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[Pound me the witch drums]

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Salem, Massachusetts 1692.

Hacía largos minutos que había perdido el hilo de la conversación. Aquel hombre llevaba hablando sobre sus negocios cerca de media hora y no parecía cansarse de escuchar su propia voz. Molesta, comenzó a retorcer uno de sus mechones rojizos. Se suponía que ella era el motivo por el que él estaba allí y aun así, apenas había mostrado interés por su persona más allá de dedicarle un par de halagos al saludarla a su llegada. Había sido Maki quien le había preguntado de forma educada por su trabajo, no porque le interesara sino porque era lo que se esperaba de ella en esa situación. Sin embargo, aquel tipo centraba toda su atención en el dueño de la casa, parecía que no quería que su padre se perdiera ni un detalle de cómo poco a poco estaba acumulando una gran fortuna. La irritaba a más no poder y estaba deseando perderlo de vista. Se sentía terriblemente mal estando allí sentada, siendo excluida totalmente de la conversación y teniendo que aparentar ser perfecta a través de su postura y sus gestos. Tenía ganas de tirar contra la pared la taza de té que tenía entre las manos y gritar para que aquellos hombres se dieran cuenta de que realmente estaba allí. Ambos actuaban como si simplemente fuera un adorno más de esa sala de estar. La única diferencia entre ella y cualquiera de los cuadros que había en la estancia era que el valor de Maki era mucho más elevado. El último mes había estado repleto de visitas de numerosos pretendientes. El renombre y la riqueza de la familia Nishikino mas el añadido de la belleza de Maki era una oportunidad que pocos querían perderse. Su padre se estaba tomando su tiempo para decidir cuál era el mejor postor pero sabía que más pronto que tarde acabaría unida con alguno de aquellos hombres. Por supuesto ella no tenía voz ni voto en el asunto, ni siquiera quería casarse pero él había hecho oídos sordos a sus suplicas desde el primer momento. Tras excusarse diciendo que iban al despacho a tratar temas importantes, los dos hombres se levantaron y el más joven la besó en la mano despidiéndose. Maki hizo un buen trabajo al lograr mantener la sonrisa hasta que se quedó sola en la habitación. Trató de deshacer el nudo que llevaba en la garganta con un poco de té pero no lo consiguió. Sentía tanta rabia por no poder hacer nada que las manos le temblaban. En un arrebato de ira estrelló la taza contra el suelo pero aquello no la hizo sentirse mejor. Las lágrimas comenzaron a caer en silencio hasta que el ruido de la puerta la sobresaltó. Intentó secarse las mejillas con rapidez pero sus ojos enrojecidos la delataban. Una pequeña figura familiar apareció por la puerta. La joven de cabello negro azabache entró tarareando una canción por lo bajo que cesó en cuanto se percató de su presencia. Maki pudo ver como la sorpresa pasaba a ser preocupación en los ojos rubí de la muchacha.

-P-perdone… pensé que no había nadie y venía a recoger la bandeja…

Estaba claro que la chica no sabía qué hacer, quería preguntar que le pasaba pero sentía que ni siquiera debía estar viendo aquello.

-¿Está usted bien, señorita?- Nico se acercó un par de pasos y estrujó la tela del delantal que llevaba sobre la falda con miedo a ser reprendida por entrometerse donde no la llaman.

Maki se limpió una última lágrima rebelde y giró la cara para que la otra no pudiera verla. Asintió en silencio como única respuesta a la pregunta y las dos se quedaron paradas por un segundo, hasta que Nico reaccionó y fue a por la bandeja con el té que habían estado bebiendo. Fue entonces cuando vio la taza rota a los pies de su joven señora.

-¡Ah! Disculpe, no lo había visto. En seguida lo recojo, no se preocupe.- La sirvienta se arrodilló rápidamente y comenzó a recoger los trozos de porcelana rota.

Maki se sintió culpable por hacer trabajar de más a la muchacha. Se agachó junto a ella e intentó ayudarla. -Ya lo hago yo… -Sin embargo no pudo hacer nada porque Nico le sujetó la mano enseguida para detenerla.

-Claro que no.- Le dedicó una sonrisa amable que coloreó las mejillas pálidas de la pelirroja. Sacó del bolsillo del delantal un trapo y limpió el líquido que había quedado esparcido por el suelo. Cuando acabó volvió a mirar a Maki quien la había estado observando con detalle. –Puede que ahora no lo parezca, pero seguro que todo acabará bien. Solo tiene que sonreír y las cosas buenas irán llegando.

La chica acabó el consejo con una sonrisa aún más radiante que la anterior y el rubor de Maki se volvió más intenso. Su cerebro tardó en volver a funcionar después de tal muestra de encanto. Cuando consiguió que sus piernas la pusieran en pie murmuró un "gracias" y salió de la habitación con pasos rápidos. Nico suspiró tras ver marchar a la joven y volvió a su tarea con resignación.

