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Guerra


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I

«I know you're scared, I can feel it

Is in the air, I know you feel that, too.»

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08 de Febrero de 1979

—Lily se va a dar cuenta y se va a cabrear.

Habían permitido que la tarde cayera del otro lado de la pequeña ventana sin cortinas, que delataba orgullosa un recorte de calles apretadas y alicaídas que iban sumiéndose en una densa oscuridad. Tampoco habían iluminado el interior de la diminuta cocina mohosa, que hacía las veces de sala y comedor.

—En este momento me importa una mierda lo que piense Lily —le respondió James hastiado. Sirius no podía afirmar que lo estuviese mirando, la cargada nube de humo grisáceo los cubría por completo, flotando entre sus cabezas como un cúmulo de malos augurios.

—Eso es todo una novedad —Sirius sonrió apenas, a la par que apagaba la colilla directo en la mesita, inclinándose demasiado. La superficie se tambaleó, quejándose por el exabrupto, pero enseguida Sirius se retiró, tomando otro cigarro y encendiéndolo con la punta de su varita. —Va a culparme a mí por tus sucios vicios —retomó luego de suspirar y enviar una larga bocanada de humo espeso para seguir alimentando el aire de tabaco.

James permaneció en silencio al otro lado de la nube. Sirius esperó, sin dejar de fumar, a que su amigo llenara el viciado ambiente con algo más que su propio cigarro. No se le daba bien lidiar con el silencio: a Sirius le gustaba el exceso, la catarata de risas, gritos, aullidos, cualquier cosa que le impidiera escuchar sus propios pensamientos.

Hacía más de dos horas que estaban allí, fumando tabaco muggle y esperando. Sirius estaba a punto de estallar, aunque se negara a averiguar por qué.

—Remus también va a cabrearse, y más cuando vea cómo dejamos la cocina —comentó al aplastar otra colilla y exhalar el humo lentamente. —Te digo, a veces es insoportable vivir con…

—Sirius —lo atajó James, aunque siguiese sin verlo. —Ya cállate.

El aludido bufó, y sacudió con presteza el aire espeso para poder ver a su amigo. James no lo miraba, ni siquiera estaba inclinado hacia su lado. Con los codos en las rodillas y jugueteando con el cigarro entre los dedos, miraba fijo hacia la puerta.

Más silencio. Más humo.

A Sirius tampoco se le daba bien lidiar con la quietud. Si bien el tabaco lo calmaba un poco —no existía otra forma de que permaneciera sentado tanto tiempo— al cabo de otros minutos comenzó a sentir como los bordes de la cabeza le ardían, como si quisiera salir de su encierro.

Inició el quinto cigarro en veinte minutos y su pierna empezó a castigar el piso de forma rítmica, golpeando al subir la mesa.

Uno, dos, tres.

Uno, dos, tres.

—Mierda, Sirius, ¡¿puedes parar de una puta vez?!

Hacia tanto que James no se movía que Sirius había pensado que había quedado petrificado. Con el grito, su pierna pegó con fuerza la mesa, que gimió vencida y se inclinó hacia un costado. Sirius masculló, levantándose con brusquedad y tirando en su camino todas las cenizas desparramadas por la superficie. Bufó, apagó con violencia el cigarro contra el alfeizar y se quedó de pie, compartiendo el maldito silencio que estaba a punto de volverlo loco.

Al cabo de otros diez minutos, en los que James sólo se movió para renovar el tabaco, Sirius comenzó a caminar como un león enjaulado por la pequeña cocina.

Hacia un lado y hacia otro.

Derecha e izquierda. Una y otra vez.

James terminó por desviar la mirada de la puerta, y estaba por mandarlo a la mierda de una buena vez cuando Sirius lo atajó, cabreado.

—Ya lo sé. ¿De acuerdo? Ya sé. Pero esto me está matando, así que déjame en paz.

—¿Sólo a ti? —preguntó enojado James. Sirius casi podía ver como saltaba la chispa roja entre ellos que hacía que terminaran revolcándose en el piso a los puñetazos. «Liberación de estrés», había explicado una vez sonriendo con el labio partido a la mirada confundida de Peter y a la reprobadora de Remus. —¿Tienes idea de lo que estoy pasando?

—No, pensé que te habías convertido en una maldita gárgola —lo azuzó, dando un paso al frente. Era tan fácil cabrear a James. Casi tanto como a él mismo. Su amigo se levantó de inmediato, volteando la silla en la que había estado sentado.

