Notas generales: Dejo esta historia sin clasificación porque esta varía de capítulo en capítulo, de T a E. ¡Se avisará con anticipación cualquier contenido sexual para quienes quieran saltárselo!

[N. de T.: no me deja que quede sin clasificación, en cualquier caso, pero irá subiendo a medida que avance hasta M+]

Notas del capítulo:

Si las historias de terror te asustan, ctrl+f a «Hinata gimió y se arrojó» cuando Kageyama comience su historia.

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Capítulo 1: La declaración

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Los pies de Tobio golpearon el suelo salpicando más allá de los charcos y las grietas en el pavimento, sus zapatos ya mojados. Un trac-trac a sus espaldas le avisó que tenía a Hinata sobre sus talones, su bicicleta traqueteando a su lado. Tobio aceleró el paso y escuchó a Hinata desafiándolo a gritos al quedar atrás.

Una nueva victoria a mi favor.

No tenía idea dónde estaba la meta porque nunca antes habían tenido una carrera tras salir de clases, pero si Hinata quedaba muy atrás él lo esperaría donde sus caminos se separaban, pese a la lluvia torrencial, solo para sacarle en cara su victoria. Ya estaba calado hasta los huesos, no le haría daño hacerlo.

Un sonido precipitado, más traqueteos y Hinata navegaba frente a él tras montar al paso su bicicleta. El destello de un relámpago iluminó el mundo gris a su alrededor, Tobio vio cabellos naranjos goteando y dientes blancos en una gran sonrisa, y entonces era él quien corría tras Hinata pidiéndole que se detuviera.

—¡Te va a golpear! —gritó— ¡Los relámpagos golpean el punto más alto, idiota!

—¡Hay casas! —gritó Hinata de vuelta.

—¡Deberíamos buscar un lugar donde esperar!

Hinata solo pedaleó más rápido, burlándose, y Tobio se obligó a seguir con la imprudente carrera, rogando no caer y descerebrarse contra el pavimento.

—¡Hablo en serio! —insistió a gritos, de pronto un poquito menos interesado en ganar. Hinata era bajo, pero de pie sobre los pedales de la bicicleta era mucho más alto que él—. ¿Y si te golpea mientras vuelves a casa?

Hinata estaba llegando a la esquina donde sus caminos se separaban cuando finalmente desaceleró. Llegó primero (dejando el contador empatado en sesenta y tres) y paró, bajándose y buscando a Tobio.

—¿Es en serio? ¿Crees que me golpeará?

Tobio alcanzó la esquina y acabó doblado, respirando pesado.

—Es posible. Deberíamos... ir a mi casa —sus palabras fueron enfatizadas por sus jadeos y unos truenos. Hinata no tardó en asentir.

—La casa del Rey —canturreó, Tobio lo miró molesto—. Me pregunto cómo es.

Hinata lo hacía ver como si estuvieran de paseo en el parque y no parados bajo un aluvión en medio de una tormenta eléctrica. Tobio gruñó y comenzó a caminar en dirección a su casa, sintiendo un extraño nerviosismo cuando Hinata comenzó a seguirlo. Dio un vistazo sobre su hombro.

—No te quedes atrás, ¿vale? Y no te subas a tu bicicleta.

Tras eso comenzaron a correr otra vez, por calles desiertas y charcos cada vez más profundos, el cielo de hierro fundido siniestro sobre sus cabezas. Un destello próximo los sobresaltó a ambos, un trueno se escuchó apenas unos segundos después.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Hinata, su voz entre preocupada y asustada.

—Ya casi llegamos.

Corrieron hasta el asfalto frente a la casa de Tobio y este tomó la bicicleta, la maniobró al otro lado del portón y dejó a Hinata asegurándola mientras él corría a la puerta principal, apuñalando la ranura con su llave. La cerradura chasqueó, se abrió y entraron, goteando.

—Creo que hay un espacio seco en la parte baja de mi espalda —comentó Hinata, sacudiendo sus brazos como si con eso se pudiese sacar el agua de encima—. Más allá de eso, escurro.

Tobio intentó no sonreír al ver el agua caer en cascadas por su compañero, el cabello que normalmente desafiaba la gravedad pegado a su nuca. Sabía que él no estaba mejor: el agua había alcanzado hasta su ropa interior y podía sentir el frío de la lluvia directamente en su piel tibia por el ejercicio, chupándole el calor. Sus cejas goteaban.

