Observo la cara sorprendida del Istar, intentando por todos los medios no partirme de risa con su expresión asombrada. El mago parpadea, sin acabar de encajar el hecho de que haya aparecido de repente. Me llevo la mano a la boca, ahogando la carcajada que lucha por escapar de mi garganta.

Jamás había visto a Gandalf el Gris, tan sorprendido. A parte del careto que se le ha quedado, el hecho de ser yo quien lo ha sorprendido hace que me sienta especialmente orgullosa de mi misma. Aunque estoy empezando a preocuparme. Entiendo que pueda quedarse algo sorprendido por mi aparición, pero ya debería haber reaccionado, ¿no?

- Gandalf, ¿estás bien?

A pesar de que intento llamar su atención, no reacciona. ¿Pero que narices le pasa? Mientras yo estoy preocupada por el mago, los enanos se nos han acercado, y uno de ellos pregunta:

- Gandalf, ¿le conoces?

Su voz es profunda y grave, y sino fuera porque estoy preocupada por el mago, esa voz hubiera conseguido que se me cayeran las bragas. Miro de reojo al enano, gesto que pasa desapercibido gracias a la capucha. Es alto, para ser un enano, pero le sigo sacando cabeza y media. Su pelo negro y ondulado le llega por debajo de los hombros. Al mirarlo desde arriba, veo perfectamente que le están apareciendo las primeras canas. Cuando estoy a punto de volver la vista hacia el mago, el enano levanta la mirada, y clava sus ojos en los míos. Reprimo un escalofrío, y le devuelvo la mirada, aunque dudo que lo note. Bendita capucha.

Sus ojos son azules, de un azul claro. Se lo reconozco, tiene unos ojos preciosos. Su mirada es firme, decidida y autoritaria. Este enano desprende autoridad por todos los poros de su piel. Él se vuelve a girar hacia el mago, que sigue mirándome. El enano vuelve a preguntar.

- Gandalf, ¿conoces a este hombre?

¡¿CÓMO?!

¿De que va el enano? Acaba de mandar a la mierda la buena impresión que me ha dado en un principio. Otro machista. Supongo que ya debería haber me acostumbrado a que me confundan con un hombre (no es la primera vez que me pasa), ya que como la capa oculta mis formas femeninas, me suelen confundir. ¿Qué pasa, que por llevar pantalones y armas ya tengo que ser un tío? Bueno, la verdad es que sí, pero no llevo bien este tema. Me giro hacia él, dispuesta a soltarle cuatro frescas al enano, pero un aullido de huargo se oye en la lejanía, haciendo reaccionar a Gandalf, que parpadea y se gira hacia el sonido. Mientras, yo me pongo rígida: ese aullido no es de Negrura. Gandalf se vuelve a girar hacia mi y hace amago de decir algo, pero ahora la que no puede hablar soy yo. Negrura debe de estar a punto de entrar en escena, y paso de que los enanos intenten matarla. Levanto un dedo, diciéndole al mago que se espere, me doy la vuelta y desaparezco entre los árboles, mientras oigo como los enanos empiezan a discutir entre ellos.

