CAPITULO 2

El primer impulso de Edward fue ir tras Isabella para hacerle volver. Su segundo impulso fue ir al mueble bar a servirse un whisky doble. Lo consumió como si fuera un hombre en llamas tratando de apagar el fuego.

Pero aquello no sirvió para calmar la mezcla de enfado, sorpresa y culpabilidad que sentía. El problema era que hacía tiempo que su esposa debería haberse puesto así con él. Aunque se había expresado educadamente, aquello había supuesto una severa reprimenda para él.

Isabella Swan Masen había resultado ser la madre perfecta, tranquila y competente, y tan amo rosa como paciente y sabia con el niño. Se aseguraba de que Anthony lo viera todas las mañanas antes de salir a trabajar y había organizado los horarios del niño de manera que pudiera pasar el máximo tiempo posible con él.

También había resultado ser la esposa ideal. Cocinaba, lavaba la ropa y mantenía perfecta mente limpia aquella casa de seis dormitorios sin necesidad de ayuda. Además, se ocupaba de la compra y de tomar nota de sus llamadas cuando él estaba fuera.

Pero pensara lo que pensase sobre el tranquilo temperamento de Isabella, lo que acababa de hacer le había recordado que también tenía auténtica fibra.

Siguió pensando mientras se servía otro whisky. No había pretendido mostrarse tan indiferente hacia ella; no había pretendido aceptar todo lo que le daba sin correspondería de algún modo personal.

Él le había entregado su hijo, el bien más preciado de su vida, pero, ¿a qué mujer que se estimara en lo más mínimo le habría bastado con querer y ayudar a criar al hijo de su mejor amiga, además de aguantar ser una especie de asistenta sin sueldo para un marido que no apreciaba lo que hacía?

Durante semanas, su conciencia se había visto agobiada por todas las cosas que había descuidado con Isabella. La había incluido en sus cuentas bancarias, pero ella no había utilizado ni un dólar de su dinero en sí misma. Aún tenía que llevarla a cenar a un restaurante algún día, o a algún otro acontecimiento social. Ni siquiera había recordado su cumpleaños hasta que habían pasado cuatro meses de la fecha.

Tras llevar onces meses casada con una especie de ermitaño, no era de extrañar que le hubiera dicho que pensaba asistir a la barbacoa sola o acompañada.

Sarah le había contado cosas sobre Isabella en las que no había pensado durante años. Sobre su infancia nómada y los numerosos abandonos que sufrió tanto por parte de su padre como de su madre, sobre los sucesivos desastres en los hogares de adopción en que estuvo acogida. Según Sarah, el mayor sueño de Isabella era llegar a tener alguna vez una familia y un hogar.

Tenía un hijo legal en Anthony y vivía en una de las mejores casas de la zona. Pero el agobio y la desolación que él había sentido tras la muerte de Sarah le habían impedido llegar a tener la familia con que soñaba, y probablemente debía sentirse más como una esclava que como una esposa. De ahí la solemne y pequeña bomba que había soltado aquella noche.

Sin embargo, él no sentía nada por ella excepto gratitud; gratitud y culpabilidad. Aquello lo había agobiado durante semanas, pero no podía hacer nada por evitar que sus sentimientos fueran aquellos.

Perder a Sarah había hecho que se quedara vacío. Cualquier mujer que no fuese ella era simplemente una mujer. Nadie por quien preocuparse y, desde luego, nadie con quien excitarse. Sus hormonas habían vuelto a revivir y aún sentía necesidades masculinas que anhelaban una satisfacción, pero la misteriosa mezcla de ternura y sentimientos dulces habían desaparecido por completo de su vida junto con Sarah.

En su mente y su corazón, el amor y el sexo estaban exclusivamente asociados a su maravilloso pelo pelirrojo, a su exquisita piel y a sus exóticos ojos color esmeralda.

De pronto, los recuerdos se hicieron muy reales y revivió la ilusoria sensación del sensual cuerpo de Sarah presionado contra el suyo. Un amargo dolor se apoderó de él y se obligó a dejar de pensar en aquello. Debía concentrarse en Isabella, en la esposa que estaba obligado a desear.

Pero su deseo apenas despertaba al pensar en ella, en su pelo, normalmente sujeto en un moño alto, en su tez pálida, en sus bonitos ojos verdes, que no sugerían más que misterios e infelicidad, algo de lo que su corazón ya estaba repleto.

Por mucho que se esforzaba, no lograba imaginar a Isabella dejándose llevar por la pasión, perdiendo el rígido control que ejercía sobre sí misma en el calor de la intimidad sexual. Era tan impensable imaginar a Isabella en aquel estado como a una vieja tía solterona.

