¡Saludos a todos!

Aquí presento mi nuevo fic, con Kanon al frente, y con personajes del Inframundo, basándome más en la relación entre ellos que mostró Shiori Teshirogi en vez de la expuesta por Kurumada, y tomando como referencia las edades que Shiori otorgó a sus espectros.

Ya lo sabéis, ningún personaje me pertenece. Todos son creación de Kurumada.

Espero que disfrutéis de esta nueva historia, y espero vuestros comentarios, siempre tan nutritivos y bienvenidos :)

Me he tomado la libertad de usar como título una canción de Sonata Arctica (para variar :P)


~THE DEAD SKIN~

"It's me I hate, not you at all
I am my own medicine,
Turned into a poison..."

#Inundación#

Agua...

Sal...

Sangre...

Deshonor...

Toneladas de agua salada amenazando con barrer todo un Santuario submarino que nunca debió emerger.

Los pilares que sustentaban los siete mares habían sido derribados uno tras otro, convirtiendo sus ruinas en la caricatura de su propia traición. Una traición que se había revelado contra él mismo, como así lo evidenciaba el tridente del dios Poseidón clavado en su propio pecho.

Las gotas de sangre que traspasaban las agrietadas escamas marinas que aún cubrían su cuerpo se derramaban sobre la creciente marea, mezclándose con ella hasta diluirse por completo, reduciendo a nada su largamente alimentada ambición.

Trece años había pasado esperando el momento. Su momento.

Trece largos años de paciencia y maquinación, de lejana observación de un mundo que debería haber sido también suyo, y que le repudió. Trece años hilvanando los retales de su conjura, comandando un ejército de marinas que le seguía con fe ciega en aras de la lealtad al dios Poseidón. Una lealtad disimulada bajo los destellos anaranjados y dorados de una armadura que él mismo se adjudicó. Una lealtad que debía ser defendida frente a una amenaza que en realidad nunca existió. No más allá de los confines de su propia manipulación.

Trece años anhelando el segundo en el que su poder y valía fueran reconocidos, y que lo fueran frente a esa diosa que no había hecho nada para ofrecerle el mínimo respeto que cualquier mortal debería ser digno de merecer.

Tantos años esperando su oportunidad de brillar, de reivindicar su poder, de hacer oír su propia voz...tantos años, destruidos en unas pocas horas dónde no solo perdió el honor de caballero que alguna vez hubiera podido ostentar, sino donde además, probó el sabor amargo de su propio veneno. Un veneno que se volvió nocivo incluso para él, debilitándole el espíritu frente a un caballero que no tenía más edad de la que vivía él mismo cuando el mar empezó a tragarse su cuerpo, su alma, y la poca bondad que ésta alguna vez hubiera podido conocer.

No fue el persistente recuerdo de su hermano, que aún después de fallecido seguía visitándole cada vez que cerraba los ojos, el que acabó con su aplomo y fingida dignidad.

No fue un nimio destello de sobria lucidez el que le arrebató el orgullo y el poder.

No fue el resultado de la batalla que nunca libró el que le arrebató las mentiras que hasta él mismo se creyó.

Fueron las simples palabras de un muchacho que defendía un verdadero honor las que le abrieron el alma en canal. Las palabras que revelaron el porqué de su existencia en un mundo en el que debería haber perecido si no eran los dioses que decidían lo contrario.

Tuvo que ser la voz de un inmortal Ave Fénix el que le desvelara que su vida no la debía al dios de los océanos que fingía defender, sino a la diosa de la justícia que durante años había planeado aniquilar.

No le derrotó ninguna herida asestada mortalmente en algún punto vital. No le derrotó el derroche excesivo de su cosmos en una guerra de incierto final...

Le derrotó la indiferencia. La hiriente indolencia mostrada hacia a quién nadie pensaba tener en cuenta. Una vez más.

