Disclaimer: claramente no soy Stephenie Meyer. Los personajes son de ella y de nadie más. Yo solo escribo esto por diversión, sin fines de lucro.
Descubriendo un mundo
"Yo no le espiaba, era simple curiosidad…"
No era la primera vez que me sentaba en este café y pedía una taza de té, la cual nunca bebía. No tenía idea de porque lo hacía, porque esperaba con paciencia y, al mismo tiempo, desesperación este momento. Realmente no podía estar en casa, sin sentir que ya era necesario volver a observarla y calcular cada uno de sus movimientos. Sí, calcular y saber exactamente lo que haría a cada segundo.
No era preciso revisar el reloj para saberlo; ya casi era el momento de su llegada. Siempre llegaba cuando el cielo empezaba a oscurecerse, entre el día y la noche, el momento más idóneo para mí, pues aunque el cielo siempre estaba nublado, no quería salir antes de tiempo. Esperé con un molesto pero intenso interés que lo hiciera aunque quizás hoy no aparecería, pero eso me molestaría más que mi propia atracción por ella.
¿Quién era ella? No sabía absolutamente nada, ni siquiera su nombre…
Ella apareció por un costado del parque, saliendo de una callejuela desolada. Su destino era el mismo de todos los días: caminaba hacia el florista de la esquina, un señor canoso y de ojos nublados, arruinados por las cataratas, quien al verla, sonrió con alegría. La muchacha que la acompañaba, una chica tan joven como ella de piel cobriza, sostenía su mano y luego la soltaba para que ella escogiera las flores.
Me había aprendido sus movimientos de memoria, como si en vez de verla la hubiera leído, a como se leen las páginas de un libro ya aprendido. Ella sonreiría y le preguntaría al hombre como ha estado, luego le pediría que le dijera que nuevas flores había traído. El hombre le contestaría, pero antes de terminar de nombrarlas, ella se inclinaría para que su rostro quedara a escasos centímetros de los ramos y cerraría los ojos al respirar profundamente.
Vi de manera hipnotizada el gesto de su rostro al relajarse y el movimiento de su pecho al respirar, era algo que me provocaban ganas de hacerlo también. Cerré los ojos por unos segundos, y me permití adsorber todo el aire de mi alcance. Apreté la mandíbula y mis manos en puños, al darme cuenta de mi error; su aroma me llamaba, más que el de todos ahí, me ardía en lo más profundo de la garganta; su aroma me hacía querer acercarme, embriagarme un poco más, pero sabía que era peligroso hacerlo. Tal vez no pudiera controlarme.
La miré de nuevo; ella sonreía. Sus dedos se dirigieron hacia el ramo en cuestión, y el señor, apurando el movimiento, las cogió antes que ella y se lo colocó en los brazos.
—Son violetas, señorita —dijo el hombre.
—Gracias —contestó ella— Una de las favoritas de mi madre.
Miré sus dedos, tan blancos y delicados, moverse por sobre los pétalos. La suavidad con que lo hacía me hacía pensar que quizás tenía miedo de arruinar las flores. La muchacha que la acompañaba, sacó de un bolso unos cuantos billetes y se lo entregó al anciano. Ella se despidió del hombre, prometiéndole que regresaría al siguiente día. Ella cumpliría su promesa, lo sabía, pues desde hace una semana que visitaba este parquecillo, siempre lo hacía. Una semana observándola, y estaba casi seguro de que los siguientes días serían iguales.
Quité mi mirada de ella, pues contrario a muchas veces, sus pasos la guiaron a mí. La miré de reojo, pero ella simplemente sostenía con fuerzas el ramo y miraba al frente.
Era increíble verla por primera vez tan de cerca. Su rostro estaba lleno de vida; su piel era completamente blanca, las mejillas sonrojadas, la nariz pequeña y decorada por pecas, los labios delgados y rosados, y su cabello negro se ondulaba por sobre su espalda y un flequillo decoraba su frente. No tenía nada de extraordinario, no tenía esa belleza superior como Rosalie o Esme, tomando en cuenta lo que somos, pero había algo, algo más que me hacían verla como nunca pude ver a Rose, aun antes de que fuera transformada, a pesar de que todos la consideraban la más hermosa.
Dejé de respirar, no quería tentarme más de lo que había hecho ya. Mi tiempo de cacería aun me perturbaba, y no quería volver a lastimar a una persona aun si pensara que se lo mereciera.
