¡Hola!
Nota1: Este fic es un ByaRuki y está inspirado en el drabble "Sombras y Fantasmas" de la colección de drabbles ByaRuki "In Bloom" de la autora BellaRukia.
Nota2: El tema de esto hace referencia al incesto, y no, no me refiero a ese "incesto psicológico" de que Rukia es "hermana" de Byakuya, sino a incesto real, ese donde uno se siente atraído a su propia sangre. La idea en sí es bastante retorcida, así que si son sensibles les recomiendo prudencia.
Disclaimer: Ni Bleach ni sus personajes me pertenecen, pertenecen a Tite Kubo. Yo solo los uso para satisfacer mi imaginación. Disfruten.
Sombra.
Capítulo 4
Estaba agitada y completamente agotada pero estaba feliz. Sobre su pecho descansaba su pequeña hija recién nacida y sonrió por eso a pesar de estar completamente agotada. Había esperado demasiado por ella, habían sido muchos años esperando a que ella llegara que en esos momentos se sentía completamente feliz.
Esa niña era suya y de Byakuya.
Estaba pensando en él cuando las puertas dobles de la habitación en donde estaba se abrieron despacio; desvió su mirada de su pequeña bella durmiente y la enfocó en el hombre que había entrado a la habitación pasando de la sorpresa a la alegría.
Le sonrió un poco mientras él se acercaba a la cama, él sonrió también, de forma en casi imperceptible pero sonrió. En sus ojos Rukia podía ver el orgullo naciente de padre al contemplar por primera vez a su hija; no despegó la mirada de él hasta que se sentó junto a ella en el tatami.
La niña se removió en sus brazos y dio un pequeño bostezo haciendo un pequeño círculo perfecto con sus pequeños y sonrosados labios. Rukia sonrió y Byakuya le acarició la cabeza a la niña de forma suave para luego darle un delicado beso en la frente.
- ¿Quieres cargarla?
Le preguntó de forma suave, suprimiendo el agotamiento en su voz tanto como podía. Vio como él negaba con la cabeza y supo que tenía miedo. Lo tranquilizó diciéndole que confiaba en él y que su hija no iba a estar más segura que en los brazos de su padre.
Byakuya asintió y colocó los brazos como le decía Rukia, después ella colocó a su pequeña hija en los brazos de él y vio cómo se ponía nervioso por tener a esa pequeña niña en sus brazos.
No podía ser más feliz.
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Era su hija.
Ese ser pequeño y perfecto que dormía sobre su pecho todas las tardes era su hija. Hija suya y de Rukia. La hija que Hisana no había podido darle se la dio Rukia. Un motivo más para mantener girando su mundo.
Estaba orgulloso de ella; en su mente ya habían empezado a formarse los planes futuros para su pequeña hija. La herencia de su apellido, del liderazgo de la casa, la su sucesión de su puesto de capitán a manos de su hija. Era hija de dos shinigamis, eso significaba que era poderosa.
Los demonios del infierno en su cabeza hacía tiempo que se habían calmado, el calor que lo consumía se había apagado casi por completo permitiéndole disfrutar de su matrimonio. En esos momentos era feliz con Rukia y con su pequeña hija.
Seguía sin saber lo que sentía por Rukia y estaba seguro de que nunca sabría a ciencia cierta lo que sentía por ella; ella se parecía demasiado a Hisana, su apariencia era una sombra que la condenaba y la salvaba a la vez.
No sabía qué amaba de ella, si la amaba por las similitudes que compartía con Hisana o si la amaba por las diferencias que lo ataban a la realidad, solo sabía que estando con ella se sentía feliz.
- Es hora de darle de comer a Hana
Esa fue la frase que interrumpió los planes a futuro que se dibujaban en su mente sobre el futuro de su pequeña y perfecta hija; apartó su mirada de la mata de cabello negra que cubría la pequeña cabeza de su primogénita y la enfocó en los ojos violetas de Rukia, asintió levemente y se la entregó despacio a su mamá.
Rukia la tomó en brazos como si fuera la cosa más delicada del mundo y le sonrió un poco antes de darse la vuelta e irse de la habitación para alimentarla.
Él le había puesto ese nombre, fue lo primero que salió de su boca cuando le preguntó cómo le gustaría que ella se llamara y él sabía bien porqué había salido ese nombre, era como una contracción del nombre de Hisana pero disfrazada de una flor.
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El cabello de Hana había crecido largo y completamente lacio, le llegaba a la cintura, era brillante y sedoso. A ella le gustaba el cabello de su hija y a Byakuya también, tanto que él prohibió cortarle el cabello a menos de que fuera completamente necesario y nunca más de unos centímetros.
