Una empresa en peligro. Un corazón roto. Un matrimonio por conveniencia. ¿Qué podría salir mal? Edward creía que tenían todo a su favor. Bella estuvo de acuerdo. Las dudas estaban claras, las respuestas, no. ¿Amor por conveniencia? o ¿La conveniencia del amor?

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

LA CONVENIENCIA DEL AMOR

CAPÍTULO 1

El cielo se había teñido de distintos tonos violetas y morados.

El sol ya se había puesto y las antorchas habían sido encendidas alrededor del enorme jardín de la casa Cullen, en Bellevue.

Carlisle y Esme Cullen celebraban el trigésimo séptimo aniversario de su boda, y para ello habían organizado una fiesta a la que habían invitado a su familia y amigos.

Escapando de la multitud, Bella Swan buscaba un lugar donde esconderse, pero no parecía que lo fuera a encontrar en ese jardín atestado de gente.

Hubiera deseado poder desaparecer, para que nadie más se presentara ante ella para saludarla y dedicarle esas largas sonrisas compasivas que la gente solía utilizar con ella desde que Sam se había marchado hacía ya casi dos meses.

No importaba cuánto repitiera ella que estaba bien y que había sido una decisión consensuada tomada entre ambos. No importaba cuánto sonriera restándole importancia, ni cuántas veces riera con uno u otro invitado.

Nadie parecía creer que estuviera feliz, ni cuando menos conforme, con la forma en que se había visto roto su compromiso, con quien había sido su prometido por el último año y su novio durante ocho.

Sam Uley.

¿Qué sería de Sam Uley? se preguntó.

Quiso creer que no debía estar divirtiéndose ni pasándoselo bien, y que seguramente lamentaría no tenerla junto a él para besar sus labios y refugiarse en su cuerpo, pero por alguna razón, no acaba de creérselo.

Sam Uley, había sido un prometedor médico del Hospital Universitario de Seattle.

Bella le había conocido a los veinte años, cuando se había hecho un esguince de tobillo al caer de una forma tonta, en los escalones de la entrada de su casa.

En ese momento, Sam, de veinticinco, estaba haciendo la residencia en el Hospital y había coqueteado con ella desde que la había recibido hasta que la había enviado a casa con su tobillo vendado y su número de teléfono en el bolsillo.

Sam era el sueño de cualquier mujer. Con el cabello azabache y los ojos negros, la piel aceitunada y su cuerpo alto y musculoso, era increíblemente guapo, vestido con su bata blanca.

Además de inteligente y simpático, era extremadamente sexy. Y Bella cayó presa de su encanto, antes incluso de su primera cita.

No habían tardado en volverse inseparables. Y cuando Bella había acabado la universidad, graduándose como arquitecta, Sam le había dado un hermoso diamante y habían sellado su compromiso.

En ese momento sus respectivas carreras los absorbían y por ello habían retrasado la boda.

Bella no podía evitar pensar que todo habría sido diferente de no haberlo hecho.

Habían fijado la boda para el día diez de septiembre de ese año, pero el diez de marzo, seis meses antes de la boda, Sam se había presentado en su casa y había cancelado la boda.

Una semana después viajaba directo a Nigeria con un equipo de médicos sin fronteras.

Le había ofrecido a Bella que le acompañara, pero ella se había negado al no estar dispuesta a dejar su carrera y su puesto directivo en Cullen-Swan, la empresa constructora que su familia compartía con la de Carlisle Cullen.

La segunda opción de Sam fue pedirle que le esperase por los cuatro años que duraba su contrato, pero también le pareció demasiado y se negó a prometerlo.

Ella le planteó su opción, segura de que le convencería, pero Sam no quiso aceptar quedarse en la ciudad para formar una familia con ella y ser el mejor médico del hospital de la ciudad.

Así que Sam se había marchado y Bella se había quedado para explicarle a todo el mundo que su compromiso se había roto.

