué interrumpirlos. Para más inri, la chica debió adivinar algo en su mirada, porque echó un vistazo de soslayo hacia la puerta de la habitación antes de volver a mirarlo a él, si bien titubeante, también intensamente. Matsuda tragó saliva con más fuerza y retrocedió un paso, pero la otra avanzó uno casi de inmediato antes de levantarse sobre las puntas de los pies y buscar su boca de nuevo.

Matsuda giró la cabeza.

—No, no quiero. —Notó el instante en que la chica, la adolescente, se quedó petrificada. La tomó de los hombros, la miró a los ojos e, intentando transmitir sinceridad, suplicó—: Es suficiente, por favor, no vuelvas a hacer eso.

El labio inferior de ella empezó a temblar. Apartó la mirada hacia un lado con el ceño fruncido, Matsuda tuvo que resistir el impulso de borrar la miríada de emociones que pasaron por su expresión; parecía a punto de echarse a llorar.

«Creo… que he herido su orgullo» pensó mientras se clavaba las uñas en las palmas de las manos. Había vergüenza en su postura, incluso cuando bajó la mirada y se alejó de él.

—Sayu —la llamó, pero ella giró el pomo de la habitación más cercana y dio un portazo al entrar.

Matsuda se dejó caer contra la pared y se deslizó al suelo hasta hundir la cabeza entre las rodillas. Se dio cuenta de que aún le temblaban las manos y se repitió una y otra vez que no podría haber hecho otra cosa, que eso era lo mejor, lo correcto. Se apretó los ojos con las manos porque siempre había sido un llorica y Sayu tenía parte de razón: solo intentaba aparentar madurez. Todos los que lo conocían sabían que no era ni muy inteligente ni muy maduro.

Pasó unos minutos agazapado en la oscuridad, oyendo débilmente los sollozos y el hipo de Sayu al otro lado de la puerta. Pensó Soichiro, buscando a Light y a Ryuuzaki. Tendría que estar ahí para apoyarlo —él había abierto su gran bocaza al fin y al cabo—, pero una voz en su cabeza se burló de él con socarronería: «¿para qué ibas tú a serle útil?» No le necesitaban, nunca lo hacían, ni para el caso ni para nada más. Incluso lo de Yotsuba había sido pura chiripa.

Se encogió más sobre sí mismo, mordiéndose el labio y agarrando mechones de pelo con las manos. Después de un par de minutos de autocompasión, Matsuda sacudió la cabeza y se puso en pie antes de dirigirse a la planta baja.

Cuando volvió al salón de fiesta se encontró a Misa, borracha como una cuba, tambaleándose precariamente. Mogi y la tía de Light, uno a cada lado, procuraban mantenerla en pie. Matsuda se permitió un instante de profunda incredulidad, no podía creer cómo diablos se estaba desmoronando todo esa noche.

Arrastrando las palabras, Misa vociferaba que la dejasen en paz, sacudiéndose violentamente y hablando sola de vez en cuando. La tía de Light, Tiana, mencionó a este intentando animar a la chica. Matsuda hizo una mueca cuando las palabras de la mujer provocaron un sollozo estridente en Misa, que empezó a negar con la cabeza al tiempo que se arrodillaba en el suelo. Mogi le habló, pidiéndole que se levantara, pero su expresión era la de alguien perdido —y un poco harto también. Sus ojos se encontraron con los de Matsuda por un momento.

—Misa-Misa, has cogido una buena, ¿eh? —bromeó Matsuda acercándose y ocupando el lugar de Mogi. Le pasó una mano por la espalda y tiró de ella para hacer que se levantara—. No te preocupes, yo soy aún peor aguantando el licor. Pero hay que descansar un poco y arreglarse, Misa-Misa no puede andar con esa cara.

—¿Matsu…?

—Eso es, vamos.

—Nadie sabe tratarla como tú, Matsuda —oyó a Aizawa suspirar.

El comentario hizo que una tensión se adueñara de su cuerpo por una milésima de segundo, pero enseguida se deshizo de ella y les dedicó a sus compañeros un ademán para que supieran que lo tenía todo controlado. Podía reparar en los murmullos de Sachiko y la esposa de Aizawa, que se detuvieron cuando la hija de la última empezó a gritar para llamar la atención de su madre. Con la ayuda de la tía de Light, que parecía haberle cogido cariño a Misa, avanzó con ella hasta la puerta del salón. El suelo estaba resbaladizo y el olor a alcohol que desprendía la modela le hacía querer tomarse unas copas él también. En algún momento, Misa volvió a balbucear incoherencias por lo bajo.