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El bullicio del mercado siempre ponía a la joven de buen humor. Su casa era un lugar silencioso, incluso su hermana pequeña era bastante tranquila por lo que en su hogar siempre había calma. Las hijas del reverendo eran el mejor ejemplo de virtud, bajo la estricta supervisión de su padre las dos se dedicaban a la oración y apenas podían disfrutar de otros entretenimientos. Eri, la hija mayor, captaba todas las miradas por su belleza y con su carácter gentil se ganaba el cariño de la gente. Su hermana pequeña Arisa, aunque aún no había acabado de florecer del todo, seguía de cerca los pasos de su hermana y en un par de años acabaría igualándola seguramente. Las dos caminaban entre los puestos del comercio mientras hablaban animadamente. Estaban acabando ya con sus compras cuando la menor le pidió permiso a su hermana para acercarse a saludar a la casa de una amiga. Tras quedarse sola, Eri decidió volver ya y ponerse a preparar la comida pero tras salir de la plaza del mercado vio algo que la hizo detenerse. Una chica llevaba una cesta con flores e intentaba vendérselas a la gente que pasaba por su lado. Prácticamente todos la ignoraban e incluso algunos la apartaban de su camino con brusquedad. Sus ropas desgastadas evidenciaban lo pobre que era pero aun así tenía buen aspecto y su largo cabello lleno de reflejos morados estaba recogido en una trenza que caía sobre uno de sus hombros. No era la primera vez que Eri se fijaba en aquella joven. En las ocasiones en las que la había visto rondar por las calles del pueblo el brillo de sus ojos verdes le había llamado la atención. Nunca se había decidido a hablar con ella porque le daba vergüenza. Uno de los pocos defectos de Eri era ser algo tímida, esa era la razón por la que pese a tener buen corazón no tenía verdaderas amigas de su misma edad. Sin embargo, cada vez que se encontraba con aquella muchacha sentía curiosidad por ella. A veces incluso se sorprendía al encontrase a si misma pensando en esa mirada esmeralda en cualquier momento del día, sin razón aparente. Fue entonces cuando vio como un hombre al que la joven se había acercado para ofrecerle flores la empujaba con tanta fuerza que la tiraba al suelo. La rubia que no estaba lejos de la escena se acercó corriendo sin pensarlo ni un segundo. Vio como el hombre se alejaba sin molestarse en mirar atrás y, pese a ser mucho mayor que ella, sintió ganas de gritarle y pedirle que se disculpara por su comportamiento. Aun así no lo hizo porque sabía que no tenía caso. Miró a la chica y vio que la pobre había tenido la mala suerte de caer sobre su cesta, chafándola y estropeando todas las flores. Eri le tendió una mano para ayudarla a levantarse y la joven la aceptó con gratitud en la mirada.

-¿Te has hecho daño?

-Mmm… podría haber sido peor.- Cuando acabó de sacudirse para deshacerse del polvo y la tierra que se le había quedado en la ropa, centró su atención en la persona que la había ayudado y puso una gran sonrisa.- Muchas gracias. Me llamo Nozomi.- Extendió su mano para presentarse esperando la respuesta de la otra chica.

-Eri Ayase, encantada- aceptó el apretón de manos sintiéndose feliz de poder poner nombre por fin a la desconocida.

-Sí, ya sé quién eres.

Los ojos de Nozomi brillaron con una luz especial al decir eso y Eri se quedó por un segundo atrapada en ellos, viéndolos tan de cerca podía apreciar mucho más lo bonitos que eran. Sin embargo, cuando su cerebro registró lo que la joven le había dicho frunció el ceño.

-¿Ah, sí?

-La hija del pastor Ayase. Tu familia es muy respetada en el pueblo. ¿Tanto te sorprende que sepa quién eres?

Eri se sintió algo decepcionada. Por supuesto, no había nadie en Salem que no conociera al reverendo Ayase. Nozomi le lanzó una mirada cansada a sus flores espachurradas en el suelo y dejó escapar un suspiro.

-Perfecto… otro día más sin comer –hablaba para sí misma y su voz fue un susurro pero aun así Eri pudo oírlo.

-¿Cómo que sin comer?

El rostro de la rubia estaba lleno de preocupación. Nozomi sonrió e intentó quitarle importancia al asunto con un gesto de la mano.

-N-no es nada. Haz como que no lo has oído.

-No puedo hacer eso.

-Mejor me voy ya y…

-No, espera –Eli la sujetó del brazo para evitar que se alejara. –Si quieres puedes venir a mi casa y comer con mi familia. Tendría que pedirle permiso a mi padre pero no creo que le parezca mal.