Y ahí estaba ahora, en la fiesta que los Cullen habían organizado en su jardín, para celebrar su aniversario, además de demostrarle al mundo que las familias Cullen y Swan seguían tan unidas como siempre lo habían estado.

Carlisle Cullen y Charlie Swan habían sido amigos desde el instituto. Juntos habían acudido a la universidad y al salir de allí con sus títulos de Ingeniero y Arquitecto respectivamente, era natural que se decidieran a fundar juntos una empresa constructora.

Llevaban trabajando juntos más de treinta años y siempre había sido una de las empresas más sólidas y reconocidas de la ciudad.

Pero ocho meses antes, la empresa había perdido la adjudicación de un proyecto para construir un importante complejo hotelero en la costa del pacífico, porque Charlie y Carlisle no habían logrado ponerse de acuerdo.

La discusión se había hecho pública y las repercusiones para la empresa habían sido desastrosas.

En ese momento, Edward, el hijo de Carlisle, que llevaba diez años viviendo en Londres, había regresado para ocuparse del departamento financiero de la empresa.

Edward había estudiado finanzas en la Universidad de Columbia y al acabar la carrera había marchado directamente a Inglaterra donde había cursado un doctorado en la Universidad de Oxford.

Su intención siempre había sido regresar a Seattle para trabajar en la empresa familiar, pero en Londres había conocido a Heidi Seear, una abogada alemana radicada en la ciudad. Se había enamorado de Heidi nada más verla y solo tres semanas después se había mudado con ella. Con Heidi había vivido durante ocho años, pero la constante presión laboral de ambos, había acabado desgastando la relación.

Sin mirar atrás, Edward había regresado a Seattle.

Desde entonces, ambas familias habían aunado todos sus esfuerzos para limpiar la imagen de la empresa y parecían estarlo logrando.

Esa fiesta en casa de los Cullen, con los Swan comportándose como grandes amigos, casi familia, era una de las últimas y tan necesarias estrategias para reforzar la confianza de los inversores.

Cullen-Swan tenía entre manos un importante proyecto urbanístico para el cual necesitaban conseguir financiación.

Sabían que ganarse la total confianza de los inversores era lo único que les faltaba, pero todos creían estar en el buen camino.

Bella vio a sus padres riendo divertidos con los Cullen, al otro lado del jardín, ante la mirada atenta de Aro Volturi. Quiso creer que Aro realmente confiaba en la solidez de la relación entre las familias, pero la mirada especulativa del hombre no se lo dejaba creer totalmente.

Finalmente encontró un banco de piedra que quedaba fuera de los círculos de luz que las decenas de antorchas formaban sobre el césped del jardín.

Con su copa de champagne Dom Perignon, se sentó a disfrutar de la suave música de la orquesta.

Allí la encontró Edward veinte minutos después.

—Hola, Bella —saludó rodeando el banco.

—Hola, Edward —le sonrió ella alzando la vista.

—¿Puedo sentarme?

—Como si fuera tu casa —aceptó ella sonriéndole.

—Gracias —sonrió él a su vez sentándose junto a la chica. —¿Qué haces aquí escondida?

Edward no podía alejar su mirada de la joven. Vestida con un espectacular vestido en degradé de tonos morados, y escote palabra de honor, su cabello recogido dejaba a la vista su largo y esbelto cuello.

Su rostro se veía sombrío aunque sus labios estuvieran curvados.

—Justamente eso. Esconderme. —reconoció ella, alejando la mirada de su amigo.

—¿Esconderte? ¿De quién? —inquirió volteándose a verla.

Bella suspiró profundamente antes de hablar.

—De todos —confesó —De todos los hipócritas, de los condescendientes, de los compasivos…

Le resultaba muy fácil hablar con Edward y aún no había logrado entender por qué.

Había conocido a Edward desde que había nacido, pero su relación no había sido especialmente estrecha. Ella era la mejor amiga de su hermana y con el tiempo, los mejores amigos de Edward habían acabado convirtiéndose en los maridos de sus amigas, pero con Edward viviendo en Londres y ellos viéndose solo eventualmente durante las visitas de él a su familia, nunca se habían hecho realmente cercanos.

