Disclaimer: ojalá cobrase escribiendo, así dejaría la universidad. El que cobra es George Martin, a él le pertenece todo.
Este fic participa en el reto 58 del foro Alas Negras, Palabras Negras.
Y es un regalo para Trici por su día del nombre. Adelantado porque en su día no estaré para felicitarla.
Personajes: Daemon Arena, Elia Arena, Arianne Martell (nombrada).
…
«Nada revive el pasado con tanta fuerza como un olor al que una vez se asoció.» Vladimir Nabokov.
Almendras
Con gusto se habría negado, pero no era capaz de resistirse al olor de las almendras.
La pregunta había colgado en el aire, en un tono que sugería candidez e inocencia, el tiempo suficiente para darse cuenta de que, en realidad, no le estaba consultando nada. No era tan siquiera una oferta, sino una demanda.
—Daemon —Él había levantado la vista para encontrarse con la mayor de las hijas menores de su señor, tan partidaria de las lanzas como su padre y con los mismos ojos felinos de su madre. En algún momento la pequeña Elia había cumplido catorce días del nombre—. Deberíamos acostarnos.
Solo atinó a boquear perplejo por su insolencia, dispuesto a llamar a su padre para hablarle del descaro de sus palabras; pero en algún momento la pequeña Elia se había puesto a su altura y lo había arrinconado contra los establos. Daemon miró a izquierda y derecha, viéndose solo y a la vez rodeado. La mano de la muchacha se posó en su torso y sus labios se acercaron a los suyos, y fue entonces cuando el aroma lo invadió de forma grosera, salvaje.
Lo conocía. Lo diferenciaría en cualquier lugar y en cualquier situación, fueran cuales fueran las circunstancias. Se había vuelto indeleble, habitaba por siempre en sus recuerdos, intrincado en un revoltijo de emociones de compleja designación y sensaciones intensas, poderosas, agresivas, el tipo de sensaciones que arremeten con una fuerza extraña y golpean el pecho.
Era una fragancia de peligrosa dualidad, que lo había elevado hasta rozar el techo del cielo y luego lo había arrastrado en un súbito descenso. Le bastaba con cerrar los ojos para que el simple olor de las almendras lo hiciese soñar despierto. Había sido la princesa —la que se había negado a ser suya por su condición de hijo natural— la que desprendía ese perfume dulzón y envolvente que lo anegaba por completo.
Una simple inspiración y estaba perdido. Era el bálsamo y también la ponzoña. Lo traspasaba, le perforaba las fosas nasales, aturdía como el cruel sol de Dorne. Una inspiración y las manos de su princesa se colocaban donde ahora estaban las de su prima, trazando círculos en su piel desnuda y pegajosa por el intenso calor. Una inspiración era lo único que necesitaba para recordar el juego de su boca y las caricias húmedas, para perpetuar todavía más el vaivén de sus senos generosos. Una mísera inspiración del perfume de almendras era suficiente para endurecerlo hasta aullar de dolor.
En algún momento la pequeña Elia dejó de ser tan pequeña y metió la mano dentro de sus calzones, arrebatándole un gemido ronco nacido en la parte más baja de su garganta.
Era embriagador.
—Deberíamos acostarnos —susurró.
Daemon Arena estaba dispuesto a decir que no hasta que la boca de la chica atacó la suya con ferocidad y sus dientes se cerraron en torno a sus labios. Alguien le había dicho alguna vez que las almendras tenían una variante amarga tan tóxica que podía matar a un hombre en cuestión de minutos.
Con un hilillo de sangre resbalándole por el mentón, Daemon decidió que bebería hasta desfallecer, bebería gozoso del veneno de Elia.