La culpabilidad que le produjo aquella comparación le hizo terminarse el segundo whisky de un solo trago.

No quería que Anthony sufriera, y no dudaba que un divorcio supondría mucho sufrimiento para el niño. Sin duda, su falta de interés sexual por Isabella era parte del resultado de la pérdida de Sarah.

Sarah e Isabella habían sido tan íntimas como hermanas. Tanto, que estaba seguro de que a Sarah no le habría gustado nada que aceptara su propuesta de divorcio, sobre todo después de que Isabella hubiera renunciado a encontrar un hombre cuyo corazón fuera totalmente suyo para poder ayudar de la mejor manera posible al marido y al hijo de su mejor amiga.

Agobiado al pensar en lo que Isabella había tenido que sacrificar y en lo mal que él le había correspondido, Edward fue hasta el escritorio y tomó la foto de Sarah.

Por primera vez sintió cierto desapego por aquella imagen de color, y su corazón trató de recuperar inútilmente el sentido de conexión que solía experimentar al mirarla. Era como si hubiera conocido a aquella bella mujer hacía mucho tiempo, demasiado, y se sorprendió ante aquella sensación de distanciamiento. Solo habían pasado quince meses desde el fallecimiento de Sarah, y de pronto sintió como si aquello le hubiera sucedido en otra vida, a otro Edward Masen.

En unos momentos, el recuerdo de Sarah había pasado de ser algo ardiente y casi tangible a algo más parecido a un sueño vagamente recordado.

Lo que le recordó la peor parte de aquellas últimas semanas. Sarah había empezado a desvanecerse en su mente. Poco a poco había empezado a olvidar las cosas que creía grabadas en su corazón para siempre. Excepto por repentinos e incontrolados brotes, sus recuerdos habían empezado a desvanecerse.

¿Llegaría a desaparecer por completo el re cuerdo de Sarah? ¿Y sería él lo suficientemente hombre como para enfrentarse a la desolación de perderla por segunda vez? La soledad que sentía ya era brutal.

Permaneció varios minutos quieto donde estaba, sin saber muy bien si estaba bebido, si aquellos extraños sentimientos e impresiones significarían algo. Lo que hizo a continuación no fue tanto tomar una decisión como una necesidad.

No quería volver a mirar la foto de Sarah y sentir aquella desconexión con ella. La claridad de la foto era un recordatorio de que la imagen que conservaba en su mente se estaba volviendo cada vez más confusa y poco definida. Prefería no volver a verla que sentir aquel inquietante desapego hacia Sarah y hacia la vida que compartieron.

Apagó la luz del escritorio y se encaminó a oscuras con la foto hasta una de las habitaciones de huéspedes. Había vivido toda su vida en aquella casa y no necesitaba luz para moverse por ella. Una vez en el dormitorio se acercó al tocador, abrió un cajón y guardó la foto en su interior. Dudó un momento antes de cerrarlo, pero final mente lo hizo y salió al pasillo.

El suave brillo de la luz que Isabella siempre dejaba encendida en el dormitorio de Anthony atrajo sus pasos, como cada noche.

El niño dormía profundamente, de manera que Edward permaneció unos momentos junto a la cama. Cuando se apartaba se fijó en la puerta entre abierta del dormitorio de Isabella.

La imagen mental del aspecto que pudiera tener mientras dormía y la curiosidad respecto a lo que utilizara para dormir llegaron de un modo tan repentino que casi le produjeron un sobre salto. Jamás había tenido uno solo pensamiento respecto a las preferencias o hábitos privados de Isabella, de manera que aquello era toda una novedad.

Pero, o había bebido lo suficiente como para sentir un destello de curiosidad por Isabella debido a que había tratado de desearla al menos un poco, o estaba lo suficientemente borracho como para haber perdido algunas inhibiciones de manera que la idea del sexo sin amor ya no le parecía tan vacía.

En cualquier caso, no podía tomarse en serio nada de aquello. Lo más probable era que a la mañana siguiente lo olvidara por completo al enfrentarse a la fría realidad de un nuevo día.

Por la mañana, Edward oyó la suave risa de Isabella antes de entrar en la cocina.

-No, no, no metas la tostada en tu taza. Tienes que meterla en tu boca, diablillo.

Isabella jamás se retrasaba con la hora del desayuno. Daba lo mismo que apenas hubiera podido dormir a causa del niño, o que este se hubiera despertado mucho más temprano de lo habitual; de algún modo, se enfrentaba a cada complicación que surgiera con tal eficacia que Edward podría haberla utilizado como reloj.