—¡Cállate, no quiero tu opinión! —alzó la voz y trató de sacudirse—. Tú no sabes… nada de las relaciones humanas. Es tu culpa, por tu culpa yo… no lo hubiera conocido si no fuese por… Mis padres… Mamá…

Un sollozo angustiado y ronco resquebrajó la voz de Misa. Matsuda vio, preocupado, cómo unas lágrimas translúcidas comenzaron a anegar sus ojos antes de derramarse en cascada por sus mejillas, inundando de dolor las bonitas facciones.

—Mamá, ya le ayudo yo.

Matsuda alzó la cabeza para encontrarse con el rostro inexpresivo del primo de Light, Sascha si no recordaba mal. Sus ojos plateados se detuvieron un segundo en Matsuda antes de volver a enfocar a su madre, que, tras una pausa, le cedió el puesto al otro lado de Misa con un breve sonrisa y un «Sé amable».

Sascha no contestó. Cuando lograron salir de la sala y llegar a las escaleras, Misa musitó que tenía sueño y Matsuda se tragó el suspiro que amenazó con escapar de su boca.

—Está bien, vamos allá.

Fue una tarea árdua. Ninguno de los dos era de complexión fuerte ni de gimnasio, y Matsuda casi hizo que se cayeran los tres por las escaleras una vez, lo que le granjeó una mirada mortífera por parte del ruso —sus miradas eran más frías que el invierno, pero Matsuda decidió no tomárselo como algo personal. Cuando al fin consiguieron detenerse en el rellano del segundo piso, casi creyó necesitar un chute de oxígeno, estaba agotado, tanto mental como, ahora también, físicamente.

El corredor seguía oscuro y en silencio. Su mirada se desvió de forma involuntaria hacia la puerta de la habitación en la que Sayu debía permanecer todavía, las manos y el pecho le hormiguearon con el deseo de ir hacia allí.

—Puedo encargarme yo a partir de ahora —habló Sascha; tenía una voz suave y melódica, como si su respiración meciera las palabras.

Matsuda titubeó, echándole un vistazo a la figura desconsolada de Misa.

—No sé si sería buena idea, Misa-Misa confía en mí, así que…

—No voy a violarla —replicó el otro frunciendo el ceño.

—¡Ah, lo sé! Quiero decir, no era mi intención insinuar que tú pudieras… Jesús —se rascó la barbilla y estudió la expresión serena del otro chico. Tenía unas facciones simétricamente agradables, con los mechones pálidos que le caían a ambos lados de la cara resaltando sus exóticas cualidades estéticas: era un chico muy guapo—. Está bien, pero que sepas que aunque ahora se haya quedado tranquila, nunca te puedes fiar con ella. Es… efusiva.

Por un momento, le pareció ver una media sonrisa curvando los labios del chico, pero esta se esfumó enseguida, por lo que creyó haberlo imaginado.

«Ah, mierda.»

—Esa, ah —dudó Matsuda. Sascha se detuvo a medio camino de una de las habitaciones, de la habitación, para mirarlo con una ceja arqueada—. Esa está ocupada. Mejor… mejor que vayáis a otra.

Hubo una pausa antes de que el otro cambiara de dirección y fuese hacia la de enfrente. Matsuda jugueteó con sus manos.

—No quiero saberlo —dijo el ruso, y él y Misa desaparecieron tras cerrar la puerta con suavidad a su espalda.

Matsuda descendió las escaleras con celeridad. No valía la pena el riesgo de cruzarse a Sayu, no era bueno, al menos no cuando los acontecimientos estaban aún tan frescos en la mente de ambos.

«Además, el jefe y los otros dos imbéciles no han vuelto» trató de justificarse al tiempo que cogía su abrigo del perchero para salir al exterior. «Estamos en una masía perdida en medio de la montaña, en noche cerrada y pleno invierno. No es normal que no hayan vuelto, ¿y si les ha pasado algo?»

Nada más salir fuera casi se arrepintió de salir en absoluto: hacía un frío que pelaba.