—Te dije que debíamos volver al gimnasio —dijo, aunque él mismo había salido corriendo tras Hinata cuando el desafío se hubo instaurado. Podría haberse devuelto solo, pero en el momento ni siquiera lo consideró una opción: perseguir a Hinata cuando corría ya se había vuelto costumbre—. Vamos —lo invitó, nervioso otra vez.

No había tenido un amigo en casa desde primaria, ¿estaba haciendo algo mal? Una mirada a Hinata no le dijo nada, estaba examinando el corredor con la boca abierta. Tobio inhaló.

—No tiene nada de especial —murmuró mientras se sacaba los zapatos. Hinata hizo lo mismo, exclamando un «¡Disculpen la irrupción!» que se vio interrumpido cuando Tobio le avisó que aun no había nadie en casa.

—¿Tus padres trabajan los dos? —preguntó Hinata inclinado para sacarse los zapatos, hechos sopa por el agua.

—Sí. Vamos, entra.

Hinata se quedó en el recibidor mirando incómodo hacia el pasillo.

—No puedo. Voy a mojar todo.

—Pondré unas toallas después. Necesitas ropa seca —Hinata arrugó la nariz en desagrado.

—Serán grandes —Tobio le sostuvo la mirada.

—¿Y? ¿Quieres seguir mojado?

Hinata estaba a punto de reclamar por lo que Tobio alcanzó un mechón naranja, de ese pegado a su nuca, y lo estrujó, consiguiendo que riachuelos de agua bajaran por su cuello y se echara para atrás con un escalofrío.

—¡No tenías por qué hacerlo! —reclamó, mirándolo furioso.

—¿Ropa seca? —reiteró Tobio con tono inocente.

—Ya, por favor —respondió Hinata entre dientes, entrando a la casa tras él.

Tobio sacó unas toallas del baño antes de guiarlo hasta su cuarto, su estómago revolviéndose un poco al darse cuenta que Hinata vería la habitación en la que él había crecido.

Estúpido, se dijo a sí mismo. No es normal estar nervioso por eso.

Además solo iban a cambiarse de ropa, no era como si estuviese dándole un gran recorrido por la casa. Estaban aquí porque las circunstancias imprevistas lo requerían, nada más. Lo comprendió cuando Hinata se quejó y comenzó a quitarse la chaqueta seguida de la camisa, enrollándolas para luego dejarlas junto a la puerta, comenzando a desabotonarse el pantalón.

Tobio apartó la vista. Ver la piel de Hinata le estaba haciendo cosas raras últimamente. Cuando se cambiaban no podía apartar la vista de su compañero, buscaba el vello en la base de su cuello, la parte de sus caderas que sobresalía del bóxer, los músculos en su espalda y hombros. Las imágenes permanecían con él más de lo debido, reapareciendo en extraños momentos. Hinata era su compañero, tal vez su amigo, pero nada de eso daba sentido a que sus ojos lo siguieran tan de cerca fuera de la cancha, a que su cerebro almacenara imágenes suyas.

¿Estaba reuniendo información para sus partidos? Al principio Tobio lo creyó así, que era normal observar a su valioso compañero, el arma no-tan-secreta de Karasuno, solo que nunca tuvo la necesidad de vigilar de igual forma a Asahi o a Tanaka.

Es porque es inútil por su cuenta, se había repetido una y otra vez, pero la afirmación ya no era totalmente cierta: Hinata estaba mejorando, ahora podía trabajar con otros armadores y brillar. Para Tobio no tenía sentido notarlo más ahora que antes y se cuestionaba qué pensaría Hinata si es que lo descubría. Se había asegurado de que no lo hiciera.

Tobio dejó caer su bolso al piso (Hinata se había deshecho del suyo en el recibidor) y comenzó a descartar sus ropas. Hinata ya estaba secándose con la toalla cuando él terminó de desvestirse hasta quedar solo en sus bóxers mojados, se sentó en la cama para pasarse la toalla sobre sus extremidades húmedas, luego sobre su cabello. Cuando levantó la vista Hinata estaba mirándolo, la toalla arrugada en sus manos.

—Amh —comenzó, rápido— ¿Ropa? ¿Para cambiarme?

—Cierto —Tobio caminó hasta el closet y sacó un par sencillo de bóxers negros que en Hinata bien podrían funcionar como pantalones cortos de vóley. Los arrojó y rebuscó por una polera manga larga y pantalones de pijama, lanzándolos justo después.