Aquella mañana Anthony se había despertado pronto y con el pañal empapado, lo que habría requerido un rápido baño, pero cuando Edward entró en la cocina su hijo estaba limpio, vestido, sentado en su silla alta y con el babero puesto. Masticaba un trozo de tostada mientras Isabella terminaba de poner la mesa.

Edward sintió una punzada mezcla de culpabilidad y resentimiento. Debía a Isabella mucho más de lo que podía corresponderle, pero ella continuaba siendo perfecta. Implacablemente perfecta. Su perfección no hacía más que recordarle su notable falta de perfección como marido. El suave dolor de cabeza con que se había levantado comenzó a volverse más intenso.

-¡Papiii!

La excitación de Anthony al verlo hizo que sintiera un efluvio de amor y placer que alivió de algún modo su desasosiego.

El bebé era moreno, como él, aunque tenía los rasgos de Sarah, especialmente los ojos y la forma de su boca. Identificar aquello con tal naturalidad también sirvió para aliviar en parte los sentimientos de la noche anterior.

Se acercó a la silla del niño, le acarició el pelo y lo besó en la frente.

-Buenos días -dijo Isabella.

-Buenos días.

Edward se sentó después de que lo hiciera ella y tomó automáticamente la mano de Anthony mientras Isabella rezaba una breve oración de gracias.

Isabella no pasaba por alto ningún detalle de la educación del niño, mientras él no había sido capaz de darle algo tan elemental! y necesario para tener una infancia feliz como una madre y un padre que se amaran.

El niño necesitaba crecer viendo una relación normal y asentada entre sus padres. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que fuera lo suficiente mente mayor como para comprender el significado de tener unos padres que nunca se tocaban ni abrazaban y que ni siquiera dormían en la misma cama? Cada vez más malhumorado, Edward tomó el plato que le ofreció Isabella.

Isabella estaba muy tensa. ¿Debía preguntar a Edward si había tornado una decisión, o debía esperar a que él se lo dijera? Se acercaba el momento de la verdad y sabía cuánto le iba a costar escuchar que quería divorciarse de ella.

Puso el plato de Anthony en su bandeja y le dio el tenedor. La idea de lo que podía significar el divorcio para el niño hizo que se sintiera incapaz de mirar a Edward a la cara.

-¿Tienes planes para hoy? -preguntó él. Isabella lo miró de reojo mientras se servía unas tostadas.

-He pensado en pasar por San Antonio para comprarme algo nuevo para el sábado. Si te hace falta, puedo esperar hasta mañana.

-No me importaría acompañarte -la voz de Edward sonó especialmente áspera-. ¿A qué hora?

Aquello fue una sorpresa, pero Isabella supuso que Edward habría decidido que fueran a consultar a su abogado cuanto antes. O, más bien, él consultaría al suyo mientras ella buscaba otro que la re presentara.

-Pensaba ir a media mañana, pero podemos ir cuando te convenga. Solo necesito un par de horas para comprar -a aquellas alturas no tenía sentido andarse con rodeos sobre el tema que sin duda rondaba la cabeza de Edward tanto como la de ella. Y si tenía que buscarse un abogado, cuanto antes lo hiciera, mejor-. Entonces, ¿has tomado una decisión? -preguntó, y cometió el error de dar un bocado a su tostada antes de darse cuenta de que probablemente no iba a poder tragarla.

El cargado silencio que siguió a su pregunta hizo que se sintiera aún más inquieta. Dio un sorbo a su café para tratar de pasar la tostada.

Edward no contestó de inmediato y su silencio no presagiaba nada bueno. Isabella dejó su taza en la mesa y lo miró.

-No pienso decirle a mi hijo que me divorcié de su madre porque no me sentía capaz de cumplir mi parte del compromiso. No va a haber divorcio.

Aquellas inesperadas palabras conmociona-ron a Isabella. Si no hubiera estado sentada, sus rodillas habrían cedido. Por unos instantes sintió un arrebato de pánico que estuvo a punto de hacerle saltar de la silla y salir corriendo de la cocina.

La expresión de Edward resultaba intimidante, y tuvo que luchar contra una nueva oleada de pánico. Aparte de tener que divorciarse, lo peor que podía pasarle era tener que seguir casada. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Edward llegara a la mentar con amargura no haber aprovechado la oportunidad de divorciarse de ella para poder buscar una mujer más compatible con su idea de la satisfacción conyugal?

Aunque estuviera dispuesto a hacer un esfuerzo durante una temporada, ¿cuánto tardaría en darse cuenta de que no podía soportar estar con una mujer por la que no sentía nada? Y ella sufriría aún más viendo sus inútiles esfuerzos.