Pero desde que Edward había regresado y, especialmente desde que Sam se había marchado, Bella y Edward se habían acercado bastante.

Alice, la hermana de Edward y mejor amiga de Bella durante toda su vida, había comenzado una relación con Jasper Whitlock, uno de los mejores amigos de su hermano al cumplir los dieciocho.

Gracias a Alice, Emmett había conocido a Rosalie y la atracción entre ellos había sido instantánea.

Ellos cinco, sumados a Sam habían formado un grupo de amigos realmente cercano.

Al volver Edward a vivir en Seattle, había sido natural unirse al grupo de sus mejores amigos, a los cuales pertenecían también su hermanita y la mejor amiga de aquella.

Cuando Sam se había marchado, Edward se había acercado mucho a Bella, con la intención de convertirse en alguien en quien la chica se pudiera apoyar.

Bella sabía que tenía allí un buen amigo aunque desconocía los profundos sentimientos que movían al joven.

Edward siempre había considerado a Bella como una chica preciosa, simpática e inteligente, pero no había sido sino hasta su regreso definitivo cuando la había visto como a una mujer.

Seguramente eso se debía a que en sus anteriores encuentros Edward siempre había tenido a Heidi, pero cuando había vuelto a ver a Bella, todo su cuerpo se había estremecido.

Entre ellos se había forjado una buena amistad, y cuando Sam se había ido, se había vuelto más profunda.

Edward la observó interrogante esperando que continuara hablando.

—…si alguien más se acerca para decirme cuánto lamenta que Sam me haya dejado a las puertas del altar, esta fiesta se convertirá en la matanza de Texas. —gruñó haciéndole sonreír.

—¿Tú cómo estás? —susurró estirando su mano para enredar su dedo en un mechón castaño que había escapado del recogido de ella y se rizaba sobre su hombro desnudo.

—Qué sé yo —suspiró —No termino de decidir si será más difícil o más fácil a medida que pase el tiempo y se acerque la fecha que teníamos reservada para la boda.

Edward le sonrió comprensivo.

Dio un trago a su copa mientras buscaba la mejor forma de plantearle la idea que se había estado formando en su cabeza los últimos días.

—¿Crees que los Volturi finalmente den su consentimiento? —preguntó Bella cambiando completamente de tema.

Edward dirigió su mirada hacia donde estaban los hermanos Volturi observando especulativos a sus padres.

—No debería ser difícil demostrar que nuestras familias siguen estando en tan buenas relaciones como lo han estado siempre y que no hay razón para preocuparse por la solidez de la empresa.

—No, no debería serlo —concordó Bella —espero que lo podamos lograr. Perder un nuevo proyecto de esta envergadura no nos haría nada bien.

Edward inspiró profundamente antes de hablar.

—He estado pensando mucho y se me ha ocurrido una idea con la que creo que solucionaríamos varias situaciones.

—¿Qué situaciones?

—Tanto la de generar la confianza en la fusión Cullen-Swan como, asimismo, mejorar tu situación respecto a todo esto de tu compromiso.

Bella se volteó a verle frunciendo el entrecejo confusa y curiosa.

—¿Una solución?

—Sí.

—¿Cuál es?

—Creo que deberíamos casarnos.


Bueno, al fin llegó el día de publicar una nueva historia.

Es una idea que tengo guardada desde hace años y por fin me he decidido a darle forma. Espero que os guste la idea y la historia y espero que nos estemos viendo por aquí los próximos meses.

Como siempre os recuerdo que en Facebook podéis acceder al grupo Las Sex Tensas de Kiki, en el cual encontraréis material de todos mis fics y de éste en particular, hay algunos pequeños adelantos y material sobre los protagonistas.

Esperando vuestros comentarios, me despido hasta al miércoles.

Besitos y nos leemos!