Hulaaaaaa ~~ hace mucho que no subo un fic, esta vez no es un fic xp; es una adaptación de BARBARA ELSBORG. Yo solo la traigo con el fin de que se entretengan un poquito.

!ADVERTENCIA! este fic tiene LEMON EXPLICITO, muuuuuuuuuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyyyyy EXPLICITO, leanlo bajo su propio riesgo(?) :3... sin mas digo, que los personajes de Naruto no me pertenecen ni la historia, pero espero que la disfruten xD

Capítulo 1

Hinata miró con el ceño fruncido a la cerca de más de 1'80 de altura. No tenía ni idea de quién estaba al otro lado pero sí sabía quién estaba en este lado. Kiba y Hanabi, su hermana, y Hinata no tenía ningún deseo de hablar con ninguno de los dos. La voz de Hanabi se hizo más fuerte mientras caminaba por el sendero del jardín. Hinata miró de nuevo la cerca. Ella estaba fuera de la vista, detrás de un cobertizo, y si hubiera estado en los brazos de un hombre, habría estado bien, pero no lo estaba.

No había ninguna excusa razonable para estar al acecho, sola, al fondo del jardín cuando la fiesta estaba dentro de la casa. Hinata había estado comiendo, bebiendo y había tenido un momento relativamente tranquilo hasta que Kiba había llegado y había comenzado a soltar mentiras. En lugar de discutir, ella quería huir. Antes de que algún pensamiento pudiera detenerla, Hinata se puso el asa de su bolso entre los dientes, trepó sobre un montón de troncos apilados y balanceó una pierna sobre la valla. Sólo necesitaba esconderse en el patio del vecino de al lado durante unos minutos hasta que Hanabi y Kiba hubieran vuelto dentro.

Hinata esperaba que los vecinos no tuvieran perro.

Un poco tarde para pensar en esto cuando ya estaba sentada a horcajadas sobre la valla, agarrándose fuertemente con los brazos y las piernas. Cuando la estructura comenzó a balancearse como un péndulo lento, Hinata se preguntó si la decisión de subirse o volver iba a depender ella. Todavía dudaba. El jardincito estaba oscuro y tranquilo. Muchos arbustos y árboles. Ningún signo de perros, pero probablemente, habría un tigre o dos al acecho.

—Hinata, ¿estás aquí? —la llamó Kiba.

Mierda. Hinata dejó de pensar y sin más lo hizo, balanceó su otra pierna por encima y se dejó caer. Sólo que no era tan simple como eso. La tira del hombro de su vestido se enganchó y tiró de ella hacia atrás. Hinata se deslizó, acompañada por el sonido de la rasgadura y el dolor de algo agudo clavado en su trasero. Cuando el bolso cayó de su boca y ella cayó sobre sus rodillas, apretó los dientes para detener el grito de dolor que la recorría.

—¿Qué fue eso? —preguntó Hanabi.

—Hinata, ¿eres tú?

Hinata miró airadamente hacia el sonido de la voz de Kiba y luego se arriesgó con un maullido débil. Trató de avanzar lentamente lejos de la valla pero esta no la dejó marcharse. Con una habilidad que no sabía que tenía, Hinata logró transformar un chillido en un miau largo.

—Miaaaauuuuuuu.

Joder, su maullido sonaba realmente lastimoso.

—¿Crees que es un gato herido? —preguntó Hanabi—. Será mejor que lo comprobemos.

Maldita Hanabi y su obsesión con los programas de televisión sobre rescatar animales. Hinata dio un tirón de su vestido, desgarrándolo y quedando libre. Superó el dolor y con desesperación agarró el bolso y trepó por la maleza en busca de un lugar para esconderse. Descubrió un gran depósito de plástico azul, algo parecido a lo que ella y Hanabi habían utilizado una vez como un foso de arena. Hinata se escabulló por debajo y contuvo otro grito de dolor cuando se acurrucó.

Compartiría ese espacio con algún gusano. O una araña. ¡Oh, Dios! O una serpiente.

—¿Lo ves, Kiba?

Oh, joder, ¿acababa él de ver lo que ella había hecho?

—No hay rastro de él.

—El pobre parecía herido —dijo Hanabu—. Ese triste maullido- Hinata puso sus ojos en blanco.

—¿Qué buscan ustedes?

El corazón de Hinata brincó. La voz de un hombre y no era Kiba. El tipo parecía cerca de su lado en la valla.