Efectivamente, Negrura estaba a punto de irrumpir en el pequeño claro, pero antes de que lo haga, la agarro por el cuello y la arrastro tras de mí. Tengo que averiguar cuantos huargos y orcos se nos acercan. Los huargos nunca viajan solos. Me subo a una roca que queda justo detrás de los enanos, y Negrura me sigue. Como se den la vuelta, nos pillan, y encima me la estoy jugando por nada, por que los árboles me tapan la vista. Le doy un golpe a Negrura, y ella salta, en dirección a los orcos y huargos, dispuesta a entretenerlos un poco. Por favor, Eru, si estas ahí, que no le pasa nada a mi loba. Oigo gritos por parte de los enanos y me giro hacia ellos. Sorprendida, veo como dos huargos han aparecido, y les están atacando. Se deshacen de uno sin demasiadas complicaciones, pero el otro esta dando más guerra: ha pillado a un enano debajo de él, intentando morderle. El enano solo puede mantener las manos en su cuello, haciendo fuerza para evitar que los dientes del huargo alcancen su cara, y lo único que puedo entrever de él, es que es fuerte (mantener a un huargo sujeto de esa manera no es moco de pavo), y que es rubio. ¿Un enano rubio? Vaya, esto sí que es raro. Con un solo movimiento, saco arco y flecha, y antes de que los demás enanos lleguen a ayudarle, yo ya le he clavado una flecha en el costado al huargo. No me gusta matar huargos, pero hay ocasiones en las que no me queda otra opción. Como ahora. Gracias a mi flecha, el huargo le da un respiro al enano, y este lo aprovecha para quitarse al lobo de encima y clavarle un cuchillo en el cuello. Al mirar el cadáver, el enano repara en la flecha, se vuelve hacia los demás, y dice:

- Gracias Kili- el susodicho, un enano joven de cabellos morenos con un arco a la espalda (¿un enano arquero? De verdad, menudo par), le responde.

- Yo no he sido, Fili.

El rubio lo mira, dándose cuenta del detalle de que el arco está guardado en su espalda, y frunce el ceño. El rubiales es mono, lo reconozco. Estoy a punto de llamar su atención, pero entonces otro huargo aparece entre los árboles, y se lanza hacia los enanos. Antes de que ninguno reaccione, me he cargado al huargo de un flechazo. Al advertir la dirección de la flecha, todos se giran hacia mí. Por sus caras, supongo que no se esperaban mi aparición. Me bajo de la roca de un salto, a la vez que me guardo el arco, y me adentro sin pensármelo en la cueva de los trolls. Tengo que ver si mi arma está aquí dentro, y no creo que Negrura pueda entretenerlos mucho más. Si ya han llegado tres huargos, el resto estará al caer. Rebusco por toda la cueva, ignorando el olor nauseabundo que me está obligando a respirar por la boca. Venga, venga... tiene que estar aquí. ¡Maldita sea, no la encuentro! Resentida, miro a mi alrededor, no me pienso ir de aquí sin llevarme algo. Reparo en varias espadas élficas, y me acerco. Ya tengo una espada, pero si no hay nada mejor me pillo otra fijo. Entonces reparo en una caja, bastante sencilla pero de indudable estilo élfico. La abro, y me encuentro con una colección de cinco dagas, cada una más hermosa que la anterior. Son absolutamente preciosas, pero a la vez simples. Y me encantan.

Sin dudarlo, arramblo con ellas: dos de ellas son tan largas como mi antebrazo, y me las meto en el carcaj. Otras dos, un poco más pequeñas, llevan un cinturón incorporado junto con las vainas. Como ya tengo un cinturón, me lo ajusto bajo el pecho, dejando las empuñaduras hacia fuera, y luego las cubro con la capa. ¿Qué hago con la quinta? Es la más pequeña, pero también la más... recargada, ya que tiene un diamante con forma de estrella en la empuñadura. Aggg, ¿dónde demonios me la guardo? Oigo otro aullido, se me acaba el tiempo. Miro al suelo, desesperada, rezando por que se me ocurra algo... y me encuentro con el canalillo que se forma entre mis pechos. Sonrío, y me planto la pequeña daga entre las tetas. Esto sí que es un buen escondite para un arma.