El silencio era denso en el pequeño espacio, pero no por eso resultaba opresivo. La incomodidad había desaparecido entre la marea de besos y caricias, e incluso cuando la pasión hubo menguado a un suave hervor, la burbuja de confort permaneció prácticamente intacta.

Light se encontraba con los ojos cerrados, su respiración pausada mientras una especie de ansiedad arraigada le instigaba a aprovechar cada raro segundo de paz. Aún seguía sin querer pensar demasiado.

Uno de los caballos estaba caminando, se escuchaban sus pisadas, aplastando el colchón de paja que cubría el suelo del establo. El cuerpo sólido sentado junto a él cambió de posición, sus hombros se entrechocaron y un mechón de pelo le hizo cosquillas en la oreja. Light echó una mirada de reojo, pero en las sombras era difícil ver más allá de los contornos de su acompañante.

—Se me hace raro que aún no me hayas insultado y te hayas marchado de aquí —musitó Ryuuzaki en tono neutro—. Había calculado que las probabilidades de que eso pasara eran de un ochenta y ocho por ciento; un diez por ciento de que yo muriese poco después, y el dos por ciento restante era… bueno, dejé ese dos por ciento para posibles acontecimientos inesperados. Como, eh, este.

Light recogió una de sus piernas contra el pecho a modo de respuesta, pero no pronunció palabra. Se habían medio vestido al terminar, pero Light se había dejado la camisa abierta, de forma que la brisa, suave pero helada, que se filtraba por las ventanas y los resquicios entre las maderas, le entumecía la piel del pecho. El frío era bueno, le congelaba los pensamientos. Después de unos momentos, sintió el roce de algo suave y frío contra un costado del vientre.

¿Qué? —espetó, al tiempo que atrapaba los dedos del otro—. No tenemos por qué hablar.

—Muy elocuente, Light.

«Gilipollas» pensó, en un arranque volátil de ira. Las emociones le sobrevinieron como un fogonazo, haciendo que los músculos se le pusieran rígidos, desde las piernas hasta el cuello y la mandíbula. Volvió a tener la horrible sensación de encontrarse en un precipicio sin fondo, le pasaba mucho últimamente. Se imaginaba ahí, en el borde, mientras una pasta oscura y espesa —de decepción, de odio, de impotencia— lo iba arrastrando más y más hacia el interior del abismo.

De vuelta a la realidad, Light se percató de que se había puesto a temblar —no solo por el frío— y de que le estaba clavando las uñas en la muñeca a Ryuuzaki, con fuerza; pero este no se quejó, solo lo observó atentamente con sus grandes ojos.

Por un instante, Light se sintió como un insecto a través de la lente de un microscopio, pero se obligó a respirar hondo y a buscar esa tranquilidad que había estado disfrutando antes de que Ryuuzaki abriera la boca. Notaba la mirada incisiva de él. Le pesaba el cuerpo y la cabeza, y estaba tan cansado de todo, muy cansado.

—Siempre me había preguntado qué te hacía estar tan seguro de que era yo —susurró de repente, sin premeditación—, «¿qué es lo que le hace acusarme hasta el final incluso cuando todas las pruebas indican lo contrario?» me preguntaba. Siempre terminaba concluyendo que no soportabas perder. —Mientras hablaba, ensimismado, había comenzado a dibujar patrones en el dorso de la mano de Ryuuzaki—. Sé que odias perder, pero ahora también pienso que, de alguna forma, tú eras capaz de verlo. Ese gran vacío.

Light hizo una pausa para inspirar oxígeno. Luego, su boca continuó moviéndose lentamente, las palabras fluyendo.

—Lo he tenido desde que era un niño. Conforme fui creciendo mi desdén hacia los que me rodeaban aumentaba. Nunca, nunca me preocupé por la felicidad —escupió la palabra—. Simplemente sabía que no era para mí, no para alguien tan diferente del resto. No para alguien roto.

»Aún así, lo más curioso de todo es que nadie notaba eso: el odio, el vacío. Nadie notaba nada en Light Yagami que no fueran sus logros, su inmensurable inteligencia, su actitud modélica, cuán perfecto era Light Yagami. El resto del mundo debía estar roto también, si no se daban cuenta de que todo no era más que una imagen distorsionada.