—Hola, pensamos que oímos un gato con problemas en su jardín—dijo Hanabi.

Mierda. Había alguien en este lado de la valla.

—Aquí no. Usted está confundida.

Hinata contuvo el aliento. Tal vez no la había visto. Ella se quedaría donde estaba durante un rato. Ah, Dios, le dolía la herida. Realmente dolía. Hinata se arriesgó a deslizar una mano hacia atrás. Su vestido estaba roto y sus bragas también. Parecían estar húmedas. Ya que no había tenido ese tipo de accidentes desde que tenía dos años, esto tenía que ser sangre. Sus dedos exploraron una astilla larga de madera que sobresalía de su nalga derecha. Mierda.

Ahora que sabía lo que pasaba, le dolía aún más. Lágrimas brotaron de sus ojos. ¿Por qué había aceptado venir a este baño de sangre en primer lugar? Ella sabía lo que pasaría una vez que la pareja se presentara. Bueno, ella no sabía que saltaría por una valla, pero sí sabía que terminaría por salir corriendo.

—Puedes salir ahora —dijo una voz.

Sería mucho esperar que el tipo no estuviera hablando con ella. Sin embargo, Hinata todavía esperaba.

—Ellos se han ido —dijo el tipo—. Usted estará bien.

No, no lo haría.

Hinata hizo un último intento.

—Miaauuu.

Oh Dios, no se parecía ni siquiera vagamente a un gato. El sonido de una risa se filtró a través de la tapa azul de plástico.

¿Cómo de bien sería capaz de hacer otra mala imitación de algún animal? ¿Era demasiado tarde para pretender ser un erizo? Ella se estaba sorbiendo los mocos.

—Es seguro ahora, gatita. Han regresado dentro.

¿Gatita? Con un metro setenta y ocho centímetros Hinata se rindió. Se apartó de la cubierta y se puso de pie, luchando por contener las lágrimas. El propietario de la voz descansaba sobre una silla de madera, metido donde ella no lo había visto, las largas piernas estiradas y cruzadas en el tobillo, una lata de cerveza en la mano. Incluso en la penumbra, podía ver su sonrisa. Sus dientes brillaron y durante un momento ella lamentó que él no fuera un hombre lobo que la rasgara en pedazos y terminara el lío en el que estaba. Después de haber tenido sexo fabuloso con ella, por supuesto.

No había ninguna manera de hacer una salida digna. Hinata ni siquiera estaba segura de que pudiera caminar. Miró por encima del hombro al trozo de madera que sobresalía de su trasero y tragó saliva. La sangre corría por su muslo. Ella no permitiría que Hanabi y Kiba la vieran así. Se harían una idea totalmente equivocada.

—¿Se desmaya usted al ver la sangre? —preguntó Hinata.

Él se levantó de un salto.

—¿Está herida?

Era más alto que ella por unos tres o cuatro centímetros. La lujuria de Hinata la golpeó junto con el dolor.

—Una astilla —dijo ella.

Él se echó a reír.

—Creo que puedo hacer frente a una astilla. La mano-

—No está en mi mano —le dijo. Luego se volvió para mostrársela. Al menos había dejado de reír.

—Vas a tener que entrar en la casa.

—¿No podrías hacerlo aquí?

Hinata no quería más miradas sobre su culo de lo absolutamente necesario, sobre todo si iba a ser inspeccionado por un tipo que aumentaba su hermosura con cada segundo que pasaba. ¿Por qué no podía ser gordo y feo? Sólo que se alegraba de que no lo fuera.

—Dentro —le ordeno él.

Hinata dejó caer los hombros. No tenía elección. No había manera de que pudiera volver por encima de la valla. Apretó los dientes, cogió su bolso y salió cojeando detrás de él, cada paso era una agonía aún con la compensación de estar distraída con su corpulento cuerpo. Tenía los hombros anchos y la cintura estrecha. Su camisa de color claro estaba ceñida en la espalda y colgando sobre los vaqueros oscuros. A Hinata le gustaba el trasero, todo apretado y firme y sin astillas. Él abrió la puerta y la hizo pasar.

Dentro de la cocina iluminada Hinata se volvió hacia él y tragó saliva. Su pelo negro cortado estilo despeinado, se parecía a una versión más corta del de ella y enmarcaba un fabuloso rostro. Sus pestañas eran largas y oscuras y los ojos de un negro profundo. La única imperfección era una blanca y estrecha cicatriz que le recorría el pómulo izquierdo. Hinata nunca había visto a un individuo con una mirada peligrosa en su vida. Pero eso explicaría por qué su cuerpo reaccionó como lo hizo. Los músculos se apretaron entre sus piernas, su corazón se aceleró y su boca se secó. ¡Qué derroche de adrenalina! Él nunca fantasearía con alguien como ella.