¿Y cuánto tiempo tardaría Anthony en ser lo suficientemente mayor como para darse cuenta de que sus padres no se amaban? Y cuando descubriera la magnitud personal del sacrificio que había hecho Edward por él, ¿se sentiría agradecido o culpable? ¿La culparía a ella de la infelicidad de su padre? ¿O deduciría lo que Edward aún no parecía haber deducido: que ella se había aprovechado de él en su momento más vulnerable?

Bajo aquellas circunstancias, no existía la más mínima oportunidad de felicidad para ellos tres, pues Isabella estaba totalmente convencida de que Edward nunca llegaría a amarla.

Cuando lo miró de nuevo comprendió que había captado su angustia.

-¿No era esa la respuesta que querías oír? -preguntó él.

Isabella dejó caer la mano en su regazo y aferró la servilleta con fuerza.

-Eres un hombre bueno y honorable, Edward -dijo con total sinceridad-. Creo que harás todo lo que esté en tu mano para conseguir que nuestro matrimonio funcione. Debería haber supuesto que reaccionarías así, pero estoy segura de que cuando hayas tenido tiempo de pensar en ello verás las cosas de otro modo. Cuando llegue el momento, lo único que pretendo obtener es la custodia compartida de Anthony.

La expresión de Edward se volvió dura como el pedernal.

-Anthony se quedará en el rancho Masen, que es donde pertenece.

Era una declaración de guerra. Isabella lo supo al instante y se quedó helada. Aunque también debería haber esperado aquello, resultó espeluznante oírselo decir en persona. Ya no solo iban a estar emocional y físicamente distanciados, sino que iban a ser adversarios, lo que hacía que hubiera muchas más probabilidades de que la situación entre ellos terminara muy mal.

Dejó la servilleta en la mesa y apartó con cuidado la silla para levantarse. No iba a poder man tener la compostura si permanecía un momento más en la cocina, pero no podía permitirse dejar sin respuesta las palabras de Edward. Si lo hiciera, estaría perdida.

-No pienso sentirme ofendida esta vez, Edward -logró decir con relativa calma. Sería más prudente no recordarle en aquella ocasión su acuerdo legal respecto a la custodia compartida del niño, pero lo haría si llegara a ser necesario-. Pero si pretendes convencerme de que este matrimonio tiene alguna oportunidad, no lo vas a conseguir con declaraciones como esa.

-No has terminado de desayunar -gruñó Edward, claramente enfadado. Ella tuvo la sensación de que habría preferido ordenarle que volviera a sentarse, pero temía cómo pudiera tomárselo. Fue un alivio saber que no trataría de intimidarla con sus órdenes por muy enfadado que es tuviera.

-He perdido el apetito -replicó con sencillez-. ¿Te importaría ocuparte de Anthony mientras voy a poner una lavadora?

-Por supuesto -murmuró Edward, aunque nada habría podido ocultar la evidencia de su desagrado y frustración.

Isabella cruzó con calma la cocina y fue a la habitación de la lavadora aunque las rodillas le temblaban. ¿Había empeorado o mejorado las cosas?

Lo cierto era que ya no sabía qué pensar. Lo que tenía claro era que apenas sabía nada del Edward Masen con el que se había casado. Lo que había sabido hasta entonces no parecía encajar con el hombre con que se enfrentaba ahora.

Al menos había establecido algún límite y había dejado claro la clase de intercambios verbales que no estaba dispuesta a mantener con él. ¿Pero durante cuánto tiempo aceptaría aquello un hombre tan dominante como él?

Sarah había logrado domar parte de su autocrática tendencia a dominarlo todo, pero ella no era la mujer de la que Edward había estado tan perdidamente enamorado, y tendría que andarse con cuidado. Pero era imperativo que Edward la respetara.

No podía permitirse una declaración de guerra con él porque el que más sufriría con ello sería Anthony. Y aunque Edward no pudiera amarla, lo último que querría sería que llegara a odiarla. Ya era bastante duro tener que soportar su indiferencia.

Y era más crucial que nunca que Edward no adivinara lo que sentía por él. Hasta entonces no le había costado mantener ocultos sus sentimientos pero, después de lo ocurrido, Edward estaría muy atento y centrado en buscar modos de mantener su matrimonio unido, al menos durante un tiempo, y aprovecharía cualquier ventaja que tuviera para conseguirlo.

Ya que su mayor ventaja consistiría en descubrir cuánto lo amaba, tendría que andarse con pies de plomo para evitarlo.

Este es el segundo capitulo, espero le halla gustado ;) nos vemos la otra semana.

Muchas gracias por su favoritos y reviews.