Los personajes de Crepúsculo pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.
Sinopsis.
Con tal de apartar un poco el drama familiar que todos fingen que no existe, Bella ocupa todo el tiempo posible de su día para no pensar en ello. Es fiel en creer acerca de la lucha contra la adversidad, y Edward es un claro ejemplo de lo opuesto, un chico que parece tener una constante tormenta sobre su cabeza.
Capítulo 1
La vida te concede deseos si te portas bien.
Si te portas mal como yo, no te concede una mierda.
Eso es lo que me repito en silencio mientras recojo la correspondencia del pavimento húmedo en plena calle. Ojos curiosos están puestos en mí pero trato de que eso no me afecte. No voy a ser la primera ni la última estúpida en resbalarse de la bicicleta cerca de un charco. No importa si me raspé las rodillas o que a mi codo se le haya incorporado un nuevo corazón; lo único que se me viene a la mente es el rostro rojo de ira del señor Newton si viera las cartas esparcidas por el suelo.
No puedo permitirme quedar mal con él puesto que es mi jefe y un dolor de cabeza constante.
Aun cuando su hijo es otro dolor de cabeza, el señor Newton tuvo la gentileza de ponerme a prueba en el trabajo luego de que le explicara lo complicado que ha sido conseguir uno por mi edad y la falta de experiencia.
Si bien, en dos semanas no es que obtenga grandes logros y caerme de la bicicleta con las cartas a medio entregar, no califican como algo por lo que debería sentirme orgullosa.
Consigo meter las cartas dentro del canasto en un suspiro, sentarme y comenzar a pedalear otra vez, alejando las miradas curiosas de todo el mundo. Ellos no tuvieron la simpatía de preguntarme si estaba bien o si me hice algún daño.
Dejo el correo en el buzón de los señores Mason y me apresuro con el resto. Es casi la hora del almuerzo cuando hago una parada en la tienda a comprar algo para comer. Todavía me quedan tres horas de turno y veinte cartas que entregar. Echo un vistazo de vez en cuando a la bicicleta, buscando una banca del parque a reorganizar el despacho. Hay una carta que llama mi atención; la dirección no pertenece a Forks. Me extraño de ese pequeño e importante detalle.
El señor Newton nunca mencionó despachar cartas fuera del pueblo.
La dirección proviene de Port Angeles, de eso estoy segura.
Le quito el envoltorio a mi snickers y con la mano desocupada alcanzo la carta que se me resbala de la mano, atrapándola para leer la parte de atrás. Al parecer, Elizabeth Masen está en graves problemas. Según entiendo en la parte inferior del sobre, es un llamado de atención previo a la notificación de embargo.
Pobre mujer.
Y no puedo evitar pensar que Elizabeth es un nombre muy bonito.
Así se llama mi hermana mayor.
Mi hermana que se fue de casa de un día para otro, dejando a mis padres preguntándose qué hicieron mal y a mí con un sentimiento de traición.
Ella es arrebatada y enamoradiza. No es de extrañar que haya dejado una carta diciendo que se fue con su actual novio, el cual nadie conoce, justificando sus 21 años y saber valerse por sí misma. Elizabeth y yo siempre hemos sido unidas, pero por algún motivo que no comprendo, no confió en mí para una decisión tan importante.
Como tampoco confió en mí para decirme que estaba embarazada.
Mamá no pudo digerir la noticia de inmediato en ese momento y desde entonces Elizabeth no se menciona en casa, ni siquiera hay fotografías de ella en la repisa.
De eso han pasado seis meses.
Meto la carta debajo de todas, terminando de comer y apartando el nudo en la boca del estómago.
Por lo general, nunca pienso en Elizabeth ni en lo mucho que la extraño. No es algo que me cueste admitir o avergüence, solo que de alguna manera, duele menos.
He visto como la gente acostumbra a esconder sus propias tragedias familiares adulando sus riquezas o sus éxitos y de esta manera tapar un poco la mierda que hay detrás.