—¡Inclínate!

—¿Perdón? —¿Él también había estado pensando en el sexo?

—Inclínate sobre la mesa.

Por supuesto, así podría ver su trasero. Hinata hizo una mueca, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía media valla atascada en el culo y no podía quitársela ella misma. Ni siquiera podía sentarse mientras tuviera hincado eso en ella así que tampoco podría subirse a un taxi. No se suponía que se iba a casa de todos modos, si no volver a donde sus padres, ya que Hanabi estaba esperando a compartir el taxi. El paseo estaba fuera de toda cuestión, así que suspiró y se inclinó sobre la mesa.

Cuando Hinata escuchó la rápida exhalación de su aliento, la alarma la inundó.

—¡Oh Dios! ¿Está muy mal? —intentó ponerse de pie.

Una mano en mitad de la espalda la volvió a empujar hacia abajo.

—No te muevas.

Hinats gimió al tiempo que él tocaba ligeramente el trozo de madera. Mierda, como dolía. Ella se estremeció cuando trató de levantar el vestido de su cuerpo y sus dedos se doblaron con más fuerza sobre el borde de la mesa.

—Lo siento. Voy a tener que cortarlo.

—¿A mí? —su voz sonó como un chillido embarazoso. Se parecía demasiado a su hermana.

—No. Tu vestido.

Bueno, ya estaba arruinado. Podría haber sido capaz de volver a coser la hombrera sin problema pero no podría haber cosido el roto en la espalda. Hinata lo vio revolver en dos cajones de la cocina hasta que llegó con un par de tijeras. Cuando el vestido se abrió y cayó a ambos lados de la cintura, le volvió a oír exhalar de nuevo.

—¡Ahhhh! —murmuró de nuevo.

—¿Qué significa ese "ahhhhh", tengo que amputarme una nalga o un "ahhhhh" qué agradable ropa interior? —preguntó Hinata.

Él se rió y ella sintió sus dedos recorrer a lo largo del borde de su mejor ropa interior de encaje rojo. Un escalofrío de deseo se unió a su estremecimiento de dolor. Hinata estaba dividida entre el alivio, de que se hubiera puesto algo sexy en lugar de su acostumbrada ropa interior de algodón blanco, y la decepción de que su encaje se había arruinado.

Cuando su madre se había quejado sobre asegurarse de que ella y Hanabi llevaran la ropa interior limpia en caso de que estuvieran implicadas en un accidente, Hinata dudaba de que hubiera tenido en mente este incidente. Cuando el cortó el cordón, Hinata se agarró del borde de la mesa lo suficientemente fuerte como para arañarla. Sus dientes se apretaron cuando él tocó la astilla.

—Deja de jugar con eso y dale un tirón hacia fuera a la maldita cosa.

—Tengo que asegurarme que tiro en el mismo ángulo en que entró. Prepárate.

—Tal vez debería de tener un pedazo de madera entre los die...

Hinata no pudo terminar lo que había estado a punto de decir, porque un grito surgió de su garganta. Apretó la frente contra la mesa y respiró hondo para detener el horrible grito que luchaba por salir. Algo frío y húmedo golpeó duramente su trasero. Lágrimas se deslizaron por sus mejillas y las dejó caer sobre la mesa. Tardó un momento antes de que pudiera respirar normalmente.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Estupendamente.

Él dio un resoplido tranquilo.

—Tengo aquí un pedazo de madera que puedes ponerte entre los dientes si quieres —le dijo a ella.

—Muy gracioso.

En realidad era gracioso, pero Hinata no podía reunir una sonrisa.

—¿Te gustaría explicarme por qué saltaste sobre la valla?

¿Cómo podría explicarlo sin sonar patética? Pero pensó en algunas ideas antes de que le llegase alguna inspiración. ¿Una redada policial? ¿Estaba buscando más alcohol? ¿Huyendo de un loco asesino con un hacha? ¿Escapando de su hermana y su novio comadreja? No, ella no podía decirle eso.

—Intentaba evitar la vergüenza, la torpeza y la humillación — masculló Hinata en voz baja.

Se echó a reír.

—Apuesto que estás deseando haberte quedado en el otro lado.