Para cuando salgo de la cueva, los enanos están nerviosos, y Radagast esta diciendo algo de distraer a los huargos. Gandalf le dice algo de que lo cogeran, pero Radagast pasa de su cara y se pira montado en un trineo tirado por... espera un momento. Eso son... ¿conejos? Este mago está fatal de la azotea. ¿Qué se habrá fumado? Radagast sale disparado en su trineo. Joder, pues sí que corren los conejitos. Gandalf repara entonces en mi presencia, y se me acerca. Yo avanzo unos pasos, parece que por fin ha reaccionado... pero Gandalf desenvaina su espada y me la planta en el pecho. Vale ahora sí: ¡¿QUÉ COJONES ESTÁ PASANDO AQUÍ?! ¡¿Es que Radagast le ha dado se lo que sea que se fume a Gandalf?! Lo miro, ceñuda, ¿qué mosca te ha picado, Gandalf? Abro la boca, pero él se adelanta:

- Morirás por haberte atrevido a intentar suplantarla - vale, estoy fli-pan-do. ¿Suplantando? Al ver que no respondo, Gandalf añade-. ¿No tienes nada que decir?

Pues aparte de que estás como una puta cabra, no mucho la verdad. Lo miro, no entiendo a que narices viene todo esto. Estoy sinceramente preocupada por él, parece que hubiera visto un fantasma. También estoy cabreada (y un huevo), pero eso mejor lo dejamos para luego. Oigo como los primeros huargos se nos acercan, y luego sus quejidos porque Negrura les acaba de morder en el cuello. Eso es, aguanta un poco más, pequeña. Parece que el truco de Radagast de despistarlos no ha funcionado del todo bien. Miro a Gandalf, me llevo las manos a la capucha y me la bajo, mientras digo:

- Gandalf... ¿qué ocurre?-oigo las exclamaciones de los enanos cuando oyen mi voz y me bajo la capucha, dejando al descubierto mi condición femenina. No les hago caso.

- Dioses, estás viva, Nalirë...

Pues claro que estoy viva, ¿a que viene eso? Pero antes de que pueda pronunciar palabra, el mago deja caer su espada al suelo y me abraza. Confundida, le devuelvo el abrazo, mientras que miro extrañada a los enanos. Bueno, a los que puedo ver, que desde este ángulo solo son tres. Los miro, extrañada, y ellos me devuelven la misma mirada. Bueno, al menos no soy la única que no tiene ni zorra de que le pasa al Istar. Pero el bonito abrazo entre ambos se acaba cuando un huargo (con su respectivo orco a la espalda), entran en escena. Gandalf me suelta, y dado que no hay tiempo para sacar el arco, estreno mis nuevas dagas. Agarro las dos que tengo bajo el pecho y las lanzo. Cada una a cada sien del orco, que cae desplomado al suelo. Sin embargo, el huargo sigue avanzando. Agarro uno de los cuchillos arrojadizas de mi bota y me planto frente a el animal en un santiamén. Lanza una dentellada hacia mi cara, pero yo la esquivo, y le lanzo un tajo al cuello. El lobo se desangra con rapidez, y yo me vuelvo hacia los demás que, excepto Gandalf, tienen los ojos como platos y la mandíbula en el suelo. Me guardo el cuchillo en la bota y recojo mis últimas adquisiciones, devolviendo las dagas a su lugar en el cinturón.

- ¿Pero como has...?

Levanto la cabeza, ha hablado el enano - arquero, que tiene una cara que es un poema. A su lado está el rubiales. Echo un vistazo rápido al grupo: no hay duda de que estos dos son los más guapos del grupo. Exceptuando quizá al enano machista que se pensó que yo era un tío. Envalentonada por sus caras de sorpresa y por el hecho de que los dos enanos monos no me quitan la vista de encima saco a relucir mi mejor sonrisa provocativa y mirándolos solo a ellos, digo:

- A pesar de las diversas opiniones, mujeres y armas pueden ir juntas.

Veo como los dos enanos tragan saliva, y a juzgar por la mirada que me echan, no creo que haya sido por el huargo y el orco que me acabo de cargar. La sonrisa se me borra de la cara cuando oigo a los demás lobos. Están cada vez más cerca. Oigo a Gandalf decir que no podemos salir de aquí, así que intentado olvidarme al menos un momento de mi loba, que no tengo ni idea de donde está, me giro hacia ellos.

