Y allí se encontraba ella, peinando su largo y sedoso cabello; tan brillante como la más hermosa perla, y tan negro como la más oscura noche.

Mirando hacía ninguna dirección, como siempre.

Y mientras sus pies rozaban con la delicadeza de una rosa la superficie tibia y suave de las profundas aguas; que amenazaban con tomar su pequeño cuerpo y arrastrarlo hasta el límite de la vida y la muerte.

La pequeña muñeca de porcelana miraba el sucia reflejo que las aguas le brindaban en bandeja de plata; como representaba su blanca piel y sus apagados ojos.

Entonces; entre las imperceptibles olas entre las humedades de la transparente tela, ella pudo distinguir unos colores grisáceos que se iban expandiendo y contrayendo.

El borroso dibujo formó bellas letras y casi antiguas canciones, que no dejaban de resonar con fuerza dentro de su cabeza, mientras intentaba no pensar en nada, y a la vez, pensar en todo.

Tomó un mechón de su cabello, y al tiempo que lo acariciaba con la punta de sus fríos dedos, acercaba cada vez más su rostro hacia la película que movía sus ilustraciones al ritmo de un vals violento, decorado por calaveras de cristal que no cesaban en su musical llanto.

Fue entonces cuando cientos de rostros tristes y serios aparecieron ante ella, poniendo ante el espejo la realidad de la vida: Fría y deprimente.

Buscó casi con desesperación alguna sonrisa verdadera; no una cosida e hilada con feos colores falsos, si no una pintada con alegres y vibrantes colores, que salían de lo más profundo del alma de un ser humano.

Pero no, no podría pedir milagros a algo que nunca existiría, ninguna sonrisa, nada de felicidad en el mundo.

Y en esos momentos donde veía la fealdad de ese mundo, se preguntaba porque seguía allí; manejando esos hilos a los que la gente llamaba destino:

Venganza, fría venganza.

Todos querían eso, en menor o mayor medida.

Todo era suciedad.

Engaños y mentiras, de parte de los dos bandos.

Nunca había habido un bueno y un malo, Enma siempre lo había saldo, incluso ates de su muerte.

Justo entonces es cuando había nacido ese horrible sentimiento; y Ai no sabía como sentirse a respeto.

El nacimiento de su real existencia comenzó de la mano de una de las cosas más horribles en el alma de los perdidos:

La venganza.

Ella separó su rostro de las agitadas aguas que parecían aclamar su nombre, con chillidos agudos que taladraban la cabeza de la joven.

Pero cuando introdujo su pierna en ellas, callaron súbitamente.

Y sintió como si miles de manos, aquellas que descansaban en las profundidades del infierno, la arrastraran hasta el lugar mas oscuro en su ya no palpitante corazón.

El aire ya no necesitó de pulmones y fue liberado con un ruido sordo, la suave piel fue tocada por cientos de almas en pena que buscaban herir a la inmortal con implacables susurros que, irónicamente, gritaban "venganza."

Cuando se incorporó de nuevo a la superficie, oyendo la suave voz de su abuela al despertar; sus labios se separaron para besar el camino a infierno, el que ya tanto años había recorrido, y el que seguía recogiendo aún entonces.

Pero lo que nadie sabía era de la soledad y el dolor que se sentía oír esos palpitantes lamentos por la eternidad.

Claro que, ese era su castigo.

"¿Quieres probar la muerte...

... Enma?"

Su venganza.

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