-¿Qué? No, no, no. No podría. Además no nos conocemos de nada…

-Bueno, sería una buena forma de comenzar una amistad.

El rubor apareció en las mejillas de Eri y Nozomi tardó un instante en sobreponerse a las inesperadas palabras de la chica.

-Te lo agradezco de todo corazón pero no puedo.

La expresión de tristeza en la cara de Eri casi hizo ceder a la otra chica.

-Al menos… -la rubia rebuscó en la cesta en la que llevaba la compra y le ofreció una manzana de un verde intenso. –Acepta esto, por favor.

-De verdad que no es necesario… -Nozomi estaba apartando la mano de Eri cuando las dos oyeron el rugido del estómago de la más baja. Esta se puso roja hasta las orejas mientras veía como la otra intentaba aguantar la risa. Haciendo oídos sordos a las quejas, la rubia le colocó la manzana en la palma de la mano.

-Gracias. Um… no puedo pagártela pero…- La chica se agachó y recogió la única flor que había tenido la suerte de salvarse. –Toma. Creo que esta también es una buena forma de comenzar una amistad.

Le tendió un bonito lirio blanco y Eri lo aceptó con una sonrisa llena de ilusión.

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-¿Rin?

Hanayo se había despistado tan solo un segundo pero al darse la vuelta su amiga ya no estaba. Miró en todas las direcciones sin dar con ella. Ambas estaban dando un paseo cerca de casa como de costumbre. Vivían bajo el mismo techo desde hacía muchos años, la familia Koizumi había acogido a Rin tras la desafortunada muerte de sus padres dada la larga amistad que ambas familias habían tenido siempre. Su casa era una de las más grandes del lugar ya que los Koizumi, junto con los Nishikino, habían sido los fundadores del pueblo. Estaba situada a las afueras por lo que apenas había gente alrededor y podía disfrutarse de la vegetación y el paisaje. Hanayo caminó unos pasos intentando adivinar el paradero de su amiga hasta que oyó su voz.

-Veeen, bonito, bonitooo…

La chica siguió el sonido hasta que encontró a la dueña de la voz tras un arbusto intentando acariciar a un gato.

-Rin, no te encontraba…

-¡Te pillé!- Con un movimiento rápido la pelirroja se lanzó a por el gato y consiguió agarrarlo. -¡Kayochin, mira qué bonito es!- La joven lo levantó y se lo acercó a su amiga. El animal no paraba de revolverse e intentar arañar por lo que Hanayo retrocedió en cuanto Rin lo colocó demasiado cerca de su cara.

-Um… si…

Rin se sentó en el suelo y abrazó al gato, cosa a la que no parecía muy dispuesto el animal. Parecía que a la pelirroja no le importaban los arañazos mientras pudiese acariciar el pelaje pardo del felino y no perdió la sonrisa en ningún momento. Hanayo se sentó junto a su amiga y cuando el animal guardo sus garras se atrevió a acariciarlo también. Permanecieron unos minutos allí sentadas, el cielo estaba despejado y el sol invernal les proporcionaba un calor agradable. Las chicas acabaron sacando temas de conversación y estaban entretenidas cuando sin previo aviso el gato salió disparado. Sin embargo, en un segundo Rin estaba de nuevo en pie dispuesta a atraparlo otra vez.

-¡Rin, espera!- Hanayo vio cómo su amiga desaparecía a toda prisa entre los arbustos. –Se supone que íbamos a dar un paseo tranquilo…- Esto último lo dijo más bien para sí misma ya que se había vuelto a quedar sola.

Rin corría tan rápido que apenas tenía tiempo de esquivar los obstáculos que encontraba en su camino, ganándose algún que otro rasguño más. Llevaba la falda de su vestido recogida con una mano para que le estorbara lo mínimo posible. La joven siempre había sido bastante inquieta y no se llevaba bien con los vestidos voluminosos. Hanayo acababa muchas veces regañándola por estropearse la ropa, aunque nunca llegaba a enfadarse con ella por eso. En cambio sí lo hacía por no tener cuidado y hacerse daño. Cada vez había más y más arboles pero Rin estaba tan centrada en no perder de vista su objetivo que no se daba cuenta de que se estaba adentrando en el bosque que rodeaba el pueblo. No obstante, después de unos minutos zigzagueando entre los árboles, la vegetación fue interrumpida de forma repentina por un gran camino de tierra que Rin reconoció como el que llevaba hasta Salem. Se detuvo bruscamente cuando su mirada se clavó en la grotesca imagen que tenía delante y en un segundo se olvidó del gato y de todo lo demás. Colocados en un poste en el lado contrario del camino pendían un par de cuerpos sin vida. Ambos tenían una soga al cuello y tras días al sol desprendían un olor terrible. Estaban cubiertos de heridas abiertas que dejaban ver la carne en descomposición y reseca que algún ave carroñera había empezado a picar. Aquel era el castigo que las brujas recibían en Salem y eran colocados ahí como un aviso, no solo para los habitantes sino para los que pretendían traer el mal desde fuera. Cualquiera que quisiera entrar en el pueblo se veía obligado a mirar las consecuencias de traer la desgracia a este mundo. Cuando el pueblo descubría a una bruja enviaban su alma de vuelta al infierno utilizando los métodos más horribles imaginables. El aliento de Rin se quedó atascado en su garganta por unos segundos pero pronto reaccionó y se giró para volver con Hanayo y evitar que su amiga se encontrara también con aquel horror. Sin embargo ella se encontraba allí ya. Con los ojos fijos en ese espanto.

