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Guerra


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«What about us?

What about all the times you said you had the answers?

What about us?

What about all the broken happy ever afters?

Oh, what about us?

What about all the plans that ended in disaster?

Oh, what about love? What about trust?

What about us?

Oh, what about us?

What about all the plans that ended in disaster?

What about love? What about trust?

What about us?»

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Día noventa y dos del Encantamiento Fidelio


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31 de Octubre de 1981

Era la noche de Halloween, pero habían perdido la noción de ello.

Hacía días que no veían a nadie. La última vez, había sido de nuevo Peter, que daba esquivas e inconclusas noticias sobre los demás.

Sí, Sirius estaba bien. Decaído, pero bien. Remus no se dejaba ver mucho, no sabía si seguiría entre licántropos o si Dumbledore le había dado definitivamente la orden de retirarse.

No sabía mucho de los demás. Ojoloco no lo había visitado. Tampoco había mandado recados.

Todo olía rabiosamente sereno. Una calma artificial, estampada en el agua. James y Lily se habían empequeñecido de llorar a sus compañeros en el refugio que se había vuelto una cárcel.

Pero Voldemort no había vuelto a atacar. Lily tenía pesadillas con que Sirius, Remus o Peter fuesen lo siguientes. Ya no le quedaba entereza para aguantar un golpe más.

No habían vuelto a hablar del plazo de Navidad, ni de nada que no fuese insustancial en los últimos días. Pero, en el aire, se podía sentir.

─¿Tienes miedo? ─le preguntaba James a menudo, tumbados. Lily siempre le mentía.

─Si estoy contigo, no.

Harry conseguía distraerlos a menudo, pero el niño no podía llevarse con su risa inocente todos los fantasmas.

─¿Qué crees que ocurra cuando... cuando estemos muertos?

─¿A qué te refieres?

─¿Dolerá?

Lily sacudió la cabeza.

─Espero que no.

─Quiero que Sirius y los demás se hagan cargo de Harry si faltamos. ─James nunca mencionaba el hechizo protector que los tenía escondidos, después de todo, no hacía falta. La pelirroja entendía a la perfección.

─¿Por qué dices eso?

─Solo... Se me ocurrió.

─Todavía estamos aquí. ─Lily quiso sonar animada, pero no era algo que pudiese ya salirle con naturalidad. Cerró los ojos y esperó con paciencia a que el dolor remitiera: ella sabía perfectamente con quién querría contar si algún día su hijo necesitaba a alguien.

Y ya no estaba allí para hacerlo.

Esa noche, entonces, era Halloween. Ignoraron la fiesta y cenaron en la cocina, como siempre. Harry estaba despierto y alerta, así que James lo estaba entreteniendo con el humo de colores que tanto le gustaba, mientras Lily recogía lo que había quedado.

─Ya es hora de ir a dormir ─anunció, regresando al salón y mirando a su hijo con una mezcla de cariño y severidad. James lo levantó y se lo pasó, dándole un beso en la coronilla.

─Buenas noches, Harry.

─Dile buenas noches a papá ─lo animó Lily, pero el bebé, ofendido por el fin del juego, se escondió entre el cabello de su mamá y no quiso cooperar. James sonrió ─apenas un rastro difuso de su viejo gesto lleno de luminosidad─ y besó la mejilla de su esposa.

Lily se giró para marcharse hacia la habitación y James arrojó la varita a un costado, desperezándose.

Escuchó un ruido en la verja de la entrada. Extrañado, se levantó para revisar.

El tiempo en El Valle de Godric parecía no querer andar. Hasta esa noche, en la que echó a correr con tanta prisa que consiguió quebrar el reloj, justo al medio.

«Lily, ¡coge a Harry y vete! ¡Es él! ¡Vete! ¡Huye! ¡Yo lo retendré!»

De una tajada, cercenó la vida que apenas había empezado a crecer.

«¡Harry no, Harry no, por favor! Harry no, por favor no... llévame, ¡mátame en su lugar!»

De otra, terminó una historia de amor, y dejó flotando en el aire sus retazos, que jamás se olvidarían.

Un niño rompió a llorar y el tiempo se quedó mirándolo, curioso. Se había vuelto a detener.

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«It's been a long day without you, my friend

And I'll tell you all about it when I see you again

We've come a long way from where we began

Oh I'll tell you all about it when I see you again

When I see you again»

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01 de Noviembre de 1981

Las manos agarrotadas de Sirius estaban pegadas al manubrio de su moto mientras volaba sin control, sin reparo alguno. En su cabeza no entraba otra cosa más que alcanzar su destino.