- Si que hay una forma de salir de aquí. La idea de Radagast no era tan mala.

- ¿A qué te refieres, Nalirë?

- Lo sabes perfectamente, Gandalf.

El mago frunce el ceño, no le hace gracias que me exponga de esa manera. El enano machista toma la palabra.

- ¿Cuál es esa forma?

- Fácil. Yo salgo, me cargo a unos cuantos orcos, armo un poco de follón, los despisto y vosotros salís zumbando de aquí.

- ¿Y como vamos a confiar en que no vas a huir en cuanto te ataquen los orcos?

- Primero, porque me he cargado a tres huargos y a un orco antes incluso que vosotros desenvainarais. Y segundo, porque si queréis salir de aquí con vida, no os queda otra que confiar en mí.

- Ni siquiera sabemos tu nombre- bufo exasperada. Podemos hacerlo oficial: además de machista, este tío es idiota.

- Perdón si no es vuestro procedimiento habitual, pero mejor dejamos las presentaciones para después, ¿eh? Prefiero presentarme cuando esté segura que no va a aparecer un orco para intentar convertirme en fiambre.

El enano no dice nada, sorprendido por mi tono y vocabulario (algo impropios en una dama), a si que me giro, dispuesta a patear unos cuantos culos malolientes. El brazo de Gandalf me detiene, y me giro. Está acompañado de los dos enanos monos, y los tres me miran preocupados.

- ¿Estás segura?-me pregunta el mago. Yo asiento y él dice- Iré preparando los remedios y pastas para las heridas.

- ¿Heridas? ¿De quién, de los orcos? - me burlo. El mago sonríe, y se aleja un poco. Yo saco mi arco y mi primera flecha. Entonces el rubiales me vuelve a preguntar.

- ¿Estás segura?- Estoy a punto de soltarle un "Qué sí, pesado", pero parecen (ambos, el arquero también), sinceramente preocupados, así que sonrío y digo:

- Sí. Tranquilos, a vosotros os toca la parte fácil. A mi, me toca la parte divertida- sonrío, traviesa, y ambos enanos me devuelven la sonrisa como si no pudieran evitarlo.

Les guiño un ojo (a lo que ambos se quedan medio flipando), me subo la capucha y salgo al encuentro del primer orco. Corro entre los árboles con el arco cargado, y vislumbro a Negrura, que está peleándose con un huargo, mientras un orco se le acerca hacha en mano. Tres orcos y otros huargo están tirados por el suelo. ¡Olé, mi niña! El orco alza el hacha, pero antes de que la baje, salto por encima de un orco tirado en el suelo, y mientras estoy en el aire, suelto la flecha, que se le clava en la nuca. Agarro una de mis nuevas dagas de mi espalda, y degollo al huargo. La sangre salta, manchando mi capa y el pelaje de mi huargo. Le doy un par de palmadas en la cabeza, y me guardo la daga, mientras saco otra flecha. Se acercan más huargos y orcos. Me adelanto un poco, dejando atrás la arboleda y así dar margen a los enanos. Las flechas empiezan a volar, y los huargos empiezan a tropezar por el suelo muertos, matando a la mayoría de sus jinetes al aplastarlos o por la brusca caída. De este modo, por cada flecha mato a un huargo y al orco que lo monta. Pero no es suficiente. Hay muchísimos, y pronto se acercan a nosotras, por lo que me veo obligada a reemplazar el arco por la espada. Entre bloqueos y contraataques, veo a Gandalf y a los enanos salir corriendo. También veo como Gandalf y el enano machista les tienen que meter prisa porque la mayoría se ha quedado mirándome, impresionados. La verdad es que he perdido la cuenta de cuantos orcos llevo. Percibo un ataque por mi espalda, y trazo un arco con la espada, de modo que el orco que tengo delante cae al suelo, sin poder aguantar su peso debido al tajo que le he abierto en la pierna. Rápidamente, me giro hacia el orco que me ataca por la espalda, pero no puedo evitar que la punta de su sable me haga un corte horizontal en el estómago. Menos mal que he retrocedido a tiempo y el tajo no ha sido muy profundo, aunque arde como el puto infierno. El sable lleva veneno fijo. Irritada, le corto la cabeza. Sigo peleando, desviando sablazos y devolviendo estocadas, cortando cuellos y atravesando corazones, luchando por ignorar el dolor de mi estómago, y veo como un orco acaba de saltar desde una roca, buscando atacarme por detrás y desde arriba. Pero cuando está en pleno salto, Negrura lo imita, y le clava los dientes en el cuello en pleno salto, protegiendo mi espalda. Bendito sea el día en que decidí quedarme con ella. El orco que tengo delante esta durando demasiado, así que muevo la espada de arriba abajo, abriendo su cuerpo en canal. Cae al suelo, muerto, y yo levanto la espada, esperando al siguiente... pero nadie me ataca. Extrañada, miro por donde se han ido los enanos, para ver como algunos orcos y huargos desaparecen tras las colinas. Miro a mi alrededor, ¿cómo han conseguido los enanos que se den cuanta de que estaban intentando escaquearse, habiendo organizado semejante carnicería? Una de dos, o tienen una mala suerte de campeonato, o son imbéciles todos. Suelto una maldición en voz alta, y hecho a correr en su dirección, mientras saco arco y flecha de mi espalda. Negrura corre a mi lado, y pronto salto sobre su lomo para ir más rápido.