—Sirius… —le advirtió James observándolo directamente a los ojos, sin amilanarlo ni una pizca.

En ese momento, en el mismo instante en el que Sirius leyó el sufrimiento de James en todo su rostro, en el mismo segundo en el que James pudo ver reflejado su martirio en los ojos de Sirius, en el mismo latido en el que ambos supieron que estaban por volverse locos, tomar sus varitas y salir pitando, un humo denso, nuevo, plateado se coló por la puerta, anidando alrededor de los restos de cigarros de la tarde.

Una cierva.

—Estamos bien. En media hora a casa.

Y el patronus luminoso se deshizo en el aire como un suspiro, cargando de algo diferente el ambiente.

James se tambaleó hacia atrás, olvidando por completo que había tumbado la silla donde pensaba desplomarse. Se cubrió el rostro con las manos temblorosas, permitiéndose la debilidad sólo frente a quien compartía con él un vínculo más grande que toda la magia del mundo.

Sirius se quedó inmóvil respetando el segundo en el que James dejaba de ser James para ser solo un muchacho asustado y exhaló una larga bocanada de aire libre de tóxicos. Aunque quisiera ignorarlo, bien sentía cómo las puntas de los dedos le cosquilleaban en un recorrido hacia arriba, calentándole toda la piel de los brazos en su paso.

Estamos.

Ese «estamos»era el tabaco más relajante, tibio y desesperante que hubiese probado en mucho tiempo, y no podía dejar de maldecirse por ello.

James se recuperó en unos pocos segundos —la mitad del tiempo que le tomó a Sirius recuperar su mueca indiferente—, le dio la espalda y levantó su silla para volver a sentarse.

—¿Ya ves? —le comentó entonces su amigo con sorna. —Nada de qué preocuparse. ¿Cigarro?

—Vete a la mierda, Sirius —masculló el aludido, alejando lo que le ofrecían de un manotazo. Sonreía.

—Pues tú te lo pierdes —replicó, encogiéndose de hombros y colocándose el pitillo en la boca. Iba a retornar a su lugar cuando recordó algo y se quitó de los labios su enésimo cigarro. —Oye, me voy de una carrera a avisarle a Remus. Estuvo dando la lata toda la noche con que le dijéramos cuando supiéramos.

James rodó los ojos.

—Si dejara esa estúpida idea de trabajar, estaría aquí.

Sirius se encogió de hombros y tomó del costado de la puerta su chaqueta negra colgada de un gancho.

—Ya sabes cómo es… —James resopló y su amigo prendió el tabaco para esconder la varita en su bolsillo. —Déjalo. Oye, desde allí podemos hablar con Peter de forma muggle, ¿cierto?

Hacía tiempo que Lily y Remus se habían encargado de tener una red de teléfonos más o menos aceptable entre los miembros de la Orden, pero Sirius no había considerado necesario instalar uno en su apartamento. Solían usar el de la librería donde trabajaba Remus.

—Mjm.

—Cuánta comunicación. ¿Esperas aquí? —preguntó ya con la mano en el pomo de la puerta, exhalando otra larga retahíla de humo gris.

—Sí, le pedí a Lily que viniera para aquí.

—Bien, nos vemos.

James asintió y Sirius salió al oscuro corredor. Suspiró apenas, en la cavernosa quietud de la escalera y luego comenzó a descender al vuelo los tres pisos que lo separaban de la calle. En el pórtico de entrada, botó al suelo el cigarro casi sin consumir y se permitió sonreír de alivio.

Marlenne estaba bien.

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26 de Diciembre de 1976

Dumbledore los observaba por encima de sus anteojos de medialuna, con sus largos dedos cruzados bajo el mentón, como si quisiera descubrir sus más oscuros secretos.

Lily podía ver sus manos temblando sobre su regazo, estaba haciendo un esfuerzo enorme porque no le castañetearan los dientes. Dumbledore no parecía enojado, y no temía que la expulsaran. Sin embargo, sabía que había algo que estaba oprimiéndole el pecho con fiereza, y no era la larga y angustiante noche que había pasado sin pegar un ojo.

Sus temblores eran el único movimiento en el despacho. Marlenne a su lado estaba rígida, buscando un punto donde fijar su vista lejos de los inquisitivos ojos del director.

James Potter no le había dedicado ni un segundo cuando ingresó nerviosa, por primera vez a aquel recinto. Casi lo golpea al abrir la puerta, pero el muchacho ni se inmutó, sólo se corrió hacia un costado apartado de la sala y permaneció de pie, quieto, observando al infinito con los brazos cruzados. Lily se sintió peor al echarle un vistazo por el rabillo del ojo y confirmar que no había variado un ápice su posición.