Aterrado.

Aterrizó en el jardín en el que había visto caminar a Harry por primera vez. El mismo jardín en el que, una vez, él y Mar se habían sentado a hablar de su hermano.

Había quedado casi entero. Más allá, la casa languidecía con un último lamento, derrotada. Se bajó y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza para que los dedos le respondieran y se desatornillaran de las asas.

Caminó entre los escombros.

Tendría, luego, tiempo de sobra para recrear esos escasos momentos. Pero la mente de Sirius era más benévola que él mismo, y no se lo permitiría: los recuerdos estarían velados, perdidos, sin terminar de aclararse.

Nada en él estaba listo para ver el cuerpo de James tendido en el salón. No lo estaría jamás.

─¿Quién...?

Rubeus Hagrid se giró, con un bebé en brazos. Harry estaba absorto en su larga barba, algo que no había visto nunca. Tironeaba un poco con las manos, palpando para ver qué tan ríspida podría llegar a ser. Ajeno a su alrededor.

Sirius tenía la varita en la mano, pero no se puso en guardia. Todavía estaba en shock, como si no hubiese dejado de estar flotando a una velocidad de vértigo.

Hagrid lloraba, y sus lágrimas corrían por la barba espesa hasta mojar los pies de Harry.

─Tengo que llevarlo con Dumbledore ─farfulló Hagrid, como si se disculpara.

Sirius parpadeó, sin entender. Le costó hilar los pensamientos y entender lo que estaba ocurriendo. No se había detenido a considerar a Harry.

En verdad, no se había detenido a pensar en nada: necesitaba llegar a El Valle y ver por sí mismo el desastre que había causado.

─Soy su padrino ─alcanzó a articular, sintiéndose patético por evidenciar lo roto que estaba por dentro─. Dámelo a mí, Hagrid.

Cuando lo pronunció, se dio cuenta de que era verdad. Todavía tenía cosas que hacer, sí, pero Harry se había convertido ─luego de la venganza─ en su máxima prioridad.

Iba a cuidarlo. Se los había prometido, a James y a Lily.

Ella yacía en lo que había sido la habitación de Harry. Sirius no creía tener la entereza para girarse y verla. El chispazo de fuego sobre el rabillo del ojo le había dado la pista y jamás podría haber juntado valor para mirar la muerte en su cara.

No era tan fuerte.

─Lo siento, Sirius. Pero son órdenes de Dumbledore. ─La voz de Hagrid le llegaba muy de lejos─. Tengo que llevárselo con él.

─Pero... ─No podía articular, con el cerebro embotado─. Soy su padrino.

─Lo sé. Lo siento.

─Soy... ─Sirius no terminó la frase. Desorientado, volvió a fijarse en la casa que se suponía que protegería las pocas razones que le quedaban para seguir viviendo.

Hechas polvo.

─Está bien ─murmuró, en un tono que no reconoció─. Entonces ten la moto, Hagrid. ─Hizo un gesto hacia donde había aterrizado. Sonrió, y algo en él terminó de romperse.

Estaba perdido.

─De cualquier manera, no la necesitaré.

No pensaba quedarse allí mucho tiempo más.

Hagrid asintió y Sirius no recordó mucho más. Se arrastró fuera de la casa, sin volver la vista atrás. Era la segunda vez que se alejaba de esa manera de la destrucción, con la cabeza en alto y el pulso disparado. Todo su interior clamaba, en agonía, mientras la adrenalina le iba subiendo e iba agitando sus trozos rotos, chocando y estallando en mil pedazos.

Todo se puso rojo. Sabía lo que tenía que hacer.

Lo buscó en su casa. Algo le decía que la rata no se habría escondido. ¿Para qué hacerlo? Esa habría sido su noche de la victoria.

Algo se había torcido y más le valía a Peter empezar a correr. Sirius no iba a morirse hasta encontrarlo.

─Voy a matarte, Pete ─susurró, conteniendo las ganas de perderse en la locura, en cuanto lo arrinconó─. Lo haré y después me mataré a mí, y tendrás en tu jodida conciencia la muerte de todos nosotros.

─S-Sirius... no...

─¿En qué pensaste? Dime, ¿en qué pensaste cuando decidiste traicionarnos a todos?

─¡Yo no...!

Peter encontró su varita y Sirius no fue tan rápido. La onda expansiva que generó hizo volar la casa en pedazos, convirtiéndose en la tercera que Sirius vería al marcharse.

─¡A Lily y a James! ─chilló la voz de Peter, a una enorme distancia. Sirius había salido despedido hacia atrás, cayendo sobre el codo. Se incorporó con dificultad, mientras oía los lamentos─. A Lily y a James, Sirius, ¡¿cómo pudiste?!

Apenas se veía a la figura de quién había sido su amigo, adivinándose entre el polvo. Estaban en un sitio muggle, pero a Sirius no le importó levantar la varita, con la risa histérica atascada en la garganta.

─¿Qué haces?

─¡Los vendiste! ─rugió Peter, al borde de las lágrimas─. ¡TRAICIONASTE A TUS AMIGOS!

Él no lo aguantó. Sirius quiso clavar los dedos sobre la coronilla de Peter para tironear hasta desgarrarlo, partirlo a la mitad y tratar de encontrar en él algo de lo que había sido, de lo que habían vivido juntos.

En vez de eso, su rabia explotó sobre la varita, en el mismo momento en el que Peter levantaba la suya y se despedía con un gesto.

Las maldiciones se encontraron y generaron una explosión tan grande que marcó una enorme olla sobre la calle. Sirius perdió la conciencia un momento y deseó estar muerto.

Pero no tendría tanta suerte. Regresó en sí y se incorporó, despacio, en el nido gigante que habían creado entre los dos. Los cadáveres de desconocidos lo rodeaban como si quisieran protegerlo de todo, de sí mismo.

Peter no estaba.

Para cuando llegaron los miembros del ministerio, Sirius se estaba riendo. Con la varita perdida y el alma destrozada.

Sirius se alejaría de otra casa en ruinas, pero, esa vez, con la mirada clavada en ella. Riendo a carcajadas, completamente perdido.

De Peter, se encontrarían dos dedos. Y una promesa, susurrada desde Azkaban.

Volveré para encontrarte.

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«I said I'd catch you if you fall

And if they laugh, then fuck 'em all

And then I got you off your knees

Put you right back on your feet

Just so you can take advantage of me

Tell me how's it feel sittin' up there

Feeling so high but too far away to hold me

You know I'm the one who put you up there

Name in the sky

Does it ever get lonely?

Thinking you could live without me»

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01 de Noviembre de 1981

Neville lloraba desconsolado en su cuna.

Alice le lanzó una última mirada suplicante antes de girarse hacia sus captores. Estaban los dos, desmadejados en el suelo, inmóviles. Frank seguía buscando con denuedo conseguir la varita o algo que lo ayudara a escapar, ella lo conocía bien; podía verlo a través de sus ojos desorbitados.

Ella no quería rendirse.

Neville lloraba y caldeaba todavía más los ánimos. Rabastan Lestrange daba pasos demasiado fuertes para su complexión, alrededor de Frank como si deseara asemejar el movimiento de un buitre.

Rodolphus, a su lado, parecía un centinela.

Sin embargo, eran otras las miradas que estaban clavadas en Alice. A pesar de que no podía moverse, lo sabía.

Podría haberlo encontrado con los ojos cerrados.

─Dinos qué ocurrió ─siseó Bellatrix, junto a su oído. Por un segundo, Al creyó que la tumbaría al no conseguir arrancar nada más que un obcecado mutismo, manchado con los sollozos de su hijo en la cuna─. Dínos qué mierda fue lo que hicieron con Nuestro Señor.

─¡Maldición!

Los Lestrange eran una familia de sangre purísima. Por eso, el exabrupto de Rabastan fue tomado con sorpresa y desagrado, haciendo que los dientes de Alice castañetearan de miedo.

Frank recibió el puñetazo incólume. Cayó a un costado y escupió sangre, pero no dijo ni una palabra. Neville lloraba tan fuerte que parecía a punto de quebrar todos los tímpanos del lugar.

─Levántalo ─dijo la voz de Barty, muy baja. Rabastan ahogó un gemido de frustración y fue Rodolphus el que, de un manotazo, volvió a sentar a Frank, con el rostro hinchándose a toda prisa.

─Saben que los haremos cantar hasta el último de sus secretos ─insistió Bellatrix, perdiendo la paciencia─. No querrás alargarlo, ¿verdad? Dinos.

Alice, con los labios secos, abrió la boca. Cruzó mirada con Frank y volvió a cerrarla. Neville se estaba ahogando.

─Alice, hazlo.

Barty dejó de esconderse. Se plantó justo frente a los dos; Frank también podía verlo.

No se ocultaba el rostro, ni parecía querer disimular dónde estaba su lealtad. Alice sintió la presión de los cristales rotos que todavía tenía en el cuerpo agujereándole el pecho al oír su nombre.

─Habla.

No miró a Frank antes de responder.

─No.

─¡Crucio!

El grito de Al se mezcló con el de su hijo. Frank maldijo y trató con todo su empeño de vencer el hechizo, recibiendo a cambio otro puñetazo por parte de Rabastan que le hizo sentir la sangre en la boca.

─¡Habla!

El juego se había terminado. Bellatrix siempre se había mostrado complaciente a la hora de jugar al gato y al ratón. Los últimos sucesos habían borrado el camino nítido de un zarpazo, y ya nada era seguro.

─¡NO!

─Alice.

Recordó el momento en el que su nombre en los labios de Barty sonaba a promesa. A liberación.

En ese momento, tenía sabor a condena.

Alice lo miró, y Barty sonrió.

─No quieres esto. ─Se acercó a su rostro con una intimidad que hacía eco de las veces que habían estado juntos. Al no se podía retirar, no podía hablar─. Todo ha terminado, ¿sabes? No quieres que descubramos tu secreto.

─¡Crouch! ─lo advirtió Rodolphus, de mal talante.

─Déjame hablar con tu... esposo ─pidió entonces Barty, dejándole una caricia lánguida en la mejilla que ardió sobre la piel de Alice. El joven le hizo un gesto a Bellatrix.

─¡Crucio!

Otra vez el dolor.

─Alice es mía ─sentenció Barty cuando la maldición imperdonable fue retirada. Bellatrix entendió a la perfección el juego de su compañero y volvió a sonreír, macabra─. ¿Lo sabías? Tienes a mi hijo, y ella me pertenece. ¿Lo sabías?

Frank no respondió. Barty le hizo un gesto a Rabastan y él, por una vez, dejó los puños atrás.

─¡Crucio!

Alice gritó, a pesar de que no era a ella a quién iba dirigida la tortura. Su agonía se mezcló con la insonora de Frank, que apretaba tan fuerte la mandíbula que creía estar a punto de rompérsela. También se tiñó con el llanto convulso de Neville, aovillado en una esquina de la cuna, inconsolable.

─¿Sabes lo que es estar dentro de Alice? ─susurró Barty, cuando la maldición cesó─. ¿Lo sabes? No creo que puedas entenderlo. Ella me pertenece, de todas formas.

─¡Crucio!

Alice prefería el dolor a tener que seguir oyendo las palabras de Barty.

─Ella es mía.

─¡Crucio!

─Entera.

─¡Crucio!

─Nunca has sido una mierda para ella. Yo siempre estuve aquí. Yo. Solo yo.

─¡Crucio! ¡Crucio!

─¡Dinos dónde está el Señor Tenebroso! ¡Crucio!

─¡NO!

─¡Será mía para siempre! ¡Crucio!

El dolor convulso de Neville llegó a su paroxismo.

─¡Crucio! ¡Crucio! ¡Crucio!

─¡¿Dónde está?!

Alice cayó, en algún momento, sobre su costado. No podía alcanzar a ver la cuna de su hijo, y ya no tenía fuerzas para intentar atisbarlo.

Frank estaba frente suyo. Como lo había estado siempre: separados por una distancia ínfima e irreductible. Aunque estaba cubierto en sangre, Alice lo seguía viendo como lo recordaba de Hogwarts, con su aire tímido, la mueca redondeada en una sonrisa que solo le ofrecía a ella.

Su último pensamiento fue maldecir a Barty. Maldecirlo con toda la ira de su cuerpo. Luego, ya sin más para dar, se dejó llevar lentamente por el vacío.

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«I been waiting all my life

To live when I've only been dreaming

Give love when I've only been stealing»

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Las celebraciones continuaron a todo lo largo y lo ancho del Reino Unido. La oscuridad ya no significaba nada más que eso: una oportunidad para salir de la casa y mirar las estrellas.

Mary McDonald regresó a Inglaterra esa noche. Todavía sostenía con fuerza en el puño el periódico en el que se había anunciado el final de la guerra.

Ojoloco Moody se ahogó en whisky durante una semana seguida. Luego, se afeitó, se vistió y, con el mismo talante que había reunido durante todos los años duros, se aseguró de que cada maldito mortífago consiguiera pudrirse en la cárcel.

Remus Lupin regresó a Dover. Su casa estaba vacía, por completo.

También su corazón.

Hestia Jones no volvió a salir de casa. No buscó a nadie. No podía ver rostros. Dejó que Emmeline se mudase definitivamente con ella y se hiciera cargo de una vida que no sabía cómo sobrellevar.

Molly Weasley abrazó a todos sus niños, y los besó antes de enviarlos a dormir. Luego, lloró de alivio sobre el pecho de su marido, dándose cuenta de que no tendrían que seguir escondiéndose para poder darles un futuro a sus hijos. El futuro que ya no tendrían sus hermanos.

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«Killing time

Keep passing me by

Run down what I've always been chasing

Block out everything I've been facing»

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Peter Pettigrew vagó como rata durante meses, aterrado ante la idea de convertirse en humano y recuperar todas sus facultades para pensar.

Para arrepentirse y para odiar.

Andrómeda Black y Ted Tonks regresaron con su hija a instalarse en Brigthon, en la casa y en la vida de sus sueños. No permitieron que el recuerdo de un sobrino empañara la perspectiva de un futuro apacible. Al fin, en paz.

Frank y Alice Longbottom no volvieron a ser los mismos. Flotaron en un marasmo de fragmentos, de recuerdos perdidos e inconexos que los protegieron, al fin y al cabo, de sus propias decisiones. Su mente fue su condena, y su alivio.

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«My body aches

I'm bound in chains

But there's a fire

In my veins, yeah»

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Sirius Black pasó doce años en Azkaban. Y atravesó doce etapas, una a una, mientras encontraba una razón para salir.

James y Lily Potter no sobrevivieron a la guerra que terminaron con su sangre. Pero sí su hijo, y Harry vivió deseando haberlos conocido durante cada uno de los días que le regalaron.

Sirius seguía encerrado, esperando por él.

Harry también aguardaba, aunque no sabía bien qué. Una carta, un colegio. Una aventura.

Esperaba a que una nueva historia comenzara.

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«Can you hear the drumming?

There's a revolution coming»

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James Potter 1960 - 1981

Lily Evans 1960 - 1981

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Llegamos. Al fin.

Tengo que decir que este capítulo no es gran cosa: es, al fin y al cabo, lo que dictaba el canon. Solo junté un par de cosas para que terminara de cerrar la historia y ya. Desde que empecé a planear esta locura, mi idea central era terminar acá. Con el final de James y Lily y el último encuentro entre Alice y Barty.

Así que es todo. Quiero que sepan que di todo de mí y, después de tantos años, estoy exhausta. Feliz y exhausta.

Voy a proceder a ponerme un poquito ñoña ahora, porque la situación lo amerita. Intentaré ser breve; al menos, para que esta última nota no quede más larga que el capítulo.

Guerra fue un proyecto monumental que empecé a considerar cuando tenía trece años. Escribí una versión patética esa edad, que prefiero no recordar, y ahí quedó, dando vueltas en mí la posibilidad de escribir un fic que abarcase todo lo que no sabíamos sobre la primera guerra mágica.

El tiempo pasó. Crecí, cambié y me alejé un buen tiempo de FF. Pero volví. En 2013, con algunas cosas más claras en la vida ─no muchas─, hice un segundo intento. La versión preliminar a esta ya tenía casi todos los personajes que conocimos al final, pero todavía era mala. Le faltaba algo, lo sabía, y no conseguía encontrar el qué. Empecé a subirlo a la plataforma, pero después de unos cuantos capítulos, lo borré, porque seguía sin gustarme.

Y una tercera vez ─la vencida─, retomé en 2015 algunas ideas que había tenido previamente y reacondicioné muchas de las escenas de la versión anterior y me lancé de nuevo. No tenía fe; llevo escribiendo casi la misma cantidad de tiempo que llevo dejándolo. Mi relación con lo que creo es casi la misma que la que tengo con todo mi ser: una montaña rusa de euforia y decepción, una detrás de otra, sin puntos medios. No creía que fuese a terminar, aunque lo arranqué con mucha más constancia que las veces anteriores. Era más "adulta", sabía lo que quería hacer.

Muchas cosas pasaron en el medio entre ese 2015 y hoy.

Y en el medio de ese enredo de años, aprendí muchas cosas. Muchísimas. Y la mayoría, fueron gracias a este fic.

Aprendí a escribir, pero a hacerlo de verdad. A comprometerme con esta idea aterradora en un mundo de mierda que no da mucho espacio al arte. Con Guerra, aprendí, al menos, a no renunciar. Escribir para mí es una batalla constante frente a mis miedos: a no ser suficiente, a no darla, a no conseguir expresar exactamente lo que tengo en la cabeza, a no llegar nunca. Así que, aunque parezca una estupidez, Guerra me enseñó a seguir a pesar de todos esos "no".

También me enseñó, literalmente, a escribir. Estoy en esto desde que aprendí a hacerlo, la verdad. Y amo las historias en las que la niña prodigio llega a quinto grado con su primera novela y todo eso, pero no todas podemos ser esa niña prodigio. Yo no era ninguna prodigio, y nunca escalé por sobre la mediocridad. Y el ciclo constante de abandonar me impidió llegar a la adolescencia con alguna mierda terminada, e incluso a la "adultez". Escribo desde que aprendí a hacerlo, sí, pero haber entendido de verdad lo que era, solo lo conseguí a través de este fic. Aprendí a saber las historias que quiero contar ─y las que no─, cómo hacerlo, cómo desarrollar, cómo desenvolverme. Aprendí qué recursos me gusta usar y los que no, qué cosas quiero profundizar, qué mensajes quiero dar.

Además, aprendí, sobre la marcha, cada uno de mis errores. Así que, si llegaron hasta aquí, antes de dar las gracias, primero quiero pedir perdón. Guerra fue un viaje de autodescubrimiento absoluto. Hoy lo miro con un cariño infinito y un montón de cosas que me vuelven loca. Como decía antes, muchas cosas pasaron en estos cuatro años, y las cosas que trataba de escribir cuando empecé no fueron las mismas a las que llegué al terminar. Guerra es como un niño que se va haciendo adulto.

Así que quiero pedir perdón por las cosas tontas ─los errores de puntuación, las repeticiones, las tramas sin sentido─, pero también por las más serias. Por todos los TW que no supe dar a tiempo, por la heteronormatividad absoluta de toda la historia, por mis tristes intentos de escribir sobre lo que no sabía.

Creo haber aprendido mucho de esto y por eso, entiendo que hay muchas cosas que todavía necesito seguir aprendiendo y mejorando.

Y además, claro, quiero dar las GRACIAS. A todos, por llegar hasta acá conmigo, sin importar cuándo aterrizaron en esta historia. A cada una de las personas que leyó algo mío, porque en este viaje tan frustrante y solitario, saber que alguien al otro lado quiere leerte es el impulso más grande que existe.

Con este fic, además de conocerme a mí misma, conocí a un montón de gente. Por mensajes, por Twitter, por todos lados. Es otra de las cosas más hermosas que me llevo de esta larga travesía de cuatro años. GRACIAS, chicas.

A Vero, por haber llegado de repente cuando creí que ya nadie se interesaría por leerme. Por sus charlas larguísimas y profundas, por sus ayudas médicas y su ojo casi siempre objetivo.

A Naza, por sus reviews larguísimos que me hicieron salir corriendo de clase solo para leerla y alegrarme de tener a alguien al otro lado. Por seguir ahí ante todo el dolor, y por su corazón enorme y sus sonrisas frente al mar.

A Jori, porque compartir el amor y el odio por la escritura es único. Y caminar juntas me hizo crecer como nunca.

A Noe, por estar ahí siempre, siempre, siempre. Para reírnos de mis ideas ridículas y para ajustar los puntos flojos. Porque confía en la estrella que vaya a caerme en la cabeza, y yo confío en ella.

A Lena, porque sus conversaciones son brillantes y porque ella brilla tanto que me hace sonreír hasta en el día más nublado.

Y a todas las chicas de Twitter y de los reviews, porque sus comentarios me llenan el alma. Aunque pasó tanto tiempo, me sigue saltando el corazón cada vez que recibo una alerta de mensaje o una notificación que me manda ánimo con mis proyectos.

Y a mis amigos, porque no necesitaron leer para apoyarme desde el principio.

A todos. GRACIAS. De corazón.

Esto no es una despedida definitiva. Todavía me quedan cerrar las side-stories; espero poder hacerlo antes de que termine el año. Y sí, me gustaría retomar todo esto para revisar, corregir, arreglar. Pero por ahora, quiero sentarme y suspirar frente a ese "complete" que voy a conseguir, después de todo este tiempo.

Con este fic, aprendí que quiero ser escritora. Así que espero, algún día, que volvamos a encontrarnos entre las tapas de un libro. Y aquí, por supuesto, porque escribir fics está en mí y, en definitiva, no creo que nunca pueda retirarme.

Una última vez:

Si llegaste hasta aquí, un océano infinito de gratitud.

Ceci Tonks.