Había heredado los ojos grises de él pero no había heredado lo frio e inexpresivo que había visto en esos ojos cuando lo conoció. Los ojos de su hija eran grandes, alegres y vivos.
Estaba segura de que él amaba a su hija.
Era un ritual todas las tardes, cuando ellos llegaban del escuadrón, que Hana los alcanzara en las puertas principales y los abrazara dándoles la bienvenida. Byakuya la abrazaba despacio y de forma discreta, ella sabía que era lo máximo que le demostraría en público porque cuando estaban solos, en el patio disfrutando de la tranquilidad del estanque de peces koi, él la abrazaba y platicaban de todo lo que viniera a la mente, incluso escuchaba risas de ellos.
La paternidad lo había cambiado, no tanto como para que lo expresara abiertamente pero si lo suficiente para que mostrara un poco más del ser humano que había dentro de él. Ella también conocía esa parte, la parte alegre de él.
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Byakuya salía de la academia de Artes Espirituales, había ido a ver al director del lugar para asegurarse de que su hija había quedado en el lugar que le correspondía de acuerdo al estatus que el apellido Kuchiki merecía.
Mover sus influencias no fue necesario, ella había demostrado ser perfectamente capaz de realizar cualquier cosa que se propusiera, era igual a su madre en ese punto, también tenía cierto parecido a ella, era demasiado joven pero ya era más alta que Rukia.
Antes de salir de ahí el director lo llevó a ver uno de los entrenamientos de su hija, su presencia seguía causando conmoción entre los estudiantes pero lograron llegar al campo de tiro sin lograr causar tanto alboroto.
Estaba orgulloso de ella, la había visto practicar y se desenvolvía muy bien, tenía buenos pronósticos para graduarse de ahí antes de lo planeado si seguía de ese modo.
Toda una Kuchiki.
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El papeleo en su escuadrón nunca terminaba pero decidió delegar el trabajo a sus subordinados, ese día tenía un mal presentimiento. Salió despacio de ahí y llegó con calma a su casa. Todo estaba en silencio hasta que llegó una de las sirvientas de la casa escandalizada.
No entendía lo que pasaba hasta que la sirvienta le dijo que su hija estaba cortándose el cabello.
Inmediatamente se dirigió al cuarto Hana y la encontró de rodillas frente al espejo, llorando en silencio mientras cortaba mechones de cabello. Un aroma a quemado le llegó a la nariz y con la mirada buscó el origen: era el cabello de Hana.
Se lo habían quemado en lo que supuso había sido una práctica de escuadrón.
Hana se volteó y la miró, se levantó corriendo y la abrazó mientras soltaba las tijeras y lloraba en su pecho. Le contó lo que había pasado y ella la consoló, había pasado lo que había supuesto.
Después de un rato la hizo sentarse de nuevo frente al espejo, tomó las tijeras entre sus manos y siguió cortándole el cabello, le quitó todo lo quemado pero no logró hacer que quedara parejo, habían dañado casi todo su cabello.
A Byakuya no le iba a gustar eso.
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Sus pasos eran lentos y suaves. La plática reciente con Rukia lo había dejado molesto.
No le gustaba saber que Hana se había cortado el cabello sin su permiso, no le gustaba saber que había sido algún idiota de la academia el que le había arruinado el cabello a su hija. La vida del responsable pendía del hecho de saber qué tanto daño habían hecho.
Llegó a las habitaciones de su hija y llamó despacio a la puerta.
- Pase
Fue solo una palabra pero la culpa en su voz era notable; nunca la había escuchado así.
Abrió con cuidado las puertas dobles y la encontró aun de rodillas frente al espejo dándole la espalda a la puerta.
Por un instante la imagen que captaron sus ojos le mostraron la sombra de Hisana dándole la espalda; por ese instante su corazón se detuvo y sus labios mudos dijeron el nombre de esa sombra. Quedó turbado, descontrolado y lo hizo dudar por ese momento.
Se quedó estático en la puerta.
Hana volteó a verlo y los ojos de él viajaron en directo a los ojos de ella esperando encontrarse con las amatistas azules de esa sombra pero la mirada fue sostenida por unos ojos grises, ahí se rompió el encanto de esa sombra, por un instante había pensado que la que estaba en esa habitación era Hisana.
Su hija se levantó y le pidió perdón por haber sido descuidada y dejar que su cabello fuera dañado. Él la escuchaba hablar y su voz trajo de nuevo a esa sombra.