A su derecha, Remus —tan perceptivo, pensó Lily— notó el desvío de su atención y le tomó por un momento las frías manos temblorosas, brindándole un apretón cálido sin mirarla.

—No los cité aquí para castigarlos —dijo al fin el director. Paseó una vez más sus penetrantes ojos azules por todos los presentes, luego por la esquina donde estaban Potter y Black de pie. —No vamos a hablar de lo que pasó en Navidad.

Peter Pettigrew se removió incómodo en su lugar, al otro lado de Remus, y nadie dijo nada. Lily se sentía peor a cada segundo, le estaba costando respirar con normalidad. La ansiedad le atenazó la garganta, impidiéndole tragar.

Dumbledore hizo una pausa. El silencio sólo fue llenado por un débil gorjeo proveniente de la percha de plata donde dormitaba un hermoso fénix con los colores del fuego.

El anciano director posó sus manos sobre el escritorio que lo separaba de sus alumnos y se incorporó. Retomó la palabra observando por detrás de los estudiantes sentados.

—James, Sirius, por favor, acérquense —Lily no se atrevió a voltear a ver la respuesta de esos dos. —Es importante.

Hubo otro breve silencio en el que Marlenne pareció salir de su estupor y se giró apenas hacia Lily. Tenía escrito qué demonios en todo el rostro, pero la pelirroja no se atrevió a moverse.

Finalmente se escucharon unos pocos pasos, y Lily sintió como se imponía la presencia de sus dos compañeros a su espalda. Tampoco se atrevió a confirmar quién estaba exactamente detrás suyo.

—Bien. Gracias —A Lily las manos comenzaron a temblarle más y más. —Entiendo que este no sea el mejor momento para hablar con ustedes, pero creo que las… circunstancias han acabado por acelerar el proceso.

Lily logró inspirar al notar cómo no era la única en no tener idea hacia dónde quería ir el director. Dumbledore sonrió apenas entre su espesa barba blanca.

—Seré directo, ¿de acuerdo? —el calor del cuerpo inclinado sobre su silla comenzó a tranquilizar a Lily, bajando un poco sus temblores. —Han conocido de primera mano lo que está sucediendo allá afuera.

Lily escuchó cómo crujía una mandíbula encima de su coronilla.

—También sé que —prosiguió Dumbledore —todos ustedes tienen grandes capacidades.

En otras circunstancias, Lily se hubiese henchido de orgullo al recibir un cumplido tan directo proviniendo de Dumbledore, pero sabía que halagarlos no era el objetivo de aquella reunión tan inusual.

—Han demostrado ser personas en quién puedo confiar —continuó el director, sentándose nuevamente en su sillón. —Y desearía no tener que pedirles esto, pero ya ven —hizo un gesto con la mano, indicando hacia el exterior. —Ya no hay tiempo.

Hizo otra breve pausa en la que Lily pensó que iba a enloquecer.

—Quiero que se unan a mí —declaró Dumbledore al fin. Lily se perdió en los ojos de su director, aunque de alguna manera estaba segura que cada uno de los que se encontraban allí sentía a Dumbledore mirándolo fijamente. —Quiero que me ayuden a frenar a Voldemort.

—¿Qué?— la pregunta de Peter sonó casi como un suspiro. Dumbledore asintió con pesar y se tomó un momento para cerrar los ojos antes de continuar.

—Ya vieron que su poder llegó hasta algunos miembros del colegio…

—¿Nos está dando autorización para golpear sin asco a Snape? —soltó la voz de Black a bocajarro. —Porque realmente no necesito nada para molerle los huesos a ese…

—Sirius —lo atajó Remus, cansado. El director sonreía un poco al retomar la palabra.

—No, señor Black, todo lo contrario. Si Voldemort ya tiene seguidores entre estas paredes, pues también debo tenerlos yo, ¿no creen? Les estoy pidiendo algo que ningún joven de su edad debería tener que decidir —Dumbledore volvió a ponerse de pie, irguiéndose en toda su estatura. —Les estoy pidiendo que abandonen, espero solo temporalmente, su futuro, y se unan a mi causa. A la causa de todos nosotros. A quienes luchan por detener a Voldemort.

—Sí.

La voz tajante retumbó sobre todo el cuerpo de Lily. James Potter era quién se hallaba a su espalda, determinado, furioso, y aún sin brindarle ni una sola mirada de reconocimiento.