Montada en el lomo de mi compañera, conseguimos alcanzar a los huargos en poco tiempo, de modo que empiezo a matarlos a flechazos desde atrás. Cuando se dan cuenta de las bajas, dan media vuelta, dispuestos a cortarme en taquitos. ¿Es que todavía no se han dado cuanta de que soy yo la que les va a cortar en taquitos a ellos? Lo dicho, los orcos son imbéciles. Cuando el primero de ellos se abalanza sobre nosotras, una flecha se clava en el pecho del orco, mientras que Negrura le desgarra el pecho al huargo con sus dientes. Se nos cerca un segundo, pero le rebano la cabeza de un solo tajo de una de mis nuevas dagas. Veo que los enanos están acorralados, con una roca a sus espaldas. ¿Dónde está Gandalf? No lo veo por ninguna parte. Hago que Negrura rodee al grupo, y me bajo de su lomo cuando quedamos fuera de su vista. Ella sale disparada hacia los enemigos que se acercan por detrás. Mientras tanto, yo me acerco a los enanos, que me miran un momento, desconfiados. Paso de sus caras, y me adelanto a ellos. Empiezo a disparar flechas, causando numerosas bajas entre los orcos. Noto que el arquero se me pone al lado y me imita. Tiene buena puntería, y acierta disparo tras disparo. Buen trabajo, enanito. Entre los dos, mantenemos a los orcos alejados, pero al llevarme la mano a la espalda tras enésima vez, el corazón se me encoge al agarrar mi última flecha. Cargo, y disparo a bocajarro a un orco que se nos había acercado demasiado para mi gusto. Pero ahora estoy sin flechas, así que guardo el arco, resignada. Como hora solo uno de nosotros esta disparando, los orcos se acercan.

- Tú ocúpate de disparar- le digo entre dientes-. Que no se acerquen demasiado. Yo te cubro.

Veo como el enano asiente y sigue disparando. Saco mis cuchillos arrojadizos, y justo en ese momento oigo la voz de Gandalf:

- ¡Por aquí, insensatos!

Me giro, y lo veo asomándose por debajo de la roca, que supongo que es la entrada a un camino. Sonrío, reconociendo la roca y viendo las intenciones de Gandalf. Va a llevar a los enanos a Rivendel. Los enanos empiezan a adentrarse en la cueva, mientras que mi compañero sigue disparando. Pronto oigo el grito del enano machista, que supongo que debe de ser el líder.