Cuando se volteó a preguntarle si estaba bien con eso, Hinata estaba de lado sacudiéndose la ropa interior. Tobio casi se rompe el cuello al desviar la vista demasiado rápido.

—¡Avísame si te vas a desnudar! —le gritó a su closet, sus mejillas coloreadas.

—¿Qué? ¡Me tiraste unos bóxers! ¿Qué esperabas que hiciera?

—¡Decirme que no mire! ¡Obvio! —a menos que ¿fuera normal desnudarte frente a tus amigos? Pero de seguro eso pasaba solo en baños públicos, no en las habitaciones de la gente.

—No tengo nada que no hayas visto antes —respondió Hinata. Lo que era cierto, a no ser que la mente de Tobio le diera un valor adicional a ciertas partes si estas le pertenecían a Hinata.

Lo cual hacía. ¿Qué andaba mal con él? Incluso ahora una parte de sí estaba decepcionada por no haber alcanzado a ver casi nada, porque aun no sabía si los vellos que bajaban desde su ombligo eran del mismo ridículo color naranja que tenía el cabello en su cabeza. Tobio no era ningún genio fuera de la cancha, pero hasta él notaba que esos pensamientos no tenían nada que ver con la amistad.

Se sacudió las auto-recriminaciones y se cambió de ropa interior bajo su toalla (porque era educado, se dijo), luego se puso su cambio de ropa bruscamente, saboreando la sensación de la ropa seca contra su piel: un pantalón deportivo y una camiseta lisa. Hubiese sacado también un suéter, pero le había arrojado su favorito a Hinata y no tenía ningún interés en permanecer desnudo mientras hurgaba por otro. Se le puso la piel de gallina en los brazos.

Cuando volteó Hinata intentaba salir a flote desde el interior de su polera, sus manos perdidas dentro de las mangas largas. Tobio fue directo hacia él y buscó sus manos en el revoltijo de ropa (sus dedos se sentían tibios al tacto) y dobló la conocida tela sobre ellas.

—¿Estás bien así? —preguntó.

Hinata se inclinó para doblar el borde inferior de los pantalones, luego se enderezó.

—¡Sí! Calentito —miró alrededor, viendo los afiches de voleibol y varias reliquias de la infancia de Tobio— ¿Siempre has vivido aquí?

—Sí-

—¡Me gusta!

Tobio hizo como si revisase su cabello, intentando no avergonzarse.

—Dejaré tus cosas en la secadora.

Se apresuró a salir para hacerlo, recogiendo la ropa mojada de Hinata en el camino, pero se detuvo con el destello de un relámpago y el titileo de las luces del departamento al apagarse.

—...Oh.

Escuchó pasos ruidosos y acelerados y luego: «¡Kageyama!»

Tobio se giró, la luz que apenas entraba por la ventana suficiente para ver. Hinata se quedó agazapado, el entusiasmo en su rostro, sus manos cerradas y sus pies separados como si fuese a saltar en cualquier comento.

—Historias de terror—propuso con voz reverencial— ¿Qué dices?

¿Historias de terror?, se repitió Tobio, sin comprender de inmediato. Luego imaginó una competencia de valentía con Hinata, allí en la oscuridad con los relámpagos centelleando fuera, y su cuerpo se prendió por dentro de esa forma que siempre hacía cuando Hinata tenía esa mirada y la dirigía de lleno a él. Fue instantáneo, un reflejo, sintió una sonrisa cruzando su cara. La ropa de Hinata quedó olvidada, la arrojó a la secadora y partió a buscar velas y fósforos, intruseando los cajones de la cocina hasta hallarlos. Hinata se hundió en el sofá mientras él encendía las velas sobre la mesita de centro, su corazón palpitando excitado.

No estaba seguro si le gustaban las historias de terror, su prima mayor le había hecho tener pesadillas con la historia que le contó una vez, pero le gustaba competir con Hinata y las historias de terror eran una forma de hacerlo tan buena como cualquier otra. Se sentó de lado contrario a Hinata en el sofá, sus piernas dobladas bajo sí. Las velas titilaron y el retumbar de los truenos envió escalofríos de anticipación a su columna vertebral.

—Bien —dijo Hinata—. Yo voy a empezar.

—Espera. ¿Cómo vamos a medir quién gana?

Los ojos castaños se achicaron concentrados.

—Quién se asuste más pierde. Será obvio.

—¿Estás seguro?

—Podemos medirnos los latidos del corazón luego de la historia.

Dichos latidos se aceleraron en el pecho de Tobio.