-Kayochin…- Intentó llamar la atención de la chica pero sin mucho resultado por lo que colocó sus manos en sus mejillas para obligarla a mirarla a ella. –Volvamos.

Las dos dieron la espalda a los cadáveres y volvieron al pueblo. Esta vez siguieron el camino de tierra en lugar de perderse de nuevo por el bosque y ambas en silencio mientras se daban la mano para sentirse mejor después del susto. Pasearon por las calles hasta llegar a la plaza central. Unos hombres estaban construyendo una estructura de madera bajo las órdenes del reverendo Ayase. Su figura vestida de negro de pies a cabeza era inconfundible. Su rostro curtido le hacía aparentar más edad de la que tenía y estaba marcado por una gran cicatriz que iba desde la frente hasta el labio pasando sobre su ojo derecho. Tenía algunas canas pero pasaban desapercibidas entre su cabello rubio platino. Su mirada azul tenia siempre un aire gélido y en ese momento juzgaba con gesto severo el trabajo de los carpinteros. Aquel hombre siempre les había infundido temor, en especial a Hanayo. Ambas se quedaron unos minutos observando y preguntándose de que nueva forma cruel moriría la próxima bruja.

-Esto está mal…- La voz de Hanayo era un susurro, no quería que nadie aparte de Rin la oyera. –Las brujas ni siquiera existen. Todas las cosas malas que les atribuyen son solo mala suerte, enfermedades, malas cosechas… Todo tiene una explicación lógica pero ellos prefieren hacer esto.- Señaló con un pequeño gesto el centro de la plaza donde se encontraba el patíbulo. –Se culpan unos a otros de sus desgracias y cometen todas estas atrocidades para desquitarse con alguien mientras se escudan en Dios para hacerlo.- Hablaba con tristeza pero también con miedo. –Se les ha ido de las manos y han perdido la razón totalmente.

Rin observaba el rostro de su amiga mientras la escuchaba con atención. Entendía que sintiera miedo. En cualquier momento alguien podía acusarlas de brujería inventándose cualquier cuento y ellas no tendrían muchas oportunidades de defenderse. Asustaba que se necesitase tan poco para condenar a alguien. Por suerte ellas estaban protegidas por el apellido Koizumi, pocos tendrían el valor de levantar un dedo acusador contra ellas. Otras personas en cambio, sobre todo los más pobres, no tenían recursos para su defensa y en muchos casos ni siquiera llegaba a haber un juicio. Pensando que aquella tarde habría sido mejor no salir de casa, Rin apretó con cariño la mano que aun sujetaba.

-¿Volvemos ya?

-Vale.


Con esta introducción os presento mi nueva historia. He decidido cortar aquí porque de momento solo quería mostrar a los personajes pero también porque en las siguientes escenas la historia comienza y las cosas se van a poner demasiado salvajes. En el próximo capítulo el rating pasara a ser M, aviso de antemano para corazones sensibles.

Mi inspiración para este fanfic es la serie de televisión Salem pero no hace falta que la hayáis visto para nada, ya que ella en si está basada en los juicios de brujas famosos que todos conocemos. Aunque sí os pediría que al menos hicierais una búsqueda rápida en google imágenes para haceros una idea de la estética de la serie, la ropa y el pueblo en general. Así os será mas fácil imaginar todo mientras vayáis leyendo. La frase en ingles que abre el capítulo esta sacada de la canción Cupid carries a gun de Marilyn Manson la cual se usa como intro para la serie de Salem.

Otra de las razones por las que quería subir esta pequeña parte al principio era porque quería conocer vuestras sospechas. ¿Quién creéis que es la bruja o brujas? Puede que lo sean todas, puede que ninguna… ¿Vosotros que pensáis?

Espero que este prólogo os haya causado buena impresión. No dudéis en dejar vuestra opinión, me animará a seguir con la historia. :D

¡Hasta la próxima!