Había algo extraño en su mirar, en esos ojos completamente negros y desinteresados, que casi podían parecer soberbios, y había algo aún más extraño en su mente. Su mirada pareció posarse sobre mí, sin emoción, y la miré a los ojos pero era como si me hubiera atravesado, como si nunca me hubiera notado, como si realmente yo fuera un fantasma. Su mente era un pozo demasiado profundo; podía leerla, pues escuchaba diversos sonidos, algunos de la plaza a los que ella les prestaba más atención, pero no había nada, ni un pensamiento ni una imagen. Y eso no me gustaba, estaba acostumbrado ver lo que había en las personas, pero la negrura de su mente me fastidiaba.
Me levanté de la silla, dejé sobre la mesa la taza de té sin tocar y el pago por el servicio. Caminé tras de ella. Se dirigió al área de juegos, y dejó de caminar al llegar. Las risas de los niños penetraron en su mente. Me detuve, y observé donde su rostro se dirigía. Varias formas y colores empezaron a llenar su cabeza, por fin, hasta formar una imagen similar a la que había delante de ella, pero éste era un recuerdo: era el mismo parquecillo, pero eran otras personas y otros tiempos.
Ella sonrió nostálgicamente, y siguió caminando.
Su mente volvió a quedar oscura, pero empezó a sonar una música, el sonido de un viejo piano, aunque éste tan sólo repetía cinco notas y volvía a comenzar. La caminata las llevó de nuevo a la esquina del callejón del que habían salido. Yo me detuve a una buena distancia, no era necesario acercarme para escucharlas.
—Tranquila, ve sin cuidado a la casa de tu hermana. Yo estaré bien —dijo ella a la chica que la acompañaba.
—Pero, no está bien que te deje volver sola —se quejó la aludida, preocupada.
—Estaré bien, he hecho el recorrido infinidades de veces, me lo sé de memoria. Tú ve con tu hermana, seguro que te necesita más que yo —le aconsejó ella.
En su mente apareció el recuerdo del callejón y el camino para volver a casa, pero nuevamente no era el que estaba a un costado de ella; ese callejón, en este momento, estaba iluminado por farolas pero en su mente apareció uno a los rayos del sol.
—Tianna, anda, ve con ella y regresa cuando puedas. Yo estaré bien —volvió a decir.
—Pero tu padre me ha pedido que nunca te deje sola —respondió, recordando el mandato de un señor.
—Y hasta ahorita has hecho un buen trabajo, pero tu hermana está enferma y te necesita. Yo no puedo privarte de verla —le sonrió y estiró su mano. La muchacha la tomó y le presionó los dedos— Ve tranquila, y regresa cuando puedas, ¿de acuerdo? Mi padre no se enterara.
—Gracias, Allison.
—Para eso son las amigas.
Allison, Allison…
Ninguna de las dos había mencionado el nombre de la otra, hasta ahora.
Allison, Allison…
Tianna sonrió y caminó a través del parque para alejarse. Ella se giró hacía el callejón, tocó con una mano el muro y la deslizó. La vi suspirar y enderezarse por completo, como si estuviera a punto de realizar una tarea demasiado difícil.
Su mente se llenó de imágenes, todas sobre el callejón y también visualizó su casa.
No está tan lejos. Puedo hacerlo.
Pensó ella. Elevé una ceja, no entendía porque le parecía una tarea tan difícil llegar a su propio hogar.
Dejé que caminara, que se alejara, pero su mente no dejaba de animarse a ella misma, repitiendo continuamente que podía hacerlo sola. Me desesperaba no poder ver nada en su mente, sólo su voz sonaba en ella, todo era oscuro y profundo, sin una sola imagen. Sus dedos se deslizaban por la pared, como si fuera lo más importante en aquel momento. Sus pasos eran lentos y apretaba contra su pecho las violetas.
La seguí a una gran distancia. Realmente no sabía porque ahora me tomaba éste atrevimiento, era la primera vez que mis pasos me guiaban a ella. No quería hacerlo, muy en el fondo no quería acercarme más ella, suficiente era saber su nombre, pues antes de escucharlo era un simple espectador de sus movimientos, sus repetitivos movimientos, un simple observador de su monotonía, era como ver la misma obra de teatro una y otra vez, y eso estaba bien pues sabía que en algún momento me cansaría de ella. Pero ahora saber su nombre y seguirla, era como involucrarme demasiado. Y yo no quería involucrarme ni conocer más de ella.
Dejó de tocar la pared, y la seguridad de sus pasos se hizo notable. Su voz abandonó su cabeza, quizás cansada de repetirse lo mismo, y empezó a recordar las mismas notas del piano. Ahora sostenía con ambas manos el ramo de violetas y tarareaba lo que debía ser una canción.
Preciosa, por fin sola…
Me giré al escucharlo. Me oculté detrás de un muro y miré de nuevo a la chica. Seguía caminando como si nada, como si nadie la siguiera.
El hombre por fin apareció. Era alto y calvo, los años se le notaban en las arrugas de los ojos y alrededor de la boca. Olía a alcohol, tabaco y a una pésima higiene, es más, aun exudaba el olor a sexo, que por sus recuerdos, apenas había salido de un prostíbulo. Salió de la sombra que le proporcionaba un árbol, y cruzó la calle al verla. La siguió y sus labios dibujaron una sonrisa lasciva.
Por fin, bella niña. Por fin. Sabía que algún día te dejarían sola…
Los pensamientos siguientes eran asquerosos, pretendía corromperla, llevarla con él y mancillarla de la peor manera. Era sádico y perverso. Sus pensamientos me llevaron a pensar en los de Rosalie cuando terminó su transformación. Quería hacerle lo mismo que le hicieron a Rose. Y yo no podía permitirlo.
Él estaba a escasos metros de ella y estaba a punto de tocarla. Antes de que Rosalie llegara a nuestras vidas, había matado a varios hombres como él por sus infamias pero me prometí nunca hacerlo más. Pero no podía dejarla a merced de ese monstro, nunca me lo perdonaría.
Me acerqué lo más rápido que pude, y lo atrapé por la solapa de su sucia chaqueta. No le di tiempo a quejarse, pues presioné mi antebrazo en su boca. Lo miré a los ojos y lo levanté ligeramente del suelo. Sus ojos se movían terriblemente, tenía miedo de mí, podía leerlo en su mente.
—Aléjate de ella, o de lo contrario terminaré con tu vida —le susurré y presioné mi mano en su garganta, asfixiándolo un poco— ¿Entendiste?
Asintió, y lo solté. Él jadeó y se sobó la garganta antes de empezar a correr. Lo vi alejarse, y en verdad esperaba que nunca más volviera a acercarse, pues no estaba seguro de perdonarle la vida.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó ella, suavemente.
La miré, estaba girada hacia mí. Sus manos estaban tensas sobre las flores, y el ruido del jadeó de aquel hombre y sus pasos apresurados se repetían en su cabeza. Estaba nerviosa. Me apreté junto al tronco del árbol, procurando que no me viera.
—¿Hay alguien ahí? —repitió la pregunta, esperando con paciencia una respuesta. Sus manos se tensaban más y su rostro se contraía nerviosamente. Bajó la mirada y negó con la cabeza, respirando repetidamente.
No me gustaba verla en ese estado, parecía ansiosa.
Salí de la sombra del árbol, pisando sin querer un par de hojas secas. Ella levantó rápidamente la mirada y la posó en mí. Ahora su rostro presentaba temor. Su mente seguía en negro, pero ahora se repetía que no tuviera miedo.
No hay nada que temer. Tal vez no sea nada y sólo me estoy volviendo loca…
Me acerqué a ella, lentamente, no quería que su aroma se me impregnara en la garganta, y aquel hombre no cometería la más terrible acción esta noche, sino lo haría yo al no controlarme. Su olor me llenó el paladar, pero era soportable, atrayente pero soportable.
Su mirada seguía en mí, pero nuevamente me sentía atravesado por ella; era como si no me viera, como si fuera un simple cristal, era como si pudiera ver lo que había atrás de mí. Sus ojos negros parecían desinteresados en mi persona y ni siquiera su mente se colaba mi imagen, como era normal en las personas que nos veían por primera vez.
—¿Hola? —volvió a preguntar.
Estaba delante de ella, no entendía porque preguntaba nuevamente. Sus ojos no se movían, nada de ella se movía. Me acerqué un poco más, sin hacer ningún ruido, y dejé de respirar al estar a casi dos metros. Ella no pareció inmutarse. Me acerqué un poco más, y sus ojos seguían sin moverse, aun no me veía al rostro, estaba puesta completamente en mi pecho. Parpadeaba lentamente y parecía inconsciente de mi presencia.
Todo seguía negro en su mente.
Moví mi mano delante de sus ojos. Ella no pareció reaccionar, seguía viendo fijamente a través de mí.
Suspiré al entenderlo: ella era ciega.
Hola, hola. Que emoción, de nuevo ando por este rumbo, ahora con esta historia que desde hace mucho daba vueltas por mi cabeza.
Espero que el haya interesado, y si es así, háganmelo saber.
Les mando un beso y un abrazo.
By. Cascabelita