—No estoy seguro si eso-

—¡Estará bien! Vale, voy a empezar.

No hubo tiempo para quejas. Tobio se abrazó a sí mismo, aun pensando en los dedos de Hinata en su garganta o en la parte interior de su muñeca, tomando su pulso, y en cómo esto lo afectaba en sobremanera. ¿Por qué no podía babear por Shimizu como todos los demás lo hacían? ¿Por qué tenía que ser Hinata quien acelerara su corazón?

No tenía sentido que le gustara un chico, no uno como Hinata que era incapaz de terminar una oración frente a Shimizu. Tobio lo sabía, pero su cuerpo se rehusaba a escucharlo e insistía en comportarse como un completo idiota cuando se trataba de él, llenándose de calor con los detalles más pequeños, siguiéndolo inconscientemente como una flor sigue al sol, todo el tiempo en armonía con él. Era irritante, pero se estaba acostumbrando.

En ese momento Hinata estaba sentado frente a él hablando animadamente.

—... así que decidieron usar la pelota de vóley que habían encontrado en el almacén, ¡y era genial! Su equipo ganó por primera vez...

Tobio se esforzó en escuchar, ignorando la clavícula de Hinata que sobresalía por el borde de su polera. Su historia de terror parecía ser sobre una pelota de vóley que otorgaba poderes especiales a un equipo (aun sin nombrar) a un alto precio: los miembros del equipo morían uno tras otro en accidentes relacionados al vóley. A Tobio le costó mantener una cara seria durante todo el relato y, para cuando Hinata terminó (con un intrépido alumno de primer año enfrentando al balón en el almacén, tras lo que los poderes desaparecieron), el esfuerzo por no sonreír se volvió demasiado. Escondió su boca tras sus manos, su risa escapando en jadeos ahogados.

Hinata le saltó encima corriéndole las manos.

—¿Qué? Estás asustado, ¡¿verdad?!

—¡Hinata idiota! ¡Eso no daba nada de miedo! —Tobio obviamente jadeaba de la risa, pero Hinata decidió que era una farsa. Puso ambas manos en su cuello, intentando encontrar su pulso, y Tobio intentó quitárselo de encima.

—Ey, deja de-

—¡Solo quédate quieto!

Hinata había gateado hasta su regazo y se había sentado a horcajadas torpemente. Tobio accedió con aires de animal asustado, sin reírse ya, y cerró los ojos con fuerza. No te aceleres, le ordenó a su corazón, como si este fuese a escucharlo.

Hinata era más pesado de lo que parecía. Se sentó firmemente sobre las piernas cruzadas de Tobio durante medio minuto, su calor rodeándolo, pero al final se alejó decepcionado.

—De acuerdo —cedió—. Supongo que no estabas tan asustado. Te toca.

Tobio soltó un largo suspiro de alivio y se preguntó qué sería peor: Que Hinata pensara que esa pésima historia lo había asustado o que se diera cuenta del verdadero motivo de su corazón acelerado. Ambas opciones eran igual de vergonzosas.

Hizo un sonidillo mientras intentaba recordar la historia que su prima le contara años atrás. Era sobre una niña y un cachorro. El cachorro dormía bajo la cama de la niña por las noches, cuando ella se asustaba estiraba un brazo bajo la cama y el perro lamía su mano, así ella sabía que todo estaba bien sin importar los sonidos escalofriantes del exterior ni los informes sobre un hombre sospechoso en el vecindario.

Tobio sintió escalofríos mientras contaba la historia, recordando el tono tranquilo de su prima. Intentó repetirlo y pudo ver que resultaba: Hinata tenía las piernas recogidas y las rodeaba con sus brazos, sus ojos bien abiertos, un temblor en sus dedos cuando apretó sus canillas.

—Y entonces —¿cómo era que seguía?— el perro se perdió, pero la niña sabía que volvería. Siempre lo hacía. Así que esa noche se fue a dormir como de costumbre y, cuando despertó a mitad de la noche tras oír ruidos, estiró su mano bajo la cama y sintió la lengua tibia de su perro sobre sus dedos. Se volvió a dormir.

Hinata tenía los ojos abiertos como platos y no parecía estar respirando. El restallido de un trueno hizo que ambos dieran un respingo.

—Y entonces... entonces al día siguiente, la niña se levantó y miró bajo su cama. El perro no estaba. Se preocupó, pero pensó que tal vez su madre lo había dejado salir, así que fue al refrigerador y lo abrió —en los ojos de Hinata se reflejó el resplandor de un relámpago—, vio un montón de pelo gris igual al de su perro y una nota con caligrafía desconocida: Los humanos también pueden lamer. De pronto, sintió una presencia a sus espaldas... fin.