La indiferencia...siempre la indiferencia...la de Saga...la del Santuario...la de sus propios compañeros de armas...la de los rivales...la de Poseidón...la condenada indiferencia de todo el mundo menos la de ella. La diosa que había planeado matar junto a su hermano o sin él para hacerle pagar su desequilibrada compasión. La diosa de la tierra, la justícia y el amor...Athena...la maldita y odiada Athena había sido la única en estar a su lado cuando las fuerzas le flaqueaban en Cabo Sunion y el agua amenazaba con inundar sus pulmones sin vacilar. Athena le había ofrecido su cosmos divino cuando sus propias fuerzas se ahogaban en las profundidades del mar...y él no lo había sabido ver. Su sed de venganza y traición le habían empujado a ardir un trabajado plan para acabar con aquella que empezó siendo un pequeño capricho a desafiar, y que acabó recibiendo la furia de un dios con el que no tenía lugar batallar.

Y allí había quedado él, vapuleado...solo...ignorado...carcomido de dudas y algo más que nunca antes había sentido, y que temía ser incapaz de descifrar. Un profundo y lacerante sentimiento de arrepentimiento y una urgida necesidad de ser perdonado...Unas últimas palabras de arrepentimiento dirigidas entre sollozos a aquella que le devolvía la mirada con ternura y afecto. Unas palabras que desesperadamente clamaban la redención, y que nadie parecía creer...siendo demasiado tarde para poderlas creer...

Su plan parecía hacer una eternidad que se había quebrado, junto con todos y cada uno de los pilares que habían ido cayendo a su alrededor, desatando en sus dominios la amenaza de las inundaciones que ya engullían ciudades enteras y que se alimentaban de sus almas inocentes sacrificadas en aras de su triunfo. ¿Pero qué triunfo? ¿Desde cuando se suponía que el triunfo se recompensaba con la infinita soledad que nunca le había abandonado? ¿Qué triunfo merecía él, que no había visto más allá de sus propios demonios y ambición? ¿Tan negra había tenido el alma siempre? ¿Tan oscura como la sangre que se secaba sobre las escamas que tampoco le legitimaban como honrado caballero? ¿Acaso Saga había albergado siempre la razón? ¿Pese a sus dudas y dualidad? ¿Pese a la maldad que él mismo se apresuró en sembrar, y que pacientemente, en las profundidades salinas de su nuevo hogar, se deleitó en admirar?

Quizás no había perdón posible para él. Quizás su piel estaba tan muerta como su posiblidad de redención. Quizás lo único correcto que debía hacer era dejar que el creciente nivel de las desatadas aguas acabara con él como lo hubieran debido hacer trece años atrás.

Quizás entregándose al mar, uniéndose a miles de almas a las que les había adelantado el inevitable final, su nombre podría ser purificado de alguna manera...Quizás...

Una nueva oleada alejó el tridente que hasta ese momento yacía a sus pies. Otra oleada más y el agua ya le llegaba a las frágiles rodillas, que no pudieron soportar más el peso de su propia vileza, rindiéndose hasta tocar el inundado suelo.

Agua, agua y más agua...

Y la proximidad de su muerte saludándole desde las entrañas de su amado azul...

El corazón le latía con más debilidad a cada segundo arrebatado a su indiferente final. Las gotas de sangre derramadas en la inmensidad de las aguas parecían insignificantes, pero poco a poco le iban robando las pocas fuerzas que aún le permitían seguir respirando. ¿Pero hasta cuando? ¿Sentiría realmente la llegada de la muerte o caería inconsciente antes de poder ser espectador privilegiado de su merecido destino?

Que fuera lo segundo...en silencio rogaba ya no sabía a quién que fuero lo segundo...Ya no le importaba mostrarse débil y asustado. Tampoco quedaba nadie que pudiera ser testigo de su recién descubierto temor.

Nadie.

O éso creía él...