Si soy sincera conmigo misma, diría que en parte hago lo mismo. La diferencia es que no adulo lo que tengo ni mis calificaciones en la escuela, la cuestión es que no lo hablo. Me he dado cuenta que no saco nada con echarme a morir, ya que eso no hará que mi hermana vuelva ni que mis padres dejen de actuar como si tuvieran una hija en vez de dos.
Mi celular suena camino a la oficina de correos y tengo que usar el manos libres.
Suspiro contra el casco una vez que veo de quién se trata.
Tan pronto como me pregunta cómo estoy y qué estoy haciendo, sé lo que se avecina.
—No me gusta que estés faltando a la escuela, Bella.
Mi tía Esme tiene dificultades para distinguir entre faltar a la escuela en absoluto a faltar las dos últimas horas de la jornada.
—No falté hoy, hice el examen de Álgebra —me excuso— Además, aunque no me creas estoy siendo responsable.
Puedo apostar mi culo a que está rodando los ojos.
—¿Por qué trabajas, en primer lugar?
Ella tiene tres razones por las que no necesito trabajar:
Primero, tengo 17 años.
Segundo, el trabajo me distrae de los estudios.
Tercero, me envía un poco de dinero todos los meses.
Yo no voy a explicarle por teléfono los motivos por los que decidí buscar un empleo. No voy a negar que es una forma de distraerme, pero no de los estudios y si le digo que es para tratar de no pensar en Elizabeth, ella se va a preocupar y hablará con mis padres.
Las primeras semanas posteriores a la huida de mi hermana, me la pasaba arrastrando los pies por la escuela en silencio, comer junto a papá y mamá en silencio, salir viernes y sábado por la noche sin excepciones con Alice o Bree. Si no podía una, buscaba a la otra. Estaba pasando un mal momento emocional y nadie parecía interesarle o siquiera creer que fuese algo grave para buscar ayuda; ellos llegaron a la conclusión de que era algún tipo de rebeldía adolescente. Esme intuía mi estado de ánimo por la voz, pero por más que insistió en que me mudara con ella, no quise.
Alice, por ejemplo, es una buena compañía si estoy triste. Ella tiene la capacidad de decir algo indefenso que al final termina sonando chistoso, entonces me rio entre lágrimas, sollozando y carcajeándome.
Es la única que puede lograr eso.
Y es mi amiga desde hace dos años, una vez llegó el primer día de escuela.
Bree, en cambio, es de las que te contiene en silencio; es fenomenal cuando no quiero que me hablen.
A diferencia de Alice, Bree ha estado en Forks desde siempre, como yo.
Cuando Jasper llegó a vivir con nosotros, comencé a sentirme menos sola. Él es el ahijado de mi madre y ha estado en casa desde hace un par de semanas para terminar la escuela.
—Me gusta saber que puedo valerme por mí misma en algunas cosas, Esme —explico, gran parte verídico— ¿tiene algo de malo eso?
Hay un breve silencio.
—No, para nada —responde finalmente. Enlazo la bicicleta en la entrada del correo, corriendo escaleras arriba— Bella, ¿por qué no lo piensas mejor? Arizona no es tan malo como crees…
—No —respondo de inmediato— Hemos discutido ese tema un millón de veces. Solo resígnate.
Suspira.
—Entonces, procura no faltar a la escuela porque si me entero que vuelves a hacerlo con frecuencia, tendré que decírselo a Renee.
Esme es la hermana menor de mi madre. Vive en Arizona desde hace dos años, luego de que la abuela Marie muriera y les heredara a ambas el puesto de antigüedades que con esfuerzo sacó adelante estando joven. Mi madre no estaba interesada en hacerse cargo de un local, menos cuando papá tiene un trabajo fijo en Forks y su vida sea resumida a las clases de baile, Esme decidió hacerse cargo por las dos; divorciada y sin tener ninguna obligación, así tiene un dinero extra.
—Al menos ten un poco de confianza en mí.
—La tengo, Bella —susurra— La tengo.
Dándonos una concisa despedida, llego hasta Lauren, la secretaria del señor Newton. Deposito la carta sobre el mesón y ella eleva los ojos claros hacia mí, ladeando la cabeza.