Hinata gimió y se arrojó de cara al sofá, apretando su rostro contra el asiento. Tobio no le dio tiempo para recuperarse, colocó sus dedos en su cuello y contó los latidos: eran veloces, como si se hubiese estado ejercitando.

—Gané —declaró, apartándose. Hinata atrapó sus muñecas y las sostuvo, aun con la cara escondida.

—Estoy... un poco asustado.

—Ese era el punto, ¿no?

Hinata alzó la cabeza con expresión arrepentida.

—¡No esperaba asustarme en serio! No así.

Es tan tierno, pensó Tobio, antes de volver en sí. No, molesto. Contempló aquellos ojos cafés arrepentidos, enormes bajo un revoltijo de cabello naranja. Vale, tal vez ambos.

Hinata aun sostenía sus muñecas y sus intentos de apartarse estaban siendo frustrados debido a la presión del agarre.

—Suéltame —pidió, un dejo de recelo en su voz.

—¿Por qué?

Conjuró una mirada asesina, aun intentando apartarse.

—¿Por qué no?

—¡Porque no! —Hinata entornó los ojos—. Has estado raro últimamente.

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí!

Dejó de luchar, dejando que Hinata siguiera. Suspiró pesado. ¿Había estado raro? Por dentro, sí, pero creyó que lo estaba ocultando. La torpe agitación que sentía en el estómago no se notaba en su cara, ¿o sí? ¿Qué haría de notarse?

—¿De qué forma he andado raro? —preguntó.

—Algunas veces te echas para atrás cuando te toco —explicó—. Y no me criticas tanto como antes. Y algunas veces te quedas muy callado y no te enojas para nada.

—¡Estúpido! Eso es porque estás mejorando.

—Entonces, ¿qué hay de lo primero?

—¡No-no sé! ¿A lo mejor me pillaste por sorpresa?

Hinata lo fulminó con la mirada y, al final, dejó ir una de sus muñecas solo para posar su mano en el medio del pecho de Tobio, donde su corazón latía. Este intento retroceder, pero ya estaba sentado contra el brazo del sofá.

—¡¿Qué estás haciendo?!

Hinata, en lugar de responder, avanzó con sus manos y rodillas, su rostro a escasos centímetros del suyo, mirándolo fija e intensamente. Estaban tan cerca que Tobio podía oler el vago aroma de su piel, un aroma que lo atravesó, despertando partes en su ser que era mejor que no despertaran.

—Me tienes miedo —concluyó Hinata, confundido— ¿Por qué-?

—¡No te tengo miedo!

Hinata lo tomó por la barbilla y escudriñó su mirada, su otra mano aun sobre su acelerado corazón. Estaba tan cerca, tanto como para inclinarse y besarlo. Tobio imaginó a Hinata enamorándose de él, se imaginó dejando besos sobre la tersa piel que se veía a causa del suéter demasiado grande. Contuvo un gemido.

¿Es que este momento no acabaría? Debía hacerlo, así que Tobio dijo aquello que de seguro haría a Hinata retroceder, las palabras desprendiéndose de sus labios reticentes.

—Es porque me gustas, idiota —hubo una pausa antes de que Hinata respondiera.

—¡Toco a mucha gente que me gusta!

Idiota, idiota, idiota.

—¡No gustar así! Es un gustar diferente, ¿vale? Suéltame.

Hinata se quedó viéndolo.

—¿Gustar diferente? Como-

—¡Sí! Así. No quería que pasara, ¿sí?

Hinata frunció el ceño en absoluta confusión. Se apartó un poco, dejando que sus manos reposaran sobre las rodillas flexionadas de Tobio, quien logró no retroceder.

—Pero eso significa que quieres tocarme, no al revés —Tobio miró la pared, alejando su cara de la mirada inquisitiva de Hinata.

Quiero tocarte, por eso es que intento no hacerlo. ¿Contento?

Podía sentir la mirada de Hinata penetrándolo aun cuando se había asegurado de apartar el rostro. No pensó que Hinata dejaría de jugar vóley con él, eso iba más allá del peor escenario posible, pero ¿qué tal si esto arruinaba la formación de su amistad, rivalidad, lo que fuera que esto fuese? No quería dejar de echar carreras con él hasta el gimnasio o almorzar juntos o tener competencias de gritos. No quería que Hinata sintiera pena por él o anduviera con cuidado alrededor suyo, pero ¿qué otra opción tenía? Hinata no era lo suficientemente perspicaz como para solo ignorarlo y seguir, ¿no?