Hinata pensó en Kiba y Hanabi, la cara perpetuamente culpable de Hanabi y la sonrisa de "Kiba te va a joder".

—No, en realidad no.

Se levantó, deslizando sus dedos por detrás para sostener todo lo que él estaba presionando sobre su espalda y cubrió su mano con la suya. El zumbido que sintió casi la hace caerse de vuelta sobre la mesa. Pensó que él apartaría los dedos, pero no lo hizo. No durante un largo momento. Hinata mantuvo la mano sobre la de él, no estando segura de si retirarla o no. Cuando él deslizó sus dedos por debajo de ella, se volvió hacia él para mirarlo.

—Aquí está el culpable —dijo él, blandiendo una pieza de madera dentada de la longitud de una chuleta de palo. Los ojos de Hinata se abrieron ampliamente y tragó saliva.

—¿Tenía todo eso clavando ahí detrás?

Él le mostró un espacio entre el pulgar y el dedo índice y le dio una amplia sonrisa.

—Solo esto.

Ella se decepcionó de que no fuera más. Se podía pensar que era una cobarde. Era una cobarde.

—No te muevas, voy a buscar algo para poner ahí.

Después de que él se hubiera marchado, Hinata observó la cocina. Estaba sorprendentemente limpia para un hombre. Todas las encimeras estaban limpias. Sus pies no se pegaban al suelo. Ningún plato sucio en el fregadero. Hinata de repente se congeló. ¿Por qué debería ella asumir que esta era la cocina de un hombre? Él probamente tenía una esposa, tres niños y un tigre. Mierda. Ella tenía que marcharse ahora mismo. Podría poner la concha azul al lado de la valla y saltar sobre ella.

—He conseguido algo —llegó sonriendo, sosteniendo una tirita

grande con un dinosaurio en el frente. Sí, casado y con niños, por eso él sabía como tratar con una idiota subida en una valla, que se empaló y hacía ver que era un gato.

—Inclínate otra vez —dijo él—. Te limpiaré la sangre de la pierna.

¿Él se estaba ofreciendo a poner las manos sobre su pierna? Se marcharía después de que hiciera esto.

Una hoja de papel de cocina se deslizó por encima de su tobillo. Fue lento y suave y Hinata se deslizó sobre ella entre la mesa y el suelo porque había perdido el control de sus músculos. Él levantó la mano de su trasero. Quitó la hoja húmeda y la arrojó al fregadero.

Otra caricia suave, con algo seco y ¡oh, Dios!, sus dedos recorrieron su trasero desnudo intacto. ¿Qué demonios estaba haciendo?

—Sólo comprobaba que estuviera seco, de lo contrario la tirita no se pegará —comentó.

Ehhhh, ¿podía leer la mente también? ¡Maldito sea por tener una excusa razonable, pero no la que ella quería!

Él presionó la tirita y con cuidado rozó alrededor de los bordes.

Hinata se imaginó sus dedos moviéndose hacia abajo, yendo a la deriva entre sus piernas, parándose a acariciarla.

—Gracias —dijo y se levantó antes de que ella se diera la vuelta y le pidiera follarla.

Pero entonces su mano se deslizó en torno a su estomago y él tiró de ella contra él. Esto no era parte del tratamiento de primeros auxilios. Algo largo, duro y caliente presionaba en su cadera. Hinata no necesitó hacerse muchas ideas. Su pulso comenzó a latir en la zona de peligro. Había sido así desde el momento en que lo había visto.

Hinata tembló cuando él pasó su incipiente barba en el mentón sobre su cuello. Su cálido aliento disparó flechas de lujuria en su ingle, viajando a través de su corazón. Entonces sus labios húmedos aterrizaron sobre su cuello y si no hubiera estado sosteniéndola, ella se habría caído.

—¡Oh, Dios! —susurró ella.

Una mano permaneció sobre su estomago, manteniéndola en su lugar, la otra acercándose furtivamente a su pecho. Ella oyó interrumpir su respiración cuando sus dedos encontraron el pezón a través de su vestido. No era un problema para ella. El volver a respirar. Había dejado de respirar totalmente.

Hizo girar la punta que hormigueó en el pecho mientras él le acariciaba el lado de su cuello a la vez que Hinata gemía. Sabía que no debería estar dejando que esto pasara, ni siquiera conocía el nombre del hombre, pero no habría podido moverse ni tan sólo para salvar su vida. Sus labios cambiaron de un lado de su cuello al otro, lamiendo, mordiendo, besando el hombro sin tirantes y ella se quedó allí, con los ojos medio cerrados, tratando de no disolverse en un charco.