Tengo una envidia sana de sus ojos. Estos son tan expresivos que tengo la sensación de que puedo conversar con ella sin que mueva los labios. Los míos también fueron expresivos y aun cuando la gente diga que los ojos marrones son apagados y feos, los míos no eran así.
Ellos no saben nada.
—¿Algún problema con los postales?
—Sí —digo apenas lo pregunta— Creo que una carta llegó a mis manos por equivocación —recibe el papel que le tiendo— La dirección es de Port Ángeles y el señor Newton jamás mencionó que…
—Querida, no hay ninguna equivocación.
—¿Cómo…? Pero… pensé que en Port Ángeles tenían su propio servicio de correos.
—Por supuesto que la tienen, cariño —se ríe— Ellos están reconstruyendo el lugar y lo más probable es que lo tengan habitable en Enero. Por lo pronto nosotros estamos a cargo de los envíos. Y sobre lo otro, el señor Newton nunca advertiría a los nuevos sobre llevar la correspondencia fuera del pueblo. Ya sabes, muchos holgazanes no quieren hacer un viaje en bici o en moto hasta Port Ángeles.
Un poco decepcionada, recibo de vuelta la carta con la sonrisa amorosa de Lauren. Dando un último suspiro, salgo de la oficina a toda prisa.
No es como si fuese la primera vez que viajo a Port Angeles, sin embargo, nunca he ido en bici. Y de cierta forma me da un poco de pereza.
Presiono la cuerda del casco contra la parte baja de mi barbilla y comienzo a andar. Forks desaparece en menos de diez minutos y mis ojos están cristalinos por el frío. Llevo guantes de algodón en mis manos, por lo que no tengo problemas con que vayan a secarse o algo así.
Las nubes esponjosas del cielo se oscurecen; pedaleo más fuerte en la orilla de la carretera, apresurándome para no pescar una tormenta.
Obviamente el trayecto en bici es mucho más arduo y cansador que si lo hubiese hecho en moto o auto. Tengo la impresión de que mi trasero va a terminar con la forma del asiento en cuanto vuelva a casa.
Apenas noto como Port Angeles se alza, suspiro aliviada. Haciendo una parada en el semáforo, acomodo la carta con la dirección, leyéndola otra vez para cerciorarme de que no paso de largo.
Abro paso al interior de una calzada muy diferente a la calle en la que vivo. Aquí parece que todos se toman el tiempo de podar el jardín delantero con flores de todos los colores. Pese a que está empezando a lloviznar, el olor de la lluvia hace una fusión increíble con el césped verdoso. Esto es igual que una pradera, y eso que las casas no son diferentes a las de Forks.
Las gotas de lluvia golpean en silencio mi casco y me detengo frente a la casa de tablitas blancas, dejando con cuidado la bici en el suelo. Reviso a mi alrededor un poco confusa, percatándome que es la única casa sin… buzón.
Berreo en protesta, desatando la cuerda del casco. No hay timbre en ninguna parte y me atrevo a empujar la puerta sin llamar primero. Mientras lo hago, me pregunto si tendrán algún perro salvaje escondido el cual termine mordiéndome. El camino hacia la puerta principal está adornado con simpáticos y pequeños trineos con luces de colores navideños.
Atónita, recuerdo que Navidad es en unas semanas.
Justo cuando estoy perdida en mis pensamientos, dándome cuenta de lo extraño que será esta Navidad para mi familia, el chirrido de la puerta abrirse hace que dé un brinco.
—¡No te preocupes tanto, entonces! —una voz grita— Como si te diera motivos para hacerlo.
Una mujer de mediana edad, tira la puerta hacia atrás para impedir que se cierre.
—¡¿Y crees que no lo haría si no me dieras motivos!? ¿A dónde vas? —pregunta exasperada— ¡Edward, regresa aquí!
No soy consciente de que me he quedado inmóvil en medio del pasillo. Sin darme tiempo a nada, él se queda frente a mí con los ojos tan desorbitados que por un momento siento miedo.