Lo miró, incapaz de aguantar por más tiempo el silencio, su rostro calentándose al hacerlo.

—¿Qué? —soltó. Hinata lo miraba con las mejillas coloreadas y sin dejar de abrir y cerrar la boca.

¿Yo? —preguntó, claramente aun procesando su flechazo.

—¡No fue a propósito! ¿Crees que no preferiría estar enamorado de Shimizu-senpai como tú y el resto de los idiotas?

—¡Oye! —reclamó Hinata — ¡No estoy enamorado de Shimizu-senpai! Es solo que ella es... muy linda. Es bwaaah linda, como una estrella de cine.

Tobio lo consideró. Sí creía que Shimizu era bonita, pero encontraba relajante estar cerca de ella, no como le pasaba con cierto chiquillo de cabello naranja que era la personificación de la energía pura y nunca sabía cuándo quedarse quieto.

Aunque eso no le impedía querer tenerlo cerca todo el tiempo.

—Como sea —dijo—. ¿Puedes solo olvidarlo, por favor? —lo superaré, quiso agregar, pero no estaba seguro si era cierto, no mientras siguieran del mismo lado de la cancha. Lo sentía cada vez que Hinata remataba uno de sus balones, cada vez que saltaba solo con su fe ciega: el sentimiento seguiría ahí, tan fuerte como hasta ahora.

O así parecía, en cualquier caso. No estaba seguro.

Estaba a punto de agregar algo cuando volvió la luz, bañándolos con una luz amarilla. Tobio dio una mirada a las manos de Hinata aun en sus rodillas y este las retiró lentamente.

—¿No debería darte una respuesta? —le preguntó—. Esa fue una declaración, ¿no?

—Yo no... no deberías... da igual —Tobio se centró en un punto un poco más arriba de la cabeza del otro—. Parece que la tormenta acabó. Te puedes ir a tu casa, si quieres.

—Pero aun tengo tu ropa-

—Me la puedes devolver cualquier otro día —se levantó—. A menos que pretendas ignorarme...

—¿Ignorarte? —Hinata le siguió—. Por qué- ¡No lo haría! ¡Nunca!

Cuando menos eso era reconfortante.

—Entonces te puedes ir, te devolveré tu ropa húmeda mañana. ¿Necesitas algo más?

Tobio sabía que sus palabras sonaban cortantes, pero la vergüenza le hacía imposible pretender que estaba contento cuando no lo estaba. Acababa de declarársele a un chico, su compañero de equipo. Era la peor idea en la historia de las malas ideas; lo que su equipo menos necesitaba era que Hinata dudara de él. Debió obligar a Hinata a soltarlo (no es como que no lo hubiese hecho antes) pero el secreto quería salir y halló su propio camino.

Un minuto después Hinata aun tenía una mirada algo aturdida cuando Tobio lo sacó aceleradamente de la casa, rojo. Había un millón de preguntas en sus ojos y Tobio sabía que, si se quedaba un rato más, esas preguntas brotarían en un torrente inacabable e incontestable. Se estaba resguardando a sí mismo, así que poca fue la culpa que sintió cuando Hinata se quedó de pie fuera de su departamento con la boca abierta y su bolso apretado entre sus manos.

—Chao —se despidió Tobio, cerrando la puerta entre ellos.

Se apoyó contra ella.

Gimió con fuerza y por mucho tiempo sujetándose el rostro con las manos.

¿Qué había hecho?

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Notas de la traductora:

(1) Mysecretfanmoments me dio su autorización para traducir este fic hace siglos, pero recién el mes pasado comencé a trabajarlo. Un gusto, la verdad, porque me he divertido un montón leyendo este fic (y todos los demás que tiene de Haikyuu, esta chica es in-cre-í- ble). Espero de corazón que también lo disfruten.

(2) Las actualizaciones serán semanales hasta llegar al final. Actualizo los viernes en AO3 (que es donde la autora escribe y prefiero que allí sea la primera actualización, el link está en mi perfil para que le den una mirada) y los domingos acá, sería genial que comentaran en AO3 así Mysecretfanmoment podría verlo (además, ¡en AO3 los fics se pueden descargaaarrr! es la bomba). ^^

¡Saludos!

Saku*

2015.08.09