Family Affairs

Summary: Milo luchó por muchos años para lograr conquistar finalmente a Camus, el amor de su vida. Radamanthys y Kanon, dos hombres a primera vista totalmente incompatibles y aun así enamorados el uno del otro ¿Cómo es que dos parejas totalmente desconocidas entre sí terminarán uniendo sus caminos a causa de dos pequeños huérfanos? Colección de relatos cortos. Multi-pairing: CamusMilo, RadaKanon, IsaakHyoga.

Disclaimer: Toda la franquicia de Saint Seiya pertenece a los respectivos dueños de sus derechos: Masami Kuramada, Toei y Shueisha. Yo utilizo los personajes que aparecen en la obra de Kuramada únicamente con fines de entretenimiento, nunca de lucro.

Advertencia: Este relato tiene material homoerótico (relaciones afectivas y/o sexuales entre dos hombres); Además, se contemplará el tema de adopciones por parte parejas homosexuales. En caso de que no te encuentres de acuerdo con esta clase de temas, te suplico abstenerte de leer.

Agradecimientos: Sin los ánimos, consejos y el apoyo moral de tres amigas, jamás me hubiera atrevido a escribir esta idea que alguna vez comenté tenía muchas ganas de relatar. Dany, Dinoh y Juno ¡Gracias, chicas! No saben cuánto significaron sus palabras de aliento por breves que parecieran.

Ahora, sí, los invito a seguir leyendo si siguen interesados en esta serie de mini-historias ¡Mucha suerte, aventureros de fanfics!


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Isaac

Aquel chiquillo prefirió suprimir los recuerdos de su infancia temprana y, a decir verdad, fue la mejor decisión que su subconsciente pudo tomar para proteger su inocencia infantil; no obstante, lo único que jamás pudo olvidar por el resto de su existencia era el frío y no uno cualquiera.

Isaac no podía decir a ciencia cierta el lugar ni las circunstancias de su nacimiento y a pesar de ello, años más tarde, sus papeles de identidad lo focalizarían como un individuo nacido en Finlandia, en la frontera natural con Rusia; no obstante, poco importaba realmente si verdaderamente su origen era finlandés o ruso porque de igual forma el inclemente clima helado de aquella región del mundo estuvo a punto de matarlo en incontables ocasiones.

Únicamente los fuertes sobreviven en aquellos indómitos parajes y, por lo tanto, naturalmente su inconsciente quiso forjarlo como un guerrero a sangre fría que únicamente se hubiese preocupado por su propia supervivencia sin importar sobre quién o qué había que pasar, vivo o muerto.

Afortunadamente su alma permaneció intacta gracias al cariño y cuidados de las dos primeras personas más importantes en su existencia quienes marcaron su etapa inicial de vida. Sí, era cierto que el pequeño Isaac de apenas tres años tuvo que hacer uso de sus capacidades de supervivencia animal más básicas cuando vivió los peores momentos de su dolorosa travesía de orfandad en los miserables pueblos rusos olvidados por los Dioses. Había tenido que robar varias veces a causa de la desesperación en busca de abrigo y pan y, desafortunadamente, en el intento recibió las palizas de su vida; además, había aprendido a esconderse como ratón entre callejuelas y había hecho de su hogar el techo de una posada, muy cerca de la chimenea de salida, en donde permanecía más o menos fresco y seguro de la alimañas y, sobretodo, de humanos perversos.

Ciertamente nadie sabría si el pequeño hubieses sobrevivido y qué hubiera sido de él de haberlo logrado. A pesar de estas adversidades, Isaac tendría la suerte de agradecer el resto de sus días a los dueños de los dos pares de ojos azules, profundos como el océano y amables como el calor del sol, quienes lo habían salvado de la desesperación. Él era demasiado joven para recordar escrupulosamente los detalles, pero sí que recordaba que una hermosa mujer rubia con un hijo recién nacido en brazos lo acogió bajo su cuidado y protección y, desde entonces, Isaac nunca la olvidaría a ella ni a aquel bebé a quien amó como a un hermano de sangre.

Natasha y Hyoga. Su primer familia, aunque no la única, pero Isaac no tenía entonces la más mínima idea de que más tarde sería acogido por otros brazos igualmente cariñosos y protectores, y, por ello, debido a que considero a ambos rubios lo único bueno que iba a tener jamás en la vida, se aferró a ambos con uñas y dientes y les dedicó su corazón y energía.

Lastimosamente, la vida está llena de reveses e infortunios, más aún para los seres humanos más desamparados y olvidados por el resto de sus hermanos. Así, por esas tretas crueles del destino, la dulce Natasha, madre joven y soltera, pereció a causa de una neumonía, abandonado a sus dos hijos quienes todavía eran demasiado pequeños para valerse por sí mismos.