La inundación era cada vez más creciente, más virulenta, y pronto las aguas le cubrieron por completo. Sin encontrar resistencia. Sin sentir en sus torbellinos nada que se opusiera a su voluntad.

Kanon se dejó engullir dócilmente, como tendría que haber hecho años atrás, cerrando los ojos e incoscientemente aguantándose una respiración que le alargaría la agonía unos pocos segundos más. Viendo en sus últimos recuerdos a Saga...a su hermano...a aquél con el que tantas cosas habían compartido hasta que en su vida apareció la única cosa que no podían compartir. Hasta que la armadura dorada del Caballero de Géminis eligió a Saga por encima de él.

Hasta que el oro les separó. Y les corrompió.

Pero ya estaba...ahora ya no había nada que temer. Sólo esperar. Esperar que el agua ahogara sus pulmones, y entonces, definitivamente podría dejarse ir. Viajar a otro mundo, a otros dominios dónde la muerte es el único billete de entrada, y dónde muy pocos privilegiados pueden pasearse burlando a la voluntad de la parca. Y al fin, encontrarse con Saga. Y verle reir. Abiertamente...con ganas. Ver a su hermano reirse a carcajadas por su denigrante final, no muy distinto al que él mismo tantas veces menospreció. Y tener que agachar la cabeza frente a él y otorgarle la razón. Como siempre.

La respiración se había detenido. Los sentidos cada vez estaban más mermados. Los oídos ya no filtraban ningún tipo de sonido, y en su mente sólo reinaba la densa oscuridad, acompañada de un silencio ensordecedor.

Y entonces se dejó ir...se dejó envenenar por su amado mar, en su más absoluta y buscada soledad.

Pero Kanon no estaba solo.

No lo había estado en todo el transcurso de la batalla en los dominios de Poseidón.

Un par de ojos no habían perdido detalle de los hechos desecadenados en los dominios de un dios. De otro dios distinto al que ellos defendían.

Allí, bajo las aguas, nadie había conseguido reparar en la oscura presencia que todo lo estudió. Esperando...aguardando el desenlace final. Expectante de unos hechos que decantarían la balanza de la próxima guerra a librar, hacia la luminosidad de la tierra o hacia las profundidades del mar.

Y la balanza se había ladeado del bando de Athena...siempre Athena...

Athena y su justícia serían de nuevo, después de más de doscientos años, los enemigos a derrotar.

Ya no había nada más que hacer allí. En los senderos del Averno esperaban el reporte de su observación, y no había tiempo que perder. Pero algo le impedía marcharse. Y ése algo era un humano. Perdido. Confundido. Traidor...

Un humano que no había dudado en traicionar a quién hiciera falta en pos de su ambición. Un humano que aún podía tener algo que ofrecer al mejor postor.

No perdía nada en intentarlo. Sólo necesitaba hacerse con el inconsciente cuerpo que se mecía en las aguas y usarlo para el provecho de la nueva Guerra Santa que estaba por venir.

La extraña y oscura presencia no se lo pensó más. Con una velocidad sobrenatural se zambulló en las revueltas aguas en busca de aquél que se había erigido traidor una vez, y que no tenía porqué no hacerlo otra más. Unas fuertes y masculinas manos cubiertas de oscuro metal se hicieron con el inerte cuerpo de Kanon, emergiéndolo de nuevo a la superficie.

- Oye tú...- Dijo una profunda voz.- Tú aún no puedes morir...todavía puedes resultar de utilidad...

En un instante las aguas desaparecieron de su alrededor, quedando sustituidas por la presencia de unas frías parades con olor a humedad, a putrefacción...a muerte.

Unos abrumadores muros que pertenecían a los dominios de otro dios. Más poderoso. Más temible que Poseidón.

Kanon había llegado con vida a un reino dedicado a los muertos. Burlando sus leyes y con la ignorancia que al despertar, la traición le volvería a tentar.

#Continuará#