Quizás no lo había notado, quizás no lo quería notar, pero la voz de su hija era tan suave como la de aquella sombra y, aunado al corte de cabello, la intensidad del parecido con Hisana era abrumadora y, de cierta forma, demasiado perturbador.
Debía ser por eso que se negaba a que le cortaran el cabello, porque en el fondo sabía que Hana se parecía demasiado a su madre; porque se parecía demasiado a esa sombra.
Abrazó a su hija para darle consuelo pero incluso ese abrazo se sentía diferente.
Era demasiado para él.
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Se levantó del futon en que compartía con Byakuya, él se había dormido después de hacerle el amor; la había tomado como en la noche de bodas, llevaba demasiadas noches tomándola de la misma manera; después de tantos años ella pensaba que él no la volvería a tomar así, de esa forma tan pasional. Supuso que se había equivocado.
Entró al baño y empezó a vomitar la cena de la noche anterior.
Sabía que Byakuya estaba pasando por una especie de crisis solo que él no se lo decía, había algo que impedía que él le dijera lo que le pasaba. Era como si hubiese puesto una cortina entre ellos, ya no la muralla de acero que habían derrumbado la noche en que se casaron, sino una cortina que ocultaba el pesar de él pero que no impedía que se acercara a ella.
Cuando se sintió mejor se reflejó en el espejo del baño y se llevó las manos al vientre. Sonrió un poco por eso y lo acarició despacio, acarició a esa personita que empezaba a gritar su presencia dentro de ella.
No le diría nada a Byakuya, dejaría que él se diera cuenta de ese nuevo ser dentro de ella por sí solo.
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Se quedó tumbado sobre los cojines de la habitación donde estaba tomando el té esa noche; su hija había abandonado el lugar después de haberle deseado unas buenas noches; ella era completamente ignorante de lo que su presencia causaba en él.
El infierno en el que había vivido antes de casarse con Rukia había regresado con toda su intensidad y con todo su calor abrasante desde que Hana se había cortado el cabello; desde que había visto la sombra de Hisana renacida en un cuerpo nuevo.
Primero había sido una llama molesta, casi imperceptible pero imposible de ignorar; después, con el trato de su hija que estaba envuelta en esa sombra, la llama se hizo más grande hasta alcanzar la intensidad suficiente para desatar el infierno con todo y sus demonios internos.
Todas las noches intentaba apagar ese infierno entre las caricias de Rukia, le hacia el amor con toda la pasión que había en él, le repetía que la amaba y se repetía a sí mismo que era feliz con ella y que esa sombra que se negaba a abandonarlo no era real, que lo real ahí era Rukia pero el fuego del infierno se negaba a ceder, incluso parecía que se intensificaba más cuando intentaba apagarlo.
Le molestaba eso porque parecía que la sombra de Hisana se negaba a abandonarlo, porque su recuerdo tenía tanta fuerza que parecía una ola que rompía contra un risco en una tormenta, como un huracán.
Se molestaba consigo mismo porque sabía que esos ojos grises eran lo único que impedía que su delirio aumentara, lo que le restregaba en la cara que esa mujer no era Hisana sino su hija, porque incluso la voz de ella se le parecía a la de esa sombra.
Odiaba no poder abrazarla como lo había hecho antes porque los demonios que habitaban en el infierno en su cabeza le gritaban que la estrechara contra él como lo hace un hombre con una mujer a la que desea; porque le gritaban que la hiciera su mujer cada vez que se encontraban solos.
Le molestaba porque él, muy en el fondo, sabía que esas voces no eran otra cosa más que sus deseos más profundos, porque él de verdad deseaba hacer todo eso con ella y mucho más.
Odiaba a esos ojos grises, le parecían una imperfección en el cuerpo de ella, le recordaban que ella no era Hisana, que ella era su hija, hija suya y de Rukia, y maldecía, porque Rukia también se parecía a Hisana y también en el fondo sabía que estaba con ella por ese parecido.
También se adiaba a sí mismo, porque sabía que estaba obsesionado con la sombra de una mujer que lo perseguía y lo perseguiría toda su vida hasta el infierno y la locura misma, pero lo peor era que él estaba dispuesto a caer en ese infierno de locura si esos ojos no fueran grises, si no lo detuvieran en seco cada vez que sus ojos vacilaban de su objetivo y recaían en ellos, si no hubiese puesto una barrera de acero entre él y su hija disfrazada de enojo por la pérdida de su cabello.
Pero él era su padre y su infierno y sus demonios tendrían que conformarse con las carias de Rukia aunque no fuera a ella a quien deseaba.
.:O:.o... FIN ...o.:O:.
Gracias por leer :D