Por último, dio la vuelta y bajó los brazos. Hinata lo miro fijamente a los ojos y no pudo apartar la mirada. Ella no podía moverse tampoco, aun cuando una parte diminuta de su cerebro le dijera que éste era en realidad un lobo delante de ella y que tenía que correr. Ahora. Rápido. Hinata sabía que cada mujer que se había acostado con un hombre que apenas había conocido, nunca volvía a oír hablar de él. A excepción de ella que se había encontrado con un hombre que no podía deshacerse de él. ¿Pero qué clase de hombre era este tipo? Ellos estuvieron de pie mirándose el uno al otro, ambos respiraban rápidamente, ninguno parpadeaba.

Una lucha inútil. Ella lo deseaba.

—¿Estás casado? —le preguntó ella.

Su mirada fija nunca vaciló, pero su boca tiraba hacia una sonrisa.

—¿No, verdad?

—No.

Sonrío entonces adecuadamente, una sonrisa burlona tan atractiva y depredadora que Hinata se preguntó qué habría hecho si hubiera dicho que tenía una esposa y seis hijos. Ella quería creer que lo habría dejado, pero su atracción por este hombre era tan fuerte que no podía pensar con claridad. Él echó suavemente la cabeza hacia adelante, enviando su moralidad a un pequeño rincón de su cerebro donde ella la encerró.

Con el primer toque de sus labios sobre los suyos, Hinata se quedó sin aliento y su lengua se deslizó en su boca. Casi como si hubiera recibido una descarga eléctrica por permitirlo tan fácilmente, él se retiró. Una amplia sonrisa más tarde, él comenzó a mordisquear su labio inferior atormentando el lugar que pellizcó con la punta de su lengua. Sus manos se deslizaron por la cintura y la atrajo hacia sí, sujetando los brazos de Hinata entre sus cuerpos mientras él siguió besándola.

El hombre sabía besar.

Hinata se dio cuenta de cómo le habían defraudado otros hombres. Ninguna embestida de una lengua babosa, ningún picoteo seco pero sí una sensual y suave caricia de la boca de él, pidiéndole que se le abriera, para rendirse, para que cediera, para que diera todo lo que ella tenía. Si Hinata no hubiera pensado que ya estaba perdida, ahora definitivamente lo estaría. Este hombre sabía lo que estaba haciendo. Sus labios se abrieron, a continuación su lengua exploró, siguiendo el borde de ella, encontrando cada lugar con cosquillas en la boca hasta que Hinata recobró su juicio, dejando de imitar a una estatua y comenzó a besarle hasta el fondo.

Una vez que ella respondió, él movió sus brazos, liberando los de ella y sus manos empezaron a recorrer su espalda. Cuando él presionó sus caderas más firmemente contra las suyas y se deslizó y meció rítmicamente, Hinata sintió una atracción cada vez mayor entre las piernas, el deseo de sus caderas de unirse al baile. Sus manos se movieron a la cabeza, clavando los dedos en su pelo y cambiando el ángulo del beso para hacerlo más profundo, más intenso. Cuando él gimió, la vibración llenó su boca, enviando temblores a través de su cuerpo. Hinata chupó la lengua y metió las manos bajo la camisa malmetida sobre la espalda. Su piel era caliente y lisa y suave.

Cuando sus brazos subieron sobre los hombros, los músculos de la espalda se estremecieron bajo su toque. De todos modos siguieron besándose, sintiendo aumentar su pasión a fuego lento, convirtiendo la cocina en una tormenta de fuego.

¿Cuándo fue la última vez que respiró? Hinata no estaba segura.

¿Necesitaba respirar? No. ¿Por qué preocuparse? Besarse era mejor.

Besarse estaba bien. Bueno, ella no conocía a este hombre, pero besarse, ¡OH! Una mano se deslizó por la parte superior del muslo sano, arrastrando las uñas, y las yemas de los dedos deslizándose hacia arriba. La piel de Hinata revoloteó como el ala de un pájaro. Los dedos de él se movieron por debajo de su vestido, su mano se deslizaba entre sus piernas. Un suave golpe a través del encaje húmedo y ella se deshizo en espiral directamente al cielo.

—¡Oh, Dios mío! —Hinata se agarró de sus hombros, las rodillas le temblaban cuando escondió el rostro en su cuello.