—¡Quítate! —alza aún más la voz. Me echo hacia atrás pasmada. En vez de hacerle un espacio, termino tambaleándome y recuperando el equilibrio al tiempo que pasa casi rozando mi brazo— Podrías fijarte por donde caminas ya que tus pies son bastante torpes ¿no te parece?
Una vez que levanto la cabeza molesta por su agresividad, esperando encontrar una reacción de arrepentimiento, todo lo que obtengo a continuación es su rostro rojo de ira. Lo veo irse hecho una furia, desapareciendo por la calle fría y ahora oscura por las nubes, de la calzada.
La sangre se me sube a la cabeza. Logro decir algo que no sirve de nada, puesto que se ha ido hace mucho.
—¡Majadero! —mis pulmones se agitan— Pero qué idio-
—Disculpa a mi hijo, por favor —una suave voz me habla desde atrás. Noto a mis mejillas ruborizarse de inmediato por la vergüenza. No había recordado que ella seguía allí. Doy una vuelta hacia su dirección, chasqueando la lengua— No suele ser así, lo siento.
Por un segundo sus ojos se me hacen familiares.
—No, yo… lo siento —ofrezco, arrugando la carta— Oh, esto es para usted. No hay buzón en la entrada, por eso entré sin llamar.
La recibe con una sonrisa tímida.
—No te preocupes —observo como su rostro se aflige— Gracias por traerla. ¿Eres nueva en el correo? Siempre ha venido un chico a traer la correspondencia.
Todavía pienso que he visto su cara en alguna parte, o incluso su voz se me hace extraña.
—Sí —contesto tardía— Disculpe si la hoja está algo… marrón. Tuve un pequeño incidente —no pienso ahondar en el tema— Creo que… es hora de que me vaya. No quiero que me pille la tormenta de camino.
Sus ojos se abren sorprendidos.
—Tienes razón. —mira hacia el cielo— Date prisa, muchacha. La noche es peligrosa. —me despide con un guiño en la puerta de su casa, señalando en agradecimiento la carta y desapareciendo poco después.
Me aseguro de tener bien puesto el casco antes de agarrar la bici del suelo. Justo cuando voy a comenzar a irme, tranquila de que voy a descansar a casa, diviso por el rabillo del ojo algo rojo sobre el césped húmedo; una gorra roja destartalada y sucia, con la visera un tanto rasgada en las orillas. La agito en el aire para quitarle el poco exceso de agua.
No tengo que preguntarme a quién pertenece, ya que recuerdo muy bien el rostro iracundo de señor amargadín justo después de que me dijera que soy torpe.
Torpe tus pelotas.
Puedo dejar la bici de nuevo en el suelo y tocar la puerta para entregársela a la mujer o dejarla tirada como un traste viejo en el suelo ¿por qué iba yo a ser tan considerada con cierto sujeto poco cuidadoso? En vez de hacer cualquiera de las dos cosas, para mi sorpresa, meto la gorra en la canasta, marchándome sin estar segura de la razón por la que me estoy llevando algo que no es mío.
Mi gata estaría feliz de jugar con ella o podría desquitarme con la gorra por el coraje que tengo. Nunca un hombre me había gritado en mi vida.
Quejándome para mí misma por reaccionar como una tonta y sobresaltada por el trueno que acaba de rugir en el cielo, acelero el pedaleo con el viento golpeándome el rostro, mirando de vez en cuando al objeto dentro de la canastilla.
No puedo evitar susurrar, todavía molesta:
Mil veces majadero.
¡Holaa! Vengo con una nueva historia, espero de verdad que les guste.
La historia es de drama, así que si no les gusta mucho, les aconsejo que no lean. Creo que era necesario explicarlo, y además, voy a tratar de que sea tan dramático como romántico, que esté equitativo.
No soy seguidora de finales tristes, con eso les digo todo. Y tengo pensado más o menos unos 20 a 25 capis, eso va dependiendo.
Edward tiene 20 y Bella (como se menciona) 17.
Cualquier duda que tengan me la hacen saber y por supuesto, que me cuenten que les pareció este primer capi.
Como es el principio voy a actualizar dos veces por semana (lunes y jueves) pero sino, una vez cada vez.
Hasta el próximo!