Soltó una carcajada hueca y carente de humor. Cuando volteó hacia Ryuuzaki, este se había erguido un poco para acuclillarse como hacía siempre que precisaba de todas sus facultades. En otras circunstancias, Light se hubiera sentido vagamente divertido por eso, pero el dolor agudo que tenía en el pecho, y el hecho de que no sabía porqué estaba revelando algo tan íntimo y sombrío, se lo impedía. Ryuuzaki, frente a él, le ahuecó la nuca con una mano, pero permaneció en silencio.

—Pensé que así es cómo se suponía que debía ser mi vida, lo verdaderamente significativo era lo que solo yo podía lograr. Y tú supiste eso también, desde el principio fuiste el primero y el único en ver lo que me apartaba del resto. No las cosas que el mundo envidiaba, sino el vacío. Pero ahora… —Cuando se quedó callado varios minutos, Ryuuzaki le presionó en la nuca con más fuerza para que continuara. Light cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia delante; sus frentes chocaron con suavidad—. No sé quién soy. Me he vuelto incapaz. Mi padre dijo que ya no me reconoce, pero yo soy el que no se reconoce, porque por primera vez estoy dejando que los demás vean esa… carencia. Todo porque me he dado cuenta de que yo también puedo… —Se agarró el pecho semidesnudo con rabia, rugiendo—. Pero no puedo aceptar esta debilidad, no después de tantos años, porque ¿por qué ahora? Yo tenía un propósito. Nunca he querido esto, ni antes ni ahora ni nunca. Estaba bien roto, estaba perfectamente. —Parpadeó con violencia y, para su sorpresa, unas cuantas lágrimas se desprendieron de sus pestañas. Ryuuzaki se quedó de repente muy quieto—. No quiero saber que esto está a mi alcance, que estuvo a mi alcance. ¡Quiero arrancar esta mierda de mí!

Las últimas palabras dejaron un eco doloroso en la atmósfera y la respiración de Light era pesada a pocos centímetros de la boca de Ryuuzaki. Ambos se quedaron en silencio unos momentos. Si no hubieran estado tan cerca, si su frente, resbaladiza por el sudor, no hubiera estado contra la de Ryuuzaki, tal vez no hubiera sentido a este tragar saliva con fuerza.

—No eres un sociópata. Estás cerca, pero no lo eres —susurró Ryuuzaki, en un tono casi inaudible.

Sus labios rozaron los de Light con el movimiento, como la caricia fresca del oleaje en primavera, e hicieron que Light se estremeciera.

—Soy Kira.

—Lo sé —replicó con frialdad. Entonces le mordió el labio a Light como un perro, con fiereza e inmisericorde. Light gruñó antes de besarlo con la boca abierta, de forma casi dolorosa, mientras el sabor metálico de la sangre inundaba su paladar. Se dio cuenta de que Ryuuzaki también estaba temblando.

Era enfermizo, era adictivo.

Con brusquedad, le asió del pelo para separarlo unos milímetros.

—No me arrepiento de ser Kira —siseó, por si había alguna duda.

—¿No te arrepientes de haber matado a la gente del FBI? No eran criminales.

—Fue por un bien mayor.

Ryuuzaki lo miró un momento más en muda contemplación antes de alejarse, había unas sombras indescifrables en su expresión.

—Tú has confesado y yo voy a detenerte. Así que si tienes algún as en la manga, te… te sugiero que lo utilices ahora.

Una risa histérica le ardió en el pecho, Light fue incapaz de contenerla porque, oh, ese era el problema en esencia. Los ases hacía tiempo que yacían en su mano, si solo fuera capaz de jugarlos. De súbito, se oyó un alboroto fuera seguido de pisadas apresuradas. Cuando la figura de su padre apareció a través del umbral del establo, Light aún conservaba retazos de histeria en la mueca descompuesta de su rostro.

—Light, ¿qué diablos ha sido eso? —preguntó su padre, en un tono que Light nunca había escuchado en él. Matsuda, detrás suyo, estaba más pálido que un muerto.


Me voy a esconder por si acaso despertáis instintos asesinos al dejarlo aquí... No, pero hablando en serio, espero poder publicar en una semana, tengo fe en que sí. Como os dije el próximo capítulo es el último como tal antes del epílogo. Habrá mucho cuartel general al completo, y un hueco generoso para Misa también. ¡Agarraos fuerte! ;)

Espero con ilusión vuestras opiniones y críticas constructivas, no seáis tímidos.

Un abrazo.