- ¡Kili, vamos!

Él dispara un último a flecha, y se dirige a la cueva. Yo me giro hacia los orcos, dispuesta a llevarme unos cuantos por delante antes de montarme en Negrura y salir pitando de aquí. Pero el enano no opina igual: me agarra de la muñeca, y tira de mí, arrastrandome con él. Sorprendida, lo sigo, pero cuando estamos llegando a la cueva, un huargo salta hacia nosotros desde encima de la roca. Empujo al enano hacia delante, que cae en los brazos del líder, mientras saco mis dagas largas de la espalda. El huargo aterriza entre nosotros, gruñendo en mi dirección, y ellos me miran, sin saber que hacer. ¿Pero que hacen?

- ¡Meteos en la cueva idiotas, yo os cubro!- el líder cambia el semblante, y se dispone a hacer lo que le he dicho, pero el arquero me mira preocupado.

- ¿Y tú qué?

- Yo estaré perfectamente. ¡Largaos de una vez!

- Pero, ¡no podemos dejarte sola!- hasta este momento, he estado manteniendole la mirada a la bestia que se alza entre nosotros y me gruñe, vigilando sus movimientos. Pero hora clavo mis ojos en el joven enano, y digo entre dientes.

- He - dicho - largo, enano.

El líder reacciona y lo agarra del hombro, arrastrándolo con él y se deslizan por una pequeña pendiente hasta caer un poco más abajo. Estoy sola con el huargo, que en ese momento salta hacia mí. Durante el salto, me cuelo por debajo de él, y con la mano firme, le clavo una de mis dagas en el pecho. Propulsado por el salto, el cuerpo del huargo sigue hacia delante, de modo que mi daga le raja el pecho, el estómago y sale por entre sus patas traseras. El huargo cae al suelo muerto, la sangre empapando el suelo (y a mi, que estoy cubierta de sangre de pies a cabeza). Asqueada, me quito la sangre de la cara, y saco mi espada, poniéndome en guardia. Me vuelvo fijar al huargo que acabo de matar. Tiene el pelaje negro, aunque no tanto como Negrura... ¡Negrura! Mis ojos se abren, y tengo que recurrir a todo mi autocontrol para que no me de un ataque de pánico. ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde esta mi loba?! Miro en todas direcciones, pero no la veo. ¡Mierda! Pero me tranquilizo cuando aparece un poco más allá, con el pelaje lleno de sangre, que no es suya, a jugar por su forma de correr hacia mí. Llega a mi lado, y gruñe en dirección a los orcos. Son demasiados, no podemos hacerles frente. Le doy una palmada en el lomo, y digo:

- A Rivendel. Lo más rápido que puedas.- en un principio, no me hace caso, pero la empujo, y pronto empieza a correr. Llegará antes sino tiene que cargar conmigo, y yo tengo otro camino para llegar a Rivendel.

Me giro, dándome de bruces con Gandalf, que ha salido de la cueva y me mira con cara de pocos amigos.

- ¿En qué estabas pensando, insensata?

Antes de que me de tiempo a responderle, me agarra del brazo y me lanza por la pendiente de la cueva. Ruedo, y me levanto nada más caer, girandome hacia la entrada, para ver a Gandalf seguirme. Sonrío, aliviada, y me giro hacia los enanos, que me miran absolutamente estupefactos y asqueados (debo recordar que estoy cubierta de sangre). Me rasco la nuca, y digo:

- Bueno... creo que ha llegado el momento de las presentaciones.

El líder me mira, creo que esta algo cabreado debido al tono que he empleado con ellos desde el primer momento y de que lo haya llamado idiota momentos antes. Esto pinta de maravilla (¿notáis el sarcasmo?).