Mantuvo la mano entre las piernas, sujetando el montículo, rozándole con el pulgar. Si él se movía, ella se caería. Su corazón palpitó y Hinata tragó, intentando mantener el control de su respiración. Los dedos de su otra mano acariciaron su cabeza, calmándola con gestos relajantes pero ella sentía la tensión creciendo dentro de él, su corazón latía contra el suyo, su respiración entrecortada en su oído.

—Estoy desesperado por follarte —susurró, y Hinata gimió.

Después, de algún modo, se movieron, besándose de nuevo, los brazos y las piernas entrelazadas cuando la sacó de la cocina, en dirección a la escalera. El corazón de Hinata se debatía entre saltarle por la garganta o caer en su estómago. Ella no conocía a este hombre. Él podría ser otro Kiba, otro bastardo repugnante, manipulador, astuto. Cada hueso de su cuerpo le decía que parase esto, ahora mismo. Pero ninguno de los dos era tan sensato y continuaron moviéndose.

Se cayeron sobre la escalera pero él rodó sobre sí mismo para que ella no cayera sobre su zona lastimada, y la embargó una bondad de enviar todo al traste. Sus brazos estaban por todas partes mientras ella estaba encima de él.

—Eres una gatita sexy —susurró—. Me estas volviendo loco.

—No nos... nos conocemos el uno al otro —tartamudeó Hinata.

—¿Acaso importa? Sabemos lo que queremos —cogió su cabeza entre sus manos y la hizo mirarlo—. Pero si no, dímelo ahora antes de que mi sobreexcitada polla vaya más allá del punto de escuchar a mi cerebro.

Hinata sabía que tenía que alejarse, pero no podía. Pensó que nunca había estado tan excitada en su vida. Podía sentir el calor renacer de nuevo en su interior. Eso nunca había ocurrido antes. Por lo general, llegaba una vez y eso era todo, y para ser honesta, incluso una vez había sido provocado por ella misma. Él solo quería sexo. No había ninguna pretensión aquí, no había ilusiones de ir más lejos, pero aun así Hinata dudó. Ella no hacía cosas como esta. Por mucho que le gustara ser salvaje, imprudente y sexy, no lo era.

—¿Estás seguro de no estar casado? —preguntó, insegura de la respuesta que quería oír.

Él sonrió.

—Sí, estoy seguro. Estoy bastante seguro de que lo recordaría si lo estuviera.

Se movió ligeramente por debajo de ella. Hinata sintió el filo duro de su pene empujando su estómago.

—¿A ti te importaría si yo lo estuviera? —preguntó ella y él dejó de moverse. ¿De dónde diablos había salido eso? ¿Estaba tratando de aplazarlo?

—¿Quieres que sea honesto? —preguntó él.

Ella asintió.

—No, no me importaría. No en este momento. Estoy demasiado desesperado como para preocuparme. Todo lo que puedo pensar es en ti y en mí, lo hermosa que eres y la magia que podemos hacer juntos.

Hinata se levantó de encima de él y se puso de pie, su hombro apoyado contra la pared. Él se inclinó atrás sobre sus codos y alzó la vista hacia ella, inclinando su cabeza hacia un lado.

—¿Fue una contestación equivocada? —preguntó él.

—No, si es la verdad —todo lo que podía pensar era que él dijo que era hermosa y que la deseaba desesperadamente. La verdad era que ella lo quería.

Sentándose en el escalón la miró.

—Así que, ¿quieres desnudarte y sudar, o no?

—Yo no sudo.

Una sonrisa iluminó su rostro.

—Nunca has tenido relaciones sexuales conmigo.

Ella se rió.

—Está bien. Es tu elección, gatita. Puedes bajar la escalera y salir por la puerta principal o seguir subiendo.

Hinata no vaciló. Ella subió un escalón y él se rió.

—La primera puerta a la derecha. Dos segundos y contando.

Sus ojos se oscurecieron, y los de Hinata se abrieron y echó a correr hacia ella, sintiendo que su trasero se estremecía haciéndole saber que no estaba feliz de ejercitarse. Una lástima, porque había más por venir.

—La de la derecha, no la izquierda —le dijo él a su espalda cuando Hinata tocó el picaporte.

Oh Dios, estaba desesperada. Hinata cambió hacia la otra puerta del pasillo y empujó, abriendo la puerta.

Hasta aqui el primer cap... que tal? les gusto?

subire los cap cada dos dias... chaito 3