Hyoga contempló la lenta y penosa muerte de su progenitora cuando apenas tenía cuatro años de vida, el chiquillo sostuvo la delgada y transparente mano de Natasha hasta que ella dio su último y lastimero respiro, congestionado por la letal enfermedad, y a pesar de ello su madre jamás dejó de mirarlo con cariño reflejado en sus opacos ojos color zafiro, idénticos a los de su pequeño, tampoco dejó de dedicarle tiernas palabras de aliento y amor: "Hyoga, ni tú ni Isaac deben darse por vencidos. Quiero que vivan, pero recuerden siempre caminar por la senda de la luz. Los amo a ambos." fue la oración que Natasha más pronunció durante sus últimas horas de vida.

Al morir ella, los dos niños lloraron por largo tiempo sobre el cuerpo inerte de la mujer quien en vida fue magníficamente bella. De hecho, no fueron capaces de percatarse por cuánto tiempo permanecieron acurrucados y sollozante en sendos lados de Natsha cuyo cuerpo rápidamente se puso helado y ellos, al notar este cambio de temperatura, sólo alcanzaron a llorar con más fuerza.

Isaac fue quien tuvo la fuerza necesaria para salir de este trance de negación a causa de lo abrumante que resultaba la pérdida. Arrancó a su hermano Hyoga del lado de su madre y ambos supieron lo que venía y, que de hecho, jamás olvidarían. Aún en edades maduras recordarían con pavorosa nitidez aquel episodio.

Ambos niños enterraron a su propia madre unos metros más allá de la casucha donde habían vivido los tres a las afueras del pueblo. Con las manos cubiertas por delgados y casi inútiles guantes, los dos cavaron por días una tumba donde depositaron a Natasha a quien tuvieron que arrastrar con mucho pesar. La habían ataviado con el vestido más bonito que ella tenía y, aun así, todavía lucía sumamente humilde. Isaac consiguió dos flores viejas de plástico y con ellas coronaron la diadema de tiesos cabellos rubios de su madre. A pesar de estas condiciones, Natasha aún se contemplaba hermosa y, de nueva cuenta, con las manitas casi desnudas, ambos niños enterraron con puñados de tierra y nieve, a su ser más amado. El único monumento que pudieron dedicarle fue un montoncito de piedras y la silueta de una cruz construida del mismo pobre y frágil material.

La única herencia que su madre les legó fue un hermosísimo rosario de oro puro y perlas, el cual de forma heroica sobrevivió asombrosamente bajo los cuidados de Hyoga quien nunca se atrevió a venderlo ni en las temporadas de peor hambruna y mucho menos después, cuando tuvo que esconderlo en partes innombrables de su cuerpo para que no le fuera arrebatado su tesoro más grande.

Isaac juró proteger y cuidar a Hyoga, a quien consideraba su hermano menor, aunque únicamente los separaran dos años de diferencia.

Tristemente, el finlandés era todavía demasiado pequeño para cumplir aquella promesa y meses más tarde, antes de caer la noche, mientras mendigaban desperdicios de comida en los basureros de algún pueblo, Isaac se percató demasiado tarde de que se estaba llevando a cabo una de las intermitentes cacerías de huérfanos, la cual estaba sucediendo en aquel mismo momento por las callejuelas del lugar.

El mayor había escuchado de otros chiquillos desamparados que estas cacerías podían ser llevadas a cabo por dos instituciones: la mafia o el gobierno; pero era imposible identificar la naturaleza de la cacería hasta que eras atrapado y, por lo tanto, lo recomendable era no dejarse atrapar por si acaso.

Cuando Hyoga estaba hundido en un basurero escarbando entre la basura y sacó su rubia cabecita triunfal levantando un mohoso mendrugo de pan con orgullo como si fuera un gran trofeo, ya se estaban llevando a Isaak del callejón entre gritos desesperados y, cómo no, fuerza bruta innecesaria.

El rubio saltó disparado corriendo a toda velocidad hasta donde sus heladas piernecitas le dieron mientras gritaba y lloraba igual que Isaac.

No tardó demasiado en suceder que a Hyoga lo atraparon en un costal sin cuidado y aún dentro pataleó histéricamente.

A Isaac lo arrojaron en dentro del compartimento trasero de una camioneta sin mucha delicadeza y por ello se abrió la cabeza, golpe que lo noqueó por algunos minutos.

Y cuando abrió los ojos dentro del vehículo ahora acompañado por otro par de niños igual de desaliñados, miserables y flacos que él, Hyoga no apareció en ningún lado.

El finlandés jamás sintió una desesperación igual en toda su vida.

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Gracias por leer.

Cualquier clase de comentario, sugerencia o duda que les haya surgido respecto a este relato, siempre estoy contenta de recibirlos y responderles adecuadamente.