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08 de Febrero de 1979

Lily se detuvo en el umbral de la puerta por un momento. Tenía temblores esporádicos y no veía el momento de estar dentro de su cama y olvidarse para siempre de aquella jornada. El cavernoso pasillo de entrada no la hacía sentir mejor, pero necesitaba un instante para reponerse, cambiar la cara y enfrentarse a James. Le había prometido que pasaría por allí apenas terminara la misión.

Abrió con lentitud, asomándose apenas.

—Hola.

James la esperaba junto a la ventana, sosteniendo su cabeza contra el puño, el codo hincado en la mesa destartalada. No sonreía, solo la observaba con fijeza.

Lily se mordió la lengua al inhalar una bocanada llena de vestigios de tabaco, ya sabía que James había estado fumando. Lo hacía siempre que estaba nervioso o asustado. Y en este caso no podía culparlo, se sabía en desventaja para iniciar una pelea.

Se acercó con lentitud, cubriendo en un tiempo ridículo la poca distancia que los separaba, como un pequeño animal curioso midiendo lo desconocido.

James se incorporó de repente y Lily dio un salto hacia atrás, aún con los nervios demasiado a flor de piel como para no reaccionar, sus dedos ya habían llegado involuntariamente al mango de su varita. A él no pareció importarte porque un segundo después la estaba estrechando entre sus brazos como si se le fuera la vida en ello, fuerte, cálido, avasallador, aterrado. Lily tembló y pudo percibir como James trataba de mantenerla junto a sí no sólo con los brazos, sino con todo su ser: podía sentir como su corazón retumbaba con fuerza al lado del suyo, sin querer dejarla ir.

—Qué voy a hacer contigo —musitó al fin el muchacho contra el cabello pelirrojo de Lily, antes de separarse un centímetro para mirarla a los ojos. Ella le sostuvo la vista por el tiempo infinito, ese que parecía detenerse cada vez que se miraban, y lo besó, sosteniéndole el rostro con las manos temblorosas.

—Lily… —susurró James al finalizar el beso, deslizando los dedos por su cuello y pegando sus frentes. La aludida suspiró y finalmente se repuso del instante de debilidad.

—James, por favor —lo atajó con debilidad, separándose y dejándose caer en una silla. —No quiero hablar. Estoy destruida, la cabeza me va a estallar y sólo quiero una ducha. Por favor…

Mientras hablaba, intentaba quitarse la chaqueta, sin lograr desabotonarla porque los dedos le seguían temblando. James se acercó mortalmente serio y se acuclilló hasta su altura, liberando uno a uno los botones.

—Lo siento. Pero estuve pensando mucho mientras te… esperaba —los ojos de James permanecían fijos en su chaqueta, Lily no podía verlo porque se lo impedía el marco negro de sus anteojos. —Esto no va a volver a pasar, Lily.

—¿Qué? —preguntó la chica, quitándose al fin su abrigo. Volvió a sentarse y James se apoyó sobre la mesa, frente a ella. Seguía tan serio que a Lily la asustó, si es que se podía sentir aún más miedo.

—Que no va a volver a pasar —explicó él con los brazos cruzados sobre el pecho. —No voy a volver a quedarme aquí esperando por ti, sin saber si estás viva o muerta o que mierda es lo que está ocurriendo.

—James, sabes que no fue culpa mía. Alastor lo pidió y yo…

—Me importa una mierda, Lily. No. —James se inclinó sobre ella, dejando ver los kilos de frustración y de terror que había sentido en las últimas horas. —¿Sabes lo mal que la pasé, aquí, cruzado de brazos, mientras tú estabas intentando ser alguna especie de heroína?

—¡Yo no…!

—¿Sabes lo que es esperar a que de un segundo a otro alguien aparezca para decir que tu novia está muerta? —James la había tomado por los hombros y casi podían tocarse la nariz. Lily tenía la boca abierta, sin saber que decir, al borde de las lágrimas que no había derramado en toda la jornada. —¿Sabes lo que es estar aquí encerrado, sin saber si ya te han arrebatado el futuro? ¿Lo sabes?

Lily cerró la boca y se mordió el labio con fuerza mientras James esperaba una respuesta, respirándole agitado en el rostro, como un animal herido. Lily podía leer en todo su discurso la enorme frustración que había sentido esperándola, la rabia de no poder hacer nada allí solo. No era con ella con quién James estaba enojado, era con la situación desbordante que lo hacía sentir acorralado.

—Lo siento —susurró acariciándole la mejilla, haciendo que el muchacho cerrara los ojos y suspirara. Lily no se arrepentía por haber cumplido con la misión que le habían encargado, pero si sentía haber preocupado tanto a James, sentía estar en ese callejón sin salida, sentía no poder dormir por las noches.

—Lo sé —respondió James, soltándole los hombros, más calmado. —Yo también lo siento.

Finalmente se alejó y comenzó a deambular sin rumbo por el pequeño espacio junto a la cocina, una especie de salita donde solo entraba una mesa ratona y una vieja televisión muggle en la esquina.

Lily lo observó un poco ida, sintiendo como la tensión comenzaba a ceder, la atmósfera se hacía más liviana.. Ya no temblaba y los músculos agarrotados poco a poco se iban relajando. Estar con James siempre la hacía sentir protegida, invencible.

—De cualquier manera —retomó James, moviéndose de un lado a otro. —No va a volver a pasar. ¿De acuerdo? Me importa una mierda si es Ojoloco o el mismísimo Merlín quién te lo pida, yo iré contigo.

Lily suspiró.

—Eso no depende de nosotros…

—No, Lily. No. Hablaré con Dumbledore, él sabe que nosotros…

Se quedó en silencio, deteniendo su andar. Volteó a verla y la joven sintió como algo en el aire cambiaba, como los ojos de James chispeaban como antaño lo hacían el Hogwarts, cuando se le ocurría algo imposible.

—¿Qué? —preguntó extrañada. Él se acercó con lentitud.

—Lily… cásate conmigo.

—¿Qué? —repitió ella, levantándose de golpe. James se acercó casi tímido, dejando escapar la primera sonrisa del día y la abrazó por la cintura.

—Cásate conmigo. Quiero estar a tu lado. Quiero estar siempre a tu lado, en todo momento —Lily entreabrió los labios, sorprendida. Sintió las mejillas calentándose ante lo inverosímil de la situación, ante lo ridículo que se escuchaba y lo bien que le parecía. —Quiero ser yo quién te proteja, y quiero que seas tu la que frene mis locuras —los ojos de James estaban quemándola, Lily comenzó a percibir como ambos se elevaban hacia otro mundo, donde aquello sucedía de una forma distinta, no comprimida por el miedo, por la angustia de que esa podría ser la última tarde juntos, libres de terror y oscuridad. —Quiero que envejezcamos juntos porque sé que solo voy a amarte a ti. Cásate conmigo, Lily, y nadie va a decirnos jamás que no podemos estar juntos.

Se miraron a los ojos un instante, en donde desfiló ante ellos una vida hecha de recuerdos de futuro que ya parecían haber vivido. Lily pensó que podría tocarlos si estiraba la mano, y se juró llegar a aquel futuro del otro mundo, ese luminoso y sin amenazas.

—Sí.

Y las lágrimas que Lily había retenido todo el día, lágrimas de frustración, de terror, de impotencia, lágrimas que no deseaba derramar, comenzaron a caer una a una, convertidas en pequeñas gotitas de felicidad salada y eterna.

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26 de Diciembre de 1976

Al salir del despacho del director la noche ya había caído absorbiéndolo todo. Una extraña quietud se había apoderado del castillo, habían sido muy pocos los que habían decidido quedarse para pasar las breves vacaciones.

El silencio en el pasillo del primer piso junto a gárgola que custodiaba el despacho era casi indecente. Hubo un momento incómodo en el que todos se quedaron quietos, procurando no mirarse, antes de que Sirius hiciera una seña y los cuatro hombres se pusieran en marcha.

Lily tardó un segundo más en reaccionar y los siguió a una distancia prudencial, con Marlenne a la zaga.

Justo en el recodo donde se accedía a las escaleras para dirigirse a la Torre de Gryffindor, cuando Lily iba a despedirse de su amiga —necesitaba urgentemente dormir y reflexionar sobre todo lo que había ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas— escuchó como Remus se dirigía a ellas con un hilo de voz.

—Chicas, esperen un segundo.

El joven se acercó con su andar cansado, y Lily notó como los otros tres se detenían. Su mirada se cruzó sin quererlo con la de James Potter, quién no dejaba traslucir ninguna emoción en sus ojos. Lily abrió la boca para intentar decir algo, lo que fuera, —disculparse era algo que estaba en el tope de sus opciones, pero no sabía por qué quería disculparse— pero Peter Pettigrew se le adelantó y musitó

—Te esperamos en la Sala Común.

Y desaparecieron escaleras arriba, sin darle tiempo a Lily a descifrar por qué todo parecía darle vueltas, por qué de pronto todo parecía fuera de lugar, cambiado, anormal. Por qué necesitaba disculparse con James Potter y por qué James Potter parecía ni siquiera notar su existencia.

—Remus, ha sido un día largo… —Marlenne habló por primera vez en el día, con la voz algo rasposa. Lily se volvió para concentrarse en sus amigos.

—Ya sé, ya sé. Un segundo, ¿de acuerdo? Es sobre Mary.

La mirada de Lily se cruzó con la de Marlenne por un instante, y pudo leer que ninguna había pensado siquiera en ella, con la vorágine de eventos en la que se habían dejado llevar.

—Ah.

Para Lily, leer las expresiones y los comentarios crípticos de su amiga era algo tan natural y evidente que a veces olvidaba que para Marlenne era más difícil llegar a comunicarse con el resto del universo. La pelirroja intervino ante un Remus a las claras incómodo.

—¿Qué sucede con Mary?

—Bueno… —el chico bajó un poco la vista, concentrado en sus dedos. —No es de mi incumbencia realmente, pero…

—Anda, Remus, dilo —la cabeza de Lily iba a estallar si seguía pensando y repensando, no estaba capacitada en ese momento para comprender a su amigo.

—Creo que no deberían comentarle nada de lo que pasó en Navidad —declaró al fin, tan serio que sus facciones se endurecieron. —Ni de lo que nos habló Dumbledore.

Lily, que no se lo esperaba, enmudeció por un momento.

—La verdad es que yo también creo que es lo mejor —respondió Marlenne, apartándose el espeso flequillo rizado con la mano y fregándose la cara en el mismo movimiento, agotada. —Mary es muy… bueno, es Mary.

La chica miró directamente a Lily, esperando que la comprendiera. Remus seguía incómodo, con las manos en los bolsillos, aguardando su respuesta.

—De acuerdo —convino ella, sin haberlo reflexionado realmente. Un zumbido le impedía pensar, y su mente estaba muy ocupada intentando procesar otros puntos clave de la tarde, como si en verdad, todavía no hubiese llegado a ese punto de la conversación. —Hablamos luego, ¿de acuerdo? No puedo más.

Se despidieron de Marlenne que se dirigió al ala oeste, y emprendieron la marcha hacia la Torre Gryffindor, respetando el silencio sepulcral del castillo, que les permitía estar a solas con sus pensamientos.

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¡Hola a todos! Quisiera hacer algunos comentarios después de toda esta catarata de oraciones.

Ya perdí la cuenta de las veces que he intentado plasmar la historia que tengo en mi mente hace... no lo sé ¿cuatro? ¿cinco años? Nunca llegaron a convencerme, y no estoy segura que esta vez lo haga. Así que lo primero que quiero hacer es una advertencia, porque después de intentar mil formas de desarrollar la cosa, llegué a la conclusión que lo iré haciendo como vaya formándose en mi mente. Esto quiere decir que es posible que nada de lo que lean tenga sentido, salvo para mi cabeza que sabe lo que está pasando, lo que pasó antes y lo que va a pasar luego. Quiero pedir disculpas por anticipado, porque es probable que las escenas no tengan ningún sentido, y sea algo engorroso de leer. Lo siento. Pero realmente no pude encontrar otra forma que me mantuviera motivada a continuar.

La historia que quiero contar ya tiene ríos de tinta en su espalda. Sólo quería dejar mi versión alguna vez en FF. Espero que esta vuelta funcione —había esperado publicarla el 1 de Septiembre, una fecha especial, pero FF decidió dejar de funcionar y bueno...—.

Por otro lado, siempre pensé que tenía que haber algo más que amor entre Lily y James para que decidieran casarse a los veinte (¡veinte!) años. Creo que la presión del momento, y sobre todo, el miedo —ese miedo visceral que paraliza todos tus músculos— fue lo que los terminó por vencer y dar el paso. No estoy diciendo que no se amasen, de hecho, es una de mis historias de amor preferidas, pero en un contexto normal, supongo que hubiesen esperado varios años más.

Por último, no me imagino para nada a James siendo profundamente romántico al respecto. No era el momento. Quizá sin amenazas en su futuro inminente...

Es todo.

Y si llegaste hasta aquí, un océano infinito de gratitud.

